Uddevalla, 1974

Empezaban a desdibujarse los límites de la normalidad. Laila lo veía y lo comprendía, pero no podía resistir la tentación y, de vez en cuando, cedía a la voluntad de Vladek. Sabía que no estaba bien, pero a veces, por un rato, le hacía ilusión fingir que llevaban una vida normal.

Las historias de Vladek seguían hechizándolos. Combinaban lo insólito con lo cotidiano, lo terrible con lo fantástico. Solían sentarse a la mesa de la cocina, con una lucecilla encendida. En la penumbra era más fácil meterse en sus historias. Podían oír el resonar de los aplausos del público; veían a los equilibristas flotando allá arriba, casi en el techo; se reían de los payasos y sus gracias; se emocionaban con la princesa del circo, que, con gracia y con fuerza, hacía equilibrios sobre el caballo, decorado con plumas y lentejuelas, y daba vueltas y más vueltas. Pero sobre todo veían a Vladek con el león en la jaula. Lo veían allí, fuerte y orgulloso de su poder sobre aquellos animales salvajes. Y no porque llevara en la mano un látigo, como pensaba la gente, sino porque los leones lo querían y lo respetaban. Confiaban en él, por eso obedecían sus órdenes.

Su principal truco, su gran final, era cuando, con un desprecio absoluto por la muerte, metía la cabeza en las fauces de uno de los leones. En ese instante, el público se quedaba en silencio, sobrecogido, creyendo que era verdad. El truco del fuego también era impresionante. Cuando apagaban las luces en la jaula, cundía la tensión entre los espectadores. Solo de pensar en los animales que había allí dentro, unos animales que veían en la oscuridad y que quizá los vieran como presas, le daban la mano a quien tuvieran al lado. Luego, de repente, unos aros de fuego que hipnotizaban con sus llamas ponían luz a la oscuridad. Y los leones superaban su miedo al fuego y saltaban con gracia por los aros, porque tenían confianza en su domador, que les pedía que hicieran el truco.

Y mientras escuchaba allí sentada, Laila deseaba que algo despejase su propia oscuridad. Deseaba poder confiar en alguien otra vez.