NOTA DE LA AUTORA
TÁNGER. ¿Por qué Tánger? Ya casi me había olvidado de esta ciudad cuando regresé a ella veintitantos años después de aquel autobús de Mundo Joven de finales de los ochenta. Recorrí Marruecos junto a mi amiga del alma, Eva Magaz. Primer viaje al extranjero, sin padres, primer contacto con una cultura cuya estética de Las mil y una noches me fascinaba. Primer paseo por una medina, diciembre, frío, del brazo de mi amiga, me embruja la voz del muecín en las callejas, un laberinto de hombres.
Veintitantos años después, agosto, 2016. Una casa antigua alquilada en la medina de Asilah, a unos cuarenta y seis kilómetros de Tánger, veraneo con la familia. Por entonces Flora Gascón ya existe. Vive a las afueras de Madrid, en territorio comanche de urbanizaciones. Es Marina Ivannova quien todavía no ha nacido; sí la idea de escribir una novela dentro de otra novela, de una ficción dentro de otra, plano sobre plano que finalmente se funden. Continuidad en los parques de Julio Cortázar. No dejo de pensar en este cuento. El hombre con la cabeza en el respaldo de terciopelo verde leyendo una novela, el personaje que se aproxima a él, el lector que a su vez lee el cuento. Tres planos. ¿Qué es verdad, qué es ficción? ¿Dónde está la frontera entre lo real y lo fantástico? ¿Entre lo real y lo creado? Necesito un lugar en el que transcurra esta historia. Cortázar tiene el parque de robles, ¿y yo? Necesito un lugar que tenga un significado, que me emocione, como ocurrió con los de las otras novelas que escribí. Nada aún. Paseos familiares. Me apasionan los gatos de la Medina. Gaviotas. El Levante que algunos días nos vuela, como a Flora, ropas y cabellos, dejándonos un calor de desierto.
Entonces sucede. Nos invitan unos amigos de Sevilla a pasar el día en Tánger. Están alojados en un pequeño hotel cercano al puerto. Una casa afrancesada. Escaleras de piedra que ascienden hasta un jardín antiguo, impresiona su belleza, un vergel en la calle bulliciosa, una alberca que se empasta con el paisaje, vistas del Estrecho. Mimi Calpe es su nombre. Aún no puedo imaginar que será la casa de Marina, de Bella Nur. En ella nos esperan Mayte, Alberto, Juan Carlos y Enrique. Almorzamos en el jardín. Han ido al mercado para obsequiarnos con marisco, que cocina Yamila, siempre sonriente, amabilidad pura. Es una comida encantadora. Mágica. Y allí comienza todo. Enrique, mi querido Enrique Parrilla, charla sobre la historia de Tánger, que yo he olvidado. Es él quien me inocula poco a poco la pasión por la ciudad, por todo lo sucedido en ella. Durante la tarde, Enrique me lleva a la librería Des Colonnes, en el edificio Acordeón, mítica en la ciudad, me habla de una mujer extraordinaria: Rachel Muyal, gerente de la librería durante veinticinco años; de su actual gerente: Simon Pierre Hamelin. Contagia el fervor de Enrique por la cultura, por los libros; su empresa de gestión cultural tiene un nombre evocador, 9 millas, la distancia mínima entre África y Europa. Juntos ascendemos por las callejas hasta la fortaleza, la Kashba. En la azotea de un hotel vemos el atardecer, selva de azoteas, antenas de TV, el Estrecho con la última luz. Ya he elegido la localización de mi nueva novela, pero aún no lo sé. Cena en el Club Morocco. Despedidas. Es a la mañana siguiente en Asilah cuando tomo conciencia de ello, la historia sucederá en Tánger.
Cuatro meses después regreso. Diciembre otra vez. Mundo cíclico. Me alojo con mi marido en Mimi Calpe. A él no le gusta la ciudad. Mimi Calpe sí, es un remanso de paz. Enrique me ha puesto en contacto con Rachel Muyal. Nos emociona conocerla. Hemos quedado en encontrarnos en Des Colonnes. Rachel es una mujer enérgica, simpática, una narradora infatigable a la que uno no se cansa de escuchar. Recorremos con ella la ciudad, las callejuelas del Zoco Chico, la sinagoga de Nahón, que abre para nosotros. Me impresionan los rollos de la Torá. Rachel es judía sefardí. Quedan muy pocos judíos sefardíes en la ciudad tras la diáspora. Rachel, con sus gafas de sol y su turbante, bella, nos relata historias de su familia en la terraza del Café Central. Su contrato matrimonial en duros de Castilla, que utilicé en la novela. Rachel de ojos vivos, divertida, cicerone perfecta, accede a guiar a una turista irlandesa que nos pregunta por la tumba de Ibn Battuta. Me parece admirable la historia de esta chica que recorre el mundo siguiendo las rutas de los antiguos viajeros. Las personas afrontan retos extraordinarios. Así conozco la tumba donde Flora verá a Paul Dingle. Después Rachel nos lleva a Villa Josephine a tomar chocolate y las magdalenas de Proust, que no tienen esa tarde, y a cambio probamos un bizcocho de limón. Rachel, anfitriona extraordinaria, muchas gracias. Niebla en Tánger no sería lo que es sin tu generosidad, tu compañía y tus historias. Tampoco existiría sin ti, mi querido Enrique. No se cómo agradecerte todo lo que me has ayudado, tu entusiasmo. Me recomendaste leer La vida perra de Juanita Narboni, de Ángel Vázquez, en cuanto te conté que mi siguiente novela transcurriría en Tánger. Hacía años que la lectura de un libro no me impactaba tanto por su estilo, su estructura, que no sentía tan real a un personaje. A veces escuchaba a Juanita hablándome en jaquetía, el español de los judíos sefardíes de Tánger, «la descansada» de la escritora peleándose con los planos de sus ficciones. Además, gracias a esta novela conocí a la Axia Kandisha. Cómo me fascinó este personaje del folclore judío. Tenía que utilizarlo. En Tánger, somos lo que el viento quiere, dice Juanita. La referencia a ella en la conversación que mantienen Flora y Armand es un homenaje a mi admiración por el genio de Ángel Vázquez. Antoñito lo llama Rachel Muyal cuando le pregunto por él, claro que conocí a Antoñito, fue mi vecino; nos guía hasta la casa donde ellos vivían de niños. Un edificio europeo, un tanto abandonado, decadente, fascinante. Rachel nos cuenta la historia de la madre de Antoñito, la sombrerera malagueña, Mariquita Molina, la sombrerera de la madre de Marina en su disfraz fatal. Mariquita Molina recibía a las clientas en su sombrerería, y para que Antoñito no se pinchara con los alfileres, su madre lo metía en una jaula, como a un canario, y lo colgaba del techo. Esta historia me la relata Sonia García Soubriet, en el café del Espejo, paseo de Recoletos, Madrid. Tengo la suerte de conocerla también por Enrique. Sonia me habla de su Tánger —cada uno tiene el suyo— de Ángel Vázquez. Me recomienda lugares para visitar, libros que pueden servirme para la novela. Gracias, siempre, Sonia, por tu amabilidad. Me recomienda Los muertos de Ronni de Leo Aflalo. Por él nacen mamá Ada y papá Arón, el ajuar de Marina que crece y decrece, cual manto de Penélope, para huir de un destino matrimonial no deseado, la pastelería Pilo, la boda por las calles de la Medina.
Le hablo a Sonia de Mimi Calpe. No lo conoce. Unos meses después recibo un wasap suyo: estuve en Mimi Calpe, es la casa de la vecina rica de Juanita Narboni, habla de ella en la novela. Se me pone la piel de punta, de gallo, de gallina, ¿las cosas suceden porque sí? Gracias Sonia, otra vez.
Regreso a Tánger en el mes de mayo. Manolo, mi marido, tiene un trabajo en la ciudad y lo acompaño. Nos alojamos de nuevo en Mimi Calpe. Sentados en el edén de su jardín, un día ventoso como si fuera a aparecer la Axia Kandisha, papeles y lápices en mano, me ayuda a desenredar la madeja que tejí en Niebla en Tánger, a dar el golpe final sobre qué le ocurrió a Paul Dingle. Él siempre más realista, más psicólogo, yo más fantasiosa. Té a la menta, pasan horas. La idea aparece. Gracias de nuevo, querido, por estar a mi lado y acompañarme en el viaje.
Gracias también a otra mujer extraordinaria, gran amiga de Enrique: Marie Christine del Castillo. Siempre es un placer conversar con ella. La dama de la editorial Renacimiento, Sevilla, me da ánimos con la novela. Hablamos de Mimi Calpe, de su historia, amores de distintas religiones, los padres de Marina Ivannova.
Gracias a Simon Pierre Hamelin, lo conocí en Madrid, lo volví a ver en Des Colonnes con su anillo de plata, me regaló un libro de la historia de la librería.
Gracias a Iciar madre, Iciar hija, Tomi, Belén y David, que estuvieron conmigo en aquella comida de verano, en ese paseo por callejas y azoteas.
A mi hermana Pitu, con quien apareció por primera vez Paul Dingle en una conversación escurialense, sin saber aún que era él.
A Palmira Márquez por su apoyo, por acompañarme en el viaje de esta novela y vivirla conmigo.
A Clara Obligado, mi maestra, y a Victoria Siedlecky, que me ayudaron con la voz argentina de Deidé.
A mi querida Moira…
A mi niña, Lucía, que siempre me da ánimos y fuerzas.
No sé cuándo regresaré a Tánger, mi Tánger, ahora yo también tengo uno.