Capítulo 13

 

SEV se despertó al oír el despertador e intentó no pensar en la cita. Se quedó tumbado en la oscuridad e intentó motivarse para levantarse.

–Naomi...

Ella se despertó al oír su nombre y fue tan maravilloso como la primera vez que lo oyó. Él estaba acariciándole un pecho y acurrucado a su espalda.

–Tenemos que levantarnos.

Se levantaron. Maldito Allem y sus ideas, pensó Sev. Ese día no quería subir a un globo y ser feliz. Ni ese día ni al día siguiente. Eran los días que más temía del año, era el último día de Nikolai y no quería pensar en eso.

–Sev... –empezó a decir ella hasta que Sev la interrumpió.

–Tenemos que irnos si queremos llegar a tiempo.

–¿Puedo decirte una cosa?

Él estaba pegado a su espalda y nunca se había sentido mejor, cálido y excitado. Al día siguiente, al alba, estarían a punto de montarse en un avión con destino a Londres y quería quedarse allí, alargar esa mañana.

–Dímela.

Naomi, sin embargo, se había olvidado porque Sev le había levantado el pelo y le besaba el cuelo como quiso hacer la noche que le subió y bajó la cremallera. Bajó la mano de su pecho al abdomen.

–¿Te acuerdas de cuando creí que estabas embarazada?

–Sí –contestó ella con una sonrisa.

Sev la había desconcertado completamente, había rechazado a Emmanuel porque no hablaba mandarín y a Dianne por una sonrisa nerviosa, pero le había ofrecido a ella cuidados para el bebé y reducir los viajes. Estaba excitado y ella deseaba que no dejara de acariciarle el abdomen, incluso, que bajara más la mano. Notaba su erección y no quería que se apartara para ponerse el preservativo, contoneó el trasero.

–Tomo la píldora, Sev.

–Gracias a Dios.

Entró y dejó escapar un suspiro mientras la húmeda calidez lo recibía. No hicieron caso del zumbido del despertador.

–Sev...

Los dos estaban al límite, al límite del orgasmo, al límite de sobrepasar el límite.

–Vamos, cariño.

Él se movía más deprisa y más profundamente, la arrastraba a esas alturas adonde la llevaba tan fácilmente. Entonces, le dijo algo que había intentado decirle desde la noche anterior, una verdad muy sencilla. No la sencilla verdad, se había prometido no hacer declaraciones, pero sí otra verdad.

–No quiero dar ese paseo en globo.

Naomi estaba llegando al clímax y las contracciones del orgasmo alrededor de él le impedían pensar. El cielo, antes del amanecer, tenía un color azul marino y ya no se conformaba con algo rápido, él no quería bajar a la realidad, afrontar el día que tanto temía o subir al cielo en un globo. Prefería que los dos se dejasen arrastrar.

Naomi esperaba que ese placer intenso culminara, y culminó, pero no como ella había esperado. Él salió y ella se quedó atónita. Entonces, él le dio la vuelta.

–Sev...

El despertador sonó otra vez y él lo apagó. Naomi intentó tomar aire mientras lo miraba.

–No vamos a montar en globo.

Se quedaron en la placentera tierra. Él la besó como quizá no debería haberla besado si ella quería conservar la cabeza. Estaban de costado y mantuvieron los ojos abiertos lo bastante como para saber que estaban quebrantando sus reglas.

Tenían las piernas entrelazadas, con su miembro sobre el abdomen, pero ya tenían tiempo. Naomi lo besó como quizá no debería haberlo besado. En el avión terminaron tres meses de contención, pero esa mañana terminó otra contención distinta. Ella nunca se había besado así. Las lenguas se buscaban y las bocas se deleitaban. Ella le tomó el labio inferior para sentirlo entre los de ella, se acariciaban las bocas, se acariciaban las lenguas. Efectivamente, nunca se había besado así y, seguramente, nunca volvería a hacerlo. Paladeó el amor y lo devolvió. Lo besó lenta y profundamente, le besó la cara, la oreja y el cuello, aspiró su olor y conoció su sabor con la lengua y los labios mientras él pasaba las manos por todo su cuerpo.

Le acarició los pechos y se los lamió, tenía la erección sobre sus muslos y se balanceaban. Introdujo las manos entre su pelo y él le tomó un pezón con la boca. Fue casi excesivo, pero insuficiente y entonces, él, con un solo movimiento, levantó la cabeza, la besó en la boca y sus cuerpos se unieron plenamente. Otra vez de costado, otra vez con los ojos abiertos, ella lo miró mientras la tomaba lenta y profundamente. Si era posible sentirse bien con la piel ardiendo, ella se sentía así. No se movían casi, tenían las extremidades entrelazadas, se buscaban las bocas, pero preferían mirarse a los ojos. Se movían como si fuesen un solo cuerpo, cambiaban el ritmo sin pensarlo y se alegraron de que saliera el sol porque podían ver la cara del otro.

Se besaron hasta que las acometidas de Sev se impusieron a todo, se extendieron por todo su cuerpo y acabaron concentrándose en su punto más íntimo. Él vio que ella entreabría los labios, pero no para llorar. La sentía, pero no solo alrededor del miembro, era como si todo el cuerpo de ella se tensara y no dijeron nada, no se atrevieron. Él se liberó y ella lo captó, como captó otra cosa.

Krasavitsa...

Ella no quería saber qué quería decir, pero él se lo dijo.

–Mujer hermosa.

Ella no podía saber si se lo habría dicho a alguien más.