CAPITULO 18
Al amanecer, Elena estaba junto a los demás
en la barandilla de proa. El Caballo
Pálido se dirigía hacia el bosque de sargazos y la proa se
abría paso entre esas hierbas marinas rojas. Elena arrugó la nariz.
Las hierbas olían a salmuera y a raíces podridas, y el olor
resultaba cada vez más acre a medida que el barco penetraba en los
Doldrums. A lo lejos, detrás de las hileras de árboles, las
gaviotas y las pardelas les advertían desde sus nidos que se
alejaran del linde del bosque.
Flint había mandado rizar las velas porque
estaba convencido de que la corriente los haría avanzar sin más. Su
afirmación había resultado cierta. Aunque el avance era lento,
Flint parecía saber en qué puntos la vegetación era menos
abundante. Los marineros zo'ol, dispuestos alrededor del barco, se
gritaban órdenes el uno al otro en un idioma extraño. Flint, al
timón, en popa, los escuchaba y parecía comprenderlos. Hizo unas
pequeñas correcciones en el rumbo.
El mar estaba salpicado de los restos
inmensos de barcos, como advertencias de las consecuencias de
cualquier error. Eran como enormes ballenas podridas medio hundidas
en la vegetación y que se extendían por todo el horizonte. Cerca de
ellos, un trozo de mástil sobresalía entre las plantas rojizas; un
trozo de lona manchado volteaba desde su extremo mientras pasaban,
como si les pidiera que pusieran fin a aquella muerte
asfixiante.
—Este es un sitio maldito —musitó
Tol'chuk.
—Parece un cementerio olvidado —comentó
Meric, asintiendo.
A su alrededor, el parloteo de los marineros
zo'ol enmudeció a medida que la masa de vegetación se hizo mayor.
El silencio se adueñó de todo el barco. Con la salida del sol, los
árboles que tenían delante perdieron su aspecto fantasmagórico.
Aunque eran dos veces más altos que los mástiles del Caballo Pálido, los troncos parecían demasiado
frágiles para poder soportar la masa ondulante de hojas.
—¡Mirad! —exclamó Joach, señalando a lo alto
de uno de los árboles. A diferencia de los bosques del interior,
aquéllos tenían unas hojas del color del atardecer, eso es, naranja
intenso y rosa pálido. Una brisa vaga meció el follaje permitiendo
ver unas flores delicadas, de un color rojo tan oscuro que casi
parecían negras.
—Deben ser las flores de las que nos ha
hablado Flint —prosiguió Joach—. Las que su secta recolectaba por
su poder adormecedor.
Elena asintió y miró cómo el barco se
deslizaba por un estrecho canal que se abría entre la maleza. Según
Flint, aquel bosque no estaba compuesto realmente por árboles. En
realidad, lo que parecían árboles eran brotes que sobresalían del
amasijo de hierbas de color rojo, renuevos que se alzaban hacia lo
alto para atrapar la luz del sol. Al entrar en el bosque, Elena
dudó de aquella afirmación. Le pareció que navegaban por un río
cuyas orillas habían sido devastadas por una inundación que había
cubierto las raíces de los árboles de alrededor. Ahora el mar
abierto parecía algo remoto, producto de un sueño terrible. Ahora
el mundo sólo era árboles y agua.
Este efecto se vio todavía más acentuado
cuando a lo lejos asomaron unos montículos de hierbas rojas tan
densas que casi parecían ser tierra firme. Encima de algunas de
estas alfombras vegetales habían enraizado plantas floridas. Uno de
estos montículos elevados estaba cubierto con lo que parecían
margaritas de pétalos amarillos. Elena creyó ver incluso un pequeño
animal peludo que recorría la zona con su cola espesa levantada.
Cuando el barco pasó, se precipitó hacia un árbol y
desapareció.
—Cuesta creer que estemos en medio del
océano —afirmó Joach.
—Me recuerda algunas partes de mi hogar en
la selva, en Yrendl —explicó Mama Freda, asintiendo—. En algunas
regiones, la lluvia es tan constante y fuerte que la selva se
convierte en ciénagas como éstas.
—Pero, ¿este sitio es seguro? —inquirió
Meric con tono sombrío—. Aquí sería fácil tendernos una emboscada.
¿Por qué ese viejo escogió este lugar para encontrarse con los
mer'ai?
—Tendrá sus motivos —respondió Elena.
De repente, a sus espaldas, Flint habló,
sorprendiéndolos a todos. Había oído la conversación desde el
timón.
—No temáis. Para quienes conocen los
Doldrums no hay lugar más seguro donde ocultar un gran ejército.
Este laberinto de canales, árboles y hierbas tiene cientos de
salidas y de vías de escape. Pero, para quienes no conocen el
camino, se puede convertir en una trampa mortal.
—¿Tú conoce bien estea bosque? —preguntó
Tol'chuk.
—Desde luego. Mi secta, los hi'fai, se
encargó de dibujar mapas detallados de esta zona. Además del polvo
para dormir, existe una gran variedad de tesoros botánicos. —Flint
echó un vistazo a todos los árboles que les rodeaban—. Pero hay
otro motivo por el que escogí este lugar para el encuentro.
Todos aguardaron a que continuara la
explicación, pero Meric estaba impaciente.
—¿Por qué? —espetó.
Flint señaló con el brazo todo el
paisaje.
—Estos árboles se parecen a los que crecen
en tierra firme, pero es una ilusión óptica. Todos los árboles
tienen una raíz común, el Sargazo. Todo lo que hay a vuestro
alrededor no son árboles individuales, sino una única planta. Toda
la zona, las hierbas sumergidas, el bosque entero, es un solo
ser.
—¿Un ser? —preguntó Elena mientras observaba
el amplio paisaje.
—A su modo, tan inteligente como tú, o como
yo. Pero tiene una mente muy extraña. Ya existía antes de que
alguien pusiera pie en las orillas de Alasea. Él mide su vida por
siglos, igual que nosotros la medimos por días. La vida de una
persona no es para él más que un guiño en su larga existencia. Para
este gigante, nosotros no somos más que mosquitos.
—Pero ¿por qué estamos aquí? ¿Acaso eso nos
sirve de algo?
—Hace mucho tiempo, siglos antes de que
Gul'gotha asolara nuestras orillas, un hermano de la Orden Verde,
el hermano Lassen, logró contactar con la inteligencia que lo
habita y conversaron. Desafortunadamente, el bosque piensa y habla
del modo en que vive: durante inviernos en lugar de en segundos. Ya
sólo el saludo costó una década de vida del fraile. Toda su
conversación consistió en cuatro frases, y para terminarla tuvieron
que pasar seis décadas. Durante todo el tiempo, Lassen tuvo que
permanecer sentado en el corazón de los Doldrums. Tenían que
traerle las provisiones. Entre cada una de las sílabas del gran
gigante, él dormía. El pobre fraile envejeció y murió diciéndo
adiós y dándole las gracias.
—¿De qué hablaron? —quiso saber Elena—.
Debió ser algo importante para que costara toda la vida de una
persona.
—No —repuso Flint, negando apesadumbrado con
la cabeza—. Su conversación giró en torno al tiempo. Nada
más.
—¡Qué desperdicio de tiempo! —se mofó
Meric.
—Es posible, pero el Sargazo honró la muerte
del hombre. Al parecer se dio cuenta del sacrificio que el
religioso había hecho para darse a conocer y presentar sus
respetos. Desde entonces, estas tierras han sido un refugio para
todos los miembros de la Hermandad. El bosque ha aprendido a
responder más rápidamente, y a escucharnos. Ahora nos protege y nos
aprecia. No hay lugar más seguro.
—¿Cómo crees que nos protegerá ahora?
Flint señaló más allá de la popa del
barco.
—Ha atendido a mis plegarias en silencio e,
incluso mientras hablamos, oculta nuestro camino de quienes puedan
estar persiguiéndonos.
Elena se volvió. El canal que se formó
detrás del barco había desaparecido. Árboles y esteras de hierba
bloqueaban su regreso a las aguas abiertas. Se encontraban rodeados
de aquel bosque flotante, engullidos en sus propias entrañas.
Elena se abrazó con fuerza el pecho y miró
los árboles y los montículos de hierba. Entretanto intentaba
comprender cuanto le acababan de contar. Aquel bosque era como un
solo ser, una inteligencia extraña que veía las vidas de los
hombres como meros destellos de una vela. Elena miró la inmensidad
sin fin de árboles que parecía extenderse hasta la eternidad y se
perdió en la enormidad de aquel ser y la longitud de su vida.
Miró a su hermano y se dio cuenta de que
Joach tenía la misma expresión que ella. Flint había pretendido
tranquilizarlos con aquella explicación, pero no lo había
conseguido.
Rockingham estaba muy quieto, arrodillado en
la alfombra gruesa de lana del estudio del Pretor, intentando
quedar en segundo plano en la discusión de los tres magos negros.
Tenía la cabeza inclinada y se concentraba en los dibujos de color
rojo y dorado de la alfombra que tenía a sus pies. Las pantorrillas
le dolían, pero no hizo caso. Sabía que era mejor no frotarse ni
moverse para aliviar el calambre. Un espasmo de dolor no era nada
comparado con llamar la atención del Pretor. Por ello permanecía
quieto y escuchaba mientras se debatía acerca de su destino.
Los espías drak'il le habían traído noticias
por la mañana. El barco de la bruja había sido avistado mientras
penetraba en el bosque de los sargazos de la región de los
Doldrums, unas aguas inhóspitas incluso para los goblins de mar.
Los drak'ils se habían negado a seguirla.
—Necesitamos más información —argüía Denal,
el niño mago con su voz infantil, sibilante y aguda.
Aquel muchacho de pelo rubio rojizo estaba
cómodamente arrellanado en un asiento mullido y golpeaba con los
talones una de las patas del mueble.
—Denal tiene razón —afirmaba Greshym con un
cierto tono gruñón—. Sabemos que buscan a los mer'ai. Si se
unieran...
—La bruja sólo quiere una cosa —repuso
Shorkan, interrumpiéndolo. El tono de su voz era tan gélido que
parecía helar el aire de la pequeña habitación de la torre—:
Necesita el Diario Ensangrentado. Dejemos que corretee y obtenga
unos cuantos aliados. Que vengan y arrojen sus huesos contra
nuestros acantilados. Nadie puede confiar en lograr entrar aquí por
la fuerza. Esa masacre nos otorgará el reconocimiento del Corazón
Oscuro, y llevaremos a la niña a las mazmorras de Blackhall.
Greshym se atrevió a replicarle.
—Shorkan, desde que te conozco has confiado
demasiado en tu poder. ¿Acaso la bruja no te ha demostrado que ella
y sus compañeros son gentes taimadas? Han vencido a las fuerzas de
los drak'ils y a los depredadores demoníacos. Subestimarla es de
irresponsables.
—Cuidado con lo que dices, anciano. —De
repente, el ambiente cálido de la habitación desapareció—. Aquéllas
fueron batallas menores, pensadas para que no avanzara tan
rápidamente.
Rockingham miró de soslayo a los hombres. El
Pretor, vestido con una túnica blanca, descollaba respecto a
Greshym. Unas pequeñas llamas de fuego negro recorrieron la
blancura prístina de la túnica cuando se retiró la capucha. El
parentesco de aquel hombre con su hermano resultaba inconfundible
para Rockingham: las facciones duras, los ojos grises penetrantes y
el pelo, negro como una noche sin luna. Ante la juventud y el vigor
de este hombre, Greshym parecía un mendigo tullido.
Sin embargo, el anciano mago se mostró
impertérrito ante la ira de Shorkan.
—¿Qué me dices del bloqueo del transporte de
la puerta del Dique?
—Ahí tuvo suerte. ¿Quién iba a saber que la
guarda de hierro de Er'ril podía activar la puerta?
—Con o sin suerte, te fastidió los
planes.
—No los fastidió. Sólo nos retrasó. Todavía
tenemos tiempo para colocar la puerta del Dique en Winters Eyrie.
Sólo es un inconveniente de poca importancia.
—¿Así que no consideras importante que
estuviera a punto de echar por tierra el plan supremo del Corazón
Oscuro?
—Jamás lo sospecharán, por lo menos, a
tiempo.
El muchacho, Denal, sumó su voz a la
disputa.
—¿Qué hay de las demás puertas del
Dique?
Shorkan recuperó la compostura, enderezó la
espalda y su fuego negro pareció consumirse levemente.
—Las entradas en la Muralla del Sur y la
Muralla del Norte casi han terminado. En cuanto la bruja sea
neutralizada, o bien porque haya sido asesinada, o bien porque se
haya abierto el Libro, entonces nadie tendrá el poder suficiente
para hacer frente al Dique.
—Es posible —arguyó Greshym—. Pero no puedes
volver la espalda a la bruja o te la encontrarás en la
garganta.
—¿Qué propones? —cedió Shorkan
finalmente.
—Atacarla antes de que obtenga toda su
fuerza.
Shorkan desestimó la idea con un ademán del
brazo.
—De momento, está demasiado bien protegida.
El bosque hará honor a su promesa con nuestro antiguo hermano
Lassen. El Sargazo la mantendrá oculta. Podríamos perder fuerzas
yendo en su búsqueda por aquel laberinto acuoso.
—Tal vez no —repuso Greshym. Shorkan miró
con ira al mago tullido. Este se limitó a proseguir—: Podríamos
enviar a un emisario a quien la planta aprecie, alguien en quien
confíe más que en los compañeros de la bruja. Con el bosque como
aliado, sería fácil demoler la defensa del enemigo y capturar a la
bruja. Con el emisario correcto, podríamos convertir la planta en
una trampa enmarañada.
Greshym volvió entonces la vista hacia
Rockingham. Éste se estremeció. Había comprendido el significado de
la mirada de Greshym. Él sería el emisario. Un escalofrío terrible
le recorrió todo el cuerpo. ¿Qué planes tendría aquel maldito mago
negro?
A Shorkan le preocupaba lo mismo.
—¿Cuál es tu plan?
Greshym disfrutaba de la repentina atención
e interés que había obtenido de los otros dos magos.
—Si enviamos a nuestro perro con un bastón,
una muestra de nuestro afecto por el Sargazo, puede que éste
atienda nuestra solicitud de ayuda.
—Habla claro. Vamos.
Greshym inclinó la cabeza y simuló
obediencia.
—Tenemos que aprender a emplear los recursos
que nuestros antepasados guardaron aquí. Entre las reliquias
polvorientas de las librerías y almacenes del Edificio se
encuentran objetos inusuales que merecen nuestra atención.
—¿Como cuáles? —preguntó Denal con un tono
de voz que parecía el de un niño pidiendo un capricho.
—La antigua vara del hermano Lassen.
—respondió Greshym.
El anciano dobló los brazos sobre el pecho,
como si aquello bastara como respuesta.
—¿Así que propones enviar a este lacayo como
heraldo a la planta con la antigua vara del hermano Lassen?
—La planta se acordará. El tiempo se mueve
de un modo extraño para esa gran criatura. Aunque han pasado muchos
siglos, sólo han pasado un par de días para el Sargazo. Hará los
honores al hombre que llegue con la vara del hermano Lassen. Hará
cuanto se le pida.
Shorkan parecía convencido de la idea. Se
volvió de espaldas a los demás, y se levantó la capucha mientras
pensaba.
—Merece la pena intentarlo. Pero en este
caso, nuestro hombre necesitará más ayuda que un puñado de goblins
de mar. Si lo intentamos, tenemos que atacar con fuerza. Basta ya
de molestar y pellizcar las botas de la bruja. Esta vez atacaremos
con toda nuestra fuerza. —Shorkan se volvió hacia los otros magos—.
Ve a buscar la vara de Lassen —ordenó a Denal. Luego se volvió
hacia Greshym—. Y tú prepararás a nuestro hombre para esta
tarea.
Greshym asintió mientras se acercaba a
Rockingham.
—¿Y tú qué harás, Shorkan?
De nuevo las llamas negras se encendieron y
recorrieron en corrientes de fuego negro la túnica blanca del
Pretor.
—Voy a soltar una legión de skal'tum desde
las defensas de la isla para que acompañen al heraldo. Atacaremos a
la caída de la noche.
Aunque Greshym dibujó una sonrisa perversa
al oír aquellas palabras, Rockingham temblaba. De repente se quedó
sin aire para respirar. Los sirvientes alados del Señor de las
Tinieblas le aterraban. Ir acompañado por cientos de ellos era un
terror que iba más allá de lo imaginable.
Greshym llegó a su lado y le dio un golpe
suave con la vara.
—Ven. Nos retiraremos a mi aposento.
Rockingham se levantó atemorizado y salió
con paso torpe detrás de Greshym.
La habitación del Pretor se encontraba en lo
alto de la torre situada más al oeste del Edificio. El descenso era
largo. En cuanto salieron de la habitación y se encontraron en lo
alto de la escalera de la torre, Rockingham sintió que por fin
podía respirar de nuevo. Denal, con su juventud, había desaparecido
hacía rato en la oscuridad del descenso y había dejado que el mago
tullido avanzara por la escalera a su propio ritmo. Rockingham, ya
a solas con Greshym, se sintió lo suficientemente libre para
hablar.
—¿Q... qué tramas de verdad? Detrás de lo
que has dicho me imagino una estratagema.
—Tú no te preocupes por mis planes
—respondió Greshym entre resuellos—. Obedéceme en este asunto, y tu
deseo te será concedido. Conocerás tu verdadero pasado,
Rockingham.
—¿Y no hay nada que desees contarme
ahora?
Greshym se detuvo en un rellano. Se apoyaba
con fuerza en la vara, agotado ya por el descenso empinado de la
escalera de caracol.
—Te concederé una ayuda. Voy a darte algo
para que pienses, una pista para que descubras cómo era tu vida
antes.
Rockingham sabía que el anciano mago quería
que él le rogara. No le importaba. Estaba muy por encima de
preocuparse por minucias como la dignidad. Sólo había una cosa que
le impedía arrojarse desde una torre, y era descubrir el misterio
de su pasado.
—Cuéntame lo que sepas. Te lo ruego.
Greshym sonrió. Tras tratar con el Pretor,
tan altivo, era evidente que el orgullo herido del anciano quedaba
aliviado al tener a Rockingham rendido a sus pies.
—Bueno, te concederé un regalo de despedida.
Un acertijo para que pienses en él durante tu camino hacia los
Doldrums. Hubo un motivo por el cual te rescatamos de tu tumba poco
profunda en las montañas después de que la bruja te venciera la
primera vez; había un objetivo detrás de revivir tu cuerpo y
convertirte en nuestro espía en la costa. Pero, ¿por qué? ¿Por qué
lo hicimos? ¿Qué te hace tan especial? La respuesta a ello es la
clave de tu vida anterior.
Rockingham tuvo que contenerse para no
estrangular al hombre. ¿Qué clase de pista era aquello? ¿Cómo
podría resolver aquella adivinanza?
La diversión se reflejó en los ojos de
Greshym.
—Encontrarás la respuesta en el mar,
Rockingham. El mar es tu pista.
—¿Q... qué quieres decir?
Greshym se volvió y prosiguió su descenso
por las escaleras empinadas.
—Vamos. Ya ha pasado casi medio día. Al
atardecer tienes que partir para tender una trampa a la bruja.
—Greshym miró sobre su hombro hacia el rellano donde Rockingham
todavía permanecía parado—. ¿Quién sabe qué otras cosas pueden caer
en nuestra trampa acuática? A menudo en el mar se encuentran
objetos de lo más diverso.
Rockingham, cada vez más furioso, lo siguió
mientras recorría con el dedo la cicatriz cerrada que tenía sobre
el esternón. Notó la sombra corrupta que se agazapaba en los bordes
de su conciencia y dejó caer las manos, abatido. Fueran cuales
fueran los hechos terribles que le hubieran acaecido en su pasado,
aquel castigo era demasiado. Nadie debería sufrir un destino como
aquél.
Mientras descendía las escaleras se hizo una
promesa. Antes de abandonar este mundo, conocería su verdadero
pasado, sabría por qué había sido castigado con aquella carga y se
vengaría de quienes lo habían oprimido con aquel destino.
A mediodía, Joach se encontraba en cubierta
con la única compañía de los extraños marineros de piel negra que
cuidaban de que el Caballo Pálido se
deslizara lánguidamente por el bosque sin fin de árboles de fronda
roja. Todos los demás compañeros se habían retirado abajo para
protegerse de la luz del sol o bien dedicarse a sus propios
asuntos.
Joach no tenía más que su pensamiento con
que ocupar el tiempo. Estaba sentado en el suelo con las piernas
cruzadas bajo la sombra del mástil y no dejaba de hacer rodar la
vara oscura sobre las rodillas con las manos enguantadas. Miró el
lindero de bosque que atravesaban. Tras conocer que el Sargazo era
un ser inteligente, Joach tenía la sensación de que el bosque le
estaba observando. Sentía como si miles de ojos los observaran:
pelo a pelo, poro a poro. Aquella sensación le resultaba más
asfixiante a medida que penetraban en el bosque. Se preguntó si
acaso aquél era el motivo por el que todos habían huido abajo.
¿Habían sentido también que aquella presencia inmensa los estaba
escrutando?
De repente, notó algo que le tocaba el
hombro. Eso lo sobresaltó e hizo que se apartara a la vez que asía
con fuerza la vara. Al volverse, se encontró con uno de los
marineros zo'ol, el que tenía marcada una cicatriz pálida de un sol
naciente en su frente oscura. El hombre no pareció darse cuenta de
la vara que Joach todavía sostenía de forma amenazadora. De hecho,
se limitó a mirar fijamente al muchacho.
Joach se sintió ridículo y bajó el trozo de
madera.
—Lo siento. Me has asustado.
El hombre asintió y le hizo un gesto para
que lo siguiera a la borda de estribor. Joach, temeroso de ofender
más al hombre, lo siguió sin comprender nada.
—¿Qué ocurre? —susurró.
Ante el silencio constante del marinero, a
Joach le parecía que su habla era fuerte y grosera. El hombre de
piel oscura se volvió hacia Joach.
—Unos ojos nos observan —repuso el hombre
haciendo un esfuerzo por hablar.
Joach se estremeció al oír aquellas
palabras, porque le confirmaban que los marineros también percibían
la presencia del bosque.
—Son los árboles —dijo Joach.
Aquel hombre bajo asintió.
—Muchos ojos y un solo corazón. —Se volvió
para escrutar el bosque que estaban atravesando—. Nos observa igual
que nosotros lo miramos a él.
—Flint dice que no quiere hacernos daño.
Apenas se da cuenta de que estamos ahí.
El zo'ol hizo un gruñido que no quería decir
nada.
—Se da cuenta —afirmó.
Conforme el bosque se volvía más denso a su
alrededor, se produjo un largo rato de silencio entre los dos, cada
uno de ellos sumido en sus propios pensamientos. Las ramas
frondosas se extendían ahora lo suficiente como para filtrar la
mayor parte de la luz del sol, convertidas en un arco sobre sus
cabezas. Era como si se encontraran flotando bajo un túnel en
sombras.
Joach miró de reojo a su compañero. Se dio
cuenta entonces de que en tantos días como llevaban juntos en el
mar, no había preguntado los nombres de los marineros de piel
negra. Ellos acostumbraban a comer y descansar juntos, y pocas
veces entablaban conversación con los demás. Entonces el hombre se
volvió hacia él.
—Los nombres tienen poder —se limitó a decir
el zo'ol.
Joach no pudo reprimir un gesto de asombro.
Era como si el hombre le pudiera leer el pensamiento.
—No —replicó el hombre mirando directamente
a Joach. El marinero señaló con un dedo la cicatriz pálida que
tenía encima de su frente negra—. Soy un vidente tribal. Veo todo
cuanto hay en el corazón de un hombre. —El pequeño marinero tendió
la mano y la posó en el pecho de Joach—. Leo lo que está escrito
aquí, no lo que está ensombrecido por el pensamiento.
Joach hizo una mueca cuando el marinero
quitó la mano.
—Quieres decir emociones. Eres capaz de
percibir los sentimientos de las otras personas.
El hombre se encogió de hombros y acercó la
mano al rostro de Joach. Al llegar a la frente, dibujó un símbolo,
el mismo que llevaba él.
—Tú también eres vidente. Percibo tu ojo
secreto.
Cuando apartó la mano, Joach se frotó la
frente. Sentía todavía el dedo del hombre. Se dio cuenta entonces
de que aquel símbolo no era un sol naciente sino un ojo
abriéndose.
El marinero no apartó la mirada de Joach, a
la espera de que él lo admitiera. Al muchacho le pareció que no
podía negar las palabras del hombre. Sabía que se daría cuenta de
cualquier mentira.
—Sí. Tengo un don... como tú. Yo puedo
percibir la verdad de los sueños, ver las rutas del futuro.
El marinero inclinó la cabeza con solemnidad
y se quedó callado durante unos instantes. Joach vio que el hombre
movía los labios, como si rezara en silencio. En cuanto terminó,
levantó la cabeza y abrió los brazos.
—Los videntes pueden compartir sus nombres
en señal de fraternidad. Me gustaría compartir mi nombre
contigo.
—Será un honor —dijo Joach, inclinando la
cabeza.
—No es un honor —afirmó el hombre con
solemnidad—. Es una responsabilidad. Aceptar un nombre es también
aceptar una carga. —El hombre deslizó una mano en el bolsillo y
sacó de él un pequeño objeto—. Te ofrezco un regalo en recompensa
por el peso de mi nombre.
El hombre tendió la mano. En la palma tenía
una extraña perla negra del tamaño de un huevo de tordo. Joach dudó
en aceptar un regalo tan valioso, pero el marinero movió la mano
con brusquedad hacia el muchacho, que se dio cuenta de que
rechazarlo sería un insulto. Tras tomar la perla, Joach la apretó
en su puño.
—Acepto tu regalo y tu nombre.
—Me llamo Xin —dijo el hombre tras inclinar
la cabeza.
Cuando el vidente pronunció su nombre, la
perla pareció calentarse en el puño de Joach, pero éste se dijo que
tal vez fuera una impresión debida al nerviosismo. Se dio cuenta de
que para aquel marinero de piel negra, un nombre era mucho más
precioso que todos los tesoros del océano.
Xin se incorporó de su reverencia y miró
expectante a Joach. En aquel instante, el muchacho se dio cuenta de
que era preciso ofrecer un obsequio al marinero. Se palpó los
bolsillos. Nada. Miró la vara. Imposible. Tenía un vínculo de
sangre con aquel trozo de madera. No podía separarse de él. Luego
se acordó. Tras colocarse la perla en el bolsillo, Joach acercó las
manos a la garganta y se quitó el diente de dragón que llevaba al
cuello como colgante. Había sido un regalo de despedida de Sy-wen
cuando ésta había partido con Kast en busca de los Jinetes
Sangrientos. Joach se dijo que a ella no le importaría. Era un
regalo hecho con honor.
Joach sostuvo el diente de dragón.
—Un regalo por el peso de mi nombre.
Xin asintió y aceptó el regalo. Igual que
antes había hecho el marinero, Joach se inclinó.
—Mi nombre es Joach, hijo de
Morin'stal.
Xin se anudó el cordón alrededor del cuello,
aunque antes tocó con los labios el diente de dragón. El diente
blanco se recortaba con fuerza en el cuello negro del hombre.
Parecía pertenecer a ese sitio.
—Ahora somos hermanos —le dijo Xin—.
Compartimos nuestros nombres en el corazón. Los nombres tienen
poder. Cuando una parte necesite de la otra, ésta deberá
acudir.
Joach extendió la mano y tomó la mano del
marinero, a la vez que se daba cuenta de que aquello era un
compromiso.
—Somos hermanos.
De repente, cerca de la proa del barco se
oyó un alboroto. Joach y Xin se soltaron las manos y se dirigieron
hacia uno de los zo'ol, que señalaba nervioso más allá de la proa
del barco a la vez que decía algo en su lengua. Joach se apresuró
hacia allí junto con Xin. En cuanto llegaron a la proa, se dieron
cuenta del motivo de aquella conmoción. Delante de ellos, el canal
de árboles acababa en una enorme extensión de aguas abiertas. En el
primer momento, Joach pensó que el barco había atravesado todo el
bosque y que tenían delante el océano. Pero se dio cuenta de que
estaba en un error. Aquellas aguas estaban demasiado quietas, y la
superficie vítrea no se veía interrumpida por ninguna ola. Conforme
se acercaban, Joach distinguió más árboles entre la neblina que
cubría la parte más alejada de aquellas aguas tranquilas. Aquello
no era el océano, era un lago.
Mientras observaban, el Caballo Pálido penetró en aquellas amplias aguas
azules. El bosque rodeaba el barco. En cuanto el canal se cerró
detrás de ellos, se quedaron sin entrada en aquella extensión
continua de verde y sin modo de salir de aquel lago anegado de
hierbas.
Joach presintió que habían llegado al
corazón del Sargazo. A su lado, Xin ordenaba a sus hombres que
fueran bajo cubierta y llamasen a los demás.
Joach miró el cielo abierto. Tras estar casi
todo un día oculto bajo los árboles, ahora el sol resultaba
demasiado brillante. De repente, se sintió al descubierto y notó
cierto desasosiego.
—Algo se acerca —le advirtió Xin detrás de
él.
Al dirigir la vista al pequeño marinero,
Joach advirtió que Xin también miraba al cielo. Joach le siguió la
mirada. En el primer instante no vio nada más que unas nubes finas
que se desplazaban rápidamente en lo alto. Luego, la luz del sol
pareció desvanecerse y distinguió una pequeña mancha negra
recortada en una nube.
La vara de Joach reaccionó y unos pequeños
destellos de fuego negro recorrieron la madera. Xin le tocó el
hombro para calmarlo.
—No siento ninguna amenaza, sólo... sólo...
—Xin sacudió la cabeza—. Está demasiado lejos.
Para entonces los demás ya estaban en
cubierta. Flint y Elena se acercaron. Joach señaló al ser que
trazaba círculos lentos en el cielo. Al cruzar la mirada con Elena
observó también en ella una señal de preocupación. Nadie dijo
nada.
Flint se acercó el catalejo y escrutó al
intruso.
—¡Alabada sea la Madre Dulcísima! —dijo con
alivio—. Es el dragón. —Se volvió hacia uno de los zo'ol—. Enciende
la señal. ¡Que nos vean!
Elena apretó el brazo de Flint.
—¿De verdad es Ragnar'k?
—Y Sy-wen —respondió el hombre sonriendo—.
Lo han conseguido.
Aunque Joach se sentía aliviado, no podía
librarse del desasosiego que había hecho mella en él. Mientras los
demás encendían la señal de aviso entre gritos de júbilo, Joach se
quedó junto al bauprés, mirando el bosque que les rodeaba. Xin se
quedó a su lado.
Joach miró al vidente zo'ol.
—Tú también lo notas, ¿verdad?
Xin asintió.
—Miles de ojos nos observan.
Un rugido atronó en el cielo soleado.
Ragnar'k había visto su señal. Joach se estremeció. Aquel ruido le
pareció el de una tormenta que se acercaba.
—¡Mirad! —exclamó Elena con
excitación.
Joach apartó la vista del bosque y miró las
aguas que los rodeaban. Empezaron a asomar burbujas por todas
partes y la superficie plácida de las aguas se rompió. Parecía como
si el lago hubiera empezado a hervir. Joach asió con más fuerza la
vara. Al momento, cientos de cabezas escamosas se alzaron entre las
aguas saladas y dragones de todos los colores surgieron de sus
escondites para saludar el rugido de Ragnar'k. Todo el lago se
llenó de cuellos que se enroscaban y de dorsos encorvados. Los
jinetes saludaron al barco montados en sus dragones.
Ragnar'k descendió en picado por encima de
los mástiles del barco y de su garganta oscura atronó otro rugido
de saludo. Lentamente, el dragón se inclinó sobre un ala encima del
ejército congregado, mientras la luz del sol hacía brillar sus
escamas negras nacaradas. Aquella era una visión maravillosa. Igual
que un rostro hermoso puede mostrar de forma repentina un alma
maligna, Joach captó una imagen breve del horror oculto detrás de
aquel júbilo y se quedó paralizado en la borda con el corazón en un
puño.
Xin, al darse cuenta de la desazón del
muchacho le tocó el brazo, pero Joach no se movió. La premonición
lo tenía atrapado.
—Leo el temor de tu corazón —le dijo
Xin.
Joach no tenía palabras para describir el
zarpazo de terror que le atravesaba la garganta. Durante un
instante brevísimo, mientras Ragnar'k se había inclinado sobre el
ejército de los mer'ai, Joach había tenido una visión de lo que
ahora tenía delante. Vio el lago anegado de sangre, los dragones
retorciéndose agonizantes y los cielos cubiertos de demonios
mientras las aguas borboteaban con la espuma de la sangre de la
masacre. Sin embargo, al cabo de un instante aquella imagen
desapareció, dejando a Joach paralizado y perplejo.
Ya no estaba seguro de lo que era real y lo
que era imaginario. ¿Acaso la presencia de Ragnar'k le había
inspirado su don para tejer sueños? ¿O esa visión terrible había
sido una imagen del futuro? Ragnar'k, que había sido durante un
tiempo una fuente de magia elemental cuando dormitaba en las
profundidades de A'loa Glen, todavía estaba imbuido de magia.
Incluso ahora, con el paso del dragón, Joach tenía la sangre
estremecida de energía.
Joach se acordó entonces de su falso sueño
en el que combatía contra Er'ril en lo alto de una torre de A'loa
Glen. Tras aquel error evidente, ya no se sentía seguro de sus
habilidades proféticas. Joach, confuso, se tocó la frente.
—Comparte, hermano. Extiende el temor para
quedar libre de sus garras —le susurró Xin.
Por fin las palabras de aquel hombre
lograron hacerle efecto. Al hablar, la voz le temblaba.
—He... he visto una masacre. Creo que hemos
sido traicionados.
Xin miró de hito en hito a Joach con la
cabeza levemente ladeada. Luego levantó la mano hacia él y le
dibujó un ojo abierto en la frente.
—Eres un vidente.
La mirada rotunda de Xin mientras éste
dibujaba la marca en su frente le ayudó a aclarar el lío en que se
encontraba, y Joach, de repente, fue consciente de que su visión
había sido cierta. Se volvió hacia los demás que estaban agrupados
en la borda.
—Flint se ha equivocado —afirmó con voz
firme y resuelta—. El Sargazo es una trampa.
En la mesa de la cocina todo eran voces que
discutían. Elena atendía en silencio con una mano posada en la de
su hermano.
—La planta jamás traicionaría a un miembro
de la Fraternidad —insistía Flint.
Al otro lado de la mesa, una mujer alta y
majestuosa fruncía el ceño. Parecía sentir tanto desagrado por
Flint como por Joach. La mujer tenía la piel del color del marfil y
la cabellera, que le colgaba larga y lisa, le brillaba como una
cascada de luz solar bajo la iluminación de la sala. A Elena le
resultaba evidente el parecido que guardaba aquella mujer con
Sy-wen, que estaba sentada junto a Kast. Era innegable que era la
madre de su amiga.
—Os he confiado la mitad de las fuerzas de
los mer'ai para que se unieran a vosotros en este mar de hierbas.
Prometisteis que era un puerto seguro. Y ahora habláis de una
trampa.
—No lo decimos —insistió Flint—. Es una
visión. Aunque la visión del muchacho fuera realmente profética, un
tejido de sueño sólo es una percepción posible de un futuro, y no
algo cierto. El futuro se forja de muchas formas.
Elena se daba cuenta de la exasperación que
sentía el anciano marino. El breve momento de júbilo que había
provocado la llegada de los mer'ai y sus dragones terminó en cuanto
Joach se acercó precipitadamente a Flint en la cubierta de proa
para advertirle de que en el bosque les acechaba una amenaza
desconocida. Joach les explicó la visión del ataque contra sus
fuerzas en aquel punto. Ante aquellas noticias tan amenazadoras,
Flint había convocado rápidamente una reunión de jefes para
discutir las opciones que les quedaban.
La madre de Sy-wen había sido enviada con la
expedición al bosque del Sargazo en calidad de representante del
consejo. Era la portavoz de los mer'ai. Kast, por su parte, había
recibido la autorización para hablar en nombre de los Jinetes
Sangrientos en representación de su jefe, el almirante. Como la
flota de los dre'rendi era demasiado grande y pesada para atravesar
las hierbas, los Jinetes Sangrientos habían anclado en las orillas
al sur de los Doldrums y aguardaban a los demás. Hasta el momento,
Kast no había intervenido en aquella discusión. Se había mantenido
callado, con el rostro impertérrito, mientras los demás
hablaban.
Todos tenían opiniones diferentes acerca de
lo que había que hacer. Flint sugería esperar hasta haber analizado
la visión de Joach y valorado su certeza. Meric, en cambio,
insistía en que Elena era demasiado importante, y que debían
abandonar inmediatamente el Sargazo. A la madre de Sy-wen no le
había gustado nada el plan del elfo. Ella no sólo hablaba de
abandonar el Sargazo, sino también el asalto planeado a A'loa Glen.
Era como si todos los planes trazados tan cuidadosamente se
desvanecieran ante la vista de Elena.
Al contemplar aquellos rostros preocupados y
enojados, Elena tuvo el presentimiento de que el destino de Alasea
dependía de lo que se decidiera en aquella sala. Sin un ejército
unido a sus espaldas, ella jamás podría arrebatar el Libro de las
garras del Señor de las Tinieblas. Y si no se recuperaba el Diario
Ensangrentado, Alasea no tenía ninguna esperanza.
Elena se dio cuenta de que tenía que
encontrar un modo de unir al grupo. Por fin, Kast, tras carraspear
de tal forma que llamó la atención del grupo, intervino. Como no
había hablado hasta el momento, todos se detuvieron a escucharle
con la esperanza de que el Jinete Sangriento prestara su apoyo a
una de sus opiniones.
—¿Estáis ciegos? ¡No tenemos que ocultarnos!
—Se volvió para mirar a la madre de Sy-wen—. ¿Acaso no llevamos
generaciones enteras huyendo del Corazón Oscuro de Gul'gotha? ¿No
estáis cansados de doblar la cola y huir? Si queremos librarnos de
estas cadenas horripilantes, tendremos que luchar. Y sí, es cierto,
muchos hombres morirán. Y también dragones. ¿Acaso alguno de
vosotros vino aquí con expectativas distintas?
Kast señaló a Joach.
—El muchacho nos ha transmitido una
advertencia. Lo repito: una advertencia. —Kast lanzó una mirada
fulminante a Flint—. No me importa si su visión es cierta o no. Nos
ha advertido de un ataque. En lugar de hacer pruebas con él,
deberíamos prepararnos. Una emboscada sólo funciona si la víctima
de la misma no la prevé. Avisados como estamos, podemos apartarnos
de los colmillos de esas bestias y hacer que la emboscada se vuelva
contra ellos. ¿Por qué huir?
La vehemencia del Jinete Sangriento asombró
a Elena, que se puso de pie. Había encontrado al aliado que le
hacía falta. Kast había abierto una fisura y estaba dispuesta a
emplearla. Se quitó los guantes de las manos.
—Kast tiene razón —afirmó antes de que nadie
pudiera hablar. Notó que todas las miradas se posaban en ella—. Si
huimos, nos iremos a ciegas. Aquí, por lo menos sabemos lo que va a
ocurrir.
—Pero, ¿y si Joach se equivocase? —preguntó
Flint.
Kast se puso de pie para dar apoyo físico a
Elena.
—¿Y qué? Entonces avanzaremos. No cuesta
nada prepararnos.
Flint asintió mientras pensaba acerca de
ello. Elena continuó. No podía permitir que aquel momento se le
escapara.
—Hay algo que nadie ha pensado —dijo. Miró
intencionadamente al semblante frío de la madre de Sy-wen. Por la
expresión de la mujer, las palabras de Kast no habían convencido a
aquel miembro del consejo de los mer'ai.
»Mi hermano está afectado por la magia
negra. ¿Y si la visión fuera una trampa? —continuó Elena señalando
la vara de Joach.
—¿Qué quieres decir? —preguntó la mujer con
cierto desdén.
—¿Y si esta visión hubiera sido enviada por
el enemigo a fin de obligarnos a huir de la seguridad del Sargazo?
Es posible que sepan que nos encontramos ocultos aquí y que deseen
hacernos salir enviándonos imágenes de muerte si nos quedamos. De
este modo nos quieren hacer caer en su verdadera trampa.
Joach se puso de pie, dispuesto a
interrumpir. Elena sabía que su hermano no estaba de acuerdo con
aquella afirmación y que quería insistir en que la visión le vino
de su propio interior. Pero aquello hubiera debilitado su
argumentación. Miró con dureza a su hermano. Este se contuvo y
prestó su ayuda silenciosa.
—La visión de Joach no ofrece ninguna opción
clara —prosiguió—. La muerte puede estar al acecho tanto en el
exterior como en el interior de este bosque. Kast nos ofrece la
opción más prudente: actuar como si estuviera a punto de producirse
un ataque, atrapar al enemigo en su propia trampa.
Flint se puso de pie.
—Elena tiene razón. Ante el peligro que nos
rodea, tanto podemos defendernos aquí como en cualquier otro
lugar.
Aunque el rostro de la madre de Sy-wen había
palidecido, la mujer continuaba indecisa.
—Sólo hay un lugar seguro —afirmó—: bajo las
aguas. En la extensión sin fin del Profundo, Gul'gotha no podrá
encontrar a los mer'ai.
Sy-wen, con el rostro enrojecido, se puso de
pie.
—¡Madre! ¿Estás proponiendo volver a huir?
¿Esperas que esta buena gente dé su vida para que nosotros podamos
huir? ¿Acaso estamos condenados a repetir para siempre nuestra
historia de cobardes?
Sy-wen se estremeció. Tomó la mano de Kast
en la suya.
—Yo no lo haré. Huye si quieres, pero yo me
quedo.
La mujer enrojeció, si bien no se sabe si
fue por enojo o por incomodidad.
—Nosotros también nos quedamos.
Elena miró a Meric y Tol'chuk, que se habían
puesto de pie. La curandera de Port Rawl también se puso de pie
lentamente.
—Me parece que si todos os quedáis, Tikal y
yo no iremos a ninguna parte.
Sólo la madre de Sy-wen permaneció sentada
en silencio. No parecía estar muy impresionada por aquel grupo de
gente de pie a su alrededor mirándola. Elena se dio cuenta de que
aquella presión sólo lograría acrecentar la obstinación de la
mujer. Con un gesto de la mano hizo sentar a todos los demás.
Sólo Elena se quedó de pie con la vista
clavada en su adversaria. No quería perder el apoyo de los mer'ai
en el asalto que estaba por venir. Habló entonces con un tono
tranquilo y sin aspavientos.
—He perdido a mis padres, mis tíos, mis tías
y mis amigos, y creo que tengo derecho a pediros esto a vosotros, a
todos los mer'ai: uníos a nosotros. Haced caso a la visión de mi
hermano y haced que sea equivocada. El futuro no está escrito de
forma firme. Después de cinco siglos, hay una pequeña esperanza de
apartar a Gul'gotha de estas tierras y aguas. Os ruego que hoy no
dudéis en tomar decisiones difíciles. El destino de la libertad
descansa en las espaldas de vuestros dragones. Por favor, no os
volváis atrás.
La mujer se quedó mirando a Elena en
silencio y con los labios algo fruncidos. Lentamente, su rostro se
fue relajando.
—Para ser tan joven, hablas con audacia,
quizá con una pasión excesiva. Con los años he aprendido que a
menudo el apasionamiento conduce a errores, y esos errores los he
pagado con creces, lo cual me ha permitido aprender de ellos. Por
eso no quiero tomar decisiones de forma apresurada.
—No me parece apresurado que...
La mujer la hizo callar levantando un único
dedo.
—No he terminado todavía. Además de emplear
la pasión, tus argumentos son muy buenos. Me atrevo a decir incluso
que harías muy buen papel en nuestro consejo. —Inclinó la cabeza
levemente en dirección a Elena—. Los mer'ai nos quedamos.
Ayudaremos a tender esta trampa. Ha llegado el momento de que los
dragones se levanten de las aguas y vuelvan a hacer oír su
voz.
—Muchas gracias —farfulló Elena, sintiendo
que las rodillas le temblaban.
Se dio cuenta entonces de que tenía todas
las miradas clavadas en ella y que se esperaba alguna palabra de su
parte. Ayer Flint le había dicho que quienes se iban a congregar
aquí lo harían por Alasea y no por ella, pero mientras miraba a los
demás, Elena se dio cuenta de que Flint estaba en un error. Por
mucho que ella lo negara, ella representaba a Alasea. Estaban aquí
por ella.
Todavía de pie, habló como si lo hiciera
para sí.
—Mi tío me contaba historias del pasado de
Alasea, de ciudades cuyas torres mágicas rozaban las nubes, cuentos
de calles doradas y tierras de abundancia donde seres procedentes
de todas partes se reunían en paz. Mientras le escuchaba pensaba
que aquellas historias eran sólo leyendas, meros cuentos
infantiles. Me resultaba imposible creer que esa belleza hubiera
podido existir en el mundo.
»Ahora veo esa belleza aquí, y tengo el
convencimiento de que ese mundo es, en verdad, posible —concluyó
Elena con lágrimas en los ojos.
Antes de que alguno pudiera responder, la
puerta de la cocina se abrió de golpe sobresaltándolos a todos. El
joven se situó frente a ellos. Acompañaba a un mer'ai con el pecho
descubierto y todavía mojado por el mar. Tok señaló al
hombre.
—Le dije que estabais reunidos haciendo
planes, pero dice que trae unas noticias que tenéis que
conocer.
El guerrero mer'ai tenía la voz
entrecortada.
—Hay algo en el agua... Es... es...
—¡Bridlyn! —espetó la mujer del consejo con
voz brusca—. ¡Habla claro!
El hombre tragó saliva.
—El canal por el que llegamos se ha cerrado.
No tenemos modo de retroceder.
—¿Qué quieres decir? —quiso saber
Flint.
—Mientras que Ragnar'k y yo volábamos por
encima del bosque, los demás dragones llegaron a nado por debajo de
las hierbas flotantes. Para llegar aquí utilizaron un pasaje
secreto que hay bajo el lago —respondió Sy-wen.
Bridlyn asintió.
—Teníamos centinelas apostados cerca del
canal que conducía fuera de aquí. Al anochecer, las hierbas
cerraron el paso.
Flint levantó una mano con el rostro
serio.
—¡Calmaos! La hierba hizo lo mismo con
nosotros. Se limita a ocultar nuestro paso.
Bridlyn miró a Flint horrorizado.
—Ahogó a nuestros centinelas. Incluso los
dragones fallecieron asfixiados por las hierbas,
¡estrangulados!