Capítulo 16

 

LA echaría muchísimo de menos. Tanto que, aunque ese día nunca sería un día fácil, sí podría ser menos insoportable.

–Aparca aquí –le dijo Sev a su chófer.

Estaba intentando convencerse a sí mismo de que lo mejor que podía hacer era dejar que volviese a su vida en vez de acosarla con su primer intento de tener una relación adulta. Su teléfono vibró y lo miró en vez de bajarse del coche. Entonces, su corazón recobró la esperanza. Era Mariya, su sobrina, que sonreía con los pendientes rosas que le había regalado por su dieciocho cumpleaños y le mandaba un mensaje.

 

Le he dicho a mamá que los pendientes me los ha regalado Zena, mi amiga del colegio. Ella cree que son baratos y puedo quedármelos.

Gracias, tío Sevastyan.

Me encantan.

Te quiero.

Mariya

 

También le mandaba dos corazones rosas. A pesar de todo lo que iba mal en el mundo, algo iba bien.

Le había mandado un regalo todos los años. Ese año le había mandado dos; uno a su casa y el otro, los pendientes, al colegio. No le habría importado que se hubiesen perdido, le importaba mucho más que los hubiesen encontrado.

Si además pudiese pasar ese día... Si pudiese explicarle a Naomi la decepción que era que Daniil no se presentase y los recuerdos sombríos de ese día... Dudaba mucho que pudiera hacerlo, pero había algo dentro de sí mismo que dudaba que a ella le importara. ¿Era eso el amor? ¿Consistía en esperar con paciencia, en aguantar hasta que la otra persona estuviese preparada? Quizá fuese el momento de averiguarlo.

 

 

La terminal de llegadas del aeropuerto de Heathrow era un infierno. Estaba llena de familias, de parejas felices y de reuniones efusivas. Si hubiese tenido el teléfono, le habría mandado un mensaje a su madre para saber si estaba allí y para que se vieran fuera. Sin embargo, su teléfono antiguo estaba en la maleta.

Se quedó mirando la multitud y decidió que su madre no había recibido el mensaje o que, si lo había recibido, había decidido no ir a recogerla.

Efectivamente, era una mañana solitaria y, cuando se dio media vuelta para marcharse con lágrimas en los ojos, se topó con un muro pétreo, un muro que su corazón reconoció porque derramó las lágrimas que había estado conteniendo cuando la tomó entre sus brazos.

–Demasiado –dijo Sev–. Te habría echado de menos demasiado si hubiese dejado que te marchases en este momento.

La besó y ella se odió a sí misma porque le devolvió el beso. Era un beso ardiente, apasionado, un beso que la sacó de la multitud y se encontró arrinconada contra una pared. Él no le ofreció nada, una prórroga quizá, y volvió a odiarse por aceptar sus migajas, pero las aceptaría. Siguió odiándose cuando esa mañana gélida la abrazó dentro de su abrigo y estaba cálido y erecto por ella. A pesar de todas las despedidas que llegarían, seguía deseándolo.

Él la deseaba lejos de la multitud, deseaba sexo y, quizá, hablar después. Además, ella lo deseaba, reconocía ese cambio en su cuerpo cuando se entregaba a él.

–¿El hotel del aeropuerto? –le preguntó Sev.

–¡Eres un pedazo de malnacido!

Ella se rio, ella gritó, ella estaba a punto de aceptar.

–¿Puede saberse...?

Sev no terminó la frase porque lo arrancaron literalmente de sus brazos y le dieron la vuelta.

Naomi solo vio un destello rojo, un puño y que Sev volaba contra la pared donde estaba apoyada ella, pero rebotó como si hubiese chocado contra las cuerdas de un cuadrilátero.

–¿Nadie más? –gritó un hombre.

Ella seguía aturdida por el beso y la brusca interrupción, pero, de repente, vio quién era.

–Andrew...

Naomi levantó la cabeza, vio unos globos rojos con forma de corazón que subían al techo y comprendió que debía de haber ido a recogerla... Sev también lo comprendió. Había luchado para salir adelante y, dada la vida que había llevado, tumbaría a ese tipo con facilidad, pero oyó quién era y encajó el siguiente puñetazo en el abdomen.

Sin embargo, cuando Naomi intentó separarlos gritándole a Andrew que no tenía derecho, este le respondió con palabras que ella no se merecía y Sev lo vio todo rojo, pero no eran globos con forma de corazón. Fue a tumbarlo, pero cuatro poderosos brazos lo agarraron. El servicio de seguridad había llegado y él, mirando a los viajeros atónitos, intentó serenarse y se dijo que un aeropuerto no era un sitio para pelearse. También se dijo que, si él hubiese sido el prometido de Naomi, se habría puesto tan furioso como ese tipo.

–Estoy bien –les dijo a los guardas de seguridad.

–¿Está seguro? –le preguntó uno.

–Sí.

–Porque...

Esa vez, fue el guarda de seguridad quien no terminó la frase porque Andrew, que seguía furioso y no lo sujetaba nadie, aprovechó cobardemente la ocasión.

Naomi dejó escapar un grito cuando Sev recibió un violento puñetazo en la cabeza, que se golpeó contra la pared. Los guardas de seguridad agarraron inmediatamente a Andrew y dejaron que Sev cayera al suelo. Su apacible vuelta a casa desapareció entre una nube de policías y paramédicos.

–No hace falta... –farfulló Sev cuando quisieron llevarlo a un hospital.

–Sí hace falta, Sev –intervino Naomi–. Te han noqueado.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó uno de los paramédicos.

–Tres minutos –contestó Naomi.

Habían sido los tres minutos más largos de su vida. No había levantado la cabeza, no le había importado que estuviesen deteniendo a Andrew, solo había podido pensar en Sev... y no había sido la primera vez porque solo había podido pensar en él durante los últimos cuatro meses.

¿A quién quería engañar?, se preguntó mientras se montaba en la ambulancia donde habían metido a Sev. Como si una despedida digna pudiese cambiar algo. Su corazón le pertenecía a él.

 

 

Si bien estaba aterrada y muy preocupada, a los diez segundos de su llegada resultó evidente que Sev, aunque era vital para ella, ocupaba un lugar muy bajo en su lista de prioridades.

La enfermera encargada de determinar la gravedad de su estado lo examinó y Naomi deseó tener esa misma capacidad en el corazón... y la tenía. El día que se conocieron le había advertido que ese hombre era un problema, que, si lo dejaba entrar, por poco que fuera, lo lamentaría... pero no lo lamentaba.

–¿Puede saberse dónde estoy? –preguntó Sev una hora más tarde.

Le habían puesto una bata y estaba mejor, pero seguía aturdido y cada vez estaba más irritado, algo que, según la enfermera, no era una buena señal. Naomi quiso aclararle que llevaba varios días irritado.

–¿Por qué no has hecho que me llevaran a un sitio privado? –le preguntó él.

–A los paramédicos les da igual que seas multimillonario –contestó ella–. Te llevaron al hospital más cercano.

–Y ahora nos pasaremos dos semanas aquí hasta que me vean, no necesito un hospital.

–Tienen que darte unos puntos.

Tenía una herida profunda encima del ojo izquierdo y lo tenía cerrado. Se quedaba dormido y preguntaba la hora cada vez que se despertaba.

–Son las once de la mañana –contestó la enfermera–. Está esperando a que le hagan una resonancia magnética.

–No necesito una resonancia magnética.

–Está desorientado.

–Eso es porque no he dormido desde...

Sev miró el techo desconchado y lo reconoció, mejor dicho, reconoció ese tipo de techo y se acordó de Nikolai y de que tenía que encontrarse con Daniil.

–¿Dónde está mi teléfono?

–Aquí –contestó Naomi.

Ella lo había recogido cuando se le cayó durante la pelea, pero se encendió cuando fue a dárselo y se quedó boquiabierta. Vio los pendientes que él había comprado en Tiffany, pero la chica que los llevaba iba vestida con un uniforme de colegio.

–¡Sev, cuando dijiste que era joven...!

–Es mi sobrina, Mariya –le aclaró él–. Se los regalé cuando cumplió dieciocho años.

–Ah...

Naomi volvió a sentarse en el asiento de plástico mientras Sev, tumbado, miraba el teléfono de soslayo.

–El año pasado le regalé un collar, pero Renata lo vendió en Internet. Ni siquiera sé si Mariya llegó a verlo y por eso le mandé los pendientes al colegio.

Naomi se quedó pensando. El uniforme de Mariya era muy bonito, era el uniforme de un colegio privado. Efectivamente, ella podría vivir cien años y no llegaría a conocerlo.

–Mandaste ese dinero, ¿verdad?

–¿Perdón...?

–El dinero para el tratamiento de Mariya.

–Claro que lo mandé.

–¿Por qué? –preguntó ella–. ¿Por qué lo mandaste cuando sabías que estaban estafándote?

–Como le dije a Renata, habría recibido el dinero en cualquier caso. Siempre he querido que mi sobrina reciba una buena educación y que mi hermana tenga cosas bonitas. Mi hermana por parte de madre –se corrigió él–. Ella tiene el dinero, pero ya no nos hablamos.

Su cuerpo, el cuerpo de Sev, le exigía que volviera a dormirse, pero tenía que ir a un sitio.

–Naomi, tengo que ir al palacio de Buckingham...

–Mañana seguirá en el mismo sitio –intervino la enfermera mientras le tomaba la presión sanguínea.

–Pero tengo que estar allí hoy a mediodía.

Naomi empezó a preocuparse de verdad por la lesión de la cabeza, Sev nunca tenía que estar en ningún sitio. Podía llegar ocho horas tarde a una reunión con un jeque sin disculparse siquiera. Nunca se alteraba y en ese momento lo estaba.

–Sev, tienes que hacerte la resonancia.

–Lo único que tengo que hacer es estar allí.

–¿Qué es tan importante que no puede esperar?

–Eso da igual.

Sev se quedó tumbado, pero decidió que desaparecería en cuanto Naomi y la enfermera se hubiesen marchado.

–¿Puedes traerme algo de beber? –le preguntó a Naomi.

–Por el momento, no puede ingerir nada –intervino la alegre enfermera antes de alejarse.

–Perdona...

Él apretó los dientes cuando ella fue a disculparse por su exprometido.

–No empieces a disculparte –la interrumpió Sev–. Creía que había conseguido eso por lo menos. Tú no tienes la culpa si tu prometido...

–Mi ex.

–¿Cómo?

–Lo dejé.

–Eh... ¿cuándo?

–La noche antes de que dimitiera.

–¿Y no se te ocurrió decírmelo? He dejado que me pegara...

–Lo sé.

Él volvió a meter a Andrew en el archivo que le había asignado al principio; irrelevante.

–Tengo que estar en un sitio, Naomi.

–No puedes marcharte todavía.

Claro que podía. Sev se sentó y a Naomi le pareció que no había nada más triste que ver a alguien tan fuerte y resuelto en ese estado de incapacidad.

Él miró de reojo el gotero, pero su brillante cerebro estaba aletargado mientras intentaba encontrar la manera de bajarlo. Entonces, miró la cortina que los separaba del resto del mundo.

–¿Dónde está mi cartera?

–En la caja de seguridad –la risueña enfermera había vuelto–. Le sugiero que vuelva a tumbarse.

Naomi nunca había visto una expresión de derrota como esa en el rostro de nadie. Hasta que vio que encontraba una solución y la miraba con esos maravillosos ojos grises.

–¿Puedes ir en mi lugar?

–¿Al palacio de Buckingham? –Naomi frunció el ceño–. Sev, me parece que estás un poco desorientado.

–Nunca he estado menos desorientado –replicó Sev–. Voy allí todos los años y no puedo dejar de ir.

–¿Por qué?

–Por si se presenta Daniil. Le escribí hace años y le pedí que se reuniera conmigo el doce de noviembre a mediodía, pero no se ha presentado nunca.

–¿Crees que puede presentarse hoy?

–No –reconoció Sev–, pero tampoco quiero faltar por si aparece por casualidad.

–De acuerdo –concedió Naomi–. ¿Cómo es?

–No he vuelto a verlo desde que tenía doce años. Alto, moreno... –eso no era gran cosa–. Es ruso –añadió Sev.

–Eso ya me lo había imaginado.

Notaba que estaba arrastrándola otra vez a la vorágine y se recordó a sí misma que hacía un par de horas había querido llevarla al hotel del aeropuerto. Ella se merecía algo más.

–Lo haré, Sev, pero luego volveré, te contaré lo que ha pasado y me marcharé a casa.

 

 

Se sentó bajo la lluvia, junto a la fuente, y observó cómo discurría el mundo. Estaba muy enfadada con Andrew, pero también estaba muy enfadada con Sev por alargar la agonía. Ya deberían haber dejado zanjado todo ese asunto, debería estar deshaciendo la maleta en vez de estar sentada en el poyete de una estatua de piedra helada.

 

 

Era inútil. Había algunos turistas resguardados con paraguas y algunas personas que iban de un lado a otro. ¿Cómo iba a distinguir a un hombre moreno cuando había un centenar de hombres morenos? Vio a una mujer rubia que sonreía de oreja a oreja y daba palmadas. Además, tenía una expresión decidida, como si no le importara la lluvia y estuviese dispuesta a quedarse allí hasta el final. Como ella.

Sin embargo, tiró la toalla pasada la una. No había nadie, nadie en absoluto.

Sonrió levemente a la mujer rubia, quien también miraba alrededor, y vio que se dirigía hacia un hombre. Un hombre con aire resignado que se encogió de hombros y empezó a alejarse, pero la mujer discutió con él y le agarró del abrigo. Además, era alto y moreno y ella se acercó.

–¿Daniil...? –ella sabía que podía estar haciendo el mayor ridículo de su vida–. ¿Daniil...?

–¡Te lo dije! –exclamó la mujer rubia–. ¿Sevastyan?

–Vaya, si lo eres, tienes un aspecto mucho mejor –comentó Daniil.

Naomi empezó a reírse mientras todos se miraban atónitos sin saber qué hacer.

–Soy la secretaria de Sev. Él quería venir...

–He venido.

Naomi se dio la vuelta y vio a Sev, blanco como la leche pero con puntos, que le daba la mano al otro hombre. No era una reunión cariñosa, era posible que Sev no fuese por eso. Hablaron en ruso en tono reservado y ella miró a la otra mujer.

–Soy Libby –se presentó la rubia mientras se frotaba las manos por el frío.

–¿Eres la esposa de Daniil? –le preguntó Naomi al ver sus anillos.

–¡Sí! Me parece raro decirlo. Nos casamos ayer.

–Enhorabuena.

Naomi volvió a mirar a los dos hombres y comprendió que nunca entendería a Sev, porque dio por terminada la conversación y se acercó a ellas.

–Me alegro de conocerte, Libby. Enhorabuena por tu matrimonio.

–Gracias.

–También me alegro de volver a estar en contacto con Daniil, pero tenéis que seguir con vuestra luna de miel y yo tengo que ir al hotel –Sev miró a Naomi–. Vamos, tenemos que marcharnos.

Él volvió a estrechar la mano de Daniil.

–¿Ya está? –le preguntó Naomi mientras Daniil y Libby se alejaban.

Tantos años juntos y tantos años separados y habían charlado diez minutos... Sin embargo, Naomi se dio cuenta de que Sev era así, frío y desdeñoso. Ella era la que tenía que negarse a aceptarlo.

–Tienes que observarme –dijo Sev mientras le entregaba el informe de la lesión de la cabeza–. Querían que me quedara y solo me dejaron marcharme con la condición de que comprobaran mi estado cada hora hasta mañana por la mañana.

–Entonces, búscate una enfermera.

–No, no quiero que una desconocida me observe mientras duermo. Si lo quisiera, me habría quedado en el hospital.

–Muy bien, pero ya no trabajo para ti.

–De acuerdo.

Sev paró un taxi y se montó. Ella sabía perfectamente que se marcharía y dormiría solo.

–Una noche –dijo Naomi mientras se montaba en el taxi.

Al menos sabía que, a juzgar por el color grisáceo de su piel, Sev no le pedía que fuese para seducirla.

Naomi se ocupó de registrarlos y Sev ni siquiera se desvistió del todo cuando llegaron a la suite, se limitó a quitarse los zapatos y los calcetines y fue a depositar la bolsa del hospital con su cartera y sus cosas en la caja de seguridad.

–¿Cuál es mi código? –le preguntó él.

–Yo lo haré.

–Puedo hacerlo –replicó Sev.

Tecleó los números, guardó la bolsa y se tumbó en la cama. Naomi cerró las cortinas y se sentó.

–¿Qué tal estaba tu amigo? –le preguntó ella.

–Me preguntó qué había sido de Roman –contestó Sev encogiéndose de hombros–. Le contesté que no sé nada, que me dieron una beca a los quince años y me marché.

–¿Y sobre el otro, sobre Nikolai? –le preguntó Naomi–. ¿Lo sabe?

–¿Qué? ¿Que murió? –a Sev no le costó decir lo que no había podido decir ella–. Daniil ya lo había averiguado. Al parecer, abusaban de él –comentó Sev sin emoción, solo con el agotamiento de una vida despiadada–. Yo no lo sabía.

–Lo siento.

–Yo lo defraudé –reconoció Sev–. Estaba llorando una noche y no supe si quería que yo dijera algo. El dormitorio no era un sitio muy privado la mayoría de las veces. No hice nada, fingí que no lo había oído. Él volvió a llorar y le pregunté qué le pasaba, pero me contestó que lo dejara y lo dejé. Se escapó al día siguiente. Lo encontraron una semana después, la bolsa con el barco que había hecho estaba junto al río.

–¿El que tienes en el escritorio de tu casa?

–Sí. No es gran cosa para toda una vida.

Sev se quedó dormido por el agotamiento. Ella lo despertó cada hora para cerciorarse de que estaba bien, pero a las siete de la tarde ella también se encontraba agotada y lo observó mientras se despertaba.

Sev intentó adivinar la hora, el mes y el año. Luego, trató de saber dónde estaba.

–Estás en Londres –le dijo ella–. Y yo también.

Él volvió a acordarse de que antes de esa interrupción tan violenta iban a ir al hotel del aeropuerto...

–Ven a la cama.

–No, gracias –replicó ella–. Tengo que observarte hasta mañana por la mañana, según el informe, y luego voy a marcharme.

–¿Adónde?

–A casa. Bueno, iré a casa de mi madre durante un par de semanas y luego buscaré algún sitio...

«Algún sitio». Podía ser una expresión espantosa. Algún sitio donde olvidarse de él.

–Me duele la...

–Puedes tomar pastillas para el dolor de cabeza.

–No me duele la cabeza precisamente.

Ella no quería reírse, pero ese era el inconveniente, que él podía conseguir que sonriera aunque tuviese el corazón hecho añicos.

–Ven a la cama –repitió Sev–. Necesito un revolcón después del día que he pasado.

–Bueno, ya que lo dices con tanta delicadeza...

Él tuvo el descaro de no hacer caso de su sarcasmo y se destapó.

–Es inútil –ella lo miró y vio ese corazón perezoso que había dejado que ella se marchara–. Si Andrew no te hubiese pegado, esto ya estaría zanjado.

–Rebobina –comento Sev como si ella fuese un maldito ordenador–. Propuse que fuésemos al hotel del aeropuerto.

–Eres muy romántico.

–No, no lo soy.

–Voy a pedir la cena –comentó ella–. ¿Quieres algo?

Él no quería nada y ella fue al bolso para tener la propina preparada. Entonces, vio su regalo de despedida, pero esperaría a que él estuviese dormido para abrirlo.

Llamaron a la puerta y entraron con su cena.

–Perfecto –dijo Sev mientras se sentaba–. Estoy muriéndome de hambre –ella resopló con rabia y le acercó el carrito–. Era una broma. Disfruta de la cena, aunque tomaré una copa de champán...

–No puedes beber con una lesión en la cabeza... según el informe.

–Eso no es muy amable de tu parte.

–Nunca dije que fuese una enfermera amable.

Ella se comió la chuleta más deliciosa de su vida, con mantequilla de trufa, y bebió champán mientras observaba la sonrisa torcida de él.

–Eres una provocadora despiadada.

–Lo sé.

–Daniil me dio la copia de una foto, búscala en mi chaqueta.

Ella sacó la foto de la chaqueta, se sentó a mirarla y vio a cuatro jóvenes de hacía muchísimo tiempo.

–Daniil es un gemelo idéntico.

–Sí.

Naomi pensó que era una crueldad, que ya le había parecido bastante espantoso que hubiesen separado a dos gemelos, pero que además fuesen idénticos hacía que le pareciera peor todavía.

–No puede encontrar a Roman. Según lo que ha podido averiguar Daniil, parece ser que cohabitó con Anya un tiempo después de dejar el orfanato y que luego se marchó...

–¿Anya?

–La hija de la cocinera. Daniil me dijo que ahora es una bailarina famosa.

Ella volvió a mirar la foto y a Nikolai. Tenía que ser Nikolai porque Sev era el otro.

–Eras un empollón.

–Lo era –reconoció Sev–. Lo soy.

Sin embargo, era el empollón más sexy del mundo.