26) AILE: FUEGO
<< ¿Por qué no te puedo alejar de mi mente?>> Rumio Aile en su centésimo pensamiento dedicado a Santi en solo un minuto. Había olvidado la última vez que dedico tantos pensamientos a una persona en un solo día, si es que lo había hecho alguna vez. Tenía pocos recuerdos con otras personas, uno de ellos era con él, otro con su madre del orfanato y el resto eran actuales. Recordaba poco de su pasado, casi nada, el orfanato era casi olvido.
Lo imagino en todas partes, en tantos mundos diferentes donde solamente eran ellos dos. Solos, tomados de la mano mientras se sonreían como un par de enamorados que quieren hacer que el mundo deje de girar y se concentre en dejar ese momento una eternidad. Solo para ellos dos. Se preguntó si era posible, que el mundo se cerrara, y los enviara a uno paralelo, donde solo existieran ellos dos, sin personas señalándoles que está bien y que está mal, un mundo donde pudiesen quedarse con los sueños al borde de su piel y sobre todo con la esperanza de amarse sobre todo y contra todo.
Era imposible alejarlo de su mente, por más que lo intentase. Aunque, no se esforzó en alejarlo, solo quería que le diera un poco de espacio para pensar en ella. Si él era aquel al que había esperado desde que se fue sin decir adiós, entonces ¿Qué esperaba ahora de él? ¿Esperaba que la amara? ¿Esperaría una decepción? ¿Esperaba que se fuera así como si nada? ¿Lo detendría si pensaba algún día irse? No lo sabía y no quería saberlo. Solo quería que se quedara con ella aun después del final de los días. Solo quería que pasara lo que tenía que pasar.
Lo estuvo esperando y ahora él llegaba a su vida para quedarse. Al menos eso quería y él lo decía. No podría sacarlo de su mente antes de volver a verlo. En su pupila permanecía grabada la fisionomía de él., sus rasgos, su sonrisa, sus gestos… Con tan solo pensarlo, la piel se le erizaba y su corazón latía descontroladamente como si fueran latidos en código morse y estos dieran el mensaje del amor. Aun así, estando en su mente, sentía su ausencia, ese alejamiento que le recordaba que ahora volvía a estar sola. Su pensamiento vagabundeando en Santi, pero su realidad le decía que él no estaba ahí, que tenía que afrontar las siguientes horas sin él, con la esperanza de al final del día volverlo a ver. Antes de eso, tenía que seguir sobreviviendo, en esa realidad con sabor a su eterna soledad mortal.
<< ¿Podría ser él mi ruta de escape a dónde pertenezco? Sería mi luz, mi estrella, ese sendero que seguiría en la penumbra, tomada de su mano caminando hasta el cansancio y en un beso recuperar mis fuerzas para seguir estando a su lado. Juntos. Escapar de la soledad. ¡Soledad, ya no te necesito! ¡Lárgate de mi vida!>> Quiso gritarle. Arqueo su ceja de solo pensarlo y su frente se le arrugo acompañando la confusión de su ser aunado a sus pensamientos.
A pesar de la hora, aún seguían estudiantes en el pasillo deambulando de un lado para otro en busca de su aula sin querer llegar a ellas perdiendo intencionalmente el sentido de la orientación. La mayoría de ellos, solo quería un pretexto para quedarse más tiempo fuera y dejar que la clase comenzara, entrar solo para pedir un retardo o alegar una asistencia a la cual no eran merecedores.
Un pájaro estaba posado en la ventana cantando la misma nota que durante toda la mañana nadie había notado, pero ahora era la sensación y era escuchado por varios alumnos como si este fuera su cantante favorito y estuviera entonando la canción por la que suspiraban y la acompañaban con silbidos.
Algunos, hacían una búsqueda visual de personas que aún no habían saludado y de vez en cuando se cruzaban con una mano distinta con el mismo objetivo: perder el tiempo. La mirada hacia el horario para acordarse de que clase y aula debían de tomar su clase, aun sabiendo cual era, era una excusa perfecta para desperdiciar un minuto intencionalmente. Un segundo robado al reloj, era suficiente para evitar ver al profesor posado frente a la pizarra hablando y disimulando no darse cuenta de cómo sus discípulos duermen durante sus discursos que no habían cambiado durante todos aquellos años en la institución. Sus libretas de apuntes tenían fechas de cuando debutaron como profesores de dicha materia. La mayoría, extrañaban su etapa de estudiantes, su juventud que quedo atrás sin ser disfrutada. Se arrepentían de ello. No la volverían a vivir jamás y por ello fruncían el ceño y trataban de hacer la vida imposible a las actuales generaciones.
Los pasos de Aile eran cortos, con torpeza, caminaba entre las filas que la empujaban en todas las direcciones. Su mente vagando en un mundo paralelo y su vista estaba inmersa en una ceguera ocasionada por la multitud que se trasladaba entre apretones y sonrisas perdidas de labios hipócritas. Desde hacía ya algunas vueltas del segundero del reloj, los auriculares, habían dejado de cumplir el objetivo de mantenerla al margen de las voces del exterior. La música se iba alejando con cada paso y la acercaban a su realidad estudiantil. Podía escuchar con claridad como los estudiantes se gritaban apodos, blasfemias y demás estupideces, tratando de llamar la atención de las chicas hermosas que reían con sus bromas y comentarios.
<<La vida estudiantil es un asco>>. Rumio al meter su mano al bolsillo e intentar subir el volumen hasta dejarlo al máximo. Los tímpanos eran expuestos al límite y aun así las voces seguían siendo murmullos incoherentes, esas voces que no quería escuchar. Murmullos de la sociedad, ella solo quería adentrarse en los murmullos de su mente.
<< ¿Qué es este escalofrió?>>Se preguntó al estremecerse. Al instante, se quedó absorta. En su espalda, sintió una mirada que la penetraba en la distancia. Contuvo el aliento y resoplo con temor. << Las miradas no matan. No puedes morir ahora que te sientes viva>> Sonrió para sí misma al repetirse durante diez veces ininterrumpidas.
Al llegar a su casillero, se quedó mirando la cerradura. La mirada aun la hacía estremecerse. Con vivacidad, miro en dirección contraria a donde se dirigía, hacia el camino que había dejado a sus espaldas y de inmediato ahogo un grito de terror desconcertado en una exclamación de asombro y temor. A solo unos pasos de ella, mirándola, frente a sus ojos, tan cercas como en sus sueños. Era él, aquel ser al que había soñado tantas veces, el villano de sus pesadillas, la sombra. Su peor miedo por las noches, ahora, hacia su aparición a plena luz del día. No estaba soñando. Era él, o ella. No sabía. Era una sombra, solo eso, sin género, sin piel, sin rostro.
Los ojos se le abrieron como platos y de su mirada se le borro la sonrisa de Santi dejando a la sombra que se adueñara de su pupila. La felicidad se le fue en un rayo mortal inesperado que desapareció en un instante. Contemplo la sombra la cual seguía en el mismo sitio. Una capucha descendió con lentitud dejando su rostro al descubierto. Una máscara. O quizás fuera real. Aile no lo supo. Tenía pintada una mano roja simulando que los extremos de los dedos se le introducían en sus ojos y uno más en su boca. No tenía ojos. O eran negros como la penumbra. Tampoco tenía nariz. Una manta negra le cubría todo su cuerpo hasta llegar al suelo y cubrir sus pies sin dejar nada a la intemperie. Más negra que la noche. ¿Tenía manos? Si era así, no se podían mirar, ya que las mangas le cubrían los brazos cruzados sobre sus pechos.
Los ojos de Aile se le perdieron en aquella imagen de sus peores pesadillas. Le conocía, aunque deseaba que no fuera así.
<< ¡No Dios! ¡¿Por qué Ahora?!>> Su pregunta no tenía respuesta momentánea. Si, quizás era solo una visión. O quizás era real. ¿Cómo distinguir cuando el miedo nos hace imaginar y cuando es momento de creer y aceptar el miedo? Es algo complicado.
Los alumnos seguían pasando por el pasillo alrededor de la sombra, algunos la atravesaban, pero nadie le miraba, era como si no estuviera ahí y su vista la estuviera engañando. Era un fantasma. Irreal. Un alma en pena. Solo una sombra, una pesadilla en su realidad que dejo de ser un sueño y se volvía realidad.
Aile se quedó solidificada admirando el espectro y lo aprecio tan real. En verdad era real. Estaba ahí, ante sus ojos. Sintió una atracción guiándole hacia ella, sus parpados le pesaron, el corazón le palpito con lentitud, luego como locomotora y después se detuvo bruscamente. La sangre se le helo al instante. Luego, un latido y siguió su curso con normalidad.
Un viento gélido le tocó las entrañas que creyó que se le estaban congelando. Las piernas se le volvieron flácidas, como gelatinas recién hechas, era como si hubiera corrido un maratón y ya no pudiesen dar un paso más. Las sentía cansadas, incapaces de soportar el peso de su cuerpo. Estaba exhausta. Aún estaba débil por su día tan ajetreado. Con torpeza, alzo su mano intentando encontrar algún objeto solido que le impidiera caer, alcanzo la manija del casillero y sus dedos resbalaron sobre el fierro. Para impedir caer, se recargo contra la pared de casilleros, su brazo tembloroso fue cediendo, en un parpadeo, su brazo se dobló y se deslizo hacia el casillero donde su hombro se estrelló contra el metal solido produciendo un golpe seco. Pegó su cara a la fría pared para evitar perder el equilibrio, todo le daba vuelta, se acercó sintiendo el frio metal contra su rostro temeroso, pero logro mantenerse de pie.
La sombra no se movía ni un milímetro, seguía ahí, de pie, como una estatua, como un cadáver, sin respirar, sin dar indicios de vida. Nadie daba siquiera indicios de observarla a ella ni al espectro.
Por un instante creyó estar fuera de ese mundo y haber llegado a alguno paralelo donde solo existía aquel ser y su persona. Había soñado con salir de aquel mundo, pero no en ese momento y no con esa sombra. Quería volver, volver.
<< ¡Cuidado! ¡Esta frente a ti, mírala!, ¿No le temes? ¿Acaso no le puedes ver? ¿Por qué no me escuchas? ¿Por qué la atraviesas? ¡Por Dios, lárgate, maldita sombra, mil veces maldita, ya no quiero soñar!>>
La mirada le divago hacia todos lados sin enfocar nada, se sentía mareada, desorientada, la nitidez de su vista que se perdía en medio de un mar inmenso de visiones incapaces de acatar los detalles de su alrededor. Dos personas hacían el mismo movimiento al caminar, como si fuesen reflejos, como si se imitaran entre ellos, un par de gemelos, idénticos en todo. Sus peinados, sus vestimentas y hasta la misma estúpida sonrisa. Cuatro alumnos agarrados de la mano, dos hombres y dos mujeres, cada género vestido igual al otro. Dos vestimentas y accesorios en cuatro cuerpos.
<< ¿Y la sombra? ¿Se ha multiplicado?>> Especulo trémula.
Si no podía sobrellevar el enfrentar a una sombra ¿Qué haría con dos? ¿Con tres? ¿Con cuatro? Se volvería loca, se le perdería su última pizca de cordura. Entonces, con miedo, contemplo al par de sombras que se unían en una y se volvían a separar en un santiamén como si fuesen un péndulo de algún reloj antiguo.
El espectro no se movía. Admiraba la fragilidad de Aile. El mareo no daba conjeturas de estársele pasando. La sombra se tambaleaba de lado a lado y volvió a su posición original como un colgante. Se movía sin moverse. Todo gracias al poder de la mente.
<< Estoy delirando>> Meditó para convencer a sí misma.
Con un movimiento tosco, intento alejarse de los casilleros, pero solo consiguió quedarse como una estatua, totalmente petrificada y con su vista perpleja levitando y haciendo girar las cosas en un mundo alterno. La nitidez volvía con lentitud permitiéndole enfocar mejor. La sombra, ahora tenía el rostro oculto tras la capucha negra. Aile quiso gritar aterrada, pero solo consiguió que los labios se le marchitaran provocándole fisuras. Su garganta no emitía sonido alguno. Su boca se secó como si fuera un desierto incapaz de mantener la mínima gota de agua. De saliva. En su interior, sentía que su alma se escondía en los rincones más profundo de su ser, sus pulmones apenas y se dividían el poco oxigeno que alcanzaba a inhalar haciéndola perder el aliento y el ritmo de su respiración que se volvía cada vez más entrecortada.
Con la fuerza de voluntad aliada a su miedo, cerro sus ojos para dejar de ver por un instante a la sombra. Se dejó llevar por el lento caminar del tiempo de su reloj mental. Un segundo. Un minuto. Varios minutos pasaron lentamente. Intento concentrarse en algún recuerdo que le hubiera causado felicidad en el pasado.
<<Santi>> Solo eso podía recordar. En sí, era el recuerdo más cercano a felicidad que podía tener, por lo que se aferró a él temiendo que la sombra se lo fuera a arrebatar y la dejara de nuevo inmersa en su mundo de soledad y tristeza como el día de ayer y el resto de su vida pasada. <<Este recuerdo no me lo robaras, este es mi recuerdo, solo mío>>Susurro atemorizada mientras apretaba los ojos.
La sombra se alimentaba de su miedo, pero esta vez no lo lograría. Aile se sentía fuerte y no permitiría que su felicidad fuera arrebatada por sus miedos. Pensó en pájaros cantando, en la luna por la noche, en una estrella fugaz que le prometía cumplir su mayor anhelo. Busco en su baúl de recuerdos a su mejor recuerdo. Un ferrocarril con decenas de vagones con un sinfín de imágenes de cosas hermosas que había visto que a otras personas hacían felices, que les hacía sonreír.
Pero a ella no. Ese tipo de felicidad no la conocía. El ver el sol salir a mitad del mar y luego perderse en el horizonte jamás le fue permitido. Es más, no conocía ni el mar ¿Cómo podría usar eso como recuerdo? Ese tipo de memorias no existían en su mente. Solo eran tomados de aquella estúpida película que miro alguna vez sola en el cine con el mismo final feliz, como todas. Como ninguna vida. Solo eran evocaciones alternas ajenas a su persona, a su identidad, a un guion iluso de perfección cineasta.
Sus ojos se le fueron cerrando conforme el peso de sus parpados le hacía mermar su vista. En un instante, solo tenía una negrura acumulándose frente a ella como si la luz se hubiese evaporado de la nada. De pronto, un relámpago partió el cielo por la mitad iluminándolo como un flash, una foto del mundo del terror, desplegándose y desapareciendo tal y como apareció haciendo estremecer las entrañas de Aile. La opacidad se apoderó de sus sentidos incapaces de conectarse y tener coordinación. Su tacto sentía algo frio, sus ojos no lo miraban, no existía ningún olor y el sonido era silencioso y con vida propia, como un viento corriendo atravesó de un bosque espeso.
Mientras más quería ver en la penumbra, más se convencía de que no podría atravesar su mirada aquella oscuridad.
De pronto, una ligera brisa comenzó a descender hasta convertirse en una lluvia pasmada, fría, acompañada de un viento susurrante que la arrastraba por los aires y la bebía antes de que tocaran el suelo abismal.
<<Debo estar soñando despierta. Se ha ido ya, las puñaladas de su mirada han dejado de tocarme>>. Especuló. Un relámpago ilumino el inmenso cielo nocturno alejando la penumbra y dejando la luz extenderse por los alrededores que, en un instante ilumino un extenso y hermoso prado de una belleza sin igual. << El paraíso>> Fue lo primero que se le vino a la mente a Aile, pero, si era el paraíso ¿Por qué no podía andar por él? ¿Por qué seguía siendo una estatua viviente?
A pesar de que no se estaba moviendo, sentía que su perspectiva cambiaba, era como si se estuviera moviendo por el cielo, volando, sin alas, levitando sobre aquel prado. El prado era gigantesco, tenía un bosque apacible en un extremo y en el opuesto una cañada formando un rio que descendía desde una montaña y seguía su curso hasta llegar a una ciudad de mármol ubicada en medio del bosque longevo. En la distancia, el prado se perdía junto con el azul del cielo. Del bosque, algunos pájaros revoloteaban alrededor y luego se introducían en el con prisa. Una ardilla subía por un árbol y se perdía entre su follaje. Para donde sea que mirase, Aile solo contemplaba belleza, cada detalle se volvía más encantador que el anterior ¿Qué mundo era aquel? Ni por su mente paso el verdadero nombre. Quizás fuera porque creía que era un sueño suplantando a su pesadilla. De cualquier forma, se dejó llevar por su mirada, que importa si fuera un sueño, si estaba volando o muriendo en aquel momento, solo quería admirar la belleza de aquel prado, escuchar el canto de las aves que la tranquilizaban al armonizar el ambiente, sus sentidos, devolviéndole hacia una paz distante, espiritual.
La penumbra y la lluvia se habían esfumado lentamente como si hubiesen sido solo una terrorífica transición de su pesadilla al sueño. Ahora, el sol decencia detrás de las colinas de la cascada haciendo que el flujo brillara con luz propia. En el fondo del rio había diamantes y piedras preciosas y con el agua transparente, el rio se volvía más brillante, como un cielo en la tierra con sus propias estrellas. El sonido producido por la cascada era tranquilizador. Una armonía que acompañaba a las aves, al canto de un jilguero, el picoteo de un carpintero en un árbol y el silbido del viento en un coro que solo los mismísimos ángeles podrían igualar.
La tranquilidad la fue consumiendo y sobrellevando hasta hacerla olvidarse de las sombras, del mundo, de Santi, de sus pesadillas, de su soledad, de sus miedos, de sus recuerdos, de su olvido, de todo. Olvido que estaba de pie en medio de un pasillo colmado de estudiantes a los que detestaba y también dejo pasar que sus clases seguían. La serenidad la llevo a un equilibrio emocional, espiritual y corporal, en el que no existían preocupaciones, solo estoicismo, estaba libre de percances, del mundo exterior y del dolor. Tenía armonía. Tenía vida. Un prado. Lo que tanto quiso tener y no creyó posible. Su mayor anhelo y el miedo se le juntaban en un espejismo pagano donde sus emociones se convertían en sentimientos encontrados.
<<El día más feliz de mi vida>>. Medito.
El sol seguía descendiendo con tranquilidad, pero no parecía hacerse de noche, más bien, seguía igual, como si fuera pleno día, pleno amanecer. Su mente se acostumbró a la calma y se concentró en su descanso.
Existen paisajes que nos desconectan de la triste realidad, pensamientos capaces de mostrarnos una ecuanimidad motivadora. A veces son solo simples espejismos. En otras se convierten en esperanzas alentadoras a creer en lo imposible y vivir en un mundo feliz, un mundo de locura. Si algunas personas aceptaran ese toque de locura y aprendieran a interactuar entre su realidad y su espejismo, el mundo tendría menos caras largas y más sonrisas sinceras, porque un toque de locura aleja de la rutina, esa rutina que conlleva al aburrimiento. Si se evita la monotonía se logra una rotación espontanea que hace que la vida nos sorprenda.
Cuando tuvo el rio a sus pies, quiso tocarlo, adentrarse en aquellas aguas, tocar el fondo brillante y sentir como si fuese una estrella con una luz infinita, con vida. Pero, apenas y lo contemplo, los diamantes perdieron brillo y el agua del rio se fue contaminando de un líquido espeso que le hacía despedir un olor putrefacto. Al alzar su vista, se atemorizo al ver el cielo noctambulo, con nubes negras que ocultaban una luna triste. Las únicas estrellas que se iban colando por el cielo, quedaban cubiertas por la penumbra que se propagaba con rapidez hasta eliminar el último haz de luz.
La penumbra era tangible. Cuando Aile quiso abrir sus ojos, se dio cuenta que sus parpados le palpitaban como si estuvieran cargando mucho peso en su mirada. No los podía mover. Un pánico le recorrió la mente. Parpadeó un par de veces y no encontró cambio alguno. Una ligera luz en el cielo fue la señal de que tenía sus ojos abiertos. Esa luz, era la luna que luchaba contra una nube espesa que no dejaba cruzar su luz. Era como un retén a favor de la penumbra. Luego de una lucha intensiva, la nube se desintegro y la luna brillo. Pero no ilumino el prado, ni el rio, ni la montaña, ni las piedras preciosas, ni la cascada. Era una luz egoísta. Solo para ella. Era una luna falsa.
Aile dirigió la vista hacia sus lados, luego la tuteló a sus manos e intento ver el movimiento de sus dedos, pero estos no le respondieron, solo sus ojos se podían mover de lado a lado en la penumbra, su cuerpo no reaccionaba, estaba inmóvil e inerte. El pánico comenzó a agobiarla, el haz de luz se volvió tenue y por ello, la oscuridad perdía nitidez. En el cielo, la nube seguía avanzando mientras el silbido del viento arrastraba unas hojas secas del bosque e iban a dar a los costados de Aile. Algunas, le rozaron el cuerpo y le hacían sentir su tacto, pero nada más.
Poco a poco una luz lejana se iba acercando mientras en su rostro percibía una ligera brisa que eran como caricias queriéndola despertar. Se quiso resistir a las caricias, pero ¿Qué puede hacer una estatua para resistirse? Absolutamente nada. Solo, comportarse como estatua que no siente.
La poca luz era exigua. Del límite del bosque, una luz más intensa apareció y se fue desenvolviendo hasta convertirse en un círculo, un anillo de fuego, en un incendio. Estaba muy cercas de las llamas, a solo unos cuantos metros, sentía como el calor aumentaba conforme el fuego que se deslizaba hacia ella, como si siguiese un camino de combustible.
A solo un par de metros de ella, el fuego se detuvo y la rodeo atrapándola en un círculo de lumbre. Aile podía sentir como las llamas le lamian la cara y su vestimenta, pero no le hacían arder, solo la acariciaban. El viento soplo con desinterés y las llamas danzaron vacilando en el mismo sitio, un vals triste, como chambelanes alrededor de una damisela indefensa que había olvidado sus pasos de baile el mero día de la presentación. Las llamas se expandían con rapidez, un árbol crujió y se desplomó sobre el rio formando un puente de fuego, la lumbre lo cruzo como si fuese un ejército entrenado y, al estar del otro lado arraso con todo lo que encontró a su paso.
El prado verde se había trasformado en un prado áspero. En esas condiciones, el fuego devoro con rapidez al pastizal seco, sin vida, que se carbonizó con facilidad en la llamarada que no respetaba nada a su paso. Aile agudizo su mirada y avisto aquel espectáculo infernal, contemplo al paraíso arder y desaparecer ante sus ojos.
La pira de fuego avanzaba con rapidez dirigiéndose hacia un sitio: El paraíso, como le había llamado Aile, que lanzo un grito de horror al ver las llamaradas cubrir la ciudad, se esforzó por cerrar sus ojos, se quedó pálida, con la boca inmóvil lanzando palabras silenciosas que se perdían en su garganta como gritos sordos.
Lo que observo le golpeo el corazón, las profundidades de su alma, su olfato, sus ojos, su mente y la razón. Un olor espeso a muerte le llego desde el lugar del incendio, personas corrían por el prado de lado a lado envueltos en llamas tirándose en el suelo y dando vueltas para apagarlas sobre mas fuego ardiente. Unos intentaban abrir una brecha utilizando herramientas de siembra y agua que perecía ante las llamas al contacto. Apenas y abrían un bocado, el fuego se intensificaba y los hacia retroceder aterrados ante el inmenso poder del fuego que se llevaba todo a su paso sin importarle que se pusiera enfrente de él.
Los niños deambulando sin destino, algunos en busca de sus padres, otros de su salvación, sus caritas al borde de las lágrimas, dolidas, aterradas, con miedo al igual que con la inocencia de sus vidas para enfrentarse a la supervivencia. El rostro se les contraía en una máscara de muerte que se les formaba al pararse frente al muro de fuego y con un valor infantil se adentraban en el con la esperanza de cruzarlo. ¿Cuán inocente puede ser un niño? ¿Hasta dónde los lleva su inocencia? No sabían ni a que le temían, el fuego les hacía sudar, les causaba dolor y aun así se enfrentaban a él, caminaban con los ojos cerrados, le hacían frente, se adentraban a recibir sus caricias, el beso del fuego. Sus ropas se encendían al entrar en contacto, al instante, la piel se les incineraba dejando ampollas cubriendo a todo su cuerpo, luego se reventaban dejando los músculos a la intemperie, luego los huesos y al final las profundidades del alma. El rostro se les desfiguraba ante el dolor insoportable, no alcanzaban a suplicar ni pedir ayuda a quienes le miraban arder entre el fuego y las lágrimas que se les secaban antes de salir de sus ojos.
A solo unos pasos de la muerte, un último quejido se quedaba a medio camino entre su garganta y sus labios desfigurados por el fuego. Nunca salió de su boca, ni siquiera el lamento que les arrancaba su último aliento antes de partir hacia la muerte. La desesperación de los atrapados por rescatar a los niños y liberarse de aquel infierno era extrema. Con más voluntad que sentido común, corrían hacia las llamas lanzando gritos de terror, como si fueran a luchar en una guerra, pero, esta era una de esas batallas que no se pueden ganar con fuerza.
Alcanzar el rio era una misión que salvaría la ciudad, pero les costaría la vida. Una misión suicida. Algunos arriesgaban su vida queriéndose hacer los héroes, entraban al fuego con la esperanza de llegar a la otra orilla y ayudar a apagar el fuego. El poder de la gloria se desvanecía al momento quedándose solo en un intento de heroísmo que terminaba siendo una estupidez. Al entrar al círculo de fuego, la vestimenta se carbonizaba dejando cavidad a las llamas para incinerar la piel como si fuera simple cera de velas. Al desvanecérsele la piel, se le desgarraban los músculos hasta dejar los huesos que se resistían a incinerarse por poco tiempo, ya que al final cedían y se convertían en polvo que se elevaba junto con las cenizas acompañando al viento que silbaba una triste canción fúnebre ante el terrorífico desenlace. El hedor era tan insoportable que le provocaba arcadas, casi tanto como la visión del fuego infernal acompañada de los gritos profundos y ensordecedores que acompañaban al último suspiro que anunciaba la muerte.