Diez
Está, ante todo, el miedo a la muerte.
Psychology for the Fighting Man, p. 347
La mañana del 3 de junio de 1944, la lluvia azotaba las tiendas del campamento del 5º/7º Gordon Highlanders en la ciudad de Grays, condado de Essex, junto al río Támesis al este de Londres. La diana despertó a los hombres, al menos a los que pudieron dormir durante la tormenta, a las 5.30, media hora antes de lo acostumbrado. El desayuno se tomó a las 6.00. Cuarenta y cinco minutos más tarde, los hombres se reunieron fuera en orden completo de batalla: 28 kilos de raciones, municiones y otros equipos, más otros 9 kilos adicionales en el caso de los que llevaban la ametralladora Bren de su regimiento, como era el caso del soldado raso John Bain. Para empeorar las cosas, Bain y la mayoría de los demás estaban resacosos por haberse pasado la última noche bebiendo. Los camiones los recogieron en sus tiendas. Sombríos, en la parte trasera de los camiones y bajo la llovizna de la madrugada, los hombres se dirigían a Tilbury, a pocos kilómetros del campamento. «Se había puesto en marcha la maquinaria y no había mucho que pudiéramos hacer al respecto200 —escribió Bain—. Encendíamos cigarrillos pero nadie decía gran cosa.» En los muelles se reunieron los Gordons y los demás regimientos de la 151ª División Highland de Infantería. Finalmente abordaron una lancha de desembarco (LCI), nave que ya había dejado a muchos de ellos en la playa de Sicilia casi un año antes. Los veteranos estaban familiarizados con el espacio espartano de las embarcaciones, mientras que los jóvenes reemplazos y antiguos desertores, como John Bain, experimentaban sus incomodidades por primera vez. Una vez bajo cubierta, los hombres se desprendieron de sus mochilas y encendieron cigarrillos.
Bain y el soldado Hughie Black, su compañero de la campaña norteafricana, de 1, 67 m de estatura y natural de Glasgow, inhalaron y esperaron a que la flotilla atravesase el estuario del Támesis.
Bain y Black, que conformaban el equipo del pelotón que portaba la ametralladora Bren, compartían el arma automática que pesaba 10 kilos y su munición del calibre .303 británico. A las 8.00 de la mañana siguiente, hora a la que debía embarcar la 51ª División, el capitán Forbes, al mando de la Compañía B, llamó a los hombres a cubierta y les dijo que debían esperar algunas horas debido al mal tiempo.201 Pese a que a bordo las condiciones no eran mejores, las noticias fueron bienvenidas: nadie tenía prisa por ir a morir en una playa francesa.
Bain había vuelto con su antiguo pelotón, su antigua compañía, su antiguo regimiento, entre amigos como Bill Grey y Hughie Black. Black le presentó a uno nuevo llamado Alec Stevenson. Los barracones Mustafá quedaban olvidados. Al regresar a su regimiento cinco meses antes, el capitán Forbes le había dicho a Bain: «Quiero que sepa que no tenemos nada contra usted. Ya sabe a qué me refiero, ¿verdad? Aquí empezamos desde cero. Así que adelante y buena suerte». Gordon Rennie, otro amigo del norte de África, le aferró la mano en cuanto lo vio.
—¡Johnny Bain! ¿Cómo estás, hombre? Me alegro mucho de verte.
En uno de sus poemas, Bain nombraba a «Gordon Rennie, el tío más querido del mundo».202 Rennie había sido ascendido a cabo y arregló que Bain pudiera servir con él en la 1ª sección del 2º pelotón y transportar la Bren junto con Hughie Black. Ni el comandante del pelotón, teniente Mitchell, ni su sargento, el sargento Thom, mencionaron la deserción de Bain ni le hicieron sentirse diferente de los demás. La institución que Bain había detestado se había convertido en un hogar, mucho más que la casa familiar de Aylesbury, que no se había molestado en visitar entre su llegada de Egipto y su presentación al regimiento.
El único hombre de la Compañía B que no le ofreció una bienvenida calurosa fue su mejor amigo, Hughie Black. Al advertir la reserva de su amigo, Bain le preguntó si estaba resentido con él por haber desertado.
—¡No, por Dios! —dijo Black—. Me volvía loco que te hubieras ido sin mí.203
Le dijo que si Bain lo hubiese llevado consigo, no le habrían pillado.
En marzo, la División Highland se trasladó desde el campamento Vache, en Buckinghamshire, a Halstead, cerca de Sevenoaks, en Kent. Allí comenzó la instrucción intensiva. Los regimientos escoceses practicaban la guerra urbana en las calles devastadas por las bombas del este de Londres.204
En Harlington, Bedfordshire, los soldados del 5º/7º Gordons aprendieron a manejar los nuevos lanzallamas Wasp [«avispa»], que tenían un alcance de 90 metros, contra nidos de ametralladoras alemanes simulados. La División Highland llevó a cabo ejercicios en Salisbury Plain, Larkhill y la zona de combate de Thetford.205 A estos ejercicios siguieron cruces de ríos, patrullas de reconocimiento y combates nocturnos en las monótonas llanuras rurales de Anglia Oriental. La ciudad costera de Lowestoft, en Suffolk Broads, fue el escenario de las maniobras finales y cruciales, un ensayo final llamado Operación Fabius, el 10 y el 11 de mayo: desembarco de hombres y provisiones en una playa bajo el fuego.
Los regimientos escoceses de la División Highland se trasladaron en mayo a una serie de bases construidas especialmente a lo largo del Támesis entre Southend y Londres. Cuando, el 17 de mayo, el 5º/7º Gordons llegó a un campamento de tiendas cerca de Grays, Hughie Black estaba preparado para «irse al carajo» y rogó a Bain que desertara con él. Podían regresar a Glasgow, donde Black tenía amigos. Bain se negó diciendo que prefería entrar en combate antes que volver a la cárcel. «No se trata necesariamente de elegir entre las dos cosas», argumentó Black. «No tienen por qué pillarnos. Conozco a uno que viene escapando desde hace años.»
Para entonces, Glasgow se había convertido en el principal refugio de los desertores en Escocia, lo mismo que sucedía con el «Triángulo de las L» (Londres, Leeds y Liverpool) en Inglaterra. A las tropas británicas que desertaban se unían por miles las estadounidenses, canadienses y otros aliados. En la primavera de 1944, el jefe de la Policía Militar de los EE.UU. afirmó que «había miles de soldados que iban de aquí para allá sin pases ni permisos».206
Fue inevitable que la gran cantidad de hombres sin documentos de identificación ni cupones de racionamiento gravitasen hacia el submundo de la delincuencia en procura de provisiones y de papeles falsos. Muchos desertores robaban suministros militares que luego los delincuentes vendían para ellos en el mercado negro, mientras que otros vivían del atraco a mano armada. Un desertor adolescente, malhechor de poca monta llamado Frankie «el Loco» Fraser, recordaba años más tarde: «La guerra fue un paraíso para los delincuentes. Fue la época más emocionante y más beneficiosa. Cuando Hitler se rindió, se me rompió el corazón».207
A fin de atrapar desertores, la policía efectuaba redadas periódicas en los pubs, los garitos, los burdeles y los hoteles baratos.
Con frecuencia se pedían los documentos a los hombres que estaban en las estaciones ferroviarias, las carreras de galgos y de caballos. Una redada policial por los pubs del Soho solía recoger unos cuantos desertores. En abril de 1944, el New York Times citaba al jefe de la Policía Militar del Gran Londres, coronel Ernest Buhrmaster, quien decía que la principal preocupación de su oficina era dar con los desertores.208 Once días más tarde, la revista Time publicaba:
Los PM del jefe de la Policía, con cascos y polainas blancos (las «bolas de nieve» de Ike), hacen barridos periódicos en busca de AWOL. Tamizan los clubes de la Cruz Roja, salas de baile, pubs, hoteles y estaciones de ferrocarril, verifican las chapas de identificación y los documentos de permiso. En una redada reciente que duró seis horas cogieron a 104 soldados que estaban ausentes sin permiso, tres de los cuales iban vestidos con ropas civiles.209
Uno de los desertores se había hecho pasar por oficial de manera tan convincente, con el uniforme completo y medallas, entre las cuales la Cruz de Vuelo Distinguido, que, según Time, «consiguió que el PM que lo interrogaba se cuadrase ante él».
En mayo de 1944, las policías militares británica y estadounidense realizaron redadas conjuntas en masa en el West End de Londres. El 16 de mayo, los PM fijaron bayonetas a sus rifles para darse una vuelta por los sitios nocturnos más sórdidos del Soho. El Chicago Daily Tribune informó que la policía había pillado a cuarenta y dos presuntos desertores. «También cogieron a un general de brigada, pero tenía la documentación en orden», añadió el periódico.210 Cinco noches después —el 21 de mayo—, los PM, junto con la Policía Metropolitana, escudriñaron restaurantes, hoteles y el Cine y Sala de Baile Astoria, en Charing Cross Road, en su afán de devolver a los desertores a sus unidades a tiempo para la invasión de Francia.211
En Liverpool, el teniente de la Policía Militar Timothy Sharland recordó que el tribunal marcial de la ciudad estaba en sesión permanente durante la guerra. La acusación contra la mayor parte de los imputados era deserción. «Había una gran cantidad de soldados a los que la idea de la guerra no les hacía ninguna gracia y se marchaban», 212 dijo. «O ponían el pretexto de que su esposa andaba por ahí haciendo el tonto con otro. Pero en un sitio como Liverpool había gente realmente chunga. Bootle y Seaforth y Riverland son sitios así, sitios donde yo mismo no iría a vivir. Cantidad de tipos desertaban y se escondían en lugares como ésos.»
Fue algo más que el miedo a la cárcel lo que impidió a John Bain desertar por tercera vez. No quería dar la razón al capitán Babbage. Las palabras de éste, que pronunció durante el primer día de Bain en los Barracones Mustafá, seguían obsesionándole: «¡Todos vosotros sois cobardes! ¡Todos sois unos gallinas!». Hughie Black, que había visto boxear a Bain en el cuadrilátero y había luchado a su lado en El Alamein y en Uadi Acarit, protestó: «Déjame que te lo diga alto y claro, Johnny: ¡tú no eres ningún cobarde!».213 Black intentó convencer a Bain de desertar juntos. Mientras fumaban durante un descanso en la instrucción, Bain repitió: «No me voy a rajar. He de tener otra oportunidad. Y no me importa confesarte que estoy cagado de miedo. Pero si me rajase ahora no lo sabría nunca, ¿verdad? Y no sé por qué pero de alguna manera tengo que saberlo. Tengo que saber si esos hijoputas de la trena tenían razón o no».
Tres días más tarde, el 25 de mayo de 1944, ya era imposible desertar. Los PM cercaron el campo de los Gordons cerca de Gray con tres vueltas de alambre de púas y organizaron patrullas durante las 24 horas. «A diferencia de las medidas de seguridad convencionales encaminadas a impedir que se entrara en el campamento desde fuera, éstas tenían la misión de prevenir que escapasen los que estaban dentro del campamento», escribió Bain. Por todo el sur de Inglaterra se «sellaron» los campamentos militares en los que había soldados británicos, canadienses, estadounidenses y otros aliados, aislándolos del mundo exterior. En todo el perímetro del campamento del 5º de los Cameron Highlanders en Snaresbrook, al este de Londres, los prisioneros de guerra italianos comprobaban, divertidos, que ellos gozaban de más libertad que sus captores.214
El 21º Grupo de Ejércitos, principalmente el 2º Ejército británico y el 1º canadiense, estaba al mando de Bernard Law Montgomery. Ascendido a mariscal de campo en septiembre, Monty trabajaba intensamente para volver a poner en condiciones a las divisiones y los regimientos que habían perdido efectivos en combates desde Dunquerque hasta Anzio. El 2º Ejército había llegado a extremos tales como reclutar desertores convictos, como John Bain, y a pasar por alto delitos civiles de hombres que preferían los chelines del Rey a la alternativa de la cárcel. Gran Bretaña se estaba quedando sin hombres valiosos. Después de que la RAF, la Armada Real, la inteligencia militar y otras ramas de las fuerzas armadas, así como sectores civiles vitales como la fabricación de armas y la minería de carbón, hubieran reclamado los hombres necesarios, el resto iba a la infantería.
Algunos comandantes de infantería ponían en duda la calidad de sus reclutas. En mayo de 1943, el general de división Harold Freeman-Attwood, comandante de la 46ª División de Infantería británica, resumió el concepto de muchos altos oficiales de infantería: «Los hombres que conseguimos en la infantería son, en su gran mayoría, los que rechaza la RAF o los que no tienen bastante cerebro para desempeñar empleos técnicos».215
Mientras incorporaba todos los hombres que podía, la infantería se quitaba a otros de encima. «La resistencia que tienen que esperar nuestras fuerzas de desembarco en las playas es mucho mayor que nada que hayamos visto hasta ahora en la guerra europea», 216 escribió el general Eisenhower al jefe del estado mayor George Marshall en febrero de 1944. Esto significaba que no había que enviar hombres que se creía pudieran derrumbarse o desertar.217 Como preparación para la invasión de Francia, se envió a apoyar las unidades a los hombres no cualificados de la infantería. Los primeros en marchar fueron los soldados con sobrepeso. A aquellos que en opinión de los psiquiatras poseían perfiles psicológicos que los hacían susceptibles de crisis nerviosas se les asignaron otras tareas. Un panfleto del ejército británico de mayo de 1943 titulado «Informe de Bajas» explicaba: «En un combate real es muy poco lo que podemos hacer para disminuir el estrés y la sobrecarga emocional o para alterar el entorno adverso; con el estrés y la sobrecarga emocional suficientes, cualquier persona puede derrumbarse. Podemos, no obstante, cribar a los que es probable que se derrumben antes(... )».218
Puesto que la mayor parte de las formaciones de Monty carecían de experiencia en combate, se esperó que las divisiones «endurecidas en combate» como la 51º División Highland de Infantería y la 7ª División Acorazada dieran ejemplo a las unidades que aún tenían que «iniciarse». John Bain no acababa de creerse que existiera algo así como «endurecerse en combate». Comparó a los veteranos como él mismo con los chicos de dieciocho años que aún no habían visto acciones de guerra: «Pero la verdad es que estaban apenas mejor preparados para el inminente asalto a las playas de Normandía».219
Si bien no era necesariamente aplicable a todas las guerras, la máxima del general Montgomery («EL FACTOR MÁS IMPORTANTE EN LA GUERRA ES LA MORAL DE LOS SOLDADOS») sí era la que los comandantes aliados tenían en mente en 1944. En marzo de ese año, Monty escribió: «Tenemos que intentar llevar a cabo este asunto con la menor cantidad de bajas posible».220
Convencido de que la guerra ya estaría ganada en el otoño del 44, a finales de 1943 el gobierno decidió limitar la cantidad de reclutas a 150.000 hombres.221 Eso dejaba a las fuerzas armadas británicas con muy pocos soldados cuyas vidas sacrificar, como había ocurrido en la primera guerra mundial. La pérdida de grandes cantidades de soldados por fuego enemigo, enfermedades, crisis nerviosas, autolesiones, deserción y rendición haría fracasar la empresa.
Con el fin de evitar los niveles de deserción que habían castigado las operaciones aliadas del norte de África y de Italia, se asignó un psiquiatra militar a cada uno de los cuerpos del 2º Ejército británico. Cada puesto de primeros auxilios junto a una zona de combate incluía un Centro para Fatiga de Combate como reconocimiento de que las heridas mentales eran tan inevitables como las físicas. Igual que en el tratamiento de heridas de balas y de metralla, la función de estos centros era devolver a los hombres a sus unidades en cuanto estuvieran en condiciones de luchar otra vez. El objetivo primordial no era la compasión sino la eficacia.
A mediodía del 4 de junio, la lancha que llevaba a John Bain y Hughie Black salía de Tilbury con algunas horas de retraso. El secreto que rodeaba los objetivos de cada una de las unidades no permitía a los mandos romper el sello de sus órdenes hasta que estuvieran en mar abierto. Cuando la flotilla pasó junto a los acantilados blancos de Dover esa tarde, el capitán Forbes leyó que el Día-D su compañía desembarcaría en Courseulles-sur-Mer con el propósito de tomar Caen, capital de la Baja Normandía.222 Bain recordaba que «la lancha daba vueltas por el Canal esperando que el tiempo mejorase. Fueron unas largas 48 horas de brutales incomodidades y estrés antes de que la tormenta amainara».223 Fue un esfuerzo compartido con más de 200.000 hombres en la flota invasora, formada por 5.000 naves. Ignorantes de su destino, pasando el tiempo en aguas revueltas, esperaban algo que les causaba terror.
Al llegar la mañana del 6 de junio, la División Highland había gastado la mayor parte de las bolsas para vomitar durante el tiempo que habían pasado en la lancha de desembarco a merced de la marejada. Bain recordaba ese tiempo como «dos días completos de espantoso malestar y tensión nerviosa, sin que el viento ni el oleaje cesaran y con gran parte de todos los hombres sin parar de vomitar». Bain, que fue uno de los pocos que no vomitaron, estaba tan mareado que no podía comer. Bajo un cielo cubierto, el capitán Forbes arengó a su ojerosa y barbuda compañía y les dio sus órdenes.
Añadió que, pese a que la 3ª División de Infantería Canadiense iría antes que ellos, tendrían el honor de ser «el primer batallón de la División de los Highlanders que pisase suelo francés». Años más tarde Bain escribiría:
Lo que yo y otros muchos compartimos ese día
fue el trastorno de estrés pretraumático, o,
como dirían los especialistas, estábamos «cagados de miedo».224
La lancha de desembarco lo tuvo difícil para encontrar Juno Beach, la zona designada para que desembarcara la 51ª División cerca de Courseulles.225 (Las playas de desembarco de los británicos, al este de la zona de invasión, se llamaban G, J y S por Gold, Juno y Sword [«Oro, Juno y Espada»]. Hacia el oeste estaban las playas para los estadounidenses, O por Omaha y U por Utah.) Cuando la lancha llegó a unos 100 metros de la playa, el brigada de la Compañía B ordenó: «¡En sus puestos para el desembarco!».
Había tanto escombro acumulado en los bajíos que las lanchas de desembarco no pudieron llegar hasta tierra. Los marineros bajaron las rampas y los Highlanders se lanzaron a las olas, que golpeaban el pecho de los más altos como John Bain pero se engulleron a Hughie Black y a otros de estatura media. El regimiento sufrió su primera baja cuando el pesadísimo equipo de un soldado de Glasgow arrastró a éste hasta debajo de la lancha. Hughie Black se aferró a la mochila de Bain para mantenerse a flote mientras trataban de llegar a la arena. Una vez en la playa, se cobijaron del fuego alemán y se metieron tierra adentro. Una historia del regimiento registra:
Había sólo una salida de la playa porque aún había que quitar las minas de las dunas y de los marjales que les seguían; y el desfiladero estaba abarrotado de vehículos de la 3ª División canadiense, una de las formaciones que desembarcaron primero. Sin embargo, hacia las 8 todos los Gordons estaban en tierra y se desplazaban en destacamentos hacia Banville, seis kilómetros y medio tierra adentro, donde se concentraron para pasar la noche.226
Los alemanes acababan de abandonar la aldea de Banville, donde se encontraron en una granja raciones intactas que tentaron a los hambrientos soldados de la compañía B. El teniente Mitchell ordenó a los hombres que no tocasen la comida ni el vino porque podrían estar envenenados, ni cajones o muebles abiertos en los que podía haber trampas explosivas.
Más adelante Bain escribió un poema donde incluyó algunas huellas de la advertencia:
Tomamos la ciudad como un juguete prometido,
las puertas más hospitalarias ocultaban bombas,
el vino estaba agrio y habían quemado todo el oro;
los perros y los niños gruñían, maldecían y mordían,
y las mujeres eran duras y frías como cañones.227
Sólo que las mujeres y los niños de Banville, junto con todos los demás civiles, habían abandonado el pueblo. Durante la noche, los Gordons excavaron trincheras en un campo para dormir.228 Siguieron avanzando por la mañana temprano, el Día-D más uno, hacia el objetivo que el 2º Ejército no había podido tomar el Día-D: Caen. Establecieron posiciones defensivas en Bénouville, se trasladaron a Ranville y volvieron a cavar trincheras a lo largo del canal de Caen. Los morteros los castigaron toda la noche. Por la mañana Bain se sorprendió de que el duro bombardeo no hubiera causado más que tres muertos y cinco heridos. Uno de los muertos era un joven de Aberdeen llamado Robbie, que había entrado en el regimiento hacía poco y sólo había recibido doce semanas de instrucción. No fue el fuego de mortero lo que lo mató: «se las había arreglado para meterse en la boca el cañón de su propio rifle y se voló la mayor parte de la cabeza».229
Bain recordó la muerte de Robbie durante años, como deja claro su poema «Robbie»:
Parecía imposible que alguien viviera
Pero al llegar la mañana la cosa no estaba tan mal.
comprobaron las pérdidas: sólo tres habían muerto,
entre ellos Robbie. Inteligente por un día, había
chupado del cañón del rifle como de una pajita
y de algún modo se había volado parte de la cabeza.230
Comenzaba a surgir un patrón. Los Gordons se detenían a cavar, echaban a los alemanes antes de poder descansar y cavaban otra vez. Bain se hartó de cavar, marchar y cavar sin dormir. Al tercer día, Caen parecía igual de distante que cuando habían desembarcado.
Los alemanes atacaban a los Highlanders día y noche. Desde las copas de los árboles, los francotiradores acababan con los hombres uno por uno. En tierra, las minas y los cables trampa mataban y mutilaban. El temido lanzacohetes múltiple Nebelwerfer («lanzador de niebla»), a cuyos proyectiles los hombres llamaban Moaning Minnies («lloronas») por el quejido que emitían antes de golpear, causó muchas bajas, entre ellas el capitán Forbes, joven comandante de la Compañía B. La metralla le hirió la garganta y debió evacuársele a la playa para una operación de urgencia. Aunque hablaba con lo que Bain llamaba «acento pijo» y pertenecía a una clase social que despreciaba, Forbes fue uno de los pocos oficiales que se ganaron su admiración. El capitán Urquhart, segundo de Forbes, asumió el mando.
Su primera semana en Normandía dejó al 5º/7º Batallón de los Gordon Highlanders con 98 muertos y 209 heridos de su contingente original de 850 hombres.231 Al principio las heridas fueron físicas.232 Los centros de selección de heridos (Casualty Clearing Stations, CCS) no informaron sobre casos de fatiga de combate ni el Día-D ni el Día-D más uno. A medida que los soldados se abrían paso entre setos, huertos y campos minados, algunos de ellos se derrumbaron. El porcentaje de bajas británicas por motivos mentales fue sólo del 3 por ciento en la primera semana de la invasión, elevándose hasta el 13 por ciento durante la segunda.233 Al cabo de un mes, casi la cuarta parte de todas las lesiones eran traumatismos emocionales causados por el combate. Los médicos los hacían dormir con inyecciones de Nembutal, confiando en devolverlos al frente cuando despertasen.
A medida que aumentaban las bajas, tanto físicas como mentales, Hughie Black dijo a su compañero de trinchera: «me rajaría si hubiera algún sitio adónde ir». Bain, conteniendo el miedo, rechazó pensar siquiera en escaparse. Pero había momentos en que la tempestad de la artillería y las ametralladoras alemanas hacían que la vida en los barracones Mustafá le pareciese tentadora.