Capítulo 11
SEV tenía que trabajar todavía, pero Allem se fijó en que parecía más relajado que nunca.
–¿Qué tienes pensado hacer en Londres? –le preguntó Allem mientras Sev le ponía al tanto de los cambios que estaba haciendo en el sistema.
–Nada...
Sev se encogió de hombros. No le había contado a nadie que iba allí con la esperanza de encontrarse con Daniil.
–¿Vas a conocer a la familia de Naomi?
–No. Allem, Naomi y yo no estamos juntos.
–¿Por qué? Está claro que tenéis sentimientos profundos el uno por el otro. Fue evidente en la cena, pero es un hecho ahora.
–¿No podemos concentrarnos en el trabajo? –preguntó Sev en tono tajante, aunque, por una vez, era él quien estaba pensando en otra cosa.
Sev quería hechos y Allem tenía razón. El paseo por la playa y lo que había dicho Naomi sobre su desconfianza en la humanidad lo habían alterado. Él sabía que tenía muchos motivos para no confiar en los demás, pero ninguno podía aplicarse a Naomi. El día siguiente sería el último que pasarían entero en Dubái. Habían pasado la mañana en la cama y en la piscina y él, que siempre estaba deseando empezar a trabajar, no había querido dejarla. Dentro de dos días, estarían montándose en su avión y Naomi desaparecería después. Por una parte, se sentía aliviado; restablecería la configuración de su corazón y seguiría tan contento con su vida.
–Jamal y yo supimos que estaríamos juntos a la semana de conocernos. A nuestras familias no les hizo gracia en su momento, pero yo sabía que ella era la mujer con la que me casaría.
–Allem, no todos queremos una esposa.
–Sevastyan....
–Déjalo.
–No quiero dejarlo. ¿Por qué no peleas por ella?
Sev pensó que por eso no quería amigos. Él tenía límites y Allem estaba sobrepasándolos, y eso era algo que lo desquiciaba.
–Sevastyan –repitió Allem–, ¿cuánto tiempo hace que os conocéis?
–El suficiente –contestó Sev con los dientes apretados.
Allem, sin embargo, no se ofendió. Se había ofendido muchas veces cuando se conocieron. La mayoría de la gente se sentía relajada y complacida cuando se bajaba de un vuelo en primera clase, pero Sevastyan había llegado a Dubái con un aspecto espantoso. No había tenido la más elemental cortesía, había pasado como había podido una comida opípara que les habían preparado y después, al retirarse, había abandonado en el pasillo, sin abrir, el regalo que le había dejado en la suite. Efectivamente, se había ofendido y había llamado a la puerta para saber si el regalo no le había gustado a ese invitado tan complicado.
–¿Te acuerdas de cuando llamé a la puerta de tu suite y te pregunté por qué habías dejado el regalo en el pasillo?
Sev dejó escapar una risa en voz baja al acordarse.
–Creíste que lo habían dejado en la habitación equivocada.
–Porque nunca había recibido un regalo.
–Entonces, me preguntaste si podíamos salir –le recordó Allem–. Salimos a dar un paseo en coche y a un bar.
Sev dejó de sonreír cuando recordó aquella noche. No había salido nunca de Rusia. El viaje había sido espantoso, la atención constante de las azafatas lo había alterado. Luego, lo llevaron a casa de Allem y nunca había sido el invitado en casa de alguien, y menos en una tan palaciega, y se había quedado completamente abrumado. Habían acabado en un bar, en uno mucho más bonito que los que solía frecuentar él.
–Aquella noche me contaste de dónde habías salido.
–Allem, he recorrido un camino muy largo desde entonces.
–Es verdad. Gracias a que has trabajado muchísimo.
Y a la ayuda de un amigo. Efectivamente, Sev reconoció entonces que Allem lo era.
–¿Allem?
Sev renunció a intentar trabajar. Tenía una pregunta, varias, en realidad.