10

REGRESO a casa y nada en ella me indica que él haya estado aquí. Me quedo dormida en el sofá y a las dos de la mañana me despierto sobresaltada. Misha no ha vuelto, le llamo pero no me contesta, así que llamo a Serguei.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —dice preocupado.

—Sí, estoy bien. Serguei..., Misha no ha venido a casa, ¿sabes dónde está?

—Se ha quedado en el hotel. Lo que has hecho..., no se lo merece, Cris, no se lo merece...

—Lo sé, Serguei, y he intentado explicárselo pero no quiere oírme.

—Pero ¿por qué has hecho semejante estupidez? Podría haberte matado. Espera, Paula quiere hablar contigo.

¡Oh, mi querida Paula ha encontrado refugio en los brazos rusos! No se lo puedo reprochar, en ningún lugar del mundo se está como en ellos, pienso mientras los ojos se me llenan de lágrimas una vez más.

—Cris, tienes que hablar con Misha. No te imaginas cómo lo pasó, no tienes ni idea, creí que le iba a dar un infarto o que iba a matar a alguien.

—Ya lo he intentado, Paula, pero no quiere oírme, se niega.

Las lágrimas comienzan a salir en cascada a un lado del teléfono y al otro, pero en este caso mi querida Paula tiene quien la consuele. Yo no.

Sí, tengo que explicárselo, tiene que escucharme. Me limpio las lágrimas y tras ellas llega la rabia. Me visto y salgo hacia el hotel acompañada por dos guardaespaldas rusos que no me pierden de vista hasta que cruzo las puertas, donde la recepcionista me saluda amablemente, nada que ver con la otra vez. Tarda en abrir la puerta, cuando lo hace, su cara es un auténtico poema, tiene el pelo alborotado y no parece haber dormido nada en las últimas horas. El brillo de sus ojos al verme me alerta de la rabia que inunda su cuerpo. ¡Oh, sí, mi querido zar está rabioso! ¿Seré capaz de lidiar con esa rabia? Se aparta de la puerta sin decir nada y va hacia la pequeña cocina y enciende la cafetera.

—Misha... —digo acercándome lentamente—. Quiero hablar contigo. —Coge las tazas sin mirarme—. Misha, por favor, háblame.

—¿Quieres café?

—Misha, quiero explicarte por qué lo he hecho.

—No hace falta, no necesito ninguna explicación. —Me habla con voz baja, muy baja y muy ronca, pero sé que en el fondo está hirviendo como un volcán, sólo que no quiere echar fuera ese fuego que le abrasa. Tal vez tenga miedo de dejarlo salir, pero yo no, yo ya no temo la furia de los hombres, me he enfrentado a ella y ya no la temo.

—Misha..., déjame explicártelo, por favor... —digo acercándome a su espalda; no le toco pero sé que puede sentir mi calor tras él.

—No hay nada que explicar, está todo muy claro. —Se vuelve hacia mí con la mirada más gélida que le he visto nunca y un escalofrío me recorre el cuerpo como si de repente estuviera en Siberia—. Eres autosuficiente, no necesitas a nadie, te vales por ti misma, no necesitas mi ayuda... y por lo tanto... tampoco necesitas mi presencia.

—¿Qué estás diciendo?

—Me marcho, vuelvo a Moscú, tú no me necesitas —dice sirviendo el café en una taza y tendiéndomela con una mirada que me atraviesa.

Miro la taza mientras las lágrimas toman el control de mis ojos, doy un paso atrás y le miro casi sin verle mientras niego con la cabeza.

—¿Me abandonas? —Las lágrimas caen por mis mejillas en cascada, nunca imaginé que una persona pudiese tener tantas lágrimas acumuladas en su cuerpo, pero aquí están, son reales, tan reales como el dolor que está partiendo en mil pedazos mi corazón—. ¿Me abandonas, Misha?

—¡Ya has superado tus miedos, enhorabuena! —Me apoyo en el respaldo del sofá, conmocionada, estoy a punto de caerme—. Te has demostrado a ti misma que podías resolverlo por tu cuenta, sin la ayuda de nadie. Pues bien, lo has conseguido, ¡te felicito!

—Pero, Misha..., esto... no ha sido una cuestión de orgullo personal...

—POR SUPUESTO QUE LO HA SIDO —dice mirándome con fuego en los ojos—. ¡Pero yo también tengo orgullo! ¡Un orgullo que tú has pisoteado! Ya no tendrás que hacerlo nunca más, me voy, así no interferiré en tus planes, eres libre para llevarlos a cabo cuando gustes. Enfréntate a quien quieras y cuando quieras, ya puedes hacerlo, ya has superado tus miedos. Era eso lo que querías demostrarte a ti misma, ¿verdad?, que eres valiente, que puedes con todo. ¡Pues ya lo has hecho, lo has conseguido! ¡Has puesto en peligro tu vida pero te has demostrado a ti misma que eres muy valiente!

Sus palabras atraviesan mi cuerpo y llegan hasta mi corazón como auténticas flechas, en mi vida he visto a nadie hacer tantas dianas seguidas, cada una de ellas se clava en mi corazón y lo atraviesan, me desgarran por dentro y ya no puedo soportarlo más, mi cuerpo empieza a temblar mientras le miro a través de esta cascada de lágrimas que ha tomado el control de mis ojos, niego con la cabeza e intento hablar, pero las palabras no me salen. Salgo corriendo en busca de aire, me estoy ahogando. Los hombres de negro corren tras de mí cuando atravieso las puertas giratorias. Me refugio en el parque y me desplomo sobre un banco. ¡Oh, mi querido zar! ¡Mi querido zar!

Durante los días que siguen al anuncio de su marcha, mi energía se evapora lentamente de mi cuerpo sin necesidad de que mi madre esté cerca. Deambulo por la casa como un alma en pena, oliendo su ropa y llorando en cada rincón. Sólo salgo para pasear a Zar, que corretea a mi lado intentando alegrarme mientras dos sombras negras vigilan mi espalda. Sí, mi querido zar sigue velando por mí, sus hombres no han aflojado la vigilancia en ningún momento. ¿Lo seguirá haciendo cuando se haya ido? ¿Se olvidará de mí? ¡Oh, Dios, Anastasia está en Moscú!

¡Anastasia está en Moscú! ¡Anastasia está en Moscú!

MAB: «Lo dicho, no se puede pisotear la bandera de un hombre, no se puede, es un ultraje imperdonable».

MAM: «¡Imperdonable! Todo se puede perdonar, y si no, mira a mi padre, a su diestra está».

MAB: «Tu padre, el cura, el que tuvo dieciséis hijos y no reconoció a ninguno, ¿está a la diestra del Jefe?».

MAM: «¡Como lo oyes, a la diestra y en un lugar destacado! Lo que no sé es a quién habrá sobornado para conseguir semejante trato preferente».

MAB: «Allí no existen los sobornos, así que deja de decir tonterías».

MAM: «¿Que allí no existen los sobornos? ¡No, que va! Los sobornos existen allí y en todas partes. Y ahora que lo sabes..., deberías untar a alguien para que saque a tu madre de donde se encuentra».

MAB: «¿Se puede saber de qué estás hablando? ¿Qué sabes tú de mi madre?».

MAM: «Sé que está con la Superiora y sé que ése... no es un buen lugar».

MAB: «Pero... ¿cómo puedes saber algo así? Eso pertenece a mi expediente..., nadie tiene derecho a... Se trata de la intimidad... Nadie tiene derecho...».

MAM: «Ya estás otra vez con ese rollo de la intimidad. Sí, eso está muy bien pero... tu madre y la intimidad... van juntas».

MAB: «¡No sé de qué me estás hablando!».

MAM: «Querido, que yo no he sido el único que la ha visto pasear arriba y abajo por la calle Montera».

En el interior de Misha se está produciendo la más terrible de las batallas, donde el orgullo, el terrible orgullo que le domina, se ha hecho fuerte y ha tomado cautivo a su corazón rodeándolo de pesadas cadenas, arrastrándolo hasta el lugar donde la soledad habita. Y mientras se pasea por la gran suite con una copa en las manos, observando la ciudad que duerme a sus pies, sin que la tranquilidad de la noche consiga entrar en su alma, su móvil comienza a sonar, el nombre de NADIA en la pantalla le hace cerrar los ojos, provocándole un profundo suspiro.

—Hola, Nadia —dice con voz ronca.

—Hola, Misha... ¿Qué pasa?... ¿Estás bien?

—Sí..., estoy bien. —Se pasa la mano por el pelo—. Dentro de unos días... volveré a Moscú, Nadia. Volveré a Moscú... para quedarme.

—¿Quéeee? —Nadia se sienta en la cama de golpe—. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

—Oh, vaya, gracias por tu entusiasmo, ya veo que tienes muchas ganas de verme.

—Pues claro que tengo ganas de verte, pero... ¿vuelves para quedarte? ¿Por qué? —Una exclamación de asombro surge a su espalda, se cuela por la línea y activa todas las alarmas de Misha.

—¡Estás con él! —grita, levantándose furioso del sofá—. ¡Estás con él, Nadia! ¡Oh, Señor, todo lo que hemos hablado no ha servido de nada!

—Misha..., escucha...

—¡No! ¡Escucha tú! —La furia rusa ha tomado el mando—. ¡Te lo dejé muy claro cuando estuve ahí! ¡No permitiré bajo ningún concepto que arruines tu vida con ese tío, no lo permitiré!

—¿Tengo que recordarte que soy una mujer adulta, mayor de edad, y que tengo todo el derecho del mundo a tomar mis propias decisiones?

—¡Tus propias decisiones erróneas, querrás decir!

—Erróneas o acertadas, pero mías, de nadie más. ¡No tienes derecho a imponerme tu voluntad! ¡Sé que tu único afán hasta ahora ha sido protegerme y te lo agradezco, te lo agradezco de corazón, pero ya no soy una niña, Misha, tengo derecho a vivir, tengo derecho a decidir por mí misma, tengo derecho a equivocarme!

—Sí..., como hizo Iván.

El silencio que se instaura entre ellos es tan ensordecedor que siente que su cabeza va a estallar en cualquier momento. Se desploma en el sofá y enciende un cigarrillo, suspirando profundamente.

—Eso ha sido un golpe bajo, Mijaíl —dice Nadia suavemente—. No sólo tú has sufrido la pérdida de Iván.

—Yo... lo siento, Nadia, lo siento, pero no quiero que acabes como él, no puedo permitirlo.

—Tú no eres responsable de su muerte, Misha, no lo eres... pero sí eres responsable de haber cortado la cinta. —Las lágrimas comienzan a llenar sus ojos—. Nosotros éramos como los Tres Mosqueteros, uno para todos y todos para uno, como si una cinta invisible nos mantuviese unidos, pero cuando Iván comenzó a volar solo, tú... tú cortaste la cinta, Misha. —Un profundo suspiro sale de la boca de su hermano—. Y ahora no quieres cometer conmigo el mismo error, por eso estás recogiendo cuerda y... me estás estrangulando, no me dejas respirar, no me dejas volar, no me dejas amar. —Nadia respira hondo—. Eres mi hermano, Misha, mi hermano, no eres mi carcelero, no eres mi amo. Debes estar a mi lado en lo bueno y en lo malo, celebrando mis logros y soportando mis llantos. No te conviertas en juez, Misha, sé tan sólo mi hermano.

—Pero... ¡no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo echas a perder tu vida!

—Ya me has dicho lo que piensas, y te lo agradezco, pero a partir de ahí la decisión es mía, te guste o no, y debes respetarla.

—¡No puedo, Nadia! —grita furioso—. ¡Ese tío no es bueno para ti ni para nadie!

—Qué curioso... —dice ella limpiándose las lágrimas y respirando profundamente—. Él dijo esas mismas palabras sobre ti cuando se enteró de que te habías enamorado.

—¿Y se puede saber por qué se lo has dicho?

—¡Oh, yo no se lo dije!

—Y entonces ¿quién?

—Anastasia.

—¿Quéeee?

—Sí, Anastasia fue quien se lo dijo, le dijo textualmente: «Misha se ha enamorado de una española a la que le gusta el sado». Y Andrei le contestó textualmente: «Pues espero que le azote bien porque ese tío no es bueno para nadie».

Pero si las palabras de la hermana no habían sido suficientes para romper sus defensas, otra de las mujeres de la familia Angelowsky decidió acudir en su ayuda. Su madre le visitó esa noche en medio de la bruma de sus sueños y, acariciando su mejilla suavemente, dejó sobre su piel la más tierna caricia, que le trasladó al aparcamiento del depósito de cadáveres de aquella fría madrugada, donde las palabras tan cuidadosamente elegidas por ella entonces, volvieron a resonar en su mente con la misma claridad, con la misma intensidad, con la misma fuerza... «Deja que el control lo tenga el corazón, déjate guiar por el instinto y haz felices a los que te rodean... Entrégate a los que ames y no les abandones nunca, hijo, nunca... No te dejes encandilar por la superficie, Mijaíl, busca a alguien que sepa amar, que se entregue con el corazón, que sea auténtica, que sea de verdad. Con un cuerpo bonito se yace..., con una mujer hermosa de verdad se vive, se ama, se ríe.»

La intervención de la madre fue contundente, sus palabras lograron desintegrar los eslabones de las cadenas que atenazaban su corazón. Pero como no hay dos sin tres, otra mujer, que no estaba al tanto de la guerra de guerrillas que las mujeres de la familia Angelowsky habían llevado a cabo desintegrando las últimas defensas del enemigo, decidió intervenir también y poner su granito de arena en la contienda.

Serguei le encuentra a las ocho de la mañana en la barra de la cafetería, tomándose un coñac, con todo el aspecto de haber pasado la noche en vela, mirando a un infinito que probablemente no ve.

—Veo que no has pasado muy buena noche, Mijaíl —dice dándole una palmada en la espalda y sentándose a su lado—. Dime, Misha, ¿cuándo piensas deshacerte de ese orgullo que tantos problemas te causa?

—¿Tú también me vas a dar la charla? Pues no te molestes, Serguei, no hace ninguna falta, ya he tomado una decisión.

—¿Y es?

—¿Cuál va a ser, Serguei?

Por las grandes puertas acristaladas de la cafetería entra una diosa pelirroja, enfundada en su uniforme y con cara de muy malas pulgas.

—Quiero hablar contigo, Misha —dice poniendo la gorra sobre la barra con rabia y encarándose con él—. Nunca podré agradecerte lo que hiciste por mi hijo, nunca, pero no puedo quedarme de brazos cruzados sin hacer nada. —Sus manos se colocan sobre las caderas mientras la rabia contenida toma el control de sus ojos, parece que tengan fuego dentro—. ¿Se puede saber qué es eso de que te marchas? ¿Es que los rusos sois unos cobardes que salís corriendo ante el primer problema? ¿Es ésa vuestra naturaleza? ¡Dímelo, porque si es así, tengo que saberlo! —Sus ojos se clavan en Serguei, que traga saliva—. ¿Tan difícil es de entender que lo hizo por protegerte? ¿Te lo traduzco? ¿Te lo digo por señas? Se ha pasado años escondiéndose de ese cabrón, y se ha enfrentado a él sólo para evitar que acabases en el trullo. ¿Es tan difícil de entender? Como salgas corriendo y la dejes plantada te arranco los ojos, ¿me oyes?, no se te ocurra abandonarla, no encontrarás a nadie mejor en todo tu puto país, en todo el puto mundo, así que ya le estás pidiendo perdón, ¿me oyes?, ¡ya le estás pidiendo perdón! Después de todo lo que ha sufrido, tener que aguantar tu orgullo de machito herido... Métetelo dónde te quepa, o date cabezazos contra la pared, pero te lo tragas, ¿me oyes?, ¡te lo tragas!

—Paula... —dice suavemente Serguei.

—¿QUÉ? —Clava en él sus ojos furibundos—. Espero que no se te ocurra defenderle, porque te planto aquí mismo.

—Misha no se va...

—¿No te vas?

Misha niega lentamente con la cabeza sin apartar los ojos de su cara.

—¿Y a qué estás esperando para pedirle perdón? ¡Ya estás tardando!

La diosa pelirroja coge su gorra y se la coloca con decisión. Resopla con fuerza y se encamina hacia las grandes puertas acristaladas. Misha y Serguei la observan alejarse en silencio, se giran en sus taburetes y piden al sorprendido camarero dos cafés... bien cargados.

—¿Fragilidad, Serguei, juncos que se doblan...?

—Joder... ¡son de acero!

MAB: «¿Ves cómo yo tenía razón? La genética es una ciencia. ¡Y tú poniéndolo en duda! ¡Mírala, mírala bien, ahí tienes la prueba!».

MAM: «Pues sí, está como una cuba, la verdad. Si lo de la cena fue fuerte, esto se lleva la palma, menos mal que él no está aquí para verla».

«Zar, dime que tú lo entiendes, éstos no pueden, son de otra realidad, pero tú vives aquí, en el planeta Tierra y has visto mucho, muuuucho, muuucho, ¿verdad?»

MAM: «Ay, Señor, tenemos nuevo miembro en la cuchipandi y tiene cuatro patas. ¡Esto ya es un desfase, tío!».

MAB: «Dios, ya empieza a arrastrar las palabras. ¡Quítale la botella de una vez!».

MAM: «No lo entiendes, a veces es necesario tocar fondo para volver a la superficie, es situación sine cua num».

MAB: «No se dice así, se nota que el latín no es lo tuyo».

MAM: «Ahí tengo que darte la razón, los idiomas no son lo mío, no te imaginas lo mal que lo pasé cuando estuve destinado en Francia».

MAB: «¿Y se puede saber qué estuviste haciendo allí?».

MAM: «Yo... no sé cómo me las arreglo que siempre me llaman para los casos más difíciles. Nada, aquello fue un completo fracaso. ¡Ay, mi madre, se va a pegar una torta, va haciendo eses! Hay que echarle una mano. Nena, nena, para, ¿adónde vas?».

«Me parece que estoy un poquito mareada —digo agarrándome a la encimera y dejando sobre ella la botella de whisky—. Sí, será mejor que me prepare un café.»

MAM: «Bueno, menos mal, ya la tenemos bien encarrilada».

El timbre de la puerta comienza a sonar, miro mi reloj pero no veo muy bien las agujas, así que les pregunto a ellos: «Pero ¿qué hora es?».

MAM: «¿Nos has visto reloj alguna vez? Abre la puerta».

Quién será a estas horas, me pregunto acercando el ojo a la mirilla. Cuando le veo al otro lado me digo si será una simple alucinación, como la de éstos, pero aun así abro, quizás porque estoy borracha.

—¡Vaaaya, pero qué ven mis ojos! ¡Si es mi queriiido zar! —digo haciéndole una reverencia grandilocuente—. Adelaaante, adelante, tus cosas están en el armaaario... ¿Y tus llaaaves? ¿Las has perdiiido o es que las has tirado al ríiio?

Cierra la puerta suavemente mientras me encamino hacia la encimera, pero en lugar de coger la cafetera, vuelvo a la botella, creo que me hace más falta.

—Deja eso, nena.

—Nooo puedo, es tu sustituta... Al final la genéeetica ha tomado el mando de mi vida y aquí estoy, como mi padre, ahogando mis penas en alcohol... En este momento le entiendo perfectamente, claro que en su caso era... mucho peor... porque tenía que aguantar a la... imbéeecil de mi madre..., sí, aquello debió de ser muchíiisimo peor... Nunca me he sentido más cerca de él como en este momeeento, nunca —digo echando otro whisky en el vaso y tomándomelo de golpe. ¡Dios, qué bien me sienta!—. ¿Te apetece una copita..., cariño, y así celebramos tu marcha?... Porque habrás venido a despedirte... ¿O has venido a rematarme? —Intento centrar la mirada en su cara, la veo un poco borrosa—. ¿O quizás a las dooos cosas?... Sí, creo que has venido a eso... a darme la puntiiilla final... Pero ¿a que no esperabas encontrar un espectáculo semejante?... ¡Pues es en tu honor!... Todo para ti... tooodo...

—¿Podemos hablar, cielo?

—¡Hablaaar!... ¡Ahora quieres hablar!... A las tantas de la mañana quieres hablar... ¿Y qué me quieres decir esta vez, Miiisha!... Además de que soy autosuficiente, presuntuooosa, sabelotodo, orgullosa y... valiente, que no sabía que fuese un insulto pero parece que así es..., ¿quéee más, Misha?... ¿Qué otros adjetivos se te han venido a la mente estos días que me los quieres dedicar? —Está en medio del salón, frotándose la barbilla, señal de que no encuentra las palabras adecuadas. Bien, le echaré una mano—. Mentirooosa... Embusteeera... Manipuladooora... ¿Te sirven? A mí sí, me los merezco todos, todos ésos y muchos más, muchíiisimos más...

—Cris..., yo...

No le salen las palabras, en cambio a mí me salen solas. Cojo un vaso, lo lleno, se lo pongo en las manos y choco la botella con él.

—¡Por tu regreso a Moscú!... Supongo que Anastasia estará esperáaandote con los brazos abiertos... Bien..., pues vete con ella... Eres libre... libre como el viento... —Aquí mi tendencia a gesticular casi me cuesta un disgusto, al mover las manos mi cuerpo pierde su precario equilibrio y oscila peligrosamente, pero ahí están sus brazos, tan fuertes como siempre.

—Nena, te vas a hacer daño.

—¡No me toques, no te atreeevas a tocarme, no quiero que me toques... nuuunca más... nuuunca más!... Vete con Anastasia, ella estará deseosa de lanzarse a tus brazos... Sí, seguuuro que lo merece más que yo... seguro...

—No me voy, Cris, no me separaré de ti... nunca —dice acercándose a mi cuerpo inestable y a mis ojos vidriosos.

Cuando sus manos rozan mis brazos, toda mi borrachera se baja de golpe y me entra una rabia con la que no contaba.

—¡Nooo me toques!... ¡Máaarchate de una vez, Misha! ¡Márchate, márchate!

—No iré a ningún sitio, cielo, donde estás tú está mi hogar.

—Yo no teeengo hogar... nunca lo he teniiido y nunca lo tendré... porque no lo merezco... no lo mereeezco...

—No digas eso, cariño —dice acariciando mis brazos mientras le miro con ojos desorbitados.

—¡No me he portado bien contiiigo!... Te he mentido... te he engañado... te he manipulaaado... te he manejado a mi antojo como los hilos de una marioneeeta... Y sí, me he salido con la mía...

—No me importa, cielo, sé por qué lo has hecho, y lo que ha debido de costarte —dice tomando mi cara en su gran mano y mirándome fijamente mientras me revuelvo entre sus brazos para apartarme de él.

—¡Ni aunque vivieras cien años podrías imaginar lo que me ha costado hacerlo!... ¡Nuuunca! —grito ya sin control—. ¡Nuuunca... nuuunca...!

A partir de este momento ya toma el mando la diablesa que todas llevamos dentro. Es ella la que estira el brazo y coge un plato del fregadero. ¡Lo juro, no soy yo! Y se lo lanza con todas sus fuerzas. El plato se estrella contra el suelo al tiempo que mis dos ángeles, que han seguido frenéticamente su vuelo, se columpian alegremente en la lámpara y exclaman a la vez: «¡Uy!».

—¡No tienes ni idea, ni ideaaa! —dice por mi boca la diablesa mientras su mano coge otro plato y lo lanza con rabia; vuela hasta estrellarse contra la pared, el ordenador se salva de milagro—. ¡Enfáaadate conmigo, enfáaadate!... ¡En el hotel estabas rabioso, querías hacerme daño, lo sé, querías pegarme igual que Caaarlos!

—No.

—¡No me mientas, Mijaíl! —La mano agarra el vaso del whisky, que sale lanzado hacia su cabeza. Es increíble que con la cogorza que llevo pueda tener tan buena puntería, pero así es, si no fuera por sus buenos reflejos que le hacen levantar un brazo y apartarlo de su cara, allí se habría estrellado, estoy segura. Pero por desgracia el vaso sale rebotado y se estrella contra una de las fotos que tengo en mi pared, la foto de mi padre—. ¡Oh, mierda, papá, papá! —digo agachándome a recogerla—. ¡Papi, lo siento, no ha sido culpa mía, la culpa la tiene este ruso del demooonio que ha venido a atormentaaarme! ¿Por qué no te vas de una vez, Misha?

—No puedo, cielo —dice con una sonrisa al tiempo que me levanta del suelo y me aprieta contra su cuerpo—. Eres una mujer muy divertida pero cuando bebes... te superas.

—¿Te estáaas cachondeando en mi cara?... ¡Pues no te lo permiiito... no te lo permiiito... no...!

Su boca cierra nuestras bocas, la mía y la de la diablesa. Me besa con ardor, con deseo, con calor. Todo lo que se pueda sentir en los brazos de un hombre lo siento en los suyos mientras un último ramalazo de rabia recorre mi cuerpo e intento apartarle, pero él me abraza más y más fuerte contra su pecho. Me levanta en el aire y ya no puedo escapar. Sus manos acarician mi espalda y mi cabeza hasta que mis escasas defensas se agotan y me rindo entre sus brazos. Siento la cama bajo mi cuerpo y su cuerpo sobre el mío, aplastándome, sin dejar que me mueva, mientras sus manos acarician mi cara y mi cuello y su boca roza lentamente la mía. Casi no puedo respirar. ¡Oh, sí, éste es su castigo, su cruel castigo! ¡Me va a dejar un último recuerdo imborrable, para que cada noche mis terribles pesadillas sean sustituidas por el recuerdo de su cuerpo amándome! ¡No concibo mayor tormento!

—¿Por qué haces esto, Miiisha?... Es tu forma de castigaaarme ¿verdad?... Quieres dejaaarme un último recueeerdo para que me atormeeente el resto de mi vida.

Siento su risa en mi oreja y las últimas defensas abandonan mi cuerpo.

MAM: «Eh, tú, aquí estamos de más, venga».

Zar ladea la cabeza y se mete en el baño sin protestar.

Misha mira mis ojos con una gran sonrisa, sus largos dedos acarician lentamente mis mejillas acelerando mi corazón como sólo él sabe hacerlo. Se levanta y se desnuda despacio, mirándome, luego desata mi bata, la abre y se tiende sobre mi cuerpo suavemente, lentamente.

—¿Por qué me tortuuuras así, Misha?... Casi prefieeero que me pegues... Creo que lo prefieeero... Te sentirás meeejor y este tormeeento desaparecerá...

—Yo nunca podría pegarte, mi amor, nunca —dice apretando su cuerpo contra el mío, y yo no puedo evitar gemir entre sus brazos.

—En el hoteeel... deseabas hacerlo...

—No, en el hotel estaba enfadado, pero no deseaba hacerte daño, deseaba tomarte como ahora. ¡No sabes cómo lo deseaba! Pensar que podría haberte perdido me volvía loco, completamente loco... Y cuando te vi temblar..., no sé cómo pude contenerme y no tomarte allí mismo, nena..., no lo sé. —Diciendo esto separa mis piernas y entra en mi cuerpo con la suavidad de siempre, en una lenta caricia, llenándome y haciéndome gemir una vez más entre sus brazos.

—No deberías hacerme el amooor, Misha..., no deberías hacerlo... Deberías pegarme... es lo que mereeezco... me lo tengo mereciiido... quizás siempre me lo he mereciiido...

—No vuelvas a decir eso, Cris. TÚ SÓLO MERECES SER AMADA —dice hundiendo la cara en mi cuello y dejando sobre mi piel beso tras beso—. ¡Tú sólo mereces ser amada!

Mi sistema nervioso oscila entre la mayor de las tranquilidades por sentirme en brazos de mi querido zar y el mayor de los desasosiegos por la bruma alcohólica que nubla mi mente y que me hace preguntarme si lo que estoy viviendo es real o una simple alucinación. Y mientras sus manos recorren mi cuerpo sin control me abandono al placer de sus caricias y a su voz en mi oído, que, como si de un disco rayado se tratase, sigue repitiendo incesantemente la frase que oiré durante toda la noche.

—¡Tú sólo mereces ser amada!

Me quedo dormida entre sus brazos y, sorprendentemente, el alba me despierta antes que a él. Miro esa cara que me tiene fascinada y me digo que cualquiera que estuviese en mi lugar ya habría perdido la razón, la cordura, el sentido de la realidad, la sensatez, el sentido común y todas esas cosas que nos hacen ser personas y que MS decía que son rasgos muy pero que muy característicos de mi personalidad cuando estoy en condiciones óptimas. Nunca supe a qué se refería con «condiciones óptimas», pero, sean cuales fueren, está claro que no son éstas. No, mi mente no es una mente normal, para bien o para mal ella sigue por sus especiales derroteros intentando encontrar las piezas que faltan para completar el puzle de mi vida, de mi destino, de mi corazón. Y mientras ella sigue y sigue dándole vueltas a todo en su incesante búsqueda de la lógica, mi querido zar abre los ojos.

Éstas son las estrellas que iluminan mi mundo, las que lo llenan de magia, las que lo hacen soñar, pero si sus ojos son hermosos, su mirada lo es aún más. Recorre mi cara en silencio mientras su mano me la acaricia suavemente y mi piel se despierta con el contacto de la suya, que no sé qué tiene pero activa mis endorfinas mejor que el Prozac.

—Misha, esto es muy raro..., no tengo resaca.

La carcajada le sale sola mientras me toma en sus brazos y me tiende sobre su cuerpo con dulzura.

—El whisky no da resaca, cariño. ¿No te lo dijo tu padre?

—No debía de saberlo. Misha..., Paula me dijo que... has sacado el billete... —digo acariciando su pecho.

—No fui yo, mi vida, fue mi orgullo. Pero no te preocupes, Serguei lo ha anulado, creo que me conoce mejor de lo que pensaba —dice con una sonrisa pícara—. No me voy a ir a ningún sitio, no concibo mejor lugar que entre tus brazos..., por muy peligrosos que sean.

—¡Ay, Dios, he roto la vajilla!

—Eso da buena suerte —dice dándome un suave beso en mi ceño fruncido.

—Entonces..., ¿no te vas?

—No podría vivir lejos de ti, me volvería loco. No quiero perderte, cielo, eres para mí lo más sagrado, lo mejor que tengo.

—Pero yo... te mentí, Misha, y...

Cierra mis labios con los suyos.

—Tú eres mi hogar, donde estás tú está mi hogar, no puedo vivir lejos de tu cuerpo, lejos de tu piel, lejos de tu risa. No quiero vivir si no es contigo. ¡Te quiero, mi amor, te quiero!

—Entonces..., ¿no echas de menos a Anastasia?

Su risa es la mejor respuesta.

—Tú eres mi mujer. Nada ni nadie significa para mí tanto como tú. Nada ni nadie podrá apartarme nunca de ti. Lucharé con todas mis fuerzas contra este maldito orgullo para que nunca me separe de ti, porque si no estoy contigo..., me muero. No puedo vivir sin ti, mi vida, no puedo. ¡Te quiero, te quiero, te quiero!

MAM: «Bueno, ya está, vamos a entregar el informe. Aquí no nos van a necesitar hasta fin de año, así que tenemos unos días de vacaciones. ¡Que buena falta nos hacen!».

MAB: «Pero ¿no hemos terminado con ella? ¿Vamos a tener que volver?».

MAM: «¿Es que no me escuchas? Para fin de año».

MAB: «¿Por qué? ¿Qué va a pasar en fin de año? ¿Qué sabes tú que yo no sepa? ¡Ya estamos otra vez con la información privilegiada! ¿Cómo voy a hacer bien mi trabajo si no se me informa convenientemente? ¿Cómo?».