Capítulo 6
AFORTUNADAMENTE, no tenía que verlo al día siguiente. Fuera lo que fuese lo que iba a hacer en Washington, era secreto y no le había pedido que lo acompañara.
Hacía un día despejado cuando se despertó y se quedó en la cama abochornada y enfadada consigo misma por lo que había pasado la noche anterior. Sev tenía motivos de sobra para estar enfadado. Ella había estado deseosa, ávida... y todavía lo estaba. ¿Cómo podía explicarle que lo que le preocupaba no era el sexo, sino lo que pasaría después?
Había ido a Nueva York a sabiendas de que su padre podría romperle el corazón. No quería sumar a eso el dolor de Sevastyan Derzhavin y eso, como le había dicho él la noche anterior, estaba garantizado.
Sin embargo, sabía los desconcertantes mensajes que había mandado ella y que, como mínimo, le debía una disculpa. Tomó el teléfono, pero cambió de opinión. Todavía no.
Se puso a trabajar y a seguir con la tarea de intentar encontrar a alguien que la sustituyera, y a intentar hacer un archivo con las preferencias y hábitos de Sev, como había hecho con sus empleadores anteriores.
Sin embargo, él era predeciblemente impredecible. Hasta las tazas de café eran distintas unas de otras. Rebuscó en la agenda de él para intentar encontrar una pauta. Viajaba por todo el mundo, pero eran viajes dispersos. Lo único periódico era que viajaba a Inglaterra una vez al año en noviembre.
Él la llamó varias veces a lo largo del día, pero solo para hablar de trabajo. No se habló del desastre de la noche anterior y aunque ella tenía algunas dudas, eran logísticas.
–Creo que no puedes pasar cuatro días enteros en Dubái si quieres estar el día once en Londres.
–Resuélvelo.
La respuesta le dejó muy claro que prefería concentrarse en el trabajo que hablar con ella.
Ella hizo lo que pudo para resolverlo y siguió con la primera ronda de entrevistas para encontrar a quien la sustituyera. Imaginarse a alguien allí, con él, y ella fuera le costaba más de lo que había llegado a imaginarse.
–¿Ya se ha entrevistado dos veces para el puesto? –preguntó Naomi mientras repasaba el excelente currículum de Emmanuel el jueves a última hora de la tarde.
El día siguiente sería el último que pasaría en la oficina y, a pesar de todos sus intentos, solo había encontrado una candidata apta. Con un poco de suerte, Emmanuel sería el segundo.
–Sí –Emmanuel asintió con la cabeza–. La primera entrevista salió bien, pero al señor Derzhavin le preocupaba que no hablase mandarín. Ya lo hablo. He ido a clases nocturnas durante dos años y también he pasado un mes en China para mejorar el idioma.
Ella se dio cuenta de que quería ese empleo de verdad, pero también pensó que ella no sabía casi idiomas y que Sev le había dicho que podrían resolver eso. Tenía que haber algún motivo para que Sev no hubiese contratado a Emmanuel e intentaría averiguarlo antes de darle el visto bueno.
–¿Qué pasó en la segunda entrevista?
–Nunca llegó a hacerse. Llegué tarde –contestó Emmanuel–. Sé que es inexcusable, pero mi perro sufrió un ataque justo cuando estaba saliendo por la puerta.
–¿Se lo dijo a Sev?
–No tuve ocasión.
–¿Qué tal está el perro?
La punta de la nariz de Emmanuel se puso roja y los ojos se le llenaron de lágrimas.
–Hubo que hacerle la eutanasia.
El jueves, a última hora, Sev la llamó para decirle que ya estaba en casa y para pedirle que saliera a comprarle pastillas contra el dolor de cabeza.
–¿Por qué no tengo ninguna? –le preguntó en tono tajante.
Pagaba a otros para que se ocuparan de esas cosas y él solo quería acostarse.
–Se me olvidó comprobarlo –reconoció Naomi.
Se acordó de que había hecho el inventario mensual, pero que lo había dejado después de mirar su mesilla.
No, no echaría de menos esa parte de su trabajo, pensó mientras llamaba a la puerta antes de entrar en el ático. Tenía un aspecto espantoso. Estaba más pálido que de costumbre y ella podía notar su agotamiento. Se preguntó por qué estaría con el ordenador cuando necesitaba descansar.
–¿Qué tal en Washington?
–Frío –contestó él encogiéndose de hombros.
–Toma, las pastillas –ella las dejó en la mesa–. ¿Necesitas algo más?
–No.
–En cuanto a mi sustituto... Lo he reducido a dos candidatos. La primera entrevista es a mediodía. Creo que los dos...
–Yo creo que eso puede esperar hasta mañana –la interrumpió él–. No quiero pensar en el trabajo.
Naomi se marchó y él sacó tres pastillas. Obligarla a subir a su casa no había sido una treta. Estaba cansado, le dolía la cabeza y todavía era noviembre. Además, estaba comprobando los correos electrónicos. Uno decía que habían subido el grado de atención médica de su madre a dependencia absoluta. Otro le informaba de que habían entregado los dos regalos que le había mandado a su sobrina. Había mandado un pequeño regalo a casa de Mariya, pero el otro, el principal, lo había mandado a su colegio. No se fiaba lo más mínimo de su hermana por parte de madre.
El año anterior había mandado un collar antiguo a Mariya. Era una pieza impresionante, pero unos meses después, mientras ojeaba el catálogo de una subasta, lo encontró allí.
Los pendientes no los había comprado pensando solo en su sobrina, eran algo más genérico. Si los vendía, él no se enteraría, no necesitaba que le recordaran cómo lo habían utilizado.
Las pastillas no sirvieron de nada y a la mañana siguiente, cuando se despertó, dudó si ir a trabajar o no.
Naturalmente, tenía que ir.
Fue andando y, algo muy inusitado en él, se paró para comprar un café antes de subir a su oficina. Naomi ya estaba allí. Llevaba el mismo traje que llevó el día de la entrevista y ya no le quedaba demasiado ajustado. La saludó lacónicamente, entró en su despacho y cerró la puerta. Se sentó, miró fijamente la puerta y se la imaginó al otro lado. La había echado de menos y eso no le gustaba nada. En realidad, estaba pensando en decirle que prefería que dejara el trabajo ese mismo día a que fuese a Dubái con él.
–¿Quién es el primer candidato? –preguntó Sev cuando Naomi entró para preguntarle cómo quería el café.
–Se llama Dianne –contestó ella–. Luego, a las dos, está Emmanuel. Los dos son muy buenos.
–Eso ya lo decidiré yo, gracias.
–¿Quieres café?
–Ya lo tengo –contestó él señalando con la cabeza un vaso de cartón.
Podía parecer un desaire, pero no lo era. Él solo quería acabar con todo eso. Si uno de los candidatos era idóneo y podía empezar inmediatamente, él propondría que hiciese precisamente eso.
Dianne llegó puntualmente a mediodía y saludó a Naomi con una sonrisa de oreja a oreja.
–No tardará mucho –comentó Naomi–. ¿Quiere beber algo?
–No, gracias.
Dianne no dejó de sonreír mientras se sentaba y ella llamaba a Sev por el interfono para comunicarle que había llegado el primer candidato. Hizo todo lo posible para no levantar la mirada cuando Sev salió de su despacho, pero, cuando Dianne ya estaba dentro, él volvió a salir y se acercó a su mesa.
–Puedes ir a almorzar.
–Claro.
No era tan tonta como para creer que Sev fuese a llevarla a tomar algo de despedida. Aunque sí había esperado que quizá lo hiciera. Le encantaría poder borrar la noche anterior. Bueno, no todo, solo el final. En realidad, en ese momento, le gustaría haber dormido con él solo para haber sabido lo que habría pasado.
Sin embargo, sobre todo, quería recuperar la confianza, las bromas y la conversación relajada. En ese momento, todo era tenso e incómodo. El tono de él era cortante y casi no podía mirarlo mientras le daba instrucciones para el resto del día.
–¿Puedes cerciorarte de que tenga el equipaje hecho antes de que termines? Esta noche tengo compañía y no quiero que aparezcas después de las cinco.
–Claro –contestó ella–. Me ocuparé ahora mismo.
–Antes de que vaya adentro... –él hizo un gesto en dirección a su despacho– ¿cuándo puede empezar?
–Inmediatamente.
Naomi supo que no iría a Dubái.
Volvió al piso de Sev con la certeza de que sería la última vez. No había doncellas, aunque estaba claro que habían pasado por allí. Se fijó en que la cama estaba hecha mientras sacaba la maleta. Sacó la tableta y buscó la lista que tenía con el equipaje de Sev. En Dubái haría calor y humedad y en Londres lo más probable era que hiciese frío y lluvia. Decidió hacer una maleta para cada sitio. Guardó las camisas, los trajes y algunas prendas más deportivas y empezó a ocuparse del neceser. Era extraño que pudiera entrar tanto en la vida de alguien y, sin embargo, conocerlo tan poco.
Llevó las maletas al recibidor e hizo un último recorrido. Le daba miedo volver a la oficina para que le agradecieran los servicios prestados. Sin embargo, era lo mejor. Debería haberle hecho caso a su intuición hacía tres meses y no haber aceptado el empleo. Su corazón ya sabía cuánto le costaría.
No paró para almorzar y fue a la pastelería para recoger la tarta que había encargado a principios de semana. Tenía un aspecto increíble. Era una tarta con capas de champán y frambuesa y, naturalmente, compró una botella de champán para acompañarla.
–¿Vamos a celebrar tu fiesta de despedida? –le preguntó Sev cuando llegó con el champán y la caja con la tarta.
–No deberías haberte tomado tantas molestias –contestó Naomi con sarcasmo.
Sev se levantó y la siguió a la pequeña cocina donde ella solía preparar las bebidas o lo que fuese para los clientes. Ella dejó la caja y él levantó la tapa y vio: Feliz 50 cumpleaños, papá.
–Naomi, te dijo muy claramente que no quería que hicieses nada –le advirtió él.
–La gente siempre dice esas cosas –replicó ella mientras guardaba la botella de champán en la nevera.
–Los hombres suelen decir lo que quieren decir. Bueno, los malnacidos lo hacen. Cuando dicen que no lo remuevas, quieren decir que no lo remuevas. Créeme y no le des más importancia.
–Solo es una tarta.
Él sabía que era mucho más que una tarta. Su corazón y sus esperanzas estaban untados entre las capas de frambuesa e iban a hacerle daño. Él lo sabía perfectamente. Aunque no podía decírselo sin hablarle de él mismo y no quería hacerlo. Decidió que no era asunto suyo.
–Todo está preparado para mañana, para el viaje a Dubái. El coche llegará a las seis de la mañana, el vuelo sale a las siete y llegarás a Dubái a las seis de la mañana del domingo.
–¿Y cuándo tengo el vuelo de vuelta? –preguntó Sev.
Había captado que ella se había retirado del programa y ya solo tenía que decírselo oficialmente, pero no estaba preparado todavía.
–Sales de Dubái el jueves doce a las cinco de la mañana y, con la diferencia horaria, llegarás a Londres a las ocho de la mañana del mismo día.
–Pero había dicho concretamente que quería estar allí el once –le recordó Sev.
–Y luego dijiste que tenías que dedicar cuatro días enteros a Allem y que me cerciorara de que llegarías temprano a Londres.
–No es suficiente, Naomi –el día que más detestaba del año se había alargado cuatro horas–. Si digo que quiero estar el once, me llevas allí en esa fecha.
–No puedo alterar los husos horarios –replicó Naomi–. Lo he intentado, te lo aseguro –no quería que todo acabara con una discusión–. Volveré a repasarlo. Si sales de Dubái...
–Déjalo como está –la cortó Sev.
También detestaba el once. Si pudiera cambiar una fecha, sería esa. Habría hecho más preguntas, habría insistido para que su amigo hablara o se habría quedado despierto para cerciorarse de que estaba bien. No era una casualidad que hubiese esperado encontrarse con Daniil el doce. La mañana de ese día se despertó en el orfanato y comprobó que la cama que tenía al lado estaba vacía. No sabía la fecha exacta de la muerte de Nikolai, pero él había esperado contarle a Daniil lo que ocurrió aquel día de hacía muchos años, cuando él consideraba que era el aniversario.
–¿Qué tal la entrevista con Dianne?
–No es apta.
–Era perfecta.
–No para mí –replicó Sev–. Tenía una de esas sonrisas que me ponen nervioso.
Naomi resopló, pero tuvo que contener una sonrisa porque se acordó de que, efectivamente, la tenía.
–Sev, ¿no te acuerdas de que te parecía que yo decía «perdón» demasiadas veces? Puedes darle una oportunidad.
–No.
–Bueno, con un poco de suerte, la segunda entrevista saldrá bien.
–Lo dudo, es la tercera vez que se presenta. ¿Por qué hay personas que no entienden que «no» quiere decir «no»? –entonces, la miró a los ojos–. Yo sí lo entiendo.
–Sev –ella nunca había sido más valiente en su vida y él vio que tenía las mejillas rojas y lágrimas en los ojos–, quiero disculparme por la otra noche. Me eché atrás...
–Tienes todo el derecho a hacerlo.
Además, él tampoco quería que todo acabase con una discusión y le tomó las mejillas sonrojadas entre las manos.
–No pasa nada –siguió él mirando sus lágrimas–. No llores por mí. Yo también he estado pensando.
–¿Sobre qué?
–Sobre el comentario del catálogo.
Él rebuscó en su impresionante vocabulario multilingüe y encontró esa palabra que no empleaba casi nunca.
–Perdón.
Naomi asintió con la cabeza.
–No quería abochornarte. Solo estaba...
–Lo entiendo.
–¿Lo has mandado al infierno? –le preguntó Sev, quien se había fijado en que ya no llevaba el anillo.
–No tengo nada que decir.
Él miró esos profundos ojos marrones y quiso saber más cosas, quería que Naomi le dijera que lo había dejado, pero ¿por qué quería saberlo?
–Muy bien –él volvió a hablar del trabajo–. En serio, no tengo ninguna esperanza sobre el próximo candidato. Llegó tarde la última vez.
–Porque su perro tuvo un ataque.
–¡Pues no presagia nada bueno! Si contrato a Emmanuel, ¿voy a tener que organizar mi agenda alrededor del perro epiléptico de mi secretario?
–Le hicieron la eutanasia –Naomi suspiró–. Sev, Emmanuel se ha pasado dos años aprendiendo mandarín porque tú se lo insinuaste. Dale una oportunidad imparcial.
Él no quería darle una oportunidad imparcial y, a pesar de todo lo que había pensado esa mañana, no quería que ella se marchara. No soportaba que ella se marchara.
Un rato después, sonó el interfono y Naomi le comunicó que Emmanuel había llegado. Ella se acordó de la primera entrevista que tuvo con él, cuando se levantó y tiró un vaso al verlo. Seguía teniendo el mismo efecto en ella, Sev la derretía por dentro.
–Emmanuel...
La voz grave y profunda de Sev la cautivaba y seguía siendo bello, así de sencillo.
Sev hizo un gesto con la cabeza y Emmanuel se levantó, tomó aliento y lo siguió.
–Muy bien, volvemos a encontrarnos –comentó Sev–. ¿Por qué sigues intentando trabajar conmigo?
–Quiero trabajar con el mejor.
–¿Sabes el horario?
–Naomi fue muy clara y me dijo que puede haber jornadas de dieciocho horas.
–Algunas veces, varias seguidas.
–Tengo insomnio –replicó Emmanuel.
Tenía una respuesta para todo.
–¿Cuándo podrías empezar? –preguntó Sev.
–Ahora.
–¿Te parece bien hacerle eso a tu empleador?
–En realidad, no estoy trabajando –contestó Emmanuel–. Comprobé que, en general, suele contratar una secretaria cada tres meses.
–La mayoría de mis secretarias acaban quemadas a los tres meses.
–Yo no soy como la mayoría. Ha estado haciendo algunos trabajos temporales en ese intervalo. Quería tener la ocasión de explicarle en persona por qué llegué tarde la última vez.
–Por tu perro.
Sev ya tenía bastantes complicaciones para relacionarse con las personas como para hacerlo con animales domésticos, pero tampoco esperaba que ese hombre pasase por encima de su perro moribundo para llegar a una entrevista con él.
–¿Cuántos idiomas...? –Sev miró el currículum mientras Emmanuel contestaba.
–Cuatro.
Sev, al acordarse de cómo contestó Naomi a esa pregunta, pensó que debería haber dicho quatre. Era el único fallo, y diminuto, que podía encontrar.
Sev se pasó el resto del día malhumorado en el despacho y a las cinco, cuando salió, ella estaba poniéndose el abrigo y suponiendo que él le diría que ya no necesitaba sus servicios.
Emmanuel había levantado los pulgares cuando salió del despacho y además, cuando ella lo entrevistó, él le dijo que podía empezar a trabajar inmediatamente. Solo quedaba que Sev se lo dijese en ese momento.
–¿Qué te ha parecido Emmanuel?
–No sirve. Hay un motivo para que lo rechazara dos veces... –él miró la expresión de perplejidad de Naomi–. ¿Tienes ya otro empleo?
–Tengo un par de cosas en la recámara.
–¿Tienes algún sitio donde vivir?
Ella tragó saliva y él lo vio.
–¿Por qué no te quedas hasta que tengas otro empleo o yo tenga un sustituto adecuado?
–No, gracias –contestó Naomi.
–Naomi, no has encontrado un apartamento. Te oí decirlo esta mañana por teléfono...
–No pasa nada –le interrumpió ella–. No voy a acabar en la calle, al fin y al cabo, tengo una familia.
Entonces, comprendió que estaba apretando las tuercas a su padre para que fuese él quien tomara la decisión. ¡Eso era lo que hacía! Por fin estaba entendiéndola. Sabía que ella había intentado que la despidiera cuando la llamó desde el avión y estuvo respondona. Naomi quería eludir el enfrentamiento de tener que dimitir y también estaba forzando a su padre para que fuese él quien le dijera que no quería que formase parte de su vida.
La observó mientras iba a la pequeña cocina y volvía con la tarta.
–¿Quieres que te acompañe a ver a tu padre?
Vio que ella parpadeaba y él también parpadeó, estaba tan asombrado como ella por la oferta.
–¿Por... por qué?
–No lo sé –Sev se encogió de hombros–. No me importaría salir un poco.
–No, gracias.
Era la última vez que estaba en esa oficina, estaba dejando un empleo de ensueño y a un jefe que no era una pesadilla precisamente, pero que sí la despertaba en medio de la noche.
–¿Volverás para recoger tus cosas?
–Me las llevé ayer. Sev, te lo comuniqué con antelación y he hecho todo lo posible para encontrar un sustituto...
–Sí.
Él no quería que se marchara.
–Nos veremos mañana por la mañana –comentó Sev mientras veía que a ella se le hundían un poco los hombros–. Te necesito en Dubái y aceptaste quedarte para eso, tengo que sacar mucho trabajo adelante en cuatro días.
–Claro –Naomi asintió con la cabeza–. ¿Has redactado mis referencias?
–Lo haré.
Había dicho lo mismo durante toda la semana. Había trabajado poco tiempo para él, pero el nombre de Sev en su currículum le abriría puertas en el futuro. Aunque, en ese momento, no soportaba la idea. No quería marcharse, pero tampoco soportaba ni un segundo más trabajar con él y organizarle su vida amorosa.
–Buena suerte con tu padre esta noche, pero no te hagas ilusiones –siguió Sev.
Él volvió a su mesa sin más. Ella esperó un segundo, ya se había hecho ilusiones. Quería algo de él, algo que pudiera conservar, algo que le demostrara que le importaba un poco.
Él las aplastó. No apareció un ramo de flores ni rebuscó un regalo en el cajón. Sev estaba mirando el ordenador otra vez y ni siquiera dejó de mirarlo cuando ella salió del despacho.
Fue un trayecto largo y complicado entre el tráfico de la hora punta. No esperaba gran cosa de su padre, aunque sí esperaba un poco de café y tarta, podían quedarse el champán, solo quería vislumbrar por encima lo que era la vida familiar.
Pronto sería el Día de Acción de Gracias y Judy no había hecho ni un amago de invitarla. Luego llegaba la Navidad y tampoco la habían mencionado siquiera. Ella ya había comprado regalos para todos. Los tenía escondidos en el armario, aunque no sabía por qué se había molestado en esconderlos cuando su padre no había ido a su casa ni una vez.
Estaba cansada.
Después del café y la tarta, volvería a su casa y haría el equipaje para Dubái y Londres. Aunque no la apetecía ir a Londres. Le había escrito un mensaje a su madre con las fechas y los horarios y ella no había contestado siquiera.
En cuanto a Andrew... No habían estado enamorados. Ella ya sabía que había estado enamorada de la idea de estar enamorada, o, mejor dicho, de que alguien la amara. Andrew no la había amado, la había controlado.
En cuanto a Sev... Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas.
Cuando llegó cerca de la casa de su padre, vio coches aparcados por todos lados y tuvo que aparcar un poco lejos, como otra pareja que se bajó del coche con un regalo y se dirigió hacia la playa.
–Anderson ha tenido mucha suerte con el tiempo...
Se quedó parada, pero, en vez de darse la vuelta y marcharse, como habría sido más sensato, siguió a las personas que se dirigían a la playa. Allí, en medio de una noche fría y despejada, había estufas de gas y música, estaba celebrándose una fiesta. Una fiesta a la que no la habían invitado.
Las gaviotas se darían un festín porque tiró la tarta al suelo, se dio media vuelta y salió corriendo. Corrió hasta el coche y se largó. ¡Celebraba una fiesta y ni siquiera había invitado a su hija! Estaba demasiado dolida para llorar. ¿Podía saberse qué estaba haciendo en Nueva York?