Capítulo 18
El arte y la vida
LA GRUTA está más oscura que el día anterior cuando Armand y Flora llegaron al amanecer. Han acordado que él se esconda entre las rocas que forman el arco. Hay un entrante donde puede permanecer cerca y escuchar sin que le vean. Es mejor para que el plan funcione que solo esté Flora: si Bella Nur se encuentra a un hombre que no conoce, puede alarmarse demasiado y activar todas sus defensas, cuando se trata de lo contrario.
Se miran a los ojos y se abrazan.
—Gracias por acompañarme en esta locura.
—También es ya mi locura. Gracias por hacerme salir de mi letargo.
Lleva un pequeño cuaderno de dibujo en el bolsillo y la punta de un lápiz que sobresale. Armand vuelve a pintar la vida. Mientras esperan, quiere dibujar el paisaje de la carretera desierta, del mar que ese día está indómito por las olas que le provoca el levante.
—Estamos en Tánger —responde Flora—. Para mí también han cambiado las cosas o están empezando a hacerlo.
Las diez y veinticinco. Cada uno en su puesto. Armand escondido y Flora en la gruta, a la espera de la llegada de la escritora. Por mucho que el día anterior intentaran dejarlo como estaba, se nota que han removido la tierra del túmulo. Durante muchos años nadie la ha tocado más que el viento que se cuela por la abertura y la erosiona y el cuerpo de Bella Nur cuando lo abriga con sus artes de hechicera.
Flora tiene las manos heladas, también los pies, aunque lleva unas botas y calcetines de lana. Sabe que no entrará en calor, que es el frío del miedo lo que la atenaza y la paraliza. Se ha colocado frente a la abertura, al fondo de la gruta, en un ángulo de sombra. Mira el reloj. Las diez y media. Le pican los ojos, tiene la cabeza embotada. Aún se siente Marina. Se sorprende dentro del personaje, viendo por sus ojos, por su piel.
Bella Nur se retrasa y Flora teme que no acuda a la escenificación del arte que le ha preparado con la esperanza de que la vida que cobró entre las páginas ocurra en la gruta. Junto a la carta, en el papel azul satinado, iba otra nota con estas palabras:
Mañana te espero a las 10.30 en la tumba de Paul. Hemos de resolver esto entre nosotras para que nadie más se entere de lo que hiciste.
Habían dudado mucho sobre su redacción. Sobre si escribir algo así como: «Si no acudes, se lo contaré a la policía». Finalmente, se habían decidido por una amenaza más velada, acorde con el tono de la carta de Marina. Mencionar la palabra policía podría haberla animado a llamar al inspector contándole cualquier otra mentira, y ya no podrían atraparla.
A las once menos veinte, en el silencio de las olas que baten contra las rocas, se oye el motor de un coche. Flora imagina que es el Mercedes marrón. Unos minutos después, sonido de neumáticos y el coche que se aleja. De nuevo, solo las olas. Luego el bastón que camina por las pequeñas dunas de la playa. Flora se adentra aún más en el ángulo de sombra. Está preparando una aparición que deje desnuda la conciencia de Bella Nur tras la carta. A lo mejor espera demasiado. El alma humana a veces es impredecible. Debería haber hablado con Deidé para pedirle consejo sobre cómo se usurpa algo a una usurpadora. No la llamó porque al acabar la carta ya era de madrugada y también por si intentaba disuadirla. Quizá he sido demasiado soberbia y ahora voy a pagar las consecuencias. Una sombra penetra en la cueva. Un turbante negro. Una túnica, un collar de cuentas de color indefinido. El bastón, un filo negro en la luz de harina. La bolsa de patchwork colgada de un brazo. Puede oír su respiración fatigada. Los incómodos jadeos que no le dejan tomar aire. En una mano, una linterna. La enciende. Resopla. Flora sale de su ángulo de sombra y Bella Nur la mira con sus ojos de hechicera.
—Eres tú. Lo sabía. Desde el primer momento me di cuenta de que no eras más que una entrometida. Olisqueando, persiguiendo a un hombre al que apenas conocías y que con su silencio te había dejado claro que no le interesaba volver a verte. Has dejado atrás un umbral que no debiste cruzar. Te abrí las puertas de mi casa y respondí a tus preguntas. Incluso te envié un libro para que comprendieras. Pero tú no eres capaz de llegar a la grandeza de Wilde. A lo que él expresa en esas bellas páginas.
—No cuando miente para encubrir un asesinato, no cuando hay un crimen real, un hombre en una tumba escondida.
—Debería insistir a la policía para que te detuviera por acosadora.
—Le dijo al inspector que yo le había robado el amuleto y que estaba enamorada del personaje de su novela, pero fue usted quien me lo robó. Me lo podría haber pedido, haberme dicho que era una joya familiar, y se lo habría dado.
Flora duda de sus últimas palabras; no sabe si lo habría hecho, al menos recién llegada a Tánger. Tiene que tranquilizarse, está perdiendo el control nada más empezar y saliéndose del guion que tenía preparado. Ella es Marina.
—Tú sí que has robado —habla la anciana—. Eres una ladrona de historias, de sentimientos, seguramente porque tú no tienes nada de ello. Un parásito que ha venido a Tánger a alimentarse de los secretos de los demás. A hacerse pasar por alguien como mi madre, con la que no te puedes ni comparar.
—Al menos yo no soy una asesina, Alisha.
—No vuelvas a llamarme por ese nombre. —Bella Nur mira la arena removida del túmulo—. ¡Te has atrevido a profanarlo! ¡Has puesto tus manos fisgonas sobre lo más sagrado! —grita.
Se arrodilla con más facilidad de la que cabría esperar en ella y acaricia la arena.
—La tumba de Paul Dingle —responde Flora—. Aquí le enterraste aquella noche del 24 de diciembre.
—Qué sabrás tú de nada. —Se pone en pie apoyándose en el bastón.
—Sé lo que debió saber su madre. Sé que murió sin conocer qué había sido de su marido.
—Ni se te ocurra volver a escribirme en su nombre. Ni mencionarla a ella.
—Conté la parte que faltaba en su novela. El dolor de una madre por su hija adolescente que sufría sin que ella se diera cuenta.
Los ojos de Bella Nur se convierten en espejos.
—Mi madre siempre estaba pendiente de Paul. Le quería solo para ella, pero Paul también me quería a mí. Ella lo tuvo vivo, yo le he tenido mucho más tiempo para mí, aunque sea muerto.
—Nunca llegó a ser su amante. La quería de otra manera.
El rostro de Bella Nur está acalorado. Respira buscando hasta la última brizna de aire en los pulmones. Abre la bolsa de patchwork, saca una pistola y apunta a Flora. El corazón se le desboca.
—Yo sé bien cómo me miraba, las palabras que me dedicaba. Si no llega a ser por el hijo que esperaba, se habría fugado conmigo. Tu palabrería en esa carta me hace reír.
—He sido fiel a la verdad. La vida ha sido mi materia bruta y a ella me he ceñido.
—Has hecho ficción, querida, y mala, muerta, sin vida. Eso no es arte.
Flora oye pasos en las rocas, es Armand, piensa. Se equivoca: Paul Dingle, puntual, entra en la gruta. Armand le había hecho llegar una nota:
Si quiere saber la verdad sobre la desaparición de su abuelo, acuda mañana a las 11.00 al lugar señalado en el plano adjunto. Allí encontrará su tumba.
Con su habilidad, le había pintado un dibujo de las rocas, además de indicarle el número de la carretera, el kilómetro exacto donde debía dejarle el taxi, y la descripción de la gruta en la que hallaría el túmulo.
Es la primera vez que los ojos de Bella Nur se quedan sin vida y envejecen de golpe. Con la pistola en la mano, mira con espanto a Paul. Es tan exacto al hombre que amó que retrocede en su memoria, hasta la noche del 24 de diciembre de 1951, la de aquel cumpleaños maldito. Le tiembla la mano. ¿Y si va a matarlo por segunda vez?, teme Flora. La anciana ha dejado de apuntarla con el arma, se ha girado hacia Paul, o hacia lo que, por un momento, en la penumbra de la gruta, Bella Nur cree su fantasma.
Es Paul, de Camelot, piensa Flora. De la noche en el hotel del neón. Paul. Habitación 116. Se oculta en el ángulo de sombra.
—Tía, ¿qué estás haciendo? —retrocede—. Baja esa pistola.
La conoce, piensa Flora. Vino a Tánger a verla como imaginé.
Bella Nur apunta al suelo, se sujeta en el bastón para no caerse.
—Pregúntale a ella. —La señala y Flora sale de su escondite—. Tengo miedo de que nos haga daño.
—¡Flora! —Paul la mira con incredulidad—. Un inspector de policía me dijo que estabas en Tánger…
—¿Piensas que ha venido por casualidad? —le interrumpe Bella Nur—. Te siguió. Es un ser que se alimenta de los otros, que los persigue y los acosa.
—Usted no sabe nada de mi vida. —Flora levanta la voz.
—Porque no hay nada que saber. Está obsesionada contigo, Paul. Temo por ti, por nosotros. Hiciste bien en no presentarte en ese café, en dejarla tirada sin una sola llamada más.
Flora mira a Paul.
—Tuve que marcharme de Madrid con urgencia, no sé qué decir Flora… Lo lamento…
—No hace falta que me des explicaciones —le interrumpe ella—, no te he hecho venir aquí para eso. Ahora ya no necesito saber por qué ni siquiera me escribiste para decirme que no te ibas a presentar. Compré el libro que estabas leyendo y vine a conocer a su escritora y a ver si te encontraba, pero encontré a tu abuelo. Tu tía sabe la verdad de lo que le ocurrió.
Paul sigue los ojos de Flora, que se fijan en el túmulo.
—Tía —la mira con extrañeza—, ¿es cierto que está aquí enterrado?
Bella Nur calla. No quiere perder lo último que le importa ya en esta vida, imagina Flora: un Paul idéntico al que amó, que van a arrebatarle una vez más.
—Eso dice ella, que es una loca, como ves, que te ha seguido desde Madrid. Tenía nuestro amuleto, solo se interesaba por ti. Si eras real, dónde podía encontrarte. Al principio me hacía gracia, un animalillo con el que jugar, tenía tantas ganas de creer que le había sucedido algo excepcional, que se había acostado con el personaje de una novela, que mi Paul había salido de las páginas y la había elegido a ella. Ilusa.
—¿Te refieres a mi abuelo?
—Sí, también era mío, no solo de tu abuela. —Enrojece de cólera—. Si tu padre no hubiera nacido, las cosas habrían sido distintas.
—¿Esa es el arma con la que le disparó? —le pregunta Flora.
—Esta es, sí. —Bella Nur ha vuelto a cruzar el umbral de su memoria—. El arma de la caja fuerte. Reconstruiste bien la escena. Acertaste en casi todo: mi llegada a la casa de las afueras, esta pistola, que llevaba oculta en el bolsillo del abrigo, mis ruegos a la Axia Kandisha para que se lo llevara por mí, pero te equivocaste con Samir. Yo disparé a Paul, que no estaba en lo alto de la escalera, no le di tiempo a llegar; había oído mi voz y vino hacia mí, hacia el cañón de esta arma.
Apunta de nuevo a Flora con ella.
—Mi sobrino no debería estar aquí. Tú has arruinado los últimos momentos de mi vida. Lo poco que me quedaba para disfrutar con Paul.
—Ahora es usted quien le confunde con su abuelo.
Bella Nur quita el seguro del arma.
—Vas a morir con la misma pistola que él, eso te gustará.
Paul agarra el brazo de su tía, lo retuerce hasta que ella gime de dolor y la pistola cae al suelo. Ella ríe con una carcajada que se mezcla con las lágrimas.
—Ni siquiera es esta la pistola que le mató. Le disparé en el zaguán de casa, pero tenía mala puntería. Le acerté en una pierna. Habría vivido, no era una herida mortal. —Los ojos de Bella Nur brillan en la gruta—. Samir sacó una pistola del bolsillo de su chaqueta y le remató. Ese fue el tiro en el corazón al que te referías. Nunca hubiera tomado la iniciativa de asesinar a Paul, pero una vez que yo se la serví en bandeja, la aprovechó. «Es esto lo que tú querías», me dijo. Yo no dejaba de llorar. «Pues ya está, lo he hecho por ti.» Me mintió, él aún quería a mi madre.
Flora se estremece.
—Permitiste que mi abuela viviera con la incertidumbre de no saber qué le había pasado a su marido —le dice Paul—. Mi padre me contó que no dejaba de bordar, pero lo que más la atormentaba era creer que él la había abandonado con un hijo en el vientre. Y luego insinúas en tu novela que es una asesina.
—Ella era yo. Yo quise ser ella. Tener lo que tenía.
—Y escribiste que el hijo era tuyo.
—«Si no acertamos a hacer algo para refrenar, o modificar al menos, nuestra monstruosa adoración de los hechos, el arte quedará estéril y la belleza desaparecerá del mundo.» Oscar Wilde. La literatura siempre se anticipa a la vida, ojalá hubiera sido así.
Paul mira de nuevo el túmulo.
—Perdóname. —Bella Nur suspira.
—Quisiste hacerle pagar que la prefiriera a ella.
—Al principio, sí. Luego, conforme fue pasando el tiempo, simplemente me faltó el valor de contarle la verdad. Paul era mío. —Bella Nur se tambalea.
Su bastón ya no es suficiente para sostenerse, y antes de que caiga al suelo, Paul la agarra por la cintura y ella le abraza con fuerza. Llora.
—Te pido perdón de nuevo ante la tumba de tu abuelo. —Se separa de Paul, él aún la sostiene—. A tu abuelo se lo he pedido tantas veces. Vengo cada semana a visitarle, le pongo su vara de arrayán y le hablo en la lengua de mis antepasados. A él le gusta estar aquí, cerca del mar, sin sufrir más sus vaivenes. Déjame redimir lo que hice, déjame que cuide de ti, ya que el rencor no me dejó acercarme a tu padre.
—Él también murió sin saber la verdad.
—Tú eres el único que queda, el único que puede poner paz en esta historia que lleva viva demasiado tiempo. El único que puede cerrar la herida. Ella lo sabe. —Bella Nur mira a Flora y se abraza de nuevo a Paul.
Flora ve cómo el Mercedes marrón se aleja por la carretera hasta convertirse en una mancha que se traga el horizonte. Dentro viajan Bella Nur y Paul. Está temblando cuando Armand sale de su escondite y se acerca a ella.
—Mira —él le muestra su teléfono—, el número de la policía. Iba a llamar cuando esa mujer tiró la pistola.
—Hubo un momento en que pensé que iba a dispararme.
—No lo vi, a veces no tenía buen ángulo. Me resbalaba en las rocas con la suela de los zapatos.
—Creo que ya está —dice ella.
—Eso parece.
Caminan juntos hacia el coche de alquiler. El cielo sigue blanco y sobre ellos planean las gaviotas.
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Cuando Flora llega al hotel y consigue wifi, tiene un mensaje de Paul Dingle. Es un número diferente.
Flora, cena esta noche conmigo, por favor. Tenemos tantas cosas de que hablar… Aún estoy conmocionado por lo ocurrido y necesito verte.
Ella se sienta en la cama, se quita las botas. Tiene en la ropa, en la piel, el olor de la gruta.
—Cenar con Paul —dice en voz alta.
Estaré encantada. En el café Central, de Tánger esta vez, a las 20.30. Una segunda oportunidad…
¿Qué está haciendo? Tiene una cita con Paul Dingle, el único que queda vivo. La respuesta en esta ocasión llega muy rápida.
Allí estaré.
Flora se ve tentada a preguntarle ¿y si hay viento? No lo hace. Las ráfagas que azotaban la playa esa mañana se han apaciguado. Responde un escueto: Ok.
Se desnuda para ponerse ropa cómoda y abre el ordenador. Tiene cinco llamadas de Deidé por Skype, pero ahora necesita dormir. La llamará cuando despierte para contarle lo sucedido. Apaga el ordenador y se acuesta. El sueño la vence rápidamente.
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Flora ha dormido hasta las siete y media. Ni siquiera ha almorzado. Ha soñado con Paul, no con el que tiene una cita en apenas una hora, sino con Paul Dingle, personaje de una novela. Tiene otra llamada de Deidé, esta vez en el teléfono. Está preocupada.
—Deidé, querida, encontré al hombre con el que me acosté en el hotel de la Gran Vía. El nieto de Paul Dingle.
—¡No! Contá, contá, ¿y es de carne y hueso?
—Totalmente.
—¿Y qué pasó?
—La asesina, Bella Nur, ha confesado: lo hizo con Samir, el antiguo novio de la madre.
—El ser humano siempre se repite, Florita. Mata por despecho, para quitarse de en medio lo que le estorba en sus deseos.
—Ahora Paul quiere verme.
—¿Qué Paul, querida? Ya no sé ni lo que digo. Me enloqueciste.
—El de carne y hueso. El de Madrid.
—¿Tuvo Paul Dingle una relación con la hija?
—Yo creo que sí.
—Lo decís con dolor porque él es tu Paul, al que vos acabaste buscando.
Flora se queda pensativa.
—Mañana regreso a casa.
—Es lo más sensato que he oído. ¿Y te bajarás al castillo?
—Abajo del todo. Ahora te dejo, tengo que arreglarme para la cita de esta noche.
Le tira un beso y corta la comunicación. Está nerviosa. No sabe qué ponerse. Sin duda el conjunto de ropa interior violeta. ¿Y por fuera? ¿Ropa un tanto sexi? Flora se decide por unos vaqueros y una blusa de gasa un poco transparente; encima, una chaqueta gruesa.
Cuando sale a la calle, la ciudad le parece distinta. Reconoce con facilidad las callejas para llegar hasta el Zoco Chico donde está el café Central. No teme a los gatos, se aparta de ellos, no tiene la sensación de que la asedian y pueden atacarla en cualquier momento. Cada vez camina más despacio. Por un lado quiere hacerle pasar a Paul el mal trago de que se disculpe por haberla dejado tirada sin un solo mensaje, pero ¿de verdad le importa? ¿Tiene algo más que hablar con él? Si acaso, agradecerle que la noche que pasaron juntos y el descubrimiento de Niebla en Tánger hayan sido el detonante que la ha sacado del letargo en que vivía, que la han hecho descubrir quién es o quién puede llegar a ser.
Flora se detiene. Ha llegado al zoco. Frente a ella está el café Central. El hombre con el que va a reunirse ya no es más que un desconocido. Es Paul Dingle, el personaje de Niebla en Tánger, quien le importa. Paul Dingle hombre, desaparecido misteriosamente en 1951, cuyo cuerpo reposa en un túmulo, a quien de verdad conoce. Y ya ha terminado todo lo que podía hacer por él.
Escribe un wasap:
Paul, no puedo ir a cenar. Mañana regreso a España y aún tengo asuntos que arreglar. Siento cancelar tan tarde. Te deseo que todo te vaya muy bien. Flora la durmiente ha despertado.
Respuesta a los pocos minutos:
Lo lamento, te esperaba ya. Tenía ganas de verte y de que me contaras con detalle todo lo que ocurrió con mi tía. Voy a quedarme en Tánger al menos unos meses, así que si regresas, ya sabes dónde puedes encontrarme. Y la verdad, me gustaría que lo hicieras. De todas formas estamos en contacto.
Flora contesta un simple ok, con icono de sonrisa. Al menos yo le he avisado, se dice mientras llama por teléfono a Armand.
—Creí que estabas en tu cita —responde él.
—Ya hemos encontrado a mi Paul Dingle. ¿Cena y música tradicional? Yo creo que después de lo que ha pasado hoy, nos lo merecemos.
La mesa de siempre en el riad, junto a la ventana. Una botella de vino blanco, dos copas. Armand las llena, cuando la ve llegar con las mejillas sonrosadas. Ha ido corriendo hasta el hotel. Flora se sienta frente a él, le sonríe.
—Por nuestro encuentro en Tánger. Nada aburrido —propone Armand.
Brindan.
—¿Has encontrado vuelo para mañana? —le pregunta él.
—Sale a las doce. No tendré que madrugar. Al menos llegaré a casa para Navidad. ¿El tuyo?
—Dos horas antes.
Después de la cena suben a la azotea para fumar un cigarrillo. Las nubes se han disipado y la noche es clara.
Flora está silenciosa, ha llegado el momento de enfrentarse con la vuelta a casa. Dentro de poco, cuando esté en el supermercado perseguida por ejércitos de embarazadas, Tánger le parecerá una historia que imaginó, un sueño que recuerda al despertar. O no. ¿Se siente capaz de regresar a esa vida? Ya no es Flora Linardi, aunque tenga el pelo rojo y los ojos grises, sino Flora Gascón, que ha empezado a descender por la escalera del corazón hacia la mazmorra de su castillo.
—Esto es para ti.
Armand le entrega una hoja con su retrato.
—Con tanto trajín apenas posaste y casi tuve que hacerlo de memoria.
—Me gusta mucho, Armand. Me has dibujado más guapa de lo que soy. Te llevarás la caja de lápices a Marsella y seguirás pintando, ¿verdad?
—Ya no puedo dejarlo. —Sonríe.
—Hay cosas que cuando se ponen en marcha no tienen vuelta atrás. Me asusta volver a casa. —Da una calada al cigarrillo—. Tengo miedo de que nada cambie.
—Supongo que si tú quieres que cambie, lo hará. No culpes a tu marido por algo que no te ves aún capaz de hacer. Perdona que sea tan sincero.
—¿A qué te refieres?
—A dejarle. Quizá simplemente él no da el paso porque quiere estar contigo, pero tú no. Él es así, como le describes. Quizá tú no eres la persona para hacerle feliz, ni él a ti.
—No entiendo cómo puede decir que me quiere y comportarse de ese modo. Incluso temía que se presentara en Tánger de repente porque me contó que me iba a dar una sorpresa y se me ocurrió que iba a tener un gesto así de loco y romántico.
—Cada uno quiere a su manera, Flora. Yo también sé lo que debería hacer. La verdad es que tengo miedo a la reacción de mis hijos, y eso que ya son mayores. Estoy paralizado o lo estaba hasta que empecé a pintar y a desenterrar muertos. No voy a vender la casa, todavía, no me siento con fuerzas de sacar los muebles de la familia a subasta y deshacerme de ella. Voy a hablarlo con mi hermano y con mi mujer antes de tomar la decisión final. De momento, todo queda paralizado.
Flora sonríe y Armand la abraza.
—Me alegro mucho de la decisión que has tomado —dice ella.
—Todo necesita su tiempo.
—Yo deseaba que mi matrimonio funcionara. Tener hijos, hacer feliz a mi madre, que ella me quisiera aunque tenga el pelo rojo de mi abuela maldita. —Las lágrimas se deslizan desde sus ojos.
—Estoy seguro de que es así.
—Quizá tengo miedo porque mi situación económica no es buena, porque veo en mi marido la última oportunidad para tener un hijo, porque me siento en la obligación de darle un nieto a mi madre. Soy la única hija que tiene. Estos son los límites, me dice Deidé, estoy dentro de ellos, en una mortecina y segura comodidad, pero acorde con lo que los demás esperan de mí, y dejar a mi marido sería traspasarlos.
—Y hacer lo que tú esperas de ti.
—No sé aún lo que espero.
—Has demostrado que puedes ser una escritora excelente. Ya has empezado a imitar a los que admiras. Es un primer paso.
Armand la abraza con más fuerza, se separa un instante y la besa con suavidad en los labios. Bajate más al castillo, Florita, piensa ella, aún te quedan unos cuantos peldaños.
Ha salido la luna sobre las azoteas.
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24 de diciembre de 2015
Mi querido Paul: Hoy es el aniversario de tu desaparición, de tu muerte. He venido al puerto, al muelle adonde Marina acudía para conmemorar tu recuerdo en esta fecha. El mar del Estrecho se extiende ante mí. Hay viento, Paul, un viento de levante como despedida de mi estancia en Tánger. Me enamoré de ti, Paul Dingle, de Niebla en Tánger, de Marina, de vuestra historia, y ahora te digo adiós, aunque siempre te llevaré conmigo.
El viento sopla más fuerte, puede que el avión no despegue. Quizá es que la estoy llamando a ella, a la Axia Kandisha. Llévate a mi marido, le digo, a pesar de que todavía no ha caído la noche y él no ha venido a Tánger. Pensaba recurrir a ella si se presentaba en la ciudad. Ha comprado un aparato de Blu-ray, esa era su sorpresa, y me está esperando para una sesión de películas con palomitas. No me revuelvas el cabello con tus manos de huracán. Seré yo quien haga tu trabajo cuando regrese a casa.