CAPITULO 23
En el mismo centro de A'loa Glen, en una
plaza solitaria, Elena se vio inmersa en el epicentro de una
vorágine de energías. La magia pura le recorría el cuerpo, pero
ella ya conocía su llamada. Por ello, en lugar de atenderla, dobló
los zarcillos de energía a su voluntad, atacando en todas las
direcciones con llamaradas de fuego helado. Las llamas de color
azul salían despedidas y se arremolinaban formando una red
enmarañada a su alrededor. Nadie se atrevía a acercarse
demasiado.
Al principio, cuando Elena vio que habían
caído en la emboscada de los skal'tum se hizo un corte en las manos
y atacó a los monstruos. Los demás siguieron también su ejemplo y
reforzaron su ataque. Así, mientras ella lanzaba el fuego helado
que congelaba y detenía a los monstruos, los otros atacaban.
Joach, con la vara ya convertida en un arma
de sangre, seguía el ritmo de los ataques de Elena. Todo lo que su
hermana helaba, Joach lo hacía añicos con la vara. Entretanto,
Tol'chuk empleaba el martillo de los enanos con inscripciones
rúnicas del mismo modo en que una muchacha normal emplearía una
escoba. El ogro, dirigido por Flint, se abría paso entre los
monstruos dejando un reguero letal.
—¡Tenemos que salir de este espacio abierto!
—gritó Flint mientras atacaba con la espada. Con el sol todavía
brillando, los monstruos eran vulnerables a las armas comunes. Sin
embargo, la fuerza, la velocidad y las garras envenenadas de los
skal'tum eran una amenaza poderosa.
Mama Freda también iba detrás de la sombra
del ogro, gracias al poder de sus brebajes, había dejado de ser una
mujer frágil y se había convertido en un torbellino de muerte. Con
los dardos bañados de veneno y la vista aguda de su tamarinco,
arrojaba una verdadera lluvia de ponzoña contra el enemigo.
Mientras todos luchaban en la plaza contra
los monstruos, Meric se encontraba algo más apartado de Elena,
arrojando una tormenta de energía igual a la de la muchacha. Con
los vientos que él enviaba evitaba que los skal'tum los atacaran
desde el aire. Las ráfagas de viento empujaban las alas de los
monstruos y los enviaban dando bandazos contra las paredes de las
torres o contra el suelo de piedra.
Elena escrutó a su enemigo desde su red de
magia. El ataque furioso de su grupo había tomado por sorpresa a
los skal'tum. Aunque estaba convencida de que los magos oscuros les
habrían advertido de que fueran precavidos, aquellos monstruos
jamás se habían enfrentado a una amenaza verdadera. Habían confiado
sólo en que su abrumadora mayoría intimidaría el grupo.
Aquel día, se dijo, esas bestias aprenderían
una lección mortal.
Tras el primer ataque de Elena con su magia,
el enorme líder del grupo retrocedió, claramente asustado. Los
demás, al quedarse sin guía, luchaban con menos ardor y sin
coordinación. Hasta entonces, el grupo de Elena había logrado
contenerlos, pero entonces la muchacha se fijó en que el skal'tum
grande empezaba a sisear órdenes y a recomponer la tropa. El
espanto inicial del monstruo había desaparecido.
Ahora, por lo tanto, la amenaza era más
seria. Elena escrutó la bandada que quedaba. Aunque ella y los
demás dejaban tras de sí un camino de destrucción, la plaza seguía
llena de monstruos. Los skal'tum acechaban en todas las ventanas y
cornisas que había en lo alto. El líder de esos monstruos se acercó
al grupo de Elena y apartó a los demás a un lado.
La muchacha se dijo que, a no ser que algo
sucediera, su grupo estaba a punto de ser derrotado. Otro miembro
del grupo también se dio cuenta de que la situación era
desesperada.
—Elena —le susurró Joach—. Utiliza el
conjuro espectral. Desaparece y huye.
Elena sabía que si lo hacía, aquellos
monstruos se encarnizarían con los demás.
—Todavía no —respondió.
Entonces levantó la mano derecha, aquella
cuyo color había sido bendecido con la luz espectral. Aunque se
negaba a emplear aquella luz para desaparecer, Elena disponía
todavía de una magia: el fuego espectral. Se vio forzada a invocar
la magia espiritual vinculada a la Rosa de la mano derecha a la vez
que dudaba un poco de cómo proporcionarle el mejor uso.
Levantó los ojos y se encontró con la mirada
lasciva del cabecilla de aquella bandada de skal'tum. Al parecer,
el monstruo se dio cuenta que ella lo miraba y sonrió de forma
espeluznante. La lengua roja se le deslizó entre los colmillos,
ondulándose como una serpiente hambrienta.
De repente, muy por encima de la plaza, una
lanza de oscuridad surgió de la ciudadela que se encontraba en lo
alto de la colina. La repentina llamarada de magia afectó a todos
por igual, monstruos y personas. Parecía como si un rayo hubiera
caído cerca y aquel aguijón de energía los hiciera estremecer a
todos.
Los combatientes se volvieron para mirar
aquel chorro de energías negras, incluso el monstruoso capitán de
los skal'tum. Cuando de nuevo volvió el rostro hacia ellos, la
diversión había regresado a su mirada. Avanzó con decisión hacia
adelante, arrancando a su paso con las garras de los pies piedras
de la vetusta calle.
Elena vio que aquélla era su única
oportunidad. Levantó la mano izquierda, contuvo el flujo de fuego
helado y salió de su protección de llamas azules. El monstruo
detuvo su aproximación, dudoso ante el cambio de táctica por parte
de Elena.
La muchacha se acercó un paso más a aquel
enorme ser. La bandada de skal'tum cercana se movió, algo nerviosa.
Entonces Elena levantó la mano derecha. Mientras se concentraba,
unas llamas de color plateado salieron despedidas de la palma de la
mano en la que tenía un corte y le recorrieron todos los
dedos.
Aquel monstruo no parecía muy
impresionado.
—No hay magia en el mundo capazzz de
detenernosss, pequeña. Morirásss y yo en persssona me comeré tu
corazón.
—Te equivocas, demonio. Yo me comeré el tuyo
—dijo ella con frialdad. Lanzó el brazo hacia adelante y el fuego
salió despedido de sus dedos para clavarse en el pecho de la
bestia. La piel no se le quemó. El monstruo levantó la cabeza y se
rió.
—Pareccce que tu magia no me haccce
daño.
—Te equivocas de nuevo —repuso Elena con
tranquilidad.
Luego cerró la mano que tenía extendida y,
de repente, el skal'tum se contrajo en un espasmo. Elena apartó el
brazo y arrancó del cuerpo el espíritu de aquella bestia. Aquel ser
cayó desplomado sobre el suelo de piedra con un chasquido de huesos
y alas. Lo único que quedó de pie fue un espíritu, grabado en fuego
espectral con la forma de aquella bestia. El espíritu atrapado se
retorcía en el puño plateado de la magia encendida de Elena.
Los skal'tum cercanos retrocedieron; a su
alrededor se oyeron los gritos agudos de miedo y el ruido de las
garras en el suelo. En lo alto, los skal'tum, sorprendidos, huyeron
de sus puestos.
Al cabo de unos instantes, el espíritu que
se retorcía se calmó y finalmente dejó de moverse. La magia de
Elena había logrado modelar el espectro a su voluntad.
—Exxxtiende mi contacto —siseó Elena,
imitando al cabecilla de los skal'tum. Luego desplegó la
mano.
Unas alas de fuego espectral se extendieron
detrás de aquel monstruo fantasmagórico. Se giró y saltó contra el
skal'tum que tenía al lado, arremetiendo contra él y arrancándole
el espíritu. Entonces, los dos espíritus que surgieron, encendidos
por la voluntad de Elena, se abalanzaron sobre los demás.
Ante aquella magia tan asombrosa, los demás
skal'tum se asustaron, pues los había dejado sin líder. Algunos
monstruos intentaron atacar, pero los compañeros de Elena se
encargaron fácilmente de ellos. La mayoría de skal'tum se limitó a
huir. Los que no lo lograron, se convirtieron en pasto de aquel
fuego espectral que se propagaba. Igual que antes había ocurrido
con los depredadores, la magia consumía a esos monstruos como el
fuego la hierba seca.
Al poco rato, la plaza y las calles de
alrededor quedaron cubiertas de cadáveres de skal'tum. Destellos de
fuego espectral cruzaban las avenidas mientras aquellos esbirros
fantasmagóricos daban caza a los que continuaban con vida.
Elena, satisfecha, retiró la magia a
aquellos hostigadores antes de que le consumieran demasiado poder.
El puñado de espíritus plateados todavía visibles desapareció como
las llamas de las velas gastadas. Con los skal'tum debilitados y
dispersos, el ejército de fuego espectral dejaba de ser necesario.
Ante los combates que se le avecinaban era más que importante
salvaguardar la magia.
Flint se acercó a ella.
—Buen trabajo —la felicitó—. Pensé que
estábamos perdidos.
—¿Cómo supieron los skal'tum que saldríamos
por este punto exacto? Creía que era un paso totalmente aleatorio
—preguntó Elena sin hacer caso a aquel halago.
Flint frunció el ceño y respondió, fingiendo
que no se daba cuenta de la sospecha en la voz de Elena.
—Seguramente, como Er'ril está cautivo, el
Señor de las Tinieblas supo de su guarda y habrá creado una red
mágica para atraparnos en la puerta y conducirnos a este nido de
monstruosidades.
Elena examinó el cielo con preocupación.
Odiaba tener que pensar que Er'ril los habría traicionado incluso
en eso. En su fuero interno prefería pensar que Flint los había
conducido a una trampa y que él era el traidor.
Mientras meditaba sobre aquellas palabras,
una columna de oscuridad empezó a engullir los rayos de sol y una
luz crepuscular espeluznante comenzó a apropiarse de la
ciudad.
—¿Qué es eso? —quiso saber.
Flint se rascó la cabeza.
—Tal vez sea un modo de proteger a los
skal'tum. Así evitan que la luz del sol debilite su protección
oscura.
Y, como prueba de lo dicho, unas legiones de
skal'tum emprendieron el vuelo desde sus posiciones en toda la
ciudad, elevándose en una gran cantidad.
Joach se acercó a Flint y a su
hermana.
—Deberíamos salir de las calles. No me
gustaría tener que repetir este último combate.
Los demás mostraron su asentimiento con unos
murmullos.
—La entrada secreta a las catacumbas se
encuentra todavía bastante lejos. Tenemos que llegar al nivel más
alto de la ciudad, justo debajo del Edificio. Creo que todavía nos
queda una legua de distancia hasta llegar allí. Deberíamos
apresurarnos —dijo Flint.
A continuación, el viejo guerrero se puso en
cabeza y avanzó a buen paso por escaleras y callejones estrechos.
El camino les ofreció vistas maravillosas y también otras muy
tristes. Había estatuas grandes como torres por todas partes.
Algunas parecían haber soportado muchos siglos sin sufrir desgaste
alguno. Otras, en cambio, yacían desmoronadas y rotas. En una plaza
se vieron forzados a pasar debajo de los dedos de piedra de una
enorme mano que yacía en el suelo después de caer de una estatua
situada en lo alto de una torre.
También pasaron por zonas en las que el mar
parecía burbujear desde las profundidades y anegaba partes
completas de la ciudad. Mientras avanzaban junto a uno de esos
estanques salobres, algo enorme y armado sobresalió de las aguas
llenas de algas. Elena se acordó del kroc'an de la ciénaga.
Eludieron esas aguas.
Sin embargo, conforme avanzaban por la
ciudad, se dieron cuenta de que ésta constaba mayoritariamente de
casas y edificios oscuros y vacíos. El viento ululaba a través de
los restos de las torres y provocaba ruidos que parecían gemidos de
espíritus antiguos. Sin embargo, era evidente que la ciudad había
sido habitada por cientos de miles de habitantes. De repente, a
Elena se le anegaron los ojos. Le dolía ver lo mucho que su gente
había perdido.
Por fin, Flint intervino y rompió así
aquella sensación de vacío.
—Tiene que estar aquí delante —dijo con la
respiración entrecortada y cansado de la larga carrera por la
ciudad—. Tomamos esta curva y...
Cuando el hermano de pelo cano dobló la
esquina de un edificio en forma de tulipán, se detuvo súbitamente.
Como el resto de su grupo iba muy pegado a él, no pudieron frenar a
tiempo y todos dieron un traspié asustados.
En la avenida siguiente había apostado un
grupo de veinte seres bajos y rechonchos armados de pies a cabeza.
Aunque su estatura era menor que la de Joach, esos seres eran tan
corpulentos como Tol'chuk y eran todo músculo y hueso debajo de la
armadura.
Elena dijo en voz alta la raza de aquellos
soldados:
—Enanos.
Era evidente que los soldados estaban
aguardándolos con las hachas en alto y los escudos dispuestos.
Ninguno de ellos se movió y esperaron a que su enemigo se les
acercara. No movieron ni siquiera un dedo, parecían realmente un
grupo escultórico hecho de latón y acero. Elena intuyó que aquellos
guardianes no se desvanecerían igual que sus aliados alados. Al
verles la mirada fría y firme, supo que el grupo lucharía hasta que
el último enano superviviente muriera. Y sería muy difícil abatir
en un instante a todos los enanos.
Elena hizo a un lado a los demás y avanzó un
paso hacia adelante, dispuesta a invocar su magia.
Flint la hizo retroceder.
—No. Llevan la armadura conjurada. ¿No ves
cómo brilla?
Elena observó más detenidamente y vio que
una capa aceitosa se desparramaba lentamente por los petos y las
grebas de las armaduras con los colores del arco iris. Le pareció
incluso que casi podía oler la magia a su alrededor.
—¿Qué es lo que hace eso? —pensó en voz
alta.
—He leído historias antiguas que tienen que
ver con los guardianes con hacha enanos. Su armadura está forjada
con conjuros de magia elemental de desvío. Cuando les arrojes la
magia, hazlo con cautela, Elena. Pueden disipar la magia y
reflejarla contra quien la ha arrojado. Es mejor que no lances
ningún conjuro contra sus armaduras —le advirtió Flint.
Elena dio un paso al frente, con el ceño
fruncido y sin saber a ciencia cierta qué hacer.
—¿Dónde está la entrada a las catacumbas?
—preguntó a Flint.
—Al final de esta calle.
La expresión de Elena se ensombreció. De
nuevo le extrañó que los magos negros se anticiparan a todos sus
movimientos. Se dijo que tal vez Greshym recordara mejor los
secretos de los hi'fai de lo que los demás suponían y que, como
Flint, supiera acerca de esta entrada secreta y hubiera hecho
apostar aquellos centinelas ahí. Aun así, Elena miró con odio a los
soldados ahí reunidos mientras la sospecha le atenazaba el
pensamiento.
Elena, consciente de que el grupo esperaba
su siguiente movimiento, no se volvió. Eran demasiado pocos para
sobrevivir a una batalla de acero y músculos contra esa fuerza.
Valoró las opciones que les quedaban.
Mientras escrutaba a sus adversarios, Elena
recordó una antigua lección que había oído a su padre enseñarle a
Joach: En ocasiones, un combate se vence
mejor con ingenio que con espadas o puños. Como las
posibilidades no estaban a su favor, Elena se dijo que seguramente
había llegado el momento para aquello.
Sólo les quedaba una pequeña esperanza. Si
lograba debilitar la resolución siniestra de los guardianes, tal
vez su grupo podría sobrevivir. Gracias a su encuentro con Cassa
Dar, sabía que antaño los enanos habían sido gentes nobles. Fue el
toque corrupto del Señor de las Tinieblas lo que les envenenó los
corazones y les hizo doblegarse a esa alianza espeluznante. Elena
se dijo que aunque su fuego espectral no lograra liberar los
espíritus mancillados como con los skal'tum, había algo que tenía
ese mismo poder, algo que, en cierto modo, tenía magia: la
memoria.
Sin volverse, Elena llamó a su grupo:
—Tol'chuk, Meric, acercaos.
El ogro avanzó con el elfo a su lado. Elena
le tocó el hombro al ogro.
—Levanta el martillo bien alto para que
todos lo vean.
Tol'chuk obedeció.
A continuación, Elena miró a Meric.
—A mi señal, ¿podrías conjurar un rayo que
dé contra el martillo?
—Sí, pero como no hay ninguna tormenta
natural, necesitaré unos instantes.
—Entonces, prepárate.
Elena se acercó a los guardianes apostados
con el hacha y habló con tal fuerza que se oyó por toda la
avenida.
—Os ordeno que depongáis las armas. ¿Acaso
os oponéis al camino de vuestra propia salvación?
Tal como esperaba, no obtuvo respuesta
alguna. Elena hizo que Tol'chuk se acercase.
—¿Reconocéis esta reliquia? ¿Os habéis
olvidado de vuestra propia historia?
Elena levantó el brazo izquierdo e iluminó
el martillo de inscripciones rúnicas con una llamarada de fuego
espectral. El arma parecía brillar con luz propia.
Se produjo una cierta conmoción entre
algunos enanos e incluso hubo uno que bajó el hacha. Elena sabía
que reconocerían el Try'sil, el Martillo del Trueno de los enanos,
un símbolo muy valioso del pasado de su gente. Se preguntó si la
mera visión de aquella arma bastaría para debilitar el dominio que
el Señor de las Tinieblas tenía sobre ellos. Elena se acordaba de
cómo el recuerdo de Linora había despertado a Rockingham y lo había
liberado de sus grilletes oscuros. ¿Ocurriría ahora lo mismo? ¿Era
el Try'sil un símbolo suficientemente poderoso? Y, si no lo era,
¿podría ella hacer que lo fuera?
Uno de los guardianes dio un paso
adelante.
—Estás intentando engañarnos con la magia de
una ilusión —declaró con voz dura—. El Try'sil se perdió hace mucho
tiempo.
—¡No! Esta noche, el pasado vuelve a
revivir. —Elena hizo una señal a Meric para que se acercara. El
elfo parecía intuir lo que tenía que hacer. Salió de detrás de
Tol'chuk mientras la magia le hinchaba la camisa y los
pantalones.
»El Try'sil fue forjado por los elfos y fue
entregado a vuestro pueblo a modo de ofrenda.
El jefe de los enanos retrocedió un paso y,
al ver a Meric, abrió con sorpresa los ojos debajo del yelmo.
—¡Un jinete de tormentas!
—¡Eso es! ¡Igual que antes, así es ahora!
Recordad quiénes fuisteis antaño. El martillo tiene el poder de
hacer añicos la ebon'stone, de echar por tierra el conjuro del
Corazón Oscuro. ¡Dejad que os libere de vuestro yugo! ¡Permitidnos
pasar y abrid vuestros ojos a la posibilidad de que vuestras
tierras vuelvan a atronar con el golpeteo de vuestros martillos y
el rugido de vuestras forjas! ¡Recordad vuestro pasado!
Elena hizo un gesto a Meric y un relámpago
cayó con todo su estrépito del cielo crepuscular para dar en la
cabeza de hierro del martillo. Los truenos retumbaron por toda la
calle. Elena parpadeó ante aquel destello cegador mientras el
trueno resonaba y moría.
—¿Todavía dudáis del poder de esta reliquia
de vuestros antepasados?
Algunos enanos habían caído postrados de
rodillas, pero otros seguían de pie, al igual que su
cabecilla.
—¿Cómo...? ¿Cómo encontrasteis el Try'sil?
Se perdió hace muchos años.
Elena se dio cuenta de que si convencía a
aquel enano, los demás lo seguirían. Bajó la voz en un esfuerzo por
despertar la confianza de aquellos corazones duros.
—No se perdió. Sólo quedó olvidado. Uno de
los vuestros lo ha estado protegiendo durante siglos, a la espera
de que alguien lo viniera a recoger y lo devolviera de nuevo a
vuestro hogar. ¡Me escogió a mí! Hice el juramento de sangre de que
devolvería el martillo a vuestras tierras. ¡Y lo pienso
hacer!
—La... la profecía —musitó el líder, bajando
un poco más el hacha.
—Recordad vuestro pasado —susurró Elena—.
Recordad quiénes fuisteis en otro tiempo.
Hizo un gesto a Tol'chuk para que le pasara
el martillo. Elena se colocó frente al jefe de los enanos con el
mango del arma lleno de inscripciones rúnicas sobre las palmas de
las manos abiertas, y lo levantó delante de él.
—A pesar de que vuestros corazones están
oscurecidos por el señor de Gul'gotha y vuestras manos están
manchadas de sangre de inocentes, el Try'sil todavía tiene el poder
de purificaros.
El soldado enano alzó una mano, que llevaba
enguantada con una malla, hacia el arma; los dedos le temblaban y,
por un instante, no fue capaz de tocarla. Luego se quitó el guante
de malla y, todavía con un gesto cuidadoso, acercó un solo dedo al
hierro del martillo. Bastó aquella mínima conexión con el pasado de
su pueblo para causarle una conmoción profunda. El enano cayó
postrado de rodillas con un gran estruendo cuando el acero chocó
contra la piedra. Se despojó del yelmo y levantó su rostro arrugado
hacia el cielo. Un grito de pena y de dolor le brotó de los labios,
igual que si le estuvieran arrancando el corazón.
Elena retrocedió y dejó que el enano se
enfrentara al dolor de su pasado perdido. Sabía que no le hacían
falta más palabras o pruebas. Aun así, levantó el martillo sobre su
cabeza.
—Existe una salvación —le susurró a los
demás.
Todos los otros enanos se arrodillaron
detrás de su líder postrado para acompañarlo. Elena bajó el Try'sil
y miró de hito en hito al jefe de los soldados. El dolor que se
podía entrever en aquel rostro era demasiado profundo para
imaginárselo. Su voz se había convertido en una súplica.
—Pasad-dijo—. Liberad a nuestro
pueblo.
Elena asintió.
—Que así sea.
Ella se encaminó hacia adelante seguida de
los demás y con el martillo todavía en las manos. Conforme ella iba
pasando entre los enanos arrodillados, las hachas fueron cayendo
con estrépito sobre el suelo de guijarros mientras los enanos
levantaban sus brazos para tocar el último símbolo de esperanza
para su gente. Ella dejó que cada uno de los guardianes entrara en
contacto con su antiguo pasado, para que se acordaran durante aquel
breve instante de sus hogares olvidados más allá de aquel mar
gélido.
Después de pasar entre los enanos, se abrió
ante ella una calle despejada. Flint se le acercó, maravillado, a
la vez que miraba a los soldados.
—Nos has hecho pasar a través del fuego
—dijo—, y sólo con el poder de tu palabra.
Elena lo miró.
—No han sido mis palabras. Ha sido la fuerza
de su pasado.
Tol'chuk volvió a coger el martillo mientras
los demás se unían a Elena y Flint.
—Y ahora, ¿adónde? —susurró Meric.
—Por ahí. Está aquí delante —respondió
Flint, señalando al frente.
El anciano hermano los guió por la avenida
hasta llegar a un callejón lateral.
Cuando Joach entró en él, miró a lo alto y
estuvo a punto de tropezar. Elena le siguió la mirada para ver qué
le había asombrado tanto.
A ambos lados del callejón había dos
estructuras. A la derecha había una torre de ladrillos del color
rojo anaranjado de la luz del sol al atardecer, que se elevaba
hasta un pequeño parapeto. En el lado izquierdo había una de las
enormes estatuas que salpicaban la ciudad. Aquélla representaba a
una mujer ataviada con una toga y con un ramo florido en una mano.
Joach y ella se miraron.
—Es el Chapitel de los Difuntos —dijo Joach
con un gesto de cabeza hacia la torre y la estatua de Sylla. Elena
se encogió de hombros sin comprender la importancia de aquello—. Es
el sitio en el que transcurrió mi sueño. Fue en lo alto del
Chapitel de los Difuntos.
Agitó la vara entre sus manos enguantadas.
Como la madera no tenía contacto físico con ellas, había recuperado
su tono oscuro y volvía a ser una herramienta de magia negra.
Elena recordó los detalles del sueño de
Joach y el papel que la vara tenía en él; cómo la magia había
apartado al monstruo alado negro y había matado a Er'ril.
—¿Estás seguro de que éste es el sitio? —le
preguntó.
Joach se limitó a asentir con la mirada
clavada en el parapeto lejano. Flint, que no había oído aquellas
palabras, les hizo un gesto para que se acercaran al final del
callejón, donde un muro de ladrillos rojos les bloqueaba el paso.
Entonces empezó a contar los ladrillos desde el suelo y a los
lados.
Mientras aguardaba, Elena se estremeció al
oír las palabras de su hermano. Parecía como si su sueño fuera a
convertirse en realidad.
Delante de ellos, Flint había dejado de
contar y apretó tres ladrillos concretos. Cada uno de ellos cedió y
retrocedió a una profundidad aproximada de un pulgar. Tras pulsar
el tercero se oyó el crujido chirriante de un pestillo al abrirse
al otro lado de la pared.
Flint, satisfecho, retrocedió un poco, apoyó
las dos manos en la pared y empujó. Entonces, un trozo triangular
de la pared dio la vuelta sobre un eje dejando abierto el camino
hacia un túnel oscuro. El hermano sonrió al ver que lo había
conseguido y les hizo un gesto para que penetraran en la
abertura.
—Las catacumbas se hunden en el corazón del
monte Orr, el pico sobre el que descansa el Edificio. Este túnel es
un ramal que parte del cuarto piso de la gran espiral. Tenemos que
llegar al piso décimo para recuperar el Libro.
—Entonces debemos apresurarnos —dijo
Elena.
Todos entraron rápidamente y Flint tomó una
antorcha de aceite de su soporte. En cuanto la encendió con el
fuego de un pedernal, el anciano cerró la puerta empujándola con el
hombro. Desde aquel pequeño descansillo se abría una escalera que
se dirigía hacia abajo.
—Moveos en silencio y con cuidado
—advirtió—. Es posible que en nuestro camino encontremos más
trampas o enemigos. Propongo que alguien se quede de guardia en la
puerta para que cubra la retirada.
Nadie se prestó voluntario, porque ninguno
quería abandonar a Elena. Así que la chica tuvo que decidir por
ellos. Acarició el hombro de Tol'chuk.
—Si los enanos vuelven a cambiar de idea, o
si envían refuerzos, es posible que el Try'sil sea necesario para
hacerles cambiar de idea.
El ogro asintió.
—Yo guardará la retaguardia.
En cuanto quedó solventada esa cuestión,
Flint enseñó a Tol'chuk cómo utilizar la puerta y luego todos los
demás empezaron el descenso. A lo largo de los cien escalones que
les condujeron hacia el pasillo inferior, nadie habló. Flint los
guió rápidamente a través de un corredor que trazaba una curva
amplia y que iba a dar a un pasillo aún más amplio. En aquel lugar,
la piedra natural estaba muy bien pulida y decorada con grabados y
lápidas de piedra.
—El cuarto nivel de las catacumbas —susurró
Flint, levantando la antorcha.
Prosiguieron el descenso por aquel pasillo
en espiral. Mama Freda dejó que su mascota Tikal correteara por la
oscuridad para descubrir cualquier emboscada que pudiera haber. Sin
embargo, al carecer de los ojos de su mascota, Meric tenía que
ayudar a la anciana. Su avance era demasiado lento para el gusto de
Elena. Aunque en el cielo brillaba ahora un crepúsculo falso, Elena
sabía que no faltaba mucho para la llegada de la noche
verdadera.
De repente, Mama Freda siseó e hizo detener
a Meric.
—¿Qué ocurre? —preguntó Flint, acercándose a
la anciana curandera.
—Hay una luz —respondió ella—. Los ojos de
Tikal me permiten ver un brillo reflejado en una curva del pasillo
que queda más adelante.
—Seguramente hay alguien por ahí abajo —dijo
Flint, preocupado.
—¿Puedes pedirle a Tikal que se acerque más?
—preguntó Elena.
—Lo intentaré, pero después de la pelea de
ahí arriba, está muy asustado.
Mama Freda se apoyó contra la pared. Su
brebaje empezaba a perder efecto y se comenzaba a sentir muy
cansada.
—Veo... ¡Veo un hombre! Está en cuclillas a
un lado del pasillo. La luz proviene de un fanal pequeño que
lleva.
—¿Hay alguien más? —preguntó Elena.
—No. El pasillo está vacío.
—Es raro —dijo Flint—. ¿Qué aspecto
tiene?
—Lleva una túnica blanca rasgada y parece
muy desaseado, como si no se hubiera bañado en varias lunas.
—Mmm... la túnica blanca hace pensar que
puede ser un hermano de mi orden. Aquí hay muchos pasillos y
aberturas donde protegerse del mal. Si de verdad ha logrado evitar
las fuerzas de los magos oscuros puede que nos dé una información
valiosa. —Flint se acercó más a Mama Freda—. ¿Puedes hacer que
Tikal se muestre ante él? La reacción que tenga nos demostrará su
verdadero corazón.
—Lo intentaré —murmuró Mama Freda—. Pero
Tikal es muy tímido con los desconocidos.
Todos se quedaron en silencio mientras Mama
Freda usaba el vínculo que la unía a su tamarinco para guiar las
acciones del mismo, Elena miró a su hermano, que tenía una
expresión de preocupación, también miró a Flint, pero no fue capaz,
de captar ningún gesto engañoso en él. Aun así, se dijo, había
habido tantas trampas. ¿Acaso ésta no podía ser otra?
De repente, Mama Freda sonrió.
—El hombre parece bastante normal, dentro de
lo que cabe. Al principio, Tikal le ha sorprendido un poco, pero
tras el primer susto le ha hecho acercarse. Parece que incluso en
una situación tan desesperada como ésta, Tikal no puede evitar
pedir una galletita a un desconocido. Ahora se ha subido al hombro
del hermano y degusta un mendrugo de pan seco.
Joach y Elena se miraron.
—Sin embargo, tenemos que ser cautos
—advirtió Flint con expresión sombría—. Vamos allá y averigüemos
algo más sobre este misterioso habitante de las catacumbas.
De nuevo Flint encabezó la marcha. Joach lo
siguió con Elena al lado y Meric y Mama Freda se quedaron detrás.
Al poco tiempo, el brillo que Tikal había visto fue muy notorio.
Flint le pasó la antorcha a Meric.
—Dejad que vaya solo. Si es una trampa, será
mejor que sólo me pille a mí.
Mientras Flint avanzaba sigilosamente, Elena
le propinó un codazo a Joach.
—Acompáñalo —ordenó a su hermano.
Joach miró con extrañeza a Elena, pero algo
en la mirada de la muchacha le impidió hacer más preguntas. Elena
observó cómo su hermano se unía a Flint. Si el anciano era el
traidor que había puesto todas aquellas trampas, Elena quería que
alguien fuera testigo de lo que les aguardaba. Los dos
desaparecieron detrás de la curva de aquel pasadizo.
Elena contuvo el aliento. Durante un espacio
de tiempo demasiado largo no hubo indicio alguno de lo que podía
estar agazapado ahí delante. Elena se mordió el labio.
De repente se oyó un murmullo de
conversación en la esquina, demasiado bajo para distinguir palabras
concretas. Elena miró a Meric y luego, de nuevo al pasillo. De
repente, Joach surgió al otro lado de la esquina. Les hacía gestos
para que los siguieran con una sonrisa de alivio en el
rostro.
Elena y los demás se apresuraron detrás de
él. En cuanto hubieron doblado la esquina, Elena vio a Flint sumido
en una conversación entre susurros con un hombre harapiento. Su
túnica, antaño blanca, lucía ahora lamparones de color gris intenso
y tenía las mejillas cubiertas de una barba pelirroja descuidada
que ocultaba apenas la expresión hundida y hambrienta del hombre.
En contraste con la barba, tenía la cabeza calva como un recién
nacido.
—¿Quién es? —preguntó Elena.
—Es el hermano Ewan —contestó Joach,
excitado y aliviado—. Es un galeno. El fue uno de los que ayudaron
a curar a Conch de sus heridas. Se quedó aquí cuando nosotros
abandonamos la isla para ver si podía ayudar a defenderla desde
dentro. También él forma parte de los hi'fai y conoce todos los
pasadizos secretos. Lleva todo un mes oculto en este laberinto de
catacumbas.
Elena sintió que se sacaba un peso de
encima. Le alegraba saber que alguien podía sobrevivir al mal en
aquel lugar. Aquello le hizo tener un poco más de esperanza. Aun
así, se acercó al desconocido con mucha cautela.
Flint le hizo un gesto a Elena.
—Quiero que conozcas a alguien... a un amigo
que conoce muchos otros modos de entrar y salir de las
catacumbas.
El hermano Ewan se incorporó. Parecía muy
incómodo por su aspecto. Se pasó una mano para alisarse un poco la
túnica arrugada y, con la otra, intentó poner cierto orden en la
barba. Tikal continuaba todavía en su hombro, mordisqueando
ruidosamente su mendrugo de pan.
—Así que... ésta es... es tu bruja, hermano
Flint.
Elena asintió con la cabeza.
—Me alegro de conocerte.
El hermano Ewan sonrió con timidez y dio un
paso hacia ella. Aquel movimiento descolocó levemente al pequeño
tamarinco. Tikal se agarró a la oreja del hombre para mantenerse en
su sitio, pero no lo logró. El hermano sonrió abiertamente al ver
las travesuras del animalillo y tomó a Tikal con la mano cuando
éste se deslizaba.
—Lo siento —dijo el hermano Ewan reprimiendo
una carcajada—, pero creo que este pequeño animalito ya me ha dado
la bienvenida durante el tiempo suficiente.
Entonces el hermano Ewan levantó a Tikal y,
con un gesto rápido, le retorció el cuello y lanzó a lo lejos su
cuerpo inerte.
Mama Freda dio un respingo y cayó en brazos
de Meric.
—¡Tikal!
La sonrisa del hombre se ensanchó en un
mohín repulsivo.
—Y ahora, vamos a ver a esa brujita vuestra
más atentamente.
Acercó las manos hacia Elena.
La muchacha, demasiado sorprendida para
reaccionar, estuvo a punto de caer en sus manos. La muerte
repentina y violenta de Tikal le había helado el corazón y el
pensamiento. Pero entonces Flint se arrojó entre Ewan y Elena. El
anciano intentó coger su espada pero fue demasiado lento.
Ewan abrió por completo su túnica rasgada y
dejó al descubierto el pecho. Llevaba adheridas a su pálida piel
cientos de pequeñas sanguijuelas de color púrpura. Entonces, antes
de que Flint pudiera levantar la espada, atacó y lo estrechó contra
su cuerpo.
Joach cogió a Elena y la apartó. Ella
todavía estaba demasiado aturdida para pensar con claridad.
—¡Elena, es un guardia infame! Tenemos que
huir.
Meric asió a Mama Freda, que ahora estaba
ciega y desconsolada, y Joach empujó a Elena. En cuanto empezaron a
retroceder, Flint se desembarazó del abrazo del guardia infame.
Mientras se desplomaba, el anciano se volvió y dejó ver la cara y
el cuello, que llevaba cubiertos de sanguijuelas que lo consumían.
Al instante, esos seres repugnantes adoptaron el tamaño de unos
puños de color púrpura mientras arrebataban algo más que sangre del
cuerpo de Flint. Aquellos parásitos que se convulsionaban parecían
engullir el cuerpo y la sustancia de su víctima. Flint se desplomó
por fin contra el suelo. Mientras todos aquellos bichos salían
despedidos de su huésped, los huesos brillaron a través de las
heridas que habían dejado. Aun así, Flint seguía debatiéndose por
sacarse de encima esos monstruos. Levantó una mano, estremecida, se
desvaneció y murió.
Lo último que Elena vio antes de doblar la
esquina fue cómo Ewan pasaba por encima del cadáver de Flint. Tras
abrazar al anciano, el guardia infame tenía el pecho desnudo, y de
éste brotaba una nueva oleada de sanguijuelas púrpura, dispuestas
para la siguiente víctima.
Elena dobló la esquina y todos huyeron a
toda prisa. Mientras corrían, el horror dejó de paralizar a Elena,
que se dio cuenta de que ya podía pensar con algo de claridad y
detuvo su marcha hasta pararse. Joach intentó empujarla hacia
adelante, pero ella dejó oír un único sollozo y lo apartó.
—¡Largo! ¡Huye!
—¿Elena?
Elena levantó la mano derecha y conjuró el
hechizo de la luz espectral. La mano brilló en un tono azul rosado,
introdujo la magia en ella y deseó que aquella luz se extendiera
por el cuerpo. Elena observó la reacción de Joach mientras ella iba
desapareciendo.
—¡Encárgate de Meric y Mama Freda! —ordenó—.
¡Reuníos con Tol'chuk!
—No puedes enfrentarte sola al guardia
infame.
Elena frunció el ceño y se quitó la ropa
rápidamente.
—No voy a atacarlo. No hay tiempo. Pero
tengo que llegar hasta Flint y recuperar la guarda mientras
vosotros apartáis el monstruo de mí. ¿Podréis hacerlo?
Joach asintió.
—¿Qué vas a hacer?
—¡Voy a recuperar ese maldito Libro!
Se quitó la última prenda que llevaba puesta
y sacó su puñal de bruja. Lo sostuvo delante de Joach e hizo brotar
magia de su puño. El puñal desapareció de la vista de su
hermano.
Al cabo de unos instantes, Joach la buscó
por el pasillo.
—¿Elena? —preguntó con cautela.
Ella no dijo nada. Observó que el rostro de
su hermano adquiría una expresión de espanto y derrota. Joach
volvió a mirar hacia el pasillo, convencido de que ella ya se había
ido.
—Ve con cuidado, Elena. —Y antes de
marcharse susurró—: Te quiero.
Elena no contuvo las lágrimas que le
acudieron a los ojos. Al fin y al cabo, nadie las podía ver.
Er'ril se encontraba entre la pared de hielo
negro y el círculo de cera del mago negro. Las cadenas que lo
ataban, y que ahora estaban asidas a unas anillas de hierro del
suelo, sólo le permitían un único paso en cada una de las
direcciones. Le habían quitado la camisa y le habían grabado en el
pecho unas letras rúnicas negras con la punta del puñal de Shorkan,
que antes había sido el cuchillo de caza del padre de ambos. La
sangre le caía por el vientre y le empapaba los pantalones atados
con un cinturón. Er'ril no quería prestar atención al dolor que le
producían aquellas trece letras rúnicas; su máxima preocupación se
centraba en los últimos ritos que se estaban celebrando en el
interior del anillo mágico. Er'ril estaba medio desnudo y tenía su
único brazo atado a la cintura de forma que se sentía vulnerable.
Todas sus esperanzas dependían de lo que ocurriera en los próximos
instantes.
Denal estaba de pie dentro del anillo,
rodeado por trazos negros de energía, casi abandonado por completo.
Sólo los ojos le brillaban intensamente de terror y de rabia
mientras que, como Er'ril, miraba los últimos preparativos de los
otros magos.
Greshym habló mientras él y Shorkan trazaban
símbolos en el suelo con su propia sangre negra por el borde
interior del anillo mágico.
—Noto que el Faro de la Desdicha ha sido
encendido. Seguramente los skal'tum ya han emprendido el
vuelo.
—No importa —contestó Shorkan—. Con la
cantidad de trampas tendidas en y alrededor de la isla, no hay
intrusos que temer. Con la salida de la luna, la isla dejará de
tener importancia alguna. En cuanto el Libro sea destruido, esta
ciudad sólo será un lugar de fantasmas y esperanzas perdidas.
Habremos vencido.
Greshym miró a Er'ril durante tan sólo un
instante y luego apartó la vista. Era la señal. Er'ril
carraspeó.
—Shorkan, vas a fracasar —le espetó—. El
hechizo del hermano Kallon volverá a resistírsete.
Shorkan prosiguió la tarea, impertérrito y
sin dejar que aquellas palabras lo distrajeran.
—Fue tu sangre la que alimentó este conjuro,
Er'ril. Ahora tu sangre lo romperá.
—¿Tan seguro estás, hermano? Te digo que una
pieza de este juego se te escapa.
—¿Y cuál es esa pieza?
—Tienes razón en una cosa: el conjuro exigió
mi sangre y una parte de la magia de eternidad que el Libro me
concede. Necesitó incluso una parte del poder del Libro. Pero
también tomó algo que jamás habrías imaginado. Y ese elemento que
falta será la causa de tu estrepitoso fracaso.
—Y me figuro que ahora me lo dirás... ¿no es
así?
Er'ril entrecerró los párpados.
—Es posible que te hayas librado de este
compañero que tengo aquí —dijo señalando con la cabeza a Denal—.
Pero ese último secreto no lo diré jamás, ni siquiera para salvar a
la bruja.
Shorkan se encogió de hombros y continuó
pintando.
—Tampoco lo esperaba de ti. De todos modos,
estoy dispuesto a aprovechar mi oportunidad, querido hermano.
—Si lo intentas morirás y no habrá modo de
deshacer las cosas.
Shorkan no quiso escuchar aquellas
palabras.
—Basta ya, Er'ril. Entiendo que estés cada
vez más desesperado. Pero estas protestas no hacen más que afianzar
mi convencimiento de que estoy haciendo lo conveniente.
Er'ril frunció el ceño. Era preciso que
Shorkan reaccionara y dejara de lado la pintura por unos instantes.
Greshym necesitaba que se distrajera para poner punto final a su
traición. Incluso ahora el anciano tenía la vista clavada en
Er'ril. Se estaban quedando sin tiempo.
—Piénsalo bien, Shorkan. En las otras
ocasiones en que has intentado vencer el hechizo del hermano Kallon
has visto que tiene algo especial, algo que te desconcierta.
Shorkan puso mala cara pero, al final, se
levantó y se acercó a Er'ril manteniendo el anillo de cera entre
ellos.
—Entonces, dime. ¿Qué crees que le falta a
mi hechizo?
A pesar de que la maldad fluía sinuosamente
del mago negro, Er'ril aguantó la mirada. Necesitaba que el hombre
clavara la vista en él. No se atrevía siquiera a mirar si Greshym
estaba haciendo algo.
—¿Y qué ganaré yo a cambio, si te lo
digo?
—Puedo hacerlo de forma que puedas
sobrevivir a esta noche —respondió Shorkan con un gruñido.
—¿Y qué hay de mi libertad? ¿Acaso me harás
vivir en las mazmorras?
—Eso depende de ti, hermano. Y ahora, dime,
¿qué...?
De repente, Shorkan se volvió de un
salto.
Er'ril miró a Greshym. El anciano mago
todavía estaba arrodillado al borde del anillo.
—¿Qué haces? —gritó Shorkan—. ¡Éste no es el
carácter rúnico correcto!
Greshym no contestó. Se limitó a ponerse de
pie apoyado en la vara y salió del anillo. Shorkan se abalanzó
sobre él, pero Greshym extendió la vara hacia el interior del
anillo de cera y dio un golpe en el último carácter rúnico que
había dibujado. El símbolo, dos serpientes enroscadas, estaba
encendido con un fuego rojo.
—¡El carácter rúnico del atrape es el
adecuado para mis propósitos, Shorkan!
El gesto rápido de Shorkan se detuvo en
cuanto llegó al borde del anillo. Dio un traspié para apartarse de
él.
—¡Eras tú! —exclamó, furioso, hacia Greshym.
Luego miró de nuevo a Denal.
Greshym señaló al muchacho.
—Sí, Denal siempre te fue leal, siempre ha
sido un crío.
Shorkan dio varias zancadas alrededor del
anillo, como si buscara una vía de escape.
—Ya conoces el hechizo que acabo de conjurar
—explicó Greshym—. Vivirás siempre y cuando no intentes atravesar
el círculo mágico.
Shorkan retrocedió para clavar la mirada en
Greshym desde el otro lado de la fina línea de cera.
—¿Por qué?
Antes de contestar, Greshym golpeó el suelo
con la vara y se movió alrededor del círculo.
—No podía permitir que destruyeras el Diario
Ensangrentado. Es mi única esperanza para recuperar la vitalidad de
estos ancianos huesos míos.
—¿Vitalidad? ¡Pero si vives para la
eternidad! ¿Qué don podría ser mayor?
Ahora fue Greshym quien se volvió
rápidamente hacia Shorkan.
—Yo te diré qué don es mayor. Lo ves en el
espejo cada mañana. ¡La juventud! ¿De qué sirve la inmortalidad, si
continúas envejeciendo y pudriéndote?
Greshym escupió a Shorkan, pero la saliva
tocó la barrera invisible que se extendía por encima de la cera y
crepitó suspendida en el aire. El mago continuó dando la vuelta por
el círculo hasta que llegó junto a Er'ril.
—Tu hermano y yo hemos llegado a un
acuerdo.
—¿Has sido capaz de traicionar a tu amo por
algo tan insignificante?
—¿Amo? —Greshym dejó oír un ruido poco
respetuoso—. ¿Y qué me importan a mí las maquinaciones del Corazón
Oscuro? Tú has sido su juguete, no yo. Y, por lo que respecta a ese
algo tan insignificante, es lo menos que merezco después de servir
durante tanto tiempo a la Bestia Negra.
—Vas a tener que pagar por esa blasfemia,
Greshym. Te lo juro.
Greshym hizo caso omiso de Shorkan y se
volvió hacia Er'ril.
—Ahora hay que terminar nuestro trato,
hombre de los llanos. —Greshym sujetó la vara con la parte interior
del codo y dirigió la mano hacia los grilletes que aferraban la
muñeca de Er'ril. Con un gesto de los dedos, los hierros se
abrieron y el brazo de Er'ril se liberó—. No sé dónde ocultaste la
astilla de mi vara, Er'ril, pero ahora la magia está activa.
Liberará las argollas de los tobillos y te verás libre de tus
cadenas. También abrirá cualquier cerradura que se oponga entre tú
y tu libertad.
Er'ril tendió la mano hacia el cuello, pero
Greshym le impidió terminar el gesto, posándole la mano en la
muñeca.
—Pero antes prometiste que liberarías el
Libro. Dijiste que tenías el poder para ello.
Er'ril asintió.
—Así es.
No sabía si la promesa de libertad de
Greshym era cierta o no, pero Er'ril había tramado ya su propia
defensa en caso de que el mago negro intentara traicionarle. Aun
así, el juego que cada uno estaba jugando era realmente
peligroso.
Er'ril se volvió y se acercó al muro de
hielo negro. Observó que unas energías inmemoriales continuaban
recorriendo su superficie. Er'ril observó el reflejo de la sala que
se abría detrás de él en la superficie vítrea de la pared. Vio la
expresión codiciosa de Greshym y observó que el anciano asía con
avidez la madera de la vara. Er'ril levantó la mano hacia la
barrera de hielo, pero un movimiento repentino en el reflejo lo
detuvo.
Tras volverse con todo el estrépito que
causaban todas sus cadenas, vio que Shorkan empujaba a Denal y
hacía caer hacia atrás al niño mago. Su pequeño cuerpo se desplomó
sobre la barrera del anillo de cera. Al instante, el conjuro de
atrape castigó a su prisionero. A pesar de estar atado por
corrientes de energía negra, los gritos del muchacho se dejaron
oír. Su pequeño cuerpo se convulsionó sobre el anillo de cera, que
se había convertido en una pira. La reducida sala se llenó de humo
y del chisporroteo de la carne quemada. Las ataduras de Denal se
consumieron rápidamente y dejaron ver debajo su cuerpo chamuscado.
El muchacho continuó debatiéndose. Finalmente, dejó oír un grito de
lamento que pronunció con los labios rotos y ennegrecidos, hasta
que se hizo el silencio.
Shorkan no aguardó más. Sirviéndose del
cadáver chamuscado como puente, cruzó el anillo de cera de un
salto. A pesar de haber debilitado esa parte de la barrera, no
salió ileso de ella. Shorkan profirió un alarido intenso cuando
cayó al otro lado. La túnica blanca, ahora hecha ceniza, se fundía
en su piel lacerada. Shorkan tenía el cuerpo cubierto de ampollas
amarillentas y presentaba unas enormes quemaduras en la piel. Tenía
quemados incluso el cabello y las cejas, lo cual le daba un aspecto
avejentado semejante al de Greshym.
Sin embargo, Shorkan seguía vivo. El mago se
levantó lentamente, tambaleándose, mientras el cuerpo todavía le
humeaba. Dio unos pasos vacilantes hacia donde Greshym y Er'ril lo
miraban asombrados. Shorkan habló con voz ronca:
—Os... os detendré.
De los brazos calcinados de Shorkan salieron
unos chorros gemelos de fuego negro.
Greshym dio un paso adelante y levantó la
vara para bloquear el paso del flujo de energía, aunque aquello le
costó un gran esfuerzo. Er'ril observó que el brazo del anciano
temblaba mientras sostenía su talismán contra el poder de Shorkan.
Toda la madera humeaba mientras el mago la asía con fuerza.
Er'ril se apartó de la refriega en la medida
en que las cadenas se lo permitían. Rozó con la espalda desnuda la
pared de hielo mientras contemplaba con asombro aquella
demostración de fuerzas. El mero hecho de que Shorkan todavía fuera
capaz de esgrimir aquella energía con tales quemaduras ya era
indicio del enorme poder que albergaba. Er'ril se palpó el cuello y
extrajo la astilla de la vara de Greshym. Para ayudar en aquella
batalla tenía que ser libre.
Hizo pasar entonces el trozo de madera por
encima de las cerraduras que le aprisionaban los tobillos, pero no
ocurrió nada. Intentó incluso emplear aquel trozo como una púa
larga, clavándola en el orificio de la llave. Pese a ello, los
hierros continuaron cerrados como estaban. Er'ril se enderezó con
expresión adusta. La astilla de la vara no era mágica. Había sido
un truco. Greshym lo había engañado muy bien, dándole incluso algo
tangible en lo que posar sus esperanzas. Er'ril echó a un lado
aquel trozo inútil de madera y dio una patada a las cadenas que lo
ataban.
A su lado, el chorro de fuego negro
procedente de los brazos de Shorkan comenzaba a desvanecerse, y al
poco tiempo empezó a chisporrotear, mostrando por fin el fondo de
su energía siniestra. Shorkan dejó caer los brazos a los lados y el
flujo terminó. Con las últimas gotas de energía que le quedaban,
abrió una puerta negra giratoria debajo de sus pies y se marchó
hacia abajo a través de ella, no sin antes emitir una última
advertencia con la voz entrecortada.
—¡M... me venga... ré!
Luego desapareció.
Greshym sostuvo la vara delante de él en un
gesto de defensa, pero, con la desaparición de Shorkan, el anciano
mago de repente flaqueó. La vara, desmenuzada, le cayó de la mano
convertida en cenizas. Er'ril se dio cuenta de que Shorkan había
estado a punto de vencer a Greshym. El anciano mago, agotado casi
por completo, tuvo que apoyarse en la pared de hielo y arrastrarse
hacia Er'ril.
—El Libro... —susurró—. Tenemos que
apresurarnos.
—¿Adónde ha ido Shorkan?
Greshym negó con la cabeza y apoyó la
espalda en la pared de hielo.
—No lo sé. Seguramente a su torre. O es
posible que haya huido. Es posible que emplee la puerta del Dique
que te trajo aquí para escapar hacia Blackhall.
—¿La puerta del Dique?
Greshym sacudió el brazo débilmente.
—Es la estatua de ebon'stone en forma de
wyvern. Es la puerta que conduce al Dique. Pero eso no importa.
Libera el Libro.
Er'ril sabía que aquélla era la oportunidad
para obtener información del mago. Estaba débil y necesitaba su
ayuda.
—¿Qué es ese Dique? ¿Y por qué
transportabais la estatua hacia Winterfield?
La mirada de Greshym se endureció y entornó
los ojos con desconfianza.
—No tiene ninguna importancia. Libera el
Libro —ordenó.
—No, hasta que hayas respondido a mis
preguntas. Como bien has dicho, el tiempo se agota.
Greshym miró con enojo a Er'ril y
suspiró.
—Pides respuestas rápidas a una historia muy
larga.
—Dime lo que sabes —le urgió Er'ril.
Greshym suspiró de nuevo y su aliento hizo
estremecer la piel de Er'ril.
—Como seguramente ya sabes por tus contactos
con la guardia infame, los pequeños trozos de ebon'stone tienen el
poder de atrapar y corromper los espíritus.
—Ya lo sabía. Pero ¿qué tiene que ver eso
con el Dique y las puertas del Dique?
—Es complicado. La primera vez que se
extrajo la ebon'stone, los enanos esculpieron cuatro piezas grandes
en forma de grandes animales: un grifón, una mantícora, un
basilisco y un wyvern. Pues bien, esas enormes piezas de ebon'stone
puro tenían un poder todavía mayor. No sólo atrapaban espíritus,
sino que su ebon'stone era capaz de atrapar por completo a la gente
que tenía un gran acopio de magia. Es lo que te ocurrió a ti. La
magia de tu guarda activó la ebon'stone y fuiste atraído hacia el
interior de la dimensión negra del Dique.
—No recuerdo nada de eso.
—El Dique tiene ese efecto, a no ser que se
esté convenientemente preparado y formado. E, incluso en este caso,
sigue siendo un peligro. Es fácil perderse en él. Yo, por ejemplo,
no me atrevería a penetrar por esas puertas. Sin embargo, cuando
penetraste en la puerta del Dique, Shorkan lo percibió y llamó al
wyvern para que te trajera aquí.
—Pero ¿por qué llevabais primero la estatua
hacia Winterfell?
Greshym frunció el ceño.
—Debe ser un nuevo plan del Señor de las
Tinieblas. Ha ordenado colocar tres de las compuertas del Dique (el
basilisco, el grifón y el wyvern) en distintas zonas de Alasea. Sin
embargo, yo no fui informado de ello ni conozco el porqué. Además,
nadie cuestiona las órdenes del Corazón Oscuro. Shorkan creía que
tenía que ver con el refuerzo del Dique.
—No dejas de hablar de ese Dique. ¿Qué es
exactamente?
—No creo que ni siquiera Shorkan pudiera
responder a eso —contestó Greshym sacudiendo la cabeza—. Todo lo
que sabemos es que hace mucho tiempo, algo cayó en el interior de
una de las puertas y quedó atrapado. Sin embargo, esa cosa
resultaba demasiado inmensa como para poder ser retenida por sólo
una puerta. Entonces, se extendió hacia las cuatro y las unió para
siempre a la vez que quedaba atrapado en ellas para la
eternidad.
—Pero ¿qué hace ese Dique?
Greshym miró a Er'ril con malicia.
—Basta ya de interrogatorios. Sólo
contestaré a esta última pregunta si juras liberar el Libro a
continuación.
Er'ril frunció el ceño.
—Confía en mí —continuó el mago ante la duda
del hombre de los llanos—. La respuesta te gustará. Es uno de los
secretos mejor guardados del Señor de las Tinieblas.
Er'ril vaciló. Sabía que no podría hacer
hablar por mucho más tiempo al mago negro. Era preciso conformarse
con esa última respuesta.
—De acuerdo. Juro liberar el Libro. ¿Qué
hace ese Dique?
Greshym se acercó.
—Es la fuente del poder del Señor de las
Tinieblas, su única fuente de magia negra. El Dique es el lugar del
cual obtiene su poder.
Er'ril sintió un nudo en la garganta.
Aquélla era la respuesta al misterio que había ocupado a la
Fraternidad durante siglos enteros: la fuente del poder del Corazón
Oscuro. Si la Fraternidad hubiera sabido eso siglos atrás tal vez
hubieran logrado encontrar un modo de apartar al Señor de las
Tinieblas de la fuente de su poder. Greshym no había mentido.
Aquella información merecía que él cumpliera con su promesa.
—Y ahora, rompe el hechizo y saca el Diario
Ensangrentado —dijo Greshym con avidez, a pesar de estar apoyado
con pesadez en la pared de hielo. El mago se cansaba con
rapidez.
Er'ril asintió, todavía demasiado asombrado
para hablar. Volvió el rostro hacia el muro de hielo negro y de
nuevo volvió a pasar la mano por él. Por fin descubrió el lugar
adecuado donde desbloquear la barrera. Ahora tenía que colocar la
llave. Er'ril se volvió para apoyar el hombro amputado contra el
hielo una vez más y miró a Greshym.
—Le dije a Shorkan que el hechizo requirió
algo más que mi sangre y mi magia.
—Sí. Ya me acuerdo de esa patraña —repuso el
mago.
—No. No era mentira. El precio fue muy alto.
—Er'ril apretó el hombro firmemente hacia el orificio de hielo del
muro—. También fue necesaria mi carne.
Er'ril se sintió embargado por un dolor
tremendo en el hombro cuando los huesos, músculos y fibras
encontraron su antiguo hogar. A su alrededor, el hielo negro se
fundió en las paredes y el techo y se replegó hasta donde se
hallaba Er'ril.
Cuando la pared desapareció detrás de
Greshym llevándose consigo su apoyo, el anciano se tambaleó y cayó
de rodillas, con los ojos llenos de estupor al contemplar la
transformación después del final del hechizo.
Contempló asombrado a Er'ril mientras los
últimos restos de la magia se desvanecían.
—¡Tú eras la llave!
Er'ril dirigió la vista hacia el muñón de su
hombro. Ahora allí había un brazo, hecho de carne y huesos. Ya no
era el brazo espectral, sino el propio, una extremidad que había
sacrificado siglos atrás para dar pie a ese hechizo. Dobló el brazo
sobre el pecho. En la mano asía un libro que no había visto durante
siglos, un diario negro y desgastado con una rosa ensortijada de
color burdeos en la cubierta.
Greshym siguió con la vista el libro.
—¡Es el Diario Ensangrentado!
Er'ril impidió que el mago lo tocara.
—Teníamos un trato —espetó Greshym—. Hiciste
un juramento.
—Juré liberar el Libro y lo he hecho. —A
continuación, dio un paso, acompañado del chirrido de las cadenas,
e hizo rodar con el pie hacia Greshym el trozo de vara que había
desechado instantes atrás.
—Esto no sirve de nada. Has intentado
traicionarme. —Er'ril pasó el trozo de madera con el tacón de su
bota—. Por ello, las demás promesas que nos hicimos han dejado de
ser válidas.
Greshym intentó ponerse de pie, pero como no
tenía la vara y estaba débil después del combate con Shorkan, se
movió con demasiada lentitud.
Er'ril apartó todavía más el Diario y lo
colocó sobre el pecho, que tenía cubierto de caracteres rúnicos. Al
tocarlo, toda la piel en carne viva se cicatrizó y las marcas
corruptas desaparecieron.
—Olvidas que el Libro me protege, y no sólo
me da longevidad.
En los tobillos de Er'ril se abrieron los
grilletes de hierro y cayeron con un chasquido al suelo. Er'ril se
quitó las cadenas y dio un paso atrás. Por fin estaba libre.
Greshym levantó un brazo, dispuesto a
arrojar contra él lo que le quedaba de su magia negra, pero Er'ril
interpuso el libro entre los dos.
—Creo que la magia del Diario Ensangrentado
me protegerá, pero, si no es así, antes de que tu magia me alcance,
destruirá tu única esperanza de conseguir la eterna juventud.
El anciano bajó lentamente el brazo.
—Por otra parte, te sugiero que nos permitas
conservar el Libro. Elena y yo lo necesitamos para destruir al
Señor de las Tinieblas. Después de la traición que acabas de
cometer, tu mayor esperanza es que lo consigamos, Greshym. No creo
que al Corazón Oscuro le gusten mucho las acciones que has cometido
hoy.
Greshym palideció al darse cuenta de la
verdad de las palabras de Er'ril.
Con una última mueca de rabia, Greshym agitó
la mano y abrió su propio portal de escape. Mientras el mago
desaparecía hacia las profundidades, proclamó una última
advertencia.
—Esto todavía no ha terminado, Er'ril.
Antes de que Er'ril pudiera responder algo,
el mago ya había desaparecido.
El hombre de los llanos levantó el Libro
hacia sí. No era capaz de saber lo que le impresionaba más: si
haber recuperado el Libro, o el brazo. Se lo acarició con un dedo.
Un estremecimiento le recorrió la espalda desnuda y le puso la piel
de gallina. Después de tantos años, el brazo le parecía muy poco
natural pero, a la vez, tuvo la impresión de que había regresado al
lugar que le era propio. Unos recuerdos extraños regresaron a él,
como si hubieran permanecido atrapados con el brazo y ahora le
sobrevinieran de nuevo. Recordó cuando aventaba heno en los campos
y cuando manejaba la guadaña con las dos manos; se acordó incluso
del abrazo de despedida que dio a su padre la última vez que partió
con su hermano Shorkan. Eran recuerdos de una época más sencilla y
noble. Sacudió la cabeza. A diferencia del brazo, aquel pasado
estaba perdido para siempre para él. Ninguna magia lograría hacerlo
revivir de nuevo.
Posó la mirada en el Diario Ensangrentado.
Se habían perdido tantas vidas por aquel viejo y desgastado
libro... Abrió la tapa y leyó la introducción, las palabras que
primero se pudieron leer en aquella noche fatídica hace tanto
tiempo:
Y así se creó el Libro, bañado con la sangre
de un inocente en una medianoche en el Valle de la Luna. Él lo
sostendría, leería las primeras palabras y estallaría en lágrimas
por la pérdida de su hermano... y de su inocencia. Nada de todo
aquello regresaría jamás.
Er'ril cerró el Libro y pensó en su hermano
y en los siglos cuyo paso lo habían conducido hasta esta
habitación. En aquella ocasión también había habido un anillo de
cera y el cadáver de un muchacho Er'ril sacudió la cabeza y
atravesó la habitación asiendo la antorcha de la pared.
Las palabras del Libro habían resultado ser
ciertas.
Elena se arrodilló junto a Flint. Al ir
desnuda y, pese a que llevaba el puñal de bruja, se sentía
especialmente expuesta y vulnerable, a pesar de que nadie podía
verla. Al llegar junto al cuerpo de Flint apartó la mirada. Tenía
la cara y el cuello destrozados. Le tocó el hombro.
—Lo siento —le susurró, y tomó una bolsa que
el hombre llevaba asida a la cintura. Mientras desataba los nudos
se sintió como una profanadora de tumbas. Del interior sacó el
pequeño puño esculpido, la guarda de A'loa Glen. El hierro rojizo
brillaba como sangre fresca a la luz del fanal que había caído al
suelo.
Elena se incorporó y sopesó el puño en una
mano y la daga de la bruja en la otra. Tenía que escoger con qué
quedarse; la magia sólo le permitía ocultar un objeto. Por lo que
Flint le había dicho, para liberar el Libro iba a necesitar la
magia de la guarda, pero no tenía ningunas ganas de abandonar la
daga, que era la única arma de que disponía.
Mientras reflexionaba sobre las opciones que
tenía, un pequeño ruido la sobresaltó. Asustada, asió con fuerza la
daga y dejó caer la guarda. Se dio la vuelta y levantó el arma. Sin
embargo, no vio nada. Luego el ruido se repitió: era como un
gemido, demasiado suave para poderse oír bien, pero que duró lo
suficiente como para que Elena distinguiera de donde procedía. A la
sombra, cerca del pie de la pared, yacía la forma inerte de
Tikal.
Elena se agachó y se acercó sigilosamente al
animal. El tamarinco estaba tendido boca arriba con el cuello
torcido de forma antinatural. Mientras lo contemplaba, Elena
observó que el pecho se le levantaba suavemente. Tocó al animal con
un dedo. Un gemido respondió a aquella exploración. Elena se
sorprendió. El animal continuaba vivo.
Miró de nuevo la guarda que había abandonado
en el suelo; sabía que tenía que apresurarse, pero los gritos
cortos de Tikal le atenazaban el corazón. Se detuvo sin saber qué
hacer. Elena apretó el puño alrededor de la daga y pensó en poner
fin al sufrimiento de Tikal. Llegó incluso a levantarla, pero luego
la bajó. No podía hacerlo. Aunque aquel viaje hasta allí le había
endurecido el corazón, no lo había hecho tanto. Había visto
demasiadas muertes aquellos días y se sentía incapaz de hacer más
daño a aquel animal herido, pero tampoco podía dejarlo de lado.
Tikal era algo más que una mascota. Era también los ojos de Mama
Freda.
Elena se decidió por fin.
Levantó cuidadosamente al pequeño tamarinco,
sorprendida por la suavidad de su pelo. Los gritos empeoraron
cuando lo movió. Elena se estremeció al colocar en su sitio el
cuello retorcido. Oyó el crujido de los huesos. Los lamentos de
Tikal pasaron a convertirse en quejidos agudos. Aquel ruido la
estremecía, pero no la detuvo. A veces, para sobrevivir hay que
sufrir dolor. Aquélla había sido una de las lecciones más duras que
había tenido que aprender.
Finalmente, el cuello de Tikal quedó
derecho. Mientras tranquilizaba al animal meciéndolo, Elena manchó
de sangre uno de los diminutos dedos del animal; luego hizo lo
mismo con uno suyo. Se acordó de algo que había aprendido hacía
tiempo: tenía que dejar entrar muy poca magia en el otro. Elena
suspiró profundamente y bajó el dedo ensangrentado hacia la herida
reciente de Tikal a la vez que contenía la magia en su interior.
Sólo podía dejar que pasara una gota de su sangre.
En cuanto rozó al animal, el pensamiento de
Elena pasó a ser, por un breve instante, el de aquella criatura. Se
unió al animal, sintió el dolor en el cuello así como toda la
conciencia sorda del pequeño tamarinco. Luego, de repente, se
encontró en otro lugar. Notó como si tropezara asida al brazo de
otra persona, corriendo, con los huesos dolidos, confundida y
ciega. Elena, sorprendida, retiró el dedo y regresó a sí misma.
Sabía que durante aquel último instante había contactado con Mama
Freda gracias a su vínculo con Tikal.
Aquel breve instante recordó a Elena cuál
era su deber. Los demás estaban huyendo para apartar de ella al
guardia infame y ella estaba perdiendo el tiempo intentando revivir
a un animal herido. Elena dejó a Tikal de nuevo en el suelo. El
tamarinco ahora respiraba más profundamente; mientras lo miraba, el
animal empezó a mover las piernas y levantó una pata hacia la
oreja. A partir de ahí, se dijo Elena, el tamarinco tendría que
arreglárselas solo.
Elena se acercó a la guarda de hierro y la
recogió del suelo. Ya no dudaba acerca del objeto que tenía que
llevar consigo. Colocó la daga cerca de Flint y conservó la guarda
en la palma derecha de la mano. Después de darse cuenta del terror
que experimentaba Mama Freda, Elena sabía que tenía que enfrentarse
a sus propios temores sin su puñal. Ahora la guarda era más
importante.
Elena, ya decidida, se incorporó. Entonces
oyó el ruido de unas botas en la piedra. Se dio la vuelta y reparó
en que procedía de las profundidades de las catacumbas. Y, para
terminar de confirmar esa sospecha, vio una luz que parpadeaba en
las profundidades del pasillo. ¡Alguien se acercaba!
Elena se apretó contra la pared. Se imaginó
todo tipo de peligros posibles: skal'tum, enanos, guardias infames.
¿Qué podía ser ahora? Mientras contenía el aliento, la luz aumentó.
Al poco tiempo, observó que quien sostenía la antorcha doblaba ya
la esquina. Elena forzó la vista para ver más allá de la luz de la
antorcha, pero la figura tenía la llama delante de ella, lo que le
impedía distinguir detalle alguno.
Por lo menos, se dijo, sólo era una persona.
Aun así, contuvo el aliento por temor a que aquello alertara al
enemigo de su presencia. Por eso, cuando por fin vio la imagen del
recién llegado, se le escapó un grito ahogado. La ondulación del
pelo negro, los rasgos toscos de la cara y aquellos ojos grises del
color de las tempestades eran inconfundibles para ella.
¡Er'ril!
Elena se apartó de la pared. Sin embargo,
claro está, Er'ril no la podía ver. En realidad clavó la mirada en
el cuerpo de Flint, tendido en medio del pasadizo, que resaltaba a
la luz de la antorcha. Er'ril se apresuró hacia el cuerpo.
Elena levantó una mano con la intención de
llamarlo, pero entonces Er'ril alzó más la antorcha y se limpió la
frente con la otra mano. Elena retrocedió y estuvo a punto de
tropezar con el cuerpo de Flint. ¡Er'ril tenía dos brazos! Casi
ciega de espanto, Elena se echó a un lado mientras Er'ril se
precipitaba hacia adelante.
El hombre de los llanos dejó a un lado la
antorcha y se arrodilló junto al fallecido. Le palpó el cuerpo como
si no quisiera creer lo que veía. Fue entonces cuando Elena vio que
Er'ril sostenía algo en la otra mano: un libro desgastado. Cuando
él bajó el brazo, Elena dio un paso hacia adelante. Vio el grabado
de una rosa en la cubierta y se quedó pasmada. Tuvo que taparse la
boca para reprimir un grito. Por las descripciones que Er'ril le
había hecho de él, aquél tenía que ser el Libro. Era el Diario
Ensangrentado.
—Flint...
La voz de Er'ril devolvió a Elena a la
realidad. El hombre bajó la mano hacia la cabeza de Flint y la hizo
girar cuidadosamente, dejando ver el pendiente de plata con forma
de estrella. Er'ril se cubrió el rostro con la mano, dejando ver
unos dedos oscuros por el tizne de la antorcha.
—Flint. Es culpa mía. Yo te he hecho
esto.
Aquel sentimiento de culpa de Flint
confundió a Elena. Parecía estar convencido de ello. Pero ¿por qué?
¿Cómo podía sentirse culpable de la muerte de Flint? ¿Y esos dos
brazos? Recordó entonces el sueño de Joach, Er'ril provisto de dos
brazos, los perseguía hasta lo alto de una torre con intenciones
asesinas. ¿Podía confiar en aquel hombre? Después de conocer
durante tanto tiempo a Er'ril con un solo brazo, aquel hombre con
dos le parecía un extraño, especialmente con el pecho descubierto,
como iba ahora. Aquello le cambiaba todo el cuerpo.
Elena se quedó quieta. Se sentía a salvo en
tanto se quedara en silencio y oculta. Tenía que hacer caso a la
advertencia de Joach y ser precavida, al menos de momento.
Er'ril recogió el Libro y se puso de pie. Al
hacer este gesto, tropezó con la daga de bruja que Elena había
dejado en el suelo. Miró abajo, la vio y la recogió dándole vueltas
entre las manos. Era evidente que la había reconocido. Er'ril
levantó la vista por el pasillo, como si buscara alguna
respuesta.
—Flint, imbécil, la trajiste hasta
aquí.
Er'ril levantó el puñal y se lo colocó en el
cinto.
—Elena —dijo con voz áspera y ojos
brillantes—, si estás aquí te encontraré.
Elena se echó a un lado al ver el fuego en
la mirada de Er'ril. Nunca le había visto tanta vehemencia. Antes,
siempre había sido una persona cálida, respetuosa y dispuesto a
ayudarla. Sin embargo, lo que ahora Elena veía en él iba mucho más
allá, era un fuego que procedía de unas profundidades que la
inquietaban sobremanera. Al igual que aquel brazo nuevo, Elena no
había visto nunca aquel lado de Er'ril.
¿De dónde procedía? ¿Era natural, o no?
¿Aquella actitud fiera iba encaminada a salvarla o a matarla?
Mientras Elena sopesaba las palabras que le
había oído decir, Er'ril recogió el fanal del guardia infame. Tras
dirigir una última mirada a Flint, se alejó rápidamente.
Elena apoyó la cabeza contra la piedra fría
de las catacumbas. Luego suspiró profundamente y empezó a seguir la
pista de aquel desconocido misterioso de dos brazos. No quería
abandonar la esperanza de que el espíritu de Er'ril continuara
siendo puro. ¡No podía hacerlo! Sobre todo porque él llevaba la
salvación de A'loa Glen: el Diario Ensangrentado.