6) TURISTA: SENSACION

Rara fue la sensación después de aquel clic. Su corazón comenzó a latir más rápidamente, aún más rápido de lo que había latido hacia solamente unos segundos después de la ardua caminata por alcanzar al ave. Sentía que le explotaría el corazón de un momento a otro. El miedo se apoderaba de su cuerpo sintiendo escalofríos y un resplandor que le evitaba ver la luz y se lo llevaba poco a poco a una oscuridad más negra que la noche, una oscuridad que dolía con tan solo mirarla.

Su cuerpo ya no le respondía y comenzaba a sentir que ya no era él. Su sangre había comenzado a congelar y se sintió fuera de su cuerpo, intento mover sus manos más se encontraba petrificado, no sabía qué hacer, o mejor dicho no podía hacer nada por él, ni siquiera podía mover un dedo. Lo intento un par de veces más obteniendo el mismo resultado.

Su cuerpo por dentro paso del estado frio a un calor insoportable, sentía que ardía en llamas e intentaba gritar mas no podía, se sentía fuera de sí. Comenzó a temblar de una extraña manera e intento gritar mas no pudo, su voz no salió, solo jadeaba, no podía explicarse el por qué no podía hacerlo. No podía hacer nada. Intentaba pedir ayuda más todo pasaba desapercibido ante su exterior, nadie lo observaba. Quiso a como diera lugar regresar su vista y pedir ayuda, pero eso era imposible en aquel momento. No había vuelta atrás.

Un calor profundo surgía y resurgía de su cuerpo, voces en su interior profanaban en extrañas lenguas que él no podía entender como si maldijeran y oraran a la par una oración que nunca había escuchado en su vida. A pesar de eso, él estaba completamente seguro de algo: esas lenguas no se referían a nada que le hiciera bien. Tenían un toque cruel. Las risas se apoderaban de sus oídos a los cuales intentaba llegar con sus manos, más su cuerpo no le respondía, seguía luchando contra el mismo pero su fuerza era débil, algo más lo dominaba, gritaba y gritaba para el mismo, su voz se había ido y él no sabía si algún día volvería a hablar y ser el mismo de antaño.

Ante la visión de las personas de su alrededor, el seguía hay inclinado tomando la fotografía, con una concentración más allá de la normal, seguía observando a aquella ave que seguía inocentemente volando como si posara para la foto. Inclusive, uno de los niños que jugueteaba en el jardín, le dedico una sonrisa antes de regresar a seguir jugando con su hermano. Era una escena normal, nadie le tomo la importancia, no queriendo molestar al viajero. A la vista de los demás era uno de esos viajeros que quedaba impresionado con todo y que solo estaba intentando tomar una fotografía a un ave.

No obstante, aquel muchacho estaba pasando por los momentos más horrendo de su vida. Seguía temblando en su interior. Las voces no cesaban y estaba al borde de la locura. Sus pupilas se dilataban y sentía como era carcomido desde sus entrañas. Risas malévolas se multiplicaban y se burlaban a los cuatro vientos.

La curiosidad de sus aventuras había sido el principio de su última excursión, pensaba en tantas cosas y a la vez pensaba en nada, intentaba oponerse a las fuerzas más era esfuerzo inútil, tan inútil como intentar de nuevo gritar. Visiones terroríficas pasaban por su vista, personas que se quemaban vivas, gritaban a los cuatro vientos y nadie las escuchaba. El infierno frente a sus ojos, almas en pena, sueños que se escondían en las pesadillas de otros.

Poco a poco se iban desmembrando a sí mismos, sus piernas desaparecían en medio del fuego del terror que consumía lentamente a su cuerpo, los huesos ya le eran visibles y seguía gritando escalofriantemente mientras una risa malvada se reía incesantemente. La risa era muy similar o la misma a la que él había escuchado hacia solo unos segundos.

Intentaba huir de aquellas visiones queriendo cerrar sus ojos mas no podía hacerlo, seguía mirando a aquella persona sin rostro quemarse, la piel de sus brazos se iba achicharrando hasta dejar sus músculos visibles que no tardaron mucho tiempo en carbonizarse dejando a la vista solo el esqueleto, que iba calcinándose lentamente….

Los gritos de terror se perdían entre los ecos de un lugar desconocido donde, al parecer, solo habitaban las llamas y aquel cuerpo que no vivía, más tampoco moría.

Seguía sufriendo y la risa seguía retumbando aquel lugar.

Dejando de luchar y aceptando una realidad que no existía para los demás, más para el si existía, intento cerrar sus ojos y solo obtuvo un parpadeo, un cambio de perspectiva, ya que al abrirlos algo sobrenatural se apodero de su mirada.

Una pesadilla se extendía sobre el cuándo se observó a el mismo, pero desde otra vista. Desde las alturas miraba como su cuerpo se calcinaba por dentro y seguía tan normal por fuera. Contemplo como aquellos pantalones que tanto le gustaban iban perdiendo su textura y sus ojos se les iba el brillo de la vida, eran consumidos y absorbidos paulatinamente por una sombra negra que se llevaba todo aquello que le podría servir para tener alguna esperanza si es que seguía viviendo un día más como si nada hubiese sucedido.

Intentando esquivarse a sí mismo quiso volver a cerrar sus ojos, cualquier otra perspectiva que obtuviese la sentía mejor que verse a sí mismo morir…

Pero eso era imposible. Aquel agrio momento era su tumba en vida.

El silencio se iba apresurando poco a poco hasta convertirse en una brutal tranquilidad. Oculto tras la capa de sus pensamientos que decían nada, seguía temblando. Sus lágrimas querían abrirse paso a través de sus ojos más eso no les fue posible, el ya no era el, ya no sabía ni que era ahora ni que había sido en el pasado. Solo sabía que era una sombra fuera de su cuerpo que reclamaba volver a él… Más nadie le escuchaba ni le escucharía jamás.

La esperanza había terminado y estaba decidido a morir, sus fuerzas se habían ido más allá de este mundo y su sentido de la vida se había perdido, nunca más volvería a su camino, no había nada más que quedarse a esperar su muerte. Dejo de luchar contra la nada y como por arte de magia el fuego ardiente provocado en su interior se fue desechando pesadamente hasta convertirse en un frio inaudito, donde sus extremidades temblaban y se congelaban…

Polos opuestos, las sensaciones que ahora sentía dentro de su ser. Ahora volvía a su cuerpo mas no era el mismo, se sentía cansado, exhausto. Prefería morir a seguir soportando este dolor un minuto más.

Como por estimulo su cuerpo giro bruscamente hacia el norte, dirección opuesta hacia donde se encontraba frente a frente con aquella ave del terror. En un deja vu, dejo de sentir dolor y volvió a sentir el cansancio de la caminata y a sus piernas flanqueando, temblorosas…. Ya no se sentía ni frio ni calor. Volvió a ser si mismo lentamente mientras el silencio se le desprendía de los labios y como si hubiese sido solo un segundo.

Entonces, el flash de la cámara resonó entre sus oídos rompiendo el cruel silencio y el extraño dolor, sus lágrimas comenzaron a salir y en un gemido doloroso emprendió un camino sin retorno hacia la torre.

No quiso mirar atrás, solo quería huir de aquel lugar, ya nada le llamaba la atención, solo quería desprenderse de todo aquello que le recordase aquella trágica fotografía.

Intento sacar las últimas fuerzas de su corazón, giro repentinamente hacia el lugar donde se había detenido a admirar al ave. Mas no miro nada. Observo en la distancia y ningún rastro quedaba de aquella ave a la que había perseguido ni de las almas que había contemplado arder entre las llamas del purgatorio.

Aterrorizado ante la repentina desaparición del ave, con sus manos inservibles a causa de los temblores, tomo la cámara entre sus manos e intento localizar la última fotografía. La búsqueda le hacía temblar aún más. Después de unos segundos de buscarla, encontró la foto…pero el ave no aparecía en ella.

El cielo era bello más de lo que pudo imaginar. Ningún rastro quedaba de aquel doloroso suceso, solamente su mente y sus recuerdos podían testimoniar aquellos momentos que marcarían su vida para siempre.

Asustado ante tal situación, corrió hacia sus compañeros que no denotaban haber sido advertido de lo que le había sucedido. Sus sonrisas indicaban que estaban disfrutando de aquella mañana tranquila.

Volvía a ser una bella mañana en aquella región, el aire estremecía las hojas de los árboles que se precipitaban a caer al suelo lentamente. El viento vacilaba y seguía su recorrido rutinario emitiendo silbidos al rozar las ramas de los árboles. El cielo volvía a estar despejado y en la distancia apenas se alcanzaba a contemplar a la nube negra que se alejaba como si huyera e intentara esconderse más allá de las montañas.

El chico muerto de miedo, tiro la cámara y emprendió su carrera contra-reloj hacia la torre, hacia sus compañeros. Tenía más que miedo. Sus lágrimas se precipitaban en sus ojos recorriendo sus mejillas hasta caer al suelo. Su corazón palpitaba desenfrenadamente y sus pies le advertían que no podían dar un paso más.

Disimulando su cansancio y el dolor no dio ninguna tregua a su cuerpo…

Siguió corriendo. Los segundos se le hacían eternos, cada paso sentía alejarse más de sus compañeros que lo observaban en plena carrera y conforme se acercaba observaban sus gestos y esto les causaba gracias.

Las zancadas eran enormes, su cara de miedo acaparo las miradas de las demás personas, su dolor seguía creciendo y sus manos subían y bajaban rápidamente acompañando una marcha eterna. Sus lágrimas se desbordaban por sus mejillas y su mente se volvía trémula. Los gritos regresaban a sus oídos, la desesperación seguía haciéndose presente, no podía soportar un segundo más así, entre sollozos, se detuvo pensando que si daba un paso más su muerte llegaría instantáneamente, por lo que se dejó caer, puso sus manos en sus ojos y grito con todas sus fuerzas, un chillido ensordecedor que alejo toda la tranquilidad a kilómetros a la redonda.

Un instante después, el silencio regreso en toda su expresión y todas las miradas apuntaron directamente hacia él.

Sentía morirse, las miradas se le clavaban en la piel. Limito sus últimas energías dejando huir toda esperanza de vida mientras sus ojos se volvían desérticamente hostiles. Ya no había más lágrimas en ellos, toda humedad se había ido ya.

Con voluntad excesiva, se arrastró por el suelo como una serpiente que huye de sus depredadores. No sabía si huir de la vida o de la muerte. Simplemente intentaba esconderse en algún lugar donde nadie lo encontrase…

Cuan suerte tenía en su vida, no había ningún escondite cercas de él. No había más, tenía que luchar contra la nada.

¿Contra qué tenía que luchar? Si no había nadie ni nada visible capaz de producir aquel dolor que le punzaba la piel y carcomía sus entrañas, pudriendo su cuerpo y adueñándose de sus movimientos convirtiéndolo en un títere, solo una marioneta manipulada al antojo de un espíritu, fantasma, o el propio miedo de su cuerpo, que más bien no sabía si aún era su cuerpo o era solo un huésped en aquel cuerpo que alguna vez fue suyo. Si es que alguna vez lo fue o solo estuvo habitando un cuerpo prestado.

Con su cuerpo en peso muerto, se empezó a elevar a unos pocos metros y se dejaba caer directamente al suelo sin siquiera oponer resistencia alguna. Su espalda se arqueaba en lo alto como si una mano lo mantuviera en las alturas. Sus ropas se manchaban de sangre, en su abdomen, espalda, brazos y piernas.

En sus labios, se dibujaba una sonrisa como de satisfacción, como si el dolor le causase deleite y a la vez un dolor oculto en lo más profundo de sus fuerzas. Sus brazos se empezaban a mover velozmente golpeando sus mejillas mientras carcajadas resurgían de su cuerpo. Los ojos le brillaban de una extraña felicidad que opacaba el dolor.

Aruñones por todo su cuerpo seguían sin cesar, provocado por sus propias manos que descontroladamente le golpeaban sin piedad, como si desease autodestruirse y la mejor forma de hacerlo fuese el auto mutilarse a sí mismo. Golpes secos hacían contacto con su rostro que sangraba a chorros, la sangre se le escurría por la nariz hasta pasar por sus labios donde la saboreaba de una manera extraña, disfrutando de una bebida exótica, su propia sangre el líquido de la locura, un éxtasis de muerte y vida sin piedad.

En sus ojos ya no había pupilas, eran blancos, estaba entrando como en un trance, empezaba a temblar descontroladamente. Chillaba en lenguas extrañas que ni siquiera el mismo había escuchado algún día.

Nadie a su alrededor le entendía, todos lo observaban con expresiones de miedo, un miedo dominador que se fue extendiendo por la plaza como epidemia, causando el fin de una mañana tranquila y la huida de los habitantes que pensaban en refugiarse en sus casas. Si es que se podían refugiar del miedo, los recuerdos de aquel joven y la imagen de verlo poseído siempre permanecería en sus mentes aun después del fin de los días.

Los compañeros de aquel joven, por instinto corrían desesperadamente hacia donde se encontraba. Intentaban a como diera lugar acercarse a él. Los brazos y piernas del excursionista seguían temblando sin control tirándose hacia todas las direcciones, como un pez fuera del agua que intenta regresar a su hábitat; se estaba ahogando, necesitaba oxígeno, o necesitaba ver la luz para poder huir de aquella profunda y negra obscuridad que consumía su alma.

El llanto se apodero de sus compañeros que se sentían incapaces de ayudarlo, observaban horrorizados aquella escena, alcanzaban a escuchar entre los quejidos una voz desconocida. No era la misma voz dulce del joven, sino una totalmente diferente y maléfica, una lengua extraña que ponía los pelos de punta con tan solo oírla.

Todos temblaban aterrados, inmóviles como estatuas observaban a su colega, gritando, suplicando en extrañas lenguas, más entre los ecos de la voz, era apenas entendible una frase en el idioma de todos, una frase horrible llena de miedo y terror. De lo más profundo de la garganta de aquel joven salió como la oración más entendible de todas, con voz autoritaria pronuncio cada una de las palabras con odio y perversidad:

― “El infierno abre las puertas. El infierno ha llegado a la tierra”.

Aquel chico empezó a crecer y envejecer como si los años fuesen segundos, las arrugas aparecían en su piel junto con manchas mientras sufría en silencio. Su cuerpo se retorcía, en sus ojos las pupilas habían desaparecido y solo se contemplaban blancos, fuera de sí. Las arrugas rodearon a sus ojos como si fueran ojeras, sus manos se volvieron flácidas y, cuando su cuerpo se volvió era solo un vejestorio.

Descendió bruscamente hasta el suelo donde se quedó tendido, mirando hacia la nada.

―Poseer cuerpos ya no es la misma―, murmuro una sombra desde detrás de la torre.

―Los tiempos cambian…―, dijo Reus a el alma que le acompañaba.

Los demás excursionistas se les quedaron mirando con sus rostros petrificados de terror. En el suelo, aún permanecía su compañero, con su cuerpo inerte.

―Demonios. Almas en pena. Bienvenidos sean a la tierra―dijo Reus.

Un relámpago ilumino el cielo y, como si se hubiese abierto un boquete en el cielo, comenzaron a salir almas por donde había desaparecido el relámpago. Las sombras daban vueltas en el cielo como si disfrutasen de poder volar libremente y luego descendían hasta formar filas y columnas: un ejército de sombras de la muerte.

―Los días de sufrimiento van y vienen. Algunos de ustedes ya fueron olvidados―, decía Reus mientras las sombras descendían del cielo y se formaban una detrás de otras. ―Otros, aún siguen en la espera de ser recordados por todos aquellos que juraron tenerles en sus mentes aun cuando pasasen miles de años y la muerte les arrancara la vida. Uno muere el día que el olvido arrasa con los recuerdos que le unen a este mundo. Entonces se descansa en paz. Entonces se está completamente muertos. No antes. No después.

Del cielo un par de almas más descendieron y fueron a posar junto a las demás. Un instante después, el lejano sonido de unas bisagras al cerrar una pesada puerta se escuchó en el cielo cerrando el vínculo entre los dos mundos.

―Muchos buscan venganza. Otros buscan placer. ¿Qué es lo que buscas tú?

Un cuchicheo entre las almas rompió el silencio.

―Calma, aún queda una noche para vencer los temores de la vida y poder descansar eternamente en el inframundo. Cada quien tiene su propia misión. Vayan y cúmplanla. Mi misión solo me necesita a mí. No quiero que ninguna maldita alma de ustedes se acerque a arruinar mis planes. La primera alma que se entrometa, hare que sufra el triple en el maldito infierno. Vayan, sigan su propio camino…pero antes…devasten este lugar, no dejen a nadie con vida, demuestren el poder del infierno, del purgatorio. Todos muertos. Bienvenidos sean a la tierra.

Uno de los excursionistas quiso correr al escuchar eso, pero era demasiado tarde, un alma se le cruzo en su camino y le hizo rodar por el suelo. No tenía salida. La muerte comenzó a sonreírle, y él estaba a punto de tomar su mano y seguir su camino…

Aprendiendo a morir
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