6

ME estoy tomando el primer café del día junto a la encimera, ya lista para ir a trabajar, cuando recibo una llamada de Paula, muy alterada.

—Más despacio, Paula, más despacio, que no te entiendo.

—Está bien, está bien —dice respirando profundamente—. Me acaban de llamar del hospital, van a enviar a Sergio a Pamplona, Cris, para el... tratamiento experimental. ¿Entiendes?

—¡Oh, Paula! —¿Qué le digo? ¿Que ha sido mi querido zar?

—Cris..., no dices nada, claro, estás tan alucinada como yo. Escucha, no tengo mucho tiempo, acabo de salir del despacho del comisario, me ha dado dos semanas de permiso para ir con él, tengo que hacer las maletas y organizarlo todo... Salimos en cuatro horas.

—¡Oh, Paula, cariño! —No puedo hablar, las lágrimas en esta ocasión salen alegremente.

—No llores, que me contagias. Te llamaré cuando lleguemos, ¿vale?

—Sí, cielo, llámame.

—Oh, Cris, ésta es... nuestra última esperanza... Si no sale bien...

—¡Tiene que salir bien! ¡Os lo merecéis!

Paula se despide con prisa porque tiene mucho que hacer y porque se le ha roto el dique de contención y no quiere que sus compañeros la vean llorar, lo sé muy bien, la conozco tanto...

Me voy a trabajar al fin con un rayo de esperanza en esta vida tan injusta y tan cruel. En el coche, mientras le doy una y mil vueltas a todo, comprendo qué hacía el comisario en el hotel; hasta de eso se ha ocupado... Cojo el teléfono y le mando un mensaje.

Paula me ha llamado. ¡Gracias, mi amor, gracias!

Sergio y Paula llegan al aeropuerto en una ambulancia; tras ellos, la madre de Paula y la hermana les siguen en un coche. Ante las puertas de LLEGADAS, un equipo médico de cinco personas los están esperando, dos se suben a la ambulancia, mientras un coche con luces de emergencia se pone delante y les indica el camino hasta las pistas.

—Pero... —Paula mira pasmada semejante despliegue—, nuestro vuelo no sale hasta dentro de una hora, eso me han dicho en el hospital.

—No irán en un vuelo regular —explica uno de los que acaban de subir al coche—, un avión medicalizado los está esperando, saldrán en cuanto la torre de control dé vía libre. No se preocupe por nada, en menos de una hora estarán en Pamplona.

Paula le mira sin entender absolutamente nada.

Al llegar ante el avión, abren las compuertas y suben la camilla de Sergio, que mira todo asombrado con sus preciosos ojitos azules.

Un coche negro llega en ese momento, de él se bajan la madre y la hermana de Paula, que la miran aún más asombradas que Sergio.

—Paula, ¿qué es esto? —dice la hermana.

—No lo sé, no entiendo nada.

Instalan a Sergio a bordo y las compuertas se cierran. A continuación una pequeña puerta se abre y una azafata baja la escalerilla y las recibe con una sonrisa.

—Ya pueden subir, está todo listo, saldremos enseguida.

Paula sube deprisa la escalerilla, se acerca a la camilla donde está Sergio, rodeado de médicos y enfermeras que controlan los aparatos a los que está conectado, y entonces le ve. Serguei le sonríe y el tiempo se vuelve a parar, pero el piloto los saca del trance diciendo por el altavoz algo en un idioma extraño.

—Serguei... pero ¿qué es esto...?

—Toma, Paula —Serguei le entrega un sobre—. Tenéis habitaciones reservadas en el Hotel Senador, está frente al hospital. Presenta estas tarjetas en recepción y pide cuanto necesites y... no te preocupes por nada, Misha se hace cargo de todo, tú sólo ocúpate de él. ¿De acuerdo? —dice mirando a Sergio.

—¡Misha! ¡Cris! ¡Oh, Cris... Cris... Cris...! —Los ojos se le llenan de lágrimas y no puede detenerlas.

Serguei tampoco puede contenerse y, tomándole la cara entre las manos, le da un suave beso en los labios.

—Mucha suerte, Paula.

Baja la escalerilla corriendo y se mete en el coche negro que le espera a pie de pista.

Tras comprobar que Sergio está bien y perfectamente atendido, Paula se sienta junto a su madre y suspira hondo; ve el coche negro saliendo de la pista mientras el avión comienza a moverse lentamente. Abre el sobre y, junto con las tarjetas, encuentra un cheque para gastos por valor de veinte mil euros.

—¿Cuántas habitaciones has reservado?

—Dos, ya están instaladas, la acompañan la madre y la hermana.

—Bien, pues ahora sólo nos queda esperar. Estoy contento de haber acabado con todo el papeleo, cuánta burocracia, por un momento creí estar de nuevo en Moscú.

—Sí —dice Serguei riendo—. A mí me ha pasado lo mismo.

—Bueno, me voy a casa, Cristina me espera para cenar.

—Espera un momento, Misha, quiero hablar contigo. —Serguei se levanta y se acerca a las bebidas—. Comes bien últimamente, ¿verdad?

—¿Por qué lo dices, he engordado? —pregunta Misha levantando las cejas sorprendido.

—No, no has engordado.

—A ver, Serguei, al grano, que no te entiendo y estoy muy cansado para acertijos. —Misha suspira y se recuesta en el asiento.

—Bien, como sabes controlamos todos los correos electrónicos que entran y salen de sus cuentas. Desde que llegamos ha estado haciendo la compra por internet, pero últimamente veo que está un poco apurada —dice Serguei poniéndole una copa delante.

—¿Me lo vas a explicar? —replica Misha abriendo las manos.

—En las últimas compras que ha hecho he visto que... se ha tirado a las ofertas..., así que he revisado sus cuentas y...

—¡No tiene dinero!

—Exacto. Creo que nunca en su vida había gastado tanto en comida como desde que vives con ella. Tiene la cuenta en números rojos, está tirando de tarjeta de crédito y ha reducido sus gastos: no compra libros, ni ropa, ni ninguna cosa superficial, lo único que hace es llenar y llenar la nevera. ¿No te ha dicho nada, verdad?

—Ni una palabra, como siempre. —Se levanta, da un trago a la copa y se acerca a los grandes ventanales.

—Tienes que hablarlo con ella.

—No servirá de nada.

—Pues tienes que hacer algo o... dejar de comer.

—No puedo, Serguei, desde que estoy con ella tengo hambre de todo, hasta del aire. Pero sí sé algo que puedo hacer, aunque no le va a gustar nada —dice con una sonrisa traviesa—. Mañana a primera hora iremos al banco.

—No, no, no. Ve tú solo, yo no quiero otro rapapolvo.

—¡Estás acojonado, Serguei! ¿No fuiste tú quién dijo que no tenía carácter?

—¿Sabes, Misha? Me he dado cuenta de que las mujeres españolas no son lo que parecen.

—A ver, ilústrame.

—Pues no, no son lo que parecen. Toda esa fragilidad que las rodea, que parece que vayan a quebrarse en cualquier momento, no es más que un espejismo. Están llenas de fuerza, de una fuerza que a veces hasta me da miedo.

—No podría estar más de acuerdo contigo —dice Misha dándole un buen trago a su copa.

—Mira que hemos visto cosas a lo largo de nuestra vida... ¡Y en aquella cárcel de Minks ya ni te cuento! Pero ellas tienen un coraje que no deja de sorprenderme, aguantan tormentas y tempestades y no se quiebran, se doblan como los juncos de la playa, pero nunca llegan a quebrarse, siempre vuelven a ponerse en pie, siempre.

—Te gusta Paula, ¿eh?

—¡Me encanta!

El día comienza como otro día cualquiera, nada en su olor o en su color me prepara para lo que está a punto de ocurrir esta misma noche. Me pregunto por qué el tren de la vida me traslada de una estación a otra en semejante montaña rusa. ¿Acaso no sabe que toda persona tiene un límite? Que a uno le coloquen constantemente al borde del abismo no es bueno para la salud mental, mis endorfinas ya no saben cuándo deben activarse, y no las culpo, en los últimos meses mi vida ha oscilado entre la mayor de las felicidades y el mayor de los tormentos. En este momento, y sin saber por qué, pienso en la vida conventual que lleva normalmente la hermana de Paula, creo que me cambiaría por ella sin dudarlo durante veinticuatro horas, aunque sólo fuese para poder respirar la serenidad de su celda.

Y es con la caída de la noche, mientras nos estamos desnudando para acostarnos, cuando comienzo a percibir una extraña energía a mi alrededor. Reviso la habitación con una mirada, pero mis amigos no están por ninguna parte, así que clavo mis ojos en el otro lado de la cama, donde mi querido ruso se entretiene con el teléfono. Pero cuando sus ojos me lanzan una mirada de reojo, todas mis alertas se activan, hasta las que creía que no tenía.

—Cris... ¿podemos hablar un momento, cariño? —dice, dejando el teléfono sobre la mesilla y sin mirarme, lo cual no es buena señal.

—¿Qué pasa?

—Verás, cielo, yo... yo... quiero que vivas tranquila, mi vida, que no tengas preocupaciones...

—¿De qué hablas?

—Verás, cariño, yo... he hecho algo que...

—¡Misha, me estás poniendo nerviosa! —digo sentándome en la cama—. ¿Qué pasa? ¿Qué has hecho?

—No, cielo, no, no te pongas nerviosa, no es nada malo. —Rodea la cama, se agacha a mis pies y me acaricia las piernas, lo cual es otra muy mala señal—. Verás, cielo..., yo... sé que tu sueldo es escaso y no quiero que pases necesidades y..., bueno..., como te cuesta tanto pedir las cosas yo... he hecho algo que quizás te moleste, pero espero que me perdones.

—Misha... ¿Qué has hecho? —Me mira con sus insondables ojos negros, brillantes como el fuego, mientras sus manos acarician lentamente mis brazos—. ¿Qué demonios has hecho, Misha? ¿No me habrás ingresado dinero? —Su mirada se vuelve tan suplicante que la garganta se me cierra y no consigo tragar saliva—. ¡Oh, Señor, lo que me faltaba! Me has ingresado dinero... como si fuese... como si fuese... tu querida... ¿Es eso?

—¡No, no, no! ¡No te lo tomes de esa forma! ¡No es eso y lo sabes! ¡Yo sólo quiero que tengas lo que necesites, nada más, quiero que vivas tranquila!

—¡Oh, Señor! —exclamo metiéndome entre las sábanas con rabia—. ¡Como si fuese una vulgar ramera! Eso he acabado siendo, una ramera que cobra por sus servicios! ¡Esto es el colmo!

—Cariño, por favor... —dice rompiendo a reír a carcajadas.

—¡No te rías, Mijaíl, esto no tiene ninguna gracia!

—¿Mijaíl? ¿Desde cuándo soy Mijaíl?

—¡No me cambies de tema! Después de lo de Sergio, ahora esto... ¡dinero! Oh, no, eso sí que no, yo siempre me he mantenido sola, no necesito que ningún hombre me mantenga, eso sí que no, Misha, ni hablar. ¡No quiero tu dinero, no lo quiero, y...!

—Y no duermes... —dice tendiéndose sobre mi cuerpo y aprisionándome—. Y te preocupa la factura de la luz... —Me baja los tirantes del camisón—. Y la del agua... —Sus manos acarician mis mejillas—. Y ya no compras libros. Y ya no vas a la peluquería. —Sus dedos se enredan en mis rizos—. Ni te compras ropa... —Sus labios rozan los míos y los saborean despacio, muy despacio—. Y lloras por la noche mientras duermes y yo no lo puedo soportar. —Entra en mi boca y su lengua me acaricia por dentro, haciendo que la poca capacidad de reacción que tiene la mía en este momento se quede totalmente anestesiada—. Quiero que estés tranquila, no quiero que el dinero sea un problema para ti, porque para mí no lo es y todo lo mío es tuyo.

A partir de aquí ya sólo puedo sentir el tacto de su piel, el calor de su cuerpo, el roce de sus dedos, el aliento de su boca en la mía. Aparta la ropa, me desnuda y me cubre con su cuerpo, dándome su calor, el calor que sólo el sol desprende, mi sol, llenándome y haciéndome olvidar que vivo en un mundo que no me gusta y que, por más que lo intento, no entiendo. Pero ¿quién ha puesto en mi vida a este ser que parece vivir única y exclusivamente para hacerme feliz?

Me entrego a él como las olas acarician la arena, como la lluvia moja la tierra. Y mientras una porción de mi mente sigue haciendo rimas imposibles y su voz en mi oído me regala las palabras de amor más hermosas, mi cuerpo llega de nuevo al precipicio y mis endorfinas se tiran de cabeza.

Mi cuerpo se queda exhausto bajo el suyo, pero mi mente sigue y sigue funcionando, va a mil revoluciones por minuto y no puedo pararla. Y, mientras Misha respira con dificultad en mi oído recuperándose del orgasmo que nos acaba de atravesar, no puedo evitar que mi boca se abra sola.

—Misha..., en la tele dicen... que los rusos... —Le oigo suspirar y reír a la vez—. No te rías... Dicen que vienen aquí cargados de dinero y que...

—¿Qué? Dios, me pregunto qué estará a punto de salir por esa boca... ¿Qué?

—¿No estarás intentando blanquear dinero usando mi cuenta?

Creo que nunca en su vida ha oído un chiste tan bueno, sus carcajadas deben de oírse hasta en el ático. Cuando consigue calmarse, se aparta de mi cuerpo lentamente y, apoyado en un brazo, me mira concentrado mientras me acaricia el estómago.

—No, mi vida, yo no blanqueo dinero, lo que tengo es legal, totalmente legal, y cuando vayas al banco, podrás comprobarlo por ti misma... Pero, claro..., a partir de ahora tendrás que pagar a... Hacienda.

—¿Cómo que tendré que pagar a Hacienda? —digo frunciendo el ceño—. Me sale a devolver, el año pasado me devolvieron trescientos euros, una millonada.

Misha esconde la cabeza en mi cuello y ríe con ganas de nuevo.

—Eres adorable, cielo, pero te aseguro que de ahora en adelante tendrás que pagar.

—Pero ¿cuánto dinero me has ingresado? —pregunto incorporándome en la cama—. No quiero tener que pagar a los buitres de los políticos, ya me han robado suficiente, me han bajado el sueldo.

—¿Ves? Ése es otro de los motivos que me impulsaron a...

—No intentes distraerme, Misha... ¿Cuánto dinero me has ingresado en la cuenta? —Me pongo de rodillas en la cama, me tapo con la sábana y lo miro muy seria.

—Te pones muy sexy cuando te enfadas —dice con una sonrisa pícara intentando apartar la sábana.

—¡Misha! —digo sujetándola con fuerza—. ¿Cuánto?

—Un... poco.

—¡Oh, Dios, oh, Dios! —Salto de la cama y me pongo el camisón.

—¿Adónde vas, nena? El banco está cerrado —dice riéndose.

—¡Internet no cierra nunca! —digo saliendo de la habitación y encendiendo el ordenador.

—¡Cariño, cariño! —Aparece muy apurado a mi lado e intenta apartarme de esta máquina del infierno que hoy va más lenta de lo normal—. No lo mires hoy, cielo, ya lo harás mañana, ahora estás nerviosa y no quiero que...

—¡No puedo vivir con la duda, tengo que saberlo ya! ¡Voy a tener que pagar a Hacienda! ¡Esto es el colmo, el colmo!

—Oh, Dios... Prepararé café. —Me da un suave beso en la cabeza y se encamina hacia la cafetera.

A partir de ahí se hace el silencio, entro en internet, entro en mi cuenta del banco y ahí está, el infarto, a la vuelta de la esquina. Miro la cuenta y me digo que no, que no puede ser cierto lo que estoy viendo, así que me voy a la habitación y cojo la cartilla para comprobar el número, lo compruebo una vez, y otra, y lo vuelvo a comprobar. No, no puede ser, esto tiene que ser un error, no puede ser otra cosa, sí, es un error, un error, nada más. Entonces una voz a mi espalda me devuelve a la realidad.

—Cariño, por favor, no te enfades.

—Aquí hay un error, Misha, ésta... no es mi cuenta... —digo lentamente.

Se agacha a mi lado, coge mi mano, se la lleva a su cara y la aprieta contra ella, puedo sentir el roce de su barba mientras me mira muy serio.

—No hay ningún error, mi vida, ésa es tu cuenta.

—No, Misha, esto es un error..., un error del banco... Se han equivocado... Mañana iré y se aclarará todo y...

—Cris, mañana, cuando vayas al banco te dirán que todo es correcto.

—Pero... pero... —Señalo la pantalla y frunzo el ceño concentrada—. Pero..., Misha..., mi cuenta... tiene que estar equivocada...

—No, cielo, no está equivocada, te he ingresado ese dinero, quiero que vivas tranquila. ¿Recuerdas cuando en las islas trajeron la bandeja de pollo con doble ración de patatas? —Le miro sin comprender—. Tú me dijiste: «No me mires así, sólo es comida». Ahora te lo digo yo, nena: «No me mires así, sólo es dinero».

—Pero, Misha..., ahí hay... un millón de euros...

—Sí.

—Un millón de euros..., Misha.

—Cris, mírame, cielo, no te angusties por esto, sólo es dinero, sólo es dinero, mi vida. —Me levanta del sillón y, tomándome de la mano, me lleva a la cama sin decir nada y me acuesta. Estoy en auténtico estado de shock. Apaga la luz pero yo no puedo cerrar los ojos, no puedo, siento que sus manos acarician mi cara pero mis ojos están muy abiertos y no me obedecen.

—Misha..., yo... creo que no voy a poder dormir... ¿Te apetece hacer el amor?

Me abraza contra su pecho y me acaricia el pelo hasta que me quedo grogui, no sé si estoy dormida o despierta, lo que sé es que estoy grogui.

Por las mañanas, él siempre se despierta el primero, no le hace falta despertador, tan pronto aparece tras la ventana el primer rayo de sol ya está en pie, no como yo, que soy mucho más dormilona. Pero hoy, cuando el primer rayo aparece tras los cristales y abre los ojos, me encuentra sentada en la cama, con los brazos cruzados sobre el pecho y mirándole fijamente. Se incorpora y pestañea varias veces sin decir nada. Mi boca se abre sola, no tengo que darle ninguna instrucción.

—¿Cuántos hoteles tienes?

—Veinte —dice frotándose la barbilla.

—Veinte...

—Sí..., veinte... en España.

—¡Ay, Dios! —digo enterrando la cara entre las manos mientras un profundo suspiro sale de mi cuerpo. Aparto la ropa y salgo lentamente de la cama.

—Nena..., ¿adónde vas? Aún es temprano, mi vida...

—Voy a la cocina..., por algún sitio tiene que haber tila.

En la celda, Anatoli se encuentra a Carlos leyendo muy concentrado un papel y con una gran sonrisa en los labios.

—Qué contento te veo —dice tirándose en el catre.

—Sí, ya me queda poco para salir, Anatoli, muy poco. Ésta es la nueva petición de salida bajo fianza, y ésta no me la negarán.

—¿Por qué estás tan seguro?

—Porque el dinero todo lo puede, tío, todo.

—¿A quién has untado?

—A quien tenía que untar —dice con una gran sonrisa al tiempo que guarda el papel—. ¿Y tú por qué estás de mala leche? ¿Tu mujer te ha dado malas noticias?

—¡Mi mujer es una puta zorra! ¿Te parece poco? —dice dando un puñetazo en la pared—. No me quita la denuncia. ¿Te lo puedes creer? Que no me la quita y punto.

—Tranquilo, en el próximo vis a vis se la metes hasta el fondo y la convences.

Se están todavía riendo a carcajadas cuando el sonido de voces en el exterior atrae a Carlos hasta la ventana.

—¿Qué pasa, hay movida? —pregunta Anatoli sin moverse de la cama.

—No, son las visitas que están saliendo. ¡Hostias, menuda tía! —exclama Carlos—. ¡Vaya culo, joder! Con el tiempo que llevo sin echar un polvo...

—No te pongas cachondo ahora, ¿eh? —dice Anatoli mirándole con curiosidad. Había oído que el tío era impotente, pero parece que no.

—Menudo culo... Tiene un culo de escándalo... Y esa trenza..., me encantaría enredarla en mi mano, tirar de ella hasta tener su cara delante de mi polla y... ¡Joder, tengo que hacerme una paja!

Carlos se mete en el retrete y Anatoli se abalanza a la ventana: ahí está ella, Irina, caminando salerosa hacia el autobús, moviendo sus caderas con garbo, como siempre hace la muy hija de puta, mientras su larga trenza oscila sobre su espalda. Anatoli da un puñetazo en la pared mientras oye a Carlos cascándosela en el baño.

Me sumerjo en un sueño húmedo, muy húmedo, por las paredes del sótano caen regueros de agua que forman interminables charcos en el suelo. Extiendo los brazos e intento tocarlos pero no llego hasta ellos y ya no me quedan fuerzas, ya no puedo más, la sangre de mi cara está reseca y me pica, necesito lavarme, necesito beber...

—Tengo sed... por favor... —No puedo abrir los ojos.

—¡Despierta, cariño, despierta! —Misha me toma entre sus brazos, intento abrir los ojos pero no puedo, trago saliva, mi garganta está seca—. ¡Cris, despierta, cielo, despierta!

—Tengo sed... por favor... dame agua... tengo sed...

—¡Eh, mi vida, abre los ojos, cielo, abre los ojos! —Me aprieta con ternura contra su pecho y entonces siento su olor, su piel, el latido de su corazón, y consigo abrirlos, por fin.

—¡Oh, Misha! —exclamó abrazándome a su cuerpo y rompiendo a llorar entre sus brazos, que tanta paz me dan, que tanto me reconfortan, que tanto me aman—. Lo siento, Misha, lo siento, te he despertado.

—No, mi vida, ya estaba despierto —dice limpiando mis lágrimas lentamente—. Hay un niño llorando, ¿no lo oyes?

—No es ningún niño, cariño —digo con una pequeña sonrisa—, es la perrita de la vecina. Han debido de salir y la han dejado sola. Pobrecilla.

—¿Estás segura?

—Sí, ya ha pasado más veces. La primera vez que la oí me causó la misma impresión que a ti. Pero volverán pronto, no te preocupes.

Pero Misha está desvelado y quiere seguir hablando.

—¿Te gustan los animales, cielo?

—Depende de qué animales. No me gustan los gatos, no los soporto. Pero los perros sí me gustan. —La comisura de sus labios se mueve advirtiéndome de sus intenciones—. ¿Por qué sonríes así?

—Verás, es que me he dado cuenta de que te cuesta mucho pedir lo que quieres, así que no voy a esperar a que me pidas algo para dártelo. La verdad, no podría soportar otra borrachera.

—¡Ni se te ocurra comprarme un perro! —digo echándome sobre él.

—¿Por qué no? Te gustan.

—No, Misha, no. Es una crueldad tener un perro en un piso, y más en éste. ¡Si casi no cabemos nosotros!

—¿Cómo es ese refrán que tenéis...? «Donde caben dos, caben tres.»

—No, ni se te ocurra. Además, se lo prometí a Emma. —Misha levanta las cejas—. Un día encontramos en el parque un perro herido que además estaba delgadísimo, se le notaban todas las costillas. Emma quería llevárselo a casa, pero su madre habría puesto el grito en el cielo, así que llamamos a la policía y se lo llevaron a la perrera. Emma no paraba de llorar y nos prometimos mutuamente que si un día decidíamos tener un perro no lo compraríamos, rescataríamos uno de la perrera.

Mi querido zar se gira en la cama aprisionando mi cuerpo con ganas, con muchas ganas; sus ojos me miran con un brillo especial. Me pregunto qué estará tramando... ¡No, si al final yo también voy a leer el pensamiento! Y mientras su cuerpo me ama con toda la dulzura del mundo oímos la puerta de mi vecina y a la perrita ladrar de contento y un orgasmo intenso recorre nuestros cuerpos lentamente, en una suave caricia. Y así, abrazada a mi querido zar, me quedo profundamente dormida.

Mi querido zar ha tomado la costumbre de despertarme con un tierno beso y, naturalmente, lo prefiero al despertador. Pero hoy estoy cansada y, tan pronto se aparta de mí, me doy la vuelta en la cama con la intención de dormir un poquito más.

—No, dormilona, levántate ya, es tarde.

—Tengo sueño... ¡Sólo un poquito más, por favor!

—Sé que estabas cansada, por eso te he dejado dormir.

—¿Qué hora es? —digo apartando las sábanas y lanzándome fuera de la cama.

—Las ocho.

—¡Oh, Dios, voy a llegar tarde!

—Tranquila, tienes tiempo.

Me meto en la ducha con prisa y esa prisa impregna el resto de mi día, que se convierte en un día muy intenso, como siempre que hay niños de por medio. ¡Me encanta mi trabajo! No concibo nada más gratificante que estas caritas emocionadas cuando aprenden algo nuevo, y cuando se lanzan a mi cuello a besarme no hay nada más maravilloso, salvo estar en brazos de mi querido zar. A mediodía me quedo a comer en el centro, tenemos una reunión, y el resto de la tarde no es más relajante, así que, cuando la jornada toca a su fin, no puedo estar más cansada.

Pero a la salida el día estresante decide hacerme un regalo: ahí está él, mi sol, apoyado en el coche y más guapo que nunca con un traje gris y una camisa blanca, fumando como un carretero y dejando patidifusas a mis compañeras. ¡Oh, sí, mi querido ruso está que quita el sentido! No me lanzo a sus brazos porque no quiero hacer una escena, pero eso es lo que me pide el cuerpo. Me despido de ellas y voy hacia él, que me recibe con los brazos abiertos apretando mi cuerpo contra el suyo y besándome con ardor.

—¡Qué ganas tenía de verte! —dice hundiendo la cara en mi cuello.

—¿Por qué no ha venido Serguei, pasa algo?

—No, nada, es que quiero llevarte a un sitio.

—¿Adónde?

—Es una sorpresa.

Salimos de la ciudad mientras me pregunto adónde me llevará y entonces veo el rótulo PERRERA MUNICIPAL. ¡Oh, mi querido zar siempre queriendo dármelo todo!

—¿Sabes, Misha? A partir de ahora cada vez que me preguntes si algo me gusta mi respuesta será NO.

—Le has cogido gusto a la palabra, lo sé muy bien —dice mirándome de reojo un poco serio.

—Misha, no puedes darme todo lo que quiero.

—¿Por qué no?

—Porque... porque... porque una persona no puede tener todo lo que desea.

—¡Tú sí!

Abro la boca pero la vuelvo a cerrar. No sé qué decir.

La perrera municipal da auténtica pena: desconchones, barandillas rotas, puertas sujetas con alambres... El encargado nos explica que ningún organismo oficial les ayuda, dicen que por la crisis, pero las cuentas en Suiza no conocen a esta señora que nos tiene con el agua al cuello, ellas están a rebosar. Los perros se abalanzan sobre las puertas de las celdas ladrando desesperados mientras me pregunto cómo podría llevarme a uno así a casa sin que protesten los vecinos, pero ellos no entienden de convivencia vecinal y ladran y ladran sin parar, parece que me estén diciendo «Llévame contigo, por favor». Entonces lo veo, al fondo, encogido, temeroso y quieto, muy quieto, negro como los ojos de mi querido zar, acostado sobre una vieja manta y tembloroso. ¡Me recuerda a Alejandro acurrucadito en la esquina del patio!

—¿Qué le ocurre, está enfermo? —pregunto al encargado.

—No creo que quieras escuchar su historia, es terrible. —Una pequeña sonrisa aparece en la cara de Misha, parece que esté pensando «Cuéntaselo, quiere saberlo todo»—. Lo encontraron en un campo de trigo cuando entraron las cosechadoras, agazapado entre unos rastrojos, habían intentado arrancarle la piel pero consiguió escapar a tiempo. Tenía una pata rota, le falta media oreja y ha perdido un poco el sentido del equilibrio. ¡Una salvajada, eso es lo que hicieron con él, una auténtica salvajada!

—¡Nos lo llevamos! —dice Misha tomando mi cara en sus manos y limpiando las lágrimas que me caen por las mejillas mientras sus ojos me miran muy brillantes.

El encargado lo trae en brazos, todavía mojado, no deja de temblar y yo lo miro preocupada preguntándome si sabré cuidarle como se merece. Por suerte, nos da una hoja con algunas instrucciones sobre sus necesidades básicas y con los nombres de varias clínicas veterinarias que están cerca de casa. Rellenamos los formularios y me lo pone en los brazos.

—No me has dicho cómo se llama —digo preocupada.

—ZAR.

A media mañana tengo una hora libre y la aprovecho para ir a la sala de ordenadores a imprimir unas fichas que necesito. Estoy disfrutando de uno de los pocos momentos de soledad que tengo últimamente, cuando la vida decide subirme de nuevo a la montaña rusa para llevarme a la próxima estación: la estación del dolor, la estación de la muerte.

Mientras la fotocopiadora cocina las fichas veo un periódico abierto en la mesa de al lado y lo cojo. Vuelvo la página y el corazón me da un vuelco.

Los resultados no son los esperados. Había muchas esperanzas puestas en este tratamiento, pero no estamos obteniendo los resultados que desearíamos. De los veinte pacientes que lo han empezado, cinco lo terminaron pero fallecieron a los pocos días y otros cinco fallecieron antes de haberlo acabado. Es un gran fracaso, aún no hemos perdido todas las esperanzas, pero estamos tremendamente conmocionados por estos resultados tan adversos... Sergio. Sergio forma parte de esa pequeña esperanza que aún no han perdido. Por eso Paula hace días que no llama. No lo puedo soportar y las lágrimas comienzan a salir lentamente recordando el día en que Sergio nació, de repente, adelantándose a la fecha prevista, como si ya supiera que no estaría aquí mucho tiempo y quisiera aprovecharlo al máximo.

Estoy subiendo en el ascensor y oigo a Zar gemir. ¡Esto es una crueldad! Tener a un perrito abandonado en un piso..., no tengo corazón. ¿Cómo he podido hacerlo? Abro la puerta y se abalanza sobre mí dándome lametones sin parar. Le tomo en brazos y me acurruco con él en el sofá, no tengo fuerzas para nada más.

—Zar, no puedes llorar cada vez que me voy, los vecinos se acabarán quejando y yo no podría devolverte a la perrera, ¿entiendes?

Él levanta su única oreja y ladea la cabeza, luego se relaja y se queda muy quieto sobre mi cuerpo. Y yo me quedo dormida al momento.

«Ahí está mi preciosa princesa, siempre abrazando a alguien.» El perro no se mueve cuando lo ve entrar. Se sienta en el otro sofá sin hacer ruido, para poder mirarla.

«¿Cómo se lo voy a decir? ¿Cómo le voy a decir que el tratamiento no funciona? No quiero romperle el corazón, bastantes veces se lo han roto ya. ¿Por qué una persona tiene que llevar sobre sus hombros tantos miedos, tantos sinsabores, tantas angustias, tanto dolor? No le ha hecho daño a nadie, al contrario, siempre intenta ayudar sin pedir nada a cambio. ¿Cómo se puede tener un corazón tan limpio, tan puro? Te amo con toda mi alma, cariño, ya no sabría vivir sin ti. Cada vez que me tocas, yo toco el cielo; cada vez que me besas, siento más y más hambre de ti, y cuando te tomo... ¡oh, cuando te tomo soy el hombre más afortunado de la Tierra!»

—¡Misha, ya has llegado! —digo abriendo los ojos y viendo sus increíbles ojos negros—. ¿Por qué no me has despertado? Te echaba de menos. —Intento apartar a Zar para levantarme pero no me deja, empieza a lamerme la cara sin compasión—. ¡Oh, Zar, para, para! —Cuando me quiero dar cuenta, Misha está sobre mí, mirándome con una increíble sonrisa.

—¡Te quiero! ¡Te quiero! —dice besándome con pasión mientras Zar intenta encontrar un hueco por el que colarse para que también le demos mimos.