XIV

La penumbra en el pasillo impidió a los dos verse.

—Pasa a la salita —dijo ella bajo—. No dormía... Sentí tus pasos... —sonrió tibiamente—. Los conozco, Brian... Empece a conocerlos entre los riscos de aquel bosque, entre las llanuras de aquellos valles. Puede que te cause risa y no lo creas, pero lo cierto es —se detuvo en el umbral de la salita, mientras él la miraba quietamente, sin parpadear— que llegué a distinguir los cascos de tu caballo de los demás cazadores —aspiró lentamente—. Pasa Brian.

—No quiero... importunarte.

—Tú nunca me importunas. Eres yo misma, Brian. Te agitan las mismas inquietudes y los mismos pesares. Ven, toma asiento. No hables si no quieres. Los dos necesitamos sentirnos unidos, aunque guardemos silencio,

Y pensar que su hijo odiaba a aquella muchacha. ¡Y pensar que toda Atlanta la consideraba una cualquiera! Y él sentía en su ser que cada día la veneraba más.

—No dormía —trató de disculparse al tiempo de hundirse en un sillón—. No sé lo que me pasaba. El calor..., si, quizá el calor.

—Sabes mentir muy mal, Brian.

—Te aseguró...

Ella hizo un ademán con la mano. Su fine y delicada mano parecía algo alada.

—Dejémoslo así, Brian querido. Estás aquí. Vas a descansar ahí un rato.

Vestía la bata de felpa. Llevaba el cabello suelto. ¡Hermosa en verdad! Pero sin sexualidad: Una mujer pura. Siempre lo fue.

Ella dijo quietamente, al rato, interrumpiendo sus pensamientos:

—Quizá todos esos que censuran nuestras relaciones, piensen que entre tú y yo no existe ya dimensión alguna separándonos.

—Y es lo que me duele —dijo él, súbitamente exasperado—. No hay pecado ni ofensa en nuestras relaciones.

Y los que las conocen...

—Pero no importa, Brian. Tú y yo somos de este mundo, sabemos lo que deseamos y lo que necesitamos, pero tenemos voluntad para prescindir de ello. Tú porque me respetas y me amas de veras. Yo porque siento en mí los mismos sentimientos honestos. Pero un día, Brian, sentiré odio hacia los que me juzgan mala y desearé ser mala. Y no habrá fuerza humana suficiente que me separe de tu cuerpo.

—Cállate, Mitzi. No hagas más duro el castigo de mi vida.

. —Dime,. Brian. ¿Has... hablado con tu hijo?

—No —rotundo.

—Dices que tu hijo es impulsivo.

—Mucho.

—¿Y no te buscó después de saber?...

—No —de pronto la miró con intensidad—. ¿Quién te dijo que mi hijo sabia...?

—Edgar estuvo aqui después de verte a ti.

Bajó la cabeza.

—Ya.

—Dime, Brian, la verdad... Tu hijo... ¿se enfrentó a ti?

—No, no —se puso en pie—. Creo que no debí venir. Salí de casa... Necesitaba aire. De pronto me vi aquí... Esta noche sentía ansiedad de ti, Mitzi, de tu cuerpo, de tu voz, de tu vida toda.

—Tómame si ello te consuela —susurró Mitzi quedamente—, pero no esperes calmar tus ansiedades. Yo no podré menguar tu amargura y tu inquietud aunque me lo proponga, porque es demasiado honda. Y tú no podrás dar a mi vida un consuelo físico, porque los dos sabemos que hay cosas imposibles.

—Mitzi —gritó de pronto, asiéndola por los hombros—. Mitzi. Mitzi...

Trataba de apretarla entre sus brazos, pero ella retrocedía. Notaba el desequilibrio masculino. De nada serviría dejarse vencer por la ansiedad mutua. El resultado, al ñnal. sería idéntico. Era todo demasiado hondo. Nacía en la superficie, pero calaba como el dolor del alma misma.

—Cálmate, Brian, y sigue paseando. Tal vez necesites, en efecto, un poco de aire. Si tu hijo te hirió, olvídalo. Es tu hijo, está en su derecho.

—Y aún le defiendes...

—Es que es tu hijo, Brian —dijo tan bajo, que su voz resultaba apenas perceptible—. Cuando pienso que es lo que nos separa, intento odiarlo, pero no puedo. Cuando se ama como yo amo, todo lo que. pertenece al ser amado es sagrado para quien ama. No me mires así, Brian.. Es la verdad.

—Eres demasiado buena para vivir en esta vida.

—No soy buena. Te amo únicamente, y eso lo dice todo —lo empujó suavemente hacia la puerta—. Vete, Brian. Regresa a casa. Que tu hijo no note que faltas de ella. Yo creo que si no volvieras...

—¿No volver? ¿Quitarme lo único que me queda? ¿Y sacrificarte a ti que estás sola, que no tienes amigos, que me necesitas...?

—También te necesita tu hijo.

—Cállate ya con él, Mitzi. No me destroces. Cállate ya, por el amor de Dios. No me hagas sentirme más mezquino de lo que soy.

—Brian..., ¿qué te ocurre?

—¡Oh, perdón!

—No entiendo. Brian. Tú no eres mezquino. Me has dejado allí porque tenias que dejarme. Eurí tuvo razón. Yo no era la mujer indicada para ti, como tampoco ahora lo soy. Pero debo ser muy humana, porque me partiría el corazón no volver a verte, y, sin embargo, admito que es la mejor solución.

—Calla, calla, mujer. Por favor... —se quedó erguido ante ella, dolido y menguado—. Cada día... te admiro más. Nadie te conoce como yo. Esa es la pena.

—Sí, Brian. Pero ahora vete.

Asió aquella mano, que le empujaba suavemente y la apretó contra los labios. Sintió locos deseos de mandarlo todo al diablo, de tomarla entre sus brazos, de encerrarse con ella en la alcoba, de hacerla suya y olvidar que otro mundo, otros seres, su raza, quedaba fuera de aquellas paredes.

No lo hizo. Besó aquella mano hasta que le dolieron los dedos y después sus labios se perdieron en el brazo femenino hasta el hombro, desnudo bajo la bata.

—Deja, Brian —susurró ella con un hilo de voz—. Déjame...

—¿Lo ves? Ni tú puedes, ni yo puedo...

—Vete.

—Déjame quedar a tu lado. Déjame pensar que el tiempo no ha transcurrido. Que estamos solos en el interior del bungalow, que el viento gime entre las zarzas, que tu padre salló de caza con mis compañeros...

—Seria delicioso poder olvidar —añadió bajisimo, apartándose de él—. Pero ni tú ni yo podemos hacerlo.

Brian, como enloquecido, se dirigió a la puerta, y salló como ai alguien le persiguiera.

Mitzi estuvo allí, en el umbral de la puerta abierta, hasta que la alta y arrogante figura se perdió en el portal.

* * *

Madrugó mucho. Ensilló por sí mismo el caballo y se perdió a galope en la campiña.

No deseaba encontrar a nadie; por eso cuando vio a Hal al otro extremo de la empalizada, como todos los días, estuvo a punto de torcer la dirección de su caballo.

Pero no lo hizo. No podía ser tan cobarde. No tenia por qué huir de la gente. Sabía que un día su padre se cansaría de la mestiza. Volvería todo a su cauce normal. Era lo que tenia que ocurrir sin remedio.

—Buenos días, Bri.

—Hola.

—¿No has madrugado un poco más que otros días?

—También tú, ¿no?

—Yo tenía que verte.

—¡Ah!

Los caballos caminaron a la par, sin galopar, al paso.

Erguido en la silla, el hijo de Brian parecía un reyezuelo, con su traje de montar, la fusta en la mano, agitándola con fuerza entre los arbustos.

—Ayer of una conversación en la mesa. Mis padres habiaban del tuyo...

—¡Ya está bien! —grito—. ¿Qué les importa a tus padres lo que haga el mió?

Hal se desconcertó. Hubo un silencio. Al rato, con vos ronca, Bri preguntó:

—¿Qué..., qué decían?

—Pues...

—¡Dilo! —exigió—. Dilo.

—Se referían a esa... modelo.

—¡La mestiza!

—Sí.

—Mi padre no tiene nada que ver con ella —dijo con fuerza.

Hal torció el gesto.

—En mi casa no decían eso.

—Yo te lo aseguro.

—No te pongas así, Bri. Yo no tengo la culpa de que todos hablen de eso.

Bri apretó los labios.

—Perdona. Ya sé que tú no tienes la culpa. Pero tampoco mi padre. La tiene ella. Ella, que es una mujer veleidosa. Ella, que no tiene nada que perder. Mi padre se cansará, ya lo verás.

—Mis padres decían que eran unas relaciones serias. Estaban escandalizados.

—¡Cállate!

—Perdona, yo...

—Es verdad —admitió, humillado—. Di lo que quieras. Pero yo te aseguro que mi padre es demasiado caballero para olvidar su origen.

—¿Se... lo has dicho?

—¿Dicho?

—Si habéis hablado algo... de eso.

—No —fiero—. No.

—Yo, en tu lugar...

—Pero no lo estás —cortó. Y, bruscamente, añadió—: Vamos a galope. Veremos quién llega el primero a aquella cima.

Galoparon hasta el último picacho. Hal trató de sacar de nuevo a colación el asunto de su padre; pero, con habilidad. Bri lo cortó.

No podía tolerar que hablaran de su padre con desprecio. El trataba por todos los medios de despreciarlo, pero no le era posible. Era su padre. A quien odiaba en a ella. Sentía hervir la sangrecada vez que la recordaba. Un día no podría más e iría a verla. Le diría..., cómo era su madre. Lo que su madre significó para los dos, para su padre y para él. y ella quizá... se iría.

* * *

Llegó a casa al mediodía. Vio a su padre en la terraza. Desmontó y bajando del potro, lo dejó en poder de un criado. Se dirigió directamente a la terraza, azotando la fusta en el pantalón.

Brian lo esperó sin sonreír. Pero en el fondo de sus pupilas habia como una secreta esperanza. Que su hijo no volviera a inmiscuirse en su vida privada.