Domingo, 28 de octubre de 2012
Las 19.10

—Lesslie me enseñó a atarme los zapatos —digo en voz baja, sin apartar la vista de la casa.

Holder me mira y sonríe.

—¿Lo recuerdas?

—Sí.

—Ella se sentía muy orgullosa de eso —me explica, y vuelve la vista hacia la calle.

Llevo la mano a la manilla de la puerta, la abro y me bajo del coche. El aire es cada vez más frío, de modo que cojo el jersey del asiento y me lo pongo.

—¿Qué estás haciendo? —me pregunta Holder.

Sé que no lo entenderá, y la verdad es que tampoco quiero que lo intente y me convenza para que no lo haga. Cierro la puerta y cruzo la calle sin responderle. Holder viene por detrás de mí y me llama cuando llego al jardín.

—Tengo que ver mi habitación, Holder.

Sigo caminando, y de algún modo sé exactamente hacia qué lado debo dirigirme, aunque no recuerdo la distribución de la casa.

—Sky, no puedes. No hay nadie. Es demasiado arriesgado.

Acelero el paso hasta que echo a correr. Voy a hacerlo esté él de acuerdo o no. Llego a una ventana, y sé que es la de mi habitación. En ese momento me doy la vuelta y miro a Holder.

—Tengo que hacerlo. Quiero recuperar algunas cosas de mamá. Sé que no quieres que lo haga, pero tengo que hacerlo.

Él apoya las manos en mis hombros y me lanza una mirada de preocupación.

—No puedes forzar la entrada de la casa, Sky. Tu padre es poli. ¿Qué vas a hacer, reventar la ventana?

—Técnicamente esta casa sigue siendo la mía. Así que no voy a forzar la entrada —respondo.

Pero tiene razón: ¿cómo voy a entrar? Aprieto los labios y pienso, y entonces chasqueo los dedos.

—¡La pajarera! Hay una pajarera en el porche trasero, con una llave dentro.

Me doy la vuelta y voy corriendo al patio trasero. Me sorprendo al ver que allí está la pajarera. Meto los dedos y, por supuesto, hay una llave. La mente es maravillosa.

—Sky, no lo hagas —me ruega Holder.

—Entraré sola —le respondo—. Tú ya sabes dónde está mi habitación. Espera al otro lado de la ventana y avísame si viene alguien.

Holder respira hondo y me agarra del brazo en cuanto meto la llave en la cerradura de la puerta trasera.

—Por favor, no dejes rastros. Y date prisa —me dice.

Me abraza y se queda esperando. Giro la llave y compruebo si abre la puerta.

El pomo gira.

Entro en la casa y cierro la puerta tras de mí. Estoy a oscuras y el ambiente es extraño e inquietante. Me dirijo hacia la izquierda y entro en la cocina, y de algún modo sé exactamente cuál es la puerta de mi habitación. Estoy aguantando la respiración e intento no pensar en la gravedad y las implicaciones de lo que estoy haciendo. Me aterroriza que me pillen porque todavía no estoy segura de si quiero que me encuentren. Hago lo que Holder me ha dicho y camino con mucho cuidado para no dejar ningún rastro. Al llegar a la puerta, respiro hondo, pongo la mano en el pomo y lo giro lentamente. La puerta se abre y enciendo la luz para ver mejor.

Aparte de algunas cajas apiladas en una esquina, todo me resulta familiar. Sigue pareciendo la habitación de una niña pequeña, que no ha sido cambiada en trece años. Me trae a la memoria la habitación de Lesslie y cómo nadie la ha tocado desde que murió. Debe de ser difícil deshacerse de los recuerdos físicos de la gente a la que quieres.

Recorro con los dedos el tocador y marco una línea en el polvo. Al ver la huella que he dejado, recuerdo que no debo dejar ninguna pista que indique que he estado aquí, de manera que lo borro con la manga de la camiseta.

Me acuerdo de que había una fotografía de mi madre biológica en el tocador, pero no la veo. Busco por toda la habitación, esperando encontrar algo que le perteneciera para poder llevármelo. No tengo ningún recuerdo de ella, de modo que una fotografía es más de lo que podría pedir. Solo quiero algo que me vincule a ella. Quiero saber qué aspecto tenía porque espero que eso me traiga recuerdos a los que poder aferrarme.

Me acerco a la cama y me siento. La temática de la habitación es el cielo. Hay nubes y lunas en las cortinas y en las paredes, y la colcha está cubierta de estrellas. Hay estrellas por todas partes. Incluso esas estrellas grandes de plástico que se pegan a las paredes y al techo y que brillan en la oscuridad. La habitación está cubierta de ellas, igual que mi habitación en casa de Karen. Recuerdo haber suplicado a Karen que me las comprara cuando las vimos en una tienda hace algunos años. Ella pensó que eran infantiles, pero yo insistí. No sabía por qué las deseaba tanto, pero ahora lo tengo claro. Debían de gustarme las estrellas cuando todavía era Hope.

Los nervios de mi estómago se intensifican cuando me tumbo sobre la almohada y miro al techo. Una oleada de temor se apodera de mí, y me vuelvo para mirar hacia la puerta. Es el mismo pomo de la pesadilla que tuve el otro día: aquel pomo que rezaba para que no girase.

Tomo aliento y aprieto los ojos, deseando que desaparezca ese recuerdo. De algún modo lo he tenido encerrado durante trece años, pero al estar sobre esta cama… no consigo seguir haciéndolo. El recuerdo me atrapa como una red, y no puedo deshacerme de él. Una lágrima tibia me cae por el rostro, y deseo haber hecho caso a Holder. Nunca tendría que haber entrado. Si no hubiese venido, nunca lo habría recordado.