Agradecimientos

Mi último libro, Americans in Paris: Life and Death under Nazi Occupation («Estadounidenses en París: vida y muerte bajo la ocupación nazi»), trataba de expatriados estadounidenses que se quedaron en la Europa de la guerra cuando el sentido común parecía sugerir que se marcharan. Mientras escribía su historia, una joven que por entonces vivía con uno de mis hijos me preguntó acerca de los que huían. ¿Conocía a muchos soldados estadounidenses o británicos que hubieran desertado durante la segunda guerra mundial? Yo no, y pronto descubrí que mucha otra gente tampoco. Se había escrito mucho acerca de los desertores de la primera guerra mundial, y se había creado un corpus literario que había contribuido a la campaña por su exoneración póstuma. Mi búsqueda acerca de desertores estadounidenses, británicos y de la Commonwealth en la segunda guerra mundial arrojó sorprendentemente pocos libros que los mencionaran. Uno de 1954, The Execution of Private Slovik, de William Bradford Huie, era casi el único que trataba en profundidad sobre el tema, aunque, más que centrarse en los aproximadamente ciento cincuenta mil que sobrevivieron, se centraba en el único que fue ejecutado.

La deserción de los hombres de la «generación más grande» seguía siendo en gran parte un tabú. Sus historias descansaban en archivos, carpetas policiales, informes psiquiátricos y registros de consejos de guerra. Sacar a la luz tanto material y explorar un tema poco expuesto requería de considerable ayuda, y la que se me dispensó en tantos y tan dispares lugares merece más gratitud de la que soy capaz de expresar aquí.

Quiero agradecer aquí a Charlotte Goldsmith por hacer la pregunta acerca de los desertores que dio inicio a esta investigación. He de agradecer también a mis amigos Goldie Hawn y Kurt Russell que, con una botella de vino en la terraza de un restaurante en Dubrovnik, cortaron de raíz mi indecisión acerca del título del libro preguntándome por qué no lo llamaba, sencillamente, Desertores. Mientras escribía este libro a mí y a su madre, Anne Laure Sol, nos nacía un hijo, Lucien Christian Charles, en París. Su nacimiento provocó un extra de inspiración al obligarme a dar sentido a todo lo que había aprendido mientras investigaba.

Mi obra implicó desentenderme de él en un momento en que no debería haberlo hecho, e imploro su perdón. Mis otros hijos, hijastros, y nietos toleraron ausencias y cambios de humor, tolerancia por la que les debo disculpas además de gratitud.

Trabajé en el libro, en su mayor parte, en Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, donde una legión de amigos, colaboradores y colegas proporcionaron apoyo de todo tipo. En los Estados Unidos quiero agradecer en especial al Dr. Tim Nenninger y a Richard Boylan, de la Administración de Archivos y Registros Nacionales de College Park, Maryland; Mary B. Chapman, Jeffrey Todd, Lisa Thomas y Joanne P. Eldridge del Despacho de la Oficina del Tribunal, en la Agencia de Servicios Legales del Ejército de Estados Unidos, en Arlington, Virginia; Elizabeth L. Garver, investigadora asociada de las Colecciones Francesas en el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin; la investigadora de Austin Wendy Hagenmeier; Paul B. Barton, director de la biblioteca y archivos de la Fundación George C. Marshall; el coronel Lance A. Betros y el comandante Dwight Mears, del Departamento de Historia de la Academia Militar Estadounidense de West Point, en Nueva York; también en West Point, al Dr. Rajaa Chouairi; a Cleve Barkley y a los Amigos de la 2ª División de Infantería y al personal del Instituto de Historia del Ejército de los EE.UU., Barracones Carlisle, Pennsylvania, y del Centro de Registros Nacional de Personal. No podría haber completado el libro sin las valiosas contribuciones de Abigail Napp, Cora Currier, Christopher y Jennifer Isham, Mary Alice Burke, Jim Gudmens, Tony Zuvich, Jeff y Anne Price, el Dr. Conrad C. Crane, el Dr. Richard W. Stewart, el Dr. David W. Hogan, Don Prell, Joe Dillard y John Bailey.

En Gran Bretaña he de dar las gracias, antes que a nadie, a Steve Weiss. Además he de agradecer a John Scannell y a su hermana Jane Scannell su tiempo y apoyo para ayudarme a comprender a su padre, Vernon Scannell. Paul Trewhela, amigo de Vernon Scannell, me proporcionó valiosos materiales y me presentó a la familia Scannell. He de dar las gracias a mis colegas escritores Brian Moynahan, Colin Smith, Artemis Cooper y Max Hastings por sus consejos y su material de referencia acerca de la guerra. El profesor Hugh Cecil, de la Universidad de Leeds, y Cathy Pugh, del Centro Experiencia de la Segunda Guerra Mundial, me proporcionaron valiosas entrevistas grabadas con soldados británicos que recordaban a los desertores con los que habían servido en la guerra.

Debo dar las gracias también a Anya Hart Dyke y a Andrew Parsons; a Verity Andrews y Nancy Fulford, del Servicio de Colecciones Especiales de la Universidad de Reading; y a los personales de la Biblioteca de Londres, de los Archivos Nacionales, en Kew, de la Biblioteca Británica, del Centro de Archivos Militares Liddell Hart del King’s College de Londres y al Museo Imperial de la Guerra.

En Francia, donde escribí la mayor parte del libro, mis agradecimientos deben ir hacia Lauren Goldenberg, Amy Sweeney, Charles Truehart, de la Biblioteca Americana de París, a Alexandra Schwartz, Rose Foran, Alice Kaplan, Selwa Bourji, Stéphane Meulleau, Hildi Santo Tomas, Gil Donaldson, Sylvia Whitman y Jemma Birrell de la Librería Shakespeare & Co., y al personal de los Archivos Nacionales de Francia, de la Biblioteca Nacional de Francia y del Museo de Colecciones Históricas de la Prefectura de Policía de París. Se debe un reconocimiento y una loa a los hombres y mujeres que poseen y trabajan en algunas de mis cafeterías favoritas del sur de Francia: Café de l’Hôtel de Ville, en Forcalquier; Les Terraces, en Bonnieux; Café de France, en Lacoste; Chez Claudette, en Saint-Romain, y el Café du Cours en Reillanne: lugares ideales para escribir, editar y soñar despierto con buen café y tabaco.

También querría agradecer a todos aquellos que me ofrecieron amablemente refugios contra las distracciones de la vida diaria: los fideicomisarios y empleados del campus Lacoste del Savannah College of Art and Design, que me nombraron generosamente escritor residente durante el tórrido verano de 2010; el director de orquesta Oliver Gilmour, por prestarme su lujosa residencia en Dubrovnik; Roby y Cathy Burke, cuya casa de campo de la Alta Provenza no tenía rival en cuanto a tranquilidad y belleza en que trabajar; Taki y Alexandra Theorodarcopulos, en Gstaad; Simon y Ellie Gaul por la habitación en su espectacular finca cerca de Grimaud, y Emma Soares por el préstamo de su casa de campo del sur de Francia, el escenario ideal en que acabar la obra. Mis agradecimientos también a Daniel y Véronique Adel por ayudarme a encontrar una casa de alquiler no muy lejos de la suya, en el Luberon.

Tengo una gran deuda de gratitud con mis editores, Ann Godoff de Penguin Press, en Nueva York, y Martin Redfern de Harper Press, Londres. Sus expertas manos (y espíritu) están presentes en cada página. Si algún nombre ha quedado fuera de esta lista, no ha sido de modo intencionado.