Fjällbacka, 1964

Los sonidos, los olores, los colores. Todo era apabullante y la aventura se respiraba en el ambiente. Laila iba de la mano de su hermana. En realidad, eran demasiado mayores para ello, pero Agneta y ella se daban la mano siempre que ocurría algo fuera de lo común. Y que fuera un circo a Fjällbacka no entraba, desde luego, dentro de lo normal.

Apenas habían salido de aquel pequeño pueblo pesquero. Dos veces habían ido a Gotemburgo para volver en el día, y eran los viajes más largos que habían hecho en su vida; el circo traía consigo la promesa de un mundo desconocido.

—¿Qué lengua hablan? —susurró Agneta, aunque habría podido gritar sin que nadie la oyera entre el gentío.

—La tía Edla dice que son de Polonia —susurró Laila a su vez, y le apretó la mano a su hermana.

—¡Mira, un elefante! —Agneta señalaba entusiasmada al enorme animal de color gris que pasó parsimonioso delante de ellas, guiado por un hombre de unos treinta años de edad. Se quedaron observando al elefante, tan bonito y tan espectacular y, al mismo tiempo, tan fuera de lugar en aquel campo de Fjällbacka donde habían montado el circo.

—Ven, vamos a ver qué otros animales tienen. Dicen que también hay leones y cebras. —Agneta tiraba de Laila, que la seguía resoplando y que notaba cómo el sudor le corría por la espalda y le empapaba el vestido de estampado veraniego.

Iban corriendo entre las caravanas que habían aparcado alrededor de la carpa, que ya estaban montando. Unos hombres fuertes en camiseta trabajaban duro para que todo estuviera listo al día siguiente, cuando el Cirkus Gigantus daría su primera representación. Muchos habitantes de la comarca no habían podido esperar y fueron a ver el espectáculo del montaje. Y allí estaban, contemplando asombrados todo aquello, tan distinto de las cosas que estaban acostumbrados a ver. Salvo los dos o tres meses en que acudían los veraneantes y toda la animación que eso conllevaba, la vida cotidiana de Fjällbacka era bastante monótona. Los días se sucedían sin que pasara nada extraordinario, así que la noticia de la primera vez que un circo llegaba a la ciudad se difundió como un reguero de pólvora.

Agneta seguía tirando de ella en dirección a las caravanas, por una de las cuales asomaba una cabeza con rayas.

—¡Mira, qué bonita es!

Laila estaba totalmente de acuerdo. Era una cebra preciosa, con aquellos ojos grandes de largas pestañas, y tuvo que contenerse para no abalanzarse y acariciarla. Supuso que estaba prohibido tocar a los animales, pero era difícil resistir la tentación.

Don’t touch. —Una voz a su espalda las sobresaltó.

Laila se dio la vuelta. Nunca había visto a un hombre tan robusto. Allí estaba, delante de ellas, alto y musculoso. Estaba de espaldas al sol y ellas tuvieron que hacerse sombra con la mano para ver algo y, cuando sus miradas se cruzaron, fue como si a Laila la atravesara una corriente eléctrica. Fue una sensación que nunca había experimentado ni por asomo. Se sentía desconcertada y mareada, y le ardía la piel de todo el cuerpo. Se dijo que debía de ser el calor.

No… We… no touch. —Laila trató de encontrar las palabras correctas. Había estudiado inglés en el colegio y había aprendido bastante de las películas americanas, pero nunca había tenido necesidad de hablar aquella lengua.

My name is Vladek. El hombre le ofreció una mano callosa y, después de dudar unos segundos, ella se la estrechó y vio cómo su mano se perdía en la de él.

Laila. My name is Laila. —Las gotas de sudor le corrían por la espalda.

Él repitió su nombre, pero en sus labios sonó extraño y diferente. Sí, en sus labios sonó casi exótico, no como un nombre corriente y aburrido.

This… —Buscaba febrilmente en la memoria, y tomó impulso para atreverse— this is my sister.

Señaló a Agneta, y el hombre la saludó a ella también. A Laila le daba un poco de vergüenza su inglés, pero la curiosidad le pudo a la timidez.

What… what you do? Here? In circus?

A él se le iluminó la cara.

Come, I show you. —Les indicó que lo siguieran con un gesto y echó a andar sin esperar su respuesta. Las dos hermanas lo siguieron medio a la carrera; Laila sintió que la sangre se le aceleraba por todo el cuerpo. El hombre dejó atrás las caravanas y la carpa y se dirigió a un vagón que estaba algo apartado. Más que un vagón era una jaula, con rejas en lugar de paredes. Dentro daban vueltas dos leones.

This is what I do. These are my babies, my lions. I am… I am a lion tamer!

Laila no podía apartar la vista de los dos animales salvajes. Algo empezó a bullirle por dentro, algo aterrador y maravilloso a la vez. Y sin pensar lo que hacía, le dio la mano a Vladek.