Uddevalla, 1967
Las cosas se habían arreglado tan bien que Laila no podía creerlo. Vladek no era solo un buen domador de leones; además, tenía un talento más útil para la vida cotidiana. Se le daba bien reparar cosas. Pronto lo supo toda Fjällbacka, y la gente iba a llevarle de todo, desde un lavavajillas estropeado hasta un coche que no funcionaba.
En honor a la verdad, buena parte de los encargos le llegaban solo por la curiosidad que la gente sentía. Eran muchos los que querían ver de cerca con sus propios ojos algo tan extraordinario como un artista de circo de verdad. Pero, satisfecha la curiosidad, quedaba el respeto por sus habilidades y, en cuanto se acostumbraron a su presencia, fue como si siempre hubiera vivido en el pueblo.
Vladek ganó confianza en sí mismo y, el día que vio el anuncio del traspaso de un taller en Uddevalla, les pareció lógico aprovechar para mudarse, aunque a ella le daba mucha pena no vivir cerca de Agneta y de su madre. Pero Vladek podría por fin hacer realidad su sueño de abrir un negocio propio.
Además, en Uddevalla encontraron la casa de sus sueños. Se enamoraron de ella nada más verla. En realidad, estaba todo muy estropeado, y era bastante sencilla, pero la reformaron y arreglaron sin necesidad de invertir mucho, y se había convertido en un paraíso.
La vida se presentaba maravillosa y contaban los días que faltaban para tener a su hijo en los brazos. Pronto serían una familia completa. Ella, Vladek y su hijo.