34) AILE: JUICIO
Caminaba con la vista hacia el frente, segura de sí misma. La escuela había quedado atrás junto a sus experiencias dentro. A lo lejos, los tejados de su casa eran visibles a la lejanía entre el millar de casas similares de una constructora que empleo el mismo diseño para cada una de ellas dando la sensación de que eran copias un tras de otras, con un jardín en frente y autos de distintos modelos parados a su puerta como la única diferencia.
En medio de la calma, el viento seguía lentamente su paso hacia el norte. Al pasar al lado de Aile se arremolino en su cabello que libero un delicioso aroma a rosas. Las aves cantaban felizmente alrededor de ella y absorbían aquel perfume de la realeza que con solo sentir su esencia provoca sonrisas del alma. La tranquilidad seguía su curso y se perdía a lo lejos más allá de las montañas y de las sombras que la habitan.
Un giro a su derecha y un par de casas más, se posó frente a la puerta de su hogar. Era una majestosa casa blanca, parecida a las demás, una barda de madera separaba a la casa de la calle. Al cruzarla, se encontraba un jardín con un verde intenso que reflejaba la luz del sol. En medio de ese jardín un camino de ladrillos de un rojo carmesí intenso, formaban el sendero para entrar a casa. Aile con solo ver la puerta dejo sus audífonos alrededor de su cuello y se dispuso a entrar.
―Tengo más trabajo del que podrías hacer en mi vida. Las cosas se están complicando en estos tiempos…dejare el trabajo temprano y volveré a cenar…
Solo eso alcanzo a oír, observo una sonrisa en el rostro del señor mientras daba un portazo al coche y se disponía a salir disparado a toda velocidad por la calle. Aile contemplo el coche alejarse y dar vuelta hacia la derecha para perderse en el tráfico de la ciudad.
―De vuelta a casa…. ―, dijo de soslayo al caminar por el sendero. Por un instante pensó en que sería buena idea contar lo sucedido ese, pero tenía ciertas dudas sobre cuál sería la reacción de Lucy, quizás la entendería o se convencería de que estaba completamente loca.
Decidió no decir nada.
Con lentitud, abrió la puerta con una mirada explicativa hacia la sala, se acomodó su vestimenta e intento poner una sonrisa en sus labios. Lucy caminaba rápidamente de un lugar a otro como intentando poner todo en orden, de la cocina a la sala, a la recamara y luego a atender la alerta de la lavadora.
―Lucy, ya estoy aquí―, dijo al entrar.
―Hola ¿Cómo te fue hoy? ―, pregunto Lucy sin detenerse, moviendo objetos y limpiando debajo de ellos, como si siguiese una rutina.
―Me ha ido muy bien hoy…fue un día raro―, musito Aile.
― ¿Raro? Estas hecha un desastre ¿Qué te ha pasado?
Aile miro su ropa y busco una excusa entre sus recuerdos.
―Estaba jugando con unas amigas y…bueno me he caído, nada fuera de lo común.
Al pasar frente a Aile, Lucy le esbozo una sonrisa reconfortante, antes de continuar con sus tareas domésticas.
―Ten más cuidado a la próxima. Los días raros son buenos, uno sale de la rutina un poco.
―Sí, justo eso es lo que pensaba―, dijo Aile al sintiendo que la había librado.
Lucy paso de largo, acomodo los cojines de la sala y limpio la mesa del centro.
―No te esperaba temprano hoy. Pensé que pasarías a ver a Sam…oh por Dios, olvidé mencionártelo en la mañana. Sam me hablo para decirme que fueras a verlo, que ya tenía vacantes para ti ¿Puedes creerlo? Ya pronto tendrás tu primer trabajo―, dijo emocionada Lucy al momento de colocar el arreglo de flores en la mesita del centro.
Aile no supo que responder, por lo que solo asintió con una sonrisa tímida que se asomaba entre sus labios. Luego, se despidió con la mano, subió las escaleras y entro en su habitación, se recostó en la cama y se quedó mirando al techo con una sonrisa en sus labios llena de esperanza y deseo de al fin ser feliz.
Se quedó dormida en medio de sus pensamientos.
Cuando despertó, el cielo estaba despidiéndose del sol y dándole la bienvenida a la luna. Un par de nubes grises se arremolinaba y el viento susurraba a su paso palabras olvidadas y memorias de caídos de antaño. Aile se cambió de ropa y luego bajo de su habitación, se despidió de Lucy con su silencio y salió de la casa, adentrándose entre las calles…
Y lo recordó. Santi. No entendía si el sentimiento era real o solo eran vestigios de un pasado, de aquella noche cuando le prometió sin prometerle tantas cosas. Intento olvidar las promesas y recordar solo sus labios, sus caricias y el fondo de aquella mirada…se perdió en sus memorias, cuan final de una historia que no tenía sentido. Lo quiso sacar de su mente un segundo y entonces se dio cuenta de que más pensamientos llegaban a su memoria. Desde su llegada, hasta el beso de despedida, su primer beso, el beso que le cambio la vida.
La luna aún seguía visible entre las nubes. Hacia frio, el viento era gélido y apestaba a acre. El sol ya se había escondido en la distancia y la oscuridad iba ganando terreno. Las lámparas encendidas a ambos lados de la calle y el sonido de los coches al pasar acunaban los suspiros del viento que no se cansaba de pasar. Algunas personas caminando por la acera, planeando, canturreando alguna canción del pasado. En la esquina, una pareja se agasajaba y emprendía el camino en busca de un callejón oscuro.
La casa de Sam era antigua, de esas casas grandes, con bocetos de personajes históricos y recuerdos que quedaron grabados entre sus paredes para nunca jamás ser borrados. Las ventanas eran del tamaño de las puertas y unas cortinas blancas impedían ver hacia adentro. Era misterio ante una mirada. Aile se paró frente a la puerta y toco el timbre, solo el silencio le devolvió respuesta desde adentro. Lo toco un par de veces más, esta vez, acompaño el llamado con miradas hacia adentro, pero obtuvo la misma respuesta. La tercera vez que toco la puerta, se escuchó el sonido de un motor desde detrás de la casa y un instante después rugió con fuerza y salió desde una puerta aledaña, Aile corrió hacia ella al mirar la moto salir.
―Sam ¡Espera! ―, grito alzando el brazo para que la mirara, pero el bramido del motor opaco su débil voz mientras la moto se fue alejando con rapidez.
<<Maldición>>, murmuro su pensamiento. Había caminado y todo para nada. En la distancia la moto se había perdido y no volvería. No podría esperarlo, se hacía de noche, por lo que tendría que regresar al día siguiente…a sus espaldas la puerta de la casa se abrió.
―Buenas tardes―, dijo una chica desde la puerta, era la que le limpiaba la casa a Sam. ― Veo que has llegado un poco tarde, Sam acaba de salir, si gustas entrar a esperarlo―. La chica se quedó con la puerta abierta haciendo un ademan para que Aile entrara, esta lo dudo un segundo y después acepto la invitación maldiciendo su mala suerte. Dio un giro con la punta de sus pies y entro.
―Aile…―, dijo una voz a sus espaldas, ella se dio media vuelta para mirarle. Santi llego, le tomo entre sus brazos y le dio un cálido beso en la mejilla.
―No te esperaba aquí―, dijo Aile desconcertada.
Santi la miro, luego desvió la vista hacia la casa.
―Sí, lo mismo pensé yo…ven pasa, no temas ―, hizo un ademan con la mano mostrándole el sendero que llevaba hacia adentro. Aile lo siguió.
―Pensé que saldríamos más tarde, ¿Qué es lo que haces aquí?
―Sam me ha hablado…
― ¿Lo conoces? ―, pregunto interrumpiéndolo.
Santi le sonrió.
―Por supuesto que sí. Éramos buenos amigos.
Aile lo miro a los ojos y noto algo extraño en la mirada.
―Tú y Sam ¿Eran…?
La pregunta se le quedo en el aire. Santi la miro a los ojos y como un deja vu, una visión vino a su mente: Una chica entre las sombras jugaba con un cuchillo, lo tenía en su mano mientras su muñeca sangraba a chorros provocándole excitación.
Un segundo de oscuridad.
―No siempre…las cosas son como debieran ser―, murmuro Santi.
Aile lo miro sin mirarle. Quería sacar esa visión de su mente, tan pronto como le fuese posible, hacer como si nada estuviese pasando, no quería parecer débil ante Santi.
―El tiempo sigue, los recuerdos quedan. El deseo de volver…nunca se aleja.
La chica alzo su mirada y se reflejó en un rayo de luz que penetro a su sangre dándole una visión de ella misma desangrándose a placer.
―Mira lo que fuiste… ¡Mira lo que serás! ―, grito Santi y la chica le abofeteo en el rostro a Aile haciéndola caer.
―! NOO! ―, un grito ahogado salió de la voz de Aile mientras caía al suelo, la cabeza le reboto y se sintió desfallecer.
―Las sombras son recuerdos. Tu… eres olvido.
Una patada le asesto en el estómago arrancándole un alarido.
―No…por favor―, susurro Aile entre sollozos.
La chica la miro con desprecio.
El cielo se comenzó a oscurecer de la nada y la negrura consumió la visibilidad. Aile se retorció en el suelo mientras espectros vagaban por el cielo como un ejército hambriento en busca de carne para alimentarse. Como caníbales que no pueden comerse a sí mismos y buscan un cuerpo perdido el cual habían encontrado, un jugoso manjar digno de dioses y almas en pena. La mente de Aile giro tratando de encontrarle sentido. Luego, alzo la vista y lo escucho en la distancia, cuan si fuese solo un arrullo del viento.
―El producto de la traición ―, pronuncio una voz suave a sus espaldas. ―Cuantas almas perecieron por un ser abominable como lo eres tú. Deseas vivir, sin comprender que eres solo muerte para el mundo que habitas―, de entre las sombras, salió una mujer, abrazada por las heridas de tiempos pasados y el silencio entre sus labios―, el pasado y el presente tienen una conexión que define el futuro de la vida.
―Pequeña…―, murmuro la mujer al verla. Las pesadas cadenas unían sus manos cuan si fuese un preso peligroso. Tenía los dedos hechos jirones, algunos eran solo huesos. En su palma, tenía una figura que Aile conocía.
―Madre―, dijo al arrastrarse por el suelo. Un golpe la asesto en la espalda arrancándole una súplica y la madre sollozo como si el golpe se lo hubiesen dado a ella.
―Madre e hija…un par de bastardas sin gloria―, dijo la chica mientras se reía de ambas. ―No pueden combatir las fuerzas de quien les llevo hacia el abismo. Los recuerdos son heridas que nunca se olvidan. La traición es una herida fuerte ¡Admira tu pecado! ¡Contempla el resultado de la lujuria que emprendiste en vida!
La madre miraba a Aile y esta le devolvía la mirada.
―Madre, te extraño tanto―, musito Aile.
―Estúpida―, dijo la chica mientras se carcajeaba. Se acercó a la madre y comenzó a abofetearla con amargura, como quien desea dar muerte. Le abofeteo en la cara, en los brazos y en el pecho. La piel se le desgarraba y comenzaba a sangrar de heridas viejas. Las piernas le flanquearon y fue a dar al suelo, donde la chica la tomo del cuello y la levanto arrancándole una súplica que se perdió en su silencio.
―Dejadla, por favor ¡Dejadla! ―, grito Aile intentando ponerse de pie―, le lanzo una mirada a Santi y este se quedó inmóvil. La chica dejo de abofetearla y se volvió hacia ella.
―Pides que la deje cuando la culpa de su desgracia has sido tu―, la mirada le brillo con maldad y deseo. ―Querías reunirte con ella, la buscabas en tus sueños y deseos…bien, ahora podrás reunirte con ella…en el infierno.
La chica alzo el brazo dispuesto a golpearla con toda su fuerza, maldad y odio, empuño un cuchillo mojoso, en su reflejo se denotaba a Aile esperando su muerte, aquel cuchillo la atravesaría y moriría por siempre sin ninguna objeción ni nadie que la recordase que estuvo en aquel sitio. Con un grito ensordecedor bajo su brazo con una velocidad impresionante dirigiéndose directamente al abdomen de Aile…
Santi lo detuvo justo a tiempo.
― ¡Acaso eres idiota! No puedes matarla.
― ¿Quién eres tú para decirme que debo o no debo hacer? ―, grito la chica.
― Soy quien han enviado para protegerte de tus propias idioteces―, dijo y una sonrisa broto de sus labios de sombra. Santi la miro, primeras con odio, luego con deseo
― ―Santi…―, murmuro Aile al recuperar el aliento. Las pupilas se le dilataron y sintió unas fuerzas que se le regeneraban. Santi la miro y en su mirada había lastima y culpa.
― ¿Santi? ¿Es así como te llaman? ―, la chica comenzó a carcajearse. ―Pensé que eras un estúpido, pero veo que has superado mis expectativas.
Aile los miro a ambos sin entender. Le lanzo una mirada a Santi y este la esquivo. La chica se acomodó el cabello, guardo el cuchillo y corrió a los brazos de él, este la estrecho entre sus brazos mientras la besaba con locura, moviendo sus labios al compás del viento y ahuyentando las almas que rodeaban su aliento. Esta vez no se detuvo al mirarla, siguió, la chica comenzó a exhalar de placer y Santi siguió besándola, acariciándola por debajo de sus ropas mientras las lágrimas de Aile fluían por sus mejillas deseando algo más que la muerte, sintiendo la amargura de la desesperanza y la sensación de que todo había terminado.
―Sí, las mujeres son estúpidas, ¿Por qué lo has hecho? ―, pregunto Aile tirada en el suelo. Santi dejo de besar un momento a la sombra y luego se le coloco de frente.
―No existe un por que esta vez. Solo lo hice porque la amo…
―Me habías dicho que me amabas a mí.
―Nunca creas en las palabras de un hombre que ha vuelto a tu vida―, dijo Santi lamiendo sus labios. ―Un hombre que vuelve, solo lo hace por algún recuerdo, algo que le hizo sentir que debía hacerlo para volver a sentir. Tu…me gustabas, fuiste un recuerdo valioso. De recuerdos no vive el hombre, ni muere por ellos. Tu piel no me la diste cuando te la pedí. Te deseaba con lujuria, más que a ninguna otra mujer y tu solo te ponías a decir que querías permanecer virgen ¿Es así como quieres estar? ―, se le acerco colocándole la mano en la entrepierna. ―Los deseos van más allá de simples abrazos y besos Aile. Las caricias que necesita un hombre son el sentir a una mujer mientras gime de placer entre sus brazos. No las miradas. No las caricias en el rostro. No lo que fuiste por la mañana. Eso no es ahora, y tú lo sabes bien.
Aile lo miraba con desprecio, con ganas de arrebatarle el sentimiento y los deseos de gloria. La mirada se le perdía en el horizonte e intento gritar algún nombre, pero de sus labios solo salía un silencio plagado de recuerdos.
―Mátame, esta vez mátame de verdad―, susurro Aile mirando al suelo. ―He muerto de amor y mi vida ya no vale nada. Pensé que recuperaría a mi madre.
―Tienes a tu madre justo ahí―, dijo señalando hacia la sombra que se lamentaba de cada golpe recibido en su cuerpo que desprendía pedazos de piel podridos.
―Ella no es la madre que he buscado. Una madre es sentimiento, no es un cuerpo para la diversión de las sombras―. Quiso sonar fuerte, decidida, pero su voz era solo un lamento.
―Tu….
Las palabras se le ahogaron en la garganta. Un viento gélido recorrió la habitación y de pronto, el estrepito de vidrios quebrándose se escuchó al momento en que una de las ventanas se hacía añicos. De entre los vidrios, una sombra alada apareció robándose el silencio de la noche. La chica y Santi se le quedaron mirando, dieron un paso hacia atrás manteniendo la distancia. La chica dejo de azotar a la mujer y emprendió el vuelo con rumbo al infierno.
―Veo que la has encontrado―, dijo Reus mientras se limpiaba su vestimenta y sonreía mirando hacia la nada. ―Has hecho un buen trabajo.
Desde la esquina, Santi agacho la cabeza y se arrodillo por un segundo, dio una reverencia y luego se puso de pie nuevamente.
―Ha sido un placer―, murmuro satisfecho.
La sombra lo miro y asintió.
―Quien diría que los años han pasado y el recuerdo aún sigue aquí. Fuiste el silencio oculto en mis plegarias, mi deseo de venganza y ahora…estas aquí.
Una sonrisa grotesca broto de sus labios.
― ¿Quién eres? ―, murmuro la voz temblorosa de Aile intentando sonar valiente. No quería saber quién era, aun así, su deseo de comprender que era lo que en realidad estaba sucediendo le hacía le perder el sentido de la prudencia.
― ¿Quién soy? Para serte sincero, la verdad no sé quién soy. Algunas veces soy viento, otro sol, unas una sombra y de vez en cuando una estrella. Soy recuerdo, a veces olvido y, cuando no existe nada más que ser, a veces soy un sueño para el aburrimiento. Pero, para ti… quizás sepas quien soy…soy tu peor pesadilla… ―. Un chasquido ensordecedor resonó entre la nada y un cuerpo desfigurado resurgió de entre las sombras de la capucha que llevaba puesta. ―En verdad ¿Quieres saber quién soy? ―dijo riéndose en su silencio. La capucha aun le cubría la mayor parte del rostro y solo dejaba ver unas heridas en el pómulo y una mirada penetrante. Aile dudo entre su dolor, su cobardía y su sentido de prudencia. Un instante después, asintió con la cabeza.
Se arrepintió de haberlo hecho…La sombra subió su brazo hacia la capucha, una de las mangas descendió dejando su brazo herido a la intemperie. Algunos gusanos aún se comían su piel, mientas que los huesos de sus dedos tocaban la capucha. Cuando este cayo a la nuca, dejo a la vista su rostro olvidado. Una cicatriz se le extendía por el medio de su cara, como si estuviese partido a la mitad y a la vez hubiese sido unido con grapas e hilo mal punteado, le hacían falta pedazos de piel y sus labios estaban unidos por una especie de alambre que no le permitía abrir la boca por completo, más aún así podía hablar. Sangre aun le corría por el cuello como si recientemente hubiese sido herido o el mismo hubiera herido a alguien más y llevase aquel liquido aun escurriendo por su piel. En su ropa llevaba vestigios de sangre seca por el paso del tiempo como si llevase ahí varias décadas y esta misma obtuviese una nueva capa cada año. Sus ojos rojos como el fuego infernal se posaban en la cara de su víctima que había perdido el valor y ahora temblaba de miedo como nunca antes lo había hecho en su vida.
―Una disculpa, debí haberme arreglado antes de presentarme―, dijo y los alambres de su boca se tensaron y la piel de sus labios se comenzó a abrir. ―Ante una hija bastarda procreada con el deseo de vencer al amor, no ocupo arreglarme para alguien como tú―, musito con una mirada poderosa y llena de rencor. ― Los cielos se complacen en darte la bienvenida tal y como mi alma se complace en decirte que es momento de partir. Los silencios se olvidan cuan si fuesen recuerdos de un tiempo que jamás paso en tu maldita vida. ¿Es que acaso tu alma podría tener una salvación ajena al purgatorio? Mereces sufrir, maldita bastarda.
La carcajada resonó más fuerte que la anterior, los ecos se iban apagando y el vivo sonido aumentando mientras aquel espectro se acercaba a Aile, la rodeaba y escaneaba como nunca antes lo había hecho. Se acercó lo suficiente como para que ella sintiese la respiración maligna y sofocante, el hedor de la sangre, a podredumbre. Con falta de tacto, extendió su dedo índice y recorrió el cuerpo virginal de Aile, los gusanos se le pegaban en la piel. La acaricio mientras la examinaba e intento besarla con destellos de sangre y un conjuro desquiciante.
―La guillotina, eso te mereces, sufrir como en la antigüedad, una muerte lenta, de esas que aun después de mil eternidades duelen.
El alma colmada de rencor se le reflejaba en su oscuro rostro lleno de agonía. Sus dedos punzantes rasguñaban en forma de caricia los brazos de Aile, deambulando por sus mejillas, su cuello, sus labios y luego su silencio.
―Santi, por favor, ayudadme…―, murmuro Aile entre sollozos. La voz le temblaba tanto como el alma. El chico la miro y solo sonrió. Dio dos pasos hacia el frente y, cuando estaba a solo un par de pasos, alzo el vuelo hacia la negrura de la noche, saliendo por la ventana rota y perdiéndose en la distancia entre las sombras del viento.
―Todos huyen de ti, cuan si fueses la mala suerte en persona. Y tu…no intentes escabullirte, no tienes escapatoria al dolor ya…el dolor eres tú.
Hablaba y de sus labios brotaba sangre que le recorría el cuello. Sus palabras tenían el tono de sufrimiento y satisfacción, un sentido satánico. Como si fuesen gritos de venganza, de recuerdos de mucho tiempo atrás, de condenas de sufrimiento eterno.
―No sé qué es lo…que he hecho para merecer este sufrimiento―, dijo Aile con afligimiento que clausuraba al poco valor que le quedaba. Las palabras salieron junto a lagrimas ausentes. Quiso seguir hablando, pero solo palabras mudas recorrían su garganta que se quedaba desértica incapaz de producir un sonido más.
La sombra le miro por el rabillo del ojo.
―Quizás lo sepas en el olvido. ¿Qué hiciste? Hiciste más de lo que tu memoria podría contarte, aun después de haber vivido sin vivir. Todo lo que has hecho en tu inútil vida, eso es lo que has hecho conmigo. Pero, si lo que quieres saber es ¿Qué hiciste?, te lo diré…
Reus hizo una pausa y se acercó a Aile que sentía como las palabras se le clavaban como espinas e intentaba anivelar un juicio que le sentenciaba al sufrimiento aun cuando no supiera cuales eran los motivos. Se consideraba inocente, quería volver a ser libre y regresar a casa sin ser señalada de nuevo por aquel irreal ser.
―…Existir―, dijo al fin, llevándose al silencio. ―Eres una maldita bastarda, nunca debiste haber existido ¡Nunca!
Un sonido bofo se extendía con el eco de la noche arropado entre el viento y el destino. Un golpe certero fue a parar directo a la mejilla de Aile que cayó al suelo como un roble, sin siquiera oponerse a la atracción del mundo de terror. Con un golpe seco, se desmorono en el suelo como juguete de porcelana. De la sombra, una sonrisa sin vida broto de sus labios. En sus ojos había satisfacción, de sus pupilas brotaba la sed de sangre. Muerte, eso era lo que gritaba su silencio, su alma estaba en llamas con su corazón y sin piedad, anudaba sus manos. No había algún modo de perdón, ni siquiera de piedad. Aile era un títere esperando a que terminara la función, su última función para desaparecer por siempre de este mundo.
Era un juicio desnivelado. Se desenvolvía en el tiempo causándole un sufrimiento por el rencor de tentaciones pasadas incapaces de explicarle cual era el motivo de su condena. Ella solamente estaba ahí, siendo la presa del cazador de las sombras, ya no importaba quien vivía o quien moría, ambos estaban en el mismo mundo, dos mundos en uno solo. El fuego divino olvidaba la misericordia y las impurezas para formar parte de un mismo dolor sepulcral. La muerte era la única ganadora en aquella confrontación tan dispareja, brincando de alegría ante su llamado y siendo tan mencionada por aquel espectro, su amante, su marioneta del dolor, solo usado como carnada y luego desechado de nuevo a las profundidades del averno donde la obscuridad era lo único que miraba más allá de sus manos.
No hay razones ni explicaciones para la muerte, todos se matan en este mundo unos con otros, la muerte está llena de trabajo a diario, evadirla es totalmente inevitable. El mundo le da banquetes llenos de lágrimas y sangre que ella misma toma a su antojo, cuan si fuesen pequeños sacrificios para mantenerla contenta. La existencia pierde su valor y las lágrimas van convirtiendo en monstruos a los que alguna vez tuvieron paz, y la muerte festeja. Los tratados son su fuerte, darle éxito al fracaso, para poder morir en la vida y vivir en muerte, vivir solamente unos cuantos años de éxito, para luego sufrir por el resto de la eternidad.
―Deteneos, por favor, deteneos―, quiso gritar Aile, pero solo había una súplica apenas audible en sus palabras. ― ¿Qué es…lo…que hice…? ―, sollozo sin comprender nada de lo que le estaba sucediendo. Si ella se sentía ser solo un ser mas en el mundo. Uno que no valía para nada, que era abandonado y que moriría sin siquiera haber vivido de alguna manera, entre los recuerdos de aquel lote de olvidados que nunca supo que existía en este mundo. Ella así se sentía, habitaba solo en su interior y, por un instante, pensó que era a ese ser habitante en ella a quien buscaban y no a quien solía ser. Si aquel pudiese salir a dar la cara, se evitaría todo el sufrimiento y la dejarían ir tranquilamente hacia la nada.
―No sabes que has hecho porque al nacer tus recuerdos de vida pasada se olvidan. Tu memoria ha sido borrada, esta es tu vida―, dijo Reus y Aile comenzó a estremecerse, a convulsionarse, la vista se le perdió en la distancia cuan si fuese un viaje rumbo al infinito. Intento convencerse a sí misma de no temerle a la muerte, alejar sus temores. No quería sepultar sus últimas esperanzas. Quiso dejar el misterio atrás y ver la luz de media noche, pelear contra lo que sea que se le mostrara enfrente y, luego, disfrazar a su corazón de alegría para darle sepultura a los dolores de la muerte en su interior.
Sentía como el mundo le daba vueltas y vueltas, se sentía morir y, por un instante, deseo que así fuese. Estaba desconcertada por todo lo que le pasaba, por lo que cerro sus ojos intentando evadir a la realidad de lo que le sucedía.
―No cierres tus ojos estúpida, esta es tu porquería de vida―, alcanzo a escuchar en el fondo de sus recuerdos. El pensamiento hacía eco en sus oídos.
―Detente pedazo de idiota―, dijo una voz a sus espaldas. ―Ella me parece a mí―, grito y su voz se escuchó entre las sombras, extendió un brazo hacia Aile y este dejo de convulsionarse y cayó al suelo entre sollozos y gemidos.
―Ella no te pertenece, ella es mía―, dijo Reus encarando a la muerte.
―A un esclavo nada le pertenece, todo lo que tiene es de su amo. Todo lo que has tenido o tendrás es mío y solamente mío―, dijo la muerte lanzando una mirada fulminante. ―Es hermosa ¿No lo crees? Aún conserva rasgos de la mujer a la que buscas. Está en sus mejillas, en su sonrisa delineada. Chica, aun tienes la oportunidad de elegir, yo te puedo dar la vida…o puedes elegir el camino hacia el otro mundo…si es que aún lo sigues deseando―. Una sonrisa convincente salió de esos labios huesudos, la muerte se posó frente a los ojos de Aile y le coqueteaba tiernamente, intentando convencerla de ser partícipe de su plan malvado.
―Ella no puede pertenecerte―, dijo Reus. ―Ella es mi venganza, solo mía―, grito y su voz se volvió silencio al momento que la muerte levanto su mano. En la mirada de Reus había temor.
―Reus, no te entrometas en esto. Te he permitido venir a este mundo ¿No es suficiente ya con eso? ―, le lanzo una mirada a Reus y después volteo hacia Aile. ―Esta chica aún puede decidir si seguir existiendo o dejar de existir. Espero y la decisión sea aceptar mi compañía, solo eso, a cambio de una vida eterna.
Un sudor provocado por el temor le recorrió la espalda a Reus.
―No puedes darle la eternidad.
―Puedo darle lo que se me plazca―, musito la muerte furiosa. Un brillo de obscuridad paso entre los ojos de la muerte. ―Solo es necesario que firmes aquí―, extendió un pergamino y lo poso frente a Aile que seguía en shock.
―No firmare ningún pacto―, dijo Aile al escucharla. ―Solo déjenme vivir o déjenme morir, pero ¡Ya! ―, dio un grito seco que sentencio sus palabras. Los alaridos brotaban en su garganta junto a suplicas silenciosas. Quería descifrar tantas cosas que no entendía más las respuestas eran inútiles y era más inservible esperar que el viento las respondiera.
―Yo soy la muerte. Podría ser tu amiga, cómplice o amante, lo que decidas que sea. Puedo hacer morir a quien desees a la vez que podría dejar vivir más tiempo a quien te plazca que permanezca a tu lado. Puedo hacer renacer…no existen imposibles para mí―, le dibujo una sonrisa grotesca y luego extendió el pergamino. ―Solo falta tu firma y esto y más podría ser tuyo, tal y como el poder de dar vida o muerte.
El pergamino flotaba en el viento. A un lado, una pluma levitaba cuan fuerza propia. Símbolos tenía como palabras en un lenguaje inentendible. Era un contrato limpio entre la muerte y la vida, una elección entre el destino de la propia vida y las personas que le rodeaba. Podría ser la misma muerte quien habitase en su cuerpo o podría ser ella quien habitase el cuerpo de la muerte, solo un intercambio de cuerpos o… todo podría seguir igual. Una desena de interrogantes más se acumularon en su cabeza y seguía sin respuestas.
―No hare ningún trato―, dijo convencida. Al momento, Reus se acercó y la tomo del brazo, le dio un tirón para ponerla de pie arrancándole un alarido de la garganta. Su delicada piel se deslizo por la piel desecha de Reus provocándole un corte en sus antiguas heridas. La sangre corrió por su brazo y en un delicado movimiento se fue entrecortando en el viento quien la llevo directamente hacia el pergamino hasta estamparse y quedarse en el para siempre.
La muerte sonrió.
―Trato cerrado―, dijo y una risa diabólica surgió de sus labios al ver la estampa de sangre en el pergamino. La muerte, tras haber cumplido su objetivo dio media vuelta sin decir alguna palabra más, se hecho a caminar dándole la espalda a Aile y al estar a cierta distancia volvió a hablar, pero esta vez su tono de voz había cambiado y parecía más lúgubre de lo que había sido tan solo unos momentos antes.
―Llevarla al espejo junto a Reus. Ahora es tuya, para siempre―, murmuro y dio media vuelta al terminar sus palabras, un destello ilumino el cielo y entre las sombras desapareció.
― ¿El espejo? ―dijo Reus asustado. ―Nadie se ha reflejado en el…
Nadie.
Un destello ilumino el cielo y un agujero de plata se formó en el basto cielo nocturno. La luz era cegadora. La muerte miraba en la distancia, levanto una de sus manos y el cuerpo de Aile y el de Reus comenzaron a levitar hacia el espejo. Aile solo agacho la mirada esperando lo peor, total la muerte le había prometido que la ayudaría o al menos eso había entendido, aunque hubiese sido su intención llegar a un acuerdo con ella. El trato se había firmado, ahora solo le quedaba confiar en aquel ser al que tanto le teme el mundo entero y quien ahora era la única que estaba de su parte. Solo le quedaba confiar en la santa muerte.
Reus miraba sombras a su paso y la sonrisa en el rostro de la muerte.
<< ¿Qué he hecho?>> pensó Reus tembloroso, mientras luchaba por detener su levitación. Contemplo la belleza de Aile por un segundo y luego siguió luchando contra las manos invisibles, <<El espejo no, por favor…>>, quiso decir, pero su voz se había perdido. Cuando volvió a mirar hacia atrás solo contemplo un destello en la distancia que se iba volviendo oscuridad.