13

QUE a mi querido zar le gusta sorprenderme es un hecho. Así que, cuando esa tarde, a la salida del colegio y dispuesta a disfrutar de las tan merecidas vacaciones de carnaval, le encuentro esperándome apoyado en el coche y con una sonrisa traviesa en los labios, todas mis alertas se activan. ¿Qué estará tramando? Y sin dejar de reír ante mi expresión interrogante, me lleva directamente al aeropuerto, donde un pájaro de acero nos está esperando para llevarnos de vuelta a las maravillosas islas Canarias.

La gran fuente circular nos recibe formando extrañas composiciones y el olor del mar nos acaricia la piel cuando bajamos del coche, donde un sonriente botones nos espera. La habitación está igual que la recordaba, las mismas cortinas ondeando al viento, la misma colcha que parece un mar de espuma, los sillones que invitan a la lectura, y en la terraza dos tumbonas blancas rodeadas de celosías cubiertas de enredaderas. Me asomo y me dejo acariciar por el aire de las islas, ese que creo que nunca ha salido de mi cuerpo; inspiro profundamente, cierro los ojos y pienso en lo diferentes que son unas llegadas de otras. Aquí llegué desde mi cautiverio, llena de angustia, llena de miedo, con el corazón roto en mil pedazos, con la mente desquiciada y el cuerpo muerto, escapando de la realidad que era mi vida, huyendo de mi infierno. Aquí curé mis heridas, me salieron alas en un jardín de ensueño, mis mariposas dormidas volvieron a alegrarme con su revoloteo. Aquí encontré de nuevo el amor, la pasión perdida, las caricias, los besos. Y mientras mis ojos se inundan de lágrimas le agradezco al universo la persistencia de mi sobrina, de mi querida Paula, y de los dos ángeles que mi querida Tita me envió sin yo quererlos. Allí, en las alturas, sigue velando por mí... ¡Mi querida Tita, cuánto te quiero!

Tras una cena ligera, mi querido zar toma mi mano y me lleva a la zona de las piscinas, donde, como cada noche, hay una actuación musical. Y como no podía ser de otra manera, hoy la encargada de amenizar la velada es una rubia despampanante que llena el escenario con sus voluptuosas formas y que, tan pronto pone los ojos sobre el hombre que va a mi lado, ya no los puede apartar de él. No se lo puedo reprochar, tengo que reconocer que Misha es un hombre impresionante, y si a esto unimos que el brillo de la luna llena que luce esta noche arranca de su pelo reflejos que no sabía que estuviesen ahí, que sus ojos parecen dos faros en medio de la tormenta y que el traje azul marino y la camisa blanca que se ha puesto ni Richard Gere sería capaz de llevar con semejante estilo, el resultado es que el hombre en estado puro ha hecho acto de presencia. Pero si lo de fuera es espectacular, lo que guarda en su interior lo es aún más, así que le permito a la cantante que disfrute de lo que tiene delante y que es lo único de lo que podrá disfrutar. ¡Al fin y al cabo, para eso están los ojos!

MAM: «Todas las rubias son descaradas. ¿Será el tinte?».

La mujer descarada se retira y deja paso a una orquesta de canciones melódicas que es una auténtica delicia, no sin antes enviar una última mirada a mi querido zar, mirada que él no ve porque sólo tiene ojos para mí. Me lleva hasta la pista de baile y rodeando mi cintura con su brazo me pega a su cuerpo, tan fuerte, tan duro, tan caliente. Bailamos durante mucho tiempo en silencio, sintiendo el calor de nuestros cuerpos, el aroma de nuestra piel, el latido del corazón del otro sobre el nuestro, mientras las mariposas de mi estómago revolotean alegremente. Miro a este hombre que me apasiona, que me ama, que me cuida, que me mima, que me protege... Y siento que todos los sufrimientos padecidos hasta que le conocí ya no existen, porque su dulzura los ha borrado de mi mundo, sus caricias los han borrado de mi piel, su amor los ha borrado de mi corazón. Y aquí, en las piscinas, donde le regalé el libro de hadas a Sofía, les doy las gracias a ellas, porque tienen que existir, sólo ellas, con sus encantamientos, su magia y su poder, pueden haber hecho que este hombre venido de la fría Rusia haya llegado a mi vida y la haya llenado de amor y de sol. Me pego a él sin importarme dónde estemos, como las olas acarician la arena, como el aire mueve las hojas, como la lluvia moja la tierra.

La excitación de su cuerpo me da alas y tomando su mano abandonamos la pista de baile rumbo a las nubes de algodón en que siempre se convierte nuestra cama. En recepción nos cruzamos con la cantante rubia, que, tan pronto pone los ojos sobre el adonis que va a mi lado, mueve con alegría su cabellera. Clavo en ella mi mirada y le regalo mi sonrisa más triunfal. ¡Porque el premio me lo he llevado yo, querida, es mío, mío para siempre!

MAM: «¡Oh, no la mires así! ¿No ves que no es ella? ¡Es la diosa que lleva dentro!».

Me despierto al alba y, viendo al ángel que duerme plácidamente a mi lado, no puedo evitar emocionarme, no creo que haya en el mundo hombre más deseable que éste. Salgo a la terraza y enciendo un cigarrillo, me tiendo en la tumbona del pecado observando el cielo que comienza a clarear y preguntándome una vez más de qué extraña galaxia habrá llegado cuando... le veo aparecer ante mí, con el pelo alborotado, cara de sueño, completamente desnudo y excitado, tremendamente excitado y mirándome con deseo.

—Pero ¿cómo puedes estar ya así? ¡Pero si aún estás dormido! —digo incorporándome en la tumbona, asombrada—. ¡Misha, lo tuyo no es normal! Tenemos que consultarlo con algún médico. Aquí ha tenido que haber alguna mutación genética que ha alterado tus cromosomas, cielo.

—Es culpa tuya —dice con una sonrisa pícara, abriendo mi bata y tendiéndose lentamente sobre mi cuerpo—. Cada vez que te miro, me excito; no lo puedo evitar. Eres como una droga para mí, cuanto más tengo..., más quiero.

Después de comer en el restaurante, junto a los enormes ventanales que dan al jardín interior y que hacen las delicias de la niña que llevo dentro, me toma de la mano y subimos a un coche que nos espera ante las grandes puertas del hotel y, a pesar de mi nefasto sentido de la orientación, reconozco el camino, porque hay recorridos que nunca se olvidan, se quedan impresos en el corazón como si de un plano se tratase. Nos quitamos los zapatos al llegar a la arena y caminamos cogidos de la mano hasta nuestra gruta. En ella, una manta sobre el suelo, una botella de whisky y dos copas. Mi querido zar tiene memoria de elefante.

Y tras una copa que mi ruso se toma como si fuese agua, se tiende sobre mi cuerpo con un ansia que me enardece, que me conmueve, que me fascina. Sus caricias sobre mi piel tienen magia, eso debe de ser, algo tiene su piel que altera la mía, porque las recibo como si fuesen las primeras, como si nunca las hubiese sentido, mientras los gemidos de mi boca salen sin control, y es que, cuando estoy entre sus brazos todo deja de existir, salvo él, salvo su cuerpo, salvo sus caricias, que me llevan al precipicio que ha creado especialmente para mí. Pero... aunque mi capacidad de razonamiento disminuye considerablemente cuando estoy entre sus brazos, mi mente, mi extraña mente, activa una mínima parte de mi cerebro en la que una escena aparece con total nitidez y claridad: la de aquella mañana en que su cuerpo me sometió. Esta imagen aviva todas mis alarmas, haciendo que la preocupación tome el mando de mi boca una vez más.

—Misha..., ¿qué pasa? —pregunto entre gemido y gemido.

Pero lejos de detener su avance, sus manos quitan las últimas prendas que nos separan y su cuerpo se tiende sobre el mío con una gran sonrisa en la cara mientras me invade por completo. Me toma como sólo los generales pueden tomar al enemigo en el campo de batalla. ¡Oh, sí, está tramando algo, todo su cuerpo me lo dice, sus caricias le delatan!

—¡Oh, Misha..., Misha! ¿Qué has hecho? —Mi mente se pone a trabajar a marchas forzadas. ¡Gracias a Dios!

—¿Por qué dices eso, mi amor? —dice acariciando mi cara, mientras sus manos se enredan en mi pelo y su cuerpo me toma haciéndome estremecer.

—Porque estoy recordando aquella mañana cuando me sometiste... y esto se le parece mucho... —Ya no tengo ni voz, sólo me salen suspiros.

—No quiero someterte, cariño —dice besando mis labios lentamente—. Sólo quiero... bajar un poco tus defensas...

—¿Mis defensas?... ¿Por qué?... ¿Qué has hecho? —Su risa muere en mi boca mientras toma mis piernas y las coloca sobre sus hombros—. ¡Oh..., Misha..., Misha! ¿Qué has hecho?

—Nada, mi amor, no he hecho nada de lo que debas preocuparte —dice riendo—. ¿Te gusta así, mi vida, te gusta? —No puedo contestar, el lenguaje ha desaparecido de mi mente de repente, nunca me había pasado—. Pero quiero pedirte algo... y como la última vez que estuvimos aquí te costó tanto darme una respuesta..., he pensado que debía agotarte un poco primero. —Ahora la risa sube por mi garganta mientras sus ojos brillantes recorren mi cara con una ternura que nadie imaginaría en este cuerpo—. ¿Quieres casarte conmigo?

Esta vez no me deja contestar, cosa que le agradezco, su cuerpo me toma con toda el ansia, con toda la dulzura, con todo el anhelo. Sí, mi querido zar debe de ser un experto preparando cócteles, porque nadie como él sabe mezclar la ternura y el deseo provocando en mi cuerpo todo el placer que se puede sentir entre los brazos de un hombre, perdiéndome en sus caricias, perdiéndome en sus besos. Enreda mis piernas en su cintura y se tiende sobre mi cuerpo, llenándolo, acariciándolo, adorándolo como sólo él sabe hacerlo, mientras su boca en mi oído repite:

—¿Quieres casarte conmigo, mi amor, quieres?

El tiempo que tardo en darle una respuesta no lo marco yo, lo marca mi cuerpo, de donde las palabras han desaparecido, igual que los razonamientos, porque estando entre sus brazos no puedo pensar, sólo sé que siento. Cuando el lenguaje vuelve a aparecer, me sorprendo, pero lo dejo salir libremente, necesito sitio para el intenso orgasmo que estoy sintiendo.

—¡Sí, Misha..., sí..., sí quiero..., sí quiero..., sí quiero...!

El atardecer nos encuentra con nuestros cuerpos aún enredados, la magia de las islas ha debido de entrar en ellos y ahí se ha quedado para siempre, formando parte de nosotros y acariciándonos por dentro. Mi querido zar levanta una piedra, bajo la que descubro otra preciosa cajita primorosamente envuelta. ¿Quién dice que los hombres no son detallistas? La coge lentamente, mirándola con dulzura, y la pone en mis manos, con los ojos brillantes como estrellas. Y es precisamente una estrella lo que encuentro dentro, un precioso anillo con una estrella que reluce como las que fuera de la gruta están comenzando a poblar el cielo.

—¡Oh, qué preciosidad, Misha!

—Este... tampoco lo he comprado, Cris... —dice acariciando mi cara y poniéndolo en mi dedo—. Era de mi madre, los dos anillos eran de ella —dice frotándose la frente concentrado—. Yo... hay algunas cosas que me gustaría contarte, cielo, algunas cosas... que son importantes para mí... —Y diciendo esto, saca de su chaqueta la cartera, y de ella un sobre que me entrega—. Es una carta de mi madre. Cuando murió mi hermano Iván, mi madre se acostó y no volvió a levantarse... Cuando ella se fue..., mi hermana Nadia me entregó la carta y con ella los anillos... Me gustaría que la leyeras. Hace unos días me pediste sinceridad, y creo que ha llegado el momento.

Abro el sobre con dedos temblorosos mientras mi querido ruso prepara dos copas; creo que a él le hace más falta que a mí, el brillo de sus ojos así me lo demuestra. Junto a la carta manuscrita de su madre con una preciosa caligrafía de extraños caracteres, está la traducción, que leo lentamente, sin poder evitar que los ojos se me llenen de lágrimas.

Mi querido hijo: Mi posesión más valiosa en esta vida ha sido mi familia. La llevo en el corazón, llena mi mente y alegra mi alma, me hace soñar, me hace reír y me ha dado fuerzas para seguir. Las otras posesiones, las materiales, sólo han sido un peso que he tenido que arrastrar, pero, por suerte para mí, han sido pocas. A lo largo de mi vida sólo he tenido dos: el anillo de la estrella que me entregó mi padre y el anillo del corazón que me entregó mi abuela. El primero es el más valioso y estaba reservado para ti, en espera de que encontrases a esa mujer que siempre imaginé a tu lado, guapa y rica. El segundo es el más hermoso y estaba reservado para Iván, porque él habría elegido a su esposa dejándose guiar únicamente por el corazón.Ahora que Iván se ha ido, te hago depositario de los dos, tú decidirás cuál de ellos entregas a la mujer que comparta tu vida, el valioso o el hermoso... Sólo deseo que sea merecedora de ambos. —Mi hermano Iván... cayó en el mundo de las drogas. Poco a poco comenzó a apartarse de todos, y yo... yo también me aparté de él. En lugar de tenderle una mano y ayudarle..., me aparté de él y seguí ganando dinero. Eso era lo único que me importaba en aquel momento. Yo... le di por perdido Cris. —Un profundo suspiro sale de su pecho—. Su muerte me hizo despertar del sueño de poder en el que me había sumergido, me hizo reconsiderar las metas que me había trazado, me hizo pensar en todos los momentos que me había perdido... ¡Ese error me perseguirá siempre, Cristina, siempre!

Su voz, profunda y emocionada, ha llenado cada rincón de esta cueva, ha entrado por mis oídos y ha anidado en mi alma, donde se quedará para siempre. Mi querido zar ha abierto por fin el cajón de sus recuerdos mostrándome su contenido más amargo, su trauma más oculto, su espina clavada. Lo ha puesto ante mis ojos y ante mis manos como sólo él sabe hacerlo, con la precisión que siempre pone en todas sus palabras, en todos sus actos, en todos sus movimientos.

Me tiendo sobre su cuerpo, regalándole las caricias que tenía guardadas para este momento, las que se escondían bajo mi piel esperando encontrar su alma. ¡Y por fin la encuentro! Y mientras le llevo a ese lugar de ensueño, al país de la nube blanca, de las caricias, de los besos, mi boca permanece cerrada, porque aunque yo no he ido a una escuela rusa, también sé cuándo las palabras no deben ser pronunciadas.

Mi querido ruso está plácidamente sentado en la tumbona del pecado hablando con su hermana Nadia y sorprendentemente lo hace con voz pausada, lo cual me demuestra una vez más que el aire de las islas está obrando su magia. Así que, aprovechando este paréntesis en el maratón sexual que nos hemos trazado, y dado que mi querido ruso me ha colmado de regalos, decido hacerle uno. Mientras me cuelgo el bolso al hombro, dispuesta a dejarle sin palabras, mis dos ángeles revolotean a mi alrededor, ajenos a la ruta del libertinaje que estoy a punto de emprender.

MAB: «¿Se puede saber qué está tramando ahora? Últimamente no nos consulta nada. ¿Te has dado cuenta? Va por libre».

MAM: «Claro, se siente más segura y no nos necesita como antes. Señal de que hacemos bien nuestro trabajo».

MAB: «¡Anda, no lo había mirado desde esa óptica!».

MAM: «Sí, todo depende desde dónde se mire, dependiendo de la esquina... se ve de una forma o de otra».

MAB: «¿A qué viene eso? ¿Es una indirecta?».

MAM: «Aún no has sacado a tu madre de la sección de la Superiora y me pregunto por qué».

MAB: «Yo... lo he intentado, pero no quiere. Ha sido una sorpresa, la verdad, pero se ha mantenido firme, dice que en otra sección podría encontrarse con algún cliente y que eso sería terriblemente violento».

MAM: «Bueno, quizás tenga razón...».

MAB: «Verás, es que, además, he descubierto algo que no sabía y... la verdad... ahora lo entiendo todo. A la Superiora... le gusta mi madre».

Cuando salgo de la ducha, MAB está sentado en la cisterna haciendo pompas y más pompas de jabón, muy concentrado, mientras MAM se fuma un cigarrillo y se retoca las plumas ante el gran espejo del cuarto baño. Pero cuando abro la bolsa las exclamaciones de asombro salen de inmediato por sus diminutas bocas y empiezan a volar a mi alrededor. Consiguen que me ría.

MAB: «Pero... pero... ¿no irás a ponerte eso? ¡Es pecaminoso!».

MAM: «¡Por los clavos de Cristo!».

MAB: «Así que esto es lo que estaba tramando. ¡No podemos dejar que se ponga eso! ¡Dile algo, por Dios!».

MAM: «No puedo..., me han venido recuerdos de una época...».

Las braguitas negras de encaje, con lacitos rojos, se ajustan a mis caderas a la perfección, y el sujetador, una auténtica obra de arte y de ingeniería, realza mi busto como si hubiese estado esperando por él toda la vida. ¡Esto es una auténtica preciosidad! ¡Qué pena que me vaya a durar tan poco puesto! Pero en cuanto me ven sacar las medias y el liguero..., MAB comienza a hiperventilar, descontrolado.

MAB: «¡Por el amor de Dios! ¿Has perdido el juicio?».

MAM: «¡Ni caso, cariño, estás impresionante!».

Me miro en el espejo diciéndome que ésa no soy yo, es la diosa, la superdiosa, y la megadiosa que todas llevamos dentro. Toda la sensualidad que pueda tener una mujer, yo la tengo en este momento, está sobre mi piel, sobre mi pelo, está en el brillo de mis ojos y en la sonrisa de mi boca, pero sobre todo está en mi corazón, inundado de amor hacia un hombre que ha creado para mí todo un universo.

MAB: «No podemos dejar que salga así... ¡Nos abrirán expediente!».

«Tranquilo —le digo con una sonrisa pícara—. Como sabía que dirías algo así, también he comprado esto.» Y entonces saco la batita, que no merece tal nombre, y la dejo resbalar por mi cuerpo. Es como si un suave viento de gasa roja y transparente se meciese sobre mis curvas mientras una carcajada sale de la boca de MAM al ver cómo la diminuta coronita de su compañero sale disparada de su cabeza y aterriza en la bañera.

MAM: «Nena, si con eso crees que pareces más recatada, estás muy pero que muy equivocada —dice guiñándome un ojo—. Bueno, pues llegados a este punto, tenemos que decirte que hemos venido a despedirnos».

«¿A despediros? ¿Cómo que a despediros?»

MAB: «Sí —dice colocándose la corona, con el ceño fruncido—. Nos han enviado un fax, tenemos que volver de inmediato, parece que alguien nos necesita con urgencia».

«¡De eso nada, con lo que me costó aceptaros en mi vida, ahora no podéis abandonarme, no podéis dejarme en manos de semejante zar ruso, controlador y posesivo!»

MAM: «¡Anda, anda, no te hagas la ingenua! Si ya has aprendido a defenderte. La verdad es que temo más por él que por ti. Ha sido un auténtico placer conocerte, eres muy divertida, sobre todo cuando te emborrachas. Pero no te aficiones a la botella, ya sabes lo que dicen algunos eruditos sobre el tema de la genética».

MAB: «Querida, me llena de orgullo y satisfacción haber estado a tu lado guiándote en tan difíciles momentos...».

MAM: «¡Buenoooooo, lo que nos faltaba, mensaje navideño! Nena, ni caso, tú a lo tuyo, estás imponente, si el ruso sobrevive a esta noche es que tiene un corazón a prueba de bombas. ¡Disfruta todo lo que puedas, te lo mereces!».

Apago la luz y salgo del baño, les echaré de menos.

MAM: «¡Y tú no puedes ser más cursi de lo que eres! —dice levantando ante su compañero un dedo amenazador—. ¡Ahora mismo voy a pedir que me pongan con otro compañero!».

MAB: «Venga, hombre, no digas tonterías, si en el fondo me aprecias. Estoy seguro de que me echarías de menos».

MAM: «¿Echarte de menos? Hay que ver lo que hay que oír».

Les espera una eternidad en mutua compañía. ¿A quién atormentarán ahora?

—Misha... —digo desde la puerta del baño, de repente me ha entrado una vergüenza terrible—. ¿Te... te importa apagar la luz?

—¿Por qué?

—Tengo una sorpresa para ti, pero..., por favor, apaga la luz.

—¡Vaya! ¡Yo también tengo una para ti!

—¿Otra? —digo entrando tímidamente en la habitación, sólo iluminada por la luna que luce fuera.

—¡Ay, Dios! —exclama saltando de la cama al verme—. Cristina, por favor, ¿qué quieres, que me dé un infarto? —Se acerca lentamente, menos mal que no puede ver los colores que inundan mi cara—. ¡Oh, Dios, oh, Dios! —dice recorriendo mi cuerpo con ojos desorbitados—. ¡Estás impresionante, cariño, impresionante! ¡Pero en este momento lo que más deseo es quitártelo todo!

Mi querido zar no habla por hablar, las palabras las pone en práctica. Sus manos recorren mi cuerpo haciéndome estremecer, su boca devora la mía con la pasión de la primera vez, con la pasión que pone en cada beso, haciéndome olvidar que no fui amada, que no fui correspondida, que nunca recibí el amor que necesitaba. Y en esta nube de algodón en que se ha convertido nuestra cama, mi querido ruso frena su ímpetu y, mirando mis ojos tiernamente, abre su boca y deja salir por ella todas las palabras de amor que nunca me fueron entregadas, él me las da todas, no escatima ninguna, todas me las regala.

—Antes de conocerte..., cuando estaba con una mujer, siempre lo hacía deprisa..., quería empezar pronto y terminar cuanto antes..., no era más que una necesidad física. Pero contigo... contigo el sexo ha alcanzado una dimensión distinta para mí..., mi mayor placer es darte placer —dice entrando en mi cuerpo y haciéndome estremecer una vez más—. Contigo no quiero hacerlo deprisa, cariño, contigo no, nena, necesito tocarte, necesito sentirte, necesito olerte... sentir cómo te estremeces bajo mi cuerpo es mi mayor triunfo, contigo... no necesito sentir un orgasmo para sentirme bien porque tenerte a ti es el mayor placer que nunca imaginé. —Se mueve y me lleva a un éxtasis que me hace arquearme para sentirlo. Él no deja de mirarme intensamente—. Tú eres mi mayor tesoro..., mi mayor triunfo..., la luz de mi vida..., mi sol y mi luna... Te quiero..., te quiero... Eres la mujer más sensual que he conocido nunca porque eres de verdad, todo en ti es de verdad... Por eso me vuelves loco y no quiero que nada te falte..., que nada te dañe, que nada te turbe..., te quiero, mi amor, te quiero...

Sus palabras tienen la capacidad de dejarme sin palabras, nunca imaginé que por la boca de un hombre pudiesen salir palabras tan hermosas hacia una mujer, ni siquiera cuando era niña y soñaba con príncipes valientes, claro que Misha no es un príncipe, sino un zar.

Cuando mi cuerpo se queda saciado bajo el suyo, tomo las riendas y le empujo sobre la cama.

—Misha... ¿me dirás cuál es esa sorpresa... cuando te hayas corrido? —pregunto moviéndome sobre su cuerpo con ansia—. ¿O tengo que hacerte sufrir un poquito más?

—¡Te lo contaré todo, todo, todo! ¡Hasta te daré el número secreto de mi tarjeta si me lo pides!

Estallo en una carcajada mientras me muevo sobre su cuerpo. Mi querido zar cierra los ojos y me deja hacer mientras de su boca salen suspiro tras suspiro en una lenta e interminable cascada. Su cuerpo estalla dentro de mi cuerpo, su boca busca la mía llenándola de gemidos, entregándome su placer, haciéndome estremecer una vez más, y con sus gemidos en mi boca me pierdo de nuevo sobre él.

Me quedo tendida, recuperando la respiración, recuperando el aplomo que mi corazón pierde entre sus brazos, mientras sus manos dejan sobre mi piel más y más caricias que siempre tiene para mí, mientras sus labios dejan sobre mi cabeza los más tiernos besos que hay en su alma.

—Misha, quiero preguntarte algo. Sé que te gusta hacer el amor en esta postura. ¿Por qué? ¿Siempre te ha gustado más así? Los hombres por regla general preferís tener el control, y tú... tú eres muy controlador.

—Verás..., me gusta verte sobre mi cuerpo, entonces me siento completo. Te conviertes en una prolongación perfecta del mío y te adaptas a mí como nadie lo ha hecho antes. Además, te mueves con una sensualidad que no había conocido y eso me hace sentir más fuerte, más vivo. —Me besa despacio—. Eres perfecta para mí, no he conocido a nadie como tú y entre tus brazos siento el placer más intenso que se puede sentir, nadie me había proporcionado tanto placer como tú, cariño, nadie.

—Lo que dices es muy bonito, Misha, precioso —digo acariciando su cara despacio y mirándole concentrada—. Pero si crees por un momento que me he olvidado de la sorpresa, ¡estás muy pero que muy equivocado!

Su risa inunda la habitación mientras me abraza con fuerza y rueda conmigo sobre la cama.

—La sorpresa está en mi cartera. ¿Quieres que la coja?

—¡Nooo! —digo abrazándole más fuerte y provocándole otra risa—. ¡La de sorpresas que guardas en esa cartera, y yo sin registrártela!

—Puedes hacerlo cuando quieras, mi vida, todo lo mío es tuyo... —dice comenzando a moverse de nuevo dentro de mi cuerpo, pletórico.

—¡Ay, Dios, lo tuyo no es normal! —digo comenzando a gemir de nuevo—. ¿No me lo puedes... contar?

—¡Te he comprado una casa! —Abro la boca asombrada y naturalmente me la cierra con la suya, saboreando mi lengua y recorriendo mi interior—. No es exactamente igual que la de internet... pero se le parece bastante.

—¿En Rusia?

—No, cariño, en Santiago.

—¡En Santiago! —digo, asombrada—. Pero... pero...

—Es perfecta para ti, mi vida, perfecta... Tiene un gran porche..., buhardillas en el tejado..., y un huerto en la parte de atrás... Te gustará, cielo.

—¿Y dónde está?

—En un lugar que te encanta: cerca del Monte del Gozo. ¡No podría tener mejor nombre, nena!

La montaña rusa en la que se ha convertido mi vida está llegando al final de su recorrido y con su suave traqueteo me lleva al lugar de partida, que no podía ser otro que la piscina redonda. Me lleva cogida de la mano mientras su pulgar se desliza sobre mis nudillos en suaves caricias. Nos recibe el titilar de las velas que inundan el recinto, la noche nos regala la más suave brisa y las estrellas el más delicioso fulgor con sus brillos.

—Cris..., hay algunas cosas de las que me gustaría hablar contigo —dice poniendo en mi mano un vaso helado con una deliciosa bebida—. Quiero hablarte... de las pesadillas.

Me quedo paralizada. ¡Oh, sí, ahí está mi infierno! No importa que mis días estén llenos de magia, de amor y de besos, eso está ahí y siempre lo estará, nunca me lo podré quitar de dentro. ¿Va a pedirme que deje de soñar? Pero, ¿cómo se hace eso?

—Yo..., lo siento Misha, de veras que lo siento, pero es algo que no puedo controlar, lo intento con todas mis fuerzas pero no puedo y...

Sus manos toman mi cara y su boca deja sobre mis labios un dulce beso. Sus pulgares rozan mis mejillas con dulces caricias que me reconfortan al momento.

—Eso ya lo sé, cielo, tú no tienes la culpa —dice mirándome dulcemente—. Pero he estado pensando que guardar dentro las cosas que nos preocupan no hace que desaparezcan, al contrario, les damos un poder que probablemente no tienen, y nos impiden ser felices y volar libremente... Yo... me siento mejor desde que te conté lo de Iván, tenerlo dentro me hacía daño y compartirlo contigo me ha ayudado. ¡No sabes cuánto me ha ayudado! —Me toma entre sus brazos y me aprieta contra su pecho, tan duro, tan fuerte, tan caliente—. Me gustaría borrar de tu mente y de tu cuerpo lo que ese animal te hizo, daría lo que fuera por poder hacerlo, pero no puedo... Y he pensado... que deberías escribir sobre ello. —Le miro asombrada—. Tú escribes muy bien, mi vida, podrías hacerlo, compartir con otros tus experiencias, ponerlas encima de la mesa y darles voz y nombre, quizás así les pierdas el miedo.

—¡Qué forma tan sutil tienes de decirme que has leído toda la carpeta amarilla!

Su carcajada inunda la piscina. Sus brazos me levantan en el aire y me lleva hasta la tumbona, donde me sienta sobre su regazo.

—Cariño —dice comenzando a desabrochar los botones de mi blusa—. No te enfades, por favor, en cuarenta metros cuadrados es difícil tener secretos, y yo soy curioso por naturaleza y más en todo lo que tenga que ver contigo.

—¿No habrás hablado también con Patricio?

—¿Patricio? —pregunta frunciendo el ceño—. ¿Quién es ése?

—Mi psicólogo, él me aconsejó lo mismo. Caray, Misha, cómo has cambiado, antes no me dejabas dar un paso sola y ahora me pones alas. ¡El aire de España te ha transformado!

—Nunca he pretendido ponerte barreras, mi vida —dice acariciando mi cuello—. Me preocupaba tu seguridad, quería protegerte... pero nunca pondré barreras a tus deseos, a aquello que te haga feliz, porque mi mayor felicidad es verte feliz, mi amor.

Me echa sobre la tumbona, se tiende sobre mi cuerpo, y comienza a quitarme la ropa lentamente, recorriéndome en caricias que me despiertan la piel, hasta que nuestros cuerpos quedan desnudos bajo la luz de la luna. Sus manos se enredan en mi pelo, acarician mi cabeza mientras su boca saborea la mía despacio, muy despacio.

—Hay otra cosa de la que quiero hablar contigo, cielo —dice separando mis piernas y acercándose a la entrada de mi cuerpo, que le espera impaciente y excitada—. ¡Oh, Cris, no hay nada como estar dentro de tu cuerpo! —dice invadiéndolo por completo y haciéndome gemir—. Mírame, cariño, mírame..., tus ojos son mi hogar..., tú eres mi hogar..., donde estás tú está mi hogar..., y quiero hijos en ese hogar...

Mis endorfinas están tan ocupadas en darse una vuelta por el país del placer y del deseo, que tardan en reaccionar, pero cuando lo hacen, el botón rojo es pulsado de nuevo y una auténtica sirena comienza a sonar en mi cabeza haciéndome reaccionar, y, por si eso fuera poco, mi mente trae a mi memoria la imagen de los padres que en el parque pedaleaban despavoridos persiguiendo a sus retoños. ¡No podía haber encontrado otra peor para ilustrar el fascinante milagro de la maternidad!

—No te asustes, por favor, no te asustes —dice mirando mis ojos muy abiertos—. Estás aterrorizada, lo sé, tu corazón late desbocado... No necesitas decírmelo, mi vida, no hace falta.

Su cuerpo me toma con toda el ansia, lo que hace que mis endorfinas se concentren en otros aspectos que requieren de toda su concentración. ¡Oh, sí, mi querido zar es experto en guerra de guerrillas! Sabe cómo atacar, sabe cómo hacer avanzar las tropas sin que el enemigo ni siquiera se dé cuenta. Su avance me lleva hasta el limbo, ese lugar donde siempre me pierdo entre sus brazos, bajo su cuerpo.

—Quiero que te quites el DIU, mi amor —susurra en mi oído con voz ronca mientras su cuerpo me toma sin descanso—. Quiero tener hijos contigo, cielo, no concibo mayor felicidad que formar una familia contigo...

Me toma entre sus brazos y me levanta, sentándome sobre su cuerpo, acariciando mi espalda lentamente, dejando sobre mi cuello todos los besos que ha debido de estar guardando para este momento, para romper mis defensas una vez más, porque saben diferentes, saben especiales. ¡Saben tan bien...!

—¡Oh, Misha..., Misha...!

—¡Mírame, cariño, mírame! —Su cuerpo me toma con un deseo que me atraviesa—. ¡Tú eres mi hogar, donde estás tú está mi hogar! ¡Tu voz es el sonido que quiero escuchar, tu piel la piel que quiero acariciar y tu risa la que me hace vibrar! ¡Y quiero hijos en ese hogar, hijos que tengan tu risa, tu voz, tu piel, tu corazón, tu alma..., no concibo un hogar mejor que contigo porque no lo hay..., no lo hay..., no lo hay! —Se mueve en mi cuerpo, deleitándose con mis gemidos—. ¡Quiero tener hijos contigo, Cris, dime que sí, dímelo, cielo, dímelo!

—¡Misha... Misha... sí... sí... sí...!

Un profundo suspiro sale por su boca, me abraza con fuerza contra su pecho y hunde la cara en mi cuello mordiéndolo lentamente, me tiende sobre la tumbona y se da un festín con mi cuerpo, y como no concibo nada más erótico que a este hombre venido de otro planeta gimiendo descontrolado sobre mí, mientras me toma una y otra vez, me excito de nuevo y me pierdo con él en el increíble mundo del placer y del deseo.

Y mientras una gran parte de los hombres de este planeta intentan someter a sus mujeres utilizando la fuerza, el hombre venido de la fría Siberia emplea la táctica inversa. Sí, Misha me ha sometido una vez más, no hace falta que mis dos ángeles revoloteen a mí alrededor para decírmelo, para hacerme bajar de la nube de algodón en la que este ruso me ha subido. Sí, Misha sabe de guerra de guerrillas, estoy segura, sólo un estratega como él sería capaz de romper las defensas enemigas con semejantes caricias.

Una hora más tarde, mientras mi cuerpo se relaja y observo a este increíble hombre preparando unas bebidas con la misma precisión con la que sus manos me llevan al cielo, mi mente, ese extraño ser que habita en mi cerebro, pone ante mí la realidad de lo que estoy viviendo. Mi querido ruso ha elaborado un plan magistral, ha elegido el escenario adecuado y ha administrado a la perfección los momentos, y como si todo hubiese venido rodado me ha manipulado para conseguir de mí lo que se había propuesto. ¡Oh, sí, mi querido ruso ha tenido que pertenecer en algún momento al Ejército! Estas retorcidas estrategias no las enseñan en las escuelas rusas, estoy segura. Y mientras enciendo lentamente un cigarrillo, la materia gris que habita en mi cerebro me dice que me dé una pequeña revancha, aunque sólo sea para demostrarle que en las escuelas españolas nos enseñan a usarla. Clavo mis ojos en este ruso que me tiene enamorada, no quiero perderme ni uno solo de sus gestos, me muero por ver su cara.

—Misha...

—¿Sí, cariño?

—O sea, que todo este tiempo... he estado a prueba —digo levantándome lentamente de la tumbona y clavando en su cara mi mirada más seria. Los ojos negros como la noche se clavan en los míos y me miran asombrados—. Primero... me diste el anillo del corazón... y ahora el de la estrella... Todo este tiempo he estado a prueba... ¡como en un contrato en prácticas!

—¿Qué? —El cubito de hielo se le cae de las manos—. Pero ¿qué estás diciendo? ¡Joder, joder, joder! —Cierro el albornoz sobre mi pecho y fumando lentamente me acerco a la piscina fingiendo contemplar la inmensidad del océano—. ¡Todo esto es culpa de Serguei! —exclama a mi espalda—. Tenía los dos anillos preparados cuando fuimos a la gruta la otra vez, quería pedirte que te casaras conmigo, pero ¡Serguei me lo quitó de la cabeza! ¡Dijo que era demasiado precipitado! Que te asustarías, que saldrías corriendo igual que en la piscina... Y luego, cuando te costó tanto decidirte a vivir conmigo, me entró la duda, temí asustarte... y pensé que era mejor no hacerlo. Cariño, por favor, entiéndelo... —Se acerca a mi espalda y acaricia mis brazos lentamente—. Cris... yo... era la primera vez que me declaraba, no estaba preparado para recibir calabazas, y tú... tú eres una mujer difícil de convencer, cielo... Cris, mírame, por favor, mírame y dime que lo entiendes. —Cuando me giro ya no puedo contener el ataque de risa, sale por mi boca inundando la noche como la luz de las estrellas que brillan en el cielo. Mi querido zar entrecierra sus maravillosos ojos negros y una gran sonrisa ilumina su cara—. Oh, Señor, Señor, lo que dicen de Galicia es cierto, hay meigas... ¡tú eres una de ellas!

¡Mi querido zar! ¡Mi maravilloso ojos negros! Me lanzo a sus brazos, que me cogen al vuelo, y sobre las alas de mi risa me lleva a un firmamento que sólo él y yo compartimos, que sólo él y yo conocemos. Está en nuestra piel cuando nos tocamos, está en nuestras bocas y en nuestros besos, está en el latido acompasado de nuestros corazones, está en cada caricia, en cada gemido, en cada lamento.

El hombre venido de alguna extraña galaxia, perteneciente quizás a un mundo paralelo, toma mi cuerpo con toda la dulzura, con toda la pasión, con todo el deseo. El hombre que tuvo entre sus manos mi corazón roto en pequeños fragmentos, y que con su ternura ha conseguido pegarlos, convirtiéndolo en un corazón entero, me toma entre sus brazos como si en mí estuvieran las respuestas a todos los enigmas, a todos los misterios.

El hombre venido de la fría Rusia, el hombre que me escucha hasta cuando hablo en sueños, que ha curado mis heridas, que ha llenado mi alma de sosiego, que ha inundado mi cuerpo de caricias, que ha transformado mi frío en calor, mi tristeza en alegría, y mi miedo en deseo, me toma una vez más como sólo él sabe hacerlo, convirtiéndonos en uno solo..., nuestro pequeño mundo en este gran universo.

¡Mi querido zar! No concibo lugar más hermoso que entre sus brazos, no hay lugar más seguro que bajo su cuerpo, que siendo tan grande y tan fuerte es capaz de transportarme con su dulzura hasta el mismo cielo... ¡Porque esto tiene que ser el cielo, tiene que serlo!

Cristina Brocos es una profesora asturiana de 48 años. Vive en Santiago de Compostela y trabaja en la escuela unitaria de un pequeño pueblo de la Costa da Morte. Gran admiradora de la trilogía de E. L. James, decidió escribir su propia Cincuenta sombras de Grey y rendir homenaje a un género del que se confiesa fiel lectora. Mi querido zar es su primera novela.

Edición en formato digital: septiembre de 2014

© 2014, Cristina García Brocos Publicado por acuerdo con Zarana Agencia Literaria

© 2014, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Manuel Esclapez

Imagen de portada: © Alen MacWeeney / Gallery Stock

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ISBN: 978-84-253-5292-8

Composición digital: Serveis Editorials i Digitals 2000, S. L.

www.megustaleer.com

Índice

Mi querido zar

Las islas

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Mi castillo

Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Biografía

Créditos