Epílogo
ESTÁS preciosa, Naomi –comentó Anderson.
Tenía la aprobación de su padre, pero no la necesitaba en ese momento. Había disfrutado del amor de Sev durante seis meses y eso hacía que estuviera más fuerte y que el mundo estuviese un poco más claro.
Habían elegido Londres para casarse. Era la ciudad de ella y, aunque no estaba especialmente unida a su madre, a Naomi le había parecido que casarse en Nueva York sería un desaire.
Además, así podrían asistir Daniil y su esposa, Libby, que estaba muy embarazada.
Sev y Daniil se veían periódicamente y desenterraban el pasado poco a poco, lo cual, era doloroso algunas veces, pero los dos creían que tenían que hacerlo.
Durante los seis meses de compromiso, Anderson Anderson había agasajado a Sev, lo había llevado a su club de golf y lo había presentado con orgullo como su yerno, y Naomi sabía que él había transigido por ella. Sev hacía cosas por ella que nunca habría podido esperar que hiciera. La hacía feliz, como nunca se había imaginado que podría llegar a ser, y, por eso, ese día ella iba a hacer algo por él, algo que también era por ella.
Anderson había llevado a Judy y a las hermanitas de Naomi a Londres. Kennedy era su dama de honor, pero las otras estaban en la iglesia. En ese momento, Naomi estaba en la habitación de un hotel y sabía que su padre, quien jamás se había montado en un avión por ella, estaba allí solo por Sevastyan, por los contactos que podía facilitarle ese nombre.
Era el momento de un encuentro cara a cara entre padre e hija.
Kennedy estaba en un coche con la otra dama de honor, una amiga, que, al contrario que su padre, siempre había estado a su lado desde que se conocieron en el colegio.
–Lo celebraremos otra vez cuando volvamos a Nueva York –siguió Anderson–. La familia de Judy, nuestros amigos y colegas...
–No –le interrumpió Naomi–. No creo que vaya a haber otra celebración y, si la hay, será íntima –ella tomó aliento y lo miró a los ojos–. Además, no te lo diré. Me olvidaré de invitarte como tú te olvidaste de invitarme a tu cincuenta cumpleaños.
Al menos, Anderson tuvo la delicadeza de parecer incómodo.
–Fue una fiesta sorpresa.
–No me lo creo –Naomi sacudió la cabeza–. Además, aunque lo hubiese sido, ¿por qué no me invitó Judy? No le faltaron ocasiones. Aquella semana estuve allí cuidando a tus hijas. Creía que era tu segunda esposa la que tenía algo contra mí, o esa era la excusa que me dabas.
–No hagamos esto el día de tu boda –propuso Anderson–. No quiero que te alteres.
–No estoy alterada. Lo estuve entonces. Fui a llevarte una tarta y tú estabas celebrando una fiesta con las personas que te importaban.
–Vamos, Naomi. Hoy, no.
–Hoy, sí –Naomi, vestida de novia, no era una novia radiante ni mucho menos–. Ya te desentendiste de mí hace mucho tiempo. No hace falta que hoy me lleves al altar.
–Parecería...
–Sí –le interrumpió ella otra vez–, parecerá un poco raro que vayas a la iglesia y te sientes con tu esposa y mis hermanas, pero es lo que vas a hacer. Eres un invitado a mi boda, eso es todo lo que eres para mí. Sin embargo, quiero a mis hermanas y seré cortés contigo para salvar las apariencias, pero ni se te ocurra fingir que me quieres...
–Te quiero –dijo Anderson sinceramente–. Ahora que he llegado a conocerte.
–Pues llegas tarde y vas a tardar mucho en convencerme. Por el momento, te veré en la iglesia.
Sevastyan estaba en la iglesia al lado de Daniil.
–¿Estás nervioso? –le preguntó Daniil.
–Tengo curiosidad por ver el vestido.
No creía que fuese negro, aunque era su color favorito, y apostaba por uno marrón, el color de las rosas secas y de sus ojos.
Se dio la vuelta y vio que Anderson Anderson avanzaba por el pasillo y se sentaba al lado de Judy.
–Adoro a esa mujer –comentó Sev al darse cuenta de que Naomi había despachado a su padre.
Miró a su lado de la iglesia y vio a Libby, muy embarazada, con su amiga Rachel. Anya había encontrado un hueco en el ballet que estaba bailando y le sonrió, él le devolvió la sonrisa. Mariya estaba con los pendientes que él le había regalado y Renata, su madre, también estaba allí. Sonrió a Mariya, pero no a su madre. Solo la saludó con la cabeza. Todavía le dolía, pero cada vez menos.
También estaban Allem y Jamal, quienes habían volado con su hijo recién nacido para acompañarlos ese día y eso significaba mucho.
Estaba Emmanuel, pero Emmanuel había estado por todos lados para cerciorarse de que era una boda perfecta. Era la eficiencia personificada y debería haberlo contratado hacía muchos años, pero entonces no habría conocido a Naomi. Nunca se había imaginado que se casaría en una iglesia, y mucho menos con la gente que quería en el lado del novio.
No, no estaba nervioso. Al menos, no lo había estado hasta que oyó la exclamación del siempre sereno Daniil.
–Bozhe moi!
¡Dios mío!
Sev miró al fondo de la iglesia y vio una cara que reconocería toda su vida, independientemente de la edad que tuviera, y observó a un hombre que intentaba sentarse en el último banco.
–¡Nikolai!
Sev se olvidó del protocolo, dejó el altar y, con Daniil, fueron apresuradamente hacia el amigo que habían dado por muerto.
–Te ahogaste...
–No –replicó Nikolai sacudiendo la cabeza.
–No lo entiendo...
–No es el momento. Más tarde. Hoy es tu boda.
La música cambió y todo el mundo se levantó, pero Sev se quedó allí atónito.
–Creí...
Siempre había creído que había sido culpa suya, que, si aquella noche se hubiese dado la vuelta, su amigo habría podido cambiar de opinión. Era demasiado pronto para asimilar que Nikolai estaba allí en carne y hueso, pero por fin tenía la ocasión de pedirle perdón.
–Te pido perdón porque aquella noche no te hice caso. Debería haberte preguntado...
–Nyet –le interrumpió Nikolai–. No tienes que pedirme perdón por nada. Vete a casarte.
Naomi se quedó en la entrada de la iglesia y vio que los dos se habían convertido en tres por fin. Sev la miró y ella pensó que Daniil había encontrado a Roman.
Efectivamente, Sev sabía que debería volver a su sitio, pero quería contarle la noticia a Naomi y se dirigió hacia su inminente esposa mientras Daniil acompañaba a Nikolai para que se sentara con su esposa.
–Nikolai está aquí.
–¿Nikolai? –Naomi frunció el ceño–. Pero creía...
Miró al hombre que según algunas personas no tenía sentimientos y vio lágrimas de gratitud en sus ojos. Supo que podría dar una paliza a cualquiera que creyera que eso era verdad.
–Me alegro muchísimo por ti. ¿Cómo te sientes?
–Aliviado –reconoció Sev mientras miraba a Naomi como era debido.
La presencia de Nikolai era un regalo inesperado y, en ese momento, él confiaba más en sí mismo.
–Estás...
Él le tomó las manos y la miró. Tenía el pelo recogido, como el día que se conocieron, y el vestido era blanco. Le quedaba como un guante y resaltaba su busto. Además, llevaba un enorme ramo de rosas blancas. En ese momento, eso significaba algo. Esas flores quedarían secas entre las páginas de un libro y ella las disfrutaría siempre. Sev sonrió porque, efectivamente, el blanco era para las bodas y realzaba esas estrellas invisibles, el anillo y Naomi.
Entonces, ella sonrió y le demostró que podía coquetear porque esa sonrisa le indicó que esa noche iban a jugar a que eran vírgenes.
La besó. Fue un beso tan intenso y cargado de pasión que ella estuvo a punto de dejar caer el ramo.
–Queridos amigos... –dijo el celebrante antes de toser.
Dejaron de besarse y se acordaron de dónde estaban.
–Vamos y casémonos –dijo Sev.
Naomi no recorrió el pasillo sola, lo recorrió de la mano de Sev y los dos sonreían.
Los votos fueron preciosos y sinceros y Sev volvió a besar a la novia, pero en un momento más indicado.
De vuelta en el hotel, ya casados, su padre brindó por los novios. Naomi se alegró de haber tenido el temple de haberle dicho a Anderson lo que le había dicho cuando vio que su padre miraba el teléfono mientras Sev respondía y brindaba por las damas de honor.
Entonces, Daniil pronunció su discurso. Dio las gracias a todo el mundo, sobre todo a los que habían llegado desde lejos y a los que no estaban allí, y pasó a hablar de lo que le formó un nudo en la garganta a Naomi.
–Sev estaba atento a todos nosotros. Intentaba evitar las discusiones o nos decía cuándo teníamos que ceder. También nos leía. ¿Te acuerdas, Sev? Unas veces era un libro de cocina o de jardinería que había encontrado en algún sitio. Una vez, uno de los cuidadores se olvidó un libro subido de tono...
Todo el mundo empezó a reírse mientras Daniil contaba que los muchachos no paraban de pedirle que lo leyera otra vez.
–También nos leyó cuentos de hadas –siguió Daniil–. Nosotros nos reíamos de ellos, pero creo que todos teníamos esperanza.
Naomi se acordó de lo que le había contado Sev en el vuelo cuando reconoció que le había mentido al decirle que no quería una familia. Le tomó la mano cuando Daniil reconoció que él había sentido lo mismo.
–¿Quién podría haberse imaginado que...? –empezó a decir Daniil.
Entonces, se detuvo, Naomi levantó la mirada y supo el motivo. Solo podía haber un motivo para que Libby estuviese marchándose durante el discurso de su marido en una boda. La familia de Daniil estaba a punto de aumentar. Ese día había muchos finales felices.
–Termínalo, Daniil –le propuso Sev porque su amigo tenía que estar en otro sitio.
–¡Naomi y Sevastyan!
Eso era todo lo que había que decir esa noche. Ella estaba bailando con Sev y rodeada de toda la gente que amaba y nunca se había imaginado que podría llegar a ser tan feliz. También había personas a las que quería, pero no amaba solo porque no la habían amado a ella.
Sev sí la amaba y se lo decía todas las mañanas cuando la despertaba, y todas las noches cuando se iban a la cama y ella le decía lo mismo. Les había costado toda una vida averiguar lo que era sentirse amado y ser la persona más importante en el mundo de otra persona.
–¿Estás contenta? –le preguntó Sev mientras bailaban.
–Mucho –contestó Naomi, aunque estaba empezando a sucumbir.
Quería contarle a Sev lo que había pasado entre su padre y ella y quería que Sev le contara más cosas sobre Nikolai.
–¿No podemos subir? –le susurró él al oído.
–¿Subir? –preguntó ella.
–A nuestra suite.
–No son ni las diez.
–Me da igual la hora que sea –replicó Sev–. No puedo más de tanta gente.
–No puedes desaparecer de tu propia boda a las diez.
–Sí puedo –insistió Sev–. Todo el mundo está pasándoselo bien. Jamal y Allem se han ido a acostar a su hijo. Daniil y Libby están en el hospital. Tu madre está bebida...
Él fue enumerándolo en ese tono desapasionado tan típico de él que hacía que ella sonriera... y tenía razón.
Había sido un día muy feliz y, efectivamente, no tenían que quedarse.
–La única persona con la que quiero hablar de verdad es Nikolai, pero eso puede esperar –siguió Sev–. Tengo la sensación de que puede ser una conversación un poco larga. Además, parece ocupado con...
–Rachel –Naomi le dijo el nombre–. Es la amiga de Libby.
–Pues Rachel está ocupándose muy bien de él mientras su amiga está teniendo un hijo.
¡Y era verdad!
–Una canción más –le pidió Naomi cuando se oyó una música lenta y sexy y Sev la abrazó con fuerza.
–Una canción más –concedió él antes de decirle algo que había averiguado ese día–. Has oído que Daniil ha dicho que les leía un libro erótico.
Ella asintió con la cabeza.
–Allí aprendí esa palabra; krasavitsa.
La verdad era que no estaba bien decirle allí, en medio de la pista de baile, la palabra que solía emplear cuando llegaba al orgasmo. Además, notó un nudo en las entrañas cuando añadió que solo se la había dicho a ella.
–Ahora, vamos a despedirnos –siguió Sev mientras ella asentía vehementemente con la cabeza–. Luego, nos montaremos en ese ascensor –entonces, como el presentador de un concurso de televisión, Sev puso en marcha el cronómetro–. La luna de miel empieza... ¡ahora!