Capítulo 26

 

El Gobernador fumó de nuevo su cigarro haciendo visible la ceniza ardiente contra el cielo nocturno. Vigilaba mientras Sandy dejaba a James bajo cubierta. Miró su reloj. Habían cruzado el lago lentamente en lo que llevaban de noche, bebiendo y contemplado las grandes casas de las orillas. Le quedaba tiempo para disfrutarse el cigarro y para el resto del trabajo que tenía planeado para esa noche. Se puso de pie y le dio un vistazo al lago. La noche había estado tranquila y la temperatura estaba agradable con una brisa suave.
Ésta sería la última noche que pasaría en el lago Minnetonka y la quería disfrutar. La siguiente hora más o menos determinarían su suerte. Si todo salía como en los cálculos, podría estar en otro bote observando un mar caribe tibio, rodeado de la brisa salada y de un cigarro, tal vez cubano, en su mano. Un bote en el verano se encargaría del calor de las islas y en los inviernos sería como el edén. Soñaba con ser el capitán de su propio bote, no del que había alquilado por el verano. Navegar su propio bote de isla en isla, conocer gente nueva, invitar mujeres a viajar con él de vez en cuando.
El Gobernador volvió a mirar la hora para verificar la fecha. En donde deberían estar los tres, la pequeña ventana tenía un dos. 2 de julio. El equipo en el túnel había progresado y estaban en posición de acuerdo con las fechas planeadas. Vadim tenía la mayoría de la información que necesitaba para terminar su parte del plan. La pieza clave de al información que necesitaba la tenía James. El Gobernador sacudió su cigarro sobre la noche y vio la ceniza roja temblar en la oscuridad bajando hasta tocar el agua en un silbido. Tenía un asunto pendiente y era el momento de terminarlo.

 

Al final de las escaleras, el Gobernador se recostó contra la pared con un trago en su mano.
Al otro lado de la cabina, James y Sandy estaban en la cama; James estaba encima diciéndole lo rico que estaba, lo bonita que era y la suerte que tenía.
Sandy puso a James de espaldas y se sentó sobre él. —Me toca a mí arriba.— Sandy se dobló y lo besó en los labios. —Yo sé lo que deberíamos intentar—, le dijo ella. Se estiró sobre el hombro de James y sacó una soga con una lazada en el extremo. Lo ató de la muñeca y lo aseguró. —Estoy segura que te lo vas a gozar.—
El Gobernador batía su trago y los hielos hacían ruido contra el vaso. James vio la cara burlona del Gobernador. Sandy le puso el índice sobre los labios a James. —No importa, déjalo ver.—
El Gobernador le pestañeó a James brindando con su trago al aire. James le sonrió, se recostó y relajó su cabeza sobre la almohada de la cama. Sandy tomó su brazo izquierdo y lo ató sobre su cabeza. Luego bajó a los pies de la cama y repitió el proceso con los tobillos a las esquinas de la cama. Estaba desnudo, estirado sobre la cama como El hombre de Vitruvio de Da Vinci. Sandy lentamente arrastraba su dedo desde el tobillo hasta su entrepierna. James se retorcía, sus extremidades tiraban de las sogas y él gemía.
Sandy se retiró del lado de la cama, caminó hacia el Gobernador y lo besó en los labios. —Es todo tuyo—, le dijo.
El Gobernador sostuvo a Sandy con su mano libre por la mejilla y la miró a los ojos. —Gracias, te preparé tu cóctel favorito.— Se lo dio. —Sube y relájate en la cubierta.—
Sandy tomó el trago, lo besó con ganas en la boca y subió la escalera cerrando la puerta tras salir.

 

El Gobernador fue hasta el lado de la cama y sacó un cuchillo de su bolsillo. Desdobló una hoja de quince centímetros de su mango y la emparejó con la otra mitad después.
James sacudió sus brazos y piernas. Estaba bien amarrado a las esquinas de la cama. —¿Qué hacen? La broma no tiene gracia. Suéltame.—
—No lo creo James. La fiesta apenas comienza—, dijo el Gobernador.
—Ya, deja la broma.— La cara de James se comenzó a poner roja mientras halaba cada vez más fuerte sus extremidades y los nudos se apretaban más y más marcándose en su piel. —Estuvo divertido, pero ya se acabó. ¡Suéltame!—
El Gobernador le respondió con calma. —James, voy a ir directo al grano.— El Gobernador suspendió el cuchillo de sus dedos, de punta entre los bellos negros pronunciados del abdomen de James, a ocho centímetros de su ombligo. El peso del cuchillo era suficiente para marcarse en la piel sin romperla. —No te quiero herir, pero tienes una información que necesito.—
James apretó las tripas y endureció su abdomen como reflejo contra el dolor. Sus ojos miraban el cuchillo. —¿Qué haces? Eso duele. Deja de joder con eso.—
El Gobernador siguió en calma, pero habló con autoridad. —James, mírame.— Se quedó esperando que lo mirara.
James respiraba rápidamente sin quitarle los ojos al cuchillo. Presionó su espalda hacia atrás tratando de evitar el filo que no podía ver pero sentía sobre su estómago.
—James, mírame.—
James giró sus ojos hacia el Gobernador, sin girar su cabeza.
—Relájate. Estarás bien. Sólo quiero que entiendas que hablo enserio. Realmente quiero que entiendas bien lo que quiero que me digas.—
—¿Qué quieres hacer?—, los ojos de James iban constantemente del cuchillo al Gobernador. —No le hice nada que ella no quisiera. ¿Por qué estás haciendo esto?—
El Gobernador torció el cuchillo sobre el abdomen. —Ella no tiene nada que ver. Quiero que te relajes y pienses en lo que voy a preguntarte. ¿Entiendes que hablo en enserio? Y si me dices lo que quiero oír te dejaré ir. Si no...— el Gobernador pasó la cuchilla contra la piel rasurando un parche de piel, —te haré daño.— El Gobernador levantó el cuchillo del estómago de James y lo sostuvo donde el otro pudiera verlo lejos de su piel. Esperaba que la respiración de James se calmara un poco y veía como James luchaba por ordenar las ideas en su cabeza y atar cabos para comprender lo que estaba sucediendo.
El Gobernador planeaba comenzar de forma simple, como en una prueba de detección de mentiras. Dejaría que James le diera información privada, que estuviera dispuesto a darle; como su cumpleaños, su número de identificación del trabajo, tal vez su clave de la tarjeta del banco. Lo probaría, le mostraría el proceso y le demostraría cómo iba a funcionar el juego. Después de un par de castigos por información que se demoró mucho en contestar o estaba mal, James estaría mejor dispuesto a dar el resto de los datos.
James era un débil. El Gobernador le puso una almohada sobre la cara para ahogar sus gritos. Había hecho una pequeña demostración de valentía, jurando que jamás le daría al Gobernador la información que quería, pero después de un par de rasguños y pequeñas cortadas sobre el abdomen y una perforación en el hombro con la hoja del cuchillo, James estaba dispuesto a decirle todo lo que quisiera saber.
El Gobernador escuchó desde la grabación que hizo para constatar que tuviera toda la información que necesitaba. —¿Olvidaste cualquier parte importante de la información, James?— James jadeaba su aliento controlando el dolor en su hombro. Sacudió su cabeza de lado a lado. El Gobernador puso la hoja del cuchillo contra el cuello de James. —Si esta información no me sirve, te voy a matar. Deja que te repita la pregunta. ¿Olvidaste cualquier parte importante de la información?—
—No—, dijo James casi sin voz. —Vas a ver que todo te va a servir.—
—Bien, voy a creerte.— El Gobernador caminó por la habitación, abrió un cajón y sacó un rollo de cinta para ductos. —Voy para la cubierta y estoy seguro de que entenderás que necesito que no hagas ruido. Así que voy a cubrirte la boca con esto para asegurarnos de que no hagas ruido.— Sacó un pedazo del rollo y lo sostuvo con sus dedos. Cortó el extremo con el cuchillo y dejó caer el rollo al suelo. Los otros treinta centímetros de la cinta gris colgaron de sus dedos. El Gobernador sostuvo el puño del cuchillo con los dientes. Tomó la punta de la cinta que pendía para que no se enredara consigo misma. Con la mano derecha pegó el extremo a la tapa de la mesa y con la izquierda partió por mitad el pedazo. Los treinta centímetros quedaron convertidos en dos tiras.
El Gobernador se acercó al lado de la cama. —Cierra los labios James.— James le hizo caso y el Gobernador pegó una tira sobre sus labios. —¿Puedes respirar por la nariz?—
Las mejillas de James se llenaron cuando por instinto trató de respirar por la boca. Produjo un silbido mientras el aire se le escapaba por el tabique.
—Relájate. Es mejor que respires con más calma.— El Gobernador fue hasta el otro lado del cuarto, sacó su celular del bolsillo y marcó. Mientras contestaban, le dio un vistazo a James, que respiraba lenta y regularmente por la nariz. Lo que sucediera después dependía de esta llamada.
—Aló—, respondió alguien en ruso la llamada.
—Mi socio, soy yo. Qué pena llamarte tan tarde, pero tengo una información que verificar.— El Gobernador miró a James que no le quitaba los ojos de encima a él y le cabeceó mientras lo escuchaba decirle al otro por teléfono los códigos y claves que le había dado antes al Gobernador. El Gobernador caminó junto a la cama y se quedó de pie frente a James mientras escuchaba su teléfono. —Listo, llámame tan pronto revises todos los datos que puedas.—
El Gobernador colgó y guardó su celular en el bolsillo. Miró a James desde arriba.
—¿Seguro de que puedes respirar?—
James cabeceó que sí. El Gobernador sonrió. —Voy a subir a cubierta a esperar que me llamen de vuelta. Quédate aquí y relájate. Si me dijiste la verdad todo estará bien.—

 

—Hola, preciosa, ¿dónde estás?—, preguntó el Gobernador hacia el aire de la noche mientras regresaba del interior del bote. Miró a su alrededor. En la banca estaban su camiseta y toalla, al lado del vaso vacío del cóctel que él le había dado antes. Su teléfono estaba en la cubierta. Lo levantó. Una llamada perdida de Ross Fruen. —Mierda.— ¿Qué pretendía con encender su celular?
Esperaba encontrarla desmallada sobre el banco o en el suelo del bote después de tomarse el trago con rufis. —Mierda.— Se asomó sobre la baranda. Se habrá ido a nadar, pero con la mierda para violar tontas que se tomo se habrá ahogado. No era del todo malo. Se la dejaba más fácil. Caminó por el perímetro del bote buscándola sobre el agua. Quería asegurarse que se había ahogado. Iluminar con una linterna hacia el agua no era una opción. Atraería la atención de otros botes. Entró hasta la cabina del capitán y apagó las luces de discoteca, dejando sólo encendidas las de seguridad.
Se asomó sobre la borda verificando si había otro bote cerca. No pudo escuchar ni ver ninguno. —Sandy—, gritó enérgico sobre el agua. —¿Dónde estás?—

 

* * *

 

Ross iba adelante mientras entraban con Jack. —¿Ya viniste por acá, Junior?—
—Creo que una vez—, le contestó Ross.
El hombre de la puerta le dio un vistazo a Ross, luego a Jack y de regreso a Ross. Abrió la puerta y la sostuvo para que entraran los agentes. —Qué bueno verlo señor—, le dijo el de la puerta a Ross. —Espero que el otro tipo haya quedado peor.—
—Gracias—, le murmuró Ross. —Accidente de carro.— Entraron.
—¿Yo diría que más de una vez, Junior?—
—En serio, Jack. Una vez, tal vez dos, cuando recién llegué al pueblo.— Ross miró hacia atrás la puerta cerrándose. —Seguro me parezco a alguien.—
La puerta se cerró, cortando la última entrada de luz de la calle. La concurrencia esa noche se movía efusiva y la noche en Sheiks estaba comenzando.
—¿La llamaste?—, le preguntó Jack.
—Directo al correo de voz. Teléfono apagado.—, respondió Ross.
—Miremos a ver si está aquí.—
La oscuridad se convirtió en luces a medida que sus ojos se acostumbraron a la iluminación interior. Ross no se movía, así que Jack tomó la delantera hacia el bar en donde se recostó con los hombros sobre la superficie mientras llamaba la atención de un barman tras la barra. Ross se quedó de pie junto a Jack, pero de espaldas al bar para poder seguir viendo a la gente.
—¿Qué les puedo ofrecer esta noche caballeros?—, el joven barman preguntó mientras lanzaba como un experto una botella al aire y la atrapaba del cuello. —El especial son tragos de Cuervo. Y si están de humor para dar propina, les recomiendo un trago especial de cualquiera de esas señoritas.—
Ross giró hacia el barman con Jack. El barman se echó hacia atrás cuando vio a Ross y por poco no atrapa la botella que venía girando por el aire. Jack sonrió y dijo, —Se veía más feo antes del accidente.—
Antes de que Jack dijera otra palabra, Ross dejó escapar un, —¿Sandy está trabajando hoy?—
—¿Sandy? No conozco a ninguna Sandy—, respondió el barman.
—No se debe llamar así en este lugar.— Jack trató de tomar el control de la situación de nuevo poniendo su identificación sobre el bar junto a un billete de veinte dólares.
El barman se agachó mirando la identificación y tomando el billete. —¿A quién están buscando?—
—Sandy. Sandy Hoffman—, dijo Jack.
—Estuvo aquí temprano, pero se fue con dos clientes frecuentes a una fiesta privada.—
Jack puso otro de veinte sobre el bar con su tarjeta de presentación y levantó su identificación. —¿Sabe quiénes eran?—
—Uno era un tipo de finca raíz, constructor. El otro no sé. Vienen juntos seguido ver a Sandy.—
—Gracias. Si ella regresa o si cree que algo más me podría servir, llámeme.— Jack giró hacia Ross. —Se nos voló.—
—Tenemos que encontrarla, Jack.—
—Yo sé. Vámonos.— Abrieron las puertas hacia el aire caliente de la noche. Jack sacó su teléfono del bolsillo y marcó mientras caminaba hacia el carro. —Claro que sí, es Jack.—
—Te iba a llamar, su teléfono está encendido. El de Sandy.—
—¿Dónde está?, le preguntó Jack.
—¿Qué está pasando, Jack?—, preguntó Ross.
—Claro que sí, dame un segundo.—
Ross abrió la puerta de pasajeros y sacó su brazo bueno. —Dame el celular. Puedo hablar con un solo brazo. Tú vas a manejar.—
Jack subió al carro y puso el altavoz del celular. —Sostenlo para que ambos podamos oír.— Jack se acomodó y encendió el motor.
La voz de Claro que sí salía de los parlantes del teléfono. —¿Dejen de discutir las dos y continuamos?—
—Sólo dime a dónde conduzco—, dijo Jack.
—¿Trajeron biquini?—, preguntó Claro que sí.
—¿Por qué?—, le preguntó Jack.
—Parece estar en el lago Minnetonka. Ve hacia Excelsior por la Autopista Siete. Conduzcan unos treinta minutos—, dijo Claro que sí. —Me quedaré en la línea.—

 

 

 

El Gobernador tiró el bolso de Sandy por la borda con el celular adentro. Luego llamó a Vadim. —¿Qué tal?—
—Sí, todo parece concordar. Tenemos todo lo que necesitamos.—
El Gobernador sonrió. —Estupendo. Tengo que terminar un par de asuntos. Estamos listos para mañana en la noche. Te llamo entonces.—
James seguía atado a la cama con la cinta sobre la boca. Su respiración silbaba suave por su nariz. El Gobernador saltó al borde de la cama. —Tu información está bien. No te seguiré haciendo daño.— El Gobernador acercó su mano hacia la cinta sobre la boca de James, se detuvo y le apretó la nariz con el pulgar y el índice.
Un grito apagado retumbó en la garganta de James y se revolcó sobre la cama. El Gobernador le sostuvo las fosas con una mano y usaba la otra para mantener a James quieto. Se subió encima de su pecho para detener sus movimientos fuertes. Los ojos de James estaban totalmente abiertos invadidos de pánico.
James se sacudió durante unos minutos más. El Gobernador lo miró a la cara con atención. Pudo ver cómo se le borraba la determinación a James y aceptaba su destino. Luchó con fuerza un par de veces más y luego se desmayó. El Gobernador siguió sosteniendo la nariz de James hasta asegurarse de que estaba muerto. Luego encendió las luces del exterior del bote y arrastró el cuerpo de James hasta la cubierta trasera. Después le ató un ancla a la cintura, bajó el ancla por la borda y finalmente levanto a James dejándolo caer al agua.
Seguía preocupado por el paradero de Sandy, pero estaba feliz de seguir con su plan sin ella. Encendió el bote y se dirigió hacia la marina al otro lado del lago.

 

—Claro que sí, estamos aquí mirando hacia el lago. ¿Por dónde estaban?—, le preguntó Jack.
—Entre ustedes e Isla Grande.—
—Vamos. Está oscuro. Dónde está?—
—Miren derecho, perpendiculares a la playa.—
Jack miró sobre el agua oscura. Un poco a la izquierda y luego a la derecha. —¿Ves algo, Junior?—
—Algunas luces de botes. Eso es todo—, dijo Ross.
—¿Sabes dónde estoy, Claro que sí?—, le preguntó Jack.
—Sí, te tengo ubicado en el mapa desde la señal de tu celular. Su teléfono desapareció a unos cuatrocientos cincuenta metros de donde están ustedes.—
—Si estaba en un bote, ya se fue—, dijo Jack mientras se paseaba por la orilla.
—Jack, el bote debe seguir en el agua. Es un lago bien grande, con varias bahías.— Ross tomó el teléfono de Jack. —Claro que sí, ¿cuántos puertos deportivos hay?—
—Son como una docena.—
—Eso es, Jack. Tenemos que verificar con todos si pueden saber cuáles botes salieron antes o cuáles están llegando—, dijo Ross.
—Ayúdanos con eso y sigamos. Estamos tan cerca—, dijo Jack.

 

—Esto no sirve, Jack. Hemos ido a tres puertos deportivos y nada del bote.—
Jack y Ross estaban de pie sobre la grava del estacionamiento bajo las luces relampagueantes y la nube de zancudos. —Volvamos al carro lejos de los insectos y llamemos al Alguacil, a ver si ellos tienen mejores noticias.—
Ross bostezó mientras hablaba. —Tenemos que descansar, Jack.—
Jack encendió el carro, revisó el aire acondicionado y llamó al Alguacil.
—Alguacil, es Miller, acabamos de revisar el tercer puerto deportivo y no tenemos nada.—
—Nadie tiene nada todavía—, replicó el Alguacil Looney. —Asumiendo que estuvieran en el bote, pudieron ir a la costa a cualquier propiedad privada, atracar antes de que llegáramos e irse, o siguen en el lago. Tenemos un par de botes en el agua y seguiremos patrullando los ingresos.—
—Gracias, Alguacil. El agente Fruen y yo vamos a descansar un rato. Deme una llamada si encuentra algo—, dijo Jack y colgó.
—Junior, vamos a mi casas y podemos seguir con esto en la mañana.—
—¿No le importará a tu esposa?—, preguntó Ross.
—Ella y los niños están donde mis suegros por un tiempo.— Jack patinó las ruedas en la grava y salió del estacionamiento. —Tengo un par de camas para invitados.—
—¿Quieres que hablemos de eso?—, preguntó Ross.
—No, quiero que descansemos y resolvamos el caso pronto.—

 

 

 

El ruido sacudió a Jack de sus sueños. Tomó el despertador de la mesa de noche y apretó su botón. El ruido no se detuvo. Entreabrió los párpados y miró los números de la hora. Cinco y veintitrés. ¿Qué diablos? Tomó el teléfono. —¿Diga?—
—¿Agente Miller?—
—Sí.— Jack aclaró su garganta e intentó de nuevo. —Aló. ¿Quién es?—
—Agente Miller, es el Alguacil Deputado Looney.—
—Looney.— Se sintió como si acabara de acostarse. Jack miró el reloj de nuevo para asegurarse que esa era la hora.
—Creo que tenemos algo que quisiera ver.—
Jack aclaró su garganta otra vez. —¿Encontraron el bote?—
—No. Un pescador encontró un cuerpo en el lago Minnetonka. Mujer joven.—
—Puedo llegar entre treinta y cuarenta y cinco minutos.
—Vaya hacia Deephaven, la punta sureste del lago, llámeme. Le diré el resto cuando llegue. Le envío mi número por texto.—
—Correcto, nos vemos pronto. Gracias.— Jack colgó el teléfono y fue al cuarto de su hijo. —Junior, levántate.—
—Ey, Jack. ¿Sabes qué hora es?—
—Me acaban de llamar. Encontraron un cuerpo en el lago Minnetonka. Vamos a revisarlo. Justo en donde estuvimos anoche. Salimos en diez minutos.—