Viernes, 31 de agosto
de 2012
Las 11.20
Los próximos dos días en el instituto son iguales que los dos anteriores: llenos de culebrones. Mi taquilla parece haberse convertido en un cubo de notas adhesivas y cartas de mal gusto, pero no he visto a nadie pegándolas o metiéndolas. La verdad es que no entiendo en qué se beneficia la gente haciendo este tipo de cosas si ni siquiera admiten haber sido los responsables. Un buen ejemplo es la nota que me he encontrado esta mañana. Todo lo que decía era «puta».
¿En serio? ¿Dónde queda la creatividad? ¿No podrían acompañarlo de una historia interesante? ¿Quizá algunos detalles de mi falta de discreción? Si voy a tener que leer este tipo de chorradas todos los días, lo mínimo que podrían hacer es decir algo interesante. Si yo cayese tan bajo para escribir un chisme en la taquilla de alguien, por lo menos tendría el detalle de entretener a quien tuviera que leerlo. Escribiría algo interesante, como por ejemplo: «Anoche te vi en la cama con mi novio. No me hace ninguna gracia que pongas aceite para masajes en mis pepinos. Puta».
Me echo a reír, aunque es un tanto extraño que me hagan gracia mis propios pensamientos. Miro alrededor y veo que estoy sola en el pasillo. En lugar de despegar las notas de la taquilla, como probablemente debería hacer, saco el bolígrafo y les doy un toque de creatividad. Sois bienvenidos, transeúntes.
Breckin coloca su bandeja frente a la mía. Desde que él piensa que solo quiero comer ensalada, cada uno se lleva su propia comida. Me sonríe como si fuese a contarme un secreto del que estoy deseando enterarme. Si es otro chisme, paso.
—¿Cómo fueron las pruebas de atletismo? —pregunta.
—No fui —respondo, encogiéndome de hombros.
—Ya lo sé.
—Entonces ¿por qué preguntas?
Breckin se echa a reír.
—Porque me gusta contrastar las cosas antes de creérmelas. ¿Por qué no fuiste?
Vuelvo a encogerme de hombros, y él añade:
—¿Qué te pasa en los hombros? ¿Tienes un tic nervioso?
Y lo hago otra vez.
—No me apetece formar parte de un equipo con nadie de esta escuela. Ya no me parece una buena idea —le explico.
Breckin frunce el entrecejo.
—Uno: el atletismo es uno de los deportes más individuales que existen. Y dos: dijiste que te habías matriculado en el instituto por las actividades extracurriculares.
—La verdad es que no sé por qué estoy aquí —respondo—. Quizá necesite ver una buena dosis de la decadencia de la naturaleza humana antes de entrar en el mundo real. Así el susto no será tan grande.
Breckin me apunta con un tallo de apio y arquea la ceja.
—Eso es verdad. Una introducción gradual a los peligros de la sociedad ayudará a mitigar el golpe. No podemos dejarte sola en la jungla cuando te han mimado durante toda tu vida en un zoo.
—Bonita analogía —comento.
Me guiña un ojo y muerde el tallo de apio.
—Hablando de analogías: ¿qué le ha pasado a tu taquilla? Estaba cubierta de analogías y metáforas sexuales.
—¿Te ha gustado? —le pregunto entre risas—. Me ha llevado un rato, pero estaba inspirada.
Breckin asiente.
—Hay una que me ha gustado especialmente: «Eres tan puta que incluso te has tirado a Breckin el mormón».
—Esa no puedo atribuírmela —contesto, negando con la cabeza—. Es original. ¿No te parecen más divertidas después de que las haya subido de tono?
—Bueno… Me parecían divertidas. Ya no están. Acabo de ver a Holder quitándolas.
Miro a Breckin y veo que vuelve a sonreír con picardía. Me imagino que ese es el secreto que tantas ganas tenía de contarme.
—¡Qué raro!
Me pregunto por qué Holder se tomaría la molestia de hacer algo así. No hemos salido a correr juntos desde la última vez que hablamos. De hecho, no hemos interactuado en absoluto. Ahora se sienta en la otra punta del aula, y no vuelvo a verlo en todo el día, excepto en la hora de la comida. Incluso entonces se sienta en el otro extremo de la cafetería con sus amigos. Pensé que, tras llegar a este punto muerto, por fin habíamos logrado evitarnos el uno al otro, pero creo que me equivoqué.
—¿Puedo preguntarte algo? —me dice Breckin.
Vuelvo a encogerme de hombros, sobre todo para molestarlo.
—¿Son ciertos los rumores que circulan sobre él? ¿Sobre su mal genio? ¿Y sobre su hermana?
Trato de no parecer sorprendida por su comentario, pero es la primera vez que oigo hablar acerca de una hermana.
—No lo sé. Lo único que puedo decirte es que he pasado suficiente tiempo con él para saber que me da tanto miedo que no quiero pasar más tiempo con él.
Me gustaría preguntar a Breckin sobre el comentario que ha hecho de la hermana de Holder, pero a veces mi terquedad asoma su fea cabeza sin que yo pueda evitarlo. Por alguna razón, pedir información sobre Dean Holder es una de esas ocasiones.
—Hola —me saluda alguien desde detrás.
Enseguida me doy cuenta de que no es Holder, porque esta voz me ha dejado indiferente. En cuanto me vuelvo, Grayson pasa la pierna por encima del banco y se sienta a mi lado.
—¿Tienes algo que hacer después de clase? —me pregunta.
Hundo un tallo de apio en un aliño grumoso y le doy un mordisco.
—Seguramente.
Grayson agita la cabeza y dice:
—Esa respuesta no me vale. Te espero en tu coche después de la última clase.
Y se marcha antes de que pueda contestarle. Breckin sonríe lleno de satisfacción.
Yo simplemente me encojo de hombros.
No sé de qué quiere hablar Grayson, pero si está pensando en venir a casa mañana por la noche, le hace falta una lobotomía. Estoy dispuesta a renunciar a los chicos en lo que queda de curso. Especialmente si eso significa no tener a Six para comer helado después de que se hayan marchado. El helado era la única parte interesante de liarme con ellos.
Al menos Grayson cumple su palabra. Cuando llego al aparcamiento está esperándome en mi coche, apoyado en la puerta del conductor.
—Hola, princesa —me saluda.
No sé si es por su voz o porque acaba de ponerme un apodo, pero sus palabras hacen que me estremezca. Me acerco a él y me pongo a su lado.
—No vuelvas a llamarme «princesa». Jamás.
Él se echa a reír, se pone delante de mí y me agarra de la cintura con ambas manos.
—De acuerdo. ¿Qué te parece «preciosa»?
—¿Qué te parece si simplemente me llamas Sky?
—¿Por qué tienes que estar cabreada todo el tiempo?
Lleva las manos a mi rostro, me coge de las mejillas y me besa. Por desgracia, yo se lo permito. Sobre todo porque siento que se lo ha ganado por aguantarme durante todo un mes. Sin embargo, no se merece que le devuelva tantos favores, de modo que aparto la cabeza a los pocos segundos.
—¿Qué quieres? —le pregunto.
—A ti —responde rodeando mi cintura con sus brazos y apretándome contra él.
Empieza a besuquearme el cuello y le doy un empujón para que se aparte.
—¿Qué pasa? —dice él.
—¿Es que no lo pillas? Te dije que no me acostaría contigo, Grayson. No estoy bromeando ni estoy dándote a entender que quiero que me persigas, como hacen otras chicas perturbadas y retorcidas. Tú quieres más y yo no, de modo que creo que tenemos que aceptar que hemos llegado a un punto muerto y que debemos pasar página.
Grayson me mira fijamente, suspira y me abraza.
—No quiero más, Sky. Me basta con lo que ya tenemos. No volveré a insistir. Simplemente me lo paso bien en tu casa, y me gustaría ir mañana por la noche —me explica, e intenta convencerme con una de esas sonrisitas mojabragas—. No te enfades y ven aquí —me pide, y acerca mi rostro al suyo y vuelve a besarme.
Por muy irritada y enfadada que esté con él, no puedo evitar sentir cierto alivio en cuanto sus labios topan con los míos. El cabreo se viene abajo gracias al entumecimiento que se apodera de mí. Solo por esa razón dejo que siga besándome. Me empuja contra el coche y pasa las manos por mi pelo. Después empieza a besarme por la mandíbula y por el cuello. Apoyo la cabeza en el coche y levanto la muñeca para ver qué hora es. Karen se marcha de la ciudad por trabajo, de modo que tengo que ir al supermercado a comprar azúcar para todo el fin de semana. No sé cuánto tiempo piensa estar Grayson toqueteándome, pero ahora mismo me apetece comer helado. Pongo los ojos en blanco y dejo caer el brazo. De repente se me acelera el corazón, el estómago me da un vuelco y percibo todas las sensaciones que supuestamente una chica debe sentir cuando la besan los labios de un tío bueno. Pero no tengo esa reacción por el chico que está besándome, sino por el tío bueno que está mirándome desde el otro lado del aparcamiento.
Holder está junto a su coche, con el codo apoyado en el marco de la puerta, observándonos. Inmediatamente aparto a Grayson y me doy la vuelta para entrar en el coche.
—Entonces ¿nos vemos mañana por la noche? —pregunta.
Entro en el coche y arranco.
—No. Hemos acabado —sentencio.
Doy un portazo y salgo del aparcamiento, sin estar segura de si estoy enfadada, avergonzada o locamente enamorada. ¿Cómo lo consigue Holder? ¿Cómo demonios me provoca ese tipo de sensaciones desde la otra punta del aparcamiento? Creo que necesito una intervención.