Domingo, 28 de
octubre de 2012
Las 17.15
Dormimos hasta pasada la hora de desayunar y de comer. Por la tarde, cuando Holder regresa a la habitación con algo para picar, estoy muerta de hambre. Han pasado casi veinticuatro horas desde la última vez que me llevé algo a la boca. Holder acerca dos sillas a la mesa y saca lo que hay en las bolsas. Me ha traído lo que pedí anoche tras la exposición de arte y que no llegamos a comprar. Quito la tapa al batido de chocolate, doy un trago muy largo y abro el envoltorio de la hamburguesa. Entonces, cae un papelito y aterriza en la mesa. Lo cojo y me dispongo a leer.
«Aunque ya no tengas teléfono móvil y tu vida sea un verdadero drama, no voy a dejar que te explote el ego. Estabas horrible con esa camiseta y esas bragas. Espero que hoy vayas a comprarte un pijama largo porque no quiero volver a ver tus patas de pollo».
Al acabar de leerla, miro a Holder y veo que está sonriendo. Sus hoyuelos son preciosos, por lo que me inclino y lamo uno de ellos.
—¿Qué ha sido eso? —me pregunta entre carcajadas.
Doy un mordisco a la hamburguesa y me encojo de hombros.
—He querido hacerlo desde el día en que te vi en la tienda.
Él hace un gesto petulante y apoya la espalda en el respaldo de la silla.
—¿Tuviste ganas de chuparme la cara la primera vez que me viste? ¿Es eso lo que sueles hacer cuando un chico te atrae?
Niego con la cabeza.
—No la cara, sino los hoyuelos —respondo—. Y no. Eres el único chico al que he tenido ganas de lamer.
Me lanza una sonrisa llena de complicidad.
—Bien. Porque tú eres la única chica a la que he tenido ganas de querer.
Joder. No ha dicho directamente que me quiere, pero oír esa palabra saliendo de su boca hace que se me hinche el corazón. Muerdo la hamburguesa para ocultar mi sonrisa, y dejo que su frase flote en el aire. Aún no estoy lista para que desaparezca.
Los dos acabamos de comer en silencio. Me levanto y recojo la mesa, y después me acerco a la cama y me pongo las zapatillas.
—¿Adónde vas? —me pregunta mientras me ato los cordones.
No le contesto de inmediato, porque no estoy segura. Solo me apetece salir de la habitación. Al acabar de atarme las zapatillas me pongo en pie, me acerco a él y lo envuelvo con mis brazos.
—Me apetece dar un paseo —le digo—. Y quiero que vengas conmigo. Estoy lista para empezar a hacerte preguntas.
Holder me da un beso en la frente y coge de la mesa la llave de la habitación.
—En marcha —responde, y entrelaza los dedos con los míos.
Cerca del hotel no hay ni parques ni senderos, por lo que decidimos ir al patio. Hay una piscina rodeada de varias cabañas, pero todas están vacías. Holder me lleva a una de ellas. Nos sentamos, apoyo mi cabeza en su hombro y miro hacia la piscina. Estamos en octubre, pero aún no hace mucho frío. Meto los brazos por las mangas de la camiseta y me abrazo a mí misma, acurrucada contra Holder.
—¿Quieres que te cuente lo que yo recuerdo? ¿O prefieres que te aclare alguna duda en especial? —me pregunta.
—Ambas cosas. Pero primero quiero escuchar tu historia.
Él pone alrededor de mis hombros el brazo. Me acaricia el mío y me besa en la sien. No me importa que me dé tantos besos en la cabeza, porque cada uno de ellos me parece el primero.
—Tienes que comprender que para mí todo esto es surrealista. He pensado en ti todos los días en los últimos trece años. Y saber que he estado viviendo a apenas tres kilómetros de ti durante siete años… Todavía me cuesta asimilarlo. Y ahora… por fin te tengo y puedo contarte todo lo sucedido.
Holder suspira y apoya la cabeza en el respaldo de la silla. Hace una breve pausa y prosigue:
—Después de que te marcharas en aquel coche, entré en casa y le dije a Les que te habías ido con alguien. Ella me preguntaba con quién, pero yo no lo sabía. Mi madre estaba en la cocina, de modo que fui a avisarla. Pero ella no me prestó demasiada atención. Estaba preparando la cena y no éramos más que unos niños. Había aprendido a no hacernos demasiado caso. Además, yo no estaba seguro de si había pasado algo que no tendría que haber pasado, por lo que no me dejé llevar por el pánico. Mamá me dijo que volviera a jugar con mi hermana. Su indiferencia me hizo pensar que todo iba bien. Con seis años creía que los adultos lo sabían todo, así que no hice ningún comentario más al respecto. Les y yo estuvimos jugando fuera un par de horas más, y entonces apareció tu padre y empezó a llamarte. En aquel momento me quedé paralizado en medio del jardín. Él estaba en el porche, gritando tu nombre, y entonces supe que él no tenía ni idea de que te habías marchado con otra persona. Supe que yo había cometido un error.
—Holder —lo interrumpo—. Eras solo un niño.
No hace caso de mi comentario y sigue hablando.
—Tu padre vino a nuestro jardín y me preguntó si sabía dónde estabas.
Holder hace una pausa y se aclara la voz. Espero pacientemente que continúe, pero parece que está ordenando las ideas. Me da la sensación de que estoy escuchando una historia que no tiene nada que ver con mi vida o conmigo.
—Sky, tienes que comprender una cosa. Tu padre me daba miedo. Yo apenas tenía seis años y sabía que había cometido un gran error al dejarte sola. Tu padre, jefe de la policía, estaba ante mí, y veía su pistola. Me asusté. Entré corriendo en casa, me metí en mi habitación y cerré la puerta con llave. Él y mi madre aporrearon la puerta durante media hora, pero estaba demasiado asustado para abrirla y confesar lo que había sucedido. Ambos se preocuparon por mi reacción, así que tu padre enseguida llamó por radio para que enviaran refuerzos. Cuando oí que la policía había llegado a casa, pensé que habían venido a por mí. Todavía no entendía lo que te había sucedido. Finalmente, cuando mi madre me convenció para que saliera de la habitación, ya habían pasado tres horas desde que te marcharas en el coche.
Holder sigue acariciándome el hombro, pero ahora me agarra más fuerte. Saco los brazos de las mangas de la camiseta para poder cogerlo de la mano.
—Me llevaron a comisaría y me interrogaron durante horas. Querían saber si me acordaba del número de la matrícula, qué tipo de coche era, qué aspecto tenía el conductor, qué te dijeron… Sky, yo no sabía nada. Ni siquiera conseguía recordar el color del coche. Lo único que pude describirles fue cómo ibas vestida, porque tú eras la única imagen que tenía en mi mente. Tu padre estaba muy enfadado conmigo. Lo oía gritar en el pasillo de la comisaría que si yo hubiese avisado a alguien en aquel momento, habrían podido encontrarte. Me echaba la culpa a mí. Cuando un policía te culpa de haber perdido a su hija, piensas que sabe de lo que está hablando. Les también lo oyó gritar, así que ella también creyó que todo había sucedido por mi culpa. Durante días no me dirigió la palabra. Ambos intentábamos comprender lo que había ocurrido. Durante seis años vivimos en un mundo perfecto en el que los adultos siempre tenían la razón y a las buenas personas no les sucedían desgracias. Entonces, en cuestión de minutos, te habían raptado y todo lo que creíamos saber resultó ser una falsa imagen de la vida que nuestros padres habían construido para nosotros. Aquel día nos dimos cuenta de que incluso los adultos hacen cosas horribles. Los niños desaparecen. Te arrebatan a los amigos y no tienes ni idea de si siguen vivos.
»Veíamos constantemente las noticias y esperábamos novedades. Durante semanas mostraron tu foto en la televisión y pidieron pistas. La fotografía más reciente que tenían era de justo antes de que muriese tu madre, cuando solo tenías tres años. Recuerdo que aquello me cabreaba, y me preguntaba cómo habían podido pasar dos años sin que te sacaran ni una sola fotografía. Enseñaban imágenes de tu casa y, a veces, también de la nuestra. De vez en cuando mencionaban al chico de la casa de al lado, quien, a pesar de haber presenciado los hechos, no recordaba ningún detalle. Me acuerdo de una noche, la última en la que mamá nos dejó ver las noticias en la tele. Uno de los reporteros mostró una panorámica de las dos casas. Decían que solo había habido un testigo, y se referían a mí como “el chico que había perdido a Hope”. Mi madre se enfadó muchísimo, de modo que salió al jardín y empezó a gritar a los reporteros que nos dejaran en paz. Que me dejaran en paz. Mi padre tuvo que meterla en casa.
»Ambos hicieron todo lo posible para que nuestra vida volviera a la normalidad. Tras un par de meses los reporteros dejaron de venir. Acabaron los viajes interminables a la comisaría para más interrogatorios. Poco a poco el barrio volvió a la rutina. Todos menos Les y yo. Teníamos la sensación de que todas nuestras esperanzas se habían ido con Hope.
Sus palabras y el tono de desolación de su voz hacen que me sienta culpable. Podría pensarse que lo que me sucedió fue tan traumático que tuvo que afectarme más a mí que a los que me rodeaban. Sin embargo, yo apenas lo recuerdo. Fue un suceso sin importancia en mi vida, pero destrozó a Holder y a Lesslie. Karen era muy amable, y me llenó la cabeza de mentiras sobre la adopción y la casa de acogida, por lo que nunca llegué a cuestionármelo. Como dice Holder, cuando somos tan pequeños pensamos que los adultos son sinceros y siempre dicen la verdad, y no se nos ocurre dudar de ellos.
—He pasado muchos años odiando a mi padre por haberme dejado —le explicó en voz baja—. No puedo creerme que Karen me robara. ¿Cómo pudo hacerlo? ¿Cómo puede alguien hacer una cosa así?
—No lo sé, cariño.
Me pongo erguida y me vuelvo hacia Holder para mirarlo a los ojos.
—Tengo que ver la casa —le digo—. Quiero tener más recuerdos porque se me hace muy duro no tener casi ninguno. He olvidado muchas cosas, y sobre todo a él. Quiero pasar por allí, tengo que verla.
Holder me acaricia el brazo y asiente.
—¿Ahora?
—Sí. Me gustaría ir antes de que anochezca.
Hacemos todo el trayecto en un silencio absoluto. Tengo la boca seca y siento un nudo en el estómago. Estoy asustada. Me da miedo ver la casa. Me da miedo que él esté allí y me da miedo verlo. Pero aún no quiero verlo a él; solo deseo observar el lugar que fue mi primer hogar. No sé si me ayudará a recordar más cosas, pero siento que es algo que debo hacer.
Holder aminora la velocidad y detiene el coche en la curva. Contemplo la hilera de casas y me asusta apartar la vista de la ventanilla para mirar lo que hay al otro lado.
—Ya hemos llegado —me dice él en voz baja—. Parece que no hay nadie en la casa.
Lentamente vuelvo la cabeza y miro por su ventanilla hacia la primera casa en la que viví. Es tarde y está anocheciendo, pero el sol brilla lo suficiente para que pueda ver la casa con claridad. Me resulta conocida, pero no me trae ningún recuerdo. Es de color canela, con molduras de un marrón oscuro, pero no me son familiares.
—Antes era blanca —me explica Holder como si me hubiese leído el pensamiento.
Me doy la vuelta y miro la casa de frente, intentando recordar algo. Trato de imaginarme entrando por la puerta principal hasta el salón, pero no lo consigo. Es como si hubiese eliminado de mi mente todo lo relacionado con esa casa y con esa vida.
—¿Cómo puedo acordarme del salón y de la cocina de tu casa, y no de la mía?
Holder se queda callado porque sabe que no espero una respuesta. Simplemente apoya la mano sobre la mía mientras contemplamos las casas que cambiaron el rumbo de nuestras vidas para siempre.