14) SACERDOTE: INMORTAL
La sombra deambulo de un extremo a otro de la habitación. El sacerdote se percató de un escalofrío que le atravesaba la columna vertebral mientras observaba la silueta rondar por las paredes, flotando por el aire despreocupadamente como si fuese algo típico.
Marchitó de miedo, con sus manos temblorosas, el sacerdote desabrocho el collarín de su sotana para facilitarse la respiración. A pesar de eso, siguió respirando con dificultad. Cada inhalación se le dificultaba más, se volvía más asfixiante.
La habitación estaba fría y oscura. Bajo el silencio de la penumbra, escuchó un murmullo en alguna lengua fantasmal traída difusamente por vientos distantes. Por más que lo intento, no logro entender el significado de ninguna palabra, pero si la forma de decirlas: Odio, rencor, venganza. Hasta un sordo podría entender que eso trataban de decirle.
En su silencio pretendió hablar, pero su voz se había perdido en algún reten de miedo entre su garganta y sus labios. El miedo le arrincono la mente y su cuerpo hasta llevarlo a inhalar el hedor a muerte y un viento glacial que le susurraba su desgracia.
El rosario se le aferró a su mano que, con torpeza, recorría los bordes a la par con sus labios que susurraban oraciones amontonadas en la mente. Combino salmos con rezos, cantos y suplicas. Todo lo que quería era orar y buscar el camino hacia la luz.
A tientas, sin quitarle la vista a la sombra, buscó en su cajón algún libro religioso, rosario o crucifijo que le devolviera la estabilidad a su fe. En su búsqueda desesperada, solo encontró un pedazo de papel que no sabía ni que decía, si era una oración o solo una nota, y un crucifijo que pesaba más que de costumbre.
— ¿Te gusta la historia que te he narrado? —, rugió una voz proveniente de la columna de humo que se arremolinaba en el techo.
—La voz eras tú ¿Has venido atormentarme? ―, tartamudeo el sacerdote.
El fantasma merodeo por la morada sin prestar atención a las palabras temblorosas y turbadas del párroco.
<<Tiembla, que el miedo te penetre hasta el rincón más oscuro de tu ser, la fe que profanas te dará la espalda, acepta ¡Estas aterrado! ¡No lo puedes negar! Soy tu peor pesadilla. En la realidad, en la soledad>> Balbuceó el fantasma en medio de un silencio sepulcral.
—Los años pasan y son como losas que con cada minuto de existencia se vuelven tan pesadas que ya no las podemos soportar y terminan por aplastarnos, como los insectos insignificantes que somos en la vida mortal—, murmuro el fantasma con una voz muerta colmada de odio. —¿Cuántos años han pasado desde la última vez que me miraste? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Veinte? Creo que hasta has perdido la cuenta, pero no la memoria.
El sacerdote quiso levantar el portarretrato que tenía en la mesa, pero unos dedos fríos le detuvieron la mano y la devolvieron a su costado con brusquedad.
Luego, la voz siguió hablando con naturalidad.
—Esa es solo una fotografía estúpida, esa no soy yo. Esa mortal murió frente a tus malditos ojos. Si crees que ahí esta una parte de mi alma, vos estaréis muy equivocado, ese fue un pasado que quedo olvidado en este mundo y en el otro, porque yo renací, soy alguien diferente a la que mirasteis morir.
—Esta fotografía…—, titubeó sobre la manera correcta de decirlo. El rosario no le fue de gran ayuda para sentir su fe al máximo. —Esta fotografía, es solo uno de los múltiples recuerdos que conservo de vos.
—Los recuerdos son el pasado que los humanos olvidan después de la muerte, ¿Quién quiere vivir en un recuerdo? De recuerdos no se vive.
—Los recuerdos son el legado de la vida.
—Son patrañas―, las palabras eran antipatía en su máximo esplendor. —Solo manías para aquellos que no viven el presente, si no que se aferran al pasado como si fuese lo único que existe en el mundo.
La sombra se detuvo en el aire a contemplar al sacerdote.
—Tú, eres uno de esos que se aferra al pasado como si eso fuera la vida. Mueres por los malditos recuerdos que conservas. Extrañas seres que te dejaron sin un adiós, esperas reunirte con ellos. No sabes nada. No conoces el infierno después de la vida, el sufrimiento, la oscuridad del camino. ¿Seguir la luz? Es una estupidez que las religiones inventan. No existe la luz. Cierras los ojos y solo ves un mar de oscuridad que ni el mejor barco del mundo puede cruzar. Es un camino errante donde no existen los recuerdos. No existe nada.
—Dios prometió un paraíso a todo aquel que hiciera su voluntad.
— ¿Prometió? —, dejó escapar una carcajada demoniaca. — ¿En esa cosa que llamas biblia? Ahí están tus promesas y ahí se quedarán ¿En verdad eres aun tan ingenuo? Algún buen escritor fue torturado para que escribiera esa obra que rige a la religión. No existe un paraíso. Solo un cielo infinito rodeado de opacidad donde las estrellas nunca existieron. No encontraras un sol, ni una luna. ¿Qué fue de aquel prado verde que de fondo tenía un cielo azul y un mesías profanando su palabra frente a sus fieles sirvientes? Eso es solo un cuento para que todos crean que hay salvación. Pero, no es posible salvarse. La muerte llega y entrega el cuerpo a los cuervos, gusanos y demonios. Las almas se van y se torturan en la oscuridad convirtiéndose en almas errantes que ni el infierno ni el cielo conocerán jamás.
—Mientes—, el sacerdote se llevó las manos a los oídos para no escuchar más las blasfemias sobre el paraíso inexistente. —Todo lo que dices es para perjudicar mi fe. Existe un paraíso, está escrito en la palabra de Dios.
—Es la palabra de humanos que unieron creencias e inventaron profecías para que el mundo creyera. ¿Es que existe un ser divino que entrego a su propio hijo para morir en una cruz?, decidme, si entrego a su hijo para que muriera en esa cruz, ¿Por qué no entregarte a las llamas del infierno si ni siquiera eres vuestro hijo?
Dejó un segundo a que el sacerdote meditara lo que le había dicho y luego siguió hablando en apenas un susurro.
―No eres más que un ser humano y de esos ahí millones, no hay nada que te haga especial. Eres solamente un simple mortal que se la pasa suplicando, rogando por cosas que a ese Dios no le interesan. No le importan. Si no le importo su hijo, lo dejo morir, disque para salvar nuestros pecados. O las escrituras mienten. ¿Es que hizo tantos milagros? Si fue un humano, fue uno perfecto. No existe humano perfecto, todos cometen errores y pecan. Pecar está en la naturaleza, en los genes desde las primeras civilizaciones que vivieron en este planeta. Fui una tonta al creerlo mientras vivía.
—Viviste para profanar su fe y su palabra.
—Y morí por lo mismo. Viví para cegarme como lo hace cualquier humano que busca una razón para sobrevivir—, el fantasma levito sobre el escritorio antes de preguntar. — ¿Para qué vives? ¿Por qué estas encerrado en este lugar tan desolado?
—Este es mi hogar—, fue lo único que pudo decir el sacerdote y eso era una verdad a medias, había algo más profundo.
—El hogar de los olvidados. Devotos de un Dios que perjudico sus vidas con solo soledad, sufrimiento, deshonra, tristeza. Y, aun así, rezan para él, lo siguen nombrando y entregando esas plegarias que no son escuchadas. Pedirle a un ser invisible que les de las fuerzas para vivir cuando ese mismo ser les mando al mundo sin una pizca de esperanza. Este lugar es idóneo, el hogar de los olvidados, es justo lo que es. Todo aquel que vino aquí, es porque Dios se olvidó de él, al igual que el mundo, lo desapareció de la faz de la tierra y lo condeno a morir entre estas paredes ruinosas. La cárcel de los negados. Ese Dios les arrebató todo y aun así les despojó con lentitud lo último que tenían: la vida. Decidme, si ese Dios misericordioso del que tanto dices saber os es tan piadoso, entonces ¿Por qué sufres? ¿Por qué tienes tanto miedo?
—Yo no tengo miedo.
—Mientes—, alzo su voz y un aire gélido hizo volar unos papeles sueltos de la esquina del escritorio y apagó la vela que tintineaba en la habitación.
—El sufrimiento es parte de la vida. No podemos llegar al paraíso sin antes pasar las pruebas que Dios nos impone, cumplir sus mandamientos, hacer que su palabra sea escuchada. Nos hace llorar, nos enseña la muerte y la vida, el día y la noche, la luz y la oscuridad y todo para que nos demos cuenta del valor de la vida. Para vivir ahí que morir.
—Yo he muerto y aun no vivo. Sigo sufriendo, vagando sin ningún rumbo. Entregue mi vida engañada por las calumnias de una religión que me prometía una vida mejor y una muerte digna. Recé por mi alma y conseguí mis miedos. Ese Dios no cumple lo que os promete. No confíes en él, solo te llevará a la desgracia, te hará como yo, si eso quieres, toma mi mano. No dejes que ese Dios te lleve a la muerte antes de que abras los ojos y le puedas quitar esa mascara de mentiras humanas. La palabra es moneda humana.
— ¿A qué has venido? ¿Qué es lo que quieres de mí? —Dijo el sacerdote cuando se armó de valor para preguntarlo.
— ¿Tu qué crees que quiero?
El sacerdote no contesto, se le formo un nudo en la garganta.
El fantasma siguió hablando.
—Cuando tenía visiones, te podía mirar. Aquí, sentado en el mismo lugar, leyendo el mismo libro, derramando lágrimas, azotándote con el látigo invisible de tus recuerdos sin piedad, derramando sangre y pidiendo perdón a gritos. Entonces supe que no eras tú, esa fe que tanto profanaste algún día, se te había perdido junto con esas ganas de vivir. Desde entonces, quise tenerte de frente y verte demacrado, sufriendo, que es como te mereces estar. Ahora que te tengo frente a mí, soy feliz al verte desecho, convertido en un ser despreciable. Solo quisiera que me dijeras ¿Cómo quieres que te perdonen si no te perdonas a ti mismo?
El fantasma murmuraba mientras flotaba y daba vueltas alrededor del sacerdote que temblaba de miedo y de recuerdos.
—Detrás de tus oraciones, plegarias, cantos, solo existen suplicas sin fundamentos. Cuando pedías piedad por tu alma arrogante y podrida, lo hacías pensando en una salvación que ni tú mismo creías. Quieres entrar en un paraíso, pero, eres tan cobarde que no te atreves a morir. Guardas todo dentro de esos latidos, ese pecho cansado de respirar.
— ¿Has venido a reclamarme y echarme en cara mi desdicha? —, murmuró el sacerdote con palabras temblorosas. —Sal de las sombras. ¡Muéstrate! Dios está conmigo, ese Dios en el que creíste en vida y ahora niegas. Él dijo que el que lo negara, él lo negaría ante las puertas del cielo. Las sombras no pueden entrar en mi mientras Dios este de mi lado.
—Él ya me ha negado y por ello lo estoy negando y lo seguiré negando una eternidad si no es que más tiempo. Y, tienes el descaro de preguntarme ¿A que he venido? ¿Qué quiero de ti? Ya deberías saberlo, pregúntatelo a ti mismo ¿Por qué vendría a ti?
El espectro gruñó y después dejó de deambular, reunió su sombra y formó una silueta más humana. A medida que se acercaba al sacerdote se volvía más delgada, tomaba más figura su cuerpo y se le formó un rostro detrás de una caperuza.
—Si es que me has visto en tus visiones durante tanto tiempo, has notado mi sufrimiento. Me he arrepentido cada día de mi vida. Estoy muriendo en vida esperando el momento para morir, pero mi Dios no quiere que muera, él me tiene una misión más antes de morir. Intente suicidarme un par de veces, pero solo falle, soy un cobarde hasta para eso.
La voz del sacerdote se volvió noctambula. Una parte de ella trataba de ser firme y evitar poner al margen su debilidad. Pero la mayor parte de él, seguía inmersa en un nerviosismo que se podía observar a kilómetros de distancia.
— ¿De qué sirve el arrepentimiento? Arrepentirse es solo para débiles, si lo haces no podrás cambiar el pasado, solo te convertirás en un cobarde. Oh, lo olvidaba, ya eres un cobarde rodeado por cuatro paredes que son tu cárcel. Puedes llorar, gemir, suplicar y todo lo que quieras aquí. El arrepentimiento, aun cuando fuese sincero, no me devolverá a la vida ni tampoco quitara de mí el sufrimiento que he tenido que soportar después de morir.
—He rezado por tu alma desde tu partida.
—Mi alma ya no existe. Solo queda esto, una sombra divagante entre el viento, con susurros silenciosos. Mi cuerpo quedó reducido a cenizas. Mi alma esta quemada en el infierno ¡Desde el maldito día en que fallecí! —, rugió la sombra.
El sacerdote trago saliva.
— ¿A qué has regresado? —, grito el sacerdote para hacerse oír por encima de los rugidos y lamentos del fantasma.
<<He venido a abrumarte. A mostrarte la verdad detrás de mi muerte. He venido a visionar mi pasado en tu mente, a aumentar tu sufrimiento y hacer que sufras como sufrí, llores mis lágrimas y sientas que cuando ya no puedes tener más miedo, es cuando apenas comienza el miedo>>. Murmuro el fantasma a sus adentros.
Una nube de sombras sobrevoló la cabeza del sacerdote y el viento comenzó a rugir dentro de la habitación, el fantasma le rodeo mientras se reía de él en medio de un ir y venir entre las cuatro paredes, flotando y tirando los libros de la estantería para demostrar su molestia.
Después, calma total. La habitación quedó tapizada de libros antiguos que habían volado hasta formar un caos total.
La sombra se carcajeaba en la penumbra.
El sacerdote cerró sus ojos e imploro la presencia de su ángel guardián. Se apoyó en su silla, miro al cristo crucificado del cajón del escritorio y le toco los pies. Luego, se levantó y fue hacia la pared, donde se dejó caer ante él cristo más grande y comenzó a llorar desconsoladamente como un niño chiquito.
Quería despertar de aquella pesadilla en la que vivía. Su frente seguía sudando sin control, el tenue olor a muerte se apoderaba de su olfato mientras la gotera cesaba su eterno goteó y lo dejaba inmerso en un silencio mortal.
El sacerdote permanecía aterrado con la sangre helada, los oídos zumbándole y su mente perdida en la nada. La respiración se le volvía cada vez más afligida, su sotana le pesaba y a pesar de que sudaba en su exterior, en su cuerpo sentía un frio descomunal.
La habitación se volvía helada, un viento glacial la cruzaba de lado a lado provocando que los dientes le traquetearan. Estremecido, miraba al suelo y la vieja madera crujía.
— ¿Tenéis miedo? —, la voz del fantasma hizo eco a lo largo del pasillo.
El sacerdote abrazó la silla mientras cerraba sus ojos. No podía resistir más el miedo que le ocasionaba escuchar esa voz. Con ambas manos tomaba su cabeza y la agitaba para sacar la voz de su cabeza. Pero la voz se resistía. El eco resonaba en sus oídos como un disco rayado repitiendo la misma oración.
<<Miedo. Miedo. Miedo. Miedo. ¿Tenéis miedo?>>
La resonancia insistía en hacerlo perder la cordura y condenarlo a una locura de la que no podría salir.
Su destino seria el manicomio o la muerte.
—Déjame en paz, te lo pido ¡En nombre sea de Dios! —, suplicó el sacerdote ocasionando la risa del espectro que permanecía oculto entre la penumbra.
Por el pasillo, el viento lo disipaba.
A medida que los segundos pasaban en algún reloj lejano, la risa parecía ahogar la esperanza de que todo fuera un sueño. El ruido aumentaba y el sacerdote llevaba sus manos a los oídos para aminorar el sonido.
<<El infierno en la tierra, arcángel rodeándola, fantasmas lamentando su muerte y vagabundeando su desgracia por el mundo que habitaron ¿Qué es esto? ¿Acaso el fin del mundo se acerca? ¿El apocalipsis ha llegado?>>
—No grites, no te hare daño. No soy una asesina—, dijo la voz haciendo hincapié en “asesina”. Después guardo silencio repentinamente.
El sacerdote se quedó petrificado. La voz se volvía más familiar. Ahora era más dulce y viva. Entre la mudez pudo escuchar a un corazón latir débilmente y luego detenerse. Sus pensamientos quedaron suspendidos en el aire provocándole una sensación hipnótica.
Aturdido, agudizó su oído para escuchar algo más, pero el silencio volvió a ser el único sonido del orfanato.
Arrastrándose como una serpiente, el sacerdote se tomó de la orilla de la mesa y con esfuerzo logro levantarse y observar al pasillo que le había estado dando la espalda.
Primeras contempló solo oscuridad. Con las manos temblorosas encendió la lámpara de la mesa de su escritorio y la luz pasó de ser tenue a iluminar el resto de la habitación.
Cuando la habitación estuvo iluminada, miró hacia la puerta y ahogo un gritó de espanto. En la entrada, iluminado tenuemente por la lámpara, pudo observar un cuerpo inerte recostado en el suelo. Una oleada de pánico le sacudió el cuerpo.
Respiró profundamente para intentar tranquilizarse, pero era absurdo, estaba frente a un cadáver que creía haber visto arder entre las llamas el día de su muerte ¿Cómo es que estaba en la puerta recostado como si estuviera tomando un descanso? La pregunta no tenía respuesta.
El sacerdote se mantuvo de pie con dificultad, las piernas le temblaban y las sentía más pesado de lo común, por lo que tomado del borde de la mesa comenzó a caminar, se acercó lentamente y contempló el cadáver que yacía boca arriba, con la cara blanca y pálida que brillaba con luz propia en medio de aquella penumbra. Parecía como si hubiera muerto un día atrás y apenas la estuvieran velando. El cuerpo se mantenía en buen estado.
El estómago se le revolvió y el pánico lo dejo estupefacto. Un nudo en la garganta le corto el habla y su respiración. Se sintió asfixiado al momento de ahogar sus sollozos en medio de una valentía que ya no existía en él. Dudo que algún día hubiese existido valor en su ser y no era momento de averiguarlo.
<< ¿Cómo llego este cadáver aquí?>>
Parpadeó un par de veces para alejarlo de su mente, pero el cadáver seguía ahí recostado sobre el suelo, como si siempre hubiese estado ahí.
Las rodillas le temblaron al párroco y lo hicieron caer. El horroroso cadáver seguía tendido en el suelo, inerte.
<<Los cadáveres no caen del cielo, esto debe de ser una alucinación, solamente es eso, tal y como todo lo que me ha sucedido hoy>>.
La piel, el cabello, su cuerpo desnudo radiante, reluciente y blanco como la nieve más pura. El sacerdote no lo podía creer. Había muerto hacía ya bastantes años y el cuerpo que tenía frente a él, no existía, fue consumido por las llamas, frente a sus ojos, nadie se lo conto. Las cenizas se perdieron con el viento. No quedaba nada.
Y, a pesar de ello, lo tenía ahí, frente a él, un cadáver conservado por el tiempo, sin gusanos que se lo comiesen, sin seres desintegradores descomponiendo el cuerpo, comiendo sus músculos, ojos y piel hasta dejar solo huesos que se negarían a morir hasta convertirse en polvo, volver a la tierra para renacer.
Había pasado más de una década desde que dejó la vida mortal para pasar a convertirse en cenizas y ahora un alma en pena. El mismo la vio caer, derretirse, morir en medio de las llamas…con él. El cuerpo no podía existir. Estaba incinerado, reducido a cenizas. ¿Cómo las cenizas se volverían a hacer un cuerpo solido? ¿Es que las cenizas aun recordaban su forma?
El viento se alborotaba a su alrededor desprendiendo una ligera brisa que le provocaba frio. Gateando, se acercó temerosamente al cuerpo. Estaba convencido que, si pasaba una mano sobre él, este desaparecería. Quiso convencerse de que solo era una ilusión de su mente, una mala jugada de las sombras que invadían el sagrado orfanato. Aunque, comenzaba a creer que de sangrado solo quedaba el nombre, ya que se había convertido en el hogar del demonio.
El sudor se le desbordaba de su frente y se combinaba con lágrimas que salían de sus ojos. A sus oídos llegaban extraños sonidos que le erizaban la piel. La luz de la lámpara temblaba desde la mesa y la penumbra le acogía su pánico con manos gélidas.
La madera crujió cada vez más fuerte conforme se acercaba al cadáver, estuvo seguro de escuchar un trueno en el cielo y después un silencio abismal.
A unos cuantos centímetros del cadáver lo contempló. Desnudo totalmente. Con su mano trémula le toco la mejilla que estaba completamente helada, fría, tal y como cualquier muerto. Con su dedo tomando confianza, lo deslizó hacia los labios que permanecían abiertos, como esperando un beso que solamente el viento le podría dar. El beso de la vida. Cada rincón del cadáver lo examinó lentamente con su dedo y su mirada mientras lloraba y las lágrimas iban a parar directamente al cuerpo sin vida.
Luego, silencio. Las lágrimas cesaron por una fuerza de voluntad que creía irreal. Volvió su vista al rostro y observó aquellos ojos color negro, como la penumbra, que creyó que lo observaban desde un mundo alterno más allá de la vida.
Con un ágil movimiento lleno de temor, se desvió de aquella vista y se dio cuenta que la mirada estaba dirigida hacia la nada. Luego, se acercó y miro nuevamente aquellos ojos y se reflejó en ellos. Lo sintió tan real. Sollozo fuertemente y un alarido le broto del alma como si se estuviera desprendiendo de su cuerpo. No soportaba ver aquel cadáver. Cerró sus ojos inmersos en la obscuridad de sus pensamientos intentando alejar aquella imagen. Pero el olor a muerte y la viva estampa del cadáver le volvían a la realidad.
<<Dios es mi fortaleza, los espíritus del mal no lograran engañarme, ni aun mostrándome el cuerpo de una mortal>>.
Asustado, abrió sus ojos aceptando su realidad. Pero un golpe de asombro le robo la mirada y el aliento atrayendo el terror. El cadáver ya no estaba. Había desaparecido tal y como apareció. De la nada. Ni siquiera un rastro había dejado que hacía solo unos cuantos segundos había estado en aquel lugar frente a él.
Al alejar sus manos del cadáver y cerrar sus ojos, un viento gélido transformó el cadáver en cenizas y estas giraron alrededor del sacerdote y después se unieron convirtiéndose en una sombra en la penumbra antes de que el sacerdote abriera sus ojos.
Desorientado, el sacerdote miro sus manos con las cuales estuvo seguro de haber sentido la fría piel y la calidez que aun guardaba aquel cuerpo. Ahora se daba cuenta de que no podía confiar ni siquiera en sus propios sentidos.
La confusión le ganaba, la locura le incitaba a la demencia.
Arrastrándose, el sacerdote logro escabullirse hasta llegar a detrás del escritorio y a la silla que le propinaba su descanso. No quería descansar, quería salir de aquella situación que lo estaba volviendo loco.
Con su mano palpitante tomo un cántaro con agua y la derramó en una cacerola para darse nuevamente un baño con agua bendita y luego con una jarra vertió agua en un vaso en el cual contemplo sus ganas de beber la sangre de cristo y lo bebió como si fuera la última vez que fuera a probar el agua. Tenía un sabor a vida.
Respiro hondamente mientras el viento gélido rebrotaba en la habitación trayendo consigo una carcajada proveniente desde el mismísimo averno.
El sacerdote pedía a gritos la muerte, su temor le incitaba a tomar el brazo de ese ser despiadado y empezar el viaje sin retorno a la vida. No soportaba su miedo, quería huir, pero no se movió, se quedó en la silla, petrificado, como una estatua. Como un cadáver reciente.
<<Clemencia, Dios, te lo suplico, ten compasión de este hijo que sufre el terror causado por las sombras del abismo que son liberadas por el mundo para expandir la maldad del infierno. Soy tu hijo, soy tu fiel servidor y sirviente, llevadme contigo, toma mi mano y concédeme el descanso eterno>>. Susurró aterrado.
Pero Dios no contesto. La sombra regreso a la habitación y la sobrevoló de lado a lado como si buscara algo sabiendo que no lo encontraría. La risa rebotaba en todo el lugar. El sacerdote miro hacia todos lados girando en círculos como si buscara el sitio desde donde provenía la risa y no encontró la fuente. Quería encontrar a la sombra y suplicarle un poco de piedad.
Aterrado, se dejó caer al suelo, la madera crujió. Arrodillado, intentó tomar el crucifijo con la mayor fe que hubiese profanado desde que llego al orfanato. Pero su fe se perdía entre el temor y la soledad. El fantasma le ganaba la batalla con ilusiones recreadas por los mayores miedos del sacerdote que sucumbía ante su propia imaginación.
―Es momento de que te muestre a lo que he venido―, musito la sombra y el sacerdote lanzó un alarido al momento de que su cara hacia un giro extraño al recibir una abofeteada de la obscuridad. ―Mis recuerdos las veras, mi pensamiento será el tuyo, mi miedo lo sentirás, mi último suspiro, todo aquello que destruiste con tu mentira que te beneficiaba, ahora te destruirá lentamente. El mayor sufrimiento latera en tu conciencia al dejar de ver mis recuerdos. Esto es lo que soy, y es lo que soy por tu miserable obsesión.
El sacerdote se sacudía en el suelo mientras era golpeado salvajemente por un espectro sin forma. Gemidos eran arrancados del alma mientras se rendía y se ponía a voluntad de su Dios. Sus plegarias seguían haciendo eco en lo más profundo de su corazón, pero los golpes le desconcentraban y le hacían delirar mientras era lanzado hacia una pared, la golpeó con la frente, el espectro lo hizo girar, y lo mantuvo flotando en el aire. Luego, le hizo descender con brusquedad y se estrelló en el suelo.
Con su mirada atemorizada, miró directamente como la cacerola se iba llenando de agua la cual tomaba un color rojo como la sangre y después se volvía negra como la noche. El sacerdote contemplaba como el agua daba vueltas en espiral y se perdía en el fondo en un movimiento hipnótico. Pronto perdió el sentido de su conciencia y se extravió en medio de aquella ilusión.
El viento soplo rápidamente y la lámpara de la mesa parpadeo por intervalos de tiempo exactos negándose a apagarse. La sombra aleteo débilmente como una llama a punto de extinguirse y se perdió en la cacerola.
El sacerdote quedo fuera de sí, el rosario se deslizo por su mano hasta caer al suelo.
Al instante, la imagen dejó de girar y el ojo del espectro apareció en el fondo de la cacerola, parpadeo un par de veces dejando que la penumbra se iluminara nuevamente.
El sacerdote ya no tenía fuerzas para nada. Una mano le detuvo la cabeza para que mirara directo a la cacerola, una gota de sangre de su nariz fue a caer a la pupila de aquel ojo en el que se reflejaba. Entonces, aquel ojo se volvió un espejo que se le iba acercando como si fuese a impactarlo y llevarlo al mundo de los recuerdos de la sombra.
El sacerdote imploro misericordia, dio una última plegaria, quiso cerrar sus ojos, dejar de mirar, pero no pudo hacerlo, se rindió, el espejo se acercaba, el ojo se volvía fuego, luego oscuridad.
Cuando el espejo le golpeo la pupila, el cielo se partió en dos por un rayo mortal. En ese momento abandono su cuerpo y… el recuerdo cobro vida.