Sábado, 1 de septiembre de 2012
Las 19.15

—Los espaguetis que has preparado están asquerosos.

Tomo otro bocado, cierro los ojos y saboreo el que probablemente sea el mejor plato de pasta que he comido en toda mi vida.

—Te encantan y lo sabes —responde Holder. Se levanta de la mesa, coge dos servilletas y me ofrece una—. Límpiate la barbilla. Te has ensuciado con salsa de espaguetis asquerosos.

Tras el incidente que hemos tenido contra el frigorífico, la noche ha vuelto a la normalidad. Holder me ha traído un vaso de agua y me ha ayudado a ponerme en pie. Acto seguido me ha dado una palmadita en el culo y me ha puesto a trabajar. Era todo lo que necesitaba para dejar de sentirme incómoda: una buena palmadita en el culo.

—¿Has jugado alguna vez a Cenas o preguntas? —le digo.

—¿Debería querer jugar? —responde, tras negar lentamente con la cabeza.

—Claro. Es una buena manera para conocernos mejor. Después de nuestra segunda cita pasaremos la mayor parte del tiempo liándonos, por lo que tenemos que aclarar las dudas cuanto antes.

—Muy bien —responde entre risas—. ¿Cómo se juega?

—Yo te hago una pregunta muy personal e incómoda, y tú no puedes ni comer ni beber hasta que me respondas con total sinceridad. Y viceversa.

—Parece fácil. ¿Qué pasa si no quiero contestarte?

—Te mueres de hambre.

Holder tamborilea con los dedos en la mesa y deja el tenedor en el plato.

—Me apunto.

Tendría que haber preparado las preguntas de antemano, pero no habría sido tarea fácil porque me he inventado el juego hace medio minuto. Tomo un sorbo de lo que queda de mi refresco aguado y me pongo a pensar. No quiero ponerme demasiado trascendental porque, en esos casos, siempre acabamos discutiendo.

—Vale. Tengo una. —Dejo el vaso sobre la mesa y apoyo la espalda en el respaldo de la silla—. ¿Por qué me seguiste hasta el coche el día en que nos encontramos en el supermercado?

—Ya te lo dije: te confundí con otra persona.

—Lo sé. Pero ¿con quién?

Holder se revuelve en la silla y se aclara la voz. Con toda naturalidad se dispone a coger el vaso, pero se lo impido.

—No puedes beber. Antes tienes que contestarme.

Suspira y acaba por ceder.

—En aquel momento no lo sabía. Más tarde me di cuenta de que me recordabas a mi hermana.

—¿Te recuerdo a tu hermana? —le pregunto con la nariz arrugada—. Eso es de muy mal gusto, Holder.

Él se echa a reír y hace una mueca de disgusto.

—No, no lo digo en ese sentido. Ella no se parecía en nada a ti. Pero al verte me acordé de ella, y no sé por qué te seguí. Fue una situación muy surrealista y extraña. Y después, cuando te vi corriendo delante de mi casa… —Hace una pausa y se mira los dedos que recorren el borde del plato—. Me dio la sensación de que estaba escrito que nos conociésemos —añade en voz baja.

Respiro hondo y asimilo su respuesta, procurando no detenerme demasiado en la última frase. Holder me lanza una mirada nerviosa como si creyera que me ha asustado. Le sonrío para que se tranquilice y señalo su bebida.

—Ya puedes beber —le digo—. Ahora es tu turno.

—Oh, es muy fácil —comenta—. Quiero saber el terreno de quién estoy pisando. Hoy he recibido un mensaje misterioso. Decía lo siguiente: «Si estás saliendo con mi chica, cómprale tú mismo más minutos de saldo y no te aproveches de los que yo le puse. Gilipollas».

—Esa es Six, la responsable de mi dosis diaria de afirmaciones positivas —le explico entre risas.

Holder asiente.

—Me lo imaginaba. —Se inclina hacia delante y me mira con los ojos entrecerrados—. Soy muy competitivo, y si el mensaje lo hubiese enviado un chico mi respuesta no habría sido tan amable.

—¿Le has respondido? ¿Qué le has dicho?

—¿Es esa tu pregunta? Si no, voy a comer otro bocado.

—¡Para el carro! Contéstame —le pido.

—Sí, mi respuesta ha sido: «¿Cómo puedo comprar más minutos?».

En estos momentos mi corazón es un gran pozo de sensiblería empalagosa, pero trato de no sonreír. Es patético y penoso.

—Estaba bromeando, esa no era mi pregunta —respondo negando con la cabeza—. Sigue siendo mi turno.

Holder vuelve a dejar el tenedor en el plato y pone los ojos en blanco.

—Se me está enfriando la comida.

Coloco los codos sobre la mesa y apoyo la barbilla en ambas manos.

—Háblame de tu hermana. Quiero saber por qué te has referido a ella en pasado.

Él echa la cabeza hacia atrás, mira hacia arriba y se pasa las manos por la cara.

—Mmm. Haces preguntas muy profundas, ¿eh?

—Así es el juego. No he inventado yo las reglas.

Holder suspira y me sonríe. Sin embargo, noto que se ha puesto triste, y en ese mismo instante deseo retirar la pregunta.

—¿Recuerdas que te conté que en mi familia pasamos un año muy malo? —me pregunta.

Asiento.

Se aclara la voz y vuelve a recorrer con los dedos el borde del plato.

—Ella murió hace trece meses. Se suicidó, aunque mi madre prefiere decir que se tomó una sobredosis a propósito.

Holder no me quita ojo mientras habla y, por muy difícil que me resulte, yo trato de mostrarle el mismo respeto. No tengo ni idea de cómo reaccionar, pero he sido yo quien ha sacado el tema.

—¿Cómo se llamaba?

—Lesslie. Yo la llamaba Les.

En ese instante me embarga una gran tristeza y se me quita el apetito.

—¿Era mayor que tú?

Él se inclina hacia delante, coge el tenedor y le da vueltas en el plato.

—Éramos gemelos —responde de manera inexpresiva, justo antes de meterse los espaguetis en la boca.

Dios mío. Extiendo la mano para coger el vaso, pero Holder me lo quita y niega con la cabeza.

—Es mi turno —me avisa con la boca llena. Acaba de masticar, toma un sorbo de refresco y se limpia la boca con la servilleta—. Quiero saber qué pasó con tu padre.

Ahora soy yo la que refunfuña. Cruzo los brazos sobre la mesa y acepto la revancha.

—Ya te dije que no lo he visto desde que tenía tres años. No tengo recuerdos de él. Al menos no creo que los tenga. Ni siquiera sé qué aspecto tiene.

—¿Tu madre no tiene fotografías de él?

En ese momento me doy cuenta de que Holder ni siquiera sabe que soy adoptada.

—¿Recuerdas cuando me dijiste que mi madre parecía muy joven? Bueno, pues lo es. Me adoptó.

Ser adoptada no es un estigma que haya tenido que superar. Nunca me he avergonzado de ello, ni tampoco he sentido la necesidad de ocultarlo. Pero, por el modo en que Holder me mira, parece que le he dicho que nací con pene. Está incómodo, y eso hace que me revuelva en la silla.

—¿Qué te pasa? ¿Nunca has conocido a un adoptado? —le pregunto.

Le cuesta varios segundos recuperarse del susto, pero finalmente desaparece su expresión de sorpresa y esboza una sonrisa.

—¿Te adoptaron cuando solo tenías tres años? ¿Te adoptó Karen?

Asiento con la cabeza.

—Me dejaron en una casa de acogida cuando tenía tres años, después de que mi madre biológica muriese. Mi padre no podía ocuparse de mí. O no quería hacerlo. De todas maneras, no me importa. Afortunadamente Karen me adoptó, y no siento curiosidad por saber más. Si él hubiese querido encontrarme, habría venido a buscarme —le explico.

Por su mirada noto que no se ha quedado del todo satisfecho con la respuesta, pero tengo muchas ganas de comer y de lanzarle yo una pregunta.

Señalo su brazo con el tenedor.

—¿Qué significa tu tatuaje?

Extiende el brazo y lo recorre con los dedos.

—Es un recordatorio. Me lo hice después de que Les muriera.

—¿Un recordatorio de qué?

Holder coge el vaso y aparta la vista. Esta es la única pregunta que no ha sido capaz de responder mirándome a los ojos.

—Es un recordatorio de la gente a la que he fallado en mi vida.

Él toma un sorbo de refresco y deja el vaso sobre la mesa, sin levantar la vista.

—Este juego no es muy divertido, ¿verdad?

Holder deja escapar una pequeña risotada.

—La verdad es que no. Es una mierda —comenta sonriente—. Pero tenemos que seguir porque me quedan muchas preguntas que hacerte. ¿Recuerdas algo de cuando todavía no habías sido adoptada?

Niego con la cabeza.

—No mucho, alguna cosa que otra. Pero al no tener a nadie que me diga si esos recuerdos son verdaderos o no, los he olvidado casi todos. Lo único que poseo de aquella época es alguna joya, y no tengo ni idea de cómo llegó a mis manos. No puedo distinguir entre la realidad, los sueños y lo que he visto en la televisión.

—¿Te acuerdas de tu madre?

Me quedo callada un momento y reflexiono. No me acuerdo de mi madre. Nada de nada. Eso es lo único que me pone triste al pensar en mi pasado.

—Karen es mi madre —respondo con rotundidad—. Mi turno. La última pregunta, y luego comemos el postre.

—¿Crees que tenemos suficiente postre? —bromea él.

Lo miro fijamente y lanzo la última pregunta:

—¿Por qué le diste aquella paliza?

Por su cambio de expresión, sé que no tengo que aclararle a quién estoy refiriéndome. Holder niega con la cabeza y pone el plato a un lado.

—No quieres saber la respuesta, Sky. Pagaré la prenda.

—Sí que quiero.

Holder ladea la cabeza, se lleva la mano a la barbilla y estira el cuello. Después apoya el codo sobre la mesa.

—Ya te dije que le pegué porque era un gilipollas.

Lo miro con los ojos entornados.

—Eso es muy poco preciso, y tú no te andas con rodeos.

Él no cambia de gesto y me sostiene la mirada.

—Sucedió después de que Les muriera, la semana en que volví a la escuela —me explica—. Ella también estudiaba allí, así que todo el mundo sabía lo que había pasado. Un día, al pasar junto a un chico en el pasillo, oí que decía algo sobre Les. Yo no estaba de acuerdo y se lo hice saber. Fui demasiado lejos y llegó un momento en que estaba encima de él y no me importaba. Le pegaba una y otra vez, y no me importaba. Lo peor de todo es que, probablemente, el chico se quede sordo del oído izquierdo para el resto de su vida, y sigue sin importarme.

Holder me mira fijamente, pero no me ve. Tiene esa mirada seria y fría que he visto antes. No me gustó entonces, y tampoco me gusta ahora. Pero al menos la entiendo.

—¿Qué fue lo que dijo sobre ella? —insisto.

Él se hunde en la silla y baja la vista al espacio vacío que hay entre los dos.

—Le oí reírse mientras le contaba a su amigo que Les tomó la salida más fácil y egoísta. Dijo que si ella no hubiese sido tan cobarde, le habría hecho frente.

—¿A qué?

—A la vida —responde, encogiéndose de hombros y con indiferencia.

—Tú no crees que tomara la salida fácil —le digo, bajando la entonación al final de la frase, para que suene como una afirmación y no como una pregunta.

Él se inclina hacia delante, extiende los brazos sobre la mesa y me coge de la mano. Me acaricia la palma con los pulgares, respira hondo y deja salir el aire poco a poco.

—Les era la persona más valiente que he conocido. Hay que tener muchas agallas para hacer lo que ella hizo. Para acabar con todo sin saber lo que te espera. Sin saber si te espera algo. Seguir viviendo una vida que no es vida es más fácil que mandarlo todo a la mierda y marcharte. Ella fue una de las pocas que se atrevió a mandarlo todo a la mierda. Y siempre la admiraré porque a mí me da demasiado miedo hacer lo mismo.

Holder sujeta mi mano entre las suyas, y hasta este momento no me doy cuenta de que estoy temblando. Levanto la vista y veo que está mirándome. No hay nada que yo pueda decir después de eso, de modo que ni lo intento. Él se pone en pie, se inclina sobre la mesa y apoya la mano en mi nuca. Me da un beso en la cabeza, retira la mano y se va a la cocina.

—¿Quieres brownies o galletas? —me pregunta mirando hacia atrás, como si no acabara de dejarme muda.

Yo sigo aturdida. No sé qué decir. ¿Acaba de admitir que quiere suicidarse? ¿Estaba siendo metafórico? ¿Melodramático? No tengo ni idea de qué hacer con la bomba que ha dejado sobre mi regazo.

Holder trae a la mesa un plato lleno de brownies y de galletas, y se arrodilla frente a mí.

—Oye —me dice con ternura, y toma mi rostro entre las manos con una expresión tranquila—. No pretendía asustarte. No quiero suicidarme, si es eso lo que te preocupa. No se me ha ido la olla, ni estoy trastornado. Tampoco tengo estrés postraumático. Simplemente soy un hermano que quería a su hermana más que a sí mismo, y me pongo muy serio cuando pienso en ella. Lo sobrellevo mejor si me digo que Les tomó una decisión noble, aunque no lo fuera. Y eso es lo único que hago: sobrellevarlo. —Me aprieta con más fuerza y me mira con desesperación, tratando de hacerme entender por qué es como es—. Quería mucho a mi hermana, Sky. Tengo que creer que lo que hizo fue la única alternativa que le quedaba porque, de lo contrario, jamás me perdonaría no haberla ayudado a encontrar otra. ¿De acuerdo? —añade, apretando la frente contra la mía.

Asiento y él aparta las manos de mi rostro. No puedo dejar que vea lo que estoy a punto de hacer.

—Tengo que ir al lavabo —le digo.

Él se hace a un lado, y voy corriendo al cuarto de baño y cierro la puerta. Y entonces hago una cosa que no he hecho desde que tenía cinco años: lloro.

No me deshago en lágrimas. No sollozo, y ni siquiera hago ruido. Una única lágrima me recorre la mejilla, y una lágrima ya es demasiado, por lo que me la seco rápidamente. Cojo un pañuelo de papel y me limpio los ojos para evitar que se formen más lágrimas.

Todavía no sé qué decirle a Holder, pero me da la sensación de que él ha querido zanjar el tema, así que voy a dejarlo pasar. Sacudo las manos, respiro hondo y abro la puerta. Holder me espera en el pasillo, con los tobillos cruzados y las manos colgadas de los bolsillos. Se yergue y da un paso hacia mí.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta.

Le dedico mi mejor sonrisa, asiento y vuelvo a respirar hondo.

—Te dije que me parecías serio. Esto demuestra que tenía razón.

Él sonríe y me empuja con delicadeza hacia la habitación. Me abraza por detrás y apoya la barbilla en mi cabeza.

—¿Ya tienes permiso para quedarte embarazada?

—No. Este fin de semana, no —le respondo entre risas—. Además, antes de hacerle un bombo a una chica, tienes que besarla.

—Aquí hay alguien que no recibió clases de educación sexual en casa —bromea—. Podría dejarte preñada sin besarte. ¿Quieres que te lo demuestre?

Me siento en la cama, cojo el libro y lo abro donde lo dejamos anoche.

—Te tomo la palabra. Además, espero que recibamos una buena dosis de educación sexual antes de que lleguemos a la última página.

Holder se tumba junto a mí, me rodea con un brazo y me acerca a él. Apoyo la cabeza en su pecho y empiezo a leer.

Sé que Holder no lo hace a propósito, pero me distrae totalmente mientras leo. Observa mi boca desde arriba y juguetea con mi pelo. Lo miro cada vez que paso una página, y siempre parece muy concentrado, muy concentrado en mi boca, lo que me lleva a pensar que no está haciendo ni caso a lo que estoy leyendo. Cierro el libro y lo dejo sobre mi vientre. Sospecho que ni se ha dado cuenta de qué acabo de hacer.

—¿Por qué has dejado de hablar? —me pregunta, sin cambiar de expresión ni apartar la vista de mi boca.

—¿De hablar? —repito con curiosidad—. Holder, estoy leyendo. Hay una pequeña diferencia. Por lo que veo, no me has prestado atención.

Me mira a los ojos y sonríe.

—Oh, claro que sí —responde—. Le prestado atención a tu boca. Quizá no a las palabras que salían de ella, pero a tu boca seguro que sí.

Me quita de encima de su pecho y me tumba en la cama. Después se pone a mi lado y me acerca a él. Su expresión sigue siendo la misma, y me mira como si quisiera comerme. Me encantaría que lo hiciese.

Lleva los dedos a mis labios y los recorre lentamente. Es una sensación increíble, y aguanto la respiración para que no deje de hacerlo. Juro que es como si sus dedos tuviesen una conexión directa con cada punto sensible de todo mi cuerpo.

—Tu boca es muy bonita. No puedo dejar de mirarla —comenta él.

—Deberías probarla. Sabe muy bien —le respondo.

Holder cierra los ojos y gruñe. Después inclina la cabeza hacia delante y la aprieta contra mi cuello.

—Eres muy mala. No me digas esas cosas.

Me echo a reír y niego con la cabeza.

—De ningún modo. Es una regla estúpida impuesta por ti. ¿Por qué tengo que ser yo la encargada de que la cumplas?

—Porque sabes que tengo razón. No puedo besarte esta noche porque un beso lleva a otra cosa, y luego a otra. Y al ritmo que vamos, ya no nos quedarán primeras veces para el próximo fin de semana. ¿No quieres dejar algunas de ellas para más adelante? —me pregunta, y aparta la cabeza de mi cuello y me mira.

—¿Primeras veces? ¿Cuántas primeras veces hay?

—No tantas, y por eso tenemos que reservarlas. Ya hemos tenido muchas desde que nos conocimos.

Ladeo la cabeza para poder mirarlo frente a frente.

—¿Qué primeras veces hemos tenido?

—Las más fáciles: el primer abrazo, la primera cita, la primera pelea, la primera vez que dormimos juntos… bueno, aunque yo no me quedé dormido. Ya nos quedan muy pocas: el primer beso, la primera vez que dormimos juntos estando los dos despiertos, el primer matrimonio, el primer hijo… y ya está. En ese momento nuestras vidas se volverán monótonas y aburridas, y nos divorciaremos para que pueda casarme con una chica veinte años más joven que yo y así tener muchas primeras veces más. Tú te quedarás cuidando de los hijos. —Me acaricia la mejilla y me sonríe—. ¿Lo ves, cariño? Solo lo hago por ti. Cuanto más tarde en besarte, más tiempo pasará antes de que te deje tirada.

—Tu lógica me horroriza —contesto riéndome—. Ya no me pareces tan atractivo.

Él se pone encima de mí y se apoya sobre ambas manos.

—¿Ya no te parezco tan atractivo? Eso quiere decir que todavía sigo pareciéndote atractivo.

—No me pareces nada atractivo —le contesto, negando con la cabeza—. Me das asco. De hecho, mejor que no me beses porque seguro que vomitaría en mi propia boca.

Holder se echa a reír y se apoya sobre una sola mano. Acerca la boca a un lado de mi cabeza y aprieta los labios contra mi oreja.

—Eres una mentirosa compulsiva —susurra—. Te parezco muy atractivo y voy a demostrártelo.

Cierro los ojos y doy un grito ahogado justo en el instante en que sus labios se topan con mi cuello. Me besa con suavidad, justo detrás de la oreja, y me da la sensación de que toda la habitación da vueltas como un tiovivo. Poco a poco, acerca los labios a mi oreja y susurra:

—¿Lo has sentido?

Niego ligeramente con la cabeza.

—¿Quieres que vuelva a hacerlo? —me pregunta.

Sigo negando con la cabeza por pura testarudez. Sin embargo, espero que tengamos telepatía y que él pueda oír lo que estoy gritando por dentro, porque sí, me ha gustado mucho. Y sí, quiero que vuelva a hacerlo.

Holder se echa a reír al ver mi reacción. Acerca los labios a mi boca, me besa en la mejilla y continúa haciéndolo por toda la oreja.

—¿Qué te ha parecido eso? —susurra.

Oh, Dios, en toda mi vida nunca he estado tan poco aburrida. Ni siquiera me ha besado y ya es el mejor beso que me han dado. Vuelvo a negar con la cabeza y mantengo los ojos cerrados porque prefiero no saber qué será lo siguiente. Por ejemplo, la mano que acaba de posar en mi muslo y que va trepando hacia mi cintura. La desliza por debajo de mi camiseta, hasta que sus dedos llegan a rozar el borde de mis pantalones. Deja la mano justo ahí y, mientras, me acaricia el vientre con el dedo pulgar. En este momento tengo plena conciencia de todo lo que Holder está haciéndome, y creo que podría acertar cuál es su huella dactilar en una rueda de reconocimiento.

Él recorre con la nariz el borde de mi mandíbula, y jadea tanto como yo. Así pues, no cabe duda de que no podrá resistirse y de que acabará besándome esta noche. Al menos eso es lo que espero y deseo.

Holder vuelve a acercarse a mi oreja, pero no dice nada. Esta vez la besa y provoca en mí una sensación que me llega a todas las terminaciones nerviosas: desde la cabeza hasta los dedos de los pies, todo mi cuerpo desea su boca.

Poso la mano en su cuello, y en ese instante a Holder se le pone la carne de gallina. Al parecer, ese simple gesto hace que su determinación se tambalee, y por un segundo su lengua roza mi cuello. Gimo, y él enloquece.

Él ya no puede contenerse, y sube la mano de mi cintura a un lado de mi cabeza y aprieta la boca contra mi cuello. Abro los ojos, sorprendida por la rapidez con la que ha cambiado de actitud. Besa, lame y excita cada centímetro de mi cuello. Solo se detiene para tomar aire cuando es absolutamente necesario. Veo las estrellas sobre mí, pero no tengo tiempo de empezar a contarlas porque justo entonces pongo los ojos en blanco y trato de contener los sonidos que me avergüenza demasiado emitir.

Aleja los labios de mi cuello y los acerca a mi pecho. Si no nos quedasen tan pocas primeras veces, me arrancaría la camiseta y le pediría que siguiera adelante. Pero ni siquiera me brinda la oportunidad de hacerlo. Sube otra vez hacia mi cuello, hacia mi barbilla, y me besa suavemente alrededor de la boca, sin tocar mis labios. Tengo los ojos cerrados, pero siento su aliento en mi boca, y sé que está costándole mucho esfuerzo no besarme. Abro los ojos y veo que está mirándome a los labios, otra vez.

—Son perfectos —dice jadeante—. Parecen corazones. Podría pasarme los días admirando tus labios, y jamás me aburriría.

—No. Ni se te ocurra. Si solamente vas a admirarlos, seré yo quien se aburra.

Holder hace una mueca que deja en evidencia que está haciendo un gran esfuerzo para no besarme. No sé por qué, pero su modo de mirarme los labios es lo que más me gusta de esta situación. Y hago una cosa que probablemente no debería hacer: me lamo los labios, muy despacio.

Él vuelve a gemir y aprieta la frente contra la mía. Su brazo cede y deja caer todo su peso sobre mí. Me presiona, en todo mi cuerpo con todo su cuerpo. Ambos gemimos en cuanto encontramos esa conexión perfecta y, de repente, empieza la función. Tiro de su camiseta y él se arrodilla para ayudarme a sacársela por la cabeza. Después pongo las piernas alrededor de su cintura y lo aprieto contra mí, porque nada sería peor que separarnos en este momento.

Holder apoya la frente en la mía. Nuestros cuerpos vuelven a unirse, vuelven a fusionarse como las dos últimas piezas de un puzle. Él se balancea lentamente contra mí, y con cada movimiento, sus labios se acercan más y más, hasta que rozan apenas los míos. No acaba de ocupar el hueco que queda entre nuestras bocas, aunque yo necesito que lo haga. Nuestros labios se tocan, pero no se besan. Holder, cada vez que se mueve contra mí, deja escapar un soplo de aire. Yo intento que entre en mi boca, porque siento que lo necesito para sobrevivir a este momento.

Seguimos a ese ritmo durante unos minutos, y ninguno de los dos quiere ser el primero en lanzarse a besar al otro. Es evidente que ambos estamos deseándolo, pero, visto lo visto, he encontrado la horma de mi zapato en lo que se refiere a testarudez.

Pone la mano en un lado de mi cabeza y sigue con la frente apoyada en la mía. En un momento, Holder aparta los labios para poder lamérselos. Cuando deja que vuelvan a su posición, su saliva se desliza hacia mis labios, y una sensación arrolladora me recorre el cuerpo y me deja sin respiración.

Holder cambia de postura. No sé qué sucede en ese momento pero, de algún modo, provoca que yo eche la cabeza hacia atrás y que de mi boca salgan las palabras «Oh, Dios». No pretendía alejarme de su boca, porque me encantaba tenerla tan cerca, pero me encuentro incluso más a gusto en la posición que estoy ahora. Lo abrazo y pongo la cabeza contra su cuello para encontrar una especie de estabilidad, porque me da la sensación de que todo el planeta se ha salido de su eje y que Holder es el núcleo.

Me doy cuenta de lo que está a punto de suceder, y empiezo a asustarme. Aparte de su camiseta, no nos hemos quitado más ropa, ni tampoco nos hemos besado. Sin embargo, la habitación empieza a dar vueltas por el efecto que sus movimientos rítmicos tienen sobre mi cuerpo. Si no se detiene me desharé y me derretiré debajo de él, y ese probablemente será el momento más embarazoso de mi vida. Pero si le pido que se detenga, se detendrá, y ese probablemente será el momento más decepcionante de mi vida.

Intento respirar pausadamente y reprimir los ruidos que brotan de mi garganta, pero he perdido todo el autocontrol. Por lo visto mi cuerpo está disfrutando demasiado de este roce sin besos, y no consigo parar. Probaré la segunda mejor opción: le pediré a él que lo haga.

—Holder —le digo jadeante.

Sinceramente, no quiero que pare. De todos modos, espero que capte la indirecta y lo haga. Necesito que pare. Desde hace dos minutos.

No lo hace. Sigue besándome el cuello y moviendo el cuerpo contra el mío, igual que otros chicos con los que me he liado. Pero esto es diferente, tan increíblemente diferente y maravilloso que me deja petrificada.

—Holder —trato de decir más fuerte, pero ya no me quedan fuerzas en el cuerpo.

Él me da un beso en la sien y reduce la velocidad, pero no se detiene.

—Sky, si estás pidiéndome que pare, lo haré. Pero espero que no estés haciéndolo, porque no quiero parar. Por favor —me ruega entre jadeos. Se aparta y me mira fijamente. No deja de balancearse con suavidad contra mí, y tiene los ojos llenos de tristeza y preocupación—. No vamos a llegar más lejos. Te lo prometo. Pero, por favor, no me pidas que pare. Tengo que verte y oírte, porque es la hostia saber que estás sintiéndolo todo. Eres increíble y esto es increíble y por favor. Por favor…

Lleva su boca a la mía y me da el besito más suave que se pueda imaginar. Es un anticipo de cómo será el beso de verdad, y solo de pensarlo me estremezco. Deja de moverse, se apoya en ambas manos y espera que me decida.

En el instante en que se separa de mí, la pena se apodera de mi pecho y me entran ganas de llorar. No porque Holder se haya detenido o porque esté indecisa… sino porque nunca imaginé que dos personas podían conectar a un nivel tan íntimo, y que esa fuese una sensación tan maravillosa. Es como si el propósito de toda la humanidad se centrara en este momento: en nosotros dos. Todo lo que ha pasado y pasará en este mundo es el telón de fondo de lo que está ocurriendo entre nosotros ahora mismo, y no quiero que pare. No quiero. Niego con la cabeza mirando a sus ojos suplicantes, y solo soy capaz de susurrar:

—No. Ante todo, no pares.

Holder desliza la mano a mi nuca y apoya la frente en la mía.

—Gracias —musita, y vuelve a colocarse suavemente sobre mí y crea de nuevo la conexión.

Me besa en la comisura de los labios, los bordea, y baja hacia la barbilla y el cuello. Cuanto más rápido respiro yo, más rápido me besa él por el cuello. Cuanto más rápido me besa por el cuello, más rápido nos movemos el uno contra el otro, creando entre nosotros un ritmo sugerente que, según mi pulso, no va a prolongarse durante mucho más tiempo.

Hundo los talones en la cama y las uñas en su espalda. Holder deja de besarme en el cuello y me observa con intensidad. Vuelve a centrar toda la atención en mi boca, y por mucho que me guste ver cómo me mira, no puedo mantener los ojos abiertos. Se me cierran sin querer en cuanto la primera oleada de escalofríos me recorre el cuerpo, como un disparo de advertencia de lo que está a punto de suceder.

—Abre los ojos —me ordena.

Lo haría si pudiese, pero no soy capaz.

—Por favor —insiste.

Esas dos palabras son lo único que necesito escuchar, y mis ojos se abren justo debajo de él. Su mirada refleja un gran deseo, y es una situación casi más íntima que si estuviésemos besándonos. Por mucho que me cueste, le sostengo la mirada mientras dejo caer los brazos, agarro las sábanas con todas mis fuerzas y le doy gracias al karma por traer a mi vida a este chico desesperanzado. Hasta este momento, hasta que las primeras oleadas de clarividencia pura y absoluta me recorren, no tenía ni idea de que él era lo que me faltaba.

Empiezo a estremecerme, y él en ningún momento aparta la vista. Trato en vano de mantener los ojos abiertos, y finalmente me rindo y dejo que se cierren. Noto cómo sus labios vuelven a rozar los míos, pero no me besa. Sin separar nuestras bocas, Holder sigue el ritmo, hasta que salen de mí y entran en él mis últimos gemidos, un soplo de aire y, quizá, una parte de mi corazón. Lentamente vuelvo a la tierra rebosante de felicidad. Holder se queda quieto para que pueda recuperarme de una experiencia que, de alguna manera, él ha hecho que no sea embarazosa para mí.

Estoy físicamente rendida, emocionalmente agotada y me tiembla todo el cuerpo. Sin embargo, él sigue besándome en el cuello, en los hombros y en todos los sitios alrededor del lugar exacto en el que yo deseo que me bese: la boca.

Holder es tan testarudo que prefiere mantenerse fiel a su resolución que caer en la tentación. De hecho, aparta los labios de mis hombros y acerca su cara a la mía, pero se niega a establecer la conexión. Me pasa la mano por el nacimiento del pelo y me retira un mechón de la cara.

—Eres increíble —susurra él, mirándome solo a los ojos y no a la boca.

Esas palabras compensan su terquedad, y no puedo evitar sonreír. Se tumba a mi lado, todavía jadeante. Sé que el deseo aún corre por su cuerpo, y debe de estar haciendo un gran esfuerzo por contenerlo.

Cierro los ojos y escucho el silencio que crece entre nosotros, al mismo tiempo que nuestros jadeos remiten y se ralentizan. Todo está en silencio, y probablemente nunca me haya sentido tan en paz.

Holder entrelaza su dedo meñique con el mío, como si no le quedasen fuerzas para agarrarme de la mano. Me parece un gesto muy bonito porque ya nos hemos cogido de la mano antes, pero nunca hemos entrelazado los meñiques… y me doy cuenta de que esta es otra primera vez que hemos tenido. Pero no me decepciona porque sé que con él las primeras veces no importan. Podría besarme por primera vez, por vigésima vez o por millonésima vez, pero me daría igual si es el primero o no porque estoy segura de que acabamos de batir el récord del mejor primer beso en la historia de los primeros besos… sin ni siquiera besarnos.

Después de unos minutos de silencio absoluto, Holder respira hondo, se incorpora y me mira.

—Tengo que marcharme. No puedo seguir tumbado junto a ti ni un segundo más.

Ladeo la cabeza hacia él y observo con desánimo cómo se levanta y vuelve a ponerse la camiseta. Al verme tan triste, me sonríe y coloca el rostro sobre el mío, peligrosamente cerca.

—Cuando he dicho que no iba a besarte esta noche, estaba hablando muy en serio. Pero, joder, Sky, no sabía que me lo pondrías tan difícil.

Desliza la mano hasta mi nuca y doy un grito ahogado, esperando que el corazón no me salte del pecho. Me da un beso en la mejilla y siento que está indeciso, porque se aparta a regañadientes.

Camina hacia atrás hasta la ventana, sin quitarme ojo. Antes de marcharse, saca su teléfono, recorre la pantalla con los dedos durante unos segundos y vuelve a guardárselo en el bolsillo. Me sonríe, sale por la ventana y la cierra.

De algún modo, reúno las fuerzas para levantarme e ir a la cocina. Cojo mi teléfono y, efectivamente, tengo un mensaje de Holder. Pero solo consta de una palabra.

«Increíble».

Sonrío, porque lo ha sido. Por supuesto que sí.