Capítulo 15

Allí estaban, con aquel frío, en medio de la explanada, respirando tanto aire fresco como podían. Torbjörn estaba dentro. Patrik lo había llamado con la vista aún clavada en la pantalla del televisor. Luego, se obligó a quedarse mirando desde el umbral.

—¿Cuánto tiempo crees que estuvo con ello? —dijo Martin.

—Tendremos que ver todas las películas que tenía y comprobarlas con las denuncias de desapariciones que tengamos registradas. Pero parece que se remonta a muchos años atrás. Quizá podamos determinarlo contrastando también la edad de Jonas.

—Joder, mira que obligar al niño a mirar y a filmar… ¿Crees que lo obligó a participar también?

—Parece que no, pero quizá podamos verlo en otras películas. Por lo menos, sí que Jonas lo ha repetido después.

—Y con la ayuda de Marta —dijo Martin meneando la cabeza como si le costara creerlo—. Gentuza enferma.

—A mí ni se me había pasado por la cabeza que ella pudiera estar involucrada en este caso —dijo Patrik—. Pero si es así, empiezo a estar más que preocupado por Molly. ¿Serían capaces de hacerle daño a su hija?

—Ni idea —dijo Martin—. ¿Sabes? Yo creía que tenía cierta facultad para conocer a las personas, pero esto me está demostrando que no tengo ni idea. En condiciones normales, te diría que no, que no le harán daño a su hija; pero de estas personas creo que se puede esperar cualquier cosa.

Patrik comprendió que tenían en la retina las mismas imágenes. Aquellas grabaciones grumosas, con cortes y con manchas, almacenadas en DVD, pero filmadas con un equipo antiguo. Einar era alto y fuerte, incluso guapo. Se encontraba en la habitación que había debajo del cobertizo, esa habitación que era imposible de encontrar a menos que uno fuera buscándola; lo cual no había ocurrido en todos aquellos años. Lo que hacía con aquellas chicas, por ahora sin nombre, era indescriptible, al igual que la mirada que dirigía a la cámara. Los gritos de las chicas se mezclaban con el tono monocorde y tranquilo de las instrucciones que daba a su hijo para que lo filmara. Un adolescente desgarbado que verían convertirse en adulto en las demás películas, sospechaba Patrik. Y en algún momento, también verían a una joven Marta.

Pero ¿qué había impulsado a Jonas a perpetuar la herencia repugnante que le había dejado su padre? ¿Cuándo ocurrió tal cosa? ¿Y cómo llegó Marta a verse envuelta en ese mundo terrorífico que habían construido padre e hijo? Si no los encontraban, nunca podrían esclarecerlo del todo. Además, se preguntaba cuánto de todo aquello sabía Helga. ¿Y dónde se encontraba ahora?

Le echó un vistazo al teléfono. Tres llamadas perdidas de Erica, y un mensaje de voz. Presa de los peores presentimientos, marcó el número del buzón de voz y escuchó el mensaje. Luego soltó un taco tan alto que Martin se sobresaltó.

—Ve a buscar a Gösta. Creo que sé dónde están. Y Erica está con ellos.

Patrik ya había echado a correr hacia el coche y Martin lo seguía mientras llamaba a voces a Gösta, que había doblado la esquina de la casa para orinar en la parte trasera.

—¿Pero qué pasa? —preguntó Gösta mientras corría hacia ellos.

—¡Marta es Louise! —dijo Patrik mirando hacia atrás por encima del hombro.

—¿A qué te refieres?

Patrik abrió de un tirón la puerta del conductor, y Martin y Gösta entraron en el coche.

—Erica ha ido a ver a Laila esta mañana. Marta es Louise, la niña a la que tenían encadenada en el sótano. Todo el mundo creía que había muerto ahogada en un accidente, pero está viva y es Marta. No conozco más detalles, pero si Erica dice que es así, será por algo. Erica cree además que Marta y Molly están en la casa de la infancia de Marta, y ella misma ha ido allí, ¡de modo que hay que darse prisa!

Salió derrapando y giró para salir de la explanada. Martin lo miraba sin comprender nada, pero a Patrik le daba igual.

—Pero mira que eres idiota —masculló Patrik entre dientes—. Perdón, cariño —añadió enseguida. No quería insultar a su mujer, a la que adoraba, pero estaba tan asustado que no podía controlar la indignación.

—¡Cuidado! —gritó Gösta en un momento en que el coche se fue a un lado.

Patrik redujo la velocidad, aunque lo que quería en realidad era pisar a fondo el acelerador. La preocupación lo devoraba por dentro como un animal salvaje.

—¿No deberíamos avisar a Bertil de adónde vamos? —dijo Martin.

Patrik soltó un taco para sus adentros. Sí, era verdad, habían dejado a Mellberg en la granja. Estaba con Torbjörn, «colaborando en la investigación pericial» cuando ellos se fueron. Seguramente en aquellos momentos estaba volviendo locos a Torbjörn y a su equipo.

—Sí, llámalo —dijo Patrik sin apartar la vista de la carretera.

Martin obedeció y, tras un breve intercambio de frases, concluyó la conversación.

—Viene enseguida, dice.

—Pues más le vale no meter la pata en nada.

Habían tomado el desvío hacia la casa y Patrik apretó los dientes más fuerte aún cuando vio el Volvo Combi aparcado a cierta distancia. Erica lo habría dejado allí para que no la descubrieran. Eso no lo tranquilizó lo más mínimo.

—Vamos con el coche hasta la puerta —dijo, y nadie puso objeciones.

Frenó en seco delante de la casa abandonada y entró en la explanada como una exhalación sin esperar a Gösta y a Martin. Pero cuando cruzaba la puerta ya los tenía pisándole los talones.

—Chist —dijo, y se llevó el dedo a los labios.

La puerta del sótano estaba cerrada, pero algo le decía que lo lógico era empezar a buscar ahí, pues, según pensaba, sería el lugar al que querría volver Louise. Abrió la puerta, que, por suerte, no crujió. Pero cuando puso el pie en el primer peldaño, resonó con estruendo, y desde abajo le llegó un grito:

—¡Socorro! ¡Socorroooo!

Bajó a la carrera y oyó a Martin y Gösta que lo seguían. Una simple bombilla iluminaba la habitación, y se detuvo en seco ante lo que veían sus ojos. Molly se balanceaba adelante y atrás, abrazada a sus rodillas, gritando con voz chillona y mirándolos fijamente con los ojos desorbitados. Y en el suelo estaba Erica, tumbada boca abajo, y parecía que le sangraba la herida que tenía en la cabeza.

Patrik se abalanzó sobre ella y, con el corazón martilleándole en el pecho, le puso el dedo en el cuello en busca del pulso. Al ver que estaba caliente y que respiraba, sintió un alivio inmenso, y constató que la sangre procedía de una herida en la ceja.

Erica abrió los ojos despacio y dijo con un gemido:

—Helga…

Patrik se volvió hacia Molly, a la que Martin y Gösta ayudaban a levantarse. Trataban de liberarla de la gruesa cadena, y Patrik se dio cuenta entonces de que también Erica estaba encadenada.

—¿Dónde está tu abuela? —preguntó.

—Se ha ido, pero no hace mucho rato.

Patrik frunció el ceño. Deberían haberla visto por el camino hacia la casa.

—Ella golpeó a Erica —añadió Molly temblando.

Patrik observó la herida de su mujer. Podría haber sido muchísimo peor. Y si no le hubiera dejado un mensaje diciéndole adónde se dirigía, a él no se le habría ocurrido jamás buscar allí. Y ella y Molly se habrían muerto de hambre encerradas en aquel sótano.

Se levantó y echó mano del teléfono. Había poca cobertura, pero la suficiente para hacer la llamada. Dio las instrucciones pertinentes, concluyó la conversación y se dirigió a Gösta y a Martin, que habían encontrado la llave de los grilletes de Molly.

—Le he pedido a Mellberg que esté atento y que la detenga si la ve.

—¿Por qué habrá golpeado a Erica? —preguntó Gösta mientras tranquilizaba a Molly acariciándole la espalda con gesto torpe.

—Para proteger a Jonas. —Erica se incorporó con un lamento y se llevó la mano a la cabeza—. Madre mía, estoy sangrando mucho —dijo mirándose los dedos.

—No es una herida profunda —dijo Patrik con tono seco. Ahora que se le había pasado la preocupación le habría soltado un buen responso.

—¿Habéis encontrado a Jonas y a Marta? —Se levantó tambaleándose, pero soltó una maldición cuando notó los grilletes en el tobillo.

—¡Pero qué mierda!

—Yo creo que la idea era que murieras aquí abajo —dijo Patrik. Miró a su alrededor en busca de una llave. En realidad, ganas le daban de dejarla allí un rato, y quizá al final tuviera que ser así. No se veía ninguna llave, así que habría que esperar hasta que fuera alguien que pudiera cortar la cadena.

—No, no los hemos encontrado. —No quería contarle lo que habían encontrado en la granja y que, seguramente, habrían dejado allí Jonas y Marta. No mientras Molly estuviera presente. Allí estaba ahora, sollozando abrazada a Gösta, con la cabeza apoyada en su pecho.

—Tengo el presentimiento de que no volveremos a verlos nunca —dijo Erica, pero luego miró a Molly y guardó silencio.

Sonó el teléfono y Patrik respondió. Era Mellberg. Escuchó unos instantes y, con Mellberg aún al aparato, les informó a los demás moviendo solo los labios:

—Tiene a Helga.

Luego siguió escuchando un rato, hasta que, no sin cierta dificultad, logró interrumpir la catarata triunfal de Mellberg.

—Parece que se la ha cruzado por el camino. Ahora va con ella a la comisaría.

—Tenéis que encontrar a Jonas y a Marta. Están… Están enfermos —dijo Erica en voz baja para que Molly no la oyera.

—Lo sé —susurró Patrik, que ya no pudo aguantar más las ganas de abrazar a Erica. Por Dios bendito, ¿qué habría hecho si la hubiera perdido? ¿Si los niños la hubieran perdido? La apartó un poco y dijo con tono grave—: Ya hemos dado la orden de búsqueda y hemos enviado el aviso a los aeropuertos y puestos fronterizos. Los periódicos de la tarde publicarán mañana sus fotografías. No se librarán.

—Bien —dijo Erica. Rodeó a Patrik con los brazos y cruzó las manos alrededor del cuello de su marido—. Pero ahora, procura que me quiten estas cadenas.