Martes, 30 de octubre de 2012
Las 9.05

Brilla el sol y su luz traspasa la manta con la que me he tapado los ojos. Pero lo que me ha despertado no ha sido eso, sino la voz de Holder.

—Mira, no tienes ni idea de lo que ella ha tenido que pasar durante estos últimos dos días —dice él.

Está tratando de hablar en voz baja, para no despertarme o para que no escuche la conversación. No consigo oír la respuesta, por lo que debe de estar al teléfono. Pero ¿quién demonios está al otro lado de la línea?

—Entiendo que la defiendas. Créeme, te entiendo. Pero ambos debéis saber que no va a entrar sola en esa casa —prosigue él.

Tras una larga pausa, Holder lanza un gran suspiro.

—Primero tiene que comer algo, así que tardaremos un poco. Sí, lo prometo. Voy a despertarla en cuanto cuelgue. Saldremos dentro de una hora.

Holder deja el teléfono sobre la mesa, sin despedirse. De inmediato, la cama se hunde y me rodea con un brazo.

—Despierta —me dice al oído.

Me quedo quieta.

—Estoy despierta —le respondo desde debajo de la manta, y siento su cabeza sobre mi hombro.

—¿Has escuchado la conversación? —me pregunta entre susurros.

—¿Con quién hablabas?

Holder se revuelve en la cama y me destapa la cabeza.

—Con Jack. Me ha dicho que Karen se lo confesó todo anoche. Está preocupado y quiere que hables con ella.

En ese momento se me para el corazón.

—¿Lo ha confesado? —pregunto con recelo, y me incorporo.

Holder asiente y me responde:

—No hemos entrado en detalles pero, por lo visto, Jack sabe qué está pasando. Yo le he contado lo de tu padre… porque Karen quería saber si lo habías visto. Esta mañana, al despertarme, estaban hablando sobre ello en las noticias. Han llegado a la conclusión de que fue un suicidio porque él mismo llamó a la policía. Ni siquiera van a abrir una investigación. —Me agarra de la mano y me acaricia con el dedo pulgar—. Sky, Jack insistía mucho en que volvieses. Creo que tiene razón, tenemos que ir a casa y acabar con todo esto. No estarás sola. Jack y yo estaremos allí. Y por lo que me ha parecido, Karen está dispuesta a cooperar. Sé que es muy duro para ti, pero no tenemos otra alternativa.

Holder me habla como si tuviera que convencerme, pero la verdad es que estoy preparada. Quiero ver a Karen cara a cara para que responda a mis últimas preguntas. Me destapo, me levanto de la cama y me desperezo.

—Primero voy a limpiarme los dientes y a vestirme. Luego podemos marcharnos.

Me dirijo al cuarto de baño, sin mirar atrás, pero noto que Holder está muy orgulloso. Muy orgulloso de mí.

Holder me da su teléfono en cuanto emprendemos el viaje de vuelta.

—Toma. Breckin y Six están preocupados por ti. Karen miró sus números en tu teléfono y los ha estado llamando todo el fin de semana para preguntarles dónde estabas.

—¿Has hablando con alguno de ellos?

Holder asiente.

—He hablado con Breckin esta mañana, justo antes de que Jack llamara. Le he contado que te habías enfadado con tu madre y que necesitabas pasar unos días fuera de casa. La explicación lo ha convencido.

—¿Y Six?

Holder me lanza una mirada y esboza una sonrisita.

—Será mejor que tú misma llames a Six. He estado en contacto con ella por correo electrónico. He intentado tranquilizarla con la misma historia que le he contado a Breckin, pero no se la ha creído. Decía que tú y Karen no os enfadáis, y me pedía que le contara la verdad antes de que coja un vuelo hacia Texas para darme una paliza.

Me estremezco porque sé que Six debe de estar muy preocupada. No le he escrito desde hace días. De modo que, antes de llamar a Breckin, le enviaré un correo electrónico a Six.

—¿Cómo se manda un correo electrónico? —le pregunto.

Holder se echa a reír, me quita el teléfono de la mano y aprieta varias teclas. Me lo devuelve y señala la pantalla.

—Escribe lo que quieras, y después dame el móvil y yo lo enviaré.

Escribo un mensaje breve, en el que le digo a Six que he descubierto algunas cosas de mi pasado y que he tenido que irme de casa unos días. Le aseguro que la llamaré dentro de poco para explicárselo todo, pero en realidad no estoy segura de que vaya a hacerlo. A estas alturas, no sé si quiero que alguien sepa lo que me ha sucedido. Al menos, no hasta que tenga todas las respuestas.

Holder envía el mensaje, y después me coge de la mano y entrelaza los dedos con los míos. Yo miro por la ventanilla del coche hacia el cielo.

—¿Tienes hambre? —me pregunta, después de haber conducido una hora en un silencio absoluto.

Niego con la cabeza. Estoy tan nerviosa por volver a ver a Karen que no me apetece comer nada. Estoy tan nerviosa que no soy capaz ni de mantener una conversación normal y corriente. Estoy tan nerviosa que no puedo hacer nada más que mirar por la ventanilla y preguntarme dónde amaneceré mañana.

—Tienes que comer algo, Sky. Apenas has probado bocado en tres días, y con lo propensa que eres a desmayarte, me parece que tendrías que llenar el estómago.

Holder no va a parar hasta que coma algo, de modo que accedo.

—Vale —mascullo.

No consigo decidir qué me apetece comer así que, al final, Holder elige un restaurante mexicano de carretera. Pido algo del menú solo para contentarlo. Sin embargo, probablemente no sea capaz de meterme nada en la boca.

—¿Quieres jugar a Cenas o preguntas? —me propone él mientras moja un nacho en salsa.

Me encojo de hombros. No quiero pensar en lo que voy a estar haciendo dentro de cinco horas, por lo que esto quizá me ayude a no darle vueltas a la cabeza.

—De acuerdo. Pero con una condición. No quiero hablar sobre nada relacionado con los primeros años de mi vida, con los últimos tres días o con las próximas veinticuatro horas.

Holder sonríe aliviado. Quizá a él tampoco le apetezca pensar en eso.

—Las señoritas primero —me dice.

—Pues deja ese nacho —le ordeno, viendo lo que está a punto de meterse a la boca.

Holder mira el nacho y frunce el entrecejo.

—Entonces lanza ya la pregunta porque estoy muriéndome de hambre.

Aprovecho mi turno para dar un trago al refresco y tomar un trozo del nacho que él acaba de dejar en el plato.

—¿Por qué te gusta tanto correr? —pregunto.

—No lo sé —responde, y se apoya en el respaldo del asiento—. Empecé a correr con trece años. Al principio fue un modo de escapar de Les y de sus amigas, porque eran muy pesadas. A veces necesitaba salir de casa. Los chillidos y los cotorreos de las chicas de trece años pueden llegar a ser horribles. Me gustaba el silencio que me rodeaba al correr. Por si no te has dado cuenta, soy bastante pensativo, y el ejercicio me ayudaba a aclararme las ideas.

—Sí, ya me he dado cuenta —le respondo riéndome—. ¿Siempre has sido así?

Él sonríe y niega con la cabeza.

—Esa es otra pregunta. Me toca.

Holder me quita el nacho que estaba a punto de comerme y se lo mete en la boca. Toma un trago de refresco y me pregunta:

—¿Por qué no fuiste a las pruebas de atletismo?

Arqueo la ceja y me echo a reír.

—Me extraña que me hagas esa pregunta ahora. Fue hace más de dos meses.

Holder niega con la cabeza y me señala con un nacho.

—No juzgues mis preguntas.

—De acuerdo —digo entre risas—. La verdad es que no lo sé. El instituto no es como me lo esperaba. No creía que las chicas serían tan crueles. Ninguna de ellas me ha dicho nada aparte de lo guarra que soy. Breckin es el único en todo el instituto que se ha esforzado en conocerme.

—Eso no es verdad —me interrumpe Holder—. Olvidas a Shayla.

Me echo a reír.

—¿Te refieres a Shayna?

—Como se llame —dice, agitando la cabeza—. Tu turno.

Rápidamente se mete otro nacho en la boca y me sonríe.

—¿Por qué se divorciaron tus padres?

Esboza una sonrisa forzada, tamborilea con los dedos en la mesa y se encoge de hombros.

—Supongo que les llegó la hora —responde con indiferencia.

—¿Que les llegó la hora? —repito, confundida por la imprecisión de su respuesta—. ¿Los matrimonios tienen fecha de caducidad?

—Para algunas personas, sí que la tienen —contesta encogiéndose de hombros.

Me interesa mucho lo que está diciendo. Espero que no reclame su turno, porque deseo saber cuál es su punto de vista sobre ese tema. No es porque planee casarme pronto. Pero es el chico del que estoy enamorada, así que no me vendría mal saber su opinión para no llevarme un disgusto dentro de unos años.

—¿Por qué piensas que tus padres tenían una fecha límite? —pregunto.

—Todas las parejas tienen una fecha límite si se casan por los motivos equivocados. Después de casarte las cosas no se ponen más fáciles… sino más difíciles. Si te casas con alguien para que la relación mejore, estás activando la cuenta atrás en el momento en que dices «Sí, quiero».

—¿Cuál fue el motivo equivocado por el que se casaron tus padres?

—Les y yo —responde de manera inexpresiva—. Mis padres solo llevaban juntos un mes cuando mi madre se quedó embarazada. Mi padre se casó con ella porque pensaba que era lo que debía hacer, pero quizá lo más adecuado habría sido no haberse acostado con ella.

—Los accidentes suceden —le digo.

—Lo sé. Y por eso se divorciaron.

Niego con la cabeza porque me entristece que Holder hable como si nada sobre la relación de sus padres. Pero tal vez sea porque han pasado ocho años desde que se divorciaran. Cuando Holder tenía diez años, seguro que no hablaba así sobre el tema.

—Pero no crees que el divorcio sea inevitable en todos los matrimonios, ¿verdad?

Holder cruza los brazos sobre la mesa, se inclina hacia delante y entorna los ojos.

—Sky, si estás preguntándote si tengo problemas para comprometerme, la respuesta es no. Algún día muy, muy lejano, después de ir a la universidad, cuando te pida que te cases conmigo, que lo haré algún día, porque no vas a librarte de mí tan fácilmente, no me casaré contigo con la esperanza de que nuestro matrimonio funcione. Cuando te conviertas en mi esposa, será para siempre. Ya te he dicho antes que lo único que me importa son los «para siempre». De verdad.

Le sonrío porque me da la sensación de que estoy un poco más enamorada de él que hace treinta segundos.

—¡Uau! No has necesitado demasiado tiempo para pensar esas palabras.

Niega con la cabeza y responde:

—Eso es porque las he estando pensando desde el mismo instante en que te vi en la tienda.

El camarero llega con la comida en el momento adecuado, porque no se me ocurre una respuesta a lo que Holder acaba de decirme. Cojo el tenedor y me dispongo a comer, pero Holder extiende la mano y me lo quita.

—No hagas trampas —me dice—. El juego no ha acabado, y voy a hacer una pregunta muy personal.

Holder toma un bocado y mastica lentamente, mientras yo espero que me haga su pregunta «muy personal». A continuación le da un trago al refresco, sigue comiendo y me sonríe. Está alargando su turno a propósito para comer todo lo que quiere.

—Hazme la maldita pregunta —le ordeno, fingiendo estar enfadada.

Él se echa a reír, se limpia con la servilleta y se inclina hacia delante.

—¿Tomas anticonceptivos? —me pregunta en voz muy baja.

Su pregunta me provoca un ataque de risa, porque no es una pregunta tan personal cuando se la estás haciendo a la chica con la que te acuestas.

—No, no los tomo —admito—. Nunca he tenido motivos para tomar anticonceptivos antes de que tú irrumpieras en mi vida.

—Bueno, pues quiero que los tomes —me dice con resolución—. Pide cita para esta semana.

Me pongo a la defensiva por su grosería.

—Podrías habérmelo pedido con un poquito más de educación.

Holder arquea una ceja mientras da otro sorbo, y lentamente deja el vaso frente a él.

—Lo siento. —Me lanza una sonrisa e intenta cautivarme con sus hoyuelos—. Deja que reformule la frase —me pide entre susurros—. Planeo hacer el amor contigo, Sky. Muchas veces. En cada ocasión que tengamos la oportunidad. A pesar de las circunstancias, este fin de semana me lo he pasado muy bien contigo. De modo que, para que podamos seguir haciéndolo, te agradecería que tomaras otras medidas anticonceptivas y así no tener que contraer matrimonio con fecha de caducidad a consecuencia de un embarazo. ¿Crees que podrías hacerlo por mí? ¿Para que podamos seguir teniendo muchísimo sexo?

Sostengo su mirada mientras acerco mi vaso vacío a la camarera, quien, a su vez, está mirando a Holder con la boca abierta.

—Eso está mejor —le respondo sin cambiar de expresión—. Y sí. Creo que lo haré.

Holder asiente, pone su vaso junto al mío y mira a la camarera. Finalmente ella sale de su trance, rellena los vasos y se marcha. En ese momento, fulmino a Holder con la mirada y niego con la cabeza.

—Eres muy malo, Dean Holder —le digo entre risas.

—¿Cómo? —pregunta con inocencia.

—Debería ser ilegal que de tu boca salieran las frases «hacer el amor» y «tener sexo» en presencia de una mujer y de mí, que soy la que disfruta de ti. Creo que no eres consciente de lo que provocas en las mujeres.

Holder niega con la cabeza y trata de restar importancia a mi comentario.

—Te lo digo en serio, Holder. No es mi intención inflarte el ego, pero deberías saber que eres increíblemente atractivo para cualquier mujer con sangre en el cuerpo. Piénsalo. No puedo contar con los dedos de las manos cuántos chicos he conocido en toda mi vida; sin embargo, tú eres el único por el que me he sentido atraída. Explícame el motivo.

Se echa a reír y responde:

—Es muy simple.

—¿Por qué?

—Porque tú ya me amabas antes de verme aquel día en el supermercado —dice, mirándome fijamente—. Que no me recordaras no quiere decir que me hubieras borrado de tu corazón. —Se lleva el tenedor a la boca y hace una pausa antes de meterse la comida a la boca—. Pero quizá tengas razón. Tal vez se deba a que te entraron ganas de lamerme los hoyuelos —añade, y se mete el tenedor en la boca.

—Claro que fue por los hoyuelos —le digo sonriente.

No sé cuántas veces ha conseguido que sonría en la media hora que llevamos aquí y, de algún modo, me he comido la mitad de lo que había en el plato. Su mera presencia hace milagros en un corazón herido como el mío.