Lunes, 29 de octubre de 2012
Las 16.35

—¡Ni se te ocurra tocarla!

Holder está gritando y siento presión bajo los brazos. Oigo su voz cerca de mí, así que sé que sigue agarrándome. Dejo caer las manos y toco la hierba con los dedos.

—Cariño, abre los ojos. Por favor.

Holder me acaricia la mejilla. Lentamente los abro y miro hacia arriba. Él está encima de mí y mi padre justo detrás.

—Tranquila, acabas de desmayarte. Tienes que ponerte en pie para que nos marchemos.

Sin que yo haga ningún esfuerzo, Holder me levanta y rodea mi cintura con el brazo.

Tengo a mi padre enfrente de mí, mirándome.

—Eres tú —dice. Mira a Holder y luego a mí—. ¿Hope? ¿Me recuerdas? —me pregunta con lágrimas en los ojos.

Yo no estoy llorando.

—Vayámonos —vuelve a decir Holder.

Opongo resistencia y me libro de él. Vuelvo a mirar a mi padre, al hombre que ha reaccionado como si en el pasado me hubiese querido. Es un mentiroso de mierda.

—¿Me recuerdas? —repite, y da un paso adelante. Holder tira de mí a cada paso que da mi padre—. Hope, ¿te acuerdas de mí?

—¿Cómo iba a olvidarte?

Lo irónico es que lo olvidé. Por completo. Olvidé todo lo relativo a él, a lo que me hizo y a la vida que tuve aquí. Pero no quiero que él lo sepa. Quiero que piense que me acuerdo de él y de todas las cosas que me hizo.

—Eres tú —dice, y pone la mano a un lado—. Estás sana y salva.

Mi padre saca la radio, intuyo que para dar el aviso. Antes de que pueda pulsar el botón, Holder se abalanza sobre él y le quita la radio de un golpe. Cae al suelo, mi padre se agacha para cogerlo, da un paso atrás para defenderse y vuelve a colocar la mano sobre la funda de la pistola.

—Si yo fuera tú, no le diría a nadie que ella está aquí —le advierte Holder—. No creo que quieras que se publique en los periódicos que eres un puto pervertido.

De repente mi padre palidece y me mira atemorizado.

—Hope, no sé quién te raptó, pero te mintió. Te dijeron cosas sobre mí que no son ciertas. —Se acerca y me lanza una mirada suplicante y desesperada—. ¿Quién te raptó, Hope? ¿Quién lo hizo?

Doy un paso firme hacia él.

—Recuerdo todo lo que me hiciste. Y si me das lo que he venido a buscar, te juro que me marcharé y que no sabrás nada de mí nunca más.

Él sigue negando con la cabeza, sin poder creerse que tiene a su hija delante. Estoy segura de que está intentando asimilar el hecho de que, en estos momentos, toda su vida está en peligro. Su carrera, su reputación y su libertad. Su rostro se pone aún más pálido cuando se da cuenta de que no puede seguir negándolo. Sabe que lo sé.

—¿Qué es lo que quieres? —me pregunta.

Miro hacia la casa y luego a él.

—Respuestas —contesto—. Y quiero todo lo que pertenecía a mi madre.

Holder vuelve a agarrarme muy fuerte de la cintura. Pongo la mano en la suya porque necesito asegurarme de que no estoy sola en estos momentos. Mi confianza va disminuyendo con cada segundo que paso en presencia de mi padre. Todo él, desde su voz hasta sus gestos y sus movimientos, me provoca dolor de tripa.

Mi padre mira a Holder por un momento y luego a mí.

—Hablemos dentro —me pide en voz baja, observando las casas de alrededor.

Está nervioso, y eso quiere decir que ha sopesado las opciones y que se ha dado cuenta de que no tiene muchas entre las que elegir. Hace un gesto con la cabeza hacia la puerta principal y se dispone a subir los escalones.

—Deja tu pistola —le ordena Holder.

Mi padre se detiene, pero no se da la vuelta. Lentamente se lleva la mano a un lado y saca la pistola. La deja con suavidad encima de un escalón y empieza a subir.

—Las dos —insiste Holder.

Mi padre vuelve a detenerse antes de llegar a la puerta principal. Se agacha, se remanga el pantalón y saca la pistola que lleva en el tobillo. Cuando ambas armas están fuera de su alcance, entra en la casa y deja la puerta abierta. Antes de que yo entre, Holder me da la vuelta.

—Voy a quedarme aquí y dejaré la puerta abierta. No te fíes de él. Quédate en el salón.

Asiento, Holder me da un beso rápido y fuerte y deja que me vaya. Entro en el salón y veo a mi padre sentado en el sofá, con las manos entrelazadas ante él. Está mirando al suelo. Me acerco al asiento más cercano y me siento en el borde, porque no quiero relajarme. Estar en esta casa y en su presencia me confunde y me provoca una presión en el pecho. Respiro lentamente e intento calmarme.

Aprovecho el momento de silencio para buscar algún parecido entre sus facciones y las mías. ¿Quizá el color del cabello? Es mucho más alto que yo, y sus ojos, cuando es capaz de mirarme, son de un verde oscuro, no como los míos. Aparte del color caramelo de su cabello, no me parezco en nada a él. Y eso hace que sonría.

Mi padre levanta la vista, suspira y se revuelve incómodo en el sofá.

—Antes de nada —empieza a decir—, tienes que saber que te quería y que me he arrepentido durante toda mi vida de lo que hice.

No respondo con palabras a su confesión, y tengo que contenerme físicamente ante la gilipollez que acaba de decir. Podría pasarse toda la vida disculpándose, y sin embargo, nunca sería suficiente para borrar ni una sola noche en la que giró el pomo de la puerta.

—Quiero saber por qué lo hiciste —le pido con la voz temblorosa.

Odio sonar tan patética y débil en estos momentos. Parezco la niña pequeña que le rogaba que parase. Ya no soy aquella niñita, y de ningún modo quiero parecer débil ante él.

Se inclina hacia delante y se frota los ojos.

—No lo sé —responde exasperado—. Después de la muerte de tu madre, volví a caer en la bebida. Una noche, un año después, me emborraché muchísimo. Al día siguiente, al despertar, me di cuenta de que había hecho algo horrible. Esperaba que fuese una pesadilla, pero cuando fui a despertarte por la mañana… estabas distinta. Ya no eras aquella niña alegre. En solo de una noche te habías convertido en alguien que me tenía miedo. Me odiaba por aquello. No estoy seguro de lo que te hice porque estaba demasiado borracho. Pero sé que fue algo terrible y lo siento muchísimo. Nunca volvió a ocurrir e hice todo lo que pude para recompensarte. Te hacía regalos constantemente y te daba todo lo que me pedías. No quería que te acordaras de aquella noche.

Aprieto las rodillas para no levantarme de un salto y estrangularlo. Está intentando convencerme de que solo sucedió una vez, y eso hace que lo odie más si cabe. Habla de ello como si hubiese sido un accidente. Como si hubiese roto una taza de café o se hubiese dado un golpe con el coche.

—Fue una noche… tras otra… tras otra —le corrijo. Me fuerzo a reunir toda la paciencia que tengo para no gritar a viva voz—. Me daba miedo meterme en la cama, me daba miedo despertarme, me daba miedo darme una ducha y me daba miedo hablar contigo. No era una niña pequeña a la que le daban miedo los monstruos escondidos en el armario o debajo de la cama. ¡Vivía aterrorizada por el monstruo que se suponía que me quería! ¡Debías protegerme de gente como tú!

Holder está de rodillas a mi lado y me agarra del brazo mientras grito al hombre que está al otro lado del salón. Me tiembla todo el cuerpo y me inclino hacia él para tranquilizarme. Me acaricia el brazo, me da un beso en el hombro y deja que diga todo lo que necesito sacar de mi interior, sin interrumpirme en ningún momento.

Mi padre se hunde en el sofá y las lágrimas empiezan a brotar de sus ojos. No se defiende porque sabe que tengo razón. No tiene nada que decirme. Llora con la cabeza hundida en sus manos, lamentando que al final alguien le haya hecho frente, pero sin arrepentirse de lo que hizo.

—¿Has tenido más hijos? —le pregunto, mirándolo a los ojos que ni siquiera pueden mirarme de la vergüenza.

Deja caer la cabeza y apoya la frente en la palma de la mano. Pero no me responde.

—¿Tienes más hijos? —le grito.

Tengo que saber si se lo ha hecho a alguien más. Que no se lo hace a alguien más.

Niega con la cabeza y responde:

—No. No volví a casarme después de que tu madre muriese.

El tono de su voz es el de un hombre derrotado.

—¿Soy la única a la que se lo hiciste?

Él sigue mirando al suelo y evita mis preguntas con largas pausas.

—Me debes la verdad —le digo con firmeza—. ¿Se lo hiciste a alguien más antes que a mí?

Noto que está encerrándose en sí mismo. La dureza de su mirada me hace entender que no tiene intención de confesar nada más. Hundo la cabeza entre las manos, porque no sé qué hacer. No me parece bien dejarle que siga viviendo su vida como hasta ahora, pero también me aterroriza pensar en qué puede pasar si lo denuncio. Me da miedo lo mucho que cambiará mi vida. Me da miedo que nadie me crea, ya que pasó hace muchos años. Pero lo que más miedo me da es que temo quererlo demasiado para arruinarle el resto de su vida. Estar en su presencia no solo me recuerda las cosas horribles que me hizo, sino también al padre que una vez fue. Estar en esta casa provoca un torbellino de emociones dentro de mí. Miro la mesa de la cocina y empiezo a recordar las bonitas conversaciones que tuvimos allí sentados. Miro la puerta trasera y recuerdo correr a la calle para ver cómo pasaba el tren por el campo que hay detrás de la casa. Todo lo que me rodea me llena de recuerdos contradictorios, y no me gusta quererlo tanto como lo odio.

Me seco las lágrimas y vuelvo a mirar a mi padre. Tiene la vista en el suelo, y aunque intento no hacerlo, vislumbro a mi papá. Veo al hombre que me quería como solía quererme… mucho antes de que me diera miedo que girase el pomo de la puerta.