10
A la mañana siguiente volvieron a hacer el amor antes de que Liam se marchara. Se ducharon juntos y se rieron de todo lo que estaban repitiendo. Ahora la relación tenía cierto sentido del humor, cierta sensación de asombro, relajación y buena voluntad que no tenía antes de la ruptura de París. Sasha deseaba con toda su alma que funcionara. Pero todavía temía que no pudiera ser, debido a las diferencias en el estilo de vida y la edad. Todo dependía de lo tolerantes que fueran el uno con el otro. Ahí radicaba para ella la clave del éxito: la capacidad de ambos de permitir al otro ser tal cual era. No tenía ni idea de si serían capaces de conseguirlo. Esta vez habría que ponerle habilidad, suerte y magia.
Liam la besó antes de salir. De pie en el umbral, vestida con un albornoz. Sasha lo contemplo alejarse por el pasillo. Le aterraba que la relación resultara imposible, pero no podía resistírsele.
Liam se giró y sonrió, y cuando sus miradas se cruzaron, Sasha se derritió por dentro. Le quería más que antes, esta vez le quería por lo que era.
Todavía sonreía de oreja a oreja cuando al cabo de hora y media se reunió con Xavier en el vestíbulo para desayunar. Liam le había prometido ir a verla a París ese fin de semana. Además, Sasha había tenido una idea. Tenía planeado viajar a Italia en mayo para ver a algunos artistas nuevos. Quería que Liam la acompañara y pensaba comentárselo el fin de semana.
—Pareces el gato que se comió al pajarito —comentó Xavier con una sonrisa—. ¿Qué pasa, mamá? —Xavier pensaba en la cita que su madre había tenido la noche de su llegada a Londres y quiso saber más—. ¿Alguien especial?
—No. Agradable, pero aburrido.
Le gustaba Phillip Henshaw, aunque no hubiera química entre ellos. Pero ahora que Liam había vuelto, el financiero había desaparecido instantáneamente y Sasha ni siquiera sabía por qué. Sabía que lo que hacía con Liam era de locos, pero con todo sentía la necesidad de intentarlo de nuevo. Se recordó a si misma que repetir la misma cosa una y otra vez a la espera de que los resultados fueran diferentes equivalía a la definición misma de locura. Pero no había modo alguno de resistirse a Liam; además, tampoco quería. Se alegraba de que hubiera regresado a su vida. Apenas podía esperar a que llegara el fin de semana. Habían hablado de la posibilidad de que Sasha fuera a verlo los fines de semana a Londres, pero le asustaba encontrarse con Xavier. No estaba preparada para contárselo a sus hijos. Primero había que ver si la relación funcionaba. Ambos apostaban por que así fuera.
El chófer la llevó al aeropuerto y llegó a París toda sonrisas. Bernard y Eugénie se fijaron en cuanto entró en la galería.
«Caramba, qué buen humor», comentó Bernard, bastante parco. Sasha se alegró de ver a Calcetines al volver a casa. Ahora que Liam había regresado se alegraba de ver a todo el mundo. Su vida era muy distinta y mucho mejor con Liam.
Tuvo una semana ajetreada en la galería pero cuando Liam llegó el viernes por la noche, le estaba esperando. Sasha había preparado un cassoulet porque le había dicho que le encantaba; también había pasta, ensalada e incluso había comprado la deliciosa repostería de Fauchon. Cenaron en el comedor, pusieron música y encendieron las velas. Parecía una luna de miel. Y el sábado lo invitó a acompañarla tres semanas a Italia en mayo. Liam estaba extasiado. Todo salió a pedir de boca.
Durante el resto del mes de abril, Liam bajó en coche a París todos los fines de semana. Uno lo pasaron en Deauville. Se hospedaron en un viejo hotel, pasearon por la playa y jugaron. Milagrosamente nadie cercano a Sasha parecía enterado de lo que ocurría. Liam llegaba a última hora del viernes, intentaba pasar desapercibido y los sábados y los domingos salían a pasear o a dar una vuelta en coche por el campo. Fueron a misa en el Sacré Coeur, visitaron Notre Dame y pasearon por los jardines de Luxemburgo. Nunca se toparon con nadie conocido y Sasha declinaba todas las invitaciones que recibía para el fin de semana. No porque le estuviera escondiendo, sino porque quería saborear hasta el último minuto que podían pasar juntos. En un par de ocasiones cenaron con los amigos artistas de Liam, que casi se desmayaron al descubrir quién era Sasha. Doblaba en edad a la mayoría de ellos, cosa que la incomodaba, pero sabía que debía tolerar su compañía por Liam. Les contaron que eran amigos. Sabía que este necesitaba ver a sus amistades. Ella veía a las suyas y a la clientela durante la semana, mientras él trabajaba en Londres. Los dos sabían que resultaría demasiado complicado que Liam pasara la semana en París porque, estando la casa y la galería en el mismo edificio, sería imposible guardar el secreto. Esta vez habían acordado mantener la relación en privado hasta que se sintieran algo más seguros.
Partieron hacia Italia el primero de mayo. Empezaron el viaje en Venecia solo por diversión; pasaron cuatro días de luna de miel de ensueño en el Danieli. Liam había volado directamente desde Londres y Sasha desde París. Cumplieron con las obligaciones del turista y navegaron en góndola por debajo del Puente de los Suspiros, que según el gondolero los uniría para siempre. Cenaron a lo grande, compraron, visitaron iglesias y museos y se sentaron en los cafés. Compartieron lo que eran sus días más felices.
Después alquilaron un coche y siguieron ruta hacia Florencia, donde Sasha debía encontrarse con cuatro artistas. En Florencia hicieron lo mismo que habían hecho en Venecia y entre una cosa y otra almorzaron y cenaron con los artistas. A Sasha le gustaron mucho dos de ellos y decidió que su obra encajaba en la galería. Dudaba acerca de un tercero y dijo que tenía que pensarlo. Su obra se componía de extrañas esculturas, quizá demasiado grandes para el espacio del que ella disponía. Y el cuarto artista era un encanto pero su obra le desagradó de inmediato. Sasha le explicó gentilmente que no le haría justicia, que su galería no era digna de tamaña obra. Le gustaba rechazar a la gente con delicadeza. No valía la pena herir los sentimientos ajenos ni machacar a nadie con negativas crueles. Liam observó y escuchó, y decidió que le gustaba el modo en que Sasha llevaba esos asuntos. Era una buena persona y una gran mujer y le gustaba compartir con ella su trabajo.
Fueron a Bolonia y a Arezzo, pasaron una semana en Umbría viajando por el campo y hospedándose en pequeñas pensiones. Estuvieron unos días en Roma. Visitaron a un artista en la costa adriática, cerca de Ban, y dedicaron las últimas jornadas del viaje a Nápoles, donde visitaron a una artista sobre la que Sasha había advertido que estaba como una chota pero a la vez era encantadora; la mujer, que tenía seis hijos, les cocinó una cena fabulosa y Sasha quedó prendada de su obra, igual que Liam. Pintaba unos cuadros enormes con colores vibrantes que costaría horrores transportar. Pero cuando llegó la hora de marcharse, todos habían hecho buenas migas, incluido el amante chino de veinte años de la artista, que era además el padre de sus seis hijos. Eran unos niños preciosos. El viaje resultó maravilloso, para los dos.
Pasaron la última semana en Capri, en un hotelito romántico. A los dos les entristecía la perspectiva de regresar a la vida real, cada uno a su mundo. Sasha adoraba despertarse junto a él por las mañanas, dormirse entre sus brazos por las noches, descubrir cosas juntos, conocer a gente y a veces limitarse a pasear comentando retazos de su historia o riendo. Los dos habían tenido infancias difíciles, algo solitarias. Liam porque había sido un inadaptado con talento artístico en una familia extremadamente conservadora y sin imaginación, y Sasha porque su padre se había mostrado casi siempre frío y exigente a pesar de lo mucho que la quería. Solo al convenirse en adulta empezó a respetar a su hija y sus opiniones. La familia de Liam nunca había llegado a ese punto y él seguía pagando un alto precio por el ridículo y el rechazo al que le había sometido. Ambos habían padecido la desgracia de no poder crecer con sus madres. Liam recordaba a la suya como una mujer cálida y maravillosa que lo adoraba y para quien jamás hacía nada mal. Todavía buscaba el amor incondicional que solo ella le había dado; a veces Sasha tenía la impresión de que esperaba de ella que ejerciera de madre. Esa clase de amor incondicional era demasiado pedir de cualquiera que hubiera pasado a formar parte de su vida mucho después. El amor entre adultos y amantes siempre era condicional y a menudo no respondía a las expectativas, en particular cuando no satisfacía las necesidades de ambas partes. Sasha también recordaba de ese modo a su madre y a veces se preguntaba si la gente siempre creía que los que habían muerto los habían amado incondicionalmente. Quizá no fuera cierto o quizá hubieran dejado de amarlos así con el tiempo. Pero lo recuerdos de su madre eran tan dulces y tiernos como los de Liam.
En ocasiones, Sasha se preguntaba cómo sería si su madre siguiera con vida, aunque sería muy anciana, tendría ochenta y ocho años. Sasha había cumplido cuarenta y nueve durante el viaje. Liam la despertó cantándole el Cumpleaños feliz; Sasha todavía gemía de placer al recordarlo. Le regaló una sencilla pulsera de oro que había comprado en Florencia. En cuanto se la puso en la muñeca no volvió a quitársela, y sabía que jamás lo haría.
La diferencia de edad todavía la preocupaba. No había modo de evitarlo. Tenían más cosas en común de lo que Sasha había imaginado, la pérdida de sus madres, la pasión por el arte, las cosas con las que disfrutaban cuando tenían tiempo y tranquilidad. Galerías, museos, iglesias, tiendas. Fuera del frenesí cotidiano eran personas de trato fácil, les encantaba viajar juntos y sentían gran curiosidad por la vida en general. Les atraían personas distintas. Sasha prefería a los ancianos venerables, tal vez por su padre y por la gente mayor con la que había tratado toda la vida. Le impresionaban la educación y la reputación, además del talento. Liam sentía una atracción inmediata hacia todo lo que fuera diferente, raro, nuevo y joven. Sasha apreciaba la innovación y la excentricidad en el arte, pero en las personas no le gustaba. Cuando se sentaban en una cafetería se dedicaba a observar a la gente mayor. Liam siempre gravitaba hacia la juventud y le bastaban unos minutos para conocer a cuanto joven hubiera en el local. Se sentía a gusto con gente de veinte y treinta años, pero Sasha prefería a la gente de su misma edad o mayor, lo cual creaba un abismo de varias décadas entre las personas a las que a uno y a otro le apetecía conocer. Los dos tendrían que aprender a respetar y tolerar esa diferencia, algo que no siempre resultaba fácil. Sasha se aburría cuando salían con estudiantes viajeros y jóvenes artistas. No tenía nada que decirles y no le interesaban sus ideas juveniles.
Liam en cambio creía que tenía mucho que aprender de los jóvenes y se identificaba con ellos hasta extremos poco corrientes en un hombre de su edad. Cuando lo observaba rodeado de jóvenes, le parecía uno más de ellos. También Liam parecía pensarlo. Además decía que cuando hablaba con la gente que a Sasha le interesaba se dormía de aburrimiento. Estaba claro que habían topado con un escollo. Pero cuando viajaban solos, lejos de la vida familiar de cada uno, se sentían más predispuestos a investigar y explorar nuevos mundos.
—¿Qué haces con una mujer tan vieja como yo? —le preguntó un día Sasha al salir de una bella iglesia del siglo XIV y detenerse a comprar un helado junto al camino. Liam parecía un niño grande con el helado goteando por todos lados mientras que Sasha cogía el suyo con un pañuelo de encaje que había comprado en Hermes. Se sentía como su madre o algo peor, su abuela, incluso—. Un día te hartarás de estar con una mujer mayor.
Era uno de los mayores temores de Sasha, porque se había fijado en que Liam miraba a las jóvenes. Pero hasta el momento y, por lo que ella sabía, no había pasado de ahí. Sencillamente le gustaba mirar. Sasha lo vigilaba de cerca y sentía más celos de lo que estaba dispuesta a admitir. Por muy en forma que estuviera y muy atractiva que fuera nadie podía negar que los cuerpos jóvenes resultaban más apetecibles.
—A veces me gusta mirar a las jóvenes, de hecho, a todas las mujeres —admitió él de buena gana—, pero me encanta hablar contigo y estar contigo. No he conocido a ninguna mujer que me excite más que tú. Me da igual los años que tengas.
Sasha le sonrió mientras tiraba los restos de helado. El seguía lamiendo el palo, Juego se limpió las manos en los vaqueros para acabar de ensuciarse. Sasha lo observaba con una mueca compungida. Era ese estilo infantil de Liam lo que la hacía sentirse vieja, no la edad.
—Te quiero, Sash. Eres una mujer muy bella. Y, si, no tienes veintidós años. Pero ¿a quién le importa? Las chicas de veintidós años no se enteran de nada, no me interesan, no me comprenden. Tú, sí.
Sasha no le confesó que a veces tampoco ella estaba segura de comprenderlo, pero entendía lo que Liam quería decir y lo que esperaba de ella: tolerancia, cuidados y comprensión por encima de todo. A veces se sentía muy necesitado y egocéntrico, como los niños, y le gustaba el modo en que Sasha lo cuidaba. Había ocasiones en que era mejor tratarlo como a un niño. Otras veces Liam exigía respeto y se expresaba con suma sensatez. Unas veces se trataban de igual a igual y otras no. Lo cierto es que no eran iguales. Sasha era mayor, gozaba de más éxito y poder en el mundo del arte que él, era una figura respetada e importante y tenía más dinero. Pero Liam tenía talento y era listo. Sabía defenderse, incluso en el mundo de Sasha. Aunque de momento no se habían aventurado a entrar juntos en él. De todos modos, cuando lo hicieran, seguirían considerándolos un artista joven y una de las marchantes más respetadas del mundo. Los separaba una gran diferencia. La gente le prestaba más atención a Sasha y ella sabía que eso podría molestar a Liam. A él le gustaba ser el centro de atención, cosa que siempre conseguía con las jovencitas. Pero, la gente de la edad de Sasha esperaba más de él que cuadros interesantes, buena facha y una melena rubia. Esperaban que se comportara como una persona seria, y a veces no lo era. Pero con él Sasha tampoco se comportaba siempre con seriedad y ese era uno de los detalles que le gustaba de su compañía. Disfrutaba jugando con él. A veces se reían tanto cuando contaban alguna anécdota que lloraban de la risa. Nadie la había hecho reír como Liam. Ni le había hecho el amor como él.
La combinación de sus personalidades comportaba múltiples ventajas y algunos riesgos.
Estando en Roma visitaron a un marchante con el que Sasha tenía negocios, un hombre de casi setenta años cuyo criterio respetaba profundamente. Cuando fueron a verlo, Liam había decidido que aquel sería un día de asueto. Así que todo el rato que pasaron en el despacho actuó como un colegial aburrido. Se sentó enfurruñado, balanceando el pie y dando pataditas a la mesa hasta que Sasha le pidió con toda tranquilidad que parara. A Liam le ofendió tanto la reprimenda que salió del despacho hecho una furia. El marchante enarcó una ceja y no dijo nada. En consecuencia, Sasha se vio forzada a rechazar su invitación a almorzar.
Después tuvieron una discusión terrible por lo mal que se había comportado. Pero fue el único incidente desagradable del viaje. Por la noche, Liam se disculpó después de hacer el amor. Estaba cansado y aburrido y no le había gustado el modo en que el hombre la miraba, se había puesto celoso. Semejante confesión enterneció a Sasha pero llegó demasiado tarde para convencer al marchante italiano de que el hombre que la había acompañado era un adulto civilizado e inteligente. Y una vez más, no auguraba nada bueno. Ella acudía a muchas reuniones como esa y a veces Liam no estaba a la altura. De hecho, rara vez lo estaba. Cuando se aburría o se sentía excluido o insignificante, solía comportarse como una criatura. En ocasiones costaba creer que tenía cuarenta años. A veces se comportaba como un chaval de veinte, y además lo parecía, lo cual formaba parte de su atractivo pero también significaba un gran inconveniente para Sasha. Todavía tenían muchos asuntos que resolver. Pero en conjunto, el viaje a Italia fue todo un éxito.
Sasha telefoneó a sus hijos varias veces durante el viaje. Los dos conocían el itinerario de la madre, como siempre, pero rara vez la llamaban. Casi siempre era Sasha la que tenía que telefonear porque era más difícil de localizar y a menudo apagaba el móvil. Liam y ella se registraban en los hoteles bajo los nombres de Liam Allison y Sasha Boardman, que según Liam sonaba a bufete de abogados o gestores: Allison & Boardman. De vez en cuando, en algún hotel lo entendían mal y los registraban como una única persona: Allison Boardman, pero les daba igual. Tatianna se lo comentó divertida a su madre cuando la llamó a Florencia y le contó entre risas que había preguntado por Sasha Boardman y le habían contestado que tenían a una Allison Boardman; obviamente era la persona que buscaba pero con el nombre equivocado. Para Tatianna aquel nombre no significaba nada. De haberle pasado a Xavier habría sospechado. Pero la joven no relacionó a su madre con Liam, solo sabía que era su marchante. Así que nunca se le ocurrió que Liam estaba con su madre. Sasha se rio con ella de lo tontos que eran los recepcionistas de hotel, incluso en los mejores.
Entonces Sasha no estaba al corriente, pero a Bernard le había ocurrido lo mismo al llamarla desde la galería de París. Bernard corrigió el error del nombre de pila, pero el recepcionista insistió antes de cambiarlo por señor Allison y señora Boardman con la consiguiente sorpresa del encargado, que de todas maneras no le comentó riada a Sasha hasta la vuelta.
Fue el primer día que Sasha pasaba en París intentando apañárselas con la montaña de correspondencia, archivos y diapositivas de artistas aspirantes que había ido acumulándose en la mesa durante sus tres semanas de ausencia. Un trabajo abrumador, pero era el precio que tenía que pagar por el viaje.
Bernard se pasó un minuto por el despacho y se sentó frente a ella con expresión prudente, preguntándose si sería el momento adecuado para sacar el tema o si debía olvidarlo. Pero Bernard se preocupaba por Sasha como un hermano mayor. Había aprendido el oficio con el padre de esta, como ella, y trabajaba en la galería desde hacía más de veinte años. Empezó antes de que Sasha se mudara a Nueva York y abriera otra galería. Era diez años mayor que ella pero, en cierto modo, Sasha siempre había tenido la sensación de que habían crecido juntos en el mundo del arte.
Así que permaneció un largo minuto sentado del otro lado de la mesa mientras Sasha ojeaba algunas diapositivas. Ella le había hablado de los artistas que había visitado, en particular de la artista de Nápoles que tanto le había gustado. Sasha estaba prendada de la artista y de su obra.
—¿Me equivoco al pensar que te hiciste acompañar por un experto en arte? —preguntó Bernard antes de añadir rápidamente —: No tienes obligación de contestar, Sasha. No es de mi incumbencia. —Sasha dejó de trabajar y le miró con aire pensativo, después asintió.
—¿Cómo lo sabes?
—El hotel de Roma te tenía registrada como Allison Boardman y cuando les corregí me explicaron que se trataba del señor Allison y la señora Boardman.
—Lo mismo más o menos le pasó a Tatianna cuando me llamó a Florencia. Afortunadamente a ella no le contaron la parte final, la de señor y señora.
—¿Va todo bien?
Se le veía preocupado. Siempre se preocupaba por Sasha. Desde la muerte de Arthur, no había nadie que cuidara de ella. Sasha se ocupaba de todo, incluso de Bernard. Era una jefa y una amiga magnífica, como lo había sido también su padre. Bernard era muy leal con ambos y no confiaba en nadie más que en ellos, aparte de en su mujer.
—Creo que sí —respondió con calma Sasha, y le sonrió—. No es lo que esperaba de mi vida. Y es un poco raro, quizá. —Seguía incomodándola la diferencia de edad y se preguntaba si alguna vez se le pasaría.
—Algo sospeché cuando se quedó diez días en tu casa. Demasiada hospitalidad, incluso para un buen artista. ¿Empezó entonces? —Además de preocupación, también sentía curiosidad.
—No, vino por eso. Empezó en Londres en enero, cuando fui a ver sus cuadros con Xavier. El mismo día, de hecho. Desde entonces ha empezado y ha terminado varias veces. No tengo muy claro qué hacer, la verdad. Somos muy diferentes y tiene nueve años menos que yo, lo cual es un poco extraño. Y... ¿Qué quieres que te diga?... Es un artista, ya sabes cómo son. —Los dos lo sabían. Bernard se rio.
—Como Picasso. —Bernard le sonrió—. Y la gente lo aguantaba. Liam es buen chico. —Le gustaba Liam y respetaba su trabajo aunque prefiriera pintores más tradicionales.
—Ese es el problema —se sinceró Sasha, aliviada de poder hablarlo con alguien. Bernard era un hombre sensato y además un amigo—. Es demasiado joven para su edad. A veces parece un chico y otras un hombre. —Parecía resignada. Pero ambos sabían que con la vida tan complicada que llevaba, Sasha necesitaba a un hombre en lugar de a un niño, a un compañero.
—Todos somos niños a veces. Mi mujer me trata como si tuviera doce años y tengo cincuenta y nueve. La verdad, si quieres que sea sincero, me gusta. Hace que me sienta a gusto, seguro y querido. —Sasha lo miró con expresión pensativa.
—Creo que a Liam le pasa lo mismo. Su madre murió cuando tenía siete años. A mí me gusta cuidar de los hombres de mi vida, de todo el mundo, en realidad, pero no quiero ser su madre todo el tiempo y tal vez tendría que serlo. Además, tampoco quiero parecer su madre y a veces me da miedo que así sea.
—No lo pareces. Nueve años no son tanta diferencia, Sasha. —Bernard no se oponía a la relación, aunque tampoco era su papel. Sencillamente se preocupaba por Sasha y quería que fuera feliz. Sabía lo sola que estaba desde la muerte de Arthur y eso le partía el alma. Ninguno de ellos podía ayudarla. Tal vez Liam lo haría.
—Ya. Pero con Liam parece una diferencia enorme. Sale por ahí con artistas de veinte y treinta años y cuando voy con ellos me siento centenaria.
—Tenéis un problema —admitió Bernard, y suspiró—. No tienes que tomar decisiones drásticas. Al menos eso espero. —No quería que saliera huyendo y se casara en un arranque, aunque sabía que Sasha no haría algo así. Era sabia, sensata y muy cauta a pesar de que, desde Juego, la aventura con Liam no era propia de ella y le mostraba una faceta de Sasha de cuya existencia jamás había sospechado.
—No te preocupes. No pienso precipitarme. En realidad no tengo nada planeado, solo quiero disfrutar del tiempo que estemos juntos mientras dure. —Todavía creía que la relación no duraría mucho y no albergaba grandes esperanzas de futuro. Para Bernard fue un alivio oírla hablar así. Le parecía bien que tuviera un lío con Liam. Pero que pasara el resto de su vida con él era harina de otro costal.
—¿Los chicos lo saben?
—No, no Jo saben. Tatianna me mataría y no sé cómo se lo tomaría Xavier. Es muy amigo de Liam. Es difícil saberlo. No tengo ninguna prisa por contárselo y, si no es necesario, no lo haré. Quién sabe dónde acabará esto. Tenemos una relación muy errática. Dejamos de vernos entre febrero y abril. Volvimos justo antes de salir para Italia y el viaje ha sido una delicia. Ya veremos qué pasa. —Aparentaba tomárselo con mucha filosofía, sin angustiarse.
—Mantenme informado —pidió Bernard al levantarse. Se alegraba de haber preguntado. Le parecía que aquella situación se llevaba con sensatez y discreción. Era todo lo que necesitaba saber. Además Sasha parecía feliz con Liam—. Si puedo ayudar en algo... —De momento con eso le bastaba.
—Ya me has ayudado. Guárdame el secreto. No quiero contárselo a nadie, al menos hasta ver si la cosa funciona.
Bernard aceptó. Le había ayudado hablar con él. A Sasha le preocupaba que a la gente de su entorno le horrorizara y desaprobara la relación. Bernard no parecía en absoluto alterado y eso la ayudó a tranquilizarse. De momento no tenía intención de contárselo a Eugénie ni a ningún otro empleado de la oficina. Aunque esta atendía las llamadas cuando Liam telefoneaba a la galería, cosa que rara vez ocurría. Casi siempre la llamaba al móvil. Y tampoco pensaba contárselo a sus hijos. Así lo había acordado con Liam y a ambos les parecía una sabia decisión. Contárselo complicaría mucho las cosas y ya tenían bastante con lo que lidiar tal como estaban. De momento todo iba bien. Esta vez.
Liam pasó los dos fines de semana siguientes en París. Hizo un tiempo estupendo y lo pasaron de maravilla juntos porque los dos estaban de buen humor. Cuando él visitaba París y no estaba con sus amigos, pasaban casi todo el tiempo juntos. Había muchas cosas que querían hacer y disponían de poco tiempo. No querían compartirlo con nadie, ni con los amigos de Liam ni con los de ella. Durante la semana, Liam trabajaba duro para preparar la exposición de diciembre en Nueva York. Sasha ansiaba que el mundo viera la obra de Liam. Él apenas podía esperar y el trabajo en el estudio avanzaba a buen ritmo.
Un día, paseando por el Bois de Boulogne con Calcetines, Sasha le preguntó por sus hijos, que seguían en Vermont. Le preguntaba a menudo y siempre le animaba a hablar de ellos. Sabía que los echaba mucho de menos. Llevaban un año sin verse. El divorcio seguía su curso y sería definitivo hacia Navidad. Beth le había dicho a Liam que se casaría en cuanto fuera efectivo. Liam aseguraba que ya lo había asumido y Sasha le creía. Los dos habían seguido adelante con sus vidas. Pero en opinión de Sasha los niños todavía necesitaban a su padre, tanto como él a ellos. Le parecía un exceso de docilidad que delegara toda su educación en Beth y no se inmiscuyera en nada.
—¿Por qué no vas a verlos en verano? —le animó mientras Liam le lanzaba un palo a Calcetines para que fuera a buscarlo. Este le había enseñado algunos trucos más; era una perra encantadora. Sasha la quería con locura, sobre todo porque se la había regalado él—. Yo pasaré agosto con mis hijos. —En agosto todos tenían tiempo y Sasha disfrutaba compartiendo todo el tiempo que podía con ellos, en particular cuando podían salir de vacaciones, cosa que con la edad y el trabajo cada vez costaba más. Sabía que cualquier día encontrarían a alguien especial y ya no podrían hacerlo. Estaba disfrutando de sus últimas oportunidades y cada año que pasaba le parecía el último—. Tal vez podríamos ir a alguna parte después de que cada uno haya visto a la familia.
—Sasha siempre estaba organizándole la vida, cosa que a veces le molestaba y a veces le divertía. Liam sabía que lo hacía por costumbre. Con todo el mundo. Era la típica mamá gallina y eso también le encantaba, en particular cuando cuidaba de él.
—Ni siquiera sé si quieren verme —respondió con sinceridad Liam.
A menudo le contaba que estaban enfadados con él porque llevaba mucho tiempo lejos de casa, justo lo que Sasha había temido que ocurriera. Liam los llamaba pocas veces y cuando lo hada no tenían una conversación fluida. Sus hijos le culpaban por el fracaso del matrimonio. Beth les había contado lo suficiente para disgustarlos, sin entrar en detalles morbosos, pero todavía no le habían perdonado. Eso dificultaba llamarlos, y la distancia se había cobrado su precio. Sasha temía que hubiera esperado demasiado para ir a verlos y que el daño fuera irreparable, al menos durante unos años. Se lo había advertido a Liam. Había pasado un año, todavía estaba a tiempo. Sus hijos eran pequeños. El mayor tenía dieciocho años y en septiembre ingresaría en la universidad, el mediano tenía doce años y la niña acababa de cumplir seis años. Eran lo bastante jóvenes para que Liam pudiera recuperar la relación, aunque solo si se esforzaba. Sasha sabía que los quería. Cuando hablaba de ellos los ojos se le llenaban de lágrimas y no dejaba de repetir que los añoraba. Pero empezaba a creer que eran más hijos de Beth que suyos. Beth los veía a diario. Él no.
—¿Por qué no se lo preguntas? —propuso Sasha—. ¿Crees que Beth dejaría que te los llevaras por ahí? —Pensó en ofrecerle la casa de Southampton, pero no quería inmiscuirse y no sabía si Tatianna pensaba aprovecharla. Sospechaba que sí. Sus dos hijos adoraban aquella casa y los recuerdos de infancia que contenía. También ella tenía recuerdos dulces del lugar. De los niños, de Arthur. —No estoy seguro de cómo se tomaría que me llevara a los niños. Últimamente no está muy satisfecha conmigo.
Sasha sabía por lo que Liam le había contado que apenas le había enviado algo de dinero durante el último año. Beth recibía ayuda de su futuro marido y eso avergonzaba a Liam y complicaba todavía más las cosas. Sasha le había entregado un adelanto, pero Liam tenía que vivir y comprar lienzos y pinturas. No podía permitirse enviar mucho dinero a sus hijos. Tanto Sasha como él confiaban en que la situación mejorara tras la exposición. Pero entretanto su economía seguía siendo precaria. Y, como resultado, también la de Beth. Llevaba veinte años aguantando lo mismo y ya estaba harta. Liam no la culpaba. Le iría mucho mejor con su nuevo marido. Se alegraba por ella. Y él también era feliz con Sasha. Lo único que faltaba en su vida eran los niños.
Sasha insistió en que los llamara por teléfono y Liam prometió hacerlo a lo largo de la semana. En cuanto los llamó, telefoneó a Sasha para informarla de la conversación con Beth. Parecía contento y agradeció a Sasha que le hubiera empujado a llamar.
—No acepta que me los lleve por ahí. De todos modos no podría permitírmelo. Pero dice que puedo visitarlos y quedármelos unos días si quiero. Los padres de Beth tienen una cabaña junto a un lago cerca de donde viven y me la prestan. A los niños les encanta. Les gusta mucho ir a pescar. —Parecía la solución perfecta para los dos. Beth quería que fuera ese mismo mes. Tenían otros planes para el resto del verano, pensaban visitar a los futuros suegros en California y aprovechar para viajar hasta el Gran Cañón.
—Suena fantástico —respondió Sasha, ilusionada—. Iba a comentártelo de todas maneras. Tengo que ir a Nueva York a finales de junio y pensaba quedarme unas semanas. Iba a pedirte que me acompañaras. Mientras seamos discretos, puedes instalarte en mi piso. —Tatianna andaba demasiado ocupada con su propia vida y apenas veía a su madre cuando estaba en la ciudad, nunca se presentaba en casa sin avisar y desde que tenía piso en Tribeca nunca se quedaba a dormir. No costaría ocultar la presencia de Liam.
—Ahora no debería tomarme tanto tiempo libre, tengo una exposición. Pero, la verdad, Sasha, me encantaría.
A ambos les gustó la idea. Desde el viaje a Italia en mayo se echaban de menos más que nunca. Sasha añoraba vivir con él. Y en Nueva York había mil cosas que hacer.
—¿Cuándo te vas?
—Dentro de unos diez días. Iba a proponértelo este fin de semana.
—Cuenta conmigo. Iré. —Estaba emocionado.
—Y si tienes tiempo podríamos quedarnos medio mes —propuso Sasha. A los dos les pareció fantástico. El viaje a Italia había sido todo un éxito y confiaban en que este también lo sería, aunque con algunas diferencias porque Sasha tendría que trabajar—. Podemos pasar el Cuatro de julio en Nueva York y Juego regresar a Europa.
Sasha planeaba trabajar en la galería de París todo el mes de julio y salir de vacaciones con los chicos en agosto. Irían a SaintTropez. A sus hijos les encantaba, y ya había alquilado un barco para engatusarlos. Los dos pensaban invitar a algunos amigos, a ella no le importaba. Lo único que no le gustaba era tener que dejar a Liam tres semanas. Se había planteado proponerle pasar un fin de semana en el barco en calidad de «artista invitado» pero no estaba segura de llevar esa idea adelante. Tatianna era muy perspicaz y Xavier le conocía. En una muestra de astucia, pensó incluso pedirle a su hijo que lo invitara, pero no quiso tentar al destino. Existía la posibilidad, más que probable, de no ver a Liam durante tres semanas. Pero al menos tendrían el resto de junio para compartirlo en Nueva York.
Ambos estaban entusiasmados y hablaron de ello durante el fin de semana. Liam tenía montones de amigos de Nueva York, en Chelsea, Tribeca y el Soho. Y había lugares y eventos a los que Sasha quería llevarlo. Liam no habla dado muestras de excentricidad desde que habían retomado la relación y Sasha confiaba en poder salir con él por ahí, sobre todo en Nueva York, donde la vida era mucho menos formal y estirada que en París. Liam encajaría a la perfección en Nueva York. Ambos esperaban el viaje con ilusión.
—Tal vez —deseó en voz alta Sasha, tumbados los dos en la cama el domingo por la mañana— podríamos pasar unos días en la casa de los Hamptons. Es bonita, antes me encantaba. —En los veinte meses transcurridos desde la muerte de Arthur el dolor le había impedido visitarla. Quizá ahora fuera distinto.
—Me gustan los Hamptons —respondió Liam de pasada, antes de seguir hablando sobre llevarse a sus hijos al lago.
A veces no escuchaba. A veces era solo un crío. Y a veces necesitaba que todo girara en torno a él y solo a él. Sasha sabía que no era riada personal ni un indicio de que no la quisiera. Ahora lo comprendía. Era solo su forma de ser. De niño nadie le babia escuchado. Y ahora tenía a Sasha pendiente de cada palabra. Liam lo adoraba.
—Ojalá pudieras venir a Vermont con nosotros —dijo Liam mientras daba una vuelta en la cama y se colocaba cara a cara con Sasha. Acababan de hacer el amor y nunca habla sido más dulce. El sexo parecía mejorar con el tiempo aunque a Sasha le costara creerlo, ya que había sido fabuloso desde el principio.
—Necesitas estar a solas con tus hijos, tenéis que coger confianza de nuevo—contestó Sasha con sensata Liam sabía que tenía razón. Le asustaba un poco verlos. Sabía que los dos niños estaban enfadados con él porque llevaba mucho tiempo fuera. Charlotte, de solo seis años, estaba emocionada porque iba a ver a papá. Había hablado con ellos hacía unos días, llevaba meses sin telefonear. A veces, simplemente se le iba de la cabeza. Beth siempre inventaba alguna excusa para justificar sus fallos como padre pero ya no estaba dispuesta a seguir haciéndolo. Además Liam salía perdiendo en comparación con su nuevo prometido, que si estaba con los niños y se mostraba muy atento. De modo que Liam babia sido castigado por su año de ausencia. Ahora tenía muchos temas que solucionar con sus hijos y lo sabía. Se moría de ganas de empezar. Y le emocionaba la idea de pasar el resto de junio con Sasha en Nueva York.
—¿Vendrás conmigo a algún partido de los Yankees, Sasha? —le preguntó, de espaldas sobre la cama mirando al techo con una sonrisa. Parecía un niño impaciente por salir de acampada.
—Haré todo lo que quieras, dentro de lo razonable. Tengo que trabajar. Pero creo que podremos combinar las dos cosas, trabajo y placer. Quiero enseñarte el espacio donde expondrás.
—Hum... —Le sonrió—. Me haces sentir como un rey.
—Eso está bien. —Sasha le devolvió la sonrisa y se acurrucó a su lado. A veces la hacía sentir como una reina. Y a veces la hacía sentir como la reina madre.