Capítulo 8

 

SEV no se lo había contado a nadie. Era una de esas penas que había preferido soportar solo. Sin embargo, no quería que Naomi tuviera que soportarla sola y buscó la manera de contarle lo que le había pasado.

–Tienes razón, no dejo que los demás sepan gran cosa de mí... bueno, de mis asuntos privados...

–Siento discrepar... He pedido preservativos para ti, he rechazado a dos mujeres de tu parte...

Ella estaba tensa por el tono sentimental, intentaba darle un tono desenfadado para que no se desbordara porque, si bien se había pasado tres meses queriendo saber más cosas, de repente, sentía a Sev demasiado cerca. Despedirse ya iba a ser bastante doloroso. ¿Qué sentiría si llegaba a saber más cosas de él y luego se separaban?

–No hace falta que me lo cuentes.

–Sin embargo, te lo contaré.

Él miró sus tristes ojos marrones, que siempre lo habían derretido, y supo el motivo. Se había pasado toda su vida adulta eludiendo los sentimientos, pero, últimamente, se sentía como si hubieran llevado al punto de ebullición a sus sentimientos y quería que ella se sintiera mejor, o no tan sola. Se tumbó de espaldas al lado de ella. Estaba desnuda entre las sábanas, pero daba igual. Esa conversación era mucho más íntima que el sexo y era lo más cerca que había estado de alguien en toda su vida.

–¿Te acuerdas de lo que te conté de un ordenador en un despacho? –le preguntó él mirándola.

–¿El de tu colegio?

–Sí. Tenías razón –contestó Sev–. Había un despacho donde yo vivía. Me crie en un orfanato.

Ella se limitó a mirarlo también.

–No sabía si tenía padres –no podía contarle un poco sin contarle todo–. Éramos cuatro que nos criamos juntos. Éramos como hermanos y hablábamos de todo menos de eso.

–¿De qué?

–De ese sueño, de la esperanza de formar parte de una familia.

Él vio que ella movía la boca como si fuese a llorar otra vez.

–Lo entiendo –siguió Sev–. Daniil y Roman eran gemelos y aunque todos estábamos muy unidos, ellos eran hermanos de verdad. Luego estábamos Nikolai y yo. Él me parecía mi gemelo, éramos la otra persona en el mundo del otro y nos buscábamos el uno al otro. Los cuatro decíamos que nos daba igual quiénes fuesen nuestros padres y que nos daba igual si no nos adoptaban. Yo lo repetía una y otra vez, pero ahora sé que estaba mintiendo y supongo que ellos también mentían. Un día, adoptaron a Daniil. Él dijo que no quería marcharse, pero estoy seguro de que lo dijo porque eso significaba que tenía que abandonar a Roman.

–¿Separaron a los gemelos? –preguntó Naomi.

Sev asintió con la cabeza, pero intentó no centrarse en eso y contarle a Naomi solo lo que era pertinente.

–Antes de eso, sin embargo, yo leía bien y les leía cuentos por la noche. Nos reíamos de esos cuentos, pero para mí, mi madre era una princesa y era más seguro que estuviésemos separados. Bueno, lo creí hasta que tuve siete años. Entonces, decidí que mis padres eran tan pobres que no podían darme de comer, pero que lloraban por la noche pensando en mí, o, al menos, el día de mi cumpleaños. Intentaba convencerme de que estaban esperando a que pudieran permitirse ir a recogerme. Me inventé muchos motivos para que estuviésemos separados.

–Yo hice lo mismo –reconoció Naomi mientras se ponía de lado para mirarlo de frente–. Creía que era la distancia o la presión del trabajo. Además, él también me daba excusas; que era culpa de mi madre, que su esposa se interponía en el camino...

Ella miró los preciosos ojos grises de Sev.

–Encontré a mi madre hace unos años. Había trabajado de prostituta y estaba en un albergue de personas mayores. También averigüé que tenía una hermana por parte de madre que se llamaba Renata y que era algo mayor que yo. No supe qué hacer.

–¿No sabías si ponerte en contacto?

Él captó la perplejidad de su mirada y supo que tenía que explicarlo mejor, pero eso significaba tener que retroceder en el tiempo y era algo que detestaba.

–Sev...

–No pasa nada –contestó él en un tono algo tajante.

Sin embargo, estaba teniendo que desenterrarlo y quedar como un necio. Entonces, se acordó de los lagrimones que había derramado ella y siguió.

–¿Crees que soy grosero y antisocial?

–No diría exactamente eso.

Él podía ser hasta demasiado sociable algunas veces, pero, aun así, ella asintió con la cabeza porque también podía olvidarse de la cortesía muchas veces.

–Si me hubieses conocido hace unos años, no dudarías al contestar esa pregunta. Viví en un orfanato hasta los quince años y luego en un internado, que era un infierno si eras un becario. Por eso, siempre estaba entre libros y ordenadores. Más tarde fui a la universidad y mi cuarto era la cuarta parte de este. Estudié matemáticas y mis compañeros de estudios eran como yo. Conseguí entrar para hacer unas prácticas, pero alquilé una habitación en una casa con otros cinco jóvenes tan locos por la informática como yo.

Naomi frunció el ceño porque no sabía a dónde quería llegar.

–No hablábamos mucho ni comíamos juntos. Los fines de semana iba a un bar y me acostaba con alguien, era el mejor rato de la semana. El lunes todo empezaba otra vez. Hasta que un día me ofrecieron que fuese a Dubái para hablar de un diseño.

–¿Allem? –preguntó Naomi.

–Sí. Yo no me había montado nunca en un avión y Allem me llevó en primera.

–¡Caray!

–No –la corrigió Sev–. Fue insoportable para mí. Nunca había comido con una familia ni había recibido un regalo, pero Allem y yo nos llevamos bien y me enseñó muchas cosas. Por eso, cuando averigüé que tenía una familia, acudí a Allem para pedirle consejo. Me dijo que no fuese demasiado efusivo, que llevase un regalo y unas flores, que entendiese que mi madre podría sentirse abochornada y molesta al principio. Hice todo lo que pude para que nuestro encuentro fuese como la seda. Pedí a los empleados del albergue que la avisasen de que iba a ir para que no fuese una conmoción y me presenté a la hora fijada.

–¿Qué pasó?

–Estaba nervioso –él le tomó la mano y se la llevó al pecho–. Pum, pum, pum –dijo Sev a un ritmo mucho más rápido que los latidos de su corazón–. Entré y me quedé sorprendido. Era muy delgada y, por primera vez, vi a alguien que se parecía a mí. La reconocí.

–¿Qué tiempo tenías cuando fuiste al orfanato?

–Dos semanas. Aun así, me pareció reconocerla y nunca había sentido algo así en mi vida. Me olvidé de tomármelo con calma y fui a abrazarla, pero ella se apartó –él pensó un rato en ese momento y siguió–. Me miró y me dijo: «No te quise entonces y no te quiero ahora» –Sev miró a Naomi y se lo dijo en ruso para que pudiera hacerse una idea–. Entonces, debió de ver el traje, las flores y el regalo que llevaba y me preguntó si tenía dinero. Ahora está en un albergue mejor y bebe mejor vodka, pero no me quiso entonces y sigue sin quererme ahora.

–Es posible que ella...

–No –ya no volvería a inventarse excusas o cuentos de hadas–. ¿Sabes qué? Agradezco que me lo dijera. Supe con toda precisión cuál era mi sitio, y me parece que tú también lo sabes ahora.

Naomi asintió con la cabeza.

–Es mejor saberlo que soñar.

–No sé si estoy de acuerdo.

–¿Qué pasó anoche? –preguntó Sev por enésima vez, aunque, esa vez, ella estaba preparada para contárselo.

–Cuando llegué, vi que había gente que se dirigía hacia la playa, que estaban celebrando una fiesta por su cincuenta cumpleaños. Tiré la tarta y salí corriendo.

–¿Te vieron?

–No –Naomi sacudió la cabeza por el desconcierto–. No lo sé, quizá fuera una fiesta sorpresa y...

–No –él no estaba dispuesto a que siguiera teniendo esperanzas–. Si hubiese sido una sorpresa, ¿por qué no te pidió su esposa que fueras?

–Basta.

–Tienes que ser dura. A partir de ahora, solo tienes que preocuparte de ti misma.

–¿Es lo que tú haces?

–Desde luego –Sev asintió con la cabeza–. No quiero a nadie, no quiero querer a nadie y no quiero que nadie dependa de mí.

–¿No quieres a tus amigos? –ella no se lo creía–. ¿Qué me dices de Allem?

–Allem dice que quiere que seamos amigos, que vaya de vacaciones, que nos llevará al mar... –Sev sacudió la cabeza–. Quiere que le llame más para hablar de cosas que no sean el trabajo.

–¿Y no lo haces?

–La verdad es que no. Ya está casado y las cosas son distintas. Pregunto por Jamal y salimos a cenar... –le dio un codazo a Naomi– incluso al teatro, pero sé que las cosas volverán a cambiar. Tendrán un hijo en marzo. Apártate de la gente, Naomi.

–Yo no soy así.

–Entonces, hazte así. Yo me esfuerzo. Algunas veces, me dejo arrastrar, pero, en general, no lo hago –la miró–. Toma solo lo que necesites de los demás y no des más de lo que estés dispuesta a perder.

–Parece egoísta.

–No lo es. No me importa la familia o la amistad profunda. No quiero amor y el sexo sigue siendo el mejor rato del día o de la semana.

–Las personas quedan dolidas –comentó Naomi pensando en algunas de las mujeres con las que había tenido que lidiar, pero, sobre todo, pensando en sí misma–. Fue lo que me preocupó cuando te rechacé.

–¿Qué? ¿Que me convirtiese en un monstruo furibundo?

–Dolidas emocionalmente –contestó Naomi con un suspiro.

Sev ni siquiera era un marciano, era de otra galaxia.

–Dejé muy claro desde el principio que solo quería sexo. Como he dicho, apuesta solo lo que estés dispuesta a perder. Puedes elegir no exponer el corazón. No esperes nada de nadie... –él le sonrió– y exige un servicio excelente.

–No lo entiendo.

–Tu padre, por ejemplo. Dile que, si quiere tener alguna relación contigo, tendrá que ser él quien haga un esfuerzo constante.

–No lo hará.

–Entonces, no te engañarás.

–Tampoco veré a mis hermanas.

–¿Y...?

–No quiero ser así.

–Duele menos –replicó Sev–. Llámalo y dile que te has marchado y el motivo. A ver qué pasa. Hazlo ahora, yo estaré a tu lado. Échale pelotas y, si crees que no puedes, toma prestadas las mías...

Él, sin pensárselo, le tomó una mano y se la llevó allí. Estaban juntos en una cama. Él farfulló algo y fue a apartarle la mano, pero ella la mantuvo allí.

–No había venido para eso –dijo Sev.

–Lo sé.

–Solo quería... ilustrarlo...

–Lo entiendo.

Ella, sin embargo, no apartó la mano y notó la erección incipiente. También estaba excitada y no por lo que había hecho él con su mano, sino por lo que había dicho de que no expusiera el corazón. Se había quedado escuchando, pero también le había dado vueltas a la cabeza. Deseaba a Sev, deseaba sentir sus labios otra vez y dejarse llevar por el deseo que no la había abandonado desde el día que se conocieron. ¿Podría no exponer su corazón, como había propuesto Sev?

Mientras ella le tocaba el abultamiento, Sev se reconoció a sí mismo que, si bien no había ido allí por eso, se había excitado y por eso se había llevado su mano allí. Aunque había sido inconscientemente, como algo natural dado lo que sentían entre ellos.

–Naomi, no voy a dejar que... se baje por tercera vez –le advirtió Sev mientras ella seguía tocándolo.

–¿Tercera? –preguntó ella con el ceño fruncido.

–Estabas desnuda y ardiente la mañana que te llamé desde Roma. ¿Quieres que te recuerde la segunda?

–No.

–No voy a volver a hacer nada –comentó Sev mientras ella notaba que se endurecía más por su contacto–. Si lo quieres, Naomi, tómalo.

Era la persona más arrogante que había conocido. Él le apartó la mano, pero solo para sentarse, quitarse la camiseta y volver a tumbarse. Había visto muchas veces su torso desnudo, sobre todo, cuando tenía la cara llena de crema de afeitar, pero, en ese momento, estaba sin afeitar, tumbado de espaldas y mirando al techo. Ella tenía todo ese cuerpo a su disposición si lo quería. Ni un beso ni mirarla siquiera. No iba a ponérselo fácil.

–Lo digo en serio –siguió él–. Puedes hacer lo que quieras.

–¿Vas a quedarte ahí tumbado?

–Sí. He intentado ser simpático y mira lo que he conseguido. Te toca seducirme –él se estiró y cerró los ojos–. Si no, me quedaré dormido.

Naomi se quedó de lado, lo miró y se reconoció que, probablemente, había perdido muchas ocasiones con Sev. Se acercó a su boca y lo besó, pero él no le devolvió el beso. Era sorprendentemente excitante ocuparse de su boca relajada, que sabía a coñac a las siete de la mañana. Siguió esperando que él reaccionara, pero se limitó a dejarle que hiciera lo que quisiera. Era increíblemente excitante y lo besó más sensualmente, empleó la lengua para intentar que reaccionara, pero la única reacción fue que respiró más profundamente. Se sentó en los talones para pensar qué haría después y comprobó que había otra reacción, que podía ver el abultamiento debajo de los pantalones. Esa vez, fue a por el cinturón.

Él lo reducía a sexo y era increíblemente liberador. Además, a él le sorprendía que esa persona que había sido tan dada a pedir disculpas se relajara de esa manera. Cuando abrió los ojos, pudo ver su contorno femenino en la penumbra. Además, había sentido sus senos sobre el pecho y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no acariciarla. Le encantaba que fuese desinhibida con él.

Naomi le desabrochó el cinturón, la bajó la cremallera, introdujo la mano y sintió la turgencia expectante. Tuvo que tragar saliva al acariciar el sedoso vello púbico y tiró de sus vaqueros.

–Esa noche iba a hacértelo deprisa y corriendo –comentó Sev mientras levantaba las caderas para que pudiera quitarle la ropa.

Él solo le daba su voz profunda, pero era más que suficiente para excitarla, sobre todo, cuando estaba completamente desnudo y erecto. Le hablaba de una forma que ella no había oído jamás. La había regañado y algunas veces habían discutido, pero esa vez acababa en la cama.

–Iba a hacértelo deprisa y corriendo y a compensarte después por la falta de prolegómenos... pero dijiste que no, que tenía que marcharme.

–De acuerdo...

No necesitaba que se lo recordara, aunque quizá sí lo necesitara porque estaba balanceándose sobre los talones mientras lo tomaba con la mano.

–Además –Sev siguió con esa sensual regañina–, crees que aquella vez en el teléfono yo solo quería un clímax rápido, pero nunca te he dicho obscenidades. No sabes bien lo que te perdiste aquella mañana...

Él dijo algo en ruso y tuvo que ser una obscenidad porque le agarró el miembro con más fuerza y sintió la tensión por dentro. Seguramente, estaba siguiendo órdenes porque se puso encima de él y se sentó en sus muslos.

–Preservativos –dijo Sev–. Luego quiero que sigas y...

Él volvió a hablar en ruso y ella, algo alterada, rebuscó en la mesilla, ¡pero no se ocupaba de las cosas de aseo del avión!

–¿Dónde?

–Junto a la ducha.

–Eres un malnacido, Sev.

–Sí, pero vas a ir a buscarlos y enciende la luz cuando vuelvas.

Sev conseguía que fuese evidente que lo deseaba porque, una vez en el cuarto de baño, se miró al espejo y vio una cara que se había olvidado de las lágrimas. Nunca se había visto cuando estaba así de excitada. Encontró lo que buscaba y volvió al cabo de unos segundos con la respiración acelerada.

–Las luces –le recordó Sev cuando ya se acercaba a la cama, lo que significaba que tenía que volver–. Camina despacio.

Ella encendió las luces y caminó despacio para deleite de él. Podía ver lo excitada que estaba. Tenía el rostro sonrojado y los pezones erectos. Además, lo miró a los ojos con un brillo inconfundible.

Le dominaba una tensión tal por lo que se avecinaba que, cuando le tocó el miembro, Naomi creyó que podría sentir una descarga eléctrica, pero estaba cálido y húmedo, aunque no con la humedad que quería él.

–Humedécelo primero.

–Creía que iba a hacer lo que yo quisiera –replicó ella.

–Haz lo que se te dice.

Ella se rio de sí misma, de la idea de que Sev hubiese ido allí a hacerle el amor, y ayudaba que no se tratara de eso. Bajó la cabeza y sabía que iba a ser una auténtica felicidad sexual. Él volvió a tomar las riendas y la colocó a gatas y de tal forma que se quedó con la cara entre los muslos de ella. No la tocó ni la paladeó, pero sí estimuló su anhelo. Gemía mientras lo lamía y por la necesidad de ese contacto íntimo que él se negaba a concederle. Entonces, cuando se lo introdujo en la boca, él le levantó las caderas y la detuvo otra vez.

–Date la vuelta.

Ella se sintió mareada por él más que por el movimiento. Se sentó en sus muslos con una sensación de vértigo, más excitada de lo que había podido llegar a imaginarse que estaría alguna vez. Sev rasgó el envoltorio y se lo entregó a ella.

–Pónmelo.

–¿Vas a decirme que no en el último momento? –le preguntó Naomi.

–¿Por qué iba a hacer algo así? –preguntó Sev mientras observaba cómo desenrollaba el preservativo a lo largo de toda la extensión de su miembro–. Ahora, móntate.

Naomi fue a hacerlo, pero él le levantó las caderas y, de repente, le dio la vuelta y la tumbó de espaldas. Sev estaba encima, justo como cuando ella le dijo que no, con la diferencia de que estaban desnudos y él estaba protegido. Ella se arqueaba y, como aquella noche, estaba a punto de llegar al clímax.

–No, ni se te ocurra llegar al clímax sin mí –le advirtió Sev.

Entró en ella a la vez que sentía el orgasmo. Nunca había sentido nada parecido, nunca la habían tomado con esa potencia mientras llegaba al clímax. Ni siquiera podía gritar porque tenía toda la energía concentrada alrededor de él y la única parte del cerebro que le funcionaba estaba suplicando que él también explotara, pero en vano. Sev acometía con tanta intensidad que, aunque el orgasmo remitía, no se extinguía. Le pareció como si toda su vida hubiese sido insustancial hasta ese momento. Los pulmones le recordaron que debería respirar y ella tomó algo de aire y se encontró con la boca al lado de su oreja.

–Sev...

Casi necesitaba que parara. Las acometidas eran rápidas, profundas y devastadoras, pero, entonces, se apoyó en los codos y bajó el ritmo, pero no la intensidad. Eran unos movimientos lentos y premeditados que la mantenían con una sensación de espera cargada de tensión, pero, entonces, cuando ya parecía que no aguantaba más, él aceleró el ritmo y volvió a hacerla bullir a su voluntad.

–Toma –dijo Sev mientras llegaba al orgasmo–. Krasavitsa –añadió cuando alcanzó el clímax y ella dejó escapar un grito de placer.

Pareció como si se le apagaran las luces en la cabeza mientras la arrastraba a un sitio donde no había estado nunca. Sin embargo, él la acompañaba.

–Creo que me has arrebatado la virginidad –comentó Naomi mientras él se desmoronaba encima de ella y se quedaban sin aliento.

Él se rio y entendió que, probablemente, ella no había tenido una relación sexual parecida.

–Creo que tú me has arrebatado la mía –replicó él.