18) MIKE: LAGRIMAS
El tiempo se detenía como si fuese un silencio perdido. El bosque permanecía en calma y el viento iba disminuyendo su fuerza acercando el cuerpo al suelo. Las personas que se encontraban en el jardín corrían atemorizadas por las magnas oleas de aire que rodeaban a Mike.
De pronto, el viento se detuvo y todo quedo en calma.
Apoyado en la estatua, Miguel se puso de pie con dificultades, noto como el golpe le había hecho más que daños físicos, le había golpeado el orgullo envolviéndolo en sollozos silenciosos e invisibles. Nadie había acudido en su ayuda y el mismo no pedía ayuda. Las personas se habían retirado a sus hogares huyendo del momento. Contemplo el agua que ahora tenía el color de su sangre y miro su herida a un costado donde su armadura se había rasgado.
Un sollozo sepulcral se escuchó en el jardín y después un silencio fulminante. El viento lentamente dejo de fluir y el cuerpo de Mike con un golpe seco y lento toco el césped lleno de vida del jardín. El bosque respiro como si estuviera cansado y pudiese descansar por primera vez en mucho tiempo mientras que las personas se asomaban de entre las casas más cercanas para saber que sucedía. Los pájaros volvían a cantar entre murmullos que más bien parecían noticias que se estaban pasando entre ellos para dar el resultado de la misión del viento.
Atónitos se quedaron todos los que miraban a Mike moribundo en medio del jardín. El hombre que aún permanecía cercas de la estatua, se arrastró con más fuerza de voluntad que inteligencia hasta llegar a donde estaba Mike tendido en el jardín que se entristecía e inundaba de sangre real que brillaba a la luz de la nada.
El cuerpo inerte. Los brazos desgarrados por las múltiples heridas que aún seguían sangrando sobre la sangre seca. Las piernas arqueadas en ángulos irracionales. Múltiples fracturas. Un cuerpo completamente desecho.
El traje de guerra que antes de partir brillaba con luz propia ahora era tenue, la mayor parte de él había desaparecido dejando su pectoral derecho visible y cubierto de sangre, arañado y con heridas que no curarían ni, aunque pasaran miles de años. Su pecho ya no se hinchaba cuando intentaba respirar agitadamente, es más ni respiraba. Sus ojos se perdían en la distancia yendo hacia la luz más allá de ese mundo. La vida se le esfumaba lentamente y era cuestión de tiempo para partir en ese viaje en el cual no podría retornar nunca jamás.
―Ha vuelto. Ha vuelto…
Una voz ronca y nada parecida a su voz salió de su garganta reseca. Intento seguir hablando un par de veces más, pero las fuerzas le faltaron. Sus ojos se perdían como estrellas que dejan de brillar cuando el sol las opaca con su luz. Sus clamores le vencían el alma y las ganas de vivir haciéndolo ver como un niño que llora con el corazón, con esa inocencia decepcionante que solo un hombre derrotado puede igualar, dejaba de ser el hombre fuerte y decidido de la Ciudad del Lago y se convertía en un agonizante inocente a punto de partir con la muerte.
Sus quejidos se perdían entre su garganta y sus labios dejándolo fuera de órbita. La sangre dejaba de fluir por sus venas y se desbordaba por su piel creando ríos en el suelo que manchaban el verde jardín que se volvía triste ante la situación.
Las personas que intentaban acercarse ya sea para ayudarlo o simplemente para tener una mejor perspectiva de lo que estaba pasando, solamente lo asfixiaban sin tener esa intención mientras que algunos de los guardias que se habían escondido, salían atemorizados de sus escondites e intentaban poner orden y alejar a las personas del lugar sin obtener éxito en su cometido.
―Mike…―dijo Manuel al acercarse intentando contener las lágrimas y el dolor. La voz se le quebrajaba y se volvía solo un susurro acompañado por la tristeza y melancolía del viento.
Con fuerza y honor tomo la mano de Mike la cual temblaba incesantemente sin detenerse mientras sus heridas se bañaban en sangre de rey, de esos reyes que dan la vida luchando por su gente y su pueblo y aunque el aun no era un rey, moriría con honor ante aquel hombre de cabello rubio al que se le desbordaban las lágrimas que recorrían sus mejillas e iban a caer al suelo herido a muerte donde se perderían y serian recordadas como las lágrimas de la derrota y la muerte solitaria entre dos valientes que iban en rumbos diferentes, a dos mundos, uno se quedaba y el otro partiría acompañado de aquella compañía a la que nadie quiere tener y que todos siguen al final del último suspiro de vida y latido del corazón.
―Diles…díselo…
Los intentos eran solo fracasos. Intento gritarlo con todas sus fuerzas, pero su voz era solo un susurro apenas audible que se perdía entre los murmullos. Intento seguir respirando, abría su boca para recibir bocanadas de aire y estas se evaporaban en sus labios. Todo era en vano. Sus pulmones ya no recibían nada de oxígeno y sus ganas de vivir se habían esfumado hacía ya algunos segundos, solo le quedaba esperar la muerte y lloraba por ello.
Lloraba su derrota, el no haber dado la noticia al rey, su padre, era como si no hubiese ido nunca a la misión ya que dicha había fracasado y no habría nada que recordase e motivo por el cual murió. Lagrimas brotaban de sus ojos cansados y su mano iba perdiendo temperatura poco a poco, su boca se abría de vez en cuando como si fuese a gritar, pero no lo hacía, ningún sonido profanaba su voz que se perdía en el vacío del silencio.
―Mike… ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Mike?...
De entre las personas que se congregan a su alrededor, salió una bella mujer más hermosa que la luna llena en la obscuridad. Con esos ojos que reflejaban la mayor felicidad con solo verlos y que regalaban un deleite a la pupila de los que le observaban, su figura perfecta y su cálida piel hacían de ella la mujer más bella del mundo, ella la princesa de La ciudad del lago, una estrella que brillaba con luz propia en aquella tierra y en aquel agónico momento.
Una luz tenue salía de sus ojos verdes que observaban las heridas que había sufrido su hermano. Se acercó cautelosamente a Lucas y con sus cálidas manos le froto lentamente la frente. El llanto le brotaba de sus ojos que perdían el brillo y se convertían en cascadas de lágrimas incesantes que resbalaban por su mejilla hasta llegar a su barbilla e ir a parar hasta el suelo junto a la sangre de su hermano.
Aun llorando se veía hermosa, los presentes murmuraban sobre eso y coincidían en ello, era como si la luna llorara por el atardecer aun antes de salir a acompañar al cielo durante las noches oscuras donde las estrellas no son suficiente luz para consolar su perdida.
―Princesa…hermana… ―murmuro Mike al sentir su caricia.
Pero solo fue un murmuro solitario. Con dificultad. Con una mueca de dolor acompañada con un último esfuerzo en su voz que se fue secando poco a poco hasta llevarse consigo a esa última palabra que fue secuenciada por una pausa que duro una eternidad, al igual que sus últimas palabras que se esfumaron con el viento. su visión que se escapó de la realidad haciéndolo emprender un viaje sin retorno el cual comenzó cuando dejó caer su mano en la mano de su hermana, que le lloro con el alma, la muerte de su hermano quien, en un último suspiro de su corazón, sonrió y dejo de respirar perpetuamente.
El viento helado comenzó a circular, pero no con la rapidez ni alegría que era lo habitual en aquella región. Ahora era frio, lleno de melancolía y sufrimiento. El aire se desplazaba lentamente ya sin prisa alguna mientras recorrían el cielo triste y desolado hasta llegar al bosque donde en silencio se abrigaba en las hojas de los árboles que le consolaban.
El bosque lloraba en afonía. Los viejos arboles murmuraban en lenguas extrañas palabras que se perdían entre los gemidos y lamentos. Algunos árboles cambiaban de posición intentando llegar al corazón del bosque donde se habían conglomerado la mayor cantidad de árboles sin tener en cuenta el peligro que ameritaba el ser descubierto caminando por el bosque.
Pero ya nada les importaba, estaban desechos, sus sentimientos habían sido puestos a prueba después de miles de años de ser considerados seres sin emociones que no sentían. En ese momento todos lloraban, no había risas, las aves comprendían la gravedad de lo sucedido y habían dejado de cantar. El bosque se unía en un solo lamento y hasta los robles dejaban su lado fuerte y lloraban todos juntos provocando una lluvia que no venía desde el cielo si no desde la cima de cada uno de los árboles.
Solo en el bosque lloviznaba.
Mike había muerto de una manera tan repentina que aun nadie podía asimilar totalmente lo que había sucedido. Todos sabían que su último viaje había terminado en aquella tragedia, pero nadie sabía hacia donde había ido, ni siquiera cual era el motivo por el cual se expuso a tal daño hasta el grado de ser herido a muerte de esa manera tan cruel y despiadada; La razón de su muerte era una incógnita que ni el mismo viento podía contestar.
El rey que nunca gobernó, había caído antes de tomar la corona y las riendas de la ciudad, la cual, lloro al verlo acostado sin vida en medio del jardín. Los leves susurros del viento se llevaban la tristeza entre sus corrientes y en un canto apenas audible y melancólico los primeros canticos de la muerte del príncipe se escucharon en el cielo que había perdido su luz y compartía la perdida dolorosa.
Su mensaje quedo a medias al igual que el motivo de su muerte. Los pensamientos de los árboles y las aves del bosque se repetían mil y un veces las diferentes profecías en las que los antiguos dioses habían escrito para la Ciudad del Lago, pero ninguna profecía hablaba sobre la muerte de un príncipe.
El legado del rey no terminaba en ninguna profecía ni tampoco había registros de pergaminos que tuvieran entre sus letras profecías sobre guerras o algún tipo de cambio hacia el mal para aquella región. Todas las predicciones hablaban de paz y buenos frutos por el resto de la eternidad, de una ciudad perfecta donde las personas tendrían armonía y alegría sin preocupaciones y nada ni nadie acabaría con la felicidad de aquel lugar que había sido fundado en el territorio donde la tristeza nunca llegaría a perturbar las sonrisas ni los corazones de los habitantes de aquella urbe pasase lo que pasase.
Aun los arboles más viejos no encontraban alguna explicación a lo sucedido y entre sus recuerdos, no lograban acordarse si en algún tiempo de su vida habían escuchado sobre alguna profecía de ese tipo y menos sobre la desgracia en la que la ciudad estaba inmersa en ese momento. Haber predicho eso sería tomado como absurdo, pero lo más irracional cobra vida conforme el destino lo decida.
― ¿De dónde has venido hermano?
Se preguntó la princesa al no tener una respuesta.
La ciudad tampoco entendía lo que sucedía y por ello creaban respuestas para satisfacer las dudas que solamente Mike podría dar contestación. La tranquilidad de la ciudad se había esfumado en tan solo unos segundos provocando un ir y venir de rumores que especulaban delirantemente las razones de la muerte de Mike.
Las historias creadas por algunos de los habitantes de la ciudad eran relatos fantásticos que hablaban desde dragones que lo habían torturado con fuego y rasgado su piel con sus garras, hasta un viaje por tierras lejanas donde seres desconocidos habían experimentado con el provocándole todas esas heridas para saber cuánto resistía su cuerpo y de esa manera saber si era una especie fácil de vencer o podría ser un oponente difícil para ellos.
Los rumores se expandían por toda la ciudad como si fuera una propagación de alguna enfermedad contagiosa, la noticia ya había contagiado a la urbe y cada quien iba creando sus propias conclusiones alejándose cada vez más y más de la realidad de lo sucedido con la muerte repentina sufrida por Mike.
Todos murmuraban y aun así seguía habiendo un silencio luctuoso.
La princesa, la mujer más bella del mundo seguía llorando. un mar de lágrimas cubría el césped que se forraba del llanto más triste que jamás unos ojos podrían llorar. Su garganta se resecaba y gritaba silenciada por las sombras y el miedo a la muerte, a esa muerte que se había llevado al ser que más admiraba en el mundo, su protector, a quien había prometido con el corazón en sus manos y el honor que poseía como princesa, que seguiría aun cuando las montañas y los dioses estuvieran en contra de ello.
Pero eso ya no sería posible, él había muerto y partido antes de lo planeado dejándola sin protección en ese momento fúnebre donde solo las lágrimas la acompañaban.
El cuerpo de su hermano yacía sin vida en medio de sus brazos los cuales, sostenían la cabeza dejándolos frente a frente por lo que ella podía darse cuenta de que Mike había perdido el brillo y calor en su rostro dejando una luz tenue y fría al morir.
La princesa no le tomaba importancia, ella lo miraba directamente a los ojos, esos ojos que ya no verían más la luz del sol y que se perderían en medio del universo donde encontrarían la luz del sendero del paraíso que sería su hogar más allá de este mundo, ese lugar donde él la estaría esperando más allá de la vida, de esa vida que se le había evaporado desde ya hacia algunos minutos y jamás volvería a ella.
―Princesa…
―Déjenme…solo un momento más…Por favor―, murmuro entre lágrimas abrazando con más fuerza a su hermano.
La princesa estaba desecha por dentro y por fuera. Su corazón estaba destrozado y el brillo de su piel se había vuelto tenue opacando su belleza la cual de nada le sirvió para calmar el dolor que sentía. Se sentía nada, en ese momento ella hubiese estado dispuesta a haber dado su cuerpo de diosa, su alma pura e inocente, su cabello negro como la noche, su honor, sus ganas de vivir, todo lo que le perteneció y pertenecía en ese momento, todo eso y más hubiese dado solo por volver a ver a su hermano con vida, que le abrazara una vez más mientras sonriendo le dijera “He vuelto hermana mía” y ella le devolvería la sonrisa, esa sonrisa que jamás volvería a brillar. Ella lo sabía bien, ese recuerdo le dolía.
Sus pensamientos divagaban en una tristeza abismal, su vida terminaba en ese momento, ya no tendría a quien esperar al atardecer, los días serian monótonos para ella perdiéndose de esa manera en la rutina. En caso de que volviera a esperar, se quedaría sentada a un lado del rio y esperaría por mucho tiempo ahí mientras su vida se le evaporaría lentamente de las manos, el corazón lentamente se le envejecería deteniendo sus latidos antes de que las cascadas se inmovilizaran y la última gota de agua resbalase por el rio desértico donde se secaría antes de llegar al mar que solo a esa gota esperaría, provocando una espera eterna y una muerte triste y lenta para la princesa.
―Volverás a mí. Lo se hermano…volverás…
Las lágrimas seguían descendiendo mientras le susurraba al oído. Las palabras solo el viento las pudo escuchar y se las quedo para sí mismo.
Entre lágrimas seguía con el cuerpo de su hermano entre sus brazos, no se resignaba a perderlo, tenía la esperanza de que abriera sus ojos y reflejaran de nuevo esa luz que solamente él podía emitir.
Aún seguía teniendo esa fe. La piel era fría al tacto, los ojos miraban a la nada. Era la muerte, su alma se evaporaba, no podía negarse a que se lo llevara, debía dejarlo descansar, debía hacer tantas cosas que no estaba dispuesta a hacer…
―Vivirás…lo se…Vivirás…
Pero esa luz ya no estaba, se había desvanecido por siempre, por lo que con el dolor de su alma y con su corazón vacío acerco sus suaves dedos hacia los ojos azules de Mike y, después de mirarlos durante unos segundos, los cerró con sus delicadas manos.
Lagrimas corrían por su mejilla deslizándose delicadamente por su piel hasta llegar a su barbilla y caer lentamente hacia el suelo donde brillaban a la luz del sol como un destello creando un espejo de lágrimas donde se podía ver ella misma llorando la muerte de su hermano.
La tristeza le invadía el pecho y las lágrimas seguían desbordándose de sus ojos como si fuese imposible detenerlas.
Ella no quería detenerlas, lo que más quería era llorar, ahogar en el agua provenientes de sus ojos aquella imagen de su hermano torturado y traer a su memoria la sonrisa que siempre llevaba con él, ver sus mejillas sonrojadas nuevamente. Anhelaba el poder tomar de nuevo sus cálidas manos y pasear con él por la ciudad como la familia que eran.
Pero eso jamás pasaría de nuevo…
―Te extrañare hermano. Te extrañare.
Al terminar de susurrar, le beso en la frente y dejo que la cabeza tocara el suelo con delicadeza mientras sus dedos iban acariciando la piel hasta llegar a sus labios y despedirse con un último toque que sería el adiós definitivo. Solo una trágica despedida eterna.
Con la mirada agachada se puso de pie. Miro a su hermano, después a la ciudad y por ultimo a sus manos. Se le escapo un último gemido seguido de un suspiro de lo profundo del alma, cerró repentinamente el grifo en sus ojos y sus ojos se volvieron piedra. Nunca jamás volvieron a llorar.