Treinta y dos

Puede que no se den cuenta, pero a menudo la realidad es que añoran el hogar. Echan de menos a aquellas de cuya presencia y afecto han dependido. Quieren a sus mujeres y madres.

Psychology for the Fighting Man, p. 334

Cuando el tren de Alfred Whitehead llegó desde Fontainebleau a la Gare de Lyon, el 24 de julio de 1945, tomó el metro, que llamó «tranvía subterráneo», hasta su apartamento en la avenida de la Motte Picquet. Con todo su uniforme y pases robados de la oficina de la prisión, tenía poco que temer de la Policía Militar en el París de posguerra. No sabía, sin embargo, qué esperar de Lea. Cuando ella abrió la puerta, se quedaron mirándose en silencio. Algo había cambiado en el mes posterior a que se fuera. Le llevó un momento darse cuenta de qué era. Otro soldado estadounidense se había mudado allí.

Ella le pidió en susurros que la esperase en el cuarto de baño, mientras le decía a su nuevo amante que se fuera porque su marido venía de camino a casa. Whitehead pensó en matarlos a ambos. Su mente, como ya habían demostrado sus contradictorias decisiones de rendirse y luego huir, estaba confusa. Los celos le exigían venganza, pero el asesinato le enviaría de nuevo al calabozo, y probablemente al patíbulo. Esperó en el cuarto de baño. Cuando el otro soldado se fue, Lea ofreció a Al una copa de vino. Él no tenía nada que decirle. «No había sido fiel a mi mujer», pensó, «de modo que no tenía base moral para decir nada. Pero nunca la perdoné.» Tras beber más vino, cayó dormido en casa de ella.

En el verano de 1945, París comenzó a retomar la normalidad. Aunque el mercado negro proporcionaba ciertos botines ilegales a los residentes de la ciudad, comenzaban a llegar suministros regulares desde el campo y desde los puertos. Todavía había bandas de desertores a la fuga, pero el ejército disponía de más hombres para cazarlos. Aunque todavía llevaba encima armas ocultas, Whitehead evitaba a su antigua banda. Bebía más, apostaba y buscaba la compañía de otras mujeres. Su disoluta vida le hizo contemplar, como habían hecho otros desertores, unirse a la Legión Extranjera Francesa. La Legión no hacía preguntas, y, al cabo de cinco años de servicio, permitía a sus veteranos reiniciar una nueva vida bajo una nueva identidad. «Pero», escribió, «había comenzado a odiar la guerra y estaba harto de matar.»642

El 12 de diciembre de 1945, un día gélido en París, Whitehead estaba borracho otra vez. Echaba de menos a Selma, tenía pena de sí mismo y quería volver a casa. Caminando hasta el apartamento, tomó una decisión. Se quitó sus ropas de civil, se puso su uniforme del Ejército de EE.UU. y escribió una carta de despedida a Lea. Una vez en la calle, atrajo la atención de un policía al disparar contra las farolas con dos pistolas automáticas de calibre .25 con las cachas de marfil. El gendarme se le acercó con su arma desenfundada y ordenó al estadounidense levantar las manos. «No levanté las manos por el condenado ejército alemán», asegura haber gritado Whitehead, «y seguro que no las levantaré por un policía francés de pacotilla.» El policía intentó desarmarlo, pero Whitehead asegura que sólo entregó una pistola. Podían negociar la entrega de la otra más tarde en comisaría.

El gendarme lo llevó a la comisaría del 68 Rue de la Fondary, en el 15º Arrondissement. Poco después llegaron PM estadounidenses. La versión de Whitehead de su arresto difiere notablemente con la de los PM que obtuvieron su custodia. Él asegura que pidió a los policías franceses que llamaran a los PM, que vinieron y le ofrecieron liberarlo. El informe de los PM deja claro que la policía francesa lo capturó y llamó a las autoridades estadounidenses por iniciativa propia. Whitehead defiende que dio una tercera pistola calibre .25 a los PM como souvenir. Mientras lo conducían en jeep hacia el cuartel, asegura haber sacado dos pistolas más de sus botas.

Escribió: «Aún puedo ver sus caras de sorpresa». Nada en el informe menciona armas adicionales. Whitehead fue más allá, y asegura que sacó una pistola calibre .25 más ante el «sargento de recepción» cuando llegó. Según el recuento de Whitehead, habría entregado cinco o seis pistolas automáticas a las policías francesa y estadounidense. El informe policial oficial dice que llevaba encima una sola pistola con tres balas.

Whitehead asegura haber dicho a los gendarmes que su nombre era Joe Givodan, pero que se identificó inmediatamente ante los PM como el cabo Whitehead. El cabo Richard S. Capone, Compañía C, 787º Batallón de Servicio de la PM, proporcionó otra versión:

Interrogué al soldado y me dijo que su nombre era George y me enseñó un pase (clase «B») a nombre de George Wasko. La policía francesa me entregó una pistola cal. 25, Werk Erfurt, número de serie 2993 y un cargador con 3 balas.

Registré al soldado y encontré chapas identificativas a nombre de Alfred T. Whitehead, así como un juego de chapas identificativas de oficial con el nombre de Nixon. Le pregunté cuánto hacía que estaba ausente sin permiso y siguió mintiéndome y diciendo que Whitehead era su colega. Cuando pedí al soldado que me dijera su número de serie pareció perdido y no pudo darme una explicación.

Procedimos al Registro de Entrada de la Rue Scribe nº 8 y hallamos que el hombre era Alfred T. Whitehead. Entregué el hombre al Oficial en Servicio, Tte. Ball. Después regresé a las tareas de patrulla.643

Este informe no contiene ninguna de las bravuconadas con que Whitehead caracterizó su comportamiento, sacándose pistolas de la chistera como un mago o rechazando valientemente las ofertas de liberación de los PM. «Aún me estaban diciendo que regresara a mi unidad», escribió, «y yo estaba aún borracho explicándoles que me había excedido con respecto a mi permiso.»644 Por el contrario, el registro parece demostrar que los PM se comportaron de modo profesional. Lo encerraron a las once de la noche en punto. Por la mañana, la Oficina del Procurador General prefirió acusar a Whitehead de cargos de violación del Artículo de Guerra 61 por haber estado ausente sin permiso durante 304 días. Si la guerra no hubiese acabado en Europa en mayo, los cargos habrían sido de deserción, con posibilidad de pena de muerte.

El teniente primero Julius Hochstein, de la Oficina del Procurador General, asignó al teniente primero Eugene T. Owen para que investigase las acusaciones el 17 de diciembre. Dos días más tarde, Owen emitió su informe:

Interrogué a partir de entonces, siempre que fue posible, en su presencia [de Whitehead] a los testigos por él requeridos y otros testigos cuyos testimonios no fueron plena y satisfactoriamente vinculados a las acusaciones (... ). Se le permitió interrogar y volver a interrogar testigos a su voluntad, con mi ayuda, y a realizar las declaraciones y argumentaciones que deseara hacer a su favor, tras haber sido debidamente advertido con respecto a sus derechos y privilegios.645

Interrogado, en un formulario, sobre si tenía «una base razonable para creer que el acusado está, o estaba en el momento de cometer el delito, mentalmente disminuido, incapacitado o con anomalías», el teniente Owen respondió «ninguna».646 En la frase «en mi opinión él ______________ ser eliminado del servicio», Owen escribió: «debería». Completó la frase «recomiendo para él _________________» con «un juicio marcial». El 22 de diciembre, el teniente Hochstein remitió las acusaciones para celebrar un juicio.

Whitehead no hace mención alguna del teniente Owen ni de que éste le permitiera llamar a testigos para su defensa. En lugar de ello, se queja de malos tratos por parte de oficiales que, asegura, lo pusieron en confinamiento solitario a pan y agua por negarse a responder a sus preguntas. Mientras esperaba el juicio, mirando por la ventana de la celda, según Whitehead, vio a Lea dirigirse hacia la prisión y le lanzó una nota advirtiéndole de que no lo visitara, pero vio a los PM llevarla adentro. Cuando él simuló, por la seguridad de ella, no conocerla, asegura que ella se fue llorando.

Whitehead escribió que pasó la Navidad solo, en un pozo de castigo de sólo un metro por dos, porque se negaba a responder a las preguntas de los oficiales. No aclara qué era lo que los oficiales querían saber. Al cabo de los catorce días, el oficial lo amenazó con una semana más en el agujero si no se lo decía todo, fuese lo que fuese. En lugar de regresar a aislamiento, según Whitehead, «me empujaron a la sala del tribunal como un pordiosero en lugar de como un soldado: sin bañar, sin afeitar, sin siquiera un peine para mi cabello».

Recuerda que el juicio marcial tuvo lugar a finales de diciembre, aunque los registros del tribunal indican que comenzó el 2 de enero de 1946 por la mañana.

Como en el caso de Steve Weiss, no había reclutas en la mesa del juicio militar.647 El oficial de más rango entre los seis jueces era el comandante George F. Shaw, del Cuerpo de Transmisiones. Por razones no especificadas en la transcripción del juicio marcial, el Procurador General del Juicio, su ayudante y la defensa fueron excusados. Un segundo Procurador General, el teniente Sheridan H. Horwitz, y el ayudante para la defensa, teniente Harry Cohen, aceptaron el caso. El teniente Horwitz presentó dos pruebas de la acusación, los Informes Matinales del 19 de enero y del 23 de julio de 1945. En el primero se daba cuenta del cabo Whitehead como AWOL y en el segundo se señalaba que había «escapado de su confinamiento». Preguntó a la defensa si estaba de acuerdo con la estipulación de que «el acusado, el cabo Alfred T. Whitehead, regresó bajo disciplina militar de los Estados Unidos el 12 de diciembre de 1945». La defensa se mostró de acuerdo, y la acusación acabó.

La defensa no realizó ningún alegato de apertura al tribunal. El teniente Cohen dijo: «Se ha informado al acusado de sus derechos en el caso y ha escogido realizar una declaración no jurada». El capitán David L. Sprechman, que tenía instrucción legal, explicó a grandes rasgos las tres opciones de Whitehead: una declaración jurada permitía interrogatorio de defensa, acusación y tribunal; una declaración no jurada los impedía pero tenía poco peso de cara al tribunal, y permanecer en silencio, por lo que «nadie de este tribunal puede juzgar su negativa a declarar, y ésta no se considerará una admisión de culpa». Sprechman preguntó al acusado si había comprendido las opciones. Whitehead respondió: «Creo que sí, señor».

Whitehead siguió adelante con su elección de realizar una declaración no jurada. Subió al estrado sin que se le tomara juramento y tan sólo el teniente Cohen lo interrogó. Su corta declaración no ocupa más de una página de la transcripción del juicio. Cohen le preguntó su nombre, organización militar, si era el acusado en el caso y su fecha y lugar de nacimiento.

Cohen continuó: «¿Qué ocurrió cuando tenía usted cuatro años de edad?»

—Mataron a mi padre, señor.

—¿Y qué hizo usted?

—Fui a trabajar a una granja.

—¿Qué nivel de escolarización ha tenido usted, Whitehead?

—Ninguno.

—¿Dónde trabajaba?

—En una granja, para Walter K. Parnell.

Las siguientes preguntas dejaron claro que no se lo había acusado de ningún delito durante su vida de civil y que había estado en el Ejército durante tres años.

—¿Ha vivido usted algún combate, Whitehead?

—Siete meses.

—¿En cuántas campañas ha estado presente?

—¿Presente, señor? De Normandía hasta Alemania, señor, unas cuatro o cinco.

—¿Resultó herido?

—Sí, señor, me hirieron.

—¿Cuántas veces?

—Dos veces.

—¿Y qué hizo cuando le hirieron?

—Seguí combatiendo, señor. Ya sabía que me herirían si me quedaba allí.

—¿Alguna vez lo han sometido a consejo de guerra con anterioridad, Whitehead?

—No.

—¿Hay algo más que desee decir al tribunal acerca de sí mismo?

—No, señor, nada.

El tribunal dejó bajar al testigo y el teniente Cohen declaró: «La defensa ha finalizado».

El estenógrafo del tribunal no registró el alegato final de la defensa, y el ayudante del procurador para el juicio no realizó ninguno. El tribunal se retiró brevemente. Cuando regresó, Whitehead se puso de pie en posición de firmes. Con respecto a la acusación y a ambas especificaciones, el veredicto fue «culpable». El tribunal deliberó un momento antes de dictar sentencia. La pena máxima por violación del Artículo de Guerra 61 era cadena perpetua a trabajos forzados. El tribunal fue magnánimo, y declaró que Whitehead «sería dado de baja deshonrosa del Ejército, se le retirarían todas las pagas o primas debidas o por deberse y se le confinaría a trabajos forzados, en el lugar que dictara la autoridad competente, durante cinco años».

Whitehead escribió que el tribunal no le dio la oportunidad de explicar su cansancio y su deseo de regresar a la 2ª División en lugar de acabar en una división desconocida como cualquier reemplazo. El registro del tribunal, sin embargo, demuestra que podría haber dicho lo que quisiera. Más aún: tuvo suerte de que la acusación no le preguntara cómo sobrevivió en París durante sus dos periodos de deserción. Sus actividades delictivas, al menos como las detalla en sus memorias, podrían haberlo hecho merecedor de la pena de muerte. A las 10.25 de esa misma mañana el tribunal pasó «a otros asuntos».648