Prólogo

 

ERES inglesa?

Naomi lo miró desde el otro lado de la enorme mesa mientras Sevastyan Derzhavin ojeaba su currículum sin mucho entusiasmo. Supo que él ya había tomado la decisión de que no iba a darle el empleo y que solo quedaba cumplir el trámite. Lo que no sabía era que Sevastyan nunca hacía nada por mero trámite, que las formalidades no iban con él.

–Nací aquí y mi padre vive aquí, en Nueva York. Tengo todo en regla y...

–No me refería a eso –la interrumpió él sacudiendo la cabeza–. La burocracia no me interesa. Lo que me ha producido curiosidad ha sido tu acento. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Él siguió mirando el currículum y frunció el ceño cuando ella contestó.

–Doce días.

–¿Estás viviendo en un hostal?

–Hasta que encuentre un sitio donde vivir, aunque está siendo más complicado de lo que me imaginaba.

Él levantó la mirada y vio que estaba sonrojada. ¿Lo había estado desde que la llamó o era el color de su piel?

–Creía que habías dicho que tu padre vive...

–Su esposa acaba de tener un hijo –le interrumpió Naomi.

–Entonces, no me extraña.

–¿Perdón...?

Él se puso rígido. Era la tercera vez que ella lo decía.

–No me extraña que no quieras vivir en su casa si hay un bebé gritón.

Naomi no dijo nada, pero su parpadeo le indicó que, probablemente, ocurría justo lo contrario, que su padre no quería que ella viviera con él.

Había estado a punto de decirle que los dos estaban perdiendo el tiempo, que tampoco le interesaban los sentimientos, que lo suyo eran los ordenadores y los libros, no las personas. No tenía sentido estar sacando las cosas con sacacorchos y podía decirle que eso no iba a dar resultado, que ella no sería su secretaria. Además, le diría el motivo si se lo preguntaba. Naomi Johnson tenía una de esas personalidades que le irritaban, parecía como si siempre estuviese disculpándose. Una de las últimas palabras que había aprendido en inglés era «perdón» y no la empleaba casi nunca. Ella la había dicho dos veces antes de sentarse siquiera. Había pedido perdón cuando fue a recepción para llamarla y ella tiró el vaso de agua al levantarse. Luego, mientras se sentaban en su lujoso despacho de la Quinta Avenida, él le había preguntado cortésmente qué tal le había ido el día y ella, que no había entendido bien la pregunta, había dicho «perdón» otra vez.

–Da igual –había replicado él con enojo.

Y acababa de decirlo hacía un segundo.

–Creo que no dará resultado –dijo Sev.

–Señor Derzhavin...

–Sev –la interrumpió él–. No soy el director del colegio.

La miró a los ojos, serios y marrones, ella parpadeó varias veces y él se arrepintió un poco de su brusquedad. Estaba claro que había hecho un enorme esfuerzo para realizar esa entrevista. Ese hostal en el que estaba viviendo era una bajada de categoría, pero llevaba un traje elegante. Aunque un poco estrecho y le marcaba las curvas. Llevaba el pelo castaño impecablemente recogido y parecía... no podía decirlo con precisión. Le recordaba a algo o alguien, pero prefirió no saber a qué o a quién, no hacía falta ser despiadado.

–Mira, Naomi, estás bien preparada, tienes mucha experiencia para tener veinticinco años y has hecho bien la entrevista, pero... –vio que ella tragaba saliva con nerviosismo y quiso ser delicado–. Tienes una larga lista de aficiones; lectura, ballet, teatro, montas caballo... La cuestión es que la única afición que puede tener mi secretaria soy yo.

–Felicity ya me lo ha explicado.

Su primera entrevista, con la secretaria actual, había sido tan minuciosa que Naomi no tenía ninguna duda de que su papel iba a ser muy exigente. Los conocimientos de Sevastyan Derzhavin sobre seguridad cibernética se solicitaban en todo el mundo. Aparte de tener muchísimo trabajo, era un playboy muy rico y su secretaria tenía que hacer encaje de bolillos con un librito negro que tenía él, además de su avión y helicóptero privados. Efectivamente, ya le habían dicho exactamente qué implicaba ese empleo. Era arrogante y desalmado y te exprimía hasta la última gota, pero pagaba un dineral por la dedicación... a él. A juzgar por el tono amargo de la voz de Felicity, ella había adivinado enseguida que podía haber algún motivo personal para que dejara el empleo.

–Aun así.

Sev dejó el currículum en la mesa y ella estuvo segura de que la entrevista había terminado.

–¿Serviría de algo si dijera que mentí en el currículum?

–Seguramente, no –él, en vez de levantarse, se dejó caer en el respaldo–. Sigue.

–Bueno, me gusta el ballet y el teatro, pero es un poco exagerado decir que son aficiones, y no me he montado en un caballo desde que tenía catorce años...

–¿Y la lectura?

–Leo en la cama.

Sev abrió la boca para decir algo, pero, muy prudentemente, volvió a cerrarla. Podría haber replicado a eso fácil e inapropiadamente. Evidentemente, ella se había arrepentido nada más decirlo porque sus carnosas mejillas, que habían empezado a palidecer, se habían sonrojado otra vez.

–Bueno, no puedo decirte lo que tienes que hacer en el dormitorio...

Él volvió a titubear porque la verdad era que no le importaría hacer exactamente eso. Aunque dio un brusco giro de ciento ochenta grados.

–Te lo aviso. Si te ofreciera el empleo, tendrías que dedicarme casi todas las horas que estés despierta. Pasarías el tiempo pegada a un ordenador portátil o un teléfono organizándome la vida. No tendrías tiempo ni de leer el horóscopo, tendrías que ocuparte del mío primero.

–No creo en los horóscopos.

–Aunque estoy seguro de que todavía los lees.

–¿Tiene alguna importancia?

Era más dura de lo que le había parecido. La miró fijamente, pero no se fijó casi en sus labios y mejillas carnosos, sus profundos ojos marrones captaron toda su atención.

Ella, al advertir esa mirada, se replanteó la necesidad del empleo; no le importaban las doce o dieciocho horas, lo que le preocupaba era con quién tendría que pasarlas.

–Observo que estás prometida.

Sev miró el anillo que llevaba antes de volver a mirarla con seriedad.

–Lo repito, ¿tiene alguna importancia?

–La tiene –contestó Sev tajantemente–. Tendrás que tener el prometido más comprensivo de la historia para que pueda aceptar que me dediques el tiempo que tendrás que dedicarme.

–Bueno, mi prometido no está en Nueva York conmigo, no obstante...

Naomi dudó un instante y decidió que no, que si por un milagro él le ofrecía el empleo, ella no lo aceptaría. Hacía doce minutos, su mundo había sido complicado, pero ordenado. Bueno, no ordenado del todo, pero hacía doce días que había llegado a Nueva York.

Hacía doce minutos, había escrito un mensaje a su padre para proponerle que quedaran a almorzar después de la entrevista. Acababa de guardar el teléfono en el bolso y de servirse un vaso de agua cuando Sevastyan Derzhavin salió de su despacho y la llamó.

–Naomi.

Era bello. Así de sencillo. Tenía el pelo oscuro, la piel blanca, unas piernas muy largas y, aunque el traje era impecable, estaba tan desaliñado y mal afeitado que parecía como si hubiese salido de un club o un casino a las cinco de la mañana. La corbata estaba suelta, los ojos grises estaban algo cargados y ni siquiera le sonrió, se limitó a hacerle un gesto con la cabeza para que entrara en su despacho. Ella, de repente, se acordó de algo que no tenía nada que ver, se acordó de aquella vez que fue a ver a su encantadora médica para que la examinara y apareció un médico suplente sexy como un diablo. En vez de eso, se había atolondrado y le había pedido que le pusiera una inyección contra la gripe. Había vuelto a atolondrarse cuando Sevastyan salió de su despacho, se había levantado y había tirado el vaso de agua. Cuando él le preguntó, con un marcado acento ruso, qué tal había pasado el día, ella estaba tan absorta que no había oído lo que había dicho y él había tenido que repetírselo dos veces. Además, había sido más sexy con cada pregunta que le había hecho y, sin saber cómo, la lista de aficiones había acabado en la cama. Ella lo único que quería hacer en ese momento era levantarse y salir corriendo de allí. Quería gritar que era una mujer prometida y que cómo se atrevía a hacerle sentir lo que estaba sintiendo. No, no quería el empleo

–¿No hablas otro idioma? –le preguntó Sev.

–No.

–¿Ni lo más mínimo?

Non –contestó Naomi riéndose de su chiste, aunque era muy malo.

Él no se rio y la miró fijamente.

–Los ingleses son perezosos –comentó él al cabo de un rato.

–¿Cómo dice?

–Me refiero a los anglohablantes.

–Ah...

–Siempre confían en que los demás hablen su idioma.

–¿Cuántos idiomas hablas tú?

–Cinco.

Perfecto, se había quedado sin empleo.

–Sin embargo, como casi todo el mundo habla inglés, estoy seguro de que podremos arreglarnos –añadió Sev.

–Quiero aclarar que solo voy a quedarme un año en Nueva York –dijo Naomi con la esperanza de que fuese una excusa para él.

–Estarás quemada mucho antes –él se encogió de hombros–. Creo que nunca he tenido una secretaria que me durara más de seis meses. Tres meses... Sí, creo que tú durarías unos tres meses, aunque esperaría más.

–Mira... –Naomi le sonrió–. No quiero hacerte perder el tiempo. Aunque tu secretaria me dejó muy claro que el horario era exigente, no me di cuenta de que sería tan absorbente. Me gusta disponer de los fines de semana... –ella volvió a sonreír y él siguió serio–. En realidad, he venido aquí para llegar a conocer mejor a mi padre y por eso...

–Tendrás los fines de semana libres –Sev salvó ese obstáculo–. A no ser que estemos en el extranjero.

–Además, no tengo experiencia en tu terreno –añadió Naomi para cerciorarse de que no la contratara.

–¿Experiencia en mi terreno? –él sabía muy bien a qué se refería, pero disfrutaba viendo que se atolondraba–. No soy... agricultor.

–Quería decir que no sé gran cosa sobre seguridad cibernética.

–Si lo supieras, serías mi rival.

Ella se levantó y le tendió la mano.

–Perdón, pero yo...

–Parte del lote es un piso con vistas a Central Park. Cuando Felicity se mude, claro. Es bonito... bueno, a mí me gusta vivir ahí.

–¿Viviríamos en el mismo edificio?

¡La cosa empeoraba cada vez más!

–Es enorme. No te preocupes, no voy a llamar a tu puerta para pedirte azúcar. Es práctico si tenemos una reunión por la mañana temprano o tarde por la noche. Además, ahorra tiempo cuando estamos de viaje, que son muchas veces. Vivir en el mismo edificio ahorra diez minutos si no tengo que ir a recogerte y tiene helipuerto.

Entonces, él pasó a comentarle cuál sería su asignación para vestuario. Ella debería haber dado gritos de alegría, pero...

–No, la verdad...

Naomi quería volver a su vida, quería un mundo en el que nunca hubiese visto a ese hombre, pero él la quería a ella. Era regordeta como una fruta prohibida y, además, a él le encantaba la palabra «no». Le parecía como un cortafuegos enrevesado que tenía que sortear o inutilizar. Era muy estimulante.

–Gracias por tu tiempo –siguió ella con la mano tendida, aunque él no se la estrechaba.

Ella había vuelto a decir «perdón», pero esa vez no le había irritado y se limitó a quedarse sentado y a observarla mientras se marchaba. Tomó el siguiente currículum y le pareció tedioso mientras no dejaba de pensar en la chica de ojos marrones y tristes como los de un cachorrillo que esperara que fuesen a darle una patada, pero que esperaba amor. Sin embargo, no necesitaba perros abandonados.

Salió para llamar a Emmanuel, pero la sala de espera estaba vacía.

–Felicity... –llamó a su secretaria, pero su asiento también estaba vacío y no había rastro de su bolso.

Había un mensaje de despedida en la pantalla del ordenador. ¡LO HE TRUCADO!

–No, no lo has trucado.

Sev sonrió, pero la sonrisa se esfumó cuando se abrió la puerta del ascensor y Emmanuel, probablemente, entró corriendo en el pasillo.

–Perdón por haber llegado tarde, señor Derzhavin...

Sev frunció el ceño. Lo conocía, lo había entrevistado hacía un par de años y volvía a intentarlo... y llegaba cinco minutos tarde.

–No es una primera impresión muy buena –comentó Sev.

–Lo sé, pero...

–No perdamos el tiempo.

–¡Pero...!

Sev no quería oír sus excusas, volvió a su despacho y captó el olor floral de Naomi Johnson. Tomó una decisión y sacó el teléfono.

Naomi estaba comprobando el suyo cuando sonó y como acababa de mandar un mensaje a su padre, dio por supuesto que era él. Se había quedado impresionado cuando ella le contó que iba a tener una entrevista con Sevastyan y quizá estuviese llamándola para saber cómo le había ido.

–Hola, papá, estaba a punto...

Sev pensó que su voz era efusiva y entusiasmada, al contrario de la que había empleado con él.

–No soy tu padre, soy Sev.

–Ah...

Él captó el tono de decepción, algo que no le había pasado jamás. Las mujeres se volvían locas de alegría cuando recibían una llamada de él.

–Tu jefe.

–Perdón...

–¡Ja! –exclamó Sev–. Tendremos que resolver eso. Enhorabuena, Naomi, el empleo es tuyo.

Naomi se quedó inmóvil en el vestíbulo y supo que debería cortar la llamada y salir corriendo de allí.

–Creía que había dejado claro... –empezó a decir ella.

–¿Qué te parece si mejoro el trato con un viaje trimestral al Reino Unido? –la interrumpió él–. Yo voy a ir en noviembre en un viaje privado. Puedes tomarte un par de semanas libres. Estoy seguro de que a tu prometido le gustará verte.

Naomi tragó saliva, pero frunció el ceño cuando oyó la siguiente pregunta.

–¿Por qué no ha venido él contigo?

–¿Cómo dices?

–A Nueva York. ¿Por qué has venido sola?

–Confiamos el uno en el otro...

Ella lo dijo en un tono un poco elevado porque, en ese momento, no confiaba en sí misma.

–No estaba hablando de confianza, solo tengo curiosidad por saber por qué no te ha acompañado.

Era como una lluvia de agujas que se le clavara en la piel. Ella misma se había hecho esa pregunta muchas veces.

–Tiene un trabajo importante.

–Yo también –replicó Sev.

Entonces, decidió que le daba igual. Le daba igual un prometido, uno ausente para más señas, y lo borró del archivo mental con el nombre de Naomi Johnson.

–Ven a trabajar conmigo, Naomi.

Naomi cerró los ojos y volvió a abrirlos, pero seguía mareada y sin respiración por el sonido de esa voz profunda.

–¿Tenemos un trato? –preguntó Sev.

Ella sabía que estaba jugando con fuego, pero era uno interno y dudaba que un hombre tan cordial como Sevastyan estuviese ardiendo por dentro al pensar en ella. Solo se trataba de mantener ocultos sus sentimientos y eso era algo que ella hacía muy bien, que había hecho durante la mayor parte de sus veinticinco años. Además, pensó que, si le contaba a su padre que había conseguido un empleo tan prestigioso, quizá viera por fin un mínimo destello de aprobación en sus ojos, quizá empezasen otra vez de cero, que era lo que necesitaban.

–Naomi, ¿tenemos un trato o no? –insistió Sev.

–Sí –contestó Naomi con la voz quebrada–. ¿Cuándo empiezo?

Ella esperó que dijera dentro de un mes o de dos semanas... o el lunes. Quería disponer de un poco de tiempo para aclararse las ideas antes de que volviera a verlo...

–Date la vuelta y móntate otra vez en el ascensor –contestó él–. Empiezas en este momento.