Sábado, 27 de octubre de 2012
Las 23.57

Una de las cosas que más me gustan de los libros es que pueden delimitarse y condensarse en capítulos ciertas partes de la vida de los personajes. Me parece fascinante porque es imposible hacer lo mismo en la vida real. No puedes dar un capítulo por acabado, luego saltar las cosas por las que no quieres pasar, y volver a abrir el libro en un capítulo que se adapte mejor a tu humor. La vida no puede dividirse en capítulos… solo en minutos. Todos los acontecimientos se amontonan un minuto tras otro sin que haya un lapso de tiempo, ni páginas en blanco, ni principios de capítulo. Pase lo que pase y lo desees o no, la vida no se detiene, las palabras continúan fluyendo y las verdades siguen saliendo a borbotones. No puedes parar y tomar aliento.

Necesito que se acabe este capítulo. Solo quiero respirar, pero no sé cómo hacerlo.

—Di algo —me pide Holder.

Sigo sentada en su regazo, abrazada a él. Tengo la cabeza apoyada en su hombro y los ojos cerrados. Él pone la mano en mi nuca, acerca su boca a mi oreja y me agarra más fuerte.

—Por favor. Di algo.

No sé qué quiere que diga. ¿Quiere que me sorprenda? ¿Que me escandalice? ¿Quiere que me eche a llorar? ¿Que grite? No puedo hacer nada de eso porque todavía estoy tratando de asimilar lo que acaba de contarme.

«Has estado desaparecida trece años, Sky».

Repito una y otra vez sus palabras en mi mente, como un disco rayado.

«Desaparecida».

Espero que haya utilizado esa palabra en sentido figurado, como si quisiese decir que desaparecí de su vida hace trece años. Pero lo dudo mucho. He visto cómo me miraba mientras lo decía, y he notado que no quería hacerlo. Él sabía lo que esas palabras provocarían en mí.

Quizá la haya usado en sentido literal, pero está confundido. Ambos somos muy jóvenes, y probablemente no recuerde bien el orden de los acontecimientos. De repente se me pasan por la mente los dos últimos meses y todo lo que he visto en él, sus múltiples personalidades, sus cambios de humor, y al fin consigo entender sus palabras crípticas. Por ejemplo, la noche en la que me dijo que había estado buscándome toda la vida. Aquello no era una metáfora.

O la primera noche que estuvimos sentados justo aquí, en la pista de aterrizaje, y me preguntó si había tenido una buena vida. Entonces también hablaba en sentido literal, porque quería saber si era feliz con Karen.

O el día en que se negó a pedirme disculpas por el modo en que se había comportado en la cafetería, alegando que él sabía por qué se había cabreado, pero que todavía no podía contármelo. En aquel momento no lo puse en duda porque me pareció que estaba siendo sincero al decirme que algún día me lo explicaría. Ni por un momento se me pasó por la cabeza el verdadero motivo de su enfado al ver la pulsera en mi muñeca. Holder no quería que yo fuese Hope porque sabía que la verdad me rompería el corazón.

Estaba en lo cierto.

«Has estado desaparecida trece años, Hope».

La última palabra de la frase me produce un escalofrío. Lentamente levanto la cabeza de su hombro y lo miro.

—Me has llamado Hope. No vuelvas a llamarme así. Ese no es mi nombre.

Holder asiente.

—Lo siento, Sky.

La última palabra de esta frase también me produce un escalofrío. Me aparto de él y me pongo en pie.

—Tampoco me llames así —le pido tajantemente.

No quiero que me llamen ni Hope, ni Sky, ni princesa, ni nada que me separe de cualquier otra parte de mí misma. De repente siento que soy varias personas en una. Alguien que no sabe ni quién es, ni de dónde es. Estoy confundida. Nunca antes me he sentido tan aislada, como si no hubiese ni una persona en el mundo en la que pudiese confiar. Ni en mí misma. Ni siquiera puedo fiarme de mis propios recuerdos.

Holder se levanta, me coge de las manos y me mira. Está observándome, esperando que reaccione. Pero va a llevarse una desilusión porque no voy a reaccionar. No aquí. No ahora. Una parte de mí quiere llorar en sus brazos y que me susurre al oído que no me preocupe. Otra parte de mí quiere chillarle, gritarle y pegarle por engañarme. Otra parte de mí quiere que Holder siga culpándose por no evitar lo que, según él, pasó hace trece años. Pero la mayor parte de mí desea que todo desaparezca. Quiero volver a no sentir nada. Echo de menos la sensación de estar entumecida.

Aparto las manos de las suyas y empiezo a caminar hacia el coche.

—Necesito que acabe este capítulo —digo, más a mí misma que a él.

Holder me sigue muy de cerca.

—No sé qué quieres decir con eso.

Por el tono de su voz, sé que se siente derrotado y abrumado por la situación. Me agarra del brazo para que me detenga, probablemente para preguntarme qué tal me encuentro, pero se la aparto con brusquedad y me doy la vuelta. No quiero que me pregunte cómo estoy porque no tengo ni idea. Estoy recorriendo toda una gama de sentimientos, y algunos de ellos son desconocidos. Dentro de mí crecen la rabia, el miedo, la tristeza y la desconfianza, y quiero que paren. Quiero dejar de sentir todo lo que estoy sintiendo, de modo que extiendo la mano, la llevo a su rostro y aprieto los labios contra los suyos. Le doy un beso brusco y rápido, esperando que él reaccione, pero no lo hace. No me devuelve el beso. Se niega a ayudarme a hacer desaparecer el dolor de esta manera. Entonces, la ira se apodera de mí, y me aparto de él y le doy una bofetada.

Holder apenas se inmuta, y eso me pone aún más furiosa. Quiero que sufra como yo estoy sufriendo. Quiero que sienta lo que sus palabras han provocado en mí. Le doy otra bofetada, y él no hace nada para evitarlo. Al ver que no reacciona, le doy un empujón en el pecho. Lo empujo una y otra vez, tratando de devolverle todo el dolor con el que acaba de inundarme el corazón. Cierro los puños y le pego en el pecho, pero tampoco funciona. Entonces empiezo a gritar, a darle golpes y a intentar salir de entre sus brazos. Holder me abraza por detrás, apretando mi espalda contra su pecho, y me agarra de los brazos y me los sujeta a la altura del vientre.

—Respira —me susurra al oído—. Tranquilízate, Sky. Sé que estás confundida y asustada, pero estoy aquí. Estoy justo aquí. Intenta respirar.

Su voz es tranquila y reconfortante, de modo que cierro los ojos y me dejo llevar. Holder inspira y mueve el pecho al mismo ritmo que el mío, para que yo siga su ejemplo. Respiro hondo y muy despacio, al mismo tiempo que él. Finalmente, cuando dejo de sacudirme entre sus brazos, me da la vuelta poco a poco y me aprieta contra él.

—No quería hacerte daño —susurra, con mi cabeza entre sus manos—. Por eso no te lo he contado hasta ahora.

En ese momento me doy cuenta de que ni siquiera estoy llorando. No he derramado ni una sola lágrima desde que la verdad ha salido de su boca, y me aferro a ello para intentar retener las que están a punto de brotar. Las lágrimas no me ayudarán. Solo me harán más débil.

Poso las palmas de las manos en su pecho y las aprieto ligeramente contra él. Me da la sensación de que lloro con más facilidad cuando Holder me abraza, porque siento un gran consuelo al estar entre sus brazos. Pero no necesito que me consuelen. Tengo que aprender a mantenerme fuerte por mí misma, porque soy la única en la que puedo confiar (aunque en estos momentos dudo incluso de eso). Todo lo que creía saber es mentira. No sé de quién es la culpa, ni quién sabe la verdad, pero no me queda ni un ápice de confianza. Ni en Holder, ni en Karen… ni en mí misma.

Doy un paso atrás y lo miro a los ojos.

—¿Pensabas decirme quién era? —le pregunto, mirándolo fijamente—. ¿Qué habrías hecho si nunca me hubiese acordado? En ese caso ¿me lo habrías contado? ¿Temías que te dejara y perdieras la oportunidad de follar conmigo? ¿Es por eso por lo que has estado mintiéndome todo este tiempo?

En cuanto las palabras salen de mis labios noto en su mirada que le he ofendido.

—No. Eso no fue así. Eso no es así. No te lo he contado porque me dé miedo lo que vaya a pasarte. Si lo denuncio, no podrás quedarte con Karen. Seguramente la detendrán y te llevarán a vivir con tu padre hasta que cumplas dieciocho años. ¿Te gustaría que pasara eso? Quieres a Karen y aquí eres feliz. No deseaba arruinarte la vida.

Dejo escapar una risita y niego con la cabeza. Su razonamiento no tiene ningún sentido. Nada de esto tiene sentido.

—Antes que nada —respondo—, no meterían a Karen en la cárcel, porque te garantizo que ella no sabe nada de esto. En segundo lugar, cumplí dieciocho años en septiembre. Si mi edad era la razón por la que no fuiste sincero, ya me lo habrías dicho a estas alturas.

Holder se pone una mano en la nuca y mira al suelo. No me gusta el nerviosismo que desprende en estos momentos. Por el modo en que actúa, me atrevería a decir que no ha acabado de hacer todas las confesiones.

—Sky, todavía hay muchas cosas que tengo que explicarte. —Levanta la vista y la detiene en mis ojos—. Tu cumpleaños no es en septiembre, sino el siete de mayo. Te faltan seis meses para cumplir dieciocho años. Y Karen… —Se acerca a mí y me coge de ambas manos—. Tiene que saberlo, Sky. Seguro que sí. Piénsalo. ¿Qué otra persona podría haber hecho esto?

Rápidamente aparto las manos de las suyas y doy un paso atrás. Soy consciente de que guardar el secreto ha debido de ser una tortura para él. Veo en sus ojos que está siendo una agonía tener que contármelo todo. Pero le he concedido el beneficio de la duda desde el momento en que lo conocí, y la pena que pudiese sentir por él acaba de desaparecer porque está tratando de decirme que mi propia madre ha tenido algo que ver en todo esto.

—Llévame a casa —le pido—. No quiero oír nada más. Ya he tenido suficiente por hoy. —Holder intenta cogerme de las manos otra vez, pero se las aparto de un empujón—. ¡Que me lleves a casa! —grito.

Me dirijo hacia el coche. Ya he oído bastante. Necesito a mi madre. Necesito verla, abrazarla y saber que no estoy sola en todo esto, porque es así como me siento ahora mismo.

Llego a la valla antes que Holder. Me dispongo a saltarla, pero no puedo. Tengo las manos y los brazos temblorosos y débiles. Sigo intentándolo hasta que Holder se pone detrás de mí y me levanta. Salto al otro lado y voy al coche.

Holder se sienta en el asiento del conductor y cierra la puerta, pero no arranca el coche. Está mirando el volante y tiene la mano en el contacto. Observo sus manos con una mezcla de sensaciones, porque deseo que me abracen. Quiero estar entre ellas y que me acaricien la espalda y el pelo mientras me repite que todo irá bien. Pero, al mismo tiempo, me dan asco, y pienso en todos los momentos íntimos en los que me han tocado y agarrado, y no puedo quitarme de la cabeza que estaba engañándome. ¿Cómo podía estar conmigo sabiendo todo lo que sabe y hacerme creer sus mentiras? No sé si seré capaz de perdonarlo por lo que me ha hecho.

—Sé que tienes que asimilar muchas cosas —dice él en voz baja—. Lo sé. Te llevaré a casa, pero mañana debemos seguir hablando. —Se vuelve hacia mí y me lanza una mirada muy seria—. Sky, no puedes comentar esto con Karen. ¿Lo entiendes? No hasta que entre los dos lo aclaremos todo.

Asiento, solo para que se tranquilice. No puede esperar que no hable de esto con ella.

Vuelve hacia mí todo el cuerpo, se inclina y apoya la mano en mi reposacabezas.

—Hablo en serio, cariño. Sé que piensas que ella no es capaz de hacer algo así, pero no debes decir nada hasta que descubramos más cosas. Si hablas de esto con alguien, toda tu vida cambiará. Tómate un poco de tiempo para reflexionar. Por favor. Por favor, prométeme que esperarás hasta después de mañana. Hasta después de que volvamos a hablar.

El tono aterrorizado con el que me lo pide me desagarra el corazón y vuelvo a asentir, pero esta vez en serio.

Holder se queda mirándome unos segundos, se da la vuelta lentamente y arranca. Recorremos los seis kilómetros hasta mi casa sin decir ni una palabra. Al llegar a la entrada pongo la mano en la manilla y me dispongo a salir del coche. Entonces Holder me agarra del brazo.

—Espera —me pide.

Le hago caso, pero no me doy la vuelta. Tengo un pie en el coche y el otro en la acera. Holder extiende la mano y me acaricia detrás de la oreja.

—¿Estarás bien esta noche?

Suspiro ante la simplicidad de su pregunta.

—¿Cómo? —Apoyo la espalda en el respaldo y me vuelvo hacia él—. ¿Cómo voy a estar bien después de esta noche?

Él me mira y sigue acariciándome.

—Está matándome… permitir que te vayas así. No quiero dejarte sola. ¿Puedo venir dentro de una hora?

Sé que está preguntándome si puede colarse por mi ventana y meterse en la cama conmigo, pero enseguida niego con la cabeza.

—No puedo —respondo con la voz rota—. Ahora mismo se me hace muy difícil estar contigo. Necesito pensar. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

Él asiente, retira la mano de mi mejilla y vuelve a ponerla en el volante. Me mira mientras me bajo del coche y me alejo de él.