Capítulo 47

 

Jack cerró sus ojos y respiró por la nariz mientras caminaba por las puertas giratorias entrando a la Reserva Federal. Ross y dos guardias esperaban por él en la antesala. Un hombre mayor con pelo gris y un poco barrigón estaba de pie a la izquierda de Ross. Sus manos estaban en su cintura. En su boca se le dibujaba ligeramente una sonrisa. Un hombre más joven con su cabeza rapada estaba a la derecha de Ross. Sus pies estaban un poco más abiertos que sus hombros, con las manos tras la espalda. Su espalda estaba recta y su pecho alzado. Ex-soldado, pensó Jack.
Ross miró sobre el hombro a Jack, tras la ventana de las puertas su camioneta que Jack había estacionado sobre la acera.
—¿Le pusiste los seguros?—, preguntó Ross.
—Eso creo. ¿Importa?—
—¿Trajiste las llaves contigo como mínimo?—
Jack las sostuvo en le aire y luego las metió en el bolsillo de sus pantalones cortos.
—No las pierdas.—
—No te preocupes, Junior.—
—Caballeros, éste es el Agente Especial Jack Miller. Uno de los mejores—, dijo Ross.
Jack sonrió sorprendido. El guardia más joven apenas movió su cabeza. El mayor dio un paso al frente y le estrechó la mano a Jack. Tenía la mano ancha como de boxeador. Los dedos de Jack apenas le rodeaban la palma.
—Bienvenido a la Reserva Federal. Me llamo Mark Granowski. Mi compañero el que no para de hablar es Jerome Stone.— Mark le sostuvo la mano a Jack y bajó su voz. —¿Entonces no le gustan nuestras puertas?—
—No soy el mejor fan.—
—No le molestan a la mayoría, pero hay algunos que preferirían saltárselas si los dejas.—
—Bueno, ya entré. A lo que vinimos.—

 

Granowski puso dos tasas de café sobre la mesa. —¿Negro?—
Ross asintió. Él y Jack se sentaron a un lado de la mesa rectangular.
—Mientras esté caliente—, dijo Jack. —¿Pónganme al día?—
Mark deslizó una silla frente a Jack y se desplomó lentamente sobre ella. Juntó sus manos y las descansó sobre la barriga. —Entonces, alguien nos quiere robar.—
—No se ven muy preocupados.—
—Somos la Reserva. Muchos ilusos sueñan con robarnos, pero no es que seamos un banco. Nadie puede pasar y darle una nota al cajero esperando que le den dinero.— Mark empujó su silla hacia atrás y cruzó su tobillo sobre la rodilla. La mayoría de la seguridad se enfoca en el interior de las paredes para asegurarse que los empleados no tomen nada. Los devolvería por donde vinieron, pero como son del FBI deben tener algo que valga la pena escuchar o no estarían aquí.—
Jack sopló el café y dio un sorbo. —No está mal.—
—El café está bien, pero la comida es un asco.—
—Es acerca del Gobernador. ¿Ha visto las noticias?—
—Pensé que robaba bancos.—
Jack miró a Ross, levantó sus hombros y le señaló con un gesto que contestara.
—Continua, Jack. Ya llevas el hilo.—
—Bueno—, dijo Jack. Él miró a Granowski. —Robó bancos, pero no creemos que buscaba dinero.— Jack desenrolló los planos sobre la mesa. El paquete de planos tenía casi tres centímetros de ancho. Las hojas blancas eran de pliego y cubrían casi toda la mesa. —Encontramos esto en su apartamento y no se nos ocurre una razón para tenerlos.—
—A menos que estuviera planeando robar la Reserva—, añadió Granowski.
—Correcto.—
Granowski se puso de pie y empujó su silla para sentarse del mismo lado de Jack y Ross.
—Esto es lo que le mostraba al agente Fruen antes de que llegara—, dijo Granowski. Recorrió las primeras páginas incluyendo la cubierta y el índice y revolvió entre los planos, examinando los números de las páginas.
—Parece que tiene una copia completa de los planos del edificio. Sistemas de calefacción y ventilación, planos eléctricos, plantas y alzados, y los planos de la bóveda.—
—¿Esto le serviría?—, preguntó Ross.
—No lo sé. No me parece. No parece que fuera a venir por la puerta, dirigirse a las bóvedas y sacar dinero. Y no está cavando un túnel hacia aquí. Las bóvedas están a quince metros bajo tierra con paredes de medio metro de espesor de concreto reforzado. Tenemos sensores bajo tierra por el perímetro de la bóveda también.—
—¿Todo el dinero está en la bóveda?—
Mark miró a Ross. —Una bóveda inaccesible.—
—¿Y cómo la robaría?—, le preguntó Jack.
—Creamos escenarios y simulaciones constantemente.— Mark miró al techo y cerró los ojos. —El momento más expuesto del dinero es cuando lo transportamos y lo sacamos del edificio. Pero, eso lo tenemos cubierto; horarios diferentes, camiones sin insignia, múltiples camiones con algunos señuelos vacíos. El momento de mayor riesgo fue cuando trasladamos el dinero del edificio de la Reserva viejo a éste cuando lo terminaron en el noventa y cuatro. Transportamos quince millones de dólares cinco cuadras. No paso nada.—
Jack se levantó y se sirvió más café. —Tiene que ver de alguna forma con esto. Consiguió los planos. ¿Por qué estaba robando los bancos?—
—Movemos muchísimo dinero de forma electrónica entre nuestros asociados, pagamos cheques, cosas como esas. Pero, tenemos nuestro propio arsenal de gente y herramientas para hacerlo de forma segura. Claves, tarjetas, redes privadas, vigilancia de redes. Cosas con las que no estoy muy familiarizado. Hemos encontrado gente husmeando, pero nadie ha podido lograrlo.—
—Eso es lo que mi hija me contó—, dijo Jack.
Mark miró a Jack admirado.
—Hicimos el recorrido en tranvía hoy por la isla Nicollet. Parte de la celebración del Cuatro de julio. Mi hija escuchó del conductor que la Reserva Federal nunca había sido robada.—
Mark se sentó y asintió. —Bueno, ella tiene la razón. Nunca lo han hecho y nunca lo harán. No puedo imaginar los estragos que eso le causaría al mercado mundial si pasara.—

 

El Gobernador se había arrastrado y apretado entre los túneles para encontrar a su equipo. Ya estaban tan cerca y no habían sido detectados. El momento se aproximaba para el gran final de su plan.
—¡Adivinen quién llegó, muchachos!— Steve gritó encima del sonido del taladro de agua a presión con el que cortaban la piedra caliza como un castor con la madera. Cortó el agua para que pudieran escuchar. —Estamos justos en horario, jefe. Sin sorpresas.—
La lámpara del casco del Gobernador relampagueaba por entre la niebla que llenaba la cueva. Una capa de agua lo cubría todo.
—Lo han hecho muy bien muchachos.— Los palmoteó a todos sobre el hombro, se veía su entusiasmo. Una sonrisa amplia en su cara. —Sueños, caballeros. Se volverán realidad muy pronto.— Se acercó para ver el trabajo actual.
—Es como cortar mantequilla con un cuchillo caliente. La roca va desapareciendo. Es maravilloso. ¿Quieres intentarlo?—
El Gobernador se acercó. —No, lo dejaré a los profesionales. Muchachos, han hecho un trabajo formidable.— Con los pulgares se limpió la mugre y el agua de la mica de su reloj. —A la media noche deben estar en posición junto a la puerta de la bóveda. Voy a dejar que sigan con su trabajo.—