9
LOS viejos pecados tienen largas sombras, y las sombras de los míos están a punto de cernirse sobre mí, atraparme con su manto y convertir mi recién estrenado mundo de colores en un mundo gris, donde las gamas de grises y negros que habitan en la naturaleza humana lo van a invadir en su totalidad, ocultando mi recién descubierto sol. Es mi destino, al que la vida me ha llevado cuando en una intersección del camino no elegí bien. MS tenía razón cuando decía que no se puede cambiar el pasado. No, no se puede, y tampoco se puede evitar que aparezca de repente para recordarte el error que cometiste.
Cuando abro los ojos a un hermoso día, sonriendo porque siento mi cuerpo vivo por primera vez en mucho tiempo, y oigo canturrear bajo la ducha a un ser bajado del cielo, no puedo ni imaginar lo que el destino me tiene reservado para las próximas horas. Me estoy poniendo la bata cuando le veo salir del baño con una toalla enrollada en la cintura, la piel brillante y chorreando, los pectorales perfectos y bien definidos y esos brazos... ¡Oh, sus brazos! Esos brazos que me envuelven con tanta dulzura podrían espachurrar a un elefante si quisieran. Verle es un espectáculo. Pero ¿qué he hecho yo para tener a este hombre en mi cuarto?
—Ven.
Su voz no es más que un susurro, pero tiene la capacidad de hacerme vibrar, todas mis células responden a ese sonido, y cuando abre los brazos no puedo más que lanzarme a ellos. ¡Dios, qué bien se está aquí! Cuando me quiero dar cuenta estamos de nuevo en la cama.
—¡Pero qué bien hueles! —exclama hundiendo la cara en mi cuello.
—¡No digas eso, si necesito una ducha!
—No, no la necesitas, hueles de maravilla —dice pasando su nariz por mi piel desnuda—. Hueles a mujer, hueles a sexo, hueles a vida.
Este hombre tiene la capacidad de decir unas cosas que me dejan totalmente pasmada y sin palabras. Me quita la bata, me gira en la cama y me cubre con su cuerpo. Su boca recorre mi espalda llenándola de besos, separa lentamente mis piernas y entra en mí despacio, muy despacio, mientras sus gemidos en mi oreja me parecen el sonido más maravilloso del mundo. Giro la cabeza buscando su boca y la encuentro, caliente, excitada, abrasadora. Su boca saborea la mía y su miembro me llena totalmente, no hay rincón de mi interior que quede vacío, nos acoplamos a la perfección. Me penetra más profundamente arrancándome un gran gemido de placer y mis caderas se levantan buscándole, llamándole, pidiéndole, recibiéndole más y más adentro. Aumenta el ritmo y me corro con un estremecimiento y un gemido que le vuelven loco, ya no puede parar y sigue moviéndose dentro de mi cuerpo mientras me pierdo en un orgasmo intenso, hasta que se deja ir dentro de mí estremeciéndose sobre mi cuerpo.
Nos quedamos exhaustos, respirando con dificultad pero sin movernos. Nunca me he sentido más segura que en este momento, todo mi universo está aquí, entre sus brazos, bajo su cuerpo, sintiendo el latido de su corazón sobre mi espalda, sintiendo su aliento en mi cuello. Aparta mi pelo de la cara y me susurra al oído palabras que se quedarán en mi alma para siempre.
—Pero ¿cómo he podido pasar toda mi vida sin ti...?
El espejo del baño me devuelve la imagen de una mujer plena, de una mujer viva, de una mujer feliz. Enfundada en un vestido que metí en la maleta con la certeza de que jamás me atrevería a ponérmelo, y con el pelo reluciente tras una ducha que, diga él lo que diga, sí me hacía falta, salgo a la terraza a fumar un cigarrillo mientras le espero. Pero el destino, que había estado agazapado hasta ahora, sale de su escondite y golpea de nuevo a mi puerta en forma de llamada telefónica.
—¡Hola, Paula! —respondo con voz alegre y cantarina.
—¡Hola, cielo! No te habré despertado...
—No, ya estoy levantada. ¿Qué pasa, Paula. —Reconozco su tono de preocupación aunque no pueda verle la cara.
—Verás, Cris..., se trata de Carlos. —Siento que la sangre abandona mi cara y me dejo caer en la tumbona—. Te está buscando... Otra vez.
Paula me pone al corriente de lo que ha averiguado y mientras sus palabras intentan informarme manteniendo la calma, mi mente se ha puesto a trabajar a destajo buscando la forma de escapar una vez más. Me levanto y paseo por la terraza respirando profundamente en un intento de mantener bajo control las ganas de vomitar que han tomado posiciones en mi estómago mientras me pregunto por milésima vez ¿por qué, Carlos, por qué no me dejas tranquila, por qué vuelves una y otra vez a mi vida?
—Paula, esto no se va a acabar nunca... —Ya no puedo más, me siento en la tumbona y comienzo a llorar de la única forma que sé, desconsoladamente.
—Cris, yo... sé que no quieres oírlo pero tengo que decírtelo: deberías presentar una denuncia contra él.
—No, Paula, no, eso no haría sino complicarlo todo aún más... Yo lo único que quiero es que me deje tranquila, que siga con su vida y que me deje vivir tranquila...
—Pues no lo va a hacer, Cris. Está obsesionado contigo y no te va a dejar tranquila. Tienes que denunciarlo, es la única forma de pararle los pies de una vez por todas.
¿Cómo voy a afrontar esto? No puedo quedarme aquí esperando a que llegue, tengo que marcharme, tengo que irme antes de que me encuentre, tengo que volver a mi casa, a mi castillo, a mi cárcel, sólo allí estaré segura.
Me apoyo en la baranda de la terraza y contemplo este mar tan hermoso mientras las lágrimas no dejan de salir. ¿Por qué sigue martirizándome? Puede tener a la mujer que quiera, puede hacer con su vida lo que quiera. ¿Por qué no me deja tranquila, por qué? Todas las agonías tienen un final, ¿por qué esta no termina?
—¿Cielo, qué pasa? —Misha ha entrado sin que me entere y acaricia mis brazos preocupado, sobresaltándome—. Perdona, te he asustado... ¿Estás llorando?
Me toma en sus brazos y yo hundo la cara en su cuello y dejo que el llanto salga de mi pecho como un torrente que intenta liberarme del terror que siente mi corazón, que lo atenaza, que lo oprime, que lo estrangula. Me levanta en el aire y se acerca a la tumbona, donde se sienta y me acomoda en su regazo. Aprieta mi cuerpo contra el suyo y sus manos dejan en mi espalda todas las caricias del mundo.
—Dime qué pasa, mi vida.
—Es... es... Carlos..., mi ex marido... Me está buscando, Misha, y yo... yo... tengo que marcharme de aquí, tengo que irme antes de que me encuentre. Quiere hacerme daño y... acabará encontrándome, Misha, me encontrará... Tengo que marcharme... Tengo que volver a mi casa... Sólo allí estaré segura...
—No se puede huir eternamente, Cristina, antes o después tendrás que parar y mirarle de frente.
—¿Qué quieres decir? ¿Que tengo que enfrentarme a él? ¿A Carlos? —pregunto con mirada desorbitada.
—No, cariño, tú no puedes enfrentarte a él, pero yo sí —dice limpiando mis lágrimas—. No voy a permitir que nadie te obligue a huir, no lo permitiré.
—Pero, Misha, tú... tú no le conoces... Carlos es capaz de todo... Y te aseguro que cuando digo todo es... TODO.
—Yo también soy capaz de todo, y cuando digo todo es... TODO.
Sé que intenta arrancarme una sonrisa, pero no lo consigue. Mi mundo se ha vuelto del revés una vez más y mi sistema nervioso amenaza con provocar un cortocircuito en cualquier momento. El miedo que Carlos me provoca es algo que deberían analizar los estudiantes de psiquiatría en alguno de sus muchos años de carrera. No he conocido ninguna sensación más total y absoluta que el miedo que ese hombre es capaz de provocar en mí, es un miedo que me domina por completo, toma posesión de mi cuerpo y mi mente y los invade en su totalidad, no hay tranquilizantes que puedan con él, por mucho que la ciencia haya avanzado.
Cuando entro de nuevo en el baño para lavar mi congestionada cara, la imagen que me devuelve el espejo no puede ser más espantosa. ¿Cómo se puede cambiar tan rápidamente en tan poco tiempo? Mis ojos parecen querer salir de las órbitas y la expresión de miedo de mi cara me da más miedo todavía. ¿Qué voy a hacer? ¿Marcharme? ¿Quedarme? Misha tiene razón, no puedo seguir huyendo, es agotador mirar siempre por encima del hombro para comprobar que él no está ahí, esto tiene que acabar, pero denunciarle no haría más que aumentar su odio, y entonces yo ya no tendría escapatoria, me acabaría enviando a donde se reposa eternamente. Sé lo rencoroso que puede llegar a ser, lo sé muy bien, nunca ha dejado una afrenta sin venganza, y conmigo se cebaría, estoy segura. No, no puedo seguir huyendo, tengo que afrontarlo de una vez por todas, no puedo dejar que siga dirigiendo mi vida sin estar en ella, no puedo... Pero Misha..., tampoco puedo inmiscuirle en esto... Es mi problema, debo solucionarlo yo...
Le encuentro en medio de la habitación hablando por teléfono. Cuando cuelga me acerco, acaricio sus brazos y le miro muy seria.
—Misha, quiero hablar contigo. —Frunce el ceño y me mira concentrado—. Yo... no puedo permitir que te metas en esto... Carlos es mi problema y debo resolverlo yo... Él... él no es una buena persona y... tú y yo acabamos de conocernos. No es justo para ti verte en esta situación... —No me deja seguir hablando, me pone un dedo sobre los labios, se sienta en el borde de la cama y me toma en su regazo.
—Yo también quiero hablar contigo y quiero que me escuches atentamente. No me pidas que me aparte, porque no lo voy a hacer. Me inmiscuyo porque quiero, porque no quiero estar en ningún lugar que no sea a tu lado, porque tus problemas son mis problemas. Tu ex marido no es nadie para mí, no voy a permitir que se acerque a ti, no voy a permitir que te ponga una mano encima, no voy a permitir que te hable, ni siquiera voy a permitir que te mire. —Toma mi cara en su mano y me besa muy despacio—. No me voy a ir a ninguna parte, Cristina, y tú tampoco. Has venido de vacaciones y seguirás disfrutando de ellas, pero a partir de ahora lo harás con protección. Los muchachos están esperando en el pasillo, así que no te asustes. Estarás protegida en todo momento, quiero que estés tranquila. ¿De acuerdo?
Mis ojos están llenos de lágrimas y asiento porque no puedo hablar y aunque pudiera no sabría qué decir ¿Quién es este ángel que me ha enviado el cielo? ¿Y cómo es posible que haya terminado teniendo guardaespaldas? Me siento como si estuviera viviendo una auténtica película, supongo que mi sistema nervioso en este momento lo ve todo un poco distorsionado.
En el pasillo, dos hombres inclinan la cabeza a modo de saludo, nos acompañan hasta el comedor y se quedan en la puerta. En su mesa está el que me devolvió el pie y al que aún no he dado las gracias, pero es que he estado muy ocupada. Voy al bufé y vuelvo con dos cafés y un plato lleno de bollos porque no sé lo que le gusta desayunar. Su amigo nos deja solos.
—No, cariño, siéntate aquí a mi lado, así podrás ver la entrada.
—¿Por qué?
—Porque al peligro siempre hay que mirarlo de frente, nunca darle la espalda. ¿Qué te apetece hacer hoy?
—Yo... había pensado en pasar la mañana en la piscina, pero...
—Me parece una idea estupenda, el hotel es seguro, puedes estar tranquila.
—¿Cómo puedes estar tan seguro, Misha? —le pregunto tomando un sorbo de café.
—Porque tengo hombres vigilando y el director ha puesto al tanto a la seguridad. No podrá entrar aunque quiera, te lo aseguro.
—Pero... no podrán detenerlo si viene aquí... No le conocen —digo frunciendo el ceño.
—No te preocupes por eso —me dice con una sonrisa.
—¿Cómo no me voy a preocupar, Misha? ¡No saben quién es y...!
—Oh, Cris, siempre pidiendo información... ¡Está bien! —Saca su cartera y me muestra la foto de mi... EX MARIDO—. Es éste, ¿verdad?
—Sí... pero... cómo...
—Todos mis hombres y la seguridad del hotel tienen su foto, te aseguro que si asoma su cara por la puerta no podrá pasar de recepción.
—Misha... pero... cuando dices mis hombres y la seguridad... ¿de cuántos hombres estás hablando?
—¿En este momento? De unos cincuenta.
—¿Qué? —La taza me resbala de las manos.
Regreso a la habitación para cambiarme de ropa con dos hombres guardando mi espalda; durante los próximos días serán «mi sombra». Misha se ha ido a hablar con el director del hotel, ese señor al que no conozco y al que tampoco he dado las gracias, y yo aprovecho para salir a la terraza a fumar un cigarrillo y poner a Paula al día de mi vida sentimental. Sin saber que mi querida amiga, dejándose llevar por el pragmatismo que la hace tan especial, va a ponerme una vez más al borde del acantilado, ese al que he llegado tantas y tantas veces y que incomprensiblemente nunca he llegado a sobrevolar, pero que, como dicen mis dos ángeles, es una simple cuestión de tiempo.
—¡Me alegro tanto por ti, Cris! Ya era hora de que te pasara algo bueno, ya era hora. Y no sabes cuánto me tranquiliza que te pueda dar protección.
—Sí, Paula, pero Carlos...
—Olvídate del gilipollas de tu ex, no te emparanoies más con él, ¡ya te ha robado demasiado tiempo! Estás en un buen hotel, con un hombre que te está protegiendo, con guardaespaldas nada menos —dice con una risa nerviosa—. Disfruta, cielo, disfruta de lo que tienes, no dejes que Carlos te lo estropee, ya bastante daño te ha hecho, no dejes que te siga amargando la vida, Cris, no le dejes.
—Sí, tienes toda la razón. ¿Qué haría yo sin ti, Paula?
—¡Venga, venga! —Puedo sentir su emoción al otro lado—. Pásatelo bien y... ¡ah, toma precauciones! ¡Ya me entiendes!
¡Ay, mi madre, precauciones! ¡No he tomado precauciones! ¡No he tomado precauciones!
Media hora más tarde Misha me llama por teléfono.
—Nena, ¿por qué no has bajado a la piscina? ¿No te encuentras bien?
—Sí... sí..., estoy bien... Es que... Estás ocupado ahora, ¿verdad?
—Ya no, espérame.
No han pasado ni dos minutos cuando abre la puerta de la habitación y me encuentra sentada a los pies de la cama mirando al suelo.
—¿Qué pasa, mi vida?
—Misha, yo... he estado hablando con Paula y...
—¿Qué ha hecho ahora ése?
—No ha sido él, Misha, he sido yo, yo... yo... —No me salen las palabras y estoy muy colorada, me arde la cara, esto es muy violento y no sé cómo decírselo—. Misha, yo... yo... no he tomado precauciones. —Abre los ojos como platos y se sienta de golpe a mi lado, como si le hubieran dado una bofetada—. Lo siento... Lo siento mucho...
—¡No, no, no! —replica tomando mi cara entre sus grandes manos y besándome con fuerza—. No ha sido culpa tuya, no ha sido culpa tuya. ¡Tú no tienes la culpa, cielo! Es culpa mía, sólo mía, soy yo el que tengo que tomar precauciones, no tú.
—Pero es una responsabilidad de los dos...
—No, yo siempre me he ocupado de esa parte, soy yo el que tengo que tomarlas, siempre lo he hecho, pero es que contigo ni siquiera me acordé. ¡Perdóname, cariño, no volverá a pasar!
—¿Siempre has tomado precauciones? —le pregunto, sorprendida.
—Sí. Tenía que haberme ocupado yo, no tengo perdón, lo siento, mi vida —dice besándome de nuevo—. Pero es que cuando te tengo desnuda entre mis brazos pierdo la capacidad de razonar, no puedo pensar en nada que no seas tú, tu piel, tu cuerpo, tu risa... No volverá a pasar. —Se levanta, saca varios preservativos de la cartera y los deja sobre la mesilla—. ¿Te parece bien? Así no volveré a olvidarme.
—Sí, está bien... ¿Sabes, Misha? Creo que guardas muchos secretos en esa cartera, algún día no podré resistir la tentación y tendré que registrártela.
Con una carcajada, me toma en sus brazos y me tiende sobre la cama; luego me quita el vestido y me deja en bañador.
—Me encanta este bañador, qué bien te sienta este color. Pero ahora mismo me gustaría quitártelo.
—¡Quítamelo!
Como si mis deseos fuesen órdenes para él, me baja los tirantes y hunde la boca en mis pechos. Acaricio su cabeza gimiendo de placer y siento que en mi vientre el deseo crece, un deseo que me quema, que me llena. Acaricia mi cuerpo con sus grandes manos, que pueden proporcionar las caricias más tiernas, y me besa haciéndome enloquecer. Me abraza fuerte y rueda poniéndome sobre su cuerpo; su pene queda encajado entre mis labios, duro y caliente. Nuestras bocas se devoran. Levanto las caderas buscando su miembro y las bajo lentamente haciéndole entrar en mi cuerpo despacio, muy despacio, mientras los gemidos de su boca en la mía me excitan más y más. Me incorporo, quedo sentada sobre él, y separo las piernas para sentirle totalmente dentro de mí. Se convulsiona y gime con fuerza, tener a este hombre dentro de mí es como estar en la gloria. No puedo más y acelero el ritmo. Él me mira y deja que me mueva libremente sobre su cuerpo excitado.
—¡Sí, cariño, así, así!
La imagen de un caballo negro sobre la blanca estepa siberiana vuelve a mi memoria. Muevo mis caderas sobre su cuerpo con toda la intensidad de la que soy capaz hasta que me corro en un orgasmo que me devasta y él se viene conmigo lanzando un profundo gemido que me hace estremecer de placer al tiempo que se incorpora y me abraza con fuerza. Nos quedamos así, abrazados, mucho, mucho tiempo. No quiero separarme de él, ni él de mí, pero de pronto su rostro, hasta hace un momento tranquilo y relajado, se contrae.
—¿Qué pasa, te hago daño?
—No, cariño, no me haces daño, pero me temo que yo sí podría hacértelo a ti.
—¿Qué quieres decir?
—Lo siento Cris, lo siento mucho —dice cerrando los ojos y meneando la cabeza con pesar.
—Pero ¿qué pasa, Misha, qué pasa?
—¡Lo he vuelto a olvidar, mi vida! —dice mirando la mesilla donde los preservativos siguen sin usarse.
—¡Oh, Dios!
—¡Oh, sí!
Mis dos ángeles están de rodillas, uno al lado del otro, con las manos entrelazadas, entonando una plegaria al unísono.
La hora de comer nos encuentra enredados en la cama. Yo, que siempre he criticado a mi madre por retozar alegremente, ahora no hago otra cosa.
Cuando llegamos al comedor hay poco movimiento, los chicos, como él los llama, no están a la vista pero están vigilantes. Cuando un hombre muy trajeado se acerca a nuestra mesa, mi querido ruso se levanta cortésmente y le estrecha la mano.
—Hemos comprobado que todas las cámaras de vigilancia funcionan correctamente. Cualquier cosa que podamos hacer, no dude en decírmelo.
—Le estoy muy agradecido, señor Conde, le aseguro que no olvidaré esto. —Lo dice tan serio, que yo también le creo.
La mañana de piscina que postergué para que un hombre de infarto me llevase al cielo, se convierte en tarde de piscina, y hacia allí me encamino con mi gran bolsa, pero tan pronto la ven los hombres de negro, me la quitan de las manos y yo me siento como Pretty Woman.
Al rato de llegar, la familia hace acto de presencia y Sofía corre hacia mí.
—¿Hoy te has acordado de ponerte crema?
—Sí, cariño, hoy me he acordado—. De otras cosas no, pero de la crema sí.
El padre se queda en la barra hablando con el camarero, el hermano se mete en el agua al momento, y Sofía madre se desploma literalmente en la tumbona con cara de enfado.
—Pareces cansada.
—¿Cansada? Lo que estoy es agotada. Acabo de tener una pelotera con mi marido por culpa del crío. El otro día se quedó sin la dichosa maquinita y desde entonces no ha parado para que le compremos otra, pero me niego, se pasa todo el día con ella en la mano. Mi marido quiere comprársela, claro, sólo para no tener que escucharle. ¡Pero no me da la gana! Valen un pastón y no estoy dispuesta a dar mi brazo a torcer, así que hemos tenido una buena bronca. —Sofía ratifica las palabras de la madre asintiendo enérgicamente.
Cuando la madre termina de despotricar contra el testarudo de su marido, cosa que le lleva un buen rato, mientras la traviesa Sofía, incomprensiblemente, sentada muy quieta en mi tumbona, la mira sin perderse ninguno de sus gestos, me digo que ha llegado el momento de que los libros ejerzan el especial poder que tienen y aplaquen tan caldeados ánimos.
—Pues yo he estado de compras y he encontrado algo que quizás le guste a este ratoncito —digo abriendo mi bolso.
—¿A mí? —exclama la niña—. ¿Me has comprado un repalo, un repalo para mí? —Le doy el libro, lo mira con ojos desorbitados y lo levanta en el aire para que lo vea su hermano—. ¡Mira, Juan, un repalo! ¡Cris me ha comprado un repalo!
—También he traído algo para ti —digo cuando el chaval se acerca al borde de la piscina con curiosidad.
—¿Para mí? —dice sorprendido saliendo del agua.
—Sí, pero te advierto que no es ninguna maquinita. —Le entrego el libro primorosamente envuelto.
—¡Un libro! —dice frunciendo el ceño.
—Sí, así se les llama.
—El camino. ¿Y de qué va?
—Trata sobre una pandilla de chavales. Lo leí hace muchos años, cuando tenía tu edad, y me gustó mucho.
—¿Qué se dice, Juan? —interviene la madre.
—Gracias.
—De nada, espero que te guste.
El chaval deja el libro suavemente sobre la tumbona, lo cual es una buena señal, mientras Sofía termina de desembalar el suyo y comienza a chillar de emoción.
—¡De pincesas, mami! ¡Es un libo de pincesas!
—Ya lo veo... Muchísimas gracias, Cristina, no tenías por qué molestarte, eres un encanto.
—¡Eso mismo pienso yo! —Su voz a mi espalda hace que mi corazón comience a aletear. Ahí está mi Sol, en bañador y camiseta no podría estar más guapo. Se agacha a mi lado con ojos brillantes y tomando mi cara entre sus manos me besa suavemente—. Estás ardiendo ¿Te apetece un baño?
Nos damos un delicioso baño hasta que mi tranquilidad se ve empañada por la llegada de la diosa rubia, que tan pronto hace acto de presencia con su séquito clava en Misha su mirada y ya no la aparta en ningún momento. Se me enciende la cara al instante, y él, que parece leer mis pensamientos, me rodea con sus brazos mientras sus labios besan mi cuello y mis mejillas y me va acercando lentamente al otro extremo de la piscina, donde aprieta su cuerpo contra el mío y me hace sentir su erección sobre mi vientre.
—Mírame, Cris, mírame. ¿Sabes lo que veo cuando miro tus ojos? —¡Oh, vaya, estoy sorprendida! Mis ojos no tienen nada de especial, quiero decir que no son azules como los de la rubia, aunque Tita siempre decía que tengo unos ojos muy bonitos, «ojos de pez», decía ella—. Tus ojos son del mismo color que tiene la tierra donde nací. No he vuelto a ver ese tipo de tierra en ningún lugar del mundo, y he visitado muchos. La primera vez que vi tus ojos fue aquí, en la piscina, el día que saliste corriendo —dice con una sonrisa—. Tus ojos tienen el color de mi tierra. Recuerdo a mis padres trabajando aquella tierra. Cuando volvían a casa por la noche, todo su cuerpo estaba de ese color, sus manos, sus pies, todo. Tienes los ojos del color de mi tierra, del color de mi hogar.
¡Señor! ¡Qué cosas más bonitas dice este hombre! ¿Quién dice que los rusos no son románticos?
Me abrazo a su cuerpo y dejo que me impregne su calor. Por encima de su hombro veo a la familia y... ¡oh, sorpresa, el chaval ha abierto el libro y ha comenzado a leerlo!
Cuando abandonamos la piscina, dejamos a la familia enfrascada en una nueva discusión.
—¡No voy a repetirlo, Juan! —dice la madre metiendo las cosas en la bolsa—. ¡Recoge de una vez!
El chaval intenta hacer lo que le dice la madre, mete las cosas en la bolsa con una mano pero no puede quitar los ojos del libro que sostiene en la otra. ¡Ya se ha enganchado!
La vida que me ha tocado vivir se ha convertido sin yo pedirlo en una auténtica caja de sorpresas, y así, en forma de caja, llega una nueva sorpresa que va a desbaratar todos mis esquemas. Serguei se la entrega a Misha en la puerta y éste la guarda rápidamente en el armario.
—¿Qué es eso?
—Una sorpresa.
—¿No me vas a decir lo que es? —pregunto cogiendo el bolso.
—No.
—¿Por qué?
—Porque entonces no sería una sorpresa. —Sonríe y abre la puerta.
Bajamos a cenar, pero mi estómago no está muy por la labor, así que hago ver que como mientras observo la marabunta que llena el comedor. En los postres Sofía nos hace una visita con un plato con flan en las manos. Me sorprende ver que Misha la mira divertido y le ofrece una silla. Sofía se encarama al instante y, entre cucharada y cucharada de flan, habla con él como si le conociese de toda la vida. Así son los niños. «Eres amigo de mi amiga, entonces eres mi amigo.» La escucho sin poder evitar una sonrisa, la imaginación infantil nunca deja de sorprenderme; además, los niños proporcionan mucha información sin darse cuenta, lo sé por experiencia.
—¡Es chulísimo! —le dice con los ojos muy abiertos—. Salen pincesas, píncipes, hadas madinas, y duendes que pueden volar y... —En su mundo de fantasía todo es posible.
—Sofía, ¿dónde está tu hermano? —pregunto—. No lo he visto.
—No ha venido a cenar, dijo que no tenía hambre, pero es mentira porque le he visto comerse una chocolatina. Es por ese libo que le has repalado, no se despega de él y papá dice que está alunizado porque Juan antes no leía... ¿Sabes? Mi pofe dice que hay que leer mucho... pero no me enseña —dice frunciendo el ceño—. Y mamá siempre le dice a Juan que lea, que lea, que lea, y a veces se enfada mucho y grita: «¿Qué quieres? ¿Acabar como tu padre?».
—¿Y a qué se dedica tu padre?
—Mi padre —Sofía baja la voz y acerca su cara a la mía— es policía, pero policía... de los que van desnudos.
—¿Desnudos?
—Sí —me contesta muy seria.
—Pero, Sofía, ¿cómo va a ir desnudo? ¡Eso no puede ser!
—¡Que síiii! —Pone los ojos en blanco—. Mamá siempre dice que papá es un policía sin uniforme, y si no lleva uniforme es que va desnudo. Debe de pasar mucho fío, a lo mejor por eso ronca tanto.
Al poco la madre viene a buscarla y ella se marcha a regañadientes.
Misha me mira con una sonrisa muy dulce mientras me tomo el café.
—Tienes cara de sueño. ¿Quieres que nos vayamos a dormir?
—¿No te importa? Estoy cansada.
—Vamos —dice cogiéndome de la mano.
En el ascensor me rodea la cintura con el brazo y me pega contra su cuerpo, pero mi tranquilidad se ve amenazada una vez más cuando las puertas se abren y la rubia y su séquito entran en él. No puedo evitar que un profundo suspiro de hastío salga de mi pecho; sé que no perderá la ocasión que el destino le brinda, sin importarle nada que yo esté presente.
—¡Es genial, Erika! —dice, emocionado, uno de sus amigos—. ¡Nunca había visto semejante despliegue de prensa, estarás en todas las portadas!
—¿No habréis olvidado invitar a Marco?
—No, si ya ha llegado, te está esperando.
Habla del famoso diseñador, ese que ha saltado recientemente a la fama y al que todas las celebrities se rifan, lo cual no entiendo muy bien porque ¡donde estén Victorio y Lucchino! Pero ella, envalentonada por las buenas noticias, clava en Misha sus impresionantes ojos azules mientras su increíble melena baila alrededor de su cara y una gran sonrisa aparece en sus perfectos labios. ¡Dios, no se puede ser más guapa!
—¿Te gustaría venir a mi fiesta? Es en la discoteca del hotel y va a estar todo el mundo.
Misha la mira fijamente y una gran sonrisa asoma a sus labios. Oh, sí, Misha sabe sonreír de una forma que a una se le para el corazón, y eso ha debido de pasarle al corazón de la rubia, porque sus ojos comienzan a brillar con un rayo de esperanza.
—Gracias, pero tenemos otros planes —dice acariciando suavemente mi cintura.
—No deberías perdértela —comenta ella mientras su mano va sugerentemente hacia su pelo y lo mueve con gracia—. Va a venir mucha gente importante.
—Nadie es más importante para mí que ELLA.
Y, diciendo esto, toma mi cara entre sus manos, su boca se acerca a la mía y me da un beso largo y sensual que me lleva hasta el firmamento y me hace olvidar lo que tengo delante. Cuando se aparta de mi boca, la imagen de la diosa que refleja la puerta del ascensor no puede estar más desencajada: su cara es un auténtico poema, así como el envaramiento de su cuerpo, que se ha puesto rígido ante semejante desplante. Llegamos a la habitación sin que la sonrisa se le haya borrado de la cara.
—¿No crees que has sido un poco cruel? —le digo, preocupada.
—¡Ni mucho menos! Creo que aún se merecía más.
Me coge entre sus brazos y me besa con pasión encendiéndome al momento, sólo el roce de su barba ya me excita. Está guapísimo, lleva pantalón negro, camisa blanca y americana también negra, y todo le queda como un guante. Se quita la chaqueta y le miro de arriba abajo sin dar crédito todavía a que esté aquí, conmigo, despreciando ante mis ojos a una diosa rubia que se le ofrece en bandeja. Pero cuando abre la puerta del armario y cuelga su americana en una percha, todo mi mundo se paraliza. Cuando se gira, me encuentra con los ojos desorbitados, la boca muy abierta y las manos en las caderas, dispuesta para un cuerpo a cuerpo.
—Pero ¿qué es eso? —digo mirándole furibunda.
—No te enfades...
—¿Qué demonios es esto? —Abro las puertas del armario de par en par y en todas partes hay ropa de hombre. ¡Hay ropa suya en mi armario! ¡Esto es una invasión en toda regla!—. ¿Qué es esto, Misha?
—Le he pedido a Serguei que me trajera algunas cosas.
—¿Algunas cosas? —Revuelvo las prendas y encuentro camisas, pantalones, calcetines y hasta calzoncillos. ¡Oh, esto es demasiado!—. ¡Pero si aquí hay de todo!
—Cris, no puedo pasarme el día yendo de una habitación a otra, compréndelo.
—Pero tú... tú... no puedes tomar una decisión así sin consultarme. Es mi espacio. ¡Mi espacio, Misha!
—Bueno, ése también es tu espacio —dice mirando la cama con una sonrisa traviesa— y no tienes ningún inconveniente en compartirlo.
—Pero eso... ¡no es lo mismo, Misha, no es lo mismo! —digo moviendo las manos con desesperación.
La sonrisa pícara que aparece en sus labios no hace sino encenderme aún más. Me refugio en el baño, donde el espejo me devuelve la imagen de una mujer enfadada, sí, muy enfadada, pero también asustada, muy asustada. ¡Se ha traído sus cosas! ¡Se ha traído sus cosas!
MAB: «Quiere estar contigo... No seas egoísta».
MAM: «Pero ¿qué dices? ¿Acaso no sabes que los armarios de una mujer son sagrados?».
«¡Oh, callaos los dos de una vez, no me dejáis pensar!» Se sientan uno junto al otro en el váter, dándose pequeños empujones, mientras decido meterme bajo la ducha, más por serenarme que por otra cosa. ¡Estoy que muerdo! Esto no me lo esperaba, ¿cómo ha podido hacer algo así sin consultarme? ¡Eso no se hace! ¡No puede tomar semejante decisión por su cuenta, no puede! Por desgracia, esta vez el agua no consigue relajarme ni siquiera un poco, así que cuando llama a la puerta no le recibo precisamente de buen humor.
—Cris, ¿puedo entrar?
—¡No!
—No te molestaré, sólo quiero dejarte esto.
Abre un poco la puerta al tiempo que yo abro la boca para echarle con cajas destempladas, cuando veo que en el suelo deja precisamente una caja. ¡La sorpresa! Cierro la boca al instante. ¿Qué será? Si pretende camelarme con regalos, ¡va listo! ¿Qué habrá dentro? ¿Flores? ¿Y me las deja en el baño? No, no puede ser, pienso mientras salgo de la bañera y me seco. Me siento en el váter, pongo la caja sobre mis rodillas y respiro profundamente.
¡Oh, Dios santo! Un precioso camisón amarillo, primorosamente doblado, me mira desde la caja. ¡Nunca había visto nada tan bonito! Tiene unos tirantes muy finos, un increíble corpiño de encaje y termina en una vaporosa gasa que debe de llegar a medio muslo. Estoy emocionada.
¡Debe de haber costado una fortuna! Lo miro embelesada. ¿Me lo pongo? Me lo paso por la cabeza y resbala por mi cuerpo. Me queda como un guante, mi bronceado resalta bajo este color amarillo pálido y mi pelo brilla como si tuviese estrellas enredadas en él. Me miro en el espejo y me digo que ésa no soy yo, no parezco la misma que llegó hace unos días.
MAM: «Y él ha sido el artífice de semejante cambio».
MAB: «¿No se merece que le cedas un poquito de armario? Tampoco es tanto pedir».
«¡Sí, tenéis toda la razón! Me he comportado como una cría egoísta, no he sido justa, le pediré perdón.»
MAM: «Nena, sal con ese camisón y no hará falta que pidas perdón».
MAB: «Tampoco estaría de más que lo hiciera. Pedir perdón nos hace más grandes, no más pequeños; es lo que siempre dice el Jefe, y si él lo dice...».
MAM: «¡Oh, cállate, no estropees el momento con lecciones bíblicas!».
La habitación está en penumbra, únicamente iluminada por la luna que brilla tras las grandes puertas correderas abiertas a la noche. Me espera desnudo, sentado a los pies de la cama mirando hacia la terraza muy concentrado.
—Misha...
Cuando gira la cabeza veo que tiene un preservativo colgando de los dientes y me da un ataque de risa. Él abre la boca, sorprendido, y el condón cae al suelo.
—¡Dios santo, Cris, estás preciosa!
—Gracias a ti —digo acercándome despacio. Acaricia mis caderas y hunde la cara en mi estómago—. Misha, yo... no necesito que me hagas regalos.
—¿No te gusta? —dice besando mis pechos.
—Me encanta, es precioso, pero no hace falta.
Sus manos acarician mis piernas y van subiendo por mis muslos hasta llegar a mi trasero.
—¡No llevas nada debajo! —Niego con la cabeza mientras me sienta sobre sus piernas, su miembro queda encajado entre mis labios acariciándome suavemente—. Cris... ¡estás empapada!
—Oh... lo siento... yo...
—No, cariño, no —dice abrazándome fuerte—. ¡Es maravilloso sentirte así, maravilloso!
Me levanta un poco y mete el pene en mi interior lentamente, disfrutando de cada centímetro que nuestras pieles se tocan. Sentirle dentro de mi cuerpo, tan caliente, tan grande, tan duro, hace que me excite más y más mientras aprieto mis caderas contra él y beso sus labios, tan dulces y tan calientes.
—¡Oh, Misha!
Mi gemido es devastador para él, que me toma la cara entre las manos y me mira con los ojos más brillantes que he visto nunca.
—¿Qué sientes, mi vida? Dímelo.
—Yo... yo... contigo me siento completa... Contigo no me falta nada, lo tengo todo, no hay nada más que pueda desear... Me llenas, haces que me sienta viva... Contigo me siento de nuevo una mujer... Eres todo lo que he deseado y no quiero más, no necesito más, lo tengo todo, todo, todo.
Sus brazos rodean mi cuerpo con fuerza, hunde su cara en mi cuello y suspira profundamente. Busco su boca y entonces veo las lágrimas que surcan sus mejillas. ¡Ojos negros está llorando por mí! Beso su cara lamiendo sus lágrimas mientras mi cadera se aprieta contra la suya haciéndole estremecer. Me toma entre sus brazos, me tiende sobre la cama y, perdido ya el control, me lleva a un orgasmo abrasador que me hace gemir descontroladamente.
—Sacaré mis cosas del armario si eso es lo que quieres, cielo —me dice cuando consigue hablar de nuevo mientras me acaricia las mejillas.
—No, Misha, no. Tus cosas se quedarán dónde están... No quiero que saques nada de ningún sitio.