Capítulo 14

 

HABRÍA sido más seguro estar a cuatro mil pies de altitud. Era casi mediodía cuando se despertaron al oír el teléfono de Sev y Ahmed, el informático, le preguntó dónde estaba. Naomi se dio cuenta de que Sev no podía ni mirarla. No le importó, ella tampoco podía mirarlo.

–No sé cuánto tardaré –comentó él.

–No pasa nada –replicó ella.

Podía tomarse todo el tiempo del mundo. No había habido declaraciones y, cuando él ya se había marchado, ella se quedó intentando convencerse de que lo que había pasado esa mañana no había sido distinto a otras veces.

Era una mentirosa. Además, ella no había sido la única en quebrantar las reglas. Esa mañana, Sev le había hecho el amor y ella sabía, por la tensión que había entre ellos, que los dos se arrepentían. Por algún motivo, él no quería apegarse demasiado. Ella sí quería y lo peor de todo era que él le había dejado entrever cómo sería.

 

 

Sev repasó todos los cambios con el director de informática, pero se pasó el día mirando la hora y pensando.

Recordaba cuando terminaban el colegio y tomaba el autobús con Nikolai para ir al orfanato. Era callado, pero a él le parecía bien porque le gustaba hacer los deberes en el autobús y leer o estudiar por la noche. Luego, llegaba la cena.

Hacía dieciséis años habrían formado una fila con los platos en las manos. En ese momento, era la última noche que iban a pasar en Dubái e iban a pasarla cenando con Allem.

–Habría preferido que cenáramos solos –reconoció Sev mientras se ponía el traje.

–Y yo –admitió ella.

Sin embargo, cambió de opinión. Si cenaran ellos dos solos, ella podría sacar una conversación más profunda y pedir respuestas sobre ellos. Quizá fuese más seguro no hacerlo.

–Le llamaré y se lo diré.

–¡Sev! No lo hagas.

–Acabas de decir que preferías que cenáramos solos.

–Lo que decimos y lo que hacemos son cosas distintas. Allem se ha desvivido para que disfrutáramos, no puedes cancelarlo.

Pero era lo que él quería hacer y por más motivos de los que Naomi sabía.

Ella se puso el impresionante vestido plateado y unas sandalias planas, pero esa vez, cuando Sev la ayudó con la cremallera, no jugó con ella.

–Entonces, vamos –dijo Sev.

No le dijo que estaba guapa o que le encantaba ese vestido y notó que la rabia empezaba a adueñarse de ella. Tuvo ganas de escribir un correo electrónico a Emmanuel para que encargara un par de docenas de rosas blancas. Sabía que había llegado el final con Sev. Había llegado ese momento en el que todo perdía el lustre y él perdía el interés. Lo conocía poco, pero conocía muy bien sus hábitos.

 

 

–¡Naomi!

Jamal la saludó con cariño, como Allem, pero a pesar del efusivo recibimiento y de que la cena fue espléndida, había una tensión en el aire que ella no podía interpretar. Sev no estaba muy sociable, pero ella ya sabía que Jamal y Allem lo aceptaban. Estaba segura de que pasaba algo que ella desconocía.

–Sev, le he pedido al chef que haga tu postre favorito –comentó Jamal.

Era sahlab, unas natillas cremosas con sabor a naranja y agua de rosas y recubiertas de pistachos. Era ligero y delicioso, y Sev lo comentó.

–Está muy bueno.

Sin embargo, miró el teléfono y, si la mesa hubiese sido lo bastante alta, ella le habría dado una patada.

Luego, sirvieron el café y llevaron el narguile.

–Naomi, ¿te gustaría ver el cuarto del niño? –le preguntó Jamal.

Naomi sonrió y asintió con la cabeza. Mientras las dos se excusaban, ella pensó en la noche que estuvieron en el desierto y en lo fácil que le había parecido la vida en aquel momento. Todo era muy distinto en ese momento. Hasta Jamal parecía un poco tensa, aunque no hizo ningún comentario ni le contó lo que estaba pensando.

Allem sí lo hizo con Sev. Se dirigió a su amigo en cuanto las mujeres se marcharon.

–¿Te ha rechazado? –le preguntó Allem.

–No se lo he pedido –reconoció Sev–. Tiene un hombre en Inglaterra y es posible que cuando lo vea...

–No digas bobadas, Sev.

–Creo que él podría ser una elección más segura.

–Estás siendo ridículo.

–No.

Esa mañana lo había alterado, no estaba seguro de que quisiera volver a sentirse tan unido a una persona.

–¿No habéis montado en el globo? –le preguntó Allem con el ceño fruncido.

–No –él intentó no pensar en lo que había pasado y cambió de conversación–. He hablado con Ahmed y le he dicho que volveré a finales de la semana que viene. Parece que ha entendido bien los cambios...

–Sev, esta noche no quiero hablar de trabajo. Ayer...

–Ayer fue ayer –le interrumpió Sev–. He estado pensándolo y, si bien ha sido un descanso fantástico y lo hemos pasado muy bien...

Dejaron de hablar cuando oyeron que Jamal y Naomi bajaban las escaleras.

–Estoy segura de que Sev puede instalarte un sistema –estaba diciendo Naomi.

–¿De qué hablabais? –preguntó Sev.

–A Jamal le preocupa que el cuarto del niño y la zona de la niñera están demasiado lejos de donde duermen ellos.

–Por favor... –intervino Allem–. Tenemos el mejor sistema de seguridad, tenemos cámaras y monitores y, además, claro que oiríamos al bebé si llora.

Sev pensó que fue a esa hora más o menos. Hacía dieciséis años, a las once de la noche más o menos, la persona más importante de su vida había llorado y él lo había oído... y se había dado la vuelta y se había quedado dormido otra vez. Pensó en Nikolai.

No. Independientemente de lo que hubiese sentido el día anterior, había pasado hacía mucho tiempo. No confiaba en sí mismo para ocuparse de otro corazón.