4
Sasha y sus hijos lo pasaron de maravilla en Saint-Moritz a pesar de que no dejaron de tomarle el pelo con Gonzague. Se instalaron en el opulento hotel Palace. Sasha disfrutaba malcriándolos de vez en cuando, sobre todo en vacaciones. Con Arthur siempre lo habían hecho. Se sentían afortunados de poder permitírselo y todos recordaban con cariño los viajes que habían compartido. Ese año en Saint-Moritz sería uno de esos recuerdos preciados.
A ratos esquiaba con sus hijos y otras veces se entretenía sola. Xavier era un esquiador consumado y Tatianna no se quedaba atrás, aunque era algo más precavida y menos audaz. Ambos conocieron a gente con la que salir por las noches. A menudo Sasha cenaba a solas en la habitación. No le importaba. Se había traído varios libros y no quería participar de la vida nocturna. Cuando regresaron a París se sentía descansada, feliz y relajada. Tatianna estuvo solo unos días porque quería volver a Nueva York para buscar trabajo y Xavier se quedó un par de días más antes de regresar a su estudio londinense. Las diapositivas de su amigo Liam llegaron antes de que se marchara. Y para gran sorpresa y disgusto de Sasha, eran aún mejores de lo que Xavier había prometido. Estaba impresionada, aunque antes de decidirse a representarlo necesitaba ver los cuadros al natural.
«Intentaré pasarme la semana que viene o la otra», le dijo a Xavier y era sincera. Pero hasta la última semana de enero no pudo viajar a Londres a visitar a tres de sus artistas y conocer a Liam. No sin cierta precipitación, lo encajó en su agenda para la última tarde de su estancia en Londres. Las aventuras y travesuras que Xavier le había contado no la animaban a representarlo, pero su talento era innegable. Tenía que ver los cuadros. En cuanto llegó al estudio, se alegró de haber ido.
Liam en persona la hizo pasar al estudio con expresión ansiosa y mirada nerviosa. Xavier, que había acompañado a su madre, animó a su amigo con unas palmaditas en el hombro. Sabía que se ponía muy nervioso. Sasha entró con aire frío de negociante, casi severo. Vestía unos pantalones gastados negros, suéter y botas del mismo color, y su pelo, recogido como de costumbre en un tenso moño, parecía casi tan negro como el suéter. A pesar de ser menuda, a Liam le pareció aterradora cuando le estrechó la mano. Sabía que cualquier cosa que Sasha dijera o pensara sobre su obra tendría un impacto definitivo en su vida. Si consideraba su trabajo inadecuado o decidía que no merecía ser expuesto en su galería, él lo sentiría como un puñetazo. Así que la observó cruzar el estudio sintiéndose vulnerable y asustado. Ella le agradeció educadamente que la hubiera invitado a visitarlo. Pese a todo lo que le había contado Xavier, Liam no podía saber que lo que él tomaba por frialdad era en realidad timidez. A Sasha le interesaba el arte incluso más que la persona. Pero no podía negarse que Liam no pasaba desapercibido. Xavier le había contado demasiadas historias sobre él. Sasha sabía lo estrafalario, y a menudo maleducado, que era. El único atenuante era su esposa y los tres hijos, al menos en ellos confiaba Sasha. Si tenía esposa y familia no podía ser totalmente irresponsable y carente de mérito. Xavier nunca había dicho que su amigo fuera promiscuo, solo que era «indomable» y un bromista redomado al que no le gustaba que le dijeran cómo debía comportarse. Se resistía a cualquier esfuerzo por modificar su conducta o a cualquier expectativa de que empezara a actuar como un adulto, ya que lo consideraba una forma de «control». Según Xavier, se escudaba en gran medida en su naturaleza de artista que, en su opinión, le daba derecho a no vivir según las normas de los demás ya hacer lo que quisiera. Sasha reconocía el estilo, pero a menudo le costaba tratar con esa clase de personas. Trabajaban cuando querían, jugaban cuando trabajaban y no solían respetar las fechas de entrega de las exposiciones. Los hombres como Liam querían que los trataran como a niños. Por lo visto, su mujer estaba dispuesta a hacerlo. Sasha no, por muy guapo y encantador que fuera. Si el tipo se tomaba en serio su trabajo, al menos un mínimo, esperaba que se comportara como un adulto o se dignara fingirlo. Dado todo lo que Xavier le había contado, no estaba segura de que Liam estuviera preparado para madurar. Y al final, encantador o no, su obra tendría que hablar por sí misma.
Sasha paseó despacio por el estudio hasta la pared donde colgaban varios cuadros grandes y brillantes. Otros tres cuadros de menor tamaño descansaban en caballetes. La obra de Liam era impresionante, poderosa, y su uso del color era impactante, cualidad que reforzaban las dimensiones de sus cuadros más grandes. Sasha los contempló largo rato, asintiendo en silencio mientras el autor contenía la respiración. Xavier sabía que el silencio de su madre era buena señal, pero Liam no. Liam observaba cómo se concentraba en silencio en su obra mientras él desfallecía. Cuando por fin la galerista se giró para dirigirle tres escuetas palabras, él contuvo literalmente el aliento. «Fantástico. Lo quiero». Después le confesaría a Sasha que estuvo a punto de desmayarse de alivio. No obstante dejó escapar un grito de guerra jubiloso, la cogió, la hizo girar levantándole los pies del suelo y cuando finalmente volvió a soltarla, la miró sonriendo.
—Dios mío, no me lo creo... ¡Te quiero! ¡Dios! Creía que me dirías que son un espanto, una mierda.
—No son una mierda. —Sasha sonrió, emocionada por él y agradecida con Xavier por haber descubierto a Liam y habérselo presentado—. Los cuadros son magníficos. El uso que haces del color me ha puesto el corazón a cien por hora y casi me ha hecho llorar. Pero no podremos organizarte una exposición hasta dentro de un año como mínimo. Estamos completos. Quiero que expongas en Nueva York, no en París. —Las inauguraciones en París siempre eran más tranquilas. Prefería estrenar las obras contemporáneas más importantes en Nueva York Xavier sabía que también eso era buena señal y se prometió contárselo después a su amigo. No quería revelar todos los secretos de su madre estando ella presente. Le entusiasmaba haberlos presentado. Siempre había tenido el convencimiento de que la obra de Liam era brillante y fue un alivio y una gran emoción que su madre lo confirmara.
—Dios mío —repitió Liam, y se sentó en el suelo al borde de las lágrimas. Llevaba casi veinte años trabajando para algo así y por fin lo había conseguido. Iba a exponer en la galería Suvery de Nueva York. Increíble. Y Sasha en persona estaba sentada en su estudio, admirando su trabajo. Le estaba advirtiendo que tendría que trabajar de lo lindo para preparar la exposición—. ¡Cómo podría agradecértelo? —La miró como a una visión recién materializada en su estudio. Se sentía como un niño ante una virgen con estigmas.
—Pinta buenos cuadros. He traído un contrato de París por si acaso. Enséñaselo a tu abogado. Devuélvemelo cuando quieras, no hay prisa. —Nunca presionaba a nadie para que firmara.
—Y un cojón no hay prisa. ¿Y si cambias de opinión? ¿Dónde está? Dámelo que lo firmo. —Liam volaba. Sasha lo miró, apenas parecía mayor que su hijo.
Sabía por el currículo que Liam había adjuntado con las diapositivas que tenía treinta y nueve años. Jamás lo habría dicho. Había estudiado con algunos artistas muy importantes y realizado algunas exposiciones menores en pequeñas galerías. Pero parecía un niño. Todo lo relativo a su persona destilaba juventud y libertad. Era alto, desgarbado y guapo. Lucía una larga melena rubia que casi siempre le caía suelta por la espalda. Se la había recogido en una coleta para recibir a Sasha. Su rostro era terso y joven. Tenía una espalda poderosa, largas y gráciles manos y brincaba por el estudio como un adolescente en deportivas, vaqueros y camiseta, todo ello salpicado de pintura. Se alzó sobre Sasha cual niño ansioso para rogarle el contrato.
—Está en el hotel —lo tranquilizó ella en un tono repentinamente maternal. Ahora que iba a convertirse en uno de sus artistas, quería protegerlo—. Te lo traeré antes de marcharme o te lo enviaré por mensajero. No voy a cambiar de parecer, Liam. Nunca lo hago. —Sasha hablaba con serenidad, aunque estaba conmovida de verlo tan emocionado.
Liam decía que se trataba de un momento crucial en su vida. Ella no pensaba lo mismo, pero se alegraba de que significara tanto para él. Era lo que más le gustaba de exponer a artistas emergentes. Les daba una oportunidad. Siempre le había agradado esa parte del negocio: trabajar con artistas jóvenes como Liam. Aunque Xavier estaba en lo cierto, y aunque lo pareciera, Liam no era tan joven. Pero todo en él resultaba juvenil. Solo tenía nueve años menos que Sasha y aparentaba veintitantos en lugar de treinta y nueve. No parecía mayor que Xavier y le despertaba cierto instinto maternal.
—¡Quieres enseñarle el contrato a tu mujer? —Reinaba tal desorden en el estudio que resultaba evidente que no vivía allí y tampoco se veía signo alguno de la esposa y los tres hijos que Xavier había mencionado. Sasha imaginó que vivían en otro lugar. Aunque hubiera ropa manchada de pintura de Liam por todas partes, era la ropa de trabajo. Solo cabía suponer que existía otro lugar más limpio y ordenado donde vivía la familia.
—Está en Vermont —se disculpó Liam—. Le mandaré una copia una vez firmado. No se lo va a creer —añadió, mirando primero a Xavier y luego a su madre.
Los tres parecían contentos mientras Liam servía vino para todos. Sasha bebió solo un sorbo y Liam vació media copa en un minuto. Estaba flotando. Lo cierto era que había sido todo un descubrimiento. Más que nunca Sasha deseó que Xavier participara con ella en el negocio. Su hijo, como ella, tenía buen ojo para detectar el talento. Ambos lo habían heredado de Simon. Pero Xavier quería vivir en Londres y convertirse en artista, no quería ser marchante en Nueva York o en París. Tal vez algún día abrieran galería en Londres. Por primera vez en años, Sasha consideró la posibilidad de expandir el negocio. Pero Xavier todavía era demasiado joven para asumir semejante responsabilidad. Quizá más adelante. Acababa de cumplir veinticinco años, aunque Sasha entró en el negocio con solo uno más, a los veintiséis, y bajo la tutela de su padre.
—¿Puedo invitaros a cenar? —propuso esperanzado Liam—. Me gustaría celebrarlo. —Parecía a punto de estallar de emoción y, la verdad, poco le faltó.
—Me encantaría pero... —contestó Xavier con malicia y Sasha lo entendió a la primera. No estaba dispuesto a permitir que una cena con su madre y un artista se interpusiera en su vida amorosa. Definitivamente, estaba verde para el negocio. A su edad, Sasha ya estaba casada, trabajando en el Metropolitan y con dos hijos. A Xavier le quedaba mucho camino por recorrer.
Sasha dudó un instante. Le habría gustado cenar con Xavier; no sabía que su hijo tuviera otros planes. Pero era típico de él. Se dirigió a Liam.
—¿Por qué no te invito yo, Liam? Ahora soy tu representante, ya no necesitas invitarme. Así nos conocemos un poco —propuso, en tono amable. Liam vio en ella una calidez que antes le había pasado desapercibida. Cierta timidez callada y una estabilidad que le gustaron. Todo en Sasha parecía sólido y de fiar, le gustaba. Al principio le había aterrado. Pero por debajo del exterior frío y profesional intuyó a una mujer cálida. La reputación de la galerista le intimidaba, pero su persona no.
Sasha se preguntaba si Liam tendría algún traje. La mayoría de artistas jóvenes no tenían. Y él no parecía distinto. De hecho, aparentaba ser bastante peor que muchos de ellos aunque más atractivo. Era un hombre muy guapo, que llamaba la atención.
—Me encantaría. Puedo firmar el contrato mientras cenamos —contestó él con una sonrisa que había encandilado a muchas mujeres.
—Deberías leerlo primero —le riñó Sasha—. Asegúrate de que te sientes cómodo con las condiciones. No lo firmes sin al menos leerlo o enseñárselo a un abogado.
—Me vendería como esclavo para ti, incluso te entregaría el huevo izquierdo si lo quisieras -dijo sin rodeos. Sasha parpadeó, pero estaba acostumbrada a esa clase de comentarios por parte de los artistas.
—No será necesario. Creo recordar que los testículos no se mencionan en el contrato. Puedes quedarte con los dos. Seguro que será un alivio para tu mujer. —Liam sonrió sin contestar. Mientras lo observaba, se acordó de un atractivo joven. Un joven que daba gusto mirar y que, pese al aire aniñado y a sus modales infantiles, poseía un gran talento ¿Dónde te gustaría cenar?
Había pensado ir al Harry’s Bar con Xavier, pero su hijo se había criado en otro ambiente, tenía la indumentaria adecuada y sabía comportarse con corrección. Dudaba mucho que Liam tuviera modales o ropas mejores de los que lucía. Al fin y al cabo era un artista muerto de hambre, aunque si dependía de Sasha, no por mucho tiempo. Confiaba en convertirlo en la sensación de Nueva York y, con el tiempo, de París. Liam era todo un hallazgo, ese bien tan escaso de alguien con un enorme talento y que creaba grandes obras.
—Me gustaría arreglarme y sacarte por ahí para mostrarte mi agradecimiento —contestó él con una humildad que a Sasha le llegó al corazón.
—¿Arreglarte? —Lo miró con aire maternal. Liam sacaba la madre que Sasha llevaba dentro. Tenía la impresión de estar ante un niño en lugar de ante un hombre. Ella quería protegerlo y ayudarle. Le emocionaba la idea de trabajar con él y lanzarlo hacia una carrera de éxito. Era un gran descubrimiento. Aquel era un momento crucial no solo para él, también para Sasha.
—Tengo un traje y un par de buenas camisas. Una de ellas está limpia. Creo que usé la otra para encerar el coche. —La miró avergonzado y Sasha se rio. Tenía algo de picaruelo irresistible. Le recordaba a Xavier cuando tenía unos catorce años y luchaba por convertirse en un hombre. Su hijo lo había conseguido. Liam todavía no.
—Bueno, pues entonces vayamos al Harry's. —A Sasha le encantaba cenar allí. Era su restaurante favorito de Londres.
—Mierda. Todavía no me lo creo. ¿Tú sí? —Se volvió hacia Xavier con una mueca. Su amigo le contestó con una sonrisa feliz. La cosa había acabado mejor de lo que podía esperar. Estaba emocionado por su amigo y agradecido con su madre por la oportunidad que le ofrecía.
—Yo sí me lo creo —repuso simplemente Xavier.
—Tío, te debo una. —Y chocaron los cinco.
A Sasha le parecían dos chavales en un club; solo confiaba en que esa noche en el Harry's Liam supiera comportarse. Con los artistas nunca se sabía, razón por la que rara vez los llevaba a su restaurante preferido. Pero decidió arriesgarse con Liam. Tenía algo de inocente y encantador y, si se pasaba de la raya o actuaba de modo escandaloso o bullicioso lo llamaría al orden. Sus artistas eran como hijos para ella, a veces incluso los de mayor edad. Se sentía como una madre adoptiva, lo cual daba mucho trabajo pero era lo que más le gustaba de su oficio. Los artistas eran pollitos y ella la mamá gallina. Y aunque tampoco le llevaba muchos años a Liam, él parecía necesitar una madre, como Peter Pan.
—Cenaremos a las ocho. Mandaré el coche a recogerte a las siete y media y Juego puedes pasar a buscarme por el hotel. Estaré esperándote abajo —le dijo Sasha al marcharse con su hijo.
—No olvides traer el contrato —le recordó Liam cuando ya bajaban las escaleras. Había sido una tarde productiva para los dos y Liam estaba nervioso por la cena. Quería hablar con Sasha de la exposición y preguntarle cuántas obras necesitaría. Estaba dispuesto a trabajar como un esclavo durante todo el año para crear los mejores cuadros de su carrera. No la decepcionaría. Había llegado su gran oportunidad y lo sabía. Llevaba toda la vida trabajando para conseguirla. Y por muy mal que se comportara en su vida privada o las noches que salía con Xavier, siempre se había tomado muy en serio el trabajo. Sabía desde niño que había nacido para pintar. Eso le había aislado y apartado de los demás ya en la infancia y luego en la adolescencia y la juventud. Siempre se había sabido distinto y en realidad no le importaba. Su madre siempre le había apoyado y le había animado a perseguir su sueño. El resto de la familia no mostró nunca el mismo entusiasmo e incluso su propio padre lo trataba como a un bicho raro. Su actitud había abierto una brecha insalvable entre ellos. Por lo visto solo su madre era capaz de ver el genio especial de Liam. Los demás, su padre, sus hermanos e incluso sus amigos se limitaban a considerarlo un tipo raro cuyos cuadros carecían de sentido para ellos. Su padre los calificaba de basura y sus hermanos los llamaban garabatos. Excluían a Liam de todo lo que hacían y, él, aislado, buscaba refugio en la pintura. Como todas las personas que habían sufrido muy pronto en la vida, Liam era mucho más profundo de lo que aparentaba. Sasha aún no lo sabía, pero ya lo intuía. Todos los artistas que conocía habían tenido que superar algún dolor o infierno privado. Tal vez hacía sus vidas más penosas, pero reforzaba su arte y su compromiso artístico. En su caso, haber perdido a su madre de ni1ia despertó la compasión por tales artistas y la ayudó a entender sus sufrimientos. Sasha los comprendía, incluso a veces más de lo que creía. Era como si hubiera cierta armonía implícita.
—Sabía que su obra te gustaría —le dijo Xavier en el coche, con expresión satisfecha—. Tiene mucho talento —añadió, orgulloso de su amigo.
—Sí, sí que lo tiene. —Sasha confiaba plenamente, y además le entusiasmaba que el descubrimiento fuera obra de su hijo. Estaba muy orgullosa de su buen ojo.
—Además es un buen tipo —la tranquilizó Xavier—. Es amable, buena gente y sincero. Quiere a su mujer y a sus hijos. Aunque a veces cometa alguna locura es un buen hombre. Un poco salvaje, pero inofensivo.
—Es una lástima que la mujer esté en Vermont. Me habría gustado conocerla. Los cónyuges que uno elige dicen mucho de las personas —dijo en voz queda Sasha. Durante un momento Xavier no comentó nada.
—Es fabulosa. Llevan toda la vida juntos. Se fue a Vermont hace un tiempo.
—¿Qué quieres decir? —Sasha miró a su hijo con expresión interrogadora—. ¿Siguen casados o le ha dejado?
—Creo que ambas cosas. Siguen casados pero me parece que se han dado un descanso o algo así. Liam no habla del tema. Su mujer vuelve a Vermont todos los veranos para ver a sus padres. Pero este año, al llegar septiembre no regresó. Según Liam quería quedarse unos meses más. Lleva allí desde junio. Liam es un gran tipo, pero no debe de ser fácil vivir con él. Ella lo mantuvo mientras estudiaba trabajando de doncella en complejos turísticos de verano e invierno. Aquí trabajaba de secretaria. En esencia es ella quien mantiene a Liam y a los niños y además aguanta todas sus tonterías de artista. No creo que Liam se divorcie, pero tampoco parece que ella lleve una vida fácil teniendo que trabajar para cinco personas. Espero que vuelva. Es una buena mujer y él la quiere, Jo sé.
—Tal vez ahora podan1os ayudarle. —La historia le resultaba conocida. La mayoría de sus artistas volvían locas a sus mujeres y se dedicaban a pintar mientras otros los mantenían. El de Liam no era el primer matrimonio amenazado o incluso sacrificado por el arte. Había oído antes la misma historia—. Si tiene que servirle de algo, podría darle un pequeño adelanto. Ya veremos qué me dice durante la cena. Quizá le ayude a arreglar las cosas con su mujer.
—Seguro que sí. Le llega en un buen momento. Su hijo mayor empieza la universidad el año que viene. Necesitará el dinero.
—Confiemos en que le haremos ganar un montón. Pero estas cosas no ocurren de hoy para mañana. —Aunque ambos sabían que a veces sí. Después de lo que Xavier acababa de contarle, deseó que ese fuera el caso de Liam. Seguro que su familia lo merecía tanto como él. Sobre todo con un chico a punto de entrar en la universidad. Liam no aparentaba edad para tener un hijo de casi veinte años. Parecía un adolescente.
Xavier abrazó a su madre y le prometió desayunar con ella a la mañana siguiente. Quedaron en verse a las diez porque Sasha tenía varias llamadas de negocios que atender, a primera hora. Pensaba salir para el aeropuerto a mediodía y quería pasar las últimas horas en Londres con su hijo.
—Y esta noche, a ver si te comportas —le advirtió fingiendo seriedad como una madraza. Él se alejó riendo. Sasha pensó para sus adentros que al menos en esa ocasión no le acompañaría Liam. De todos modos, ahora que le había conocido, le preocupaba menos la influencia que pudiera ejercer sobre Xavier. Además sospechaba que su hijo acertaba. Tal vez Liam pareciera juvenil e inmaduro, pero era inofensivo.
—¡Nos vemos por la mañana! —se despidió Xavier. Subió a su coche y en cuestión de segundos se alejó sintiéndose feliz consigo mismo. Había sido una buena tarde. Liam estaba por fin en marcha. Su incipiente carrera acababa de experimentar un espectacular giro ascendente.