Capítulo 31
El maletín de cuero café iba en el asiento
junto al Gobernador. Él llevaba su mano de manera protectora y
gentil sobre su suave superficie. Muy pronto sus sueños se
volverían realidad; sus problemas quedarían atrás. Siempre supo que
este día llegaría. Una mirada rápida al maletín para comprobar lo
que su mano derecha le decía. Seguía ahí.
Meses de planeación, inteligencia,
conspiración sin tener la certeza de poder completar lo que soñaba.
Su negocio era un caos, pronto tendría que declararse en
bancarrota, pero ya no importaba.
Manejó por una larga y sinuosa entrada
marcada con manzanos y hostas a los lados. Había estado allí antes,
en la primavera, cuando los árboles estaban florecidos y llenaban
el aire con su intoxicante aroma y los pétalos rosados creaban un
camino hacia la casa. Vadim le daba albergue a una familia rusa
recién emigrada a cambio de cuidarle la propiedad. Trabajaban duro
y además proveían seguridad. Uno de ellos se aproximó desde un
costado de la casa mientras el Gobernador proseguía al
estacionamiento frente al garaje. Cuando el jardinero reconoció al
Gobernador, se relajó y caminó hacia el carro y le abrió la
puerta.
—El patrón está en la piscina, señor. ¿Le
ayudo con el maletín?—
El Gobernador sostuvo firme el maletín por
sus correas. —Yo lo llevo, gracias. No me voy a demorar
mucho.—
El sol producía destellos sobre el agua. Una
briza suave empujaba una colchoneta de inflar en la esquina de la
piscina contra la orilla. Vadim quitó sus ojos del libro e invitó
al Gobernador a seguir y acomodarse en una silla reclinable junto a
él. Había una jarra con algo helado sobre una mesa entre dos
sillas. La condensación por la humedad hacía gotear la jarra.
—Hola, amigo. Siéntate aquí. ¿Quieres limonada?—
El Gobernador se sentó en la silla y puso
con cuidado el maletín junto a sus pies. —Te recibo un vaso,
gracias.— El Gobernador bebió la mitad del vaso y lo dejó sobre la
mesa. Terminadas las amabilidades entre los dos, no podía esperar
por comenzar con lo que lo había traído aquí.
—Vadim, ya conseguí la información que
faltaba.—
Vadim cerró su libro y se sentó. —¿La
tienes?—
—Sí, pero tengo un pequeño problema del que
me quiero encargar.—
—¿Qué pasa?—, preguntó Vadim.
—Uno de los agentes del FBI que está en el
caso de los robos. Está acercándose más de lo que quiero. Tengo un
plan para encargarme de él y creo que la distracción puede
beneficiarnos.—
—¿Cómo puedo ayudar?—
—Necesito un arma y un rifle con mira.— El
Gobernador se sentó y comenzó a mirar a Vadim. —Lo necesito para
esta noche y tengo que practicar. Será un disparo de unos
cuatrocientos metros.—
—Voy a buscar a alguien que se
encargue.—
—Gracias, pero es algo que quiero hacer yo.—
El Gobernador se forzó en relajarse y habló con calma. —Es seguro.
No voy a poner el trabajo en riesgo, pero debo hacerlo.—
Vadim le dio un manotazo a una avispa para
alejarla del borde de su limonada. —¿Estás seguro de que no quieres
que alguien más se encargue de esto por ti?— La pregunta quedó en
el aire. —No habrá problemas.—
El Gobernador le dio la mano.
Uno de los jardineros apareció por detrás de
ellos entre los arbustos. Vadim y el jardinero hablaron en ruso
antes de que Vadim regresara con el Gobernador.
—Síguelo. Él te dará lo que necesitas para
esta noche. Yo me quedaré con el maletín. ¿Está todo ahí?—
—Todo menos la clave.—