Capítulo 7

 

CÓMO habrían ido las cosas entre Naomi y su padre? Eso fue lo primero que pensó Sev mientras apagaba el despertador. Se dijo a sí mismo que estaba preocupado por ella porque él sabía, mejor que nadie, lo que podía estar sufriendo.

Se quedó tumbado un rato mientras pensaba en el día que le esperaba. No le apetecía especialmente ir a Dubái, pero tenía que zanjar eso por una temporada. Allem no paraba de invitarlo, y no solo por trabajo, sino para que pasara unas vacaciones. Su primera gran oportunidad la había tenido allí y no lo había sabido en su momento.

Se acordó de que al ver el itinerario comprobó que hacía escala en Londres. Daniil vivía cerca de Londres. Le escribió y le propuso que se encontraran delante del palacio de Buckingham el día del aniversario de Nikolai.

A Daniil lo había adoptado una familia rica y en aquel momento usaba el nombre de Daniel Thomas. Él había supuesto que no se presentaría, y había acertado. ¿Por qué seguía yendo a Londres todos los años? ¿Por qué seguía esperando que Daniil podría aparecer cuando la lógica decía lo contrario?

El año anterior había cancelado el vuelo, pero cambió de opinión en el último momento. Literalmente, en el último minuto. Fue al palacio de Buckingham justo a mediodía y, naturalmente, su viejo amigo no estaba allí.

Pensó en otro viaje que había hecho cuando había empezado a tener dinero. Había vuelto a Rusia con una esperanza desbordante ante la idea de conocer a su madre. Era algo que rememoraba muy pocas veces y de lo que no hablaba con nadie.

Decidió que por eso se había despertado pensando en Naomi, se levantó de la cama y fue a ducharse. Sabía perfectamente lo que podía pasar.

Aparte del ligero embrollo con las fechas entre Dubái y Londres, Naomi lo había organizado bien. Solo tenía que ducharse y vestirse. Eligió unos vaqueros y una camiseta negros, pero no se molestaría en afeitarse.

Era una de esas mañana frías que daban una idea del crudo invierno que se avecinaba y se sentó en el asiento trasero del coche con los ojos cerrados mientras esperaba a que se montase Naomi. Normalmente, se encontraban en el vestíbulo, pero ella no estaba allí esa mañana.

–¿Dónde está Naomi? –le preguntó al chófer cuando se montó.

–Hemos metido algunas cosas en el maletero y están bajando el resto.

No le dio más importancia al principio porque estaba acostumbrado a que las mujeres llevasen demasiado equipaje. Sin embargo, le pareció impropio de ella cuando lo pensó mejor. Naomi, como él, viajaba con poco equipaje.

Entonces, oyó su voz, miró por la ventanilla y vio que estaba hablando con el conserje y que estaban metiendo muchas más bolsas y maletas en el maletero. No solo eso, también vio un carro con unos paquetes muy grandes con envoltorios de Navidad que, a juzgar por lo que él podía deducir, iba a dejar al conserje. Entonces, ella le dio las llaves y un fajo de billetes.

Él no dijo nada cuando ella se montó en el coche. Iba vestida con un elegante traje negro, botas negras y un abrigo. Además, llevaba una maleta pequeña, que, seguramente, tendría la ropa para Dubái. Incluso, se había pintado los labios, pero estaba muy pálida, tenía ojeras y estaba a punto de llorar. Comprendió que su padre le había hecho daño, y mucho. ¡Malnacido! Tuvo ganas de decirle al chófer que los llevara a Long Island, donde estaría encantado de sacar de la cama a Anderson Anderson, pero también sabía que no serviría de nada.

–¿Qué tal anoche? –le preguntó él en cambio.

Naomi lo miró fijamente y sacudió la cabeza.

–¿Qué pasa, Naomi? ¿Qué son todas esas maletas?

–Puedes descontarme del sueldo el exceso de equipaje –contestó ella en tono cortante.

–Naomi...

–No voy a volver.

–¿Puede saberse qué pasó anoche?

–No quiero hablar de eso.

–¡Cabezota!

Sin embargo, Sev decidió que sería mejor no insistir por el momento. Naomi tenía un aspecto espantoso y estaba temblando a pesar de la calefacción del coche. Quiso sacar una manta y envolverla o abrir el mueble bar y servirle un coñac, pero podía imaginarse lo que diría ella si hacía algo así a esa hora de la mañana. También tenía la sensación de que si insistía en que hablase demasiado pronto, se bajaría en el siguiente semáforo y no lo acompañaría a Dubái.

Allí haría más calor... Fue otro pensamiento ilógico, pero, de repente, quería que ella tuviese calor y estuviese tumbada al sol. Decidió que hablarían en el avión. Allí no podría evitarlo.

Una de las muchas ventajas de tener un avión privado era que no había que hacer filas ni trámites interminables. Los llevaron directamente a la pista donde los esperaban Jason, el capitán, con Shannon y otra azafata. Subieron a bordo y el capitán informó a Sev sobre el plan de vuelo. Sev asintió con la cabeza, se quitó el abrigo y se lo entregó a Shannon. Naomi hizo lo mismo, pero al contrario que Sev, quien fue directamente a su asiento, ella todavía tenía que aclarar algunas cosas con la tripulación.

–Ven y siéntate –le dijo Sev.

–Ahora voy.

–He dicho que vengas y te sientes.

Se sentaron en los amplios asientos de cuero uno enfrente del otro. Los motores ya estaban encendidos y la tripulación estaba preparando el despegue. Sev había rechazado un café, ya se lo tomaría cuando hubiesen despegado. Miró a Naomi, quien estaba mirando por la ventanilla. No tenía sentido intentar hablar con ella en ese momento y sacó su libro. Sin embargo, no podía concentrarse y volvió a mirarla.

Naomi podía sentir sus ojos clavados en ella mientras miraba el cielo oscuro. Empezaron a avanzar por la pista y el avión se elevó. Le dio igual que él pudiera ver las lágrimas que le empañaron los ojos cuando miró el perfil de Manhattan y se acordó de la primera vez que llegó allí con dieciocho años y el corazón rebosante de esperanza... para que la defraudaran. La misma esperanza que había tenido la segunda vez. Había sido una necia.

–Volverás –comentó Sev.

–¿Para qué?

Lo que menos le apetecía del mundo era que volvieran a rechazarla.

Sirvieron los cafés, con leche y azúcar para Naomi y largo y solo para Sev, sin azúcar esa vez. También había pastas y Sev estaba comiéndose la segunda mientras ella seguía mordisqueando el borde de la primera. Ya no pudo aguantar más.

–¿Qué pasó anoche?

–Ya te le he dicho –contestó Naomi–. No quiero hablar de eso.

–Bueno, pues siento tener que imponer mi autoridad, pero dado que estás dejando el piso sin aviso previo, creo que tengo derecho a saberlo y más aún...

–Te he avisado con antelación –le interrumpió ella–. Lo único que ha cambiado es que no voy a volver a Nueva York después de Londres. Además, si te preocupa el piso, ya me he ocupado de todo. Me he traído todo lo que he podido y el resto me lo mandarán a Londres. Lo he dejado lo más ordenado que he podido y he dado dinero para que lo limpien.

Los dos sabían que a él le importaba un rábano todo eso.

–¿Y los regalos de Navidad?

Naomi cerró los ojos.

–Todavía no es diciembre siquiera –añadió Sev.

Él no podía entender que los hubiese comprado y envuelto.

–Me gusta ser previsora.

–No hacía falta que me hicieras tantos.

Él le dio una patadita en el pie y ella esbozó una sonrisa muy leve. Sev sabía que eran para sus hermanas por parte de padre.

–¿Quieres que me encargue de que los entreguen?

–Te lo agradecería –contestó Naomi–. Si mi padre o Judy no pasan a recogerlos.

Sev estaba seguro de que no pasarían.

–Bueno, tu madre se alegrará de verte.

Vio que ella apretaba los labios y que no era para sonreír. Los apretó para contener las lágrimas. No estaba siendo un malnacido, estaba intentando entenderla.

–¿Qué pasó anoche? –le preguntó Sev otra vez.

Ella tampoco le contestó. Rebuscó en el bolso, sacó dos pastillas contra el dolor de cabeza y se las tragó. Él vio que le temblaba la mano mientras levantaba el vaso de agua.

–¿Has dormido algo? –siguió Sev.

–No, pero no te preocupes. Echaré una cabezada mientras tú duermes y estaré bien cuando lleguemos a Dubái.

–Acuéstate –le dijo Sev.

–No hace falta.

Solo había un dormitorio en el avión y ella no estaba de humor para compartirlo.

–Acuéstate –repitió él–. No vamos a parar en cuanto lleguemos a Dubái y, en este momento, parece como si estuvieses muriéndote. Te recuerdo que me representas.

Era la única manera que tenía de conseguir que quizá lo obedeciera.

Shannon fue a preguntarles qué querían desayunar, pero ella ya tenía el estómago revuelto por la cuarta parte de la pasta que se había comido. La verdad era que estaba completamente agotada. Se había pasado la noche anterior haciendo el equipaje y ordenando la casa y la noche anterior a esa tampoco había dormido casi por los nervios, no solo porque iba a presentarse en casa de su padre, sino porque iba a ser su último día en la oficina.

–¿Qué haces? –preguntó Sev con enojo cuando ella sacó la tableta con la evidente intención de ponerse a trabajar.

–Solo voy a repasar los correos electrónicos que te mandaron anoche.

Sev contestó las preguntas que hacían los correos con un lacónico «sí» o «no», pero ella acabó dejando de fingir que estaba bien.

–Es posible que me tumbe, si no te importa.

–Hazlo, por favor –le pidió Sev–. Estás tan pálida que estoy empezando a creer en los fantasmas.

Ella sonrió con la misma levedad que antes mientras se levantaba.

–Te pido perdón por todo esto.

–Dudo mucho que tenga que perdonarte algo relativo a anoche –replicó Sev–. Creo que me conoces lo bastante como...

–¡Conocerte! –le interrumpió ella con rabia–. No sé nada de ti.

Ella sabía que no estaba enfadada con Sev, pero él también era humano, era alguien cercano y, quizá involuntariamente, también le había hecho daño y así había vislumbrado todo lo que se guardaba dentro.

–¿Puede saberse qué quieres decir? Has estado organizando toda mi vida durante los últimos tres meses.

–Sí, es posible que me conozca tu agenda y que sepa las almohadas que prefieres en los hoteles, pero no sé nada de ti, Sev. No me dices absolutamente nada, así que no pretendas que vuelque mi corazón. No tienes ni idea de lo que estoy pasando.

–Eso tú no lo sabes.

–¿Qué sabes de la familia? Ni siquiera mandas flores a tu madre el Día de la Madre...

–¡Alto! ¡Alto! –exclamó Sev.

–Es verdad, he intentado comprobarlo en tu agenda. No te preocupas por nadie, Sev, así que no vayas dando consejos.

Ella no pudo seguir y, además, ya había hablado demasiado. Se dio media vuelta y se fue al dormitorio. Ya se disculparía más tarde, en ese momento, estaba demasiado machacada como para sentirse avergonzada o con ganas de disculparse... otra vez.

Miró alrededor. El dormitorio era increíble. Los acabados eran de ébano, como los del dormitorio de su casa, y había una ducha y todo. Podría estar en un hotel de cinco estrellas y no volando a muchos pies de altitud. Se desvistió y fue a darse una ducha, sobre todo, para ver si podía entrar en calor, pero no lo consiguió. Temblorosa, se preguntó qué podía ponerse para acostarse, pero estaba demasiado cansada, se metió desnuda entre las lujosas sábanas y se quedó oyendo el zumbido de los motores con la esperanza de quedarse dormida.

Le encantaría llorar con la cara en la almohada, pero Sev estaba al otro lado de la pared y tendría que esperar hasta que estuviera sola en el hotel. Por el momento, se quedó con la mirada fija, viendo los trozos de su corazón flotando en el aire y preguntándose cómo podría volver a juntarlos, cómo podría volver a empezar sabiendo que su padre no quería saber nada de ella. Y eso no era todo. ¿Cómo podría seguir adelante cuando sabía que no volvería a ver a Sev después de Dubái?

 

 

Sev miró el apetecible desayuno que le había servido Shannon, pero apartó el plato y pidió una copa de coñac. Era del color de esos ojos tristes. Debería dejar que durmiera y descansara, pero no podía. Estaba seguro de que estaba llorando al otro lado de la puerta.

Inclinó hacia atrás el respaldo de la butaca de cuero, pero no podía dejarla sola.

Naomi oyó que llamaban a la puerta, pero él no esperó a que contestara. Se dio la vuelta y vio el contorno de su cuerpo en la puerta.

–Creía que el trato era que durmiese...

–Solo quería comprobar que estabas bien.

–Estaba medio dormida –mintió Naomi.

–¿Podemos hablar? –preguntó Sev.

–No –contestó ella, aunque vaciló–. Te pido perdón por lo que dije sobre el Día de la Madre.

–Te equivocaste. Sí le mando flores, pero el Día de la Madre es a finales de noviembre en Rusia y me ocupo yo mismo de mandárselas.

Ella se quedó callada.

–¿Te has sonrojado? –preguntó él.

–Ya no me sonrojo.

–Vamos, Naomi. ¿Qué pasó anoche?

Ella miró su figura a contraluz y decidió que era más fácil reconocer lo que había pasado cuando no podía ver su reacción.

–Quise averiguar lo que sentía por mí y si había algo que sirviera de base para empezar...

–¿Y?

–Ya lo sé.

Esas tres palabras le dijeron bastante y fue a sentarse en el borde de la cama. Naomi sintió que se hundía el colchón y estuvo a punto de decirle que, si no se marchaba él, se marcharía ella, pero, entonces, él le tomó la mano.

–Sé cómo te sientes.

–Créeme, no lo sabes.

–Avergonzada, rechazada, como si fueses un error...

Él había dado en el clavo y ella empezó a llorar. Además, se sintió muy abochornada. No por Sev ni por haberse desmoronado. Se sentía abochornada por su rostro rollizo sonriendo con ilusión a su padre, por los secretos de ellos para mantenerla al margen. Se sentía avergonzada por las miradas entre su padre y Judy mientras buscaban la manera de alejarla de sus vidas.

–Creí que cuando él llegara a conocerme...

–Lo sé.

–Que cuando me viera...

–Lo sé.

Durante la entrevista, ella le había recordado a sí mismo, pensó Sev mientras la abrazaba.

–¿Por qué lo sabes? –preguntó Naomi.

–Porque me ha pasado a mí.