Veintisiete
La cárcel militar puede resultar no ser de ninguna utilidad: a veces incluso empeora las cosas.
Psychology for the Fighting Man, p. 355
El soldado Stephen Weiss abandonó los calabozos de Bruyères a finales de noviembre de 1944, encadenado a otros convictos y enviado hacia el oeste en una sucesión de trenes de carga y de pasajeros. Tras varios días de cambios de trenes, los prisioneros acabaron en la Gare de l’Est de París. Un policía militar recogió a Weiss en la estación, y Weiss se subió a su jeep. Cuando el PM no se molestó en esposarlo, Weiss le preguntó por qué. La respuesta era obvia: «¿Tienes algún lugar al que ir?».
Sólo había un lugar, el Centro de Instrucción Disciplinaria (DTC) del Loira, a más de ciento cincuenta kilómetros de Le Mans. El PM condujo un jeep sin capota a través de la oscuridad del París posliberación, cuyos rasgos Weiss estaba demasiado atontado para disfrutar. Salieron de la ciudad por una puerta occidental y, justo después de pasar Versalles, salieron de la Carretera Nacional 10 para un almuerzo nocturno tardío. El policía y su detenido comieron sin hablar, entre el humo de los cigarrillos y de la cocina de una cantina militar para conductores de camiones del Ejército. Cuando acabaron, el PM no perdió el tiempo. Un viento helado les azotó la cara conforme atravesaban a toda velocidad el sombrío paisaje marcado por las cicatrices de la titánica lucha de unos meses antes. Ni los campos de cultivo ni las praderas causaron una gran impresión a Weiss, a quien la sentencia de por vida a trabajos forzados, por parte del tribunal militar, le había quitado todo sentimiento. Para el joven de diecinueve años, «de por vida» era un tiempo inimaginablemente largo. El jeep pasó la ciudad de Le Mans, que el 3er Ejército del general Patton había liberado el 8 de agosto, y cruzó el río Sarthe para continuar hacia el oeste, pasando por aún más praderas heladas.
El PM abandonó la carretera y maniobró por dos roderas marcadas en tierra hasta un terreno cuadrado, sin señalar, donde le esperaba otro PM.
El conductor pidió el recibo de la entrega, como si Weiss hubiera sido un paquete de botas. El jeep se alejó dando tumbos y dejó al adolescente convicto sólo con el guardia de la prisión. Al mirar el desolado terreno, Weiss se preguntó dónde estaría el DTC. El guardia le dijo que aún no existía: Weiss y los demás prisioneros lo iban a construir.
Los calabozos habían sido tierra de cultivo hasta el 17 de octubre de 1944, cuando el 2913º Destacamento de Supervisión de Prisiones de la PM llegó desde Gran Bretaña para convertirlo en una penitenciaría.536 Prisioneros de guerra alemanes pusieron los cimientos de una prisión que aguardaba a 4.500 convictos del Ejército de EE.UU.. Para cuando Weiss llegó, las únicas estructuras eran tres cobertizos de ladrillo de una sola planta que habían sido edificios de la granja. Uno servía como enfermería. Los otros dos eran el comedor y las oficinas del campo. Los prisioneros tenían que construir todo lo demás, desde las jaulas en que los tendrían hasta las torres de vigilancia desde las que les dispararían si intentaban escapar. Asignaron a Weiss a una tienda biplaza junto con otro prisionero por aquella noche. Por la mañana, camioneros negros de los Servicios de Suministro (racialmente segregados) entregaron madera, alambre de púas, clavos y otros materiales a los prisioneros para que construyeran su nuevo hogar. Destacamentos de trabajo rompían el helado suelo con picos para crear pozos de castigo y para plantar los postes de las verjas a lo largo del perímetro de la base. Los hombres trabajaban rápido y durante turnos de largas horas. Cuando no estaban trabajando, hacían fila en el campo para recibir comida de la cocina del campamento o compartían una letrina comunitaria. Escasos de mantas, dormían con la ropa puesta.
Los uniformes de los prisioneros no eran abrigados ni impermeables. Una lluvia incesante empapaba sus chaquetas, pantalones y botas de combate. Con las manos frías, se daban golpes en el cuerpo para evitar congelarse. A quienes contraían neumonía se los llevaban a hospitales militares fuera de la base y los devolvían en cuanto se recuperaban. La cantina del campamento tenía poca comida caliente, y los prisioneros sobrevivían prácticamente a base de raciones frías. «Sin embargo, para ser justos», escribió Weiss, «tampoco en el frente teníamos suficiente comida.»537
Weiss observaba el personal de policías militares del campamento, la mayoría de los cuales habían sido agentes de policía en su vida civil. Su opinión sobre ellos no era muy elevada. El sargento segundo a cargo del destacamento de trabajo llevaba un palo de tienda de campaña con el que golpeaba a los prisioneros que le molestaban. Había sido policía en Nueva York, pero la ciudad no era ningún nexo de unión entre él y Weiss. A sus espaldas, Weiss lo llamaba Piernas Torcidas. Su apodo para un enorme PM que había sido patrullero en Chicago, era Big Al.* El oficial al mando, el teniente coronel Henry L. Peck, había sido contratista inmobiliario en los Estados Unidos.538 Weiss recordaba: «A veces lo veía caminando hacia su oficina; un adusto, inaccesible oficial de aspecto impoluto, y me preguntaba cómo reconciliaba su posición como administrador de una prisión, estancado en una trampa, conduciendo a un puñado de inadaptados como si fueran ganado, con las de los coroneles que llevaban tropas al combate, en el lado interesante».539 Tras haber estado en el «lado interesante» y, en su propia mente, haber fracasado, Weiss sabía que deparaba menos peligros para un coronel que para un soldado raso de infantería. Le preocupaba que en el Centro de Instrucción Disciplinaria no hubiera instrucción ni rehabilitación. A los hombres «simplemente se los almacenaba».
Los Centros de Instrucción Disciplinaria intentaban ser una alternativa de progreso a los «Barracones Disciplinarios» del Ejército, donde se enjaulaba tan sólo a los peores criminales. El nuevo nombre apuntaba a una nueva filosofía de castigo, cuya idea básica era que los prisioneros seguían siendo soldados que podían volver a ser instruidos para el servicio. El Manual del Prisionero de otro CID afirmaba que la finalidad del confinamiento era «devolver honorablemente al ejército a aquellos de entre vosotros que demostréis mediante vuestra actitud, conducta, aptitud y aguante que sois dignos de tal acción».540 En la mayoría de los CID, la práctica nunca estaba a la altura de la teoría: en el CID de Lichfield, en Staffordshire, Inglaterra, los guardias eran tan brutales con los prisioneros, especialmente con los desertores, que se los sometió a consejo de guerra.541 Como Weiss descubrió, el CID del Loira carecía de programa para rehabilitar a ningún prisionero ni devolverlo «honorablemente» al servicio. Lo que tenía era un riguroso régimen de trabajos forzados, crueldad gratuita, privaciones mezquinas y comida insuficiente e incomestible.
Las directrices establecidas por el jefe de la Policía Militar del Teatro Europeo, el general de división Milton A. Reckord, estipulaban que «a los prisioneros no se los tratará con tal laxitud que el confinamiento les pueda parecer una alternativa atractiva a su deber, ni con tal severidad como para crear la indebida resistencia a cualquier posibilidad de rehabilitación».542
Sus directrices exigían que los prisioneros alojados en edificios durmieran «sobre catres de madera o cajas de madera, sin colchoneta ni colchón de muelles; mientras que a quienes se alojen en tiendas de campaña [como Weiss] se les puede proporcionar un saco de dormir y una cantidad mínima de paja». Con respecto a la alimentación, las instrucciones del general Reckord especificaban: «No se proporcionará carne solamente por el bienestar del prisionero salvo en las más extraordinarias circunstancias». Y añadía: «La luz no se pondrá a disposición del prisionero para su bienestar. Sin embargo, puede emplearse para facilitar el trabajo y la instrucción».
Hacia la segunda semana de diciembre, ya eran visibles las líneas generales del campo: jaulas, cada una tan grande como un campo de fútbol, en las que los prisioneros metieron sus tiendas de dos plazas; agujeros de confinamiento solitario, subterráneo, sellados con barrotes de hierro; alambre de púas que rodeaba el campamento y lo dividía en secciones y torres de vigilancia desde las que PM con ametralladoras de calibre .30 estaban preparados para disparar a cualquiera que pusiera un pie al otro lado de la alambrada. La Oficina del Jefe de la Policía Militar informaba de que los hombres pronto construyeron el recinto principal, que comprendía «una amplia área rodeada por una doble alambrada de púas, de 4, 25 m de altura. Once jaulas mantenían a los prisioneros segregados en función del delito que habían cometido».543 Weiss quedó confinado con otros desertores, todos ellos condenados a penas de entre veinte años y cadena perpetua. No se parecía nada a la guerra de su padre.