25) PRINCESA: APRENSIÓN

Miguel la miraba sin poder sostenerle la mirada. La princesa caminaba delante de ellos con su espalda erguida siempre mirando hacia el frente. No desviaba la vista, ni siquiera hacia los lados, seguía manteniéndose firme…ante la muerte de su hermano.

―Lucas…―murmuro Miguel mirando al cielo en espera de obtener respuestas de su paradero y este se negaba a informarle alguna novedad.

Aun le dolía la caída. Por un segundo, se miró la herida y noto como la sangre emanaba con lentitud. Un suspiro le broto de la garganta y comenzó a sollozar. Por momentos, contemplaba el cuerpo de Mike como si no pudiese creer que hubiese muerto. Se resistía a creerlo, prefería eclipsarse ante esa verdad.

Era imposible negarse a una verdad que contemplaban sus ojos. Había fracaso en su intento de salvarle la vida, lo había visto caer, había sido vencido por el viento, ahora ¿Qué seguiría? ¿Aceptaría seguir viviendo con ese recuerdo? Sentía como si le hubiese dejado morir aun cuando no hubiese podido hacer algo para salvarlo….

<<O quizás si…>>. Le murmuro su pensamiento.

Por un segundo, le invadió el temor de que el linaje del rey se extinguiera llevando a la ciudad a la ruina de aquella paz. El linaje del reino quedaría en los brazos de la princesa que aún no había aceptado a ningún hombre a su lado. Temía por que no hubiese algún hombre en aquel corazón que se iba haciendo de piedra. Miraba a Mike y se le quebraba el corazón, sus labios permanecían cerrados y en un intento de reanimar la amarga oscuridad, se despidió de su amigo con el silencio de sus palabras olvidadas.

―Miguel, las lágrimas deben salir para liberar el dolor del alma. No resistas ante los ojos de los hombres que te rodean. Llora la muerte de quien te quiso como hermano y, si algún día le recuerdas de nuevo, vuelve a llorar, pero no lo olvides, ya que la única forma de que muera en verdad, es que lo olvides por completo….

Miguel se quedó estupefacto intentando comprender a la princesa. No sabía si llorar o seguir deteniéndose. Ni siquiera sabía que decir. Prefirió abrazar a su silencio y aceptar el destino de la muerte de Mike.

En sus pensamientos se le desbordo una expresión impulsiva en sus labios, no se sabe si fue una sonrisa que le brindaba una esperanza y satisfacción por dejar partir el alma, o solo una mueca provocada por el momento y la fuerza tan débil que intentaba mostrar intentando ser fuerte cuando en realidad era frágil como un espejo al estrellarse con una roca.

La princesa le esbozo una sonrisa y luego siguió mirando al frente decidida, sin llorar, sin sufrir, solo pensando en que todo sería diferente a partir de ese momento.

 

En las ciudades pequeñas los rumores se extienden más rápidamente. La muerte de Mike no era la excepción. La noticia, se expandió como si como si fuese una plaga, un virus mortal. Como la gripa. En las tabernas, era el tema principal y este se fue extendiendo desde aquella mañana hasta los días venideros. Los habitantes intercambiaban opiniones y una nube de preguntas sin respuestas se fue abriendo paso y, por cada pregunta que era respondida, decenas más se formulaban, cada una con solo hipótesis como respuesta de un tema que no tenía ni pies ni cabeza.

Cada solución era solo errónea, se esfumaba tal y como había aparecido creando más preguntas que intentaban ser respondidas por solo unas cuantas palabras indescifrables que coincidían en cada argumento. La mayoría creaba sus propias historias endebles que ni los mismos inventores creían posible. Esa era la única forma de resolver preguntas que su respuesta tardaría mucho tiempo en ser revelada.

Solo les servía creer en que serían algún día respondidas.

Todo era un completo misterio, en eso coincidían los habitantes de la ciudad, en especial los de la taberna, el lugar con más conglomeración de la ciudad. El cantinero servía cervezas y más cervezas, mientras las discusiones y las versiones de la historia iban pasando de boca en boca en busca de una sola verdad.

―La tranquilidad se esfuma cuan si fuese momento de partir hacia los principios de la historia de nuestra ciudad―, comento Josué mientras tomaba un sorbo de cerveza. ―Todo es tan extraño, la muerte de Mike…. Juan ¿Lo viste caer? ―, hizo una pausa mientras Juan asentía. ―Sí, muchos lo vimos caer y no sabemos qué fue lo que sucedió. Era fuerte, decidido, un hombre como pocos…no podía morir solo así…no podría vencerlo solo un plebeyo….

―Algunos mueren sin explicación.

―Otros mueren enfrentándose a la muerte―, murmuro un viejo desde la esquina sin quitarle la vista a la cerveza.

―Tranquilos amigos―, dijo Josué. ―Si algo os podría asegurar es que Mike no murió sin luchar, prueba de ello es su cuerpo. No creo haber sido el único que se dio cuenta de sus alas destrozadas, sus brazos con heridas profundas, su ropa ensangrentada…esas heridas no las pudo causar un solo ser, tuvieron que ser muchos para poder ser capaces de herirlo de una manera tan cruel y despiadada.

―O solo uno con sed de sangre real.

―No lo creo. Tuvo que ser al menos una decena de hombres….

Sus ojos se perdían en sus pensamientos que imaginaban lentamente todo aquello que decía, un ejército rodeando a Mike y este luchando contra todos, destruyéndolos con aquella fuerza que le habían regalado los dioses.  La inmortalidad no le hacía perfecto, los ataques le llegaban por los cuatro vientos y no tenía ayuda.

Uno desde la barra imaginaba a Mike siendo destrozado vilmente. De solo pensarlo, sus manos temblaron y comenzó a sudar. Un trago de cerveza le calmo los nervios y un pañuelo seco sus manos sudorosas.

―Puede que tengas razón Josué…o puede que no. El no pudo morir solo así. Solo alguien de verdad poderoso lo pudo haber vencido―murmuro Milton.

―Ese tipo de seres aun no existen.

―Todo existe Josué, todo existe.

Bebieron ambos de sus respectivos jarros de cerveza y luego se miraron como si se desafiaran por la verdadera respuesta.

―No intenten comprender una historia que no les pertenece. Dejen descansar el alma del muchacho y no sigáis hablando de él. Es mejor dejarle partir, que se reúna con la muerte y ahí enfrente su destino.

Josué le miro y luego sonrió.

―No puede morir solo así sin dejar respuestas. Su cuerpo estaba bañado en sangre, sus heridas lo delataban ¿Es que estamos en guerra? ¿Es que nos atacan y no se atreven a mencionárnoslo? ―, grito Josué acaparando la atención de los de las mesas cercanas. ―Su llegada fue algo extraña. Recuerdo haberlo visto partir junto a Lucas y ahora regresa solo ¿Dónde está Lucas? ―. Levanto la botella y le tomo un gran sorbo. ―Son días raros en la ciudad. La tranquilidad puede ser rota con mucha facilidad. El mundo se está volviendo completamente loco, al igual que quienes le habitan.

Su mirada se concentraba en la etiqueta de la botella como si esta le fuese a dar alguna señal o pista para completar su argumento. Las palabras le divagaban en la mente sin coordinarse y prefirió callar sus ideales con otro trago de vino para aclarar su garganta y volver su vista hacia un hombre que había empezado a hablar.

―El mundo es un manicomio, eso no es ninguna novedad―, dijo un hombre viejo. El cabello blanco les caía a ambos lados de la cabeza y en el centro estaba calvo. Tenía una mirada penetrante que intercambiaba entre su tarro de cerveza, Josué y Milton. ―Mike era el heredero directo al trono en cuanto llegase la muerte al rey…si es que le llegase algún día de esta inmensa eternidad.

Los de su alrededor se le quedaron mirando mientras le daba un sorbo al tarro de cerveza que permanecía entre sus manos.

―Si Mike moría…Lucas seria el heredero…Nadie podría disputarle el trono. Sería el próximo rey de la ciudad del Lago.

Las miradas hacia él no se hicieron esperar, algunos creían este argumento como el más valioso de los dichos hasta el momento ya que el príncipe joven siempre había sido conocido como tal y regularmente era opacado por la grandeza su hermano, siempre ocupando el segundo lugar en todo, siempre fue la sombra, esa sombra por la que muchos hubiesen dado su vida por estar ahí, pero él lo había estado toda su existencia y quizás se había cansado de estarlo.

―Los días pasan y con ellos los años. La mentalidad y ambiciones del poder hacen cometer locuras, inclusive asesinar hasta la propia familia, el linaje se traiciona―, concluyo el viejo estrellando el tarro en la mesa.

―Mike siempre ha sido un chico reservado, mas no creo que sea capaz de tal cosa, es un buen muchacho―, menciono un anciano desde el otro lado de la barra. ―La traición no está en sus ojos. Esto fue algo más, fue atacado, es difícil creer que haya luchado por el trono….

―Tu ¿Qué puedes saber de ello?

―Solo sé que, es mejor esperar a que las aguas calmen y el rio vuelva a correr con noticias buenas. Serán días difíciles para la ciudad, el mal se avecina….

Las palabras se perdieron entre los murmullos de los presentes. El anciano hablaba lentamente sobre el mal que se avecinaba en palabras cortas y vacías. De vez en cuando, miraba al cielo desde la ventana y al fondo contemplaba al bosque y al pequeño rio. En la cima, a lo lejos más allá de las montañas, su vista no le alcanzaba. Intento imaginar sus deseos, la verdad tras de todo. Busco en el cielo respuestas, pero este seguía siendo sombrío y sin luz. Los relámpagos habían cesado y solo unas pequeñas lámparas en las esquinas de la ciudad la iluminaban tenuemente combatiendo contra la oscuridad.

―La razón emana de la boca del viejo―respondió Josué mientras pedía un nuevo tarro de cerveza. ―Pocas respuestas para miles de preguntas. Es mejor esperar a que todo se esclarezca para poder saber la verdad…

El cantinero llego con la botella y se la coloco enfrente. Al instante, bebió un sorbo de la botella y la miro detenidamente. Su mente vaga entre las heridas del príncipe, en la dirección en la que había llegado, en el extraño comportamiento del viento, en el cambio drástico de cielo azul brillante a un gris lleno de incertidumbre y lobreguez….

Las dudas crecían al igual que las de todas las de todas las personas que le rodeaban. Algunas veces es mejor la ignorancia que saber la verdad.

La mañana era triste y sombría. La oscuridad se había apoderado de la ciudad y el brillo de las paredes del castillo se había evaporado. La plata ya no brillaba con la luz del sol. Las estrellas se habían ido ya. El amanecer y la luz se alejaban junto a la felicidad, la noche parecía eterna y conllevar dudas entre sus sombras.

Los argumentos creaban más dudas que respuestas. Si es que existía una contestación que se acercaba a la verdad, una nueva interrogante le hacía cuestionar y retroceder en busca de una verdad más creíble.

Cientos de cuestionamientos y respuestas nulas. Nubes de mitos se formaban para compensar esas replicas. Historias fantásticas de muerte y traición. De fantasmas y mentiras. Los relatos se esparcían y cambiaban de boca en boca, con combates a muerte, emboscadas, peleas por el trono, duelo con ejércitos del mal, fantasmas, y un millar de narraciones que pasaban de boca en boca intentando explicar lo sucedido.

Ninguno acertaba. Cada respuesta inventada alejaba toda la realidad y le daba un toque más de misterio a lo sucedido.

La cadena de relatos iba creciendo considerablemente, la cantina se convertía en un tribunal donde el caso no tenía una solución concreta. Los argumentos no convencían ni a los que los decían y no había juez que dictase alguna sentencia con la única verdad. La sorpresa se mostraba en los rostros de todos, era difícil asimilar que fuese real todo aquello que había sucedido, si algo caracterizaba a La Ciudad del Lago era ser una ciudad tranquila donde la naturaleza llamaba la paz, el rio conversaba con las plantas y la luz nunca faltaba gracias al sol por el día y a la luna y estrellas por la noche.

El suceso vino a cambiar todo y alterar el orden en el tiempo y las decisiones de la ciudad. Termino con la rutina de los habitantes y la paz fue absorbida en tan solo un instante.  Todo había cambiado repentinamente y sin darse cuenta la era de paz eterna en la ciudad había terminado y los días de enfrentar a la realidad del mundo exterior comenzaban.

Era la hora de asimilar vivir con el mal e ir lentamente aprendiendo a morir.

 

―Pronto, pronto ¡Abrid las puertas! ―grito Miguel mientras caminaba desesperado tomando uno de los brazos de Mike como si se aferrara de su vida aun sabiendo que solo su cuerpo permanecía en ese mundo.

La orden de Miguel fue obedecida con prontitud. Las puertas se abrieron a la par permitiéndole cruzar el puente que unía al sendero principal con el gran castillo situado en el lago.  La puerta se abrió completamente dejando ver la fachada del castillo. era hermoso, sus jardines verdes se decía que nunca se marchitaban ya que los mismos dioses lo habían plantado y estos le cuidaban. El castillo y sus paredes blancas eran el reflejo de la paz que habitaba en aquellos linderos, esa paz que se respiraba aunada al perfume de las flores y era llevada por el viento hacia todos los rincones del reino donde la felicidad perduraba todo el año.

Con paso delicado y firme, Miguel y otros tres hombres cargaban el cuerpo inerte de Mike. Miguel lo miraba de vez en cuando como si esperara que despertara de su sueño eterno. Cada mirada le sonaba a despedida, a una partida inminente hacia la muerte.

Lo imagino aún con vida, delirante, intentando acomodar los pensamientos y palabras para decir la verdad de lo que le había sucedido. Creyó ver subir y bajar el pecho al respirar, con su garganta reseca aun cuando no tuviese sed, con la voz deseosa de salir y en su lugar, un par de gemidos y sonidos extraños que no se podían unir al viento para formar palabra alguna.

Pero no…no estaba ahí…solo era un engaño de su pensamiento.

Un quejido le broto del alma a Miguel y noto un nudo en su garganta. Miro hacia un costado y noto a su herida sangrando, el cómo se había formado un sendero de gotas en el recorrido. Se estaba desangrando y la vista se le nublaba, no sabía si por el dolor del golpe al caer o por el cansancio al cargar el cuerpo de Mike. La pérdida de sangre lo estaba llevando al borde de la fatiga mientras un tic tac incesante en la distancia marcaba los agónicos segundos eternos.

Uno de los hombres tropezó casi al entrar al castillo y estuvo a punto de derrumbar a los demás que sudaban ante el cansancio, mas no desistían. Los quejidos merodeaban el silencio, el canto de las aves volvía aparecer mientras volaban tristemente observando al príncipe, pequeñas gotas apenas visibles salían de sus ojos antes de volver a alzar el vuelo y seguir silbando con el viento. Algunas aves después de ver al príncipe, regresaban rápidamente al bosque a describir detalladamente el estado del cuerpo de Mike. Era tal la sorpresa que le causaba a los arboles escuchar la descripción, que hasta lloraron y estuvieron tentados a ir a la ciudad para poder verlo con sus propios ojos. Pero hacerlo sería traicionar al bosque, dar a conocer que tenía vida propia. La conciencia les advertía que debían permanecer ahí a merced de noticas de sus allegados. El viento y las aves eran sus únicos informantes.

Algunas aves que acompañaban el recorrido daba la impresión de que intentaban comunicarse con Mike, se posaban frente a él como enfrentándolo o esperando que él las mirara, como si no quisieran dejarle partir hacia la muerte. Con sutileza, se limitaban a dar vueltas alrededor de su cuerpo con la firme esperanza de lograr llamar su atención, querían notificarle alguna novedad, decirle algo, dar una pista o ser de alguna ayuda en aquel momento. Les desesperaba que su lenguaje no fuera entendido por los cuatro hombres que le acompañaban, los únicos que pudiesen entender su canto eran los sabios que alguna vez platicaban con ellas, pero estos ya no quedaban en aquella región, ya habían sido sucumbidos ante el avance del tiempo y el de la misma muerte.

El canto melancólico de las aves seguía escuchándose. Algunas desesperadas por no ser entendidas, transformaban drásticamente su canto en chillidos eufóricos fuera de lo común, perdían la cabeza y causaba temor en los hombres que seguían cargando el cuerpo de Mike. Las miraban de reojo, se miraban entre ellos y en sus mentes coincidían al decirse a sí mismo que las aves estaban poseídas, que todo andaba mal en la ciudad.

El temor rápidamente les iba suprimiendo el valor.

Una de las tantas aves que volaban alrededor del cuerpo de Mike se quedó levitando, viéndolo detenidamente, como si supiera el sufrimiento que este sentía y quisiese ayudarlo, que este le diera el dolor que carcomía en su interior y compartir juntos los lamentos.

El príncipe estaba muerto. Solo seguía ahí durmiendo en su sueño eterno.

Con la delicadeza de un diente de león, el ave bajo suavemente hacia el cuerpo del príncipe posándose en el que parecía ser el único lugar que no tenía heridas y se quedó un segundo ahí, contemplando su muerte. La vida se le había evaporado sin pena ni gloria.

Un instante después, el ave emprendió el vuelo cantando con tristeza.

― ¿Qué te ha pasado hermano? ―murmuro la princesa al entrar al castillo. Apenas y susurraba inconscientemente. Le dolía la voz al tan solo pensar lo que había perdido. Los labios le temblaban y los brazos se le ponían tensos. Le costaba respirar ante el dolor. El corazón le latía descontrolado y se detenía por momentos.

Por un instante, creyó que se había detenido y nunca jamás volvería a latir.

<<Resiste…solo unos cuantos pasos más>>, Miguel se intentó convencer para sí mismo para continuar avanzando. Susurraba palabras que ni el mismo entendía. Las palabras se le entrecortaban en la garganta mientras intentaba reanimar a su corazón.  Su voz se le quebrantaba aun contra su carácter, estaba al borde de las lágrimas.

Los otros tres hombres silenciosamente lo observaban prefiriendo permanecer callados, temían que si hablaban sus palabras no fueran las correctas para el momento y estas solo causaran más tristeza y nostalgia en Miguel.

Miguel seguía murmurando, como si estuviera solo sin nadie que lo escuchara, discutía en sus adentros con los dioses, imploraba clemencia, su dolor le apolillaba su espíritu, sus ojos temblaban, el sentimiento se le destilaba por la piel. Su rostro temblaba lleno de impotencia por no poder hacer nada más que seguir caminando. La fortaleza iba en caída libre desbordando su triste lamento silencioso. Las manos le temblaban sin control, los nervios le llenaban el alma y le evacuaban su honor, se caía a pedazos, el hombre fuerte ahora se sentía débil, frágil, inservible, se creía nada.

De nada servían los lamentos ni reclamos a los dioses. Tampoco las suplicas que ya no tenían sentido alguno. Se sentía desfallecer. Sus pasos ya eran cortos y vacilantes. Su mirada difusa. El dolor en el abdomen aumentaba. El orgullo podía más que nada. Continuo la travesía con suspiros que trataban de controlar, cerrando sus ojos, dando un paso tras otro….

―Miguel… ¿Te sientes bien? ―, murmuro uno de los que le ayudaban a cargar el cuerpo al ver su mirada perdida en la distancia como si hubiese abandonado ese mundo.

―Solo un poco más…solo un poco más….

Se repetía con ganas para convencerse a sí mismo. Dio una vuelta hacia la izquierda para acceder en el camino rumbo al trono del rey. Subió unos escalones, cruzo un pasillo con puertas a ambos lados, todas cerradas. Corrían por el pasillo y las aves se iban quedando atrás.

El viento era quien les acompañaba silbando un canto de esperanza que reconfortaba el alma y luchaba contra la tristeza llevándose el olor a muerte que se había expandido lentamente. Se respiraba la tranquilidad, un silencio artificial que permitía escuchar los pasos agitados de aquellos hombres que comenzaban a tener una respiración convulsiva debido al acenso.

A lo lejos, un par de guardias corrieron hacia el rey.

―Deteneos ahí, dejadnos llegar ante el rey, antes de que sus oídos escuchen la noticia. Cerrad su habitación y manteneos un momento ahí…cumplid las ordenes…cumplidlas….

Los guardias se quedaron petrificados y detuvieron su camino. Dejaron pasar a la princesa y a los hombres que cargaban el cuerpo.

El trono se acercaba y el cansancio se hacía cada vez más notable. Los pasos se aminoraban y aun así querían mantener la marcha, la coordinación había pasado a segundo plano desplazada por la prisa de llegar al trono. Sus brazos estaban ya agotados de fuerzas, Mike no era una carga fácil de transportar.

Unas cuantas escaleras más se extendían a la vista, la puerta de la sala del rey ya se podía mirar en la distancia, pero aun los escalones los separaban y estos parecían interminables, las puertas se alejaban y aunque mantenían su mente puesta en seguir caminando, sus pies le temblaban y les hacía desbalancearse.

―Seguid un poco más. El trono se acerca, no desfallezcan. Mi hermano les agradecerá desde el otro mundo―, dijo la princesa vacilante.

El viento se quedaba esperando al borde de las escaleras dejando solo unas oleadas de aire escabullirse por las escalinatas. La escalera no terminaba, la respiración agonizante, el sudor brotando de los hombres… El aire se volvía pesado, la tristeza les carcomía el corazón. El rey tras la puerta, frente a ellos dos guardias se daban cuenta de lo sucedido y no se volvían obstáculo entre el rey y su hija.

No fue necesario de que Miguel diera la señal para que abrieran la puerta, las puertas chirriaron y un crujido de maderas siendo sometidas al movimiento absorbió todos los sonidos, todo se silenció, las antorchas que iluminaban tenuemente la habitación se volvían luz de fondo iluminando el salón.

Lo demás era solo oscuridad.

El par de guardias contemplaron al cuerpo un segundo y sus caras se contorsionaron de dolor. No se dieron la vuelta para anunciar la llegada, solo se quedaron de pie, petrificados ante lo que habían mirado.

El rey yacía sentado con tranquilidad en su trono mirando la antorcha más cercana como si nada más le importase.  Espero un segundo a que llegase el anuncio, pero nadie lo hizo, solo el silencio y varios pasos que se iban acercando con lentitud. La antorcha permanecía inmóvil, quemando los segundos agónicos de la ciudad.

El rey no lo sabía, ni siquiera había mirado a los que habían entrado por aquella puerta, él no había sido notificado de todo lo que había sucedido en la ciudad aquella noche, permanecía ausente de noticas viviendo una realidad diferente a la de los demás habitantes.

― ¿Quién os…? ―, la pregunta se le quedo atrancada en su garganta, la tranquilidad que había tenido hacia solo unos segundos más se le esfumo, su mirada se dirigió hacia la de la princesa y su mirada se lo dijo todo…

―Padre…Mike…

Se sentía incapaz de mirarlo a los ojos. No soportaba su tristeza. Sus ojos miraron a la antorcha y luego a las arrugas del rey. Con un movimiento lento, los hombres dejaron el cuerpo de Mike tendido en el suelo como si fuese una pluma cayendo lentamente al vacío.

―Padre…ve aquí a tu hijo…

La mirada del rey se le desencajo del rostro. Miro el cuerpo, en el suelo, apático. Un vacío lleno su pecho, los latidos de su corazón se detuvieron, el mundo se le vino abajo y la corona comenzó a pesar más en su cabeza. Las arrugas se adueñaron de su rostro que se llenaba de desconcierto y lo hacían ver viejo. Se esforzaba para no llorar, para seguir siendo hombre, recto, todo un rey de la ciudad del Lago. Pero no pudo resistirlo por mucho tiempo… lloro.

Comenzó a oler la muerte y las lágrimas se le desbordaron de sus ojos. Con una agilidad que le había caracterizado años atrás cuando era un joven guerrero, dejo su trono y corrió hacia su hijo. Lagrimas corrían por sus mejillas, la distancia que lo separaba de su hijo se le hacía distante.

Al verlo sin vida, por su mente pasaron todos aquellos momentos que había pasado con su hijo, se arrepentía de no haber sido un padre honorable que compartiera más tiempo con él, se sentía nada, quería verlo, los pasos le gravaban lamentos en el alma, se sentía morir, sus pies temblaron y lo hicieron caer ante la vista de Miguel, los guardias…su hija.

Con la fuerza de su espíritu de nobleza se puso en pie y con pasos tambaleantes llego hasta Mike, se arrodillo ante él, un alarido ensordecedor le recorrió la garganta, alzo la mano de su hijo para asegurarse que aun tenia pulso, pero no encontró nada en la mano. Esta fría, sin calor, sin vida. La intento acurrucar entre sus manos para darle un poco de calor, le toco la frente, le separo los parpados con la esperanza de encontrar algo en ellos y solo se encontró con el reflejo de su rostro en el vacío.

Ninguna señal de vida.

El rey lloraba, triste de rodillas ante su hijo, humillado por los dioses, llevándose lo que más preciaba. Nunca antes se había mirado a un rey llorar, dejar ese honor y valentía que les distingue y sacar sus sentimientos, pedir explicaciones a lo inexplicable. No podía juzgar algo que no sabía el por qué había sucedido.

Entre sus mejillas salían a flote las arrugas de los años interminables, la tranquilidad de la que había disfrutado hasta aquel día. Eso ya no existía. Sus lágrimas se le desbordaban por su mentón, brillaban como estrellas antes de precipitarse al suelo donde se unía con la sangre perdida de su hijo y se combinaban en un solo charco de dolor.

La luz tenue se perdía en la oscuridad, los corazones de los presentes se rendían ante el rey. La corona caía, el jefe supremo de La Ciudad del Lago permanecía de rodillas, caía por primera vez, su lado sensible lo dejaba a la intemperie dejándose ver no como el fuerte y líder de siempre, si no ahora era visto como lo que era, un ser común y corriente que es maltratado por los dioses, que llora la muerte de su hijo, que saca sus sentimientos, una nota triste y necesaria, un rey llorando, un cuerpo en agonía. La postal quedaría guardada en la memoria de los presentes por el resto de sus vidas junto al adiós.

El rey separo la vista de Mike y miro a la princesa esperando que esta le explicara lo que le había sucedido. La princesa solo tenía silencio como respuesta.

―Hijo mío, ¿Que os ha pasado?

El rey hablaba entre lágrimas que desmigajaban su voz, cerraba sus ojos intentando esquivar la realidad y ver a su hijo lleno de vida, con esa sonrisa que lo había caracterizado.

El príncipe no respondía, tenía sus ojos cerrados por siempre, sin poder mirar hacia la luz, solo se hundía cada vez más hacia la oscuridad y las profundidades del averno.

―Padre…quizás tu conozcas la respuesta a este símbolo.

El rey se le quedo mirando a la princesa y espero. La princesa se acercó y levanto la tela que aun cubría el pecho dejando al descubierto la marca.

―Ha vuelto…. ―, dijo el rey con tan solo mirar la marca. En su mirada se denoto miedo. ―Las puertas del infierno se han abierto esta vez.

La princesa se le quedo mirando al rey como si no lo entendiera.

― ¿Qué es lo que está sucediendo?

―Son heridas del pasado―, respondió el rey a la princesa.

―Mi hermano a muerto. Lucas está desaparecido y quizás este igualmente muerto. La ciudad está aterrada ante lo que ha pasado, ¿Es que fue tan grave lo que hiciste? ¿Por qué padre? ¿Qué fue lo que ha pasado para que mi hermano mereciera una muerte así?

El rey no sabía que responder. Miro a la princesa por un segundo y luego miro hacia la antorcha como si en ella hubiese escondido sus recuerdos.

―En mi vida he cometido errores. Algunos peores que otros…ninguno tan fuerte como para pagar con la muerte de un hijo.

―Todo está fuera de control, la ciudad se pregunta si es que la paz es solo un espejismo o en realidad existió todo este tiempo. Padre ¿Qué nos has escondido?

El rey dudo su respuesta.

Y sucedió. El rey se sobresaltó y cayo de nalgas en el suelo como si hubiese sido lanzado por una mano invisible lejos de su hijo. La princesa se quedó sin habla. Los guardias pusieron su mano en las espadas al momento de que el temor se apoderaba de su cuerpo.

Mike se levantó del suelo como si nada hubiese pasado.

―Hijo…estáis vivo.

―Para vivir ahí que morir―, dijo Mike poniéndose de pie y caminando hacia el rey.

―Benditos sean los dioses.

―Y maldita sea tu voz que os atreve a mencionarlos―, la voz de Mike era un grito. ―Eres un traidor, la muerte te espera, no la hagáis esperar.

El rey lo miro a los ojos y comenzó a temblar de miedo.

―Bienvenido…al infierno.

El rey dio un paso hacia atrás intentando alejarse del cuerpo frio de Mike, pero este le tomo por la muñeca y ambos ascendieron hacia el techo mientras Mike levantaba sus manos como si estuviese crucificado. Luego, murmuro unas palabras en un idioma extraño y un reflejo cegador apareció en la habitación.

El rey intento jalonearse para liberarse, pero no lo hizo, Mike lo mantenía aferrado a él con fuerza, clavándole las uñas en la muñeca que le sangraba. La voz del rey se volvía una petición, silencio. Un gemido y luego un ruego mudo…

Cuando la súplica se volvió silencio, la luz cegadora desapareció, los tres hombres, Miguel y los guardias se quedaron inmóviles como estatuas. La princesa intercambiaba miradas entre ellos y luego a la habitación. El trono estaba vacío.

―Padre…. ―dijo la princesa y noto a la habitación solitaria. Un grito de terror broto de sus labios cuando los cuerpos de los hombres cayeron de rodillas en el suelo mientras sus cabezas rebotaban y rodaban por la habitación. Decapitadas, las cabezas aun reían entre muecas, mientras sus cuerpos se desangraban formando un rio en el suelo. La princesa se jaloneaba el cabello y ardía entre las llamas de la antorcha con un dolor mudo que le invitaba a abrazar a la muerte y tomar su mano para buscar a su hermano en la perpetuidad.

Aprendiendo a morir
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