8

NO vuelvo a salir de la habitación durante el resto de la tarde. Mi cabeza es un auténtico torbellino de ideas y mi corazón late a un ritmo frenético y desenfrenado a pesar de mis muchas súplicas para que se serene. La noche cae lentamente sobre las islas con una serenidad que no alcanza mis sueños, las pesadillas me despiertan una y otra vez y traen a mi mente imágenes que no quiero recordar pero que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen teniendo la misma nitidez que entonces.

Me despierto al nuevo día con la sensación de que el mundo que he conocido hasta ahora ha dejado de existir y que ante mí se abre otro que no sé qué me tiene deparado pero que ahí está, esperando a ser tomado, esperando a ser vivido. En un último intento por abrir un pequeño paréntesis en el que aclarar mis ideas, decido visitar la piscina redonda. Salgo por las grandes puertas giratorias del hotel y cruzo la carretera, atravieso la verja y recorro los senderos que la bordean maravillándome de lo que tengo ante mí. Si desde la terraza de la habitación parecía bonita, de cerca es una auténtica preciosidad, rodeada de grandes rocas negras y con el agua del mar inundándola continuamente parece un auténtico oasis. Aunque tengo que reconocer que también la he elegido porque no es apta para niños.

Una cómoda tumbona, un refresco y un libro estupendo es todo lo que necesito para sentirme en el séptimo cielo, salvo quizás unos ojos negros que me acaricien con su mirada.

¡Oh, Señor, tan pronto pienso en él mi vientre se contrae! No lo puedo evitar, es el efecto que ese hombre provoca en mi cuerpo con sus besos abrasadores y sus manos recorriéndome con un ansia que nunca antes había conocido. Intento apartar de mi mente su imagen y me concentro en el libro que tengo entre las manos, está llegando a su fin, pero afortunadamente no es el último, así que esta tarde me acercaré a comprar el siguiente, no, mejor los dos siguientes. ¡Por fin un soplo de aire fresco entre tanta literatura aburrida!

Devoro cada página con la misma pasión que me transmiten sus protagonistas. ¡Anda, Anastasia! ¡Como la que le llamó por teléfono! Leo la última página con la sensación de tristeza que siempre me provoca terminar una historia que me fascina y luego me meto en el agua para darme un baño sencillamente delicioso. Pero al poco rato mi diversión se estropea por la llegada de la rubia y su séquito. Entran en el recinto tan alborotadores como siempre y tomando posesión de todo lo que les rodea. No, ya no apetece estar aquí, pienso mientras me acerco a las escalerillas y las subo lentamente. La rubia se incorpora en la tumbona al verme salir del agua. Sí querida, lo sé, con este bañador no se puede disimular nada, se me ve tal cual soy, con todos mis defectos. Recojo mis cosas y cuando paso a su lado una carcajada sale de sus bocas.

MAB: «¡Nada, tú ni caso! ¿Qué se le va a hacer? ¡Gente así la hay en todas partes!».

MAM: «¿Sabes? Creo que el problema es que tú tienes algo que ella quiere».

«¿El qué? ¿Los michelines?»

Sorprendentemente, la hora de la comida me encuentra frente al espejo, mirándome con una expectación que hacía tiempo no sentía y viéndome guapa por primera vez en mucho tiempo. Me he puesto una minifalda blanca que me quedaba ajustada y que sorprendentemente ahora me queda perfecta, una camisa rosa con un precioso cinturón sobre las caderas, regalo de Paula, y unas alpargatas del mismo color con cintas cruzadas. Mi piel ya ha cogido un poco de color y mi pelo brilla con intensidad. ¡Vaya, vaya, vaya!, me digo mientras me doy una vuelta observando mi aspecto. Cojo el bolso y, sin acordarme de pasar por el comedor, me voy en busca de mis ansiados libros.

No sé qué tienen las librerías que, tan pronto cruzo sus puertas, el tiempo parece detenerse. Una gran calma toma posesión de mi cuerpo y comienzo a pulular sobre los libros como las abejas sobrevuelan las flores en busca de su néctar, atraídas por sus olores y sus colores. Ese mismo efecto producen los libros en mí: sus portadas, sus diseños, sus títulos atrayentes despiertan mi curiosidad y me llaman, son como pequeños imanes que activan alguna parte de mi cerebro y me hacen recorrer los estantes olvidados en busca de tesoros. Fue así, dejando que el azar, el destino, la casualidad, o lo que quiera que sea que dirige nuestras vidas, me guiase, como llegaron a mis manos auténticas joyas como Irresistible, de Lisa Kleypas, Madre del arroz, de Rani Manicka, La casa de los amores imposibles, de Cristina López Barrio, y tantos y tantos más que consiguieron proporcionarme las horas más hermosas en la soledad de mi castillo y que deberían formar parte de los grandes best sellers y copar las listas de los más vendidos por derecho propio.

Una sorprendente portada me hace abrir los ojos con alegría. Su título es Jack, pero cuando leo el argumento no puedo por menos que sonreír; sí, ésta debe de ser otra joya.

Que una mujer gorda, muy gorda, muy gorda, muy gorda... se enamore de un bombero guapo, muy guapo, muy guapo, muy guapo... no tiene nada de especial, pero cuando esto ocurre a la inversa es un fenómeno cuanto menos extraño que mentes privilegiadas deberían estudiar. Y eso le ocurrió a Jack. Se enamoró de una voz, se enamoró de una risa, se enamoró del tacto de una piel. Se metieron en su cuerpo, en su corazón y en su alma y ya nunca salieron de él, convirtiendo así a Jack, el bombero más guapo de toda la ciudad, el hombre al que las mujeres adoraban, en un hombre enamorado por primera vez. ¡Oh, Señor, si esto no es un reflejo de lo que me está pasando, que baje Dios y lo vea! Con mi nueva joya bajo el brazo, me voy en busca de los que he venido a buscar y que, naturalmente, están en primera fila porque se han convertido en todo un fenómeno literario, por más que los críticos hagan lo que se espera de ellos, que es fundamentalmente criticar. Entonces se me ocurre que podría llevarle un libro a Sofía. Sí, un libro bonito le gustará, me digo imaginándome su carita risueña abriendo el paquete. Y con la inestimable ayuda de la encargada, que sabe de lo que habla, elegimos un precioso libro para ella. Pero entonces la imagen de su hermano vuelve a mi memoria y me hace sonreír; parece tan enfadado y tan perdido... Sé, por experiencia en el colegio, que las maquinitas son el refugio de muchos adolescentes y que a veces sólo hace falta ponerles ante los ojos otras alternativas igual de placenteras. Pero los libros para adolescentes que veo, del estilo Harry Potter, no me convencen, probablemente habrá visto ya todas las películas. Me pongo a pensar en qué me gustaba a mí a su edad y de pronto se me enciende una pequeña bombilla. Sí, seguro que ése no lo ha leído; ni él ni ninguno de sus amigos.

Cargada con mis libros, me siento a tomar algo en una terraza. Un par de mesas más allá, un hombre de negro se acomoda hablando por teléfono en su extraño idioma; al cabo de un rato, un amigo se acerca y le acompaña. Estos hombres parecen de una raza extraña, son todo músculo. ¿Serán los genes?

A media tarde vuelvo al hotel, donde el clan de la rubia me recibe en recepción. Uno de sus amigos me mira de arriba abajo, sorprendido. ¡Bien, mi nuevo look no le pasa desapercibido! Pero la confirmación de que mi nuevo aspecto es, cuando menos, sorprendente me la proporciona el hombre de los ojos negros cuando las puertas del ascensor se abren ante mí y clava en mi cuerpo su mirada. Sus ojos me recorren concienzudamente y una gran sonrisa se dibuja en sus labios. ¡Vaya, parece que le gusta lo que ve!

—¡Hola! ¿Dónde estabas? Te andaba buscando, no has ido a comer —dice acercándose y dándome un suave beso en los labios mientras sus ojos recorren mi cara lentamente y sus manos rozan suavemente mi cintura.

—He estado de compras.

—¿Quieres cenar conmigo? —pregunta acariciando mis brazos.

—¿Ahora? ¡Si sólo son las seis!

—Me gusta cenar temprano —dice en medio de una carcajada.

—Yo... tendría que cambiarme y...

—¿Por qué? ¡Estás preciosa! —exclama intentando apartarme los brazos para verme mejor.

—¡Oh, estate quieto, se me van a caer los paquetes!

—Ven. —Me quita los paquetes con una mano y me agarra con la otra—. Vamos a tomar algo en la cafetería.

Me coge de la mano y, al atravesar la recepción, pasamos por delante del grupo de la diosa rubia, que me lanza miradas asesinas; sus ojos echan fuego, pero no se oye ni una risa, silencio total.

—¿Y qué has comprado? —pregunta cuando nos acomodamos en la barra.

—Eh... libros.

—¿Más Cincuenta sombras? —dice con mirada pícara.

—Pues sí, la verdad es que sí.

—¿Qué? ¿Hay más libros como ése? —pregunta levantando las cejas sorprendido.

—¿Qué pasa con ese libro? —Frunzo el ceño—. ¿Lo has leído?

—Sólo un poco.

—Ya. —Me pongo roja como un tomate, pero afortunadamente el camarero aparece y nos salva de una conversación incómoda.

Sin dejar que me cambia de ropa y tras entregar mis paquetes en recepción para que los suban a la habitación, me lleva a un restaurante llamado Las rosas. Atravieso el pequeño local siguiendo la mano que me guía hasta llegar a una puerta trasera, tras la que descubro un nuevo paraíso. Se abre ante mí con la majestuosidad que sólo las flores son capaces de otorgar a los espacios, una enorme terraza con mesas y sillas blancas, rodeada de altas celosías cubiertas por todo tipo de rosales en los que rosas de todas las formas y colores imaginables hacen las delicias de la niña que llevo dentro. Rojas, amarillas, blancas, rosas, bicolores, hasta las hay azules... No puedo resistir la tentación de acercarme y tocarlas, necesito comprobar que son de verdad. Su perfume se entremezcla con el del mar, que, al fondo de la terraza, nos regala su sensual cadencia. ¿Cómo es posible que este lugar no haya aparecido nunca en una película o en un anuncio? ¡Es perfecto, sencillamente perfecto!

La comida no puede ser más deliciosa y los postres son un auténtico homenaje a los sentidos, aunque, inexplicablemente, Misha no los toca; está muy ocupado haciendo preguntas y más preguntas, tantas, que hasta mi ángel bueno protesta indignado.

MAB: «¡Esto parece un interrogatorio!»

Yo también estoy sorprendida por tanta curiosidad. ¿Quién es este hombre que quiere saberlo todo de mí? Tras la cena, nos vamos en dirección al puerto disfrutando de la noche que nos rodea. Es una auténtica delicia caminar libremente sintiéndome segura, y como no he visto a sus amigos en toda la noche decido preguntar, porque yo también quiero saber.

—¿Quiénes son los hombres que te acompañan siempre, Misha?

—Trabajan para mí.

—Y te dedicas a...

—Soy... constructor —contesta, indeciso.

—Pues en esta isla ya queda poco espacio para construir.

—Ahora estoy de vacaciones —dice con una sonrisa.

Siempre he pensado que las verdades a medias son incluso peores que las mentiras, porque las mentiras son mentiras al fin y al cabo, pero las verdades a medias denotan además falsedad, que parece lo mismo pero no lo es, por mucho que la Real Academia lo considere sinónimo. Las verdades a medias tienen una connotación de hipocresía y juego sucio que me cabrea y me desestabiliza, no lo puedo evitar. Así que en vista de que la sinceridad por su parte brilla por su ausencia, me suelto de su mano y busco el tabaco en el bolso mientras la ironía toma el control de mi boca.

—Así que eres CONSTRUCTOR —digo mientras enciendo un cigarrillo—. Y dime, ¿qué construyes? ¿Casas, barcos, trenes, aviones...?

—Soy constructor de edificios..., aunque la verdad es que no me dedico sólo a eso.

—Entiendo. —Suspiro profundamente mientras miro al cielo estrellado.

—¿Estás molesta? —me pregunta frunciendo el ceño, pensativo.

—Pues sí, preguntas mucho pero contestas poco, la verdad —le digo muy seria.

—Sí, tienes razón. Yo... no tengo por costumbre abrirme a nadie, así que creo que me cuesta.

Parece un poco incómodo y tan vulnerable que me emociona. Tampoco es que tenga derecho a hacerle un interrogatorio.

MAB: «¿Por qué no? ¿Qué sabes de él en realidad?».

MAM: «Que le ha salvado la vida, que le ha dado su apoyo cuando se ha desmoronado, que la besa como nadie la ha besado... ¿Qué más hay que saber?».

—Misha, discúlpame, por favor, yo no pretendo que te sientas violento, es que has sido un poco evasivo en tus respuestas. Y yo... sólo intento conocerte.

—Mis respuestas te producen inseguridad.

—Un poco, sí.

—Bien. Tendré que acostumbrarme a darte la información que necesitas —dice frotándose la barbilla concentrado.

Pero ¿qué hago yo aquí exigiéndole a un hombre al que no conozco de nada que me lo cuente todo de él? ¡No tengo remedio!

—Bueno..., en realidad..., no tienes ninguna obligación de hacerlo y...

—¡Oh, Cristina! —Se detiene, me rodea la cintura con los brazos y pega su cuerpo al mío—. ¡Complacerte no será para mí ninguna obligación y sí un gran placer!

Su boca busca la mía y la devora con un apasionado beso mientras sus manos acarician lentamente mi espalda. El cigarrillo se me cae de los dedos. Mi corazón late descontrolado, pero mi cuerpo responde a su beso con la misma intensidad y me pego a él sin darme cuenta. Sus manos me toman por las axilas y me levantan del suelo hasta que nuestras caras quedan frente a frente, y entonces ya no puedo más, rodeo su cuello con los brazos y su lengua entra en mi boca y la acaricia lentamente. Su beso sigue y sigue y parece no tener fin y mi cuerpo pierde la noción de dónde está. Su brazo me sujeta por la cintura y su otra mano recorre mi espalda y mi trasero excitándome hasta límites que no creía posibles. Casi no puedo respirar y de mi boca comienzan a surgir los primeros gemidos sin yo quererlo. Me deja en el suelo y, sin dejar de besarme, me aprieta contra su cuerpo mientras su mano se enreda en mi pelo, se aparta de mi boca y me mira con ojos muy brillantes.

—¿Vamos al hotel, cariño? —me dice en un susurro que es toda una promesa.

¡Quién podría negarse! Las palabras no consiguen salir de mi boca, pero mi cabeza asiente. Tras un nuevo beso que rompe mis últimas barreras, me toma de la mano y emprendemos el camino hacia el hotel en silencio.

Pero ante la puerta de la habitación, el miedo toma de nuevo el control de mis manos; me quita la tarjeta suavemente y abre. Me quedo en mitad de la habitación, con el corazón desbocado y los sentidos alerta. Él cierra la puerta con cuidado y se queda muy quieto. ¡Dios, tengo tanto miedo! Pero sé que quiero estar con él, quiero pasar la noche con él, y al verle tan quieto y expectante ya no puedo soportarlo por más tiempo.

—¡Ven, Misha, ven!

Me toma entre sus brazos como si yo fuese una tabla de salvación y él un náufrago a la deriva. Hunde la cara en mi cuello y aspira profundamente.

—¡Qué bien hueles!

—Gracias, tú también —digo hundiendo la cara en su cuello.

¡Oh, su olor! No sé qué tiene su olor pero me está volviendo loca, no huele a perfume, ni a loción de afeitar, ni a colonia... su cuerpo huele a piel.

—¿Estás segura? —pregunta cogiéndome la cara entre las manos y mirándome muy serio—. No quiero quedarme si no estás segura, cielo —dice acariciando mis mejillas al verme dudar.

—Yo... no quiero que te vayas.

—No quiero irme, quiero estar aquí, contigo, quiero pasar la noche contigo y quiero despertarme a tu lado por la mañana, pero... sólo si estás segura.

—Sí, Misha, quédate, quédate conmigo.

Me toma entre sus brazos y me besa con tanta pasión que creo que me voy a desmayar. Lentamente comienza a desabrocharme la blusa y mi respiración descontrolada se descontrola aún más. Mis pechos, mis generosos pechos, siempre me han avergonzado un poco, por eso intento disimularlos todo lo que puedo, pero cuando abre mi blusa y los ve, siento cómo su respiración se descontrola también y su voz se vuelve ronca, muy ronca.

—Sabía que eras una mujer con curvas, pero tus pechos...

—¿Te... te gustan?

—¡Oh, Cris, tus pechos podrían volver loco a cualquier hombre!

Y entonces me río, y como si mi risa pudiera derribar murallas, me toma en sus brazos, me tiende sobre la cama y ya sin ningún pudor, sin ninguna duda, comienza a desnudarme. Sus manos recorriendo mi cuerpo desnudo me excitan hasta límites que no conocía. Hundo la nariz en su pecho y enredo mis dedos en su vello embriagándome con su olor. Sentir el tacto de su piel es maravilloso y no puedo dejar de tocarle, todo me gusta, todo lo siento, todo lo deseo.

¡Hace tanto desde la última vez que me entregué de forma voluntaria, que ya ni recordaba lo agradable que resulta que un hombre se excite sobre mi cuerpo!

Mis pezones en su boca se ponen firmes provocándole un gran gemido de placer, su respiración acelerada se agita cada vez más, y la mía, que ya estaba alterada, se descontrola por completo cuando mete su mano entre mis piernas y me acaricia. Un profundo gemido de placer sale de mi garganta y ese gemido desata su pasión con una intensidad que me estremece. Se tiende sobre mí y entonces soy consciente de lo excitado que está y no puedo evitar preguntarme si podré tener dentro de mi cuerpo algo tan grande sin que me duela. Los recuerdos de la última vez que Carlos me violó vuelven a mi memoria con la intensidad de entonces, pero el hombre de los ojos negros consigue lo que parecía imposible: ahuyentarlos con sus besos, con sus caricias, con su olor, con su cuerpo. La intensa pasión que me transmite su cuerpo hace desaparecer de mi mente el recuerdo de Carlos, hasta que, sin darme cuenta, comienzo a separar las piernas. Su miembro busca la entrada de mi cuerpo y, despacio, lentamente, como si temiera hacerme daño, entra en mis entrañas con una facilidad que no esperaba. No siento ningún dolor, no siento ningún miedo, mi cuerpo se adapta al suyo como si ya le conociese y no puedo evitar estremecerme y gemir desde lo más profundo de mi alma.

—¡Oh, Misha!

Entra y sale de mi cuerpo despacio, muy despacio, acariciándome suavemente, pero cuando levanto las piernas y las aprieto contra su cuerpo sintiéndole totalmente dentro de mí, tan duro, tan caliente, tan deseoso, mis gemidos salen descontrolados. Se para, toma mi cara entre sus grandes manos y me mira preocupado.

—Espera, cariño, espera —dice besando despacio mis labios mientras respira profundamente—. Déjame saborearte un poco más, por favor, sólo un poco más. —Le miro sin entender—. He deseado tanto que llegara este momento que no quiero que termine, y si sigues gimiendo así..., yo no podré aguantar, cielo.

—No... no te gustan mis gemidos... Pues no los puedo evitar, Misha —digo casi sin aire.

—¡Oh, Dios! ¡Me encanta oírte gemir, Cris, no dejes de hacerlo, por favor! —dice tomándome de nuevo con cuidado, despacio, lentamente.

—¡Ven, Misha, ven!

Ya no puedo aguantar más. Me pego a él levantando las caderas para recibirle pidiéndole más, mis manos recorren su piel sin descanso y mi boca busca la suya con desesperación. Rodeo su cintura con las piernas, quiero tenerle dentro de mí, le deseo, le necesito, y me muevo a su ritmo hasta que estalla en mi interior con un profundo gemido mientras pronuncia mi nombre. Siento cómo los espasmos del orgasmo atraviesan su cuerpo y le hacen convulsionarse de placer mientras le sigo abrazando y besando, es maravilloso sentirle así, tan entregado a mí, tan deseoso de mí. Pero cuando se queda tranquilo y levanta la cabeza, la tristeza de sus ojos me paraliza. Parece tan arrepentido...

¿Qué he hecho mal?

—Lo siento, cariño, lo siento —me dice dándome un suave beso en los labios.

—¿No... no te ha gustado?

—Pero ¿qué estás diciendo? ¡Me ha encantado! Pero siento no haber podido esperar por ti, lo siento, lo siento. —Hunde la cara en mi cuello y lo cubre de besos—. Estar entre tus brazos es... delicioso, Cristina, tus caricias me vuelven loco, pero cuando he entrado en ti... ¡Oh, no hay ningún lugar del mundo donde quiera estar más que aquí, contigo, dentro de ti! —Aprieta su cuerpo contra el mío, sus manos se enredan en mi pelo acariciando mi cabeza y su boca devora la mía una vez más—. Siento no haberte dado placer, mi vida, no sabes cómo lo siento, pero dame cinco minutos y te compensaré.

—Pero entonces..., ¿no has terminado? —le pregunto, sorprendida.

Una inmensa carcajada sale de su pecho y me traspasa.

—¿Terminar? ¡Oh, cielo, aún no he empezado! —Y mientras dice esto y se ríe, siento que empieza a ponerse duro en mi interior.

—¡Oh, Misha, pero si todavía no han pasado los cinco minutos!

Una nueva carcajada sale de su boca y parece volverle loco. Se hunde en mí con un deseo y una desesperación que yo no he conocido nunca, parece que quiera atravesarme y yo... yo me abandono al placer de sentirme amada después de tanto tiempo. Sus besos y sus caricias me excitan hasta llevarme al borde del acantilado, me llena totalmente y siento que mi cuerpo está a punto de explotar. Soy toda fuego.

—¡Oh, Misha, Misha, Misha!

A mi súplica, su cuerpo aumenta el ritmo, sus ojos se clavan en mi cara y de mi boca sale un gemido tras otro mientras mi cuerpo se abre para él y se le entrega totalmente. Estallo en un orgasmo que me estremece y me dejo ir bajo este hombre que me ama como si le fuese la vida en ello. Busco su boca y la saboreo como si de un maná se tratase, gimo con toda mi alma y mi cuerpo alcanza el cielo. En un último empujón se viene conmigo, se corre en mi interior con un gemido que se une a los míos mientras pronuncia mi nombre una y otra vez.

Cuando conseguimos serenar nuestros descontrolados corazones, toma mi cabeza entre sus manos y, mientras sus labios dejan miles de besos sobre mi piel, sus ojos brillan como si tuviese dentro todo el fuego del mundo.

—Sabía que estar contigo sería especial... pero no imaginaba cuánto —dice con una gran sonrisa—. ¿Ahora estás bien, cariño?

—¡Oh, sí, Misha, estoy bien, muy bien! —digo acariciando su cara—. Pero antes también estaba bien.

—Nunca me había pasado algo así, cariño, yo... siempre he sabido complacer y controlarme, pero contigo ha sido demasiado intenso... Tú... ¡eres perfecta para mí! —No tengo palabras con las que poder contestar a algo semejante y mis ojos se empiezan a llenar de lágrimas—. No, por favor, no llores —dice cubriéndome de besos—. No soportaría verte llorar otra vez, no llores, cielo, no llores.

¡Yo creía que el cielo no existía, pero me equivocaba, lo he encontrado y está aquí, entre sus brazos!

Nos quedamos dormidos abrazados. Los primeros rayos de sol inexplicablemente me despiertan. Salgo a la terraza, enciendo un cigarrillo y dejo que las emociones acumuladas se hagan sitio en mis ojos en forma de lágrimas mientras intento ordenar mis pensamientos.

¿Cómo ha podido este hombre tomar posesión de mi cuerpo con tanta facilidad? Me he entregado a él totalmente, sin recelos, y nos hemos acoplado el uno al otro como... como..., sí, como si realmente fuésemos perfectos el uno para el otro, como si nuestros cuerpos ya se conociesen, como si al primer contacto se hubiesen reconocido y hubieran encajado a la perfección, como las piezas de un puzle incompleto. Así me he sentido siempre, incompleta, me faltaba algo y no sabía qué, pero entre sus brazos lo he encontrado, me faltaba él.

Termino el cigarrillo y vuelvo a la habitación, donde le encuentro despierto, con la cabeza apoyada en una mano y los ojos brillantes como estrellas. Aparta la sábana y me acuesto a su lado recreándome en este hombre que abre los brazos para que me acurruque en ellos.

—¿Estás bien? —pregunta dándome un beso.

—Sí, muy bien.

—¿Qué tal el pitillo?

—Delicioso, como tú.

—¡Tú sí que eres deliciosa! —dice rodando conmigo sobre la cama—. ¡Eres una mujer deliciosa y por eso quiero comerte entera!

Estallo en una carcajada y mi risa le enciende al momento, aparta las sábanas y se coloca entre mis piernas. Besa mis pechos y baja por mi estómago, pero cuando veo que sigue bajando hacia mi vientre me pongo tensa, tomo su cara entre las manos y me incorporo asustada.

—Misha, ¿qué haces? ¡No, eso no!

—Eh, eh, tranquila... —dice tendiéndose sobre mí, intrigado. Estoy tremendamente violenta, no quiero dar ninguna explicación, no quiero hablar de aquello, no quiero estropear una noche tan perfecta—. No te angusties, por favor, sólo haré lo que tú quieras que haga. —Me acaricia las mejillas pero no puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas—. Dime sólo una cosa, ¿es porque no lo has hecho nunca o porque no tienes un buen recuerdo?

—Lo... lo... lo segundo —digo casi sin voz.

—Entiendo. Yo no quiero hacerte daño, mi vida, quiero darte placer, todo el placer del mundo, pero sólo si tú quieres. ¿Te he hecho daño hasta ahora?

—No, pero...

—Entonces confía un poco más en mí, por favor. Cuando quieras que pare, sólo tienes que decirlo y pararé, te lo prometo.

Su lengua entra en mi boca invadiéndola completamente y sus manos recorren mi cuerpo en lentas caricias que no hacen sino avivar el fuego que nace en mi interior. Cuando su mano acaricia mi sexo no puedo evitar un gemido profundo; sus dedos recorren mis labios y mi clítoris, lo masajean suavemente y yo siento que voy a estallar.

—Déjame saborearte —susurra—. Si quieres que pare sólo tienes que decirlo, cariño. Su boca baja por mi cuerpo, llega a mi sexo inflamado, excitado, deseoso, y se hunde en él, lamiéndome, chupándome, haciéndome estremecer; su lengua me recorre intentando conocer mis secretos. Toma mi clítoris en su boca, comienza a succionarlo y yo gimo descontroladamente hasta que alcanzo un orgasmo salvaje que me hace convulsionarme, no sé cuánto tiempo dura, pero creo que mucho porque pierdo la noción de dónde estoy. Mi respiración tarda en recuperar su ritmo normal. Él sube por mi cuerpo dejando un rastro de millones de besos, se tiende sobre mí y me abraza con una dulzura que nunca imaginé en su cuerpo.

—¡Oh, Misha! —digo escondiendo la cara en su cuello y oliendo su piel.

—¿Te ha gustado, cariño?

—Sí, Misha, pero...

—¿Te he hecho daño? —pregunta, alarmado.

—No, no me has hecho ningún daño —digo acariciando su cara y mirándome en sus ojos—. Me has dado un placer inmenso, pero tú... tú no has... —No me deja seguir hablando, comienza a reír y me acuna con fuerza entre sus brazos.

—¡Cariño, yo estoy en la gloria, no te preocupes por mí! Además, he matado dos pájaros de un tiro, te he dado el orgasmo que te debía y me he tomado el postre más delicioso que me podía imaginar.