Veinticuatro
La causa más seria de una epidemia de disensiones es un mal líder.
Psychology for the Fighting Man, pp. 326-327
Los hombres de la 36ª División de Infantería de EE.UU. habían librado una guerra dura y continuada en las seis semanas siguientes a su retirada de Valence y la desaparición del escuadrón de Weiss.449 Su siguiente enfrentamiento comenzó un día después de Valence y duró una terrorífica semana. La lucha por lo que se conoció como la Plaza de Combate de Montélimar acabó sin ganadores cuando el maltrecho 19º Ejército alemán consiguió escapar del cerco del 7º Ejército el 30 de agosto. Entonces, debido a la escasez de munición de artillería, la 36ª no consiguió detener a los alemanes en la Ruta Siete. Al perseguir al enemigo en la medianoche del 30, el general Dahlquist esperaba poder enfrentarse a los alemanes antes de que éstos se reagruparan. Al día siguiente, la 36ª División vengó su derrota del 24 de agosto al liberar Valence. El 2 de septiembre, el Ejército de la Francia Libre tomó Lyon con la decisiva ayuda de la 36ª. La tercera ciudad más grande de Francia, situada 400 kilómetros al norte de las playas donde comenzó la invasión, había caído ante los Aliados dos meses antes de lo que preveía originalmente la Operación Dragoon. La moral colectiva subía como la espuma.
Pese a la formidable resistencia de la Wehrmacht, la División Texas avanzó a pie al sorprendente ritmo de quince kilómetros diarios.450 El 7 de septiembre, la 36ª cruzó el río Loue y avanzó a trompicones entre barro y bosque hasta el río Doubs. Los ingenieros reconstruyeron un puente de hierro que los alemanes habían volado, lo que permitió a hombres y tanques cruzar a la orilla oriental y continuar con la persecución de su enemigo.
El 9 de septiembre cayeron en Francia las peores lluvias de otoño en años. Dos días después, al norte de la ciudad mercado de Autun, en la Borgoña, las tropas aliadas de la Riviera se encontraron con las que habían desembarcado en Normandía. La Operación Dragoon había conseguido su objetivo principal, unir sus fuerzas a las de Eisenhower.
La velocidad que había propulsado al 7º Ejército del Mediterráneo a la Lorena se ahogaba en las tormentas de principios de otoño. Los estadounidenses sufrían escasez de hombres y de suministros. Las tres divisiones estadounidenses que avanzaban en la Operación Dragoon (la 3ª, la 36ª y la 45ª) perdieron 5.200 hombres en septiembre.451 Sólo 1.800 los reemplazaron, con lo que hubo una pérdida de 3.400 soldados. Sólo la 36ª sufrió la pérdida de otros 1.045 hombres a principios de octubre, lo que redujo su fuerza de 14.306 a unos 10.000.452 Nuevamente, el Ejército se vio incapaz de reemplazar a la mayoría. Los supervivientes, privados de sueño y bajo la constante amenaza de muerte, mostraban signos de grave estrés. Los nuevos que se incorporaban en aquellos días al frente solían morir al cabo de cinco días, y también había que reemplazarlos. El avance diario de la 36ª, de quince kilómetros diarios en la primera mitad de septiembre, se vio reducido a unos pocos metros en la segunda mitad, y se quedó estancado a principios de octubre.
«Octubre nos cayó encima», escribía el corresponsal de la CBS Eric Sevareid, «el octubre de la Francia meridional, que está repleto de oscuras nubes opacas, el olor del abono en los pueblos y esa lluvia helada que nunca cesa, de modo que uno vive en un continuo crepúsculo y se mueve en una empapada pila de ropa mojada y barro amarillo».453 Con el cambio de tiempo, Sevareid notó un cambio en la guerra:
El desfile y el almacén se habían acabado; por primera vez el enemigo nos había ganado la carrera hacia las tierras altas con suficiente tiempo para organizar una defensa. Le proporcionaban sus suministros a toda velocidad desde su cercano Reich, mientras que los nuestros se desplazaban penosamente desde puertos situados a cientos de miles de kilómetros, atravesando montañas, con los congelados conductores que se quedaban dormidos al volante y morían muchas veces de manera ignominiosa en el barro de las cunetas. Los ánimos se caldeaban; había largos silencios en las conversaciones; la luna de miel con los civiles franceses acabó por mutua retirada, y nuestros hombres, que habían conocido tanta más guerra que la mayoría de los que invadieron desde Inglaterra, recordaban el invierno italiano y comenzaban a echar de menos su hogar.
La moral colectiva se hundió, tanto entre los reemplazos como entre los veteranos, conforme las unidades comenzaban a luchar por debajo de sus capacidades debido a demoras en la llegada de reemplazos al frente. Hasta entonces, la 36ª lideraba la lista de divisiones de infantería del Ejército en número de condecoraciones: 266 para sus oficiales y 963 para los reclutas.454 El general John E. Dahlquist, comandante de la 36ª División, señalaba en septiembre de 1944 que sus soldados estaban perdiendo tanto eficacia como agresividad. También detectaba un pronunciado descenso de la moral colectiva, que medía de la manera más familiar para los comandantes a lo largo de la historia: el porcentaje de hombres que evitaban la batalla. Algunos soldados se autolesionaban de modo deliberado, y muchos hacían todo lo posible por contraer pie de trinchera* y otras enfermedades. Algunos soldados se quedaban atrás cuando se les ordenaba avanzar. Dahlquist escribió acerca de «deserciones entre las compañías en primera línea de combate (unas 50-60 por división) y el siempre presente fenómeno de los rezagados».455 Los consejos de guerra condenaron a 1.963 soldados en el Teatro Europeo de Operaciones directamente por deserción, y a otros 494 por «mala conducta ante el enemigo» (que a menudo incluía deserción en combate).456 La mayor parte de ellos recibieron sentencias de hasta 20 años de trabajos forzados, y todas las sentencias de muerte por deserción (139) se conmutaron menos una.457 Los Consejos de Guerra Sumarios y Especiales condenaron a más de 65.000 soldados por ausentarse sin permiso, y otros 5.834 casos de ausentes sin permiso quedaron en manos del más formal Tribunal Marcial General, que, de promedio, imponía sentencias de quince años de trabajos forzados.* Dahlquist atribuía parte de las deserciones a las altas pérdidas de oficiales y suboficiales, y a su reemplazo por otros sin experiencia en el campo de batalla ni confianza con los hombres que comandaban. La deserción era indicadora de un mal liderazgo. En momentos anteriores de la guerra, el general J. A. Ulio, Procurador General del ejército, había escrito: «Todos los oficiales, especialmente los de grado subalterno, y todos los suboficiales han de comprender que el absentismo es un serio reflejo de su liderazgo. Deben desarrollar un espíritu de camaradería y responsabilidad entre los hombres, que será la mejor disuasión contra el absentismo».458
Había una consideración extra, de la que Dahlquist estaba al tanto: los hombres que habían sobrevivido al invierno anterior en los Apeninos italianos «no tenían estómago para otro invierno de operaciones en las montañas francesas».459
Incluso aquellos soldados que no habían combatido en Italia sentían que ya habían soportado suficiente hacia finales de 1944. Una investigación del Ejército señalaba que «los soldados que han estado combatiendo de forma continuada atravesando Francia desarrollaron la idea de que ya habían cumplido con su parte y que se les debería permitir un respiro».460 Las otras dos divisiones del 7º Ejército, la 3ª y la 45ª, tenían los mismos problemas que la 36ª de pérdida de oficiales, descenso de la moral y deserciones. El comandante de la 3ª División, el general John E. «Iron Mike» O’Daniel, se quejaba de que sus soldados habían perdido aquel espíritu combativo que traían consigo en agosto cuando desembarcaron. Un regimiento de la 45ª División de Infantería había sufrido en una semana 45 bajas de soldados que abandonaban la línea del frente debido a «agotamiento por batalla». La lluvia y el barro agravaban los problemas; causaban infecciones de piel y pie de trinchera en condiciones que no permitían a los soldados lavarse. Atrapados en sus trincheras bajo fuego enemigo, los soldados luchaban sumergidos hasta la rodilla en sus propios excrementos. Además, la escasez crónica de munición, debida a la larga ruta desde Marsella hasta los Alpes, implicaba que cuando los estadounidenses llegaban hasta los alemanes, no siempre eran capaces de atacar. Los soldados llamaban a la incapacidad de suministrarles suficiente munición «SNAFU», acrónimo en inglés de «Situación Habitual, Todo Bien Jodido» (Situation Normal, All Fucked Up). El comandante del 143º Regimiento de Weiss, el coronel Paul D. Adams, informó al general Dahlquist que sus hombres estaban experimentando colapsos físicos y nerviosos que habían hecho incrementar de modo drástico las deserciones, las heridas autoinfligidas y la fatiga por combate.461 Los oficiales temían que los soldados restantes no estuviesen a la altura en caso de contraataques alemanes. El general Dahlquist se daba cuenta de que los hombres de la 36ª División, incluso si estaban dispuestos a luchar, estaban demasiado exhaustos para hacerlo correctamente. La historia oficial del ejército registra que «el coronel Paul D. Adams, comandante del 143º de Infantería de la 36ª División, informó [a Dahlquist] de una letargia física y mental casi alarmante entre los soldados de su regimiento, y el general Dahlquist, comandante de la división, tuvo que decir [al comandante del VI cuerpo], el general [Lucian] Truscott, que a la 36ª le quedaba poco empuje». En opinión de Dahlquist, el 143º Regimiento de Adams era el mejor de entre los suyos. Si sus hombres estaban sufriendo, con toda seguridad la moral del 141º y del 142º sería peor.
La mayoría de los fusileros no habían tenido un descanso del combate desde que pisaron las playas de Saint-Raphaël el 15 de agosto, dos meses atrás.
El coronel Adams dijo a Dahlquist que los hombres necesitaban tiempo libre: «Deles tres días y volverán en forma y sin problemas. Tan sólo déjelos tranquilos, déjelos comer y dormir el primer día, hágalos bañarse el segundo día, y que hagan lo que quieran con el resto de tiempo libre, y estarán listos para volver».462 A la 36ª no le quedaba más remedio que intentar levantar la moral de sus hombres. De otro modo, muertes innecesarias y deserciones condenarían al fracaso el ataque sobre los Altos Vosgos.
Los reclutas no eran las únicas víctimas de la fatiga de combate. Cuando los alemanes atacaron al 1er Batallón del coronel Adams frente a Remiremont a principios de octubre, él y el comandante del batallón, el teniente coronel David M. Frazior, condujeron a una compañía de reserva hasta la batalla para expulsarlos. Tras reforzar la línea del frente, Adams y Frazior regresaron a la base en un jeep abierto. Frazior se quedó dormido en medio de la conversación, y Adams fingió que no se había dado cuenta. Consideraba a Frazior «uno de los mejores hombres y uno de los mejores comandantes de batallón que nadie pudiera tener».463 Por la mañana, Frazior anunció: «Es hora de que me vaya porque no estoy en forma para liderar este batallón». Adams le recomendó que durmiera más, pero Frazior se mantuvo inflexible con respecto a que su fatiga lo incapacitaba para comandar en el campo de batalla. Adams sabía que a Frazior no le faltaba valor. En Italia había perdido parte de su mano luchando contra los alemanes. Recuperándose en un hospital del norte de África, desertó para reunirse con su batallón a tiempo de liderar la invasión de Francia. La determinación e integridad de Frazior nunca se cuestionaron. Adams lo relevó del mando, pero lo mantuvo en el regimiento como su segundo al mando.
Sensibilizado ante la profundidad de la fatiga de sus hombres y oficiales, Adams cursó una petición oficial al general Dahlquist para establecer campos de descanso.464 Dahlquist la aprobó, y el primer centro para el descanso y recreación de la 36ª abrió sus puertas a principios de octubre en el centro turístico de Plombières-les-Bains. La 36ª estableció un segundo campo de descanso en Bains-les-Bains un mes después.465 En ambos se proporcionaban fármacos a los soldados para que pudieran dormir al menos un día entero, se les entregaban uniformes limpios, se les permitía ducharse y se les servía comida caliente. Tras tres días, que incluían entretenimientos y acceso a médicos y capellanes, los soldados regresaban al frente.
Aunque esto tuvo un efecto positivo en los hombres que accedieron a los centros de descanso, no había suficientes reservas como para que la mayoría de los soldados pudiera dejar el frente.
La 36ª División estaba cada vez más necesitada de munición, gasolina, raciones, mantas, ropa de invierno y, sobre todo, hombres.466 Pese a todo, ayudó a los franceses en la liberación de Dijon, y llegó al río Mosela el 21 de septiembre. Sus cansados hombres no llegaron mucho más lejos. Su próxima misión, en palabras de la sección G-2 (inteligencia) del 7º Ejército, era «despejar la aproximación a los pasos de la zona VOSGOS, hacerse con territorio desde el que lanzar una ofensiva diseñada para llevar al 7º Ejército a través de las defensas de los VOSGOS hacia ESTRASBURGO y por encima del RIN».467 Fuerzas alemanas fortificaron los obstáculos naturales de los Vosgos con búnkeres, minas terrestres, emplazamientos para ametralladoras y artillería, a fin de desangrar a los estadounidenses por cada metro que tomaran.
Mientras gran parte del 7º Ejército cavaba al pie de las laderas, los alemanes reorganizaban sus unidades en las zonas altas y absorbían tropas de refuerzo procedentes de casa.468 Las líneas de suministro estadounidenses abarcaban más de seiscientos kilómetros desde el Mediterráneo, pero los alemanes se habían situado mucho más cerca de sus bases en la Alsacia y la propia Alemania. Por primera vez, los alemanes gastaron más munición de artillería que los estadounidenses. Las lluvias de otoño dejaron en tierra el apoyo aéreo aliado, lo que aumentaba la ventaja de los defensores en las montañas. Si el sistema estadounidense estaba quebrándose, ocurría lo mismo con sus hombres. El coronel Vincent M. Lockhart, historiador de la División, lo describió de modo sucinto: «La 36ª División se enfrentó a casi todos los factores adversos en combate a finales de septiembre y en octubre de 1944».469 La correspondencia entre oficiales de alto rango a menudo hacía referencia a la escasez de tropa, munición, raciones y ropa de invierno. Los mandos se daban cuenta, pero los hombres lo sufrían. Cuantos más y más morían, eran capturados o quedaban heridos, y mientras otros huían, cada vez había mayor necesidad de hombres.
Esa necesidad, para la Compañía Charlie, del Primer Batallón, 143º Regimiento, incluía al soldado Stephen J. Weiss. Weiss, tomando un camión tras otro hacia la 36ª División, pasó junto a gran parte del equipo destrozado que tanto el ejército aliado como el alemán habían abandonado. Yendo al lado de conductores de jeeps y camiones, vio a miles de soldados de la retaguardia que nunca se habían acercado a una batalla.
Todas las ciudades francesas parecían estar llenas de «chupatintas» que se dedicaban a entretener mujeres francesas en las cafeterías. Muchos de estos «civiles de uniforme», como Weiss los llamaba, proporcionaban a sus novias cigarrillos y comida destinados a las tropas del frente. Las historias de soldados que colaboraban con el mercado negro para robar y vender gasolina y otros suministros estadounidenses, sobre todo procedentes del puerto de Marsella, le molestaban. Como su convicción de que los chicos de la retaguardia no estaban poniendo toda la carne en el asador. Aunque había más de tres millones de soldados estadounidenses en Europa, no había más de 325.000 combatiendo en un momento dado.470 La infantería, apenas el 14 por ciento del total de la presencia militar estadounidense en Europa, sufría el 70 por ciento de las bajas.471 Este sentimiento de injusticia, mezclado con sus recelos con respecto al capitán Simmons, estuvo royendo a Weiss durante todo el viaje hacia el frente.
Weiss se presentó en los cuarteles del 6º Grupo de Ejércitos, el componente principal del 7º Ejército del general Alexander Patch, en Vittel. El mando había ocupado el Hôtel de l’Ermitage, de los años veinte, uno de los establecimientos más lujosos del pueblo termal alpino. Weiss se encontró con un antiguo colega de instrucción de Fort Blanding llamado Santorini en el elegante recibidor art decó del hotel. Santorini, que trabajaba en contraespionaje, le comentó que su coronel necesitaba un fotolitógrafo. Weiss, con un año de experiencia en fotolitografía en la Oficina de Información de Guerra de Nueva York, era el candidato ideal. El coronel entrevistó a Weiss y pidió autorización a la 36ª División para que lo transfirieran a contraespionaje. No había muchos soldados con conocimientos de litofotografía, lo que animó a Weiss a pensar que, después de todo, aún evitaría regresar con el capitán Simmons. A la mañana siguiente, sin embargo, la División desestimó la petición del coronel.
«Rechazado y furioso, empaqué mis escasas pertenencias, di las gracias al coronel y a Santorini por sus esfuerzos y me fui en busca de la 36ª», escribió Weiss. Los cuarteles de la división se encontraban a setenta y cinco kilómetros al este de Vittel, en la ciudad de Remiremont, a un día en coche por las estrechas y atestadas carreteras rurales francesas. Weiss caminó hasta la carretera y levantó el pulgar.
La 36ª División había capturado Remiremont el 23 de septiembre. El 24 de septiembre trasladó su puesto de mando a Éloyes, más adelante, y el 1 de octubre, a una vieja casa en la población de Docelles, junto a un puente bombardeado sobre el río Mosela.
En Docelles se estancó su avance. El puesto de mando se quedó en Docelles durante veintiún días, el tiempo más dilatado en un solo lugar desde el inicio de la invasión, en agosto. «La 36ª estaba nuevamente en la antigua situación de Italia: barro, montañas y mulas», escribió un oficial, «pero esta vez teníamos muy pocas mulas.»472 El siguiente objetivo principal, Bruyères, estaba sólo a once kilómetros de distancia. Sin embargo, contra posiciones alemanas atrincheradas, altas montañas, densos bosques, lluvia y barro, podría haber estado a cien kilómetros.
El 8 de octubre, en Docelles, un nuevo reemplazo se unió al 1er Batallón, Compañía C, 143º Regimiento de Weiss.473 Se trataba del soldado de primera Frank Turek, un agraciado recluta polaco-estadounidense de Hartford, Connecticut. Su llegada, sin embargo, hizo poco por llenar el vacío dejado por tantos hombres desaparecidos de sus filas. Cuatro días después, el jueves 12 de octubre, Día de Colón, Steve Weiss entró en los cuarteles de la 36ª División. El segundo al mando del 143º Regimiento, David Frazior, recuerda su alivio al saber que Weiss, tras los otros siete hombres de su escuadrón, había regresado: «Lo recuerdo nítidamente, ¡estábamos realmente contentos de que hubieran regresado!».474 Lamentablemente para Weiss, Frazior no se encontraba en el cuartel de la División para expresarle su alivio. En su lugar, «un aburrido secretario del cuartel» lo ignoró durante unos minutos antes de preguntarle qué quería. Weiss le dio su nombre y unidad. Tras mirar su archivo, el secretario le dijo que a su familia se la había informado de que estaba desaparecido en combate. Weiss pensó en su padre y su madre en Brooklyn: «Estaba seguro de que estarían embargados por la ansiedad», escribió.475 El secretario no mostró el más mínimo interés por los problemas de Weiss, ni le ofreció café de una cafetera que estaba haciéndose un poco más allá. Llegó un oficial y preguntó a Weiss si le interesaría trabajar en la oficina del cuartel. Él respondió que no le importaría, pero sus superiores rechazaron rápidamente la petición. Aquella tarde, Weiss subió a un camión hacia el puesto de mando de la Compañía Charlie, a seis kilómetros de Docelles, en un bosque a medio camino de Bruyères.
El capitán Simmons tenía que regresar del hospital de campaña donde había acudido para tratar una herida de bala en el cuello causada por un francotirador. En su ausencia, el mando de la Compañía C recaía en el segundo, el teniente Russell Darkes. Con veinticuatro años, Darkes, un graduado de la Academia de Aspirantes a Oficial (OCS) de Mount Zion, Pennsylvania, no acusó el regreso de Weiss.
Aunque no esperaba una cálida bienvenida, se sintió resentido por verse tratado como «munición, gasolina o raciones». Le molestó que ningún oficial le diera la mano, pese a necesitarlo tanto como para rechazar su traslado a la OSS o a tantas otras unidades. A ningún soldado, según una encuesta entre soldados titulada «Qué piensan los soldados», le gustaba ese trato impersonal.476 «A los hombres les disgusta verse tratados como “mano de obra”, en abstracto», rezaba el informe realizado entre soldados que combatieron entre diciembre de 1942 y septiembre de 1945. «Quieren mantener su dignidad básica como seres humanos.» Un soldado escribió en su hoja de encuesta: «Trátenlos como a hombres, no como a perros».
Oficialmente, la política del Ejército era que los oficiales pusieran por delante a sus hombres. «El buen líder tenía fe en la naturaleza humana», escribía el coronel L. Holmes Ginn Jr., de la Sección Médica del Ejército, en su informe acerca de la fatiga de combate. «Conocía a sus hombres, era su amigo e insistía en que los tratasen como a seres humanos, se preocupaba de sus necesidades y era firme pero justo en sus tratos con ellos.»477
Mientras Weiss esperaba en una cavernosa granja que servía de puesto de mando, sin muebles de ningún tipo ni señal alguna de estar habitada por seres humanos, tan sólo una persona habló con él. Era su antiguo sargento de pelotón, un alto y amistoso texano llamado Lawrence Kuhn. Kuhn sonrió y le dijo: «Reigle me dijo que estabas vivo».
Weiss, agradecido por el único recibimiento que le habían ofrecido, preguntó a Kuhn por su líder de escuadrón, el sargento Harry Shanklin. Kuhn dudó un momento y dijo: «Shanklin ha muerto». Una patrulla alemana lo había matado en un tiroteo cerca del río Mosela unas semanas atrás. Weiss se sintió fatal. Recordó el gesto amistoso de Shanklin y su «apostura juvenil». Shanklin, de veintidós años, lo había liderado desde las playas de Saint-Raphaël hasta Valence, levantando la moral del escuadrón y protegiéndolos de peligros innecesarios. «Cuando mataron a Harry Shanklin», escribió Weiss, «me sentí devastado.»478 Pocas horas después, con la caída del sol, Weiss se trasladó a un claro del bosque en el que los hombres de la Compañía Charlie pasaban la noche alejados de la línea del frente.
Los primeros amigos que vio fueron Bob Reigle y Settimo Gualandi, que habían estado con él en la Resistencia y en la OSS. Reigle y Gualandi, ahora sargento, se mostraron felices de verlo.
Los tres soldados descansaron en la tierra blanda, y Weiss preguntó por el sargento William Scruby. Reigle tenía malas noticias: Scruby, cuyo ingenio los había salvado de la muerte o la captura en el canal de riego cerca de Valence, no estaba. Un proyectil de mortero le había volado la pierna dos semanas atrás, y era poco probable que sobreviviese. Sheldon Wohlwerth había recibido impactos de ametralladora en el pecho y lo habían evacuado con pocas esperanzas de que saliera del trance. Weiss se dio cuenta de que los otros tres hombres de la Resistencia, Fawcett, Garland y Caesar, también estaban ausentes. De los ocho, tan sólo ellos tres (él, Reigle y Gualandi) estaban en el frente. Los demás hombres de su antiguo escuadrón eran ahora reemplazos. Esto era ya malo de por sí, pero a Weiss lo asignaron a otro escuadrón en el que no conocía a nadie.
«Sólo tenía 19 años», recuerda Weiss. «Cuando regresé, la mitad de los otros había muerto. Me sentí alienado, como si no existiera.»479 Todo hombre, allí, tenía problemas, y los de Weiss no eran peores que los de ningún otro. Sin embargo, a su regreso del mundo de los vivos, detectó cambios en los demás que ellos no veían. Los hombres que él tenía alrededor, especialmente Reigle y Gualandi, no eran como él los recordaba. La fatiga de combate estaba grabada en cada cara con una marca tan fuerte como un agujero de bala.
Weiss reconoció a un compañero de instrucción de Fort Blanding, el soldado de treinta años Clarence Weidaw, que comía en silencio su ración. Weiss se acercó a él y le dijo: «Weidaw, soy yo, Steve». Weidaw continuó comiendo. «Weidaw ya no nos habla», dijo otro soldado. «Los boches lo atraparon en un pajar. No se rendía, así que rociaron el pajar y le prendieron fuego, y Weidaw saltó y escapó bajo una lluvia de balas.» Desde entonces, el soldado no había pronunciado una palabra.
«¿Por qué has regresado?», preguntaron a Weiss sus amigos. Reigle le dijo que debería haberse quedado lejos. Lo único que Gualandi y él habían visto desde su regreso habían sido «trampas explosivas, minas-S, morteros, ametralladoras y artillería pesada», pero nada de dormir y tampoco unas horas alejados del peligro. «¿Por qué has regresado?» Weiss no estaba muy seguro. Dijo que quizás porque era leal. «¡Leal!», se rieron sus camaradas. «¿Estás de broma? Estarás muerto en un mes.» Como para confirmar su predicción, un avión alemán de reconocimiento pasó por encima de sus cabezas y, sin duda, informó de su posición a sus baterías de artillería.
Esto era la guerra, la verdadera guerra, la guerra de infantería, y Weiss estaba de regreso en ella.
La primera noche de Weiss en el frente se volvió helada, insoportable para soldados en sus uniformes de verano. El teniente John D. Porter, comandante de pelotón en los Vosgos, escribió: «Un suministro insuficiente de un artículo de Clase II, ropa de invierno, fue responsable de gran parte de los casos de pie de trinchera y enfermedades respiratorias».480 Algunos hombres buscaron un poco de refugio frente al frío en una granja. Weiss se unió a ellos en el interior. De repente, la artillería alemana golpeó el terreno situado en el exterior de la casa. Fuera, los hombres que dormían en las tiendas de campaña, «vulnerables y desprotegidos, quedaron pulverizados (... ) Los gritos y los chillidos se mezclaban con el silbido y las explosiones de los obuses».481 Weiss y los demás salieron de la granja para ayudar a los demás, pero los proyectiles de artillería los acabaron separando. Weiss se puso a cubierto en un corral cubierto, en el que dos cabras temblaban de miedo. Más obuses destrozaron la puerta y el tejado del corral. Weiss escribió que cuando la descarga de artillería cesó,
Corrí a los bosques. Había treinta hombres entre muertos y heridos, sus finas tiendas de lona completamente destrozadas. Las vigas de las tiendas estaban hechas astillas; había mantas y mochilas ensangrentadas por todas partes (... ) Llegaron más médicos y enfermeros con camillas desde Docelles, en ambulancias, para atender a los heridos y recoger a los muertos.482
«No se habían cavado trincheras», observó Weiss, uno de muchos signos que indicaban que los hombres estaban demasiado exhaustos como para tomar ni las mínimas precauciones básicas que habían tomado anteriormente, al principio de la guerra.
Al día siguiente, el escuadrón esperaba en un granero para recoger balas y granadas, conscientes de que los nuevos suministros implicaban más combates. Con tantos muertos y tan pocos hombres para reemplazarlos, el sargento de pelotón Kuhn pidió a Weiss que asumiera el mando del escuadrón con rango de sargento segundo. Él se negó: «No quería la responsabilidad de tener que cuidar de otros once tipos», dijo.483 En lugar de ello, consiguió el cargo de ayudante de líder de escuadrón con rango de sargento. La siguiente noche, un teniente al que nunca había visto salió de un búnker para darle órdenes. Weiss tenía que liderar a los once hombres de su nuevo escuadrón a través de una densa arboleda hasta tierra de nadie. El primer explorador de Weiss estaba temblando, y el segundo explorador tenía la mirada puesta en un punto en el infinito.
Sus hombres no estaban en forma como para enfrentarse al enemigo, pero marcharon detrás de Weiss en la noche sin luna adelantándose a las líneas estadounidenses. Los arbustos, que llegaban a la altura de la cadera y estaban húmedos por la lluvia otoñal, empaparon los uniformes de verano de los soldados. Ninguna de las marcas del terreno que le había descrito el teniente estaba allí. En el denso bosque, a los hombres les parecía notar alemanes tras cada roca, trampas explosivas tras cada árbol y minas bajo cada pisada. Cuando el segundo explorador comenzó a temblar, Weiss le aseguró que todo iría bien. Sentía que el joven soldado estaba reaccionando «como un joven cuerdo en circunstancias demenciales».
El escuadrón regresó sin haber encontrado alemanes. El teniente reprendió a Weiss por no conseguir el objetivo. «Para él era fácil quejarse», escribió Weiss, «desde su gran búnker protegido que se extendía a su alrededor como un largo abrigo de pieles.»
Weiss escuchó involuntariamente a un soldado sureño, en una trinchera cercana. «Nunca verás judíos en el frente», decía, arrastrando las palabras. «Siempre se encuentran tras las líneas, trabajando de médicos o dentistas.» Ya era suficientemente malo regresar al frente y combatir en las gélidas montañas, pero le amargó el recordar que los nazis no eran los únicos racistas en aquella guerra. Por primera vez, «la idea de largarme se me pasó por la cabeza».
Era el Día Uno de la ofensiva sobre Bruyères. A fin de reforzar las defensas naturales del pueblo, que comprendían el río Vologne, al sur, y marismas que protegían contra los tanques a ambos lados, los ingenieros alemanes habían derribado y atravesado grandes árboles, tras cargarlos con trampas explosivas, bloqueando las carreteras. Nidos de ametralladoras que se cubrían unos a otros rodeaban el pueblo, y puntos fortificados en resistentes casas de piedra guardaban los pasos. El comandante de un pelotón estadounidense escribió: «El descubrimiento de un batallón de ametralladoras en la defensa de Bruyères alertó a la inteligencia de EE.UU. de que los boches tenían intención de mantener un puesto permanente en este sector. Los batallones de ametralladoras nunca se usaban a menos que el enemigo intentara mantener la posición indefinidamente».484
A las 08.00 de la mañana del 15 de octubre, elementos de la 36ª División se desplazaron a través del Forêt-de-Faite para tomar su primer objetivo, denominado Colina A. Los alemanes respondieron con fuego de armas ligeras y automáticas, pero los de la insignia T los empujaron cuatrocientos metros más hacia el norte, hacia otra colina que dominaba la población.
El renovado fuego de mortero y de artillería detuvo el avance estadounidense en la cima.
El escuadrón excavó para protegerse de la artillería nocturna alemana y de los morteros.485 Entre impacto e impacto, discutían las razones por las que quedarse en el ejército. Un veterano de más edad dijo a Weiss que habría abandonado el uniforme de no ser por una sola razón: «chantaje». Weiss no comprendía. «Casado y con un niño», dijo. Un proyectil alemán explotó cerca de su trinchera. «Me largaría de inmediato de no ser por mi mujer y mi crío.» Otro obús de artillería hizo temblar el suelo y el soldado alzó la voz: «Si no hay cheques de paga del gobierno, mi mujer no tendría ingresos, y mi hijo no tendría leche». Un reemplazo recién llegado, de 38 años, y con mujer y bebé en Brooklyn, pidió consejo al veterano Weiss. «¿Qué puedo hacer para sobrevivir?», le preguntó. De repente, el joven soldado estaba ejerciendo de «viejo» con alguien que le doblaba en edad. No tenía respuesta alguna, pero lo intentó: «Mírame y haz lo que yo haga. No seas demasiado prudente ni demasiado agresivo. Escoge un punto intermedio». Era puro Hollywood, y Weiss se sentía como un fraude. Nada garantizaba la supervivencia.
Cuando salió el sol, el 16 de octubre, el 442º Regimiento japonés-americano «Nisei», recién incorporado a la 36ª División tras su serie de logros sin parangón en el frente italiano, avanzó a través de los puestos de control alemanes hacia la Colina B. Unidades de ingenieros estadounidenses intentaron despejar las carreteras de los árboles caídos y explosivos a través de los cuales habían penetrado los soldados de la Nisei hasta que los alemanes dispararon y los hicieron retroceder. Durante toda la mañana, los alemanes dispararon obuses de artillería desde sus bases para devastar a los estadounidenses entre Laval y Bruyères. Morían más soldados, y no había tropas para reemplazar a la mayoría de ellos.
A las 07.30 horas de esa mañana, la artillería alemana bombardeó las posiciones estadounidenses con una intensidad que supera la constitución de cualquier psique humana.486 El soldado Stephen James Weiss, de la Compañía C del 1er Batallón del 143º Regimiento, de la 36ª División de Infantería, se sobrecogía con cada temblor de tierra. Su trinchera no ofrecía ninguna protección contra el ataque de acero y fuego. A su alrededor, los hombres morían. Era más de lo que podía soportar. Subió la colina.