Agosto de 1940
—Sería prudente que buscara un refugio, señor. Por si acaso.
Al oír la voz junto a él, Thomas Lloyd se volvió, sobresaltado. Era un guardia de la defensa civil, un hombre entrado en años con un uniforme oscuro. En el hombro de la chaqueta y el casco de metal que le protegía la cabeza ostentaba unas letras estampadas: P.D.C. Pese al tono cortés de la voz, observaba a Lloyd con desconfianza. El trabajo por horas que Lloyd había estado haciendo en Richmond le alcanzaba apenas para pagarse la comida y el alojamiento, y si le quedaba algo lo gastaba por lo general en bebidas; vestía aún las mismas ropas de cinco años atrás, y no eran las más adecuadas.
—¿Habrá un bombardeo? —dijo Lloyd.
—Nunca se sabe. Por ahora Jerry bombardea los puertos, pero de un momento a otro comenzará con las ciudades.
Echaron una mirada al cielo, hacia el sudeste. Allá arriba en el azul, ondeaban unas estelas blancas de vapor, pero no había ningún otro rastro visible de los bombarderos alemanes que todos tanto temían.
—Seré prudente —dijo Lloyd—. Caminaré un rato. Me mantendré lejos de las casas si empieza el bombardeo.
—Está bien, señor. Si encuentra a alguien por ahí, recuérdele que hay un estado de alerta.
—Lo haré.
El guardia lo saludó con la cabeza y se encaminó lentamente a la ciudad. Lloyd se levantó un momento los anteojos de sol y lo observó.
A pocos metros de donde se habían detenido a conversar había una de aquellas escenas de tiempo congelado: dos hombres y una mujer. La primera vez que Lloyd reparara en ellos, los había inspeccionado minuciosamente; a juzgar por la vestimenta habían sido congelados a mediados del siglo XIX. Era la escena más antigua que había descubierto hasta entonces, y por eso mismo le interesaba de un modo especial. Sabía que el momento de la erosión de una escena no podía pronosticarse. Algunas permanecían congeladas durante varios años, otras un día o dos. El hecho de que ésta hubiese sobrevivido por lo menos noventa años indicaba hasta qué punto era azarosa la rapidez de la erosión.
Las tres personas congeladas estaban detenidas en plena marcha justo en el camino del guardia, que avanzaba cojeando por el pavimento hacia ellas. Al llegar al sitio en que se encontraban no dio señales de haberlas visto, y un momento después había pasado directamente a través de las figuras.
Lloyd se bajó las gafas de sol y la imagen de las tres figuras se hizo borrosa e indistinta.