Capítulo 45

 

La lluvia empujaba a la gente de los balcones al interior de los apartamentos. El Gobernador se encargó de que los meseros se movieran por las habitaciones sirviendo los pasabocas y que los barman sirvieran el licor.
—Es una vista estupenda.— El Gobernador pasó dos vasos de vino a un pareja de pie junto a la ventana. —Si la lluvia se detiene tendremos una gran vista de los juegos artificiales en unas horas.— Les señaló algunos de los puntos de interés a la pareja y les habló sobre el desarrollo del área, los restaurantes y tiendas que hacían al barrio más apetecible. —¿Alguna pregunta sobre la propiedad? Disfruten la velada.—
La pareja dejó al Gobernador junto a la ventana. Miró hacia el río y la isla Nicollet donde la gente se estaba empapando y buscaban refugio de la lluvia. Pensó en su equipo de gente bajo tierra y miró hacia la Reserva Federal. Estaba emocionado. Se sentía como un niño en Navidad, esperando los regalos. En unas horas llegaría el final de su plan. Un carnaval de carros, un camión y una patrulla con policía escoltándolos que cruzaban el puente de la avenida Hennepin le llamaron su atención.
—¿Señor, podríamos ver un par de apartamentos que no sean tan caros como éste?—
El Gobernador trató de ver hacia dónde iban los carros, pero fue absorbido de nuevo por la fiesta y la venta de apartamentos. Sonrió y respondió sus preguntas mientras les ofrecía asiento en la sala donde les enseñó los planos del apartamento, fotografías y la lista de precios.
Mientras hablaba con ellos sobre las opciones de financiación, su celular timbró. El Gobernador finalizó rápidamente con ellos y se excusó para contestar cuando del otro lado alguien se identificó como empleado de la agencia de seguridad privada de su edificio y alertándole que la alarma se había disparado. El Gobernador dio un paso hasta la ventana y vio sobre el río. La lluvia golpeaba el vidrio y le nublaba la vista. Abrió la puerta del patio y salió. Miró y vio que las luces de su apartamento estaban encendidas.
No sabía cómo habían dado con él, pero sabía que debía irse. No les tomaría mucho en venir a buscarlo a la fiesta. Ya podrían estar en camino. Miró su reloj. Todavía tenía tiempo de ejecutar el plan. Estaba tan cerca de hacerlo. El Gobernador corrió al ascensor y lo tomó hacia el estacionamiento subterráneo.

 

Jack y Ross esperaban mientras el equipo ejecutaba la orden de allanamiento. Los vecinos de los lados, arriba y abajo habían sido evacuados. Usaron la copia de la llave del portero para que no tuvieran que romper la puerta. La alarma de seguridad estaba activada y los miembros del equipo se daban instrucciones para pesquisar el inmueble.
Cuando estaba determinado que el apartamento era seguro y estaban sin ocupantes, Jack y Ross ingresaron. —¿Alguien puede apagar la alarma por favor?—, gritó Jack encima del ruido. Tocó a Ross en el hombro y se inclinó hacia él. —Este ruido me está dando dolor de cabeza. ¿Qué quieres que hagamos?—, le dijo Ross al oído. —Revisa la sala y la cocina, yo me encargo de las habitaciones.—
La sala llamó la atención de Jack desde el comienzo. Miró con sus dedos tapándose los oídos con la punta de su dedos para apaciguar la alarma. El cuarto estaba ordenado y limpio. No había nada personal a la vista. Se sentía más como la vitrina de una tienda de muebles que una casa. La decoración era agradable con un toque clásico. Después de revisar un par de cajones de las mesas laterales y de mirar la parte posterior de las pinturas de la pared, Jack se aventuró a la cocina. —¿Quién se está haciendo cargo de la sirena?—, gritó mientras caminaba junto al panel de la alarma.
La nevera tenía pocas cosas, botellas verdes de agua y un par de vino. Dos recipientes de comida china para llevar en el segundo estante. Unas manzanas en el compartimiento inferior. Miró debajo del fregadero y encontró una caneca, pero estaba vacía. Demasiado limpio todo.
La alarma seguía sonando. No podía pensar. Se quedó de pie recostado sobre el mostrador masajeándose las sienes. Ya sabían quién era el Gobernador, pero no lo encontraban. —¿Puede alguien apagar la alarma? Necesito pensar aquí.— Jack cerró sus ojos, recordando los últimos días. Él y Patty habían visto al constructor, el Gobernador, caminar por el puente con un perro. El silencio golpeó a Jack cuando apagaron la alarma. Abrió los ojos y sacó los dedos de sus orejas. —Por fin.—
Jack decidió terminar de revisar la cocina. En la alacena había unas galletas de sal, cereal y latas de sopa junto a platos, tasas y vasos. Todo estaba limpio y ordenado. Las etiquetas todas mirando para el mismo lado. En una esquina junto a la estufa estaban la tasas del perro en el suelo, una vacía, la otra llena de agua. Un gancho vacío en la pared debía sostener la correa. Miró el tapete de caucho negro en el que descansaban las tasas de comida y agua. Había cinco letras blancas sobre el tapete, V I N C E.
Jack se imaginó a Willy mirándolo a la cara. Se llama Vince, papi. Lo atacó el pánico. Se le dificultó respirar. Sus ojos se le nublaron mientras imaginaba a sus hijos con el perro hace sólo treinta minutos en la isla Nicollet. Jack se encontró en la ventana de la sala mirando hacia el puente y la isla. La gente estaba apeñuscada bajo los aleros de los edificios. El cielo seguía oscuro con nubes de tormenta. Agarró su teléfono y marcó mirando hacia abajo, esperando verlos.
—¿Buena vista, no?—, preguntó Ross. Jack volteó y vio a Ross desenrollando planos sobre la mesa de la sala.
—Tengo que encontrar a mi familia.— Jack caminó hacia Ross. —Un hombre le dejó a mis hijos su perro para que se lo cuidaran. Creo que fue el Gobernador el que dejó su perro con mis hijos.—
—¿Qué? Mira esto.— La mitad superior de la página era una vista general del área del río Misisipi en la que estaban desde la isla Boom al norte hasta las compuertas al sur del puente Stone Arch. Había notas escritas en tinta y en lápiz en diferentes lugares. La mitad inferior de la página tenía algunos cortes superiores y horizontales de lo que había bajo tierra.
—¿Qué es esto?—, preguntó Jack mientras marcaba otro número.
—Sujeta ese lado.— Ross pasó la primera hoja como si fuera un libro gigante para descubrir la segunda. —Tiene las cañerías señaladas y etiquetadas, marcadas con su profundidad, ruta, etc.—
—Espera un momento, Junior. Jules. El perro, Vince, es el perro del Gobernador. El gobernador se lo dio a los niños. Dile al oficial que los lleve a todos a la oficina del FBI y quédate allá hasta que vaya por ti. Adiós.—
—Bien, Junior. Cañerías, profundidad y...?—
Ross volteó la segunda página. La tercera era una hoja guarda para el resto de los documentos. El sello del Distrito nueve de la Reserva Federal cubría el centro de la página. —Estos eran los planos de la Reserva Federal de Minneapolis de su construcción en 1994.—
Jack se recostó, luego se acercó para enfocar sus ojos de nuevo en los dibujos. Usaba su mano libre para tocar el papel. —¿Adivina qué aprendí hoy de mi hija?—
—¿Qué?—
—La Reserva Federal nunca ha sido robada.—