Capítulo 18
Habían pasado varios meses desde que Laila vio a Peter por primera vez en todos aquellos años. Todavía recordaba la sensación cuando entró en la sala de visitas. Era tan guapo, y se parecía mucho a su padre, aunque era más esbelto, como ella.
También se alegró de poder ver a Agneta por fin. Siempre estuvieron muy unidas, pero no tuvieron más remedio que vivir separadas. Y su hermana le había brindado el mejor regalo que se puede imaginar: había acogido a su hijo bajo sus alas y le había dado un refugio, una familia. Con ellos vivió seguro, al menos, mientras Laila guardara todo en secreto.
Ahora ya no tenía por qué seguir callando. Era tan liberador… Aún tardaría un poco, pero su historia se contaría. Igual que la de la Niña. No se atrevía a creer del todo que Peter estuviera seguro, pero la policía buscaba a la Niña por todas partes y parecía demasiado lista como para ir en busca de Peter ahora.
Rebuscó en su fuero interno por ver si sentía algo por su hija, aquella criatura que, después de todo, era su carne y su sangre. Pero no, la niña fue un ser extraño desde el principio. La Niña no era una parte de ella y de Vladek, no como lo era Peter.
Quizá ahora podría salir de aquella prisión, si lograba hacerles ver que su historia era verdadera. En realidad, no sabía si quería o no. Había pasado allí encerrada tantos años de su vida que ya le era indiferente. Lo más importante era que Peter y ella pudieran mantener de nuevo el contacto, que él pudiera ir a verla de vez en cuando y un día, quizá, incluso llevar a los niños. Eso bastaba para que valiera la pena vivir la vida.
Unos toquecitos discretos la distrajeron de unos pensamientos tan halagüeños.
—¡Pasa! —dijo Laila con una sonrisa en los labios.
Se abrió la puerta y entró Tina. Se quedó un instante en silencio.
—¿Sí? —preguntó Laila al fin.
Tina sostenía algo en la mano y, cuando Laila bajó la vista para verlo, sintió morir la sonrisa.
—Te han mandado una postal —dijo Tina.
Le temblaba la mano sin control al sostener la postal, que venía sin mensaje y con la dirección sellada en azul. Le dio la vuelta. Un torero ensartando a un toro.
Laila se quedó en silencio unos segundos. Luego se le escapó el grito de lo más hondo de la garganta.