4) TURISTA: COMIENZO

En un rincón del mundo, donde todo parecía tan olvidado como un recuerdo que jamás se quiso tener, existía un pequeño pueblo. Era una parte poco conocida del mundo, pocas personas le visitaban, había años en los que no había nadie nuevo. En otros, una decena de turistas cada semana. Era un pueblo olvidado por temporadas…era un misterio.

A su alrededor, había un paisaje hermoso que se extendía más allá de donde la vista alcanza, el verde predominaba en la primavera, mientras que en el verano una manta amarilla tejida por las hojas secas que morían, cubrían el suelo de aquel lugar. Al fondo, debajo de las montañas, el bosque predominaba la vista y más allá, en apenas un punto, la sombra de las montañas que parecían estar a punto de alcázar el cielo.

En ese pueblo, se encontraba una torre con un reloj de péndulo que anunciaba la hora con campanadas que se escuchaban a decenas de kilómetros. El reloj, era una belleza arquitectónica desde tiempos inmemorables. En sí, era el centro de reunión de aquella población, de ahí se partía la ciudad y se podía ir a cualquier sitio con fáciles indicaciones. Para que pudiese ser visto desde varias perspectivas, estaba colocado a unos 30 metros del suelo, con una torre esculpida a mano con imágenes de dioses antiguos y runas que ningún arqueólogo ni simbolista habían podido descifrar. Los cientos de imágenes se extendían sobre sus paredes y se mantenían impecables, a pesar de que hubiesen pasado cientos de años desde su construcción ya que, ningún habitante recordaba cuando fue construido.

Solo sabían que seguía igual desde el tiempo de sus ancestros.

Las manecillas seguían el ritmo lento y tranquilo del tiempo, sincronizando cada segundo y llevando el ritmo de la vida sin volver atrás nunca, siempre girando lentamente hacia la derecha sin dejar ni un segundo de más ni ninguno de menos, simplemente llevando la cuenta del tiempo, ese que nunca se detiene y que progresa todo el período sin nadie ni nada que le impida avanzar, simplemente sirviéndose por sí mismo.

Aquel reloj había visto pasar tantas y tantas etapas de la vida de la ciudad que era difícil encontrarse una historia donde la torre reloj no formase parte de ella. Entre algunos de los mitos que se habían formado alrededor de cuando fue construido, se decía que fue creada más allá de los tiempos de los dioses, nadie sabe ni por quien ni cuál fue su objetivo, miles de mitos se crearon alrededor de ella y en lo único que coincidían es que era tan antiguo que no se podía determinar cuánto tiempo llevaba en aquel lugar.

Se decía que los antiguos la habían creado con el firme propósito de medir el tiempo que le quedaba a la tierra para fundirse con una nueva tierra y así terminar con la vida. Otro mito hacía referencia a que el sonido de las campanadas de dicha torre, se extendía más allá de las montañas y con su eco alejaba a los fantasmas y gracias a ello la paz seguía por esas tierras y que si por alguna razón el reloj dejara de tocar, se esfumara el sonido de sus campanadas, la paz terminaría y se emprendería una guerra entre dos tierras, la cual terminaría con una y así se fundirían para que de ahí se hiciera un solo mundo para regirlos a los dos.

Muchos mitos quizás imaginarios y poco reales se formaron en su entorno para darle una explicación a la torre. Algunos que se creían más cuerdos que otros y por ello se negaban a aceptarlo. Los más sensatos hacían referencia a que la torre había sido creada para darle belleza al pueblo y así hacerlo visto desde más allá de las montañas, dando así origen al principal mito y más aceptado de la urbe, mas no era totalmente aceptado por los habitantes de aquella comunidad rodeada de paz, una paz ajena al mundo, una paz que se olía, sentía y se podía tocar.

Mitos iban y mitos venían, al igual que generaciones en aquella ciudad y la torre aún permanecía en pie, junto a los misterios que eclipsaban la belleza y la tranquilidad del lugar, que se volvía lo suficientemente tranquilo como para desear permanecer ahí durante el resto de la vida sin que nada más importase.

Una de las tantas tardes rutinarias en aquel pueblo, un grupo de excursionistas se adentró en la localidad mientras el reloj de la torre sonaba al compás del tic-tac que no se detenía dando una tonada y afinación perfecta que era un deleite para quienes tenían la oportunidad de escucharlo. La armonía causaba sensación de tranquilidad, se llevaba todo aquello opaco y regresaba la felicidad al corazón.

Este sentir, llego a los pies de los excursionistas que sentían que sus piernas se reforzaban y el cansancio se esfumaba con tan solo escucharlo. Uno de ellos, cautivado por su sonido, se quedó al pie de la torre contemplándola, al igual que sus imágenes y runas, maravillado por aquella interpretación de la vida.

A su alrededor, sus compañeros miraban hacia el césped verde que se extendía alrededor de la torre reloj, un centenar de aves se les interrumpía el descanso por el sonido y emprendían el vuelo de nuevo, formando más y más ruido que opacaba las campanadas del reloj por solo un instante, solo un respiro.

La pequeña plaza no se encontraba muy sola, algunas personas miraban hacia el cielo observando el vuelo de las aves. Algunas otras, que era entre las que se encontraban los excursionistas, intentaban tomar algunas fotos y para ello buscaban el mejor ángulo. Desde donde se viese el paisaje era igual de hermoso y desértico a la vez, al menos así se denotaba ante la vista de aquel pequeño grupo de personas ajenas a aquella comunidad que les atraía y cautivaba cada segundo que pasaban ahí.  Sentían que había valido la pena haber viajado desde tan lejos para llegar a un lugar como aquel a disfrutar de sus paisajes y la paz.

Habían cumplido su meta.

―Y decías que no era una buena opción venir aquí.

―Siempre te andas quejando de todo. Vamos anímate, no estuvo tan mal. Además, el camino de regreso será más fácil que el que hemos seguido, ―dijo uno de los excursionistas mientras sacaba de su mochila una botella con agua.

―Leonardo ven acá, parece que nunca has visto una torre….

―Es…yo…―dijo el chico tímido mientras recorría con la punta de sus dedos las imágenes de relieve de la torre.

―Es una torre antigua, no sé cómo se mantiene de pie y en tan buen estado. Es toda una maravilla, es tan…. Tan…

―Antigua―, complemento su compañero riéndose de su comentario.

―Bueno si, antigua.

Se quedaron mirando a la torre un segundo más.

―Isaac, mira hacia acá, contempla el bosque, esta postal será increíble.

Entre los cuatro dieron media vuelta para mirar hacia el bosque.

Sus paisajes más que reales parecían imaginarios y una cámara de alta calidad, aun siendo de las más modernas, no podría tomar toda la belleza del lugar y darle la perspectiva que se merecía, era un sitio digno de vivir a flor de piel su panorama.

Apenas amanecía, el sol se asomaba desde detrás de las montañas. El reloj de la torre anunciaba las siete de la mañana, horario donde pocas personas se encontraban fuera de casa, mas, además de aquel grupo, se encontraba otro grupo más familiarizado con aquel paisaje. Era algo inhabitual que personas que habitaran aquella región estuviesen cercas de la torre reloj a aquellas horas, pero esa mañana era un día feriado, de descanso, por lo que la dedicarían a disfrutar del paisaje como si fuese la primera vez que le observaran.

Algunos platicaban y seguían intentando pasar desapercibido aquel revoloteo de alas y ruido ensordecedor provocado por el viaje emprendido por las aves. Poca importancia le tomaban, ya que esto era cosa de todos los días, al igual que las campanadas del reloj.

Las aves siempre al son de las campanadas del reloj alzaban el vuelo y se perdían en dos diferentes rumbos, algunas tomaban hacia el oeste a perderse entre las montañas, y otro grupo más reducido de ellas se dirigía hacia el este, a cantar bajo los árboles y dejar que el día pasase sin imprevistos, un día común y corriente.  La división de rumbos era algo inusual en el mundo, pero era diario en aquella región.

―Es raro esto. Se supone que las aves vuelan en la misma dirección.

―Quizás estas no. Han de ser los vientos.

―O el ambiente…

―O el lugar―, complemento el ultimo sin dejar de mirar al cielo.

Mientras las aves alzaban su vuelo y tomaba su dirección para perderse entre el cielo y la tierra llevadas por el viento, en medio del césped de donde habían partido, se quedó un solo ejemplar. No había intentado ni siquiera seguir a las demás aves, prefirió quedarse, solitaria, como quien no encuentra el rumbo de la vida.

No parecía pertenecer a ninguna de las dos clases de especies que acaban de alzar el vuelo, más bien era una extraña raza, no compartía el color blanco y hermoso de las aves que se dirigían al este, ni tampoco la variedad de colores hermosos de las del oeste.

Inmóvil, como si fuese una estatua, ahí persistía, más nadie le ponía atención, al menos, no hasta que una nube negra se apodero del cielo que hasta hacia unos minutos había sido de un azul brillante y en tan solo poco tiempo se había obscurecido. No obstante, la mañana ya estaba avanzada para opacar a la oscuridad y a la nube que se distendía por el cielo intentando oscurecer los rayos de sol y regresar a la noche.

―Maldición, se está nublando….

―No maldigas en vano. Mejor vamos a un sitio, debe haber algún lugar en donde nos podamos refugiar por mientras llueve.

―Es poco probable que encontremos un sitio en este lugar.

―Siempre hay un sitio Isaac. Siempre.

Al inundarse el cielo de oscuridad, aquel ejemplar raro alzo la vista decidido a partir dejando sus ojos a la vista de todos. Brazas salían de su mirada, unos ojos rojos y muertos, tan penetrante que causo escalofríos de las personas que la alcanzaron a observar. Unos cuantos murmullos hicieron referencia a aquella ave que era la primera vez que se le veía, al menos a esa especie espeluznante de ojos rojos que en un parpadeo alzo el vuelo y extendió sus alas negras como la noche….

Fue entonces cuando acaparo la atención de uno de los viajeros recién llegados a aquella remota región.

―Por dios, mira los ojos de esa pequeña de ahí, parecen inyectados en sangre―, dijo Leonardo mientras le apuntaba.

―Vamos déjala ahí, de seguro ha de ser alguna anomalía.

―O una nueva especie.

―O una estupidez que haga que la lluvia nos tome aquí afuera―complemento Isaac mirando al cielo como si estuviera calculando cuanto tiempo les quedaba antes de que se abriera y comenzara a llover.

―Tranquilo Isaac, no te pasara nada por mojarte un poco.

Pero no todos se preocupaban solo por la lluvia.

Uno de los turistas, el más pequeño de todos, observo el vuelo de aquel ejemplar e inmerso en la curiosidad decidió seguirlo sin avisar a sus compañeros de lo que haría. Tomo su cámara y hecho a correr hacia el sur. Lo hizo más lentamente de lo que hubiese querido, ya que su atuendo no le permitía correr más rápidamente.

Entre sus ropas llevaba un chaleco azul, un pantalón de mezclilla y unos zapatos cafés de excursionista, estos mismos estaban desgastados y presentaban indicios de que atrás había dejado miles de pasos y todavía le faltaban muchos más por recorrer ya que aquel joven no se detenía y a zancadas perseguía al ave solitaria que se dirigía al sur.

En sus ojos se observaba el deseo de obtener la mejor foto de aquella especie que no había mirado anteriormente. El perder una oportunidad como esta de tomarle una fotografía era inaudito, razón por la cual, decidió perseguirla inmerso en cientos de pensamientos que no se ordenaban en su mente.

Sentía un aire alentador, pero a la vez pesado, una voz en su interior que le decía “detente esta no es la ocasión para explorar a lo desconocido”, advertencia que paso en vano. No hubo importancia en ella, razón por la cual, sitio lo más rápido que pudo a aquel ejemplar con pasos llenos de curiosidad y un corazón que aumentaba sus latidos dejando a la adrenalina del momento abrirse paso por sus venas y cubrir todo su cuerpo de inercia, solo importándole cumplir la meta impuesta: alcanzar al ave y obtener la mejor estampa.

Y por ello, no dejo de correr. Siguió trotando, pensando, sudando y manteniendo la respiración lo más que podía para no cansarse.

Mientras corría tras de ella, por su mente pasaban todos aquellos libros que había leído en la escuela y bibliotecas en aquellas arduas horas de estudia que habían quedado atrás y pasado a la experimentación, donde conoció tantas aves diferentes, en diferentes regiones del mundo. Creía haber conocido a todas las aves existentes, mas no le encontró parecido a ningún ave con aquella que había visto dirigirse hacia el sur. Creía que era una especie única, no había comparación, con tan solo haberla observado volar le encontró algo especial, no sabía que era lo que le llamaba la atención de aquella región, pero el ave solitaria le había provocado una curiosidad que no podía dejar atrás.

Como un buen excursionista, no podía dejar pasar la oportunidad de sacar la mejor foto y tener la posibilidad de acercarse a esa especie. Su atención estaba puesta en ella, como si una fuerza externa se hubiese apoderado de él y lo invitasen a perseguir a dicha ave. Él no se resistía ni lo más mínimo a aquel destello de indagación.

―Vamos. Solo un poco más. Solo un poco más.

Se repetía a sí mismo para darse ánimos de continuar.

Después de un buen tramo de persecución, sus piernas le empezaron a menguar y jadeos de cansancio se hicieron presentes, mas no quería abandonar aquel seguimiento que le quitaba las fuerzas ya que con cada paso se alejaba más de aquella ave, sus extremidades le dolían y casi le hacían gritar de dolor. Si daba un paso caería al suelo.

A punto de detenerse y abandonar su persecución, dejando sus esperanzas a un lado, intento dar sus últimos pasos antes de detenerse, aminoro un poco su marcha haciendo más audibles sus jadeos de cansancio, los cuales al parecer aquella ave había escuchado y como si se hubiese dado cuenta de que la perseguían, detuvo su marcha, se quedó inmóvil en el aire, sin siquiera mover sus alas y se giró sobre su propio eje. Como si lo examinara, miro detenidamente a aquel viajero que aún permanecía de pie, aunque con dificultad debido al cansancio de aquella persecución. Aun jadeaba.

El excursionista al ver que el ave no seguía su rumbo y se había quedado levitando en el aire, se detuvo en un instante queriendo aprovechar a aquella ave que permanecía inmóvil levitando en el aire, algo inusual, no había movimiento de sus alas.

Un escalofrió le recorrió su cuerpo.

La contemplo por medio segundo y regresando a la realidad tomo su cámara dispuesto a tomarle la mejor foto y regresar a casa como si fuese un premio, algo grande que había conseguido durante sus excursiones por aquellas tierras tan lejanas.

Meditaba para sí mismo todo aquello que le dirían por la foto de aquel raro ejemplar e hizo una búsqueda entre sus memorias algún nombre adecuado y digno de dicha especie. Se excitaba con tan solo verlo y quitarle la vista ya era imposible, el encanto del ave comenzaba a adueñarse de aquel inocente excursionista.

Con sus manos sudorosas sujeto la cámara y se dispuso a apuntar directamente hacia aquella ave que seguía inmóvil. Intentaba enfocarla de la mejor manera, pensaba que sería una oportunidad única de tomar aquella fotografía y por nada del mundo quería arruinarla.

Pretendía que sus manos no temblaran tanto más le era difícil mantener el ritmo de su respiración debido a la larga persecución que había tenido y por lo tanto él pulso de su mano era nefasto, por lo que para aminorar aquella la tensión, tomo con sus dos manos la cámara y obtuvo un enfoque perfecto, justo la perspectiva que deseaba tener, mejor imposible, este era el momento que había estado esperando.

―Ahora o nunca―se dijo a sí mismo.

Tomo una bocanada de aire y tranquilizo su pulso lo más que pudo.

―Ahora si… te tengo.

Y no esperando ni un segundo más, detuvo su corazón por una milésima parte de un segundo, y con pasión presiono el botón de su cámara.

Entonces sucedió….

Aprendiendo a morir
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